lunes, 26 de agosto de 2019

"No se culpe a nadie", Final del juego, Julio Cortázar

En el día de su nacimiento, 26 de agosto de 2014, hace 105 años.

"No se culpe a nadie"

Final del juego, [1956]

Julio Cortázar

[Ixelles, Bélgica, 1914-1984, París, Francia]


Una de mis colecciones de cuentos preferidas de Julio Cortázar.
Dieciocho relatos para volver y deslumbrarnos, una vez más, ante una narrativa que combina intertextualidad, lenguaje coloquial y... su juego, un universo donde nada es lo que parece. Aquí, la seriedad y lo racional no existe, o existe con leyes propias.
¡Volvamos a los míticos relatos de vez en cuando!


Editorial Sudamericana, 1964

          Julio Cortázar es uno de los escritores más admirados por los lectores, comenzando por los de las décadas del sesenta y setenta, y todos los que les siguieron. Es uno de los más importantes de la literatura internacional. Muchos lo incluyen dentro del boom latinoamericano.
          Escritor argentino nacido en Bélgica —allí trabajaba su padre, en la embajada argentina—, pero nacionalizado francés en 1981 como protesta a la dictadura militar en Argentina.
          Autor innovador de relatos cortos, novelas y prosa poética. También un reconocido traductor.
Algunos de sus títulos más nombrados: Historias de cronopios y de famas, Final de juego, Un tal Lucas, Último round, 62 Modelo para armar, Rayuela, Bestiario, Todos los fuegos el fuego, Queremos tanto a Glenda, La vuelta al día en ochenta mundos, Casa tomada, etc.


Julio Cortázar, por Zalo, 1989

«No se culpe a nadie»


Ilustración de Ángela Corti

          El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos, aunque en cambio, parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente, salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie doce pisos. 



*     *     *


          ¿Qué les pareció? ¿Les gustó?
Nunca, o pocas veces, el sentimiento de querer escapar [de algo o alguien], deshacerse de alguna situación inaguantable, la desesperación de pesadilla, han estado tan bien representados. Es que uno «ve» al único personaje en escena, y vive con él, se hace carne.
          La esposa es solo una referencia, sin embargo tiene su importancia, su peso en el relato: es alguien que lo espera y lo «apura».
          Y esas manos,... la derecha que se equivoca y se mete por el cuello en lugar de la manga, ella se mueve con toda libertad en el aire, incontrolada y deformada ataca a la izquierda, que sí es su mano. Es su parte prisionera. Metáfora de no poder salir tan fácilmente de su problema, el desdoblamiento está dado por las dos manos. 
          Todo contado con un lenguaje sencillo pero con significados ocultos. Ritmo rápido, sin pausa y con algunos tintes poéticos. 
          Lo fantástico irrumpe en lo cotidiano, dice González Bermejo*, quizá nuestra mente «razonante» no lo capte, ella solo acepta «lo lógico», pero esos momentos irrumpen y se hacen sentir.
          La ambigüedad está presente, durante y en el final del relato. Y hay espacios vacíos que deben ser llenados por el lector... Es curioso como nos damos cuenta que el personaje pierde el control de su mano derecha, sin embargo no está especificado, no explícitamente. Quizá necesitemos una segunda lectura —siempre son placenteras.
          Su falta de respiración —esa desesperación al límite que solo conocemos los que la hemos sufrido— puede tener varias interpretaciones si salimos de la literalidad. Una imposibilidad que puede acoplarse a su vida misma, al ahogo que siente... Sin ganas de ir a encontrarse con su mujer para comprar un regalo de casamiento, silba un tango, como si ello le pudiese dar algo de alivio, lo hace al principio, luego todo se contamina.
          Asistimos al momento en que no hay silbido que distraiga, llega en el instante que se da cuenta de lo absurdo de silbar, ya nada parece encajar... como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver. Y le encontramos sentido: huida de una vida que no se quiere, fuga a una opresión. Es su decisión, y no se culpe a nadie.

          Pueden leer todos los cuentos de Final del juego y apreciar este cuento en el conjunto de la obra. Descubrir el sentido metafísico, explorar con Julio Cortázar los rincones existenciales del laberinto de la vida, las distintas realidades, agrego.
          Cortázar afirma que no conocemos la realidad en su totalidad, sujetos como estamos a las categorías epistemológicas instituidas en nuestra civilización occidental, aprehendemos nuestro entorno parcialmente y limitados, él pretende expandir estos límites perceptivos.
          Que sea a través de esta realidad fantástica, por llamarla con un nombre no del todo apropiado, o a través de otros medios que nos permitan levantar barreras de tiempo-espacio, ir hacia lugares inexplorados e irracionales, es siempre un intento arriesgado y bienvenido. 
          Simplemente aceptar esos otros lugares que nos brinda la literatura. Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli
Una lectora

Notas

- Final del juego, Julio Cortázar: «Continuidad en los parques»,«No se culpe a nadie», «El río», «Los venenos», «La puerta condenada» y «Las ménades» en el primer bloque; «El ídolo de las Cícladas», «Una flor amarilla», «Sobremesa», «Los amigos», «La banda», «El móvil» y «Torito» conforman el segundo; y en la última parte se encuentran «Relato con un fondo de agua», «Después del almuerzo», «Axolotl», «La noche boca arriba» y «Final de juego».
http://www.kronhela.com.ar/jc/JulioCortazar-Finaldeljuego.pdf

- El doble en Final del juego. El desdoblamiento como elemento esclarecedor de la unidad y estructura del libro. María Fernández Abril. Universidad de Oviedo:
http://cvc.cervantes.es/literatura/tradicion_rupturas/fernandez.htm

- Julio Cortázar, ilustración:
http://zalo1989.deviantart.com/

- Julio Cortázar, páginas web:
 https://didactalia.net/comunidad/materialeducativo/recurso/pagina-oficial-de-julio-cortazar/96389c97-82e7-4f44-9380-0a7435644ae5
https://www.escritores.org/biografias/403-julio-cortazar
http://www.march.es/bibliotecas/repositorio-cortazar/?l=1
http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=91355

- «Don´t You Blame Anyone», Julio Cortázar:
https://mrsjkay.weebly.com/uploads/1/0/9/9/109985009/dont_you_blame_anyone.pdf
  
- Ángela Corti: Ilustración basada en el cuento «No se culpe a nadie» de Julio Cortázar para la exposición por Donceles 66 «100 Años con Julio Cortázar», Centro Histórico de la Ciudad de México. Agosto, 2014.
http://angelacorti.blogspot.com.es/





sábado, 10 de agosto de 2019

«El vestido de terciopelo / The Velvet Dress», Silvina Ocampo

«El vestido de terciopelo»

Silvina Ocampo

[1903-1993, Buenos Aires]


Silvina Ocampo, la más inquietante de las Ocampo,
una cuentista admirable.

«Pongo mi vida en lo que escribo», S. O.

Silvina Ocampo
       
          Esposa de Adolfo Bioy Casares [1914-1999], hermana de Victoria Ocampo [1890-1979] y amiga de Jorge Luis Borges [1899-1986]. Tres figuras tan grandes de la literatura argentina la rodearon, sin embargo, no opacaron su calidad de escritora. Supo hacerse un espacio en ese inmenso mundo literario, y encontró su lugar con un estilo muy propio.
          En algunos de sus temas, en sus universos ficticios podemos encontrar huellas de su primer amor: el dibujo y la pintura.

«Esta noche tenemos que perdernos»,
me dijo Borges

Borges por Silvina Ocampo

          Se relacionó con grandes nombres de las artes plásticas, como con Petorutti, Xul Solar, Horacio Butler, Norah Borges y otros integrantes del Grupo de París —artistas argentinos unidos por su amistad y concepción del arte moderno. En París, justamente, tomó clases nada menos que con Georgio De Chirico y Fernand Léger.
          Aunque ignorada por la crítica y por los lectores hasta finales de los ochenta, es, desde hace varios años, reconocida como una de las mejores cuentistas.
          Su belleza no era la convencional, y por su forma de vestirse —anteojos extravagantes, camisas enormes de su marido y piloto de plástico—, fue una freak sin proponérselo. No fue extrovertida y sociable como Victoria. Tímida, Silvina era feliz leyéndole a «sus dos debilidades»: Bioy y Borges.
          Con Victoria tuvo una relación difícil —relación que ha inspirado historias y mitos—, sin embargo, la hermana mayor la estimuló siempre para que desarrollara sus dotes literarias. Se admiraron y respetaron mutuamente.


Victoria Ocampo

          Silvina poeta*, obra que quedó un poco atrás de su narrativa, le dedicó a su hermana Victoria dos hermosos poemas: «Como siempre» [un recuerdo imaginado] y «El ramo» [una ofrenda fallida], escritos después de su muerte:

 El ramo 

[fragmento]

Yo no te conté nada. Sabías todo.
Reinabas sobre el mundo más adverso
como si no te hubieras lastimado.
Nos une siempre la naturaleza:
el árbol una flor las tardes las barrancas
misterios que no rompen la armonía.

S. O.

          Otra mujer fue destinataria de sus poemas y cuentos: Alejandra Pizarnik. Con ella mantuvo una relación sentimental de muchos años.
          Era la menor de seis hermanas de una familia rica y aristocrática, que se movía en un ambiente de cultura, intelectual argentino.  
          Autora de una extensa obra, algunos de sus libros son: Autobiografía de Irene [1948], Los días de la noche [1970], La furia [1976], Cornelia frente al espejo [1988], Las invitadas [1961], Y así sucesivamente [1987], Las repeticiones [2006], etc. Además las antologías, los cuentos infantiles, libros de poesía, teatro y las traducciones.
          
          Hoy la recuerdo con la relectura de uno de sus cuentos, esta vez también en inglés. I share this delicious story, and I hope that you too, in another country, will discover Silvina Ocampo´s exquisite.

          Y si les gustó, pueden seguir leyendo todos en el link que encontrarán al final. También encontrarán este cuento en italiano.
¡Buena lectura!

«El vestido de terciopelo»

del libro La Furia [1959]



La Furia es el  tercer libro de cuentos de Silvina Ocampo, publicado por la Editorial Sur, e inmediatamente reeditado varias veces. El nombre respondió a un consejo de su gran amigo, Jorge Luis Borges. 
          Son treinta y cuatro cuentos: La liebre dorada, La continuación, El mal, El vástago, La casa de azúcar, La casa de los relojes, Mimoso, El cuaderno, La sibila, El sótano, Las fotografías, Magush, La propiedad, Los objetos, Nosotros, La furia, Carta perdida en un cajón, El verdugo, Azabache, La última tarde, El vestido de terciopelo, Los sueños de Leopoldina, Las ondas, La boda, La paciente y el médico, Voz en el teléfono, El castigo, La oración, La creación, El asco, El goce y la penitencia, Los amigos, Informe del cielo y el infierno y La raza inextinguible.
          Fueron escritos entre 1937 [cuando Silvina tenía treinta y siete años] y 1959 [cuanto tenía cincuenta y seis], un largo período.

Editorial Sudamericana. Edición de 2007.


The Velvet Dress


Selected Short Stories, 2015
Translated by Daniel Balderston


          Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!

Sweating, mopping our brows with handkerchiefs that we had moistened in the Recoleta fountain, we finally arrived at the house on Ayacucho Street, the one with a garden. How amusing!
          Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!

We took the elevator to the fifth floor. I was in a fool mood because my dress was dirty and I hadn´t really wanted to go out. I had planned to spend the afternoon washing and ironing my bedspread. We rang the bell: the door opened and we —Casilda and I— stepped into the house with the package. Casilda is a dressmaker. We live in Burzaco and our trips to the capital make her ill, especially when we have to travel to the northern part of the city, so far away. Right away, Casilda asked the servant for a glass of water to take the aspirin she had brought in her purse.The aspirin fell to the floor, along with the glass and the purse. How amusing!

          Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:

We went up a carpeted staircase (which smelled of mothballs), preceded by the servant, who showed us into the bedroom of Mrs. Cornelia Catalpina, whose very name was torture for me to remember. The bedroom was completely red, with white drapes and mirrors in golden frames. We waited for a century or two for a lady to come from the next room, where we could hear her singing scales and arguing with various voices. Her perfume entered; then, a few moments later, she herself entered with a different scent. She greeted us with a complaint:

          –¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.

"How lucky you are to live outside Buenos Aires! At least there´s no soot there. There may be rabid dogs and garbage dumps... Look at my bedspread. Do you think it´s supposed to be gray? No. It´s white. Like a snowflake." She took me by the chin and added, "You don´t have to worry about things like that, What a joy to be young! You´re eight, right?" Then, addressing Casilda, she added, "Why don´t you put a stone on her head so, she won´t grow up? We´re young only as long as our children are.

¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? 
"Why don´t you put a stone on her head so, she won´t grow up?



          Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!

Everyone thought my friend Casilda was my mother. How amusing!

          –Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de mi cartera los alfileres.

"Ma´am, do you want to try it on?" Casilda asked, opening the package, which was all pinned together. Then she said to me, "Get the pins from my purse."

          –¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.

"Trying things on! It´s torture for me! If only someone could try on my dresses for me, how happy I would be! It´s so tiring."
          La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.

The lady undressed and Casilda tried to help her into the velvet dress.

          –¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para distraerla.

"When are you suppose to leave on your trip, ma´am?" she asked to distract her.

          La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!

The lady couldn´t answer. The dress was stuck to her shoulders: something kept it from going past her neck. How amusing!

        –El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.

"Velvet is very sticky, ma´am, and it´s hot today. Let´s put on a little talcum powder. 

          –Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.

"Take it off, I´m suffocating," the lady cry out. 

          Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.

Casilda held the dress and the lady sat down in an armchair, about to faint.

          –¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a preguntar Casilda para distraerla.

"When is the trip suppose to be, ma´am?" Casilda asked again to distract her.

          –Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.

I´m leaving any day now. Today, thanks to airplanes, you can leave whenever you feel like it. The dress will have to be ready. To think it´s snowing there. Everything is white, clean, and shiny."

          –Se va a París, ¿no?

"You´re going to Paris?"
          –Iré también a Italia.

"I´m also going to Italy."
          –¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.

"Won´t you try on the dress again, ma´am? We´ll be finished in a moment."

          La señora asintió dando un suspiro.

The lady nodded with a sigh.
          –Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.

"Raise both of your arms so we can first put on the two sleeves", Casilda said, taking the dress and helping her put it on once again.

          Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!

Casilda se arrodilló...
Casilda knelt down...



For a few seconds Casilda tried unsuccessfully to pull the skirt of the dress down over the lady´s hips. I helped as best I could. She finally managed to put on the dress. For a few moments the lady rested in the armchair, exhausted; the she stood up to look at herself in the mirror. The dress was beautiful and complex! A dragon embroidered with black sequins was shining on the left side of the gown. Casilda knelt down, looking in the mirror, and adjusted the hem. Then she stood up and began putting pins in the folds of the gown, on the neck and sleeves. I touched the velvet: it was rough when you rubbed it one way and smooth when you rubbed it the other. The plush set my teeth on edge. The pins fell on the wood floor, and I picked them up religiously, one by one. How amusing!

          –¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?

"What a dress! I don´t think there´s such a beautiful pattern in all of Buenos Aires," said Casilda, letting a pin drop from her lips. "Don´t you like it, ma´am?"

          –Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.

"Very much. Velvet is my favorite material. Fabric is like flowers: one has one´s favorites. I think that velvet is like spikenard."

          –¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó Casilda.

Do you like spikenard? It´s so sad," Casilda protested.
          –El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.

"Spikenard is my favorite flower, yet it´s harmful to me. When I smell it I get sick. Velvet sets my teeth on edge, give me goose bumps, the same as linen gloves used to when I was a girl, and yet for me there´s no other fabric like it in the whole world. Feeling its softness with my hand attracts me even if it sometimes repels me. How can a woman be better dressed that in black velvet? She doesn´t need a lace collar, or a string of pearls; everything else is unnecessary. Velvet is sufficient by itself. It´s sumptuous and sober."
          Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!

When she had finished talking the lady was breathing with difficulty. The dragon also. Casilda took a newspaper from the table and fanned her, but the lady made her stop, saying that fresh air did her no good. How amusing!
          En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.

I heard the cries of some street vendors outside. What were they selling? Fruit, maybe ice cream? The whistle of knife sharpener and the ringing bell of the ice-cream vendor also went up and down the street. I didn´t run to the window to see them, as I had in other occasions. I couldn´t tear myself away from watching the fittings of the dress with the sequin dragon. The lady stood up again and, staggering slightly, walked over the mirror. The sequin dragon also staggered. The dress was now nearly perfect, except for an almost imperceptible tuck under the arms. Casilda took up the pins once more, plunging them perilously into the wrinkles that bulged out of the unearthly fabric.
          –Cuando seas grande –me dijo la señora– te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?

"When you grow up," the lady told me, "you´d like to have a velvet dress, would´n you?

          –Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!

sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello...
I´m feeling the velvet of the dress strangling my neck...



"Yes," I answered, feeling the velvet of the dress strangling my neck with its gloved hands. How amusing!

          –Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.

"Now help me take it off," the lady said.

          Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.

Casilda tried to help her to take it off, holding the hem in both hands. She pulled on it unsuccessfully for a few seconds, then put it back on the way it was before.

          –Tendré que dormir con él –dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.

"I´ll have to sleep in it," the lady said, standing before the mirror, looking at her pale face, the dragon trembling with each beat of her heart. "Velvet is wonderful but it´s very heavy," she said, wiping her brow. "It´s a prison. How to escape it? They should make dresses of fabric as immaterial as air, light, or water." 

          –Yo le aconsejé la seda natural –protestó Casilda.

"I recommended raw silk to you," Casilda protested.

          La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
          –Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
          –¡Qué risa!
The lady fell to the floor, the dragon writhing. Casilda leaned over the body until the dragon lay still. I again caressed the velvet, which seemed like a live animal. Casilda said sadly, "She´s dead. And I had so much trouble making this dress! It cost me so very much!"
How amusing!
*     *     *

          ¿Les gustó? Qué placer leer otro de los cuentos de esta gran escritora argentina, Silvina Ocampo. Y...  como dice la niña protagonista: how amusing! ¡Qué risa, sí! 
          Risa que conjura el horror.
          Es un disfrute entrar al universo literario de esta gran cuentista, y ponernos en la piel de sus personajes, niños entre crueles e inocentes. Inocencia que no se separa de una cierta ferocidad sin disculpas, propia de una infancia con una «ingenuidad» singular. El mal intrínseco planteado con tanta gracia. 
          Esta espontaneidad, tan bien lograda en el personaje protagonista [también narrador], nos contagia de un asombro especial, hace que recuperemos algo infantil, oscuro e inasible. Lo quimérico y lo cotidiano aquí conviven. 
          El relato se puebla de una minuciosidad llena de matices. La ternura en el decir de la niña, que nunca es explícita, menos empalagosa,  tiene una tensión e intriga que nos mantiene atentos, casi hechizados, diría. Es que esta niña entre dos mujeres adultas, es tan impasible... todo lo observa, piensa y dice con su mirada directa que nos hace descubrir facetas. 
          La ropa, lo habrán notado en este cuento y otros [también los objetos], tiene una entidad y un comportamiento perturbador. Desde la incomodidad de la niña por su vestido sucio [aunque peor es la sensación de asfixia al pensar la posibilidad de ponerse el elegante vestido], hasta el lamento de Casilda, la modista, por el trabajo que le dio hacerlo, y ahora... ¡desperdiciado!, pasando por lo principal: el maravilloso vestido de terciopelo, ¡una verdadera cárcel para la señora que se mira en el espejo!, ¿por qué no se harán vestidos de aire, luz o agua?, dice, y el drama se precipita.
          Por qué «cubrirse», por qué no ser uno mismo, podríamos aventurarnos y pensar nosotros, descubriendo significados.
          Silvina Ocampo nos lleva por estos caminos, casi como si ella también los estuviera descubriendo. Es que lo que rodea a las personas, las condicionan, y lo que se ve de ellas, lo más evidente, puede no serlo. Todo se vuelve complejo, incierto. 
          Su escritura clara y de frases cortas, donde «cada línea brilla como una cuchilla» —leí por ahí—, y se hace imagen, presencia animada y cambiante, agrego. No es de extrañar, teniendo en cuenta su experiencia como artista plástica.

          Ahora me despido. Si acaso nunca leyeron a Silvina Ocampo, o hace mucho que no la leían, ya se encontraron, en este relato, con uno de sus personajes infantiles irreverentes que aclaran las conductas de los adultos —raramente claras—, con una muerte espontánea que de tan bizarra, nos causa risa —o espanto, ¡todo un desenlace!




          
          Personalmente los disfruto mucho. Termino de corregir este post frente al Lago di Como. Me dejo llevar, una vez más, por esta realidad ambigua que Silvina Ocampo propone —universos ficticios creados con gran libertad—, por sus guiños y buena escritura. Un verdadero placer de lectura.


Cecilia Olguin Gianelli

Notas y lecturas


 - Cuentos completos, Silvina Ocampo:

- Thus Their Faces, Silvina Ocampo: «42 stories are anthologized from her writing between 1937 and 1988...».

- «Il vestito di velluto», Silvina Ocampo:
http://www.progettobabele.it/traducendotraducendo/showrac.php?ID=5191

- La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, Mariana Enríquez: Leer un adelanto:

- Silvina Ocampo. Fundación Konex: Vida y obra.

Ilustraciones, obras artísticas:

- «La muerte violenta: Una perspectiva infantil en dos cuentos de Silvina Ocampo»: Michelle Quiñones. Université of Central Florida.
http://www.hispanetjournal.com/La%20muerte%20violenta.pdf

 - Entre niños y adultos, entre risas y horror: Dos cuentos de Silvina Ocampo.
https://www.persee.fr/doc/ameri_0982-9237_1997_num_17_1_2012