sábado, 11 de enero de 2014

El largo camino hacia la libertad, autobiografía de Nelson Mandela



EL LARGO CAMINO HACIA

LA LIBERTAD

La autobiografía de 

NELSON MANDELA


Título original: Long Walk to Freedom
Traducción de Antonio Resines y Herminia Bevia
Editorial Aguilar
Fotografía: Hans Gedda/Sygma/Corbis







Cuando Nelson Mandela (Mvezo, El Cabo, Unión de Sudáfrica, 1918- Johannesburgo, 5 de diciembre 2013) escribió este libro, lo dedicó a sus seis hijos. Dos de ellos, su hija Madiba y su hijo Makaziwe, ya habían muerto. También fueron destinatarios sus veintiún nietos y tres bisnietos. Y no podían faltar en esta lista de elegidos, sus camaradas, amigos y seguidores sudafricanos, a cuyo servicio se sentía y cuyo valor, determinación y patriotismo robustecieron su fuente de inspiración en los momentos más duros.


*     *     *


No fue fácil abordar el libro de alguien que acababa de morir. Sobre todo cuando la tristeza y emoción de todo el mundo unido para llorar a Mandela, inundaba los portales, diarios, televisión y redes sociales... y era conversación y congoja entre familiares y amigos. Así escribí por esos días ...
 
—Hoy, 8 de diciembre, Día de la Concepción de la Virgen, empiezo a delinear el comentario de este libro, tomando lo que creo que son para cualquier persona, la etapa definitoria de la vida: los años de niñez y juventud. 
Uno mi voz a la de los millones de personas que en cada rincón del planeta, desde dirigentes políticos, religiosos, artistas, deportistas, el Papa Francisco, ... hasta personas anónimas que han ido espontáneamente a colocar su flor o escribir un mensaje de agradecimiento y admiración, ellas que calladamente lamentaron su muerte.

Uno mi voz a la de ellos para rezar «mi oración» a Madiba. Pero lo hago en silencio, sin cánticos, con una vela. Trato de hacerlo como lo hace su pueblo pudoroso en la aldea de Quno, donde fue sepultado el domingo 15 de diciembre*. 





Tomo de ellos lo más auténtico:

En uno de los senderos del pueblo de su infancia, un anciano fuma su pipa, camina lentamente y se detiene para decir:

«Nos lo dieron nuestros antepasados, ahora vuelve con nosotros. Tuvo una vida larga y difícil, fue la que nos trajo la libertad. Ya es hora de que descanse. Estamos agradecidos de poder decir que era de los nuestros. _Descansa en paz Nelson Mandela. Tu eres una leyenda, un padre y, por encima de todo, nuestro líder».

C. G.


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Un hombre, una vida para conocer

Hay que conocer su vida para conocer la historia

 

  

Cuándo y cómo empezó este libro ...

 

Tiene una larga historia, empezó a escribirlo en la clandestinidad en 1974, durante su encarcelamiento en la isla de Robben*. No hubiese podido hacerlo sin la ayuda de sus camaradas y sus compañeros de cárcel. Ya sea cuando las autoridades descubrieron los escritos y los confiscaron, como cuando actuaron como verdaderos ayuda memoria tras ser liberado en 1990.


Parte primera 

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UNA INFANCIA EN EL CAMPO


Heredó de su padre una constitución fuerte y una vieja vinculación con la casa real de Thembu. Lo llamaron Rolihlahla, que en xhosa quiere decir «arrancar una rama del árbol», pero en lenguaje coloquial significa «revoltoso», y se ajusta más a su persona.
Quizá los nombres predeterminen el destino de las personas que lo llevan, y ya el suyo anunciaba al agitador y revolucionario Madiba.

La diminuta aldea de Mvezo, en el distrito de Umtata, capital del Transkei, lo vió nacer un 18 de julio de 1918. Era el año que finalizaba la Gran Guerra* y una epidemia de gripe* mataba a millones de personas en todo el mundo.

Transkei se encuentra a unos mil doscientos kilómetros al este de ciudad de El Cabo y a novecientos al sur de Johannesburgo. Entre el río Kei y la frontera con Natal, limita con las montañas Drakensberg al Norte y las azules aguas del Índico al Este.

Ya tenemos los datos necesarios para ubicarnos geográficamente. Nos queda ahora imaginar esa hermosa tierra, ... de suaves colinas, fértiles valles y un millar de ríos y arroyos que hacen que el paisaje sea verde incluso en invierno, ... donde creció el niño Rolihlahla.



 Mvezo (fotografía de Jerry Forbes)



Linaje, genealogía, raíces ...

Su padre, Gadla Henry Mphakanyiswa, un notable de la etnia xhosa, era jefe local de Mvezo, por derecho de sangre y por tradición. Hombre alto, de porte erguido y majestuoso. Había sido confirmado por el rey de la tribu thembu y ratificado por un comisario británico [era necesario ya que estaban bajo su dominio].
Ese cargo siempre había significado mucho, pero desde hacía setenta y cinco años y bajo un gobierno de blancos* poco comprensivo para los africanos, se había visto degradado.

La tribu thembu se remonta veinte generaciones hasta el rey Zwide. Hacia el siglo XVI incorporaron a la nación xhosa que a su vez formaban parte del pueblo nguni
Los nguni se dividen en el grupo Norte —los pueblos zulú y swazi—, y el grupo meridional. Todos ellos constituyen la nación xhosa. 

Ellos son un pueblo orgulloso, con un lenguaje expresivo y eufónico. La melodía de sus frases impregnan de dulzura y suavidad lo que dicen.
Respetuosos de las leyes y defensores de la educación y cortesía. Una sociedad bien organizada donde cada habitante conocía el lugar que ocupaba y cada uno pertenecía a un clan. Mandela era miembro del clan Madiba
Ahora comprendemos porque se dirigen a él llamándolo con ese nombre, lo hacen como muestra de respeto. Madiba era el título honorífico otorgado por los ancianos del clan, también habrán escuchado que era llamado Tata.

Hay algo que aclara, y creo que es importante que se los cuente, ya que lo he escuchado mucho estos días dándole un sentido equivocado.
Él era miembro de la casa real, como vimos. Pero no se encontraba entre los privilegiados que eran instruidos para gobernar. Fue educado, como lo había sido su padre, para ser consejero de los gobernantes de la tribu. 

Para ejercer bien su trabajo, era necesario conocer sus raíces. Su interés por la historia fue alentado por su padre, que aunque no sabía leer ni escribir, era un excelente orador y le gustaba instruir divirtiendo. Tenía un gran respeto por la educación y siempre iba más allá de sus funciones.
Tuvieron que pasar varios años para enterarse de que su padre había sido un hacedor de reyes, y no sólo un simple consejero.


Familia, dignidad, valores transmitidos ... 

 

En su vida familiar, su padre tenía cuatro esposas, la tercera era la madre de Mandela. Cada una de ellas tenía su propio kral, algo parecido a una granja, separado uno de otro por varios kms. Él las visitaba asiduamente y velaba por ellas y sus hijos. Tuvo trece, cuatro varones y nueve mujeres. Mandela era el más joven de los varones y el mayor entre los de su madre.

Cuando era apenas un niño, vivió una experiencia que le dejó una marca imborrable: un cambio en el estatus socioeconómico por una decisión de orgullo y honorabilidad de su padre .

«Siempre he pensado que es la crianza, más que la naturaleza, la que constituye el principal molde de la personalidad. Mi padre poseía una orgullosa rebeldía, un tenaz sentido de la justicia, que reconozco en mí mismo».

Si era necesario, su padre desobedecía y desafiaba. Cuando se trataba de asuntos tribales, se guiaba no por las leyes del rey de Inglaterra, sino por las costumbres thembus. Para él era una cuestión de principios. El precio podía ser caro.
Una insubordinación, en un caso puntual, le valió la deposición en la jefatura de su familia. Además de la pérdida de su título, le fueron arrebatados bienes y fortuna. Una situación realmente difícil que obligó a su madre a mudarse a Quno, una aldea al norte de Mvezo, donde recibirían ayuda de parientes y amigos.

A pesar de que su familia sufriera el desarraigo, privaciones y humillación, fue allí donde Mandela pasó años muy felices. Los niños suelen adaptarse más rápidamente a los cambios, están más abiertos a nuevas experiencias y entornos. A esa época se remontan los primeros recuerdos de infancia.


La aldea de Qunu, juegos de niños, aprendizajes, religión y educación ... 

 

Imaginemos el lugar: un valle angosto cubierto de hierba, cruzado por arroyos claros sobre el que se cernían verdes colinas. Las vacas, ovejas, cabras y caballos paciendo juntos en praderas comunales.

Los cientos de personas que allí vivían, lo hacían en cabañas en forma de panal, con paredes de barro y un techo cónico de paja. El humo escapaba por los tejados y las puertas eran bajas, había que agacharse para poder entrar. Más allá estaban los campos de maíz, sin carreteras, sólo senderos hechos por el pasar de los pies descalzos. Los niños y las mujeres vestían túnicas teñidas de color ocre, los pocos cristianos que habitaban la aldea usaban ropas al estilo occidental. Tenías dos pequeñas escuelas primarias y eran pocos los sabían leer o escribir.

Estas tierras eran propiedad del Estado. Salvo contadas excepciones, los africanos de Sudáfrica no tenían derecho a ser propietarios. Eran arrendatarios y debían pagar al gobierno para que les permitieran vivir en esas tierras donde siempre habían vivido, desde varias generaciones.

La alimentación era lo que preparaban con maíz [zara], sorgo, alubias, calabazas y ... casi nada más. Era lo que cultivaban y lo que se podían permitir. Los más ricos se daban un lujo exótico: tomaban té o café con azúcar. Las mujeres y los niños traían el agua de los arroyos, mientras que los hombres, ausentes la mayoría del tiempo, trabajaban en las minas de oro o granjas lejanas. Cuando regresaban, un par de veces al año, araban la tierra y sembraban.

No recuerda Mandela, de esos tiempos, un solo momento de intimidad, de estar solo. En su cultura, los hijos de los tíos eran considerados hermanos, no primos. Mucho menos como nosotros con las distinciones de medio hermano. La hermana de su madre era su madre, el hijo de su hermano era su hijo.
Y su casa, esas tres cabañas que presidía su madre, estaban por consiguiente siempre atestadas de niños y parientes.

Los juegos con los otros niños de la aldea en el veld* [campo] y los trabajos como pastor a los cinco años dió inicio a lo que sería el desarrollo más alto en el vínculo con los demás y su capacidad de comprensión y entendimiento.

Loa xhosas tienen una relación  casi mística con ciertos animales. No son sólo fuente de alimento, son una bendición y un motivo de alegría.

«Correr por los prados detrás de las aves, recoger la miel silvestre, las frutas, raíces ... beber leche cálida, dulce, directamente de la ubre de una vaca, nadar en los límpidos y fríos arroyos, pescar con un cordel y afilados trozos de alambre ... combatir con pértiga —escencial para un niño africano—; nos entreteníamos fácil con juguetes que fabricábamos nosotros mismos.

A aquellos días atribuyo mi amor al veld, a los espacios abiertos, a la sencilla belleza de la naturaleza, a la límpida línea del horizonte».

Al igual que los orientales, los africanos tienen un sentido de la dignidad muy desarrollado. Y en esos juegos de niños, donde podía ser derribado hasta por un burro, y derribar también él a su oponente, aprendió a no humillar. A derrotarlos [si era el caso] sin deshonrarles. No había necesidad de tal bajeza.

También comenzaban los juegos de seducción, como no podía ser de otra manera. Los chicos y las chicas, como en cualquier parte del mundo. Sólo diferentes en sus nombres, jugaban, por ej. al ndize [escondida]. Pero lo que más le gustaba era el khetba, o «elige al que más te gusta». Y como siempre, las chicas ganaban en astucia frente a las torpezas de los jóvenes muchachitos inexpertos.
Había otros exclusivamente masculinos, como el thinti, una especie de guerra con palos.

Después de los juegos, regresaba al kraal donde su madre lo aguardaba con la cena. Y una vez finalizada la comida, había un tiempo para las historias relatadas por sus padres: de batallas y héroes xhosas elegía el padre, de leyendas y fábulas prefería la madre. Todas estimulaban su imaginación infantil, lo embelesaban, y muchas moralejas quedaron grabadas en su mente pura de niño.

Los conocimientos fundamentales los adquirían por medio de la observación. Tenían que aprender imitando y emulando. Nunca haciendo preguntas. Que los niños preguntaran a los mayores era considerado una molestia. No existía tal situación.
Se sorprendió la primera vez que visitó un hogar blanco, ¡la cantidad de preguntas que los niños hacían a sus padres!

Su niñez se iba moldeando, pues con estos ingredientes, que eran las costumbres, rituales y tabúes de la tribu xhosa. Y todas las creencias le parecían perfectamente normales. Los hombres seguían el camino escogido por su padre y a las mujeres no les quedaba otra que seguir los pasos de la madre. Respetaban a sus antepasados y así los recordaban, con deferencia. Las ceremonias eran el alfa y la omega de su existencia.

Exceptuando el comisario de Qunu y algún que otro policía o tendero de paso, no veía blancos durante su niñez. Y cuando lo hacía, los miraba como algo grandioso, como dioses a los que debía tratar con respeto, siempre les temía un poco. Pero ... no pensaba mucho en los blancos, eran personajes peculiares y remotos. La rivalidad era con otras tribus. Pero esta competencia tenía más que ver con el contacto que hubiesen mantenido con los europeos y el desarrollo logrado con su ayuda. Por estas y otras razones algunos eran más cultos, más occidentalizados, se convertían al cristianismo, construían mejores casas o utilizaban mejores métodos agrícolas. Eran más ricos.
Hasta ese momento, era todo bastante inocuo. Después llegarían las violentas rivalidades tribales, promovidas por los gobernantes blancos de Sudáfrica.

Su padre no adhería a ningún prejuicio respecto a los blancos, ni a su religión. Los aceptaba con su cristianismo, mientras que lo dejaran a él con su fe, venerando a Qamara, el dios de los xhosas.
Esta religión se caracterizaba por un concepto de unicidad cósmica. Casi no había distinción entre lo sagrado y lo profano, entre lo natural y lo sobrenatural. El sacerdote no necesitaba ser ordenado por nadie, de manera natural iban ocupando los cargos y presidían los distintos rituales y ceremonias.

Ocurrió algo bien distinto con su madre. Ella sí se convirtió al crsitianismo. Los misioneros la rebautizaron con el nombre Fanny. Mandela también fue bautizado en la Iglesia metodista o wesleyana, y entonces pudo ir al colegio. Nadie en su familia había ido jamás a la escuela. Su padre, a pesar de la falta de cultura, estuvo completamente de acuerdo.
Es muy conmovedor leer sobre como y en que condiciones se produce tremendo acontecimiento familiar.

Y así fue como comienza a recibir su educación británica, donde la cultura africana no entraba en ningún programa. 
Viendo lo difícil que les resultaba pronunciar los nombres africanos, los maestros y misioneros les elegían enseguida uno en inglés. Mandela comenzó a llamarse Nelson. Nunca pudo enterarse por qué su maestra eligió ese nombre.

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Fallecimiento del padre, el despertar de un niño a una inexorable realidad ...

Cuando tenía nueve años, él y su familia sufrieron una gran conmoción. En una de las visitas mensuales que el padre realizaba a su madre, lo encontró tumbado con un fuerte ataque de tos, mal. Padecía, desde hacía tiempo, una enfermedad pulmonar y recuerda cómo presintió —por más que nadie se lo decía—, que algo grave estaba sucediendo. Los niños y los jóvenes suelen ser más perceptivos.
Su madre y la esposa más joven lo cuidaban con total entrega, sin embargo él decaía más y más. Una noche empeoró, pidió su pipa, ¡les exigió que se la trajeran! ellas cedieron a su deseo aunque al principio, logicamente, se habían negado. Fumó y se calmó, apaciguó su gesto ... Fumó durante una hora y después, con la pipa aún encendida, murió.

No recuerda tristeza. Lo que recuerda es la desorientación, la sensación de estar a la deriva. 
Aunque su madre fuese el centro de su existencia, y sí que lo era, el niño Mandela se definía a sí mismo a través de su padre.
Esta muerte cambiaría radicalmente su vida, todavía no era consciente de cuanto. El primer gran cambio, inesperado totalmente, fue la decisión de su madre de enviarlo fuera de Qunu
No preguntó nada, empacó las pocas pertenencias y, los dos, madre e hijo, emprendieron el viaje hacia su nuevo destino.


Dejar Qunu, plena confianza en su madre ...

Amaba Qunu, era su hogar ... «Antes de desaparecer tras las colinas me volví para mirar la aldea, pensando que sería por última vez. Vi las sencillas chozas y la gente ocupada en sus tareas, el arroyo donde había chapoteado y jugado con los otros chicos, los campos de maíz y los verdes prados donde los rebaños y manadas pastaban perezosamente. Imaginé a mis amigos cazando pequeños pájaros, bebiendo la dulce leche directamente de la ubre de la vaca y haciendo cabriolas, chapotenando en el estanque que había en un extremo del arroyo... mis ojos descansaron en las tres sencillas chozas donde había disfrutado del amor y protección de mi madre, eran mi felicidad, y lamentaba no haberlas besado una por una antes de partir. No podía imaginar el futuro que me aguardaba ...»

Después de un viaje agotador con su madre, con la que no hablaban mucho [es que no lo necesitaban], pensaba en su decisión. Para él estaba todo bien, lo aceptaba dócilmente, ni una sola vez dudó de su amor ni de su inteligencia. La de una madre que toma las riendas del destino de su hijo.


Llegada al Gran Lugar Mqhekezweni, su nuevo hogar, aprender liderazgo ...

Al llegar a la nueva aldea, se detuvo un minuto para mirar... vio una casa grande y hermosa, jamás había visto algo igual: rodeada por huertos y jardines, frutales y campos de maíz. Cerca había una iglesia, y sentados a la sombra de dos inmensos gomeros unos veinte ancianos de la tribu. Una manada de vacas y otra de ovejas pastaban plácidamente en las ricas tierras. Todo maravillosamente cuidado, era una visión de orden y bienestar.
Había llegado al Gran Lugar, Mqhekezweni, la capital provisional de Thembulandia, la residencia real del jefe Jongintaba Dalindyebo, regente en funciones del pueblo thembu.

El asombro no había terminado ahí, se completó con la llegada de Jongintaba, en su enorme automóvil, y el saludo respetuoso de bienvenida de los hombres bajo los gomeros que había visto hacía unos instantes: «Bayete a-a-a, Jongintaba!». Era el saludo tradicional de los xhosas.

Todo en él era confianza y seguridad. Desde su baja estatura, robustez y rostro inteligente, ejercía autoridad. Estrechó la mano de cada uno de los ancianos. Más tarde supo que ellos constituían, nada menos que, el más alto tribunal de justicia de los thembus.
Esa imponente personalidad era el regente que iba a convertirse en el tutor de Mandela

Comprendió que se le habría un nuevo mundo. 
Con mucha sinceridad cuenta, como ante la riqueza, ante esas «majestuosidades» a sus ojos de niño, nuevas ambiciones —que no sabía que existiesen—, se despertaban. Hasta entonces su afán se había limitado a comer bien y ser campeón de lucha con la pértiga. Quizá las creencias y lealdades que conformaban los cimientos construidos por sus padres, empezaban a desvanecerse. Fue un darse cuenta que la vida podía ofrecerle algo más.

Tras la muerte de su padre, Jongintaba se había ofrecido a ser su protector, tratarlo como a un hijo más, y asegurarle que disfrutara de las mismas ventajas y oportunidades.
Le debía ese favor, gracias a Gadla Henry Mphakanyiswa se había convertido en jefe supremo en funciones.

La despedida con su madre fue tranquila, sin ningún gesto exagerado ni dramatismo. Ambos sabían que la educación que le aguardaba lo prepararía para hacer frente al mundo. Su tierna mirada lo dijo todo: —¡Sé fuerte, hijo mío!
Él ya estaba con la cabeza en otra cosa, exaltado con los deleites de su nuevo hogar y vistiendo las elegantes ropas que su tutor le había comprado.

Se adaptó rapidamente al Gran Lugar, como si hubiese crecido allí. En Mqhekezweni todo era mágico: ir a la escuela, arar, conducir carretas, cabalgar, bailar al ritmo de los hermosos cantos de las vírgenes thembu.
Era una misión de la Iglesia metodista y estaba bastante occidentalizada, en la ropa, por ejemplo.
También él la usaba, como los dos hijos de Jongintaba: Justice era el varón y el mayor, y Nomafu era la hija; con ellos compartía todas las actividades. Más tarde se les unió Nxeko, el hermano mayor de Sabata, heredero del trono. Siempre estaban juntos, el regente y su esposa lo criaron con gran cariño, exigencia y sentido de la justicia.

Su relación con Justice, cuatro años mayor, fue muy especial. Lo admiraba, era todo lo que cualquier muchacho quiere ser: magnífico deportista, apuesto, alegre, extrovertido, estudiante adelantado ... Eran diferentes, Mandela era serio e introvertido, aún así se hicieron grandes amigos. Él heredaría una de las jefaturas más poderosas de la tribu.

La religión cristiana [la de los blancos] formaba ya parte de su vida cotidiana. Las escuelas de las misiones cumplían un importante rol en la formación de los africanos. Asistía a la Iglesia Metodista todos los domingos con el regente y su familia. El templo, atestado de gente, escuchaba fascinado las palabras del reverendo. 
Ambas doctrinas, éstas y las de su cultura coexistían en incómoda armonía.

Las ideas que desarrolló más tarde acerca del liderazgo tuvieron mucho que ver con estos años. Veía la admiración y respeto que despertaba el regente [su tutor], tanto por parte de los blancos como de los negros. En las reuniones tribales a las que asistía, observaba y también aprendía. Jongintaba se rodeaba de sus amaphakathi, un grupo de hombres sabios que conocían la historia y las costumbres.
Escuchaba a todo el mundo, jefes y súbditos. Algunos oradores apelaban a los sentimientos y usaban un lenguaje dramático, otros eran sobrios y objetivos. Estaba permitido, incluso, censurar al regente; la crítica era permitida y por más grave que fuera la acusación, el regente debía escuchar hasta el final sin defenderse. Luego se llegaba a los consensos por unanimidad que bien podía ser un desacuerdo, vale decir la decisión de esperar un momento más propicio para la definición de un problema a resolver.
Entonces era el turno del regente. Resumía todo lo dicho y, sin imponer ninguna conclusión, propiciaba algún tipo de consenso entre las diversas posturas.

El gobierno de la mayoría era una idea extranjera. Una minoría no podía verse aplastada por la mayoría.

«Como líder, siempre me he atenido a los principios que vi poner en práctica en el Gran Lugar... intentando escuchar lo que todos tenían que decir antes de aventurar mi propia opinión. No dejo de recordar el axioma del regente: un líder es como un pastor que permanece detrás del rebaño y permite que los más ágiles vayan por delante, los demás les siguen sin percibir que están siendo guiados».

Aprende también sobre la historia africana y descubre a los grandes patriotas que lucharon contra la dominación occidental. Hasta ese momemto sólo se había interesado por todo lo relativo a los xhosa y la historia africana la había conocido a través de los libros británicos. Los ancianos le contaron una historia bastante diferente. A través de ellos supo de la reina blanca que vivía del otro lado del océano. No les parecía «un buen jefe», en lugar de cuidarlos, había traído miseria y perfidia a los pueblos negros. Había destruído la hermandad entre las diversas tribus y con su codicia, se iba apoderando de sus tierras.

Si bien se había adaptado rápido a Mqhekezweni, muchas veces se sintió un pueblerino. Los jóvenes muchas veces se sienten en inferioridad de condiciones y aprenden solos a sobreponerse y a desarrollar sus seguridades.
Y Mandela tuvo que sobrellevar lo mejor que pudo algunas burlas de sus compañeros. Hizo lo posible por parecer sofisticado y de mundo, pero... sobre todo, por el lado de las atracciones y seducción no le resultó tan fácil. Recuerda anécdotas muy graciosas de como comportarse en una mesa sin parecer un salvaje, o de vencer la timidez y animarse con una chica que le gustaba.


La circuncisión, otra era la historia ...

En la tradición xhosa, a los dieciseís años, a todo varón le llega la hora de convertirse en hombre, y esto es a través de la circuncisión. Es la incorporación formal de los varones a la sociedad. Sólo a partir de esta práctica pueden heredar, casarse y oficiar en los rituales de la tribu.

Cuando le tocó su turno, lo hizo con un grupo de veintiseís jóvenes, donde la figura principal era Justice.
Era el paso de la adolescencia a la madurez, un período sagrado que duraba varios días y consistía en estar aislados, viviendo en dos chozas en Tyhalarha, junto al río Mbashe. Todo se hacía según los ritos y costumbres de su pueblo.

La circuncisión es una prueba de valor y estoicismo. No se emplea anestésico alguno. Hay que sufrir en silencio.

Fueron llevados al alba a bañarse en las frías aguas del río. La ceremonia comenzaba con el batir de los tambores, y a partir de ahí esperar su turno, sentados sobre las esteras con las piernas abiertas, con gran nerviosismo y con la firme determinación de no moverse ni gritar, mucho menos llorar.


«Había dado el paso esencial en la vida de todo varón xhosa. Ahora podía casarme, crear mi propio hogar y arar mi propio campo... Sentí que me había desprendido del último resto de mi infancia».

Sin embargo, la felicidad que sentía, de repente se enturbió al escuchar el discurso del principal orador del día:

«He ahí a nuestros hijos. Jóvenes, sanos y hermosos, la flor y la nata de la tribu xhosa, el orgullo de nuestra nación. Acabamos de circuncidarles siguiendo un ritual que les promete la hombría, pero estoy aquí para decirles que no es más que una promesa vacía e ilusoria. Es una promesa que jamás podrá ser cumplida, porque nosotros los xhosas, y todos los sudafricanos negros, somos un pueblo conquistado. Somos esclavos en nuestro propio país. Somos arrendatarios de nuestra propia tierra. Carecemos de fuerza, de poder, de control sobre nuestro propio destino en la tierra que nos vio nacer...».

Escuchar esas palabras lo hizo caer en una realidad muy dura. Todo el potencial, la inteligencia, la capacidad, desperdiciada. No tener libertad ni independencia era el peor de los destinos.
Se sintió irritado, esas no eran las palabras que quería escuchar. Mandela creía en la educación y en todos los beneficios que había traído el hombre blanco. Lo veía como a un benefactor, no como a un opresor.
Sin embargo, esa cruel verdad en la que no creía o no quería creer, plantaron una semilla. Y un tiempo después comprendió cuán ignorante había sido y a qué respondía su enojo.

Seguir sus estudios, otro destino, un cambio ...

Su destino no era como el la mayoría [trabajar en las minas de oro del Reef], él debía prepararse para convertirse en un buen consejero de Sabata. Ser guía del líder era ser consejero real.
Por primera vez iba a ir mas allá del río Mbashe para llegar al internado de Clarkebury y estaba realmente impaciente por conocer su nuevo centro de estudio. Era la institución de enseñanza para africanos más avanzada de Thembulandia, escuela secundaria y formador de profesores.
El regente lo llevó personalmente, después de agasajarlo con alegres y pintorescas despedidas. Por primera vez le dió algunos consejos: le pidió que su conducta fuese siempre un motivo de orgullo y que prestara especial atención y obediencia al reverendo Harris, el director de la escuela thembu.

Dada su descendencia, creyó que como había ocurrido en la escuela anterior, gozaría de alguna deferencia. Se equivocó, a nadie le importaba que fuese descendiente del ilustre Ngubengcuka, no era alguien especial por sus antepasados, tendría que abrirse camino por su propia capacidad.

Además de abocarse al estudio, aprendió a amoldarse a la rigurosidad del sistema casi militar y desarrolló el gusto por los deportes, tenis y fútbol especialmente. También aprendió a trabajar en el jardín, ya que pasaba sus horas libres ayudando al reverendo Harris con sus plantas y en su huerta familiar, disfrutando de largas e íntimas charlas. Este hombre fue un importante ejemplo, alguien consagrado a hacer cosas valederas para el prójimo.
Lo que de él aprendió, junto con la jardinería y el cultivo de hortalizas, lo acompañó toda su vida, especialmente en momentos muy duros que todavía ni sospechaba iba a tener que sufrir.

Aprendió a controlar y administrar bien sus tiempos. Así obtuvo su título en dos años, en lugar de los tres de constumbre.
Cuando dejó el internado, se dió cuenta que si bien había ampliado sus horizontes, no era el joven libre de prejuicios y de mentalidad abierta que uno podría imaginar. Había conocido gente de todo el Transkei, de Johannesburgo y Basutolandia, personas sofisticadas y cosmopolitas. Él seguía siendo un thembu, y no se sentía mal por eso. Quizá sí ser un poco provinciano, pero orgulloso al fin de sus raíces y conforme, en esos tiempos, con su destino de convertirse en consejero del rey thembu.


Estudios superiores, otro lugar ...

A los diecinueve años fue a la escuela wesleyana de Fort Beaufort, a unos doscientos km de Umtata. Allí se reunió con Justice, su amigo y futuro rey thembu.
Healdtown era aún más impresionante y hermosa que la escuela anterior, y como ésta, era un centro educativo perteneciente a la misión de la Iglesia Metodista donde se impartía una enseñanza cristiana y liberal basada en el modelo inglés. Fort Beaufort era una ciudad blanca, pero anteriormente habían sido tierras de tribus xhosas.

El director de la institución se jactaba de tener ascendencia aristocrática, lo recalcó en su discurso inagural y todos aplaudieron, profundamente agradecidos de que un descendiente del duque de Wellington tuviera la condescendencia de educar a unos pobres nativos como ellos.

Estaban convencidos que el inglés culto era «el modelo» y que las ideas inglesas eran las mejores. Aspiraban a ser «ingleses negros».

Allí vivió una rigurosidad al extremo: madrugar, horario inflexible para todo, comida bastante magra, lo imprescindible. 

Conoció a mucha gente, llegaban estudiantes de todo el país y tuvo su primer amigo sotho, Zachariah Molete. Era muy audaz de su parte tener un amigo que no fuera xhosa.
Una experiencia parecida la tuvo al ver como un profesor se había casado con una chica de otra tribu. Los matrimonios intertribales no eran frecuentes todavía.
Esas circunstancias empezaron a minar su conservadurismo, y a repensar las ideas tabú del tribalismo. Empezar a pensar como africano, no ya como thembu, ni siquiera como xhosa.

Siendo alto y delgado, lo animaron a probar con la carrera de fondo. Entrenó con ganas, disfrutando de esa disciplina exigente y de la soledad que lo ayudaba a pensar. También incursionó en el boxeo, años más tarde le dedicaría más tiempo.

Hubo una visita inesperada en Healdtown que causó una gran conmoción, y fue la del poeta xhosa Krune Mqhayi. Él era un cantor de alabanzas y una especie de historiador dentro de la tradición oral, recitaba un tipo de poesía con un sentido especial para su pueblo.

La imagen del poeta, vestido con un kaross de piel de leopardo, sombrero y una lanza en cada mano, caminando al lado del ilustre doctor Wellington, el director, ¿se imaginan el contraste? 
El negro con ropas tribales y el flemático inglés con impecable traje hecho a medida, causaban ... bueno, todo un impacto, algo «electrizante» me imagino.

Una vez ubicados en el escenario, Mqhayi comenzó a hablar en xhosa, lenta y dubitativamente. Mandela se descepcionó un poco. 
Al cabo de unos minutos, se dirigió a los etudiantes con una nueva energía. No les habló del solapamiento de las dos culturas. No. Les habló del choque brutal entre lo que es nativo y bueno, y lo que es foráneo y malo. Les dijo:

«No podemos permitir que estos extranjeros a quienes no les preocupa nuestra cultura se apoderen de nuestra nación».

Y predijo que algún día lograrían una histórica victoria sobre el intruso.

Mandela no podía creer lo que oía, no podía creer tanta audacia. Hablar así en ese lugar. Los dejó completamente sorprendidos a todos, y es como que también los despabiló. Comenzó a alterar la manera en que consideraba a los blancos, de los que recibía lo que más valoraba: su educación. Los jóvenes van aprendiendo que el hecho de recibir no te hace eterno deudor ni establece una valorización incuestionable del que te provee.

Lo aplaudieron de pie, estimulados y confusos. Orgullosos. 

Ya estaba transcurriendo sus últimos días en Healdtown, y en su mente bullían multitud de ideas nuevas, a veces contradictorias. Se debatía entre el orgullo y el sentimiento de hermandad. Aprendió que los africanos de todas las tribus tenían mucho en común. Allí estaba Mqhayi, que le había mostrado cómo un africano podía plantarle cara a un hombre blanco, y aún así seguir luchando para obtener beneficios de ellos, lo que a veces requería un mayor o menor grado de sometimiento.


La Universidad ...

El regente estaba convencido que tenía que seguir estudiando y lo animó a que siguiera leyes.

A los veintiún años Mandela fue a estudiar a la universidad de Fort Hare, en el municipio de Alice, a unos 30 km de Healdtown. Era la única universidad para negros en toda Sudáfrica y para él, como para la mayoría de los jóvenes negros, era Oxford y Cambridge, Harvard y Yale, todo junto. Significaba una gran oportunidad, representaba acceder a la excelencia.

No le importaba que su regente no le enviara dinero, ni tampoco tanto que la universidad fuera un centro misional. Muchos criticaban el carácter colonialista de su filosofía, pero él consideraba que los beneficios que tenía, pudiendo acceder a una educación superior, compensaban esas desventajas con creces. Acceder a una universidad de tanto prestigio era una oportunidad que no iba a dejar escapar.
Fort Hare había sido «hogar e incubadora de algunos de los mejores cerebros del continente».

Allí conoció a K. D. Matanzima, quien lo tomó enseguida bajo su protección. Era unos años mayor y cursaba el tercer ciclo de la carrera. Muy seguro de sí, buen deportista y practicante de la Iglesia Metodista, lo admiró desde el primer momento. Forjaron una amistad profunda, así como antes lo había hecho con Justice, con quien también había compartido tanto, y lo seguiría haciendo.

Ahora era más fuerte y podía tener una mayor y mejor participación deportiva, tanto en fútbol como en las carreras a campo traviesa.
Correr le enseñó mucho. En este deporte, el entrenamiento es más importante que cualquier aptitud natural, y esta voluntad y determinación, que formaban parte de su carácter, le permitió compensar el talento que no tenía.
Este principio lo aplicó en otros terrenos. Observaba como estudiantes con un gran talento natural, desperdiciaban buenos resultados por falta de disciplina y paciencia. Y lo tomó como una advertencia para algo a evitar.

Dando clases de la Biblia conoció a Oliver Tambo, el que llegó a ser un importante político anti-apartheid y figura central en el Congreso Nacional Africano.

Hacía teatro, salía a bailar, se divertía.... todo alternado con las clases y estudios propios de la carrera. Es que Fort Hare tenía un gran nivel de sofisticación, tanto intelectual como social. Sobre todo a los ojos de un chico de pueblo como él.
Todo era muy atrayente, pero de vez en cuando, añoraba alguno de los placeres sencillos... esos como comer mazorcas asadas. 
Y como por suerte no era el único, enseguida encontró «cómplices» y todos se la rebuscaron para darse esos humildes lujos, en alguna que otra escapada nocturna y fogata clandestina.


Cambios políticos ...

En Fort Hare, todas las noches escuchaban en la radio los emocionantes discursos de Winston Churchill. Seguían con gran interés la situación militar en Europa, el desarrollo de la II Guerra Mundial
Tenían el «honor» de contar con la presencia de Jan Smuts, el gran estadista mundial, defensor de inglaterra en Sudáfrica y candidato a primer ministro de Inglaterra.
De primera mano escuchaban entusiasmados sus discursos abogando a favor de que Sudáfrica declarase la guerra a Alemania.

A Mandela le resultaba un personaje simpático: «Me importaba más que hubiera contribuído a la Fundación de la Liga de las Naciones que el hecho que hubiese reprimido las libertades de mi país», confiesa valientemente arrepentido.

Él les pedía que se sumaran a la batalla por la libertad de Europa, «olvidando» que carecían de las propias libertades en su país. Toda una paradoja.

Esta visita provocó fuertes dicusiones entre los estudiantes. Uno de ellos acusó a Smuts de ser un racista, y gritó a los cuatro vientos que los ingleses los habían oprimido mientras intentaban «civilizarlos».
Mandela escuchó hablar por primera vez del Congreso Nacional Africano, del que este compañero contestatario era miembro.

Finalmente Sudáfrica declaró la guerra a Alemania y Smuts se convirtió en primer ministro.


*     *     *

Pensar de manera crítica, cómo se gestan los cambios ...

Mandela tenía un amigo, Paul Mahabane. Habiéndolo invitado a pasar unos días con él en el Trankei, un día van de paseo a Umtata, la capital.
El padre de Paul había sido presidente del Congreso Nacional Africano, la organización que les mencioné anteriormente y de la que Mandela apenas tenía conocimiento.
En Umtata, Paul pone en evidencia su reveldía y su manera de pensar acerca del despotismo británico hacia la población negra. Tienen un incidente con un comisario blanco del lugar, una típica situación de abuso de poder. 
Mandela admiró la valentía de su amigo que hizo valer sus derechos, pero también reconoció que lo hizo sentir un poco incómodo. Respetó su coraje, aunque en ese momento, admite,  no se sintiera listo para seguir su ejemplo, sin embargo...
Empieza a comprender que un hombre negro no tenía por qué tolerar las docenas de pequeñas indignidades a las que se veía sometido día tras día.

Le faltaba sólo un año para recibirse. Se concentró en eso. ¡Un título universitario! ¡El pasaporte al éxito!
Les habían repetido hasta el cansancio que pertenecían a la élite de los africanos. Y él estaba convencido de que el mundo sería suyo. Podría por fin, construirle una casa en Qunu a su madre, devolver a su familia toda la riqueza y prestigio perdidos. Ese era su sueño.

Mientras tanto, fue elegido para formar parte en el Consejo de Representación de los Estudiantes. Un Consejo que hasta ese momento era más la cara de la Institución que la representación misma de los jóvenes.
Ignoraba las dificultades que le podría acarrear ser parte de una elección estudiantil.

Estas elecciones fueron llevadas a cabo con mucha manipulación por parte de la institución académica y él, como la gran mayoría, no estuvieron de acuerdo y la boicotearon. Seis de ellos, entre los que se encontraba Mandela, fueron elegidos por dos veces consecutivas. Sin embargo, fue él el único que no quiso aceptar el cargo, lo veía moralmente incorrecto.
El director, el doctor Kerr, fundador de Fort Hare, le advirtió que debía aceptar sí o sí, sino se vería obligado a expulsarlo.

Se imaginan la conmoción, la angustia que sintió esa noche. Finalmente, al día siguiente, muy confundido, se presentó en el despacho del director y le dijo firmente que no podía formar parte del Consejo.
¿Una insensatez de su parte? ¿Abandonar la universidad por defender sus principios?
 Había algo en su interior que le permitía tomar esta decisión, aun sabiendo las drásticas consecuencias. Estaba convencido que le tendrían que haber permitido dimitir del Consejo si ese era su deseo. Aquello era una injusticia. De repente veía al Dr Kerr en todo su totalitarismo. ¡Y pensar que un tiempo atrás lo había admirado!


Se sintió instalado en una especie de desagradable limbo.

Volver a Mqhekezweni, afrontar a su tutor ...

Hacerle frente al regente, su tutor, el hombre que le había dado la gran oportunidad de ser alguien, no fue fácil. 
Ni bien llegó a Mqhekezweni le contó lo ocurrido. El regente, como era de esperar, se enfureció, no entendió razones y le comunicó que debía pedir perdón al director, aceptar sus condiciones y volver a Fort Hare en el otoño siguiente.

Y esa no fue la única mala decisión que tendría que acatar. También le había elegido esposa, una para él y otra para Justice. Ya estaba concertado el matrimonio para los dos y por supuesto que la parte sentimental no contaba, y menos la romántica. Él actuaba según las leyes y las costumbres thembus.

Para ese entonces, Mandela, tenía una mentalidad más de avanzada. En la escuela y universidad había tenido amoríos e historias con mujeres, además, era un romántico. Aunque no estaba aún preparado para revelarse ante el sistema político del hombre blanco, sí lo estaba para ir en contra de ese tipo de normas sociales de su pueblo.

Habiendo fracasado en los intentos de persuasión, aún con el apoyo de la reina, esposa del regente, decidieron con Justice tomar el único camino que les quedaba: escaparse. 
Esperaron el momento oportuno y se marcharon a Johannesburgo, no sin sortear pocos imprevistos.

En la década de 1940, viajar en tren era tarea complicada. Todos los negros mayores de dieciseís años tenían que llevar obligatoriamente «pases para nativos» y otros documentos de viaje expedidos por un patrón o tutor.

A pesar de tantos requisitos, de la persecución del regente, de las trampas y engaños que tuvieron que sacar de la galera para no caer en prisión o en las que para ese momento eran ya garras del regente enfurecido, llegaron a la magnífica Johannesburgo, eGoli como la llamaban, «lugar de oro» en zulú. 

Allí todo fue sorpresa, asombro y deslumbramiento.

Había llegado el final de lo que nos había parecido un largo viaje, pero era de hecho el comienzo de un viaje mucho más largo y penoso que me pondría a prueba en formas que jamás podría haber imaginado en aquel momento.


*     *    * 
 

Resumo: irse de la casa de los padres y madurar creciendo, estudiar con disciplina  dándose el tiempo para la diversión y el deporte, elegir bien a sus amigos aceptando a los distintos a uno, valorar la voz de los ancianos haciéndoles comprender los cambios, desarrollar las propias capacidades y no valerse de ventajas heredadas, conocer la historia y aprender a leer la realidad política, emancipar la mente de prejuicios arraigados y cambiar la manera de pensar cuantas veces haga falta, arriesgar, atreverse, afrontar y confrontar, comprometerse...
Y podríamos seguir, ¿no? tanto aprendemos de esta vida.







El domingo 15 de diciembre pasado Mandela fue sepultado en Quno. Después de varios días de ceremoniales y de haberse aquietado tantísimas muestras de afecto en el mundo entero, he querido hablar de sus primeros años y juventud 
Estos años son los que marcan la personalidad de una persona, a mi modo de ver. Conocerlos es lo que les propongo: con mis notas y con el libro, y así saber donde nació su habilidad para irradiar las cualidades que tanto nos sedujo y atrajo. Este imán lo logra con el mejor de los efectos: inspirándonos a hacer algo por los demás, en grande o pequeño. 
De los años transcurridos en esta etapa van a tener imágenes tan evocativas que, estoy segura, los van a llevar a darse cuenta que esas tierras no son tan lejanas, y menos aún lo son los hombres que allí la habitan.

C. G. 




Mis notas, información, lecturas:


- El pueblo de Mandela, Quno, sepultura:  pese a sus 27 años en la cárcel y a una trayectoria de dirigente internacional, nunca perdió el contacto con sus raíces ni con la cultura de su pueblo Xhosa, en la que afirma haber tomado sus valores esenciales. Descendiente colateral de un linaje real, el domingo volverá al pueblo para descansar en la tumba familiar, junto a sus padres y a tres de sus hijos fallecidos.
El domingo 15 de diciembre será enterrado en Qunu.

 - La Isla  Robben: en Table Bay, a 12 km de la costa de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Su nombre en holandés significa «isla de las focas». Antigua prisión que mantuvo a Mandela encerrado durante la mayor parte de sus 27 años de encarcelamiento. 
Con más de tres siglos de historial plagado de atrocidades, los holandeses primero y luego los británicos, confinaban aquí a los negros que se revelaban a la dominación colonial, lo usaban como leprosorio, manicomio y cárcel para delincuentes de toda índole.
Recomiendo el artículo «La Isla de Mandela», por Mario Vargas Llosa. Allí, el escritor peruano comienza la historia en este lugar, desde aquel desdichado invierno de 1964 cuando Nelson Mandela desembarcó en la isla para cumplir su condena de trabajos forzados a perpetuidad, un destino aciago y angustioso para cualquier persona.
http://espaciolaical.org/contens/26/7072.pdf


- Primera Guerra Mundial: del 28 de julio 1914 al 11 de noviembre 1918.

- Pandemia de gripe de 1918: o mal llamada gripe española, 1918-1919; fue una cepa letal de la gripe común denominada gripe A. Se la llamó «española» porque mientras en otros países ocultaban información, España reconoció e hizo pública la epidemia, por lo que se la consideró el epicentro de la misma. Se calcula que mató entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo. 

-Sudáfrica sufrió una de las más crueles e intransigentes conquistas: en 1652 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales inició la colonización de Sudáfrica al establecer un asentamiento en donde actualmente se levanta Ciudad del Cabo.
Los colonos holandeses, pocos en cantidad, se dedicaron a la agricultura y a la guerra contra las poblaciones autóctonas, caracterizándose por su alto grado de violencia y unidad. A esta inmigración se sumaron alemanes y hugotones franceses.
Las disputas entre los colonos europeos y los grupos nativos más belicosos caracterizó esta época de la colonización.

 En 1795, los británicos tomaron Ciudad del Cabo y la anexaron en 1806, pese a la resistencia militar que presentaron los «boers», forma en que se denominaban a los colonos europeos que habitaban el lugar. Los británicos utilizaron a nativos como intermediatios en el intercambio de mercaderías, se opusieron a la captura de esclavos y entraron en conflicto con los boers, esclavistas intransigentes, que pasaron a autodenominarse «afrikaaners». 
La ocupación británica desató otros importantes conflictos. Uno de los más amargos fue la guerra entre los boers y el imperio zulú. La batalla de Río Sangriento, en 1838 finalizó con la derrota de los 12.000 guerreros zulúes a manos de unos 450 boers. En 1860 los colonos fundaron la Republica de Sudáfrica como entidad separada del Imperio colonial británico.


En diciembre de 1880, estalló la Primera Guerra de los Boers [resistencia a la política británica y por intereses económicos, oro principalmente], y en 1899 se dio inicio a la Segunda Guerra con la invasión de las tropas afrikaaners a Ciudad del Cabo y Natal.
Los boer se rindieron en 1902, tras sufrir una fuerte represión contra ellos y sus familias, propiedades y cárcel en campos de concentración.

En 1910 el gobiernos británico aumentó la autonomía de la colonia pero mantuvo en control político y económico de la región.

 En 1912 se asignó el 7% de las tierras del país a los «batustanes», como se llamaba a los territorios cedidos a los negros, que representaban tres cuartos de la población total, y el 93% restante quedó en manos de los blancos, que eran menos de un 10%. 

En 1923 el Native Urban Act prohibió por completo que los negros se instalaran en  ciudades «de blancos», y los sometió a una vigilancia extrema.
  
Glosario

-veld: [inglés, veldt; afrkaans, weld], campo o meseta; se designa con este término el tipo de estepa africana característica de la región meriodional del continente.

El libro cuenta con un completo glosario e índice analítico.
 





































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