Guy de Maupassant
[1850- 1893]
El buen caminante.
El artesano que amó a su madre, a Flaubert y a Normandía.
Guy de Maupassant [1850-1893] par Nadar [1820-1910] |
Guy de Maupassant nació un 5 de agosto del año 1850 en el castillo de Miromesnil de Tourville-sur-Arques [Sena Marítimo, Normandía], a 142 km de París. Un lugar para visitar y recrear la atmósfera de los paisajes que encontramos en sus ficciones, lugares que siempre echará de menos y que buscará como quien busca el paraíso perdido de inocencia y salud. Quedará el otro, el paisaje humano —excelentemente descrito— que descubriremos y admiraremos en la lectura.
Si quisieran recordarlo leyendo un buen cuento, una buena novela, una narración que los atrapará desde la primera frase, no tienen más que recurrir a su obra, esa que seguramente tendrán en algún rincón olvidado de la biblioteca.
Contemporáneo de un gran novelista español, para muchos el mejor después de Cervantes, Benito Pérez Galdós [1843-1920] y discípulo de Gustave Falubert [1821-1880], su maestro y amigo, un padre.
También se nutre de otros grandes escritores, como el ruso, Iván Tourgueniev [Padre e hijos] —a él le dedica Maupassant La casa Tellier—, Alphonse Daudet [Sapho], Edmond de Goncourt, quien recordarán escribía con su hermano Jules... Una época rica en literatura. Podríamos decir entonces, que Maupassant nació literariamente en el Realismo de Honoré de Balzac [1799-1850] y murió en el Naturalismo de Taine [1828-1893] o Émile Zola [1840-1902].
Pero, él no tenía doctrina, detestaba las teorías literarias, sí tiene una lucidez despiadada, excepcional agudeza y desoladora verdad.*
Sus novelas han sido muy comentadas, llevadas al cine y al teatro. Dándonos una vuelta por ahí recordamos a Bel Ami [1885], Una vida [1883] o Mont- Oriol [1887]. Tiene muchas más, en diez años publica siete novelas y más de doscientos ochenta cuentos y relatos.
El arte del cuento... sin duda lo tiene a él entre sus máximos modelos. Sobriedad, poner el acento sobre una acción, destacar un rasgo de sus personajes, concisión, la emoción en breves sacudidas,... son algunas de los aspectos que vamos a admirar.
«Maupassant impregna sus relatos de sensualidad, incluso de erotismo, y de cierta cruel brutalidad».
Y ahora un cuento o nouvelle elegido, un clásico para leer y escuchar, donde la impresión tiene más valor que cualquier razonamiento, y algo de sobresalto e inquietud no vienen nada mal.
Es el más conocido de sus cuentos fantásticos. El neologismo de su título acrecienta la prisa por leerlo. Y el relacionarlo con lo que ocurriría con su propia vida siete años más tarde, no deja de impresionarnos.
Narrado en primera persona, a la manera de un diario íntimo, el protagonista nos irá sumergiendo en su tormentosa angustia, nunca imaginada, nada predecible cuando vemos el paisaje y sentimos el deleite que lo rodea en los primeros párrafos.
«El horla»
[1886]
8 de mayo
¡Qué hermoso
día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo
el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región,
y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y
delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus
abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las
costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de
hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire
mismo.
Adoro la
casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del
camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho
Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
¡Quelle journée admirable! ¡J´aime la Seine, la grande et large Seine!
A lo lejos y
a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas
y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro
de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas
hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce
que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o
disminuya.
¡Qué hermosa
mañana!
A eso de las
once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un
remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su
chimenea un humo espeso.
Después,
pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del
cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y
reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al
contemplarlo.
11 de mayo
Tengo algo
de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.
¿De dónde
vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en
desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire, el aire
invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya misteriosa
proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran alegría y
ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar un corto paseo por la
costa, regreso desolado como si me esperase una desgracia en mi casa? ¿Tal vez
una ráfaga fría al rozarme la piel me ha alterado los nervios y ensombrecido el
alma? ¿Acaso la forma de las nubes o el color tan variable del día o de las
cosas me ha perturbado el pensamiento al pasar por mis ojos? ¿Quién puede
saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que vemos sin mirar, lo que rozamos
inconscientemente, lo que tocamos sin palpar y lo que encontramos sin reparar
en ello, tiene efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables sobre nosotros,
sobre nuestros órganos y, por consiguiente, sobre nuestros pensamientos y
nuestro corazón.
¡Cuán
profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo con nuestros
mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir lo muy grande ni
lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los habitantes de una estrella
ni los de una gota de agua… con nuestros oídos que nos engañan, trasformando
las vibraciones del aire en ondas sonoras, como si fueran hadas que convierten
milagrosamente en sonido ese movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen
surgir la música que trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza… con
nuestro olfato, más débil que el del perro… con nuestro sentido del gusto, que
apenas puede distinguir la edad de un vino.
¡Cuántas
cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros órganos que
realizaran para nosotros otros milagros!
16 de mayo
Decididamente,
estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes pasado! Tengo fiebre, una
fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril que afecta por igual el
alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa sensación de un peligro que
me amenaza, la aprensión de una desgracia inminente o de la muerte que se
aproxima, el presentimiento suscitado por el comienzo de un mal aún desconocido
que germina en la carne y en la sangre.
18 de mayo
Acabo de
consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha encontrado el pulso acelerado,
los ojos inflamados y los nervios alterados, pero ningún síntoma alarmante.
Debo darme duchas y tomar bromuro de potasio.
25 de mayo
¡No siento
ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se aproxima la noche,
me invade una inexplicable inquietud, como si la noche ocultase una terrible
amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trato de leer, pero no comprendo las
palabras y apenas distingo las letras. Camino entonces de un extremo a otro de
la sala sintiendo la opresión de un temor confuso e irresistible, el temor de
dormir y el temor de la cama. A las diez subo a la habitación. En cuanto entro,
doy dos vueltas a la llave y corro los cerrojos; tengo miedo… ¿de qué?… Hasta
ahora nunca sentía temor por nada… abro mis armarios, miro debajo de la cama;
escucho… escucho… ¿qué?… ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno
de la circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación
del funcionamiento tan imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente,
convierta en un melancólico al más alegre de los hombres y en un cobarde al más
valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si esperase al verdugo.
Je me couche, et j´attends le sommeil le bourreau.
Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis piernas se
estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la cama hasta el
momento en que caigo bruscamente en el sueño como si me ahogara en un abismo de
agua estancada. Ya no siento llegar como antes a ese sueño pérfido, oculto
cerca de mí, que me acecha, se apodera de mi cabeza, me cierra los ojos y me
aniquila.
Duermo
durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una pesadilla lo que se
apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y que duermo… lo comprendo y
lo sé… y siento también que alguien se aproxima, me mira, me toca, sube sobre
la cama, se arrodilla sobre mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos
aprieta y aprieta… con todas sus fuerzas para estrangularme.
Trato de
defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos paraliza en los sueños:
quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no puedo; con angustiosos
esfuerzos y jadeante, trato de liberarme, de rechazar ese ser que me aplasta y
me asfixia, ¡pero no puedo!
Y de pronto,
me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo una bujía. Estoy solo.
Después de
esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin tranquilamente hasta
el amanecer.
2 de junio
Mi estado se
ha agravado. ¿Qué es lo que tengo? El bromuro y las duchas no me producen
ningún efecto. Para fatigarme más, a pesar de que ya me sentía cansado, fui a
dar un paseo por el bosque de Roumare.
Pour fatiguer mon corps, j´allai faire un tour dans la forêt de Roumare.
En un principio me pareció que el aire
suave, ligero y fresco, lleno de aromas de hierbas y hojas, vertía una sangre
nueva en mis venas y nuevas energías en mi corazón. Caminé por una gran avenida
de caza y después por una estrecha alameda, entre dos filas de árboles
desmesuradamente altos que formaban un techo verde y espeso, casi negro, entre
el cielo y yo.
De pronto
sentí un estremecimiento, no de frío sino un extraño temblor angustioso.
Apresuré el paso, inquieto por hallarme solo en ese bosque, atemorizado sin
razón por el profundo silencio. De improviso, me pareció que me seguían, que
alguien marchaba detrás de mí, muy cerca, muy cerca, casi pisándome los
talones.
Me volví
hacia atrás con brusquedad. Estaba solo. Únicamente vi detrás de mí el recto y
amplio sendero, vacío, alto, pavorosamente vacío; y del otro lado se extendía
también hasta perderse de vista de modo igualmente solitario y atemorizante.
Cerré los
ojos, ¿por qué? Y me puse a girar sobre un pie como un trompo. Estuve a punto
de caer; abrí los ojos: los árboles bailaban, la tierra flotaba, tuve que
sentarme. Después ya no supe por dónde había llegado hasta allí. ¡Qué extraño!
Ya no recordaba nada. Tomé hacia la derecha, y llegué a la avenida que me había
llevado al centro del bosque.
3 de junio
He pasado
una noche horrible. Voy a irme de aquí por algunas semanas. Un viaje breve sin
duda me tranquilizará.
2 de julio
Regreso
restablecido. El viaje ha sido delicioso. Visité el monte Saint-Michel, que no
conocía.
J´ai fait une excursion charmante.
J´ai visité le mont Saint-Michel que je ne connaissais pas.
¡Qué hermosa
visión se tiene al llegar a Avranches, como llegué yo al caer la tarde! La
ciudad se halla sobre una colina. Cuando me llevaron al jardín botánico,
situado en un extremo de la población, no pude evitar un grito de admiración.
Una extensa bahía se extendía ante mis ojos hasta el horizonte, entre dos
costas lejanas que se esfumaban en medio de la bruma, y en el centro de esa
inmensa bahía, bajo un dorado cielo despejado, se elevaba un monte extraño,
sombrío y puntiagudo en las arenas de la playa. El sol acababa de ocultarse, y
en el horizonte aún rojizo se recortaba el perfil de ese fantástico acantilado
que lleva en su cima un fantástico monumento.
Al amanecer
me dirigí hacia allí. El mar estaba bajo como la tarde anterior y a medida que
me acercaba veía elevarse gradualmente a la sorprendente abadía. Luego de
varias horas de marcha, llegué al enorme bloque de piedra en cuya cima se halla
la pequeña población dominada por la gran iglesia. Después de subir por la
calle estrecha y empinada, penetré en la más admirable morada gótica construida
por Dios en la tierra, vasta como una ciudad, con numerosos recintos de techo
bajo, como aplastados por bóvedas y galerías superiores sostenidas por frágiles
columnas. Entré en esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje,
cubierta de torres, de esbeltos torreones, a los cuales se sube por intrincadas
escaleras, que destacan en el cielo azul del día y negro de la noche sus
extrañas cúpulas erizadas de quimeras, diablos, animales fantásticos y flores
monstruosas, unidas entre sí por finos arcos labrados.
Cuando
llegué a la cumbre, dije al monje que me acompañaba:
—¡Qué bien
se debe estar aquí, padre!
—Es un lugar
muy ventoso, señor —me respondió. Y nos pusimos a conversar mientras mirábamos
subir el mar, que avanzaba sobre la playa y parecía cubrirla con una coraza de
acero.
El monje me
refirió historias, todas las viejas historias del lugar, leyendas, muchas leyendas.
Una de ellas
me impresionó mucho. Los nacidos en el monte aseguran que de noche se oyen
voces en la playa y después se perciben los balidos de dos cabras, una de voz
fuerte y la otra de voz débil. Los incrédulos afirman que son los graznidos de
las aves marinas que se asemejan a balidos o a quejas humanas, pero los
pescadores rezagados juran haber encontrado merodeando por las dunas, entre dos
mareas y alrededor de la pequeña población tan alejada del mundo, a un viejo
pastor cuya cabeza nunca pudieron ver por llevarla cubierta con su capa, y
delante de él marchan un macho cabrío con rostro de hombre y una cabra con
rostro de mujer; ambos tienen largos cabellos blancos y hablan sin cesar:
discuten en una lengua desconocida, interrumpiéndose de pronto para balar con
todas sus fuerzas.
—¿Cree usted
en eso? —pregunté al monje.
—No sé —me
contestó.
Yo proseguí:
—Si
existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los conoceríamos
desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los hayamos visto usted ni yo?
—¿Acaso
vemos —me respondió— la cienmilésima parte de lo que existe? Observe por
ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza; el viento,
que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles y levanta
montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y que arroja contra
ellos a las grandes naves, el viento que mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha
visto alguna vez? ¿Acaso lo puede ver? Y sin embargo existe.
Ante este
sencillo razonamiento opté por callarme. Este hombre podía ser un sabio o tal
vez un tonto. No podía afirmarlo con certeza, pero me llamé a silencio. Con
mucha frecuencia había pensado en lo que me dijo.
3 de julio
Dormí mal;
evidentemente, hay una influencia febril, pues mi cochero sufre del mismo mal
que yo. Ayer, al regresar, observé su extraña palidez. Le pregunté:
—¿Qué tiene,
Jean?
—Ya no puedo
descansar; mis noches desgastan mis días. Desde la partida del señor parece que
padezco una especie de hechizo.
Los demás
criados están bien, pero temo que me vuelvan las crisis.
4 de julio
Decididamente,
las crisis vuelven a empezar. Vuelvo a tener las mismas pesadillas. Anoche
sentí que alguien se inclinaba sobre mí y con su boca sobre la mía, bebía mi
vida. Sí, la bebía con la misma avidez que una sanguijuela. Luego se incorporó
saciado, y yo me desperté tan extenuado y aniquilado, que apenas podía moverme.
Si eso se prolonga durante algunos días volveré a ausentarme.
5 de julio
¿He perdido
la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño que cuando pienso en
ello pierdo la cabeza!
Había
cerrado la puerta con llave, como todas las noches, y luego sentí sed; bebí
medio vaso de agua y observé distraídamente que la botella estaba llena.
Me acosté en
seguida y caí en uno de mis espantosos sueños del cual pude salir cerca de dos
horas después con una sacudida más horrible aún. Imagínense ustedes un hombre
que es asesinado mientras duerme, que despierta con un cuchillo clavado en el
pecho, jadeante y cubierto de sangre, que no puede respirar y que muere sin
comprender lo que ha sucedido.
Figurez-vous un homme qui dort, qu´on assassine, et qui
se réveille avec un couteau dans le poumon,
et qui râle couvert de sang...
Después de
recobrar la razón, sentí nuevamente sed; encendí una bujía y me dirigí hacia la
mesa donde había dejado la botella. La levanté inclinándola sobre el vaso, pero
no había una gota de agua. Estaba vacía, ¡completamente vacía! Al principio no
comprendí nada, pero de pronto sentí una emoción tan atroz que tuve que
sentarme o, mejor dicho, me desplomé sobre una silla. Luego me incorporé de un
salto para mirar a mi alrededor. Después volví a sentarme delante del cristal
trasparente, lleno de asombro y terror. Lo observaba con la mirada fija,
tratando de imaginarme lo que había pasado. Mis manos temblaban. ¿Quién se
había bebido el agua? Yo, yo sin duda. ¿Quién podía haber sido sino yo?
Entonces… yo era sonámbulo, y vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que
nos hace pensar que hay en nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño,
desconocido e invisible anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le
obedece como a nosotros y más que a nosotros.
¡Ah! ¿Quién
podrá comprender mi abominable angustia? ¿Quién podrá comprender la emoción de
un hombre mentalmente sano, perfectamente despierto y en uso de razón al
contemplar espantado una botella que se ha vaciado mientras dormía? Y así
permanecí hasta el amanecer sin atreverme a volver a la cama.
6 de julio
Pierdo la
razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal vez la bebí yo!
10 de julio
Acabo de
hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy loco! Y sin embargo…
El 6 de
julio, antes de acostarme puse sobre la mesa vino, leche, agua, pan y fresas.
Han bebido —o he bebido— toda el agua y un poco de leche. No han tocado el
vino, ni el pan ni las fresas.
El 7 de
julio he repetido la prueba con idénticos resultados.
El 8 de
julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada.
Por último,
el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la leche, teniendo
especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de muselina blanca y de
atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios, la barba y las manos y
me acosté.
Un sueño
irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el atroz despertar. No
me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban manchadas. Corrí hacia la
mesa. Los lienzos que envolvían las botellas seguían limpios e inmaculados.
Desaté los tapones, palpitante de emoción . ¡Se habían bebido toda el agua y
toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!…
Partiré
inmediatamente hacia París.
12 de julio
París. Estos
últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido juguete de mi enervada
imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo o que haya sufrido una de
esas influencias comprobadas, pero hasta ahora inexplicables, que se llaman
sugestiones. De todos modos, mi extravío rayaba en la demencia, y han bastado
veinticuatro horas en París para recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y
visitas, que me han renovado y vivificado el alma, terminé el día en el
Théatre-Francais. Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor
vivaz y pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta
peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a nuestro
alrededor a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos solos durante
mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío.
Regresé muy
contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme con la multitud, pensé,
no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la semana pasada, pues creí,
sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo. Cuán débil es nuestra razón
y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible.
En lugar de
concluir con estas simples palabras: “Yo no comprendo porque no puedo
explicarme las causas”, nos imaginamos en seguida impresionantes misterios y
poderes sobrenaturales.
14 de julio
Fiesta de la
República. He paseado por las calles. Los cohetes y banderas me divirtieron
como a un niño. Sin embargo, me parece una tontería ponerse contento un día
determinado por decreto del gobierno. El pueblo es un rebaño de imbéciles, a
veces tonto y paciente, y otras, feroz y rebelde. Se le dice: “Diviértete”. Y
se divierte. Se le dice: “Ve a combatir con tu vecino”. Y va a combatir. Se le
dice: “Vota por el emperador”. Y vota por el emperador. Después: “Vota por la
República”. Y vota por la República.
Los que lo
dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a hombres se atienen a
principios, que por lo mismo que son principios sólo pueden ser necios,
estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e inmutables, tan
luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y el sonido son
ilusorios.
16 de julio
Ayer he
visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi prima, la señora
Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de Limoges. Conocí
allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor Parent que se
dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas y de los fenómenos
extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias sobre hipnotismo y
sugestión.
Nos refirió
detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los sabios ingleses y
por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que expuso me parecieron tan
extraños que manifesté mi incredulidad.
—Estamos a
punto de descubrir uno de los más importantes secretos de la naturaleza —decía
el doctor Parent—, es decir, uno de sus más importantes secretos aquí en la
tierra, puesto que hay evidentemente otros secretos importantes en las
estrellas. Desde que el hombre piensa, desde que aprendió a expresar y a
escribir su pensamiento, se siente tocado por un misterio impenetrable para sus
sentidos groseros e imperfectos, y trata de suplir la impotencia de dichos
sentidos mediante el esfuerzo de su inteligencia. Cuando la inteligencia
permanecía aún en un estado rudimentario, la obsesión de los fenómenos
invisibles adquiría formas comúnmente terroríficas. De ahí las creencias
populares en lo sobrenatural. Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los
gnomos y los aparecidos; me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues
nuestras concepciones del artífice creador de cualquier religión son las
invenciones más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la
mente atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este pensamiento de
Voltaire: “Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza pero el hombre
también ha procedido así con él”.
“Pero desde
hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo. Mesmer y algunos otros
nos señalan un nuevo camino y, efectivamente, sobre todo desde hace cuatro o
cinco años, se han obtenido sorprendentes resultados.”
Mi prima,
también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo:
—¿Quiere que
la hipnotice, señora?
—Sí; me
parece bien.
Ella se
sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De improviso, me dominó la
turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una opresión en la garganta.
Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora Sablé, y su boca se crispaba y
parecía jadear.
Al cabo de
diez minutos dormía.
—Póngase
detrás de ella —me dijo el médico.
Obedecí su
indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta de visita al
tiempo que le decía: “Esto es un espejo; ¿qué ve en él?”
—Veo a mi
primo —respondió.
—¿Qué hace?
—Se atusa el
bigote.
—¿Y ahora ?
—Saca una
fotografía del bolsillo.
—¿Quién
aparece en la fotografía?
—Él, mi
primo.
¡Era cierto!
Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el hotel.
—¿Cómo
aparece en ese retrato?
—Se halla de
pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en esa tarjeta de
cartulina lo que hubiera visto en un espejo.
Las damas
decían espantadas: “¡Basta! ¡Basta, por favor!”
Pero el
médico ordenó: “Usted se levantará mañana a las ocho; luego irá a ver a su
primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los cinco mil francos
que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese de su próximo viaje”.
Luego la despertó.
Mientras
regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron dudas, no sobre
la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien conocía desde la
infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del médico. ¿No escondería
en su mano un espejo que mostraba a la joven dormida, al mismo tiempo que la
tarjeta?
Los
prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes.
No bien
regresé, me acosté.
Pero a las
ocho y media de la mañana me despertó mi sirviente y me dijo:
—La señora
Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor.
Me vestí de
prisa y la hice pasar.
Sentóse muy
turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el velo:
—Querido
primo, tengo que pedirle un gran favor.
—¿De qué se
trata, prima?
—Me cuesta
mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito urgentemente cinco mil
francos.
—Pero cómo,
¿tan luego usted?
—Sí, yo, o
mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos.
Me quedé tan
asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas. Pensaba que ella y el
doctor Parent se estaba burlando de mí, y que eso podía ser una mera farsa
preparada de antemano y representada a la perfección.
Pero todas
mis dudas se disiparon cuando la observé con atención. Temblaba de angustia.
Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa y advertí que apenas podía
reprimir el llanto.
Sabía que
era muy rica y le dije:
—¿Cómo es
posible que su esposo no disponga de cinco mil francos? Reflexione. ¿Está
segura de que le ha encargado pedírmelos a mí?
Vaciló
durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y luego respondió:
—Sí… sí…
estoy segura.
—¿Le ha
escrito?
Vaciló otra
vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su mente. No sabía. Sólo
recordaba que debía pedirme ese préstamo para su esposo. Por consiguiente, se
decidió a mentir.
—Sí, me
escribió.
—¿Cuándo?
Ayer no me dijo nada.
—Recibí su
carta esta mañana.
—¿Puede
enseñármela?
—No, no…
contenía cosas íntimas… demasiado personales… y la he… la he quemado.
—Así que su
marido tiene deudas.
Vaciló una
vez más y luego murmuró:
—No lo sé.
Bruscamente
le dije:
—Pero en
este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil francos.
Dio una
especie de grito de desesperación:
—¡Ay! ¡Por
favor! Se lo ruego! Trate de conseguirlos…
Exaltada,
unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz cambió de tono; lloraba
murmurando cosas ininteligibles, molesta y dominada por la orden irresistible
que había recibido.
—¡Ay! Le
suplico… si supiera cómo sufro… los necesito para hoy. Sentí piedad por ella.
—Los tendrá
de cualquier manera. Se lo prometo.
—¡Oh!
¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted !
—¿Recuerda
lo que pasó anoche en su casa? —le pregunté entonces.
—Sí.
—¿Recuerda
que el doctor Parent la hipnotizó?
— Sí..
—Pues bien,
fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco mil francos, y en este
momento usted obedece a su sugestión.
Reflexionó
durante algunos instantes y luego respondió:
—Pero es mi
esposo quien me los pide.
Durante una
hora traté infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del
doctor Parent. Me dijo:
—¿Se ha
convencido ahora?
—Sí, no hay
más remedio que creer.
—Vamos a ver
a su prima.
Cuando
llegamos dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El médico le tomó el
pulso, la miró durante algún tiempo con una mano extendida hacia sus ojos que
la joven cerró debido al influjo irresistible del poder magnético.
Cuando se
durmió, el doctor Parent le dijo:
—¡Su esposo
no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe olvidar que ha
rogado a su primo para que se los preste, y si le habla de eso, usted no
comprenderá.
Luego le
despertó. Entonces saqué mi billetera.
—Aquí tiene,
querida prima. Lo que me pidió esta mañana .
Se mostró
tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin embargo, de refrescar
su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo que me burlaba, y poco faltó
para que se enojase.
. . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Acabo de
regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he podido almorzar.
19 de julio
Muchas
personas a quienes he referido esta aventura se han reído de mí. Ya no sé qué
pensar. El sabio dijo: “Quizá”.
21 de julio
Cené en
Bougival y después estuve en el baile de los remeros. Decididamente, todo
depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural en la isla de la
Grenouillère sería el colmo del desatino… pero ¿no es así en la cima del monte
Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo que nos rodea.
Regresaré a casa la semana próxima.
30 de julio
Ayer he
regresado a casa. Todo está bien.
2 de agosto
No hay
novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando correr el Sena.
4 de agosto
Hay
problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los vasos en los
armarios por la noche. El sirviente acusa a la cocinera y ésta a la lavandera
quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable? El tiempo lo
dirá.
6 de agosto
Esta vez no
estoy loco. Lo he visto… ¡lo he visto! Ya no tengo la menor duda… ¡lo he visto!
Aún siento frío hasta en las uñas… el miedo me penetra hasta la médula… ¡Lo he
visto!…
A las dos de
la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba por el sendero de
rosales de otoño que comienzan a florecer.
Me detuve a
observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que tenía
tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que el
tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible:
¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase!
Je vis, près de moi, la tige d´une de ces roses se plier, comme si une main invisible l´eût tordue,
puis se casser, comme si cette main l´eût cueille!
Pui la fleur s´eleva... toute seule...
Luego la flor se
elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia una
boca, y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e inmóvil, como
una pavorosa mancha a tres pasos de mí.
Azorado, me
arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo: había desaparecido. Sentí
entonces rabia contra mí mismo, pues no es posible que una persona razonable
tenga semejantes alucinaciones .
Pero,
¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para buscar el
tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre las dos rosas
que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la mente alterada; en
efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la alternancia de los días y las
noches, de que existe cerca de mí un ser invisible, que se alimenta de leche y
agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por
consiguiente, de un cuerpo material aunque imperceptible para nuestros
sentidos, y que habita en mi casa como yo…
7 de agosto
Dormí
tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella pero no perturbó mi sueño.
Me pregunto
si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo largo de la costa, he
dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como las que he tenido hasta
ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto locos. He conocido algunos que
seguían siendo inteligentes, lúcidos y sagaces en todas las cosas de la vida
menos en un punto. Hablaban de todo con claridad, facilidad y profundidad, pero
de pronto su pensamiento chocaba contra el escollo de la locura y se hacía
pedazos, volaba en fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso,
lleno de olas fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama “demencia”.
Ciertamente,
estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta conciencia de mi
estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo sería un alucinado que
razona. Se habría producido en mi mente uno de esos trastornos que hoy tratan
de estudiar y precisar los fisiólogos modernos, y dicho trastorno habría
provocado en mí una profunda ruptura en lo referente al orden y a la lógica de
las ideas. Fenómenos semejantes se producen en el sueño, que nos muestra las
fantasmagorías más inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque mientras
duerme el aparato verificador, el sentido del control, la facultad imaginativa
vigila y trabaja. ¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles
teclas del teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria
de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha
comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede
sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad de
controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones.
Pensaba en
todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol iluminaba el agua,
sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de amor por la vida, por
las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un motivo de alegría, por las
hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un placer para mis oídos.
Sin embargo,
paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me parecía que una fuerza
desconocida me detenía, me paralizaba, impidiéndome avanzar, y que trataba de
hacerme volver atrás. Sentí ese doloroso deseo de volver que nos oprime cuando
hemos dejado en nuestra casa a un enfermo querido y presentimos una agravación
del mal.
Regresé
entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa una mala noticia,
una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé más sorprendido e
inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión fantástica.
8 de agosto
Pasé una
noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca de mí. Me espía,
me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta más temible, pues al
ocultarse de este modo parece manifestar su presencia invisible y constante
mediante fenómenos sobrenaturales.
Sin embargo
he podido dormir.
9 de agosto
Nada ha
sucedido. pero tengo miedo.
10 de agosto
Nada: ¿qué
sucederá mañana?
11 de agosto
Nada,
siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos pensamientos que
dominan mi mente; me voy.
12 de
agosto, 10 de la noche
Durante todo
el día he tratado de partir, pero no he podido. He intentado realizar ese acto
tan fácil y sencillo —salir, subir en mi coche para dirigirme a Ruán— y no he
podido. ¿Por qué?
13 de agosto
Cuando nos
atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos parecen fallar.
Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros músculos se relajan;
los huesos parecen tan blandos como la carne y la carne tan líquida como el
agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera extraña y desoladora. Carezco
de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y ni siquiera puedo hacer intervenir
mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo
obedezco.
14 de agosto
¡Estoy
perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena todos mis actos,
mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mí; no soy más que un
espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que realizo. Quiero
salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y tembloroso, en
el sillón donde me obliga a sentarme. Sólo deseo levantarme, incorporarme para
sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi
sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos.
De pronto,
siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas y comerlas. Y
voy. Corto fresas y las como. ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será acaso un Dios? Si
lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Misericordia!
¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror!
15 de agosto
Evidentemente,
así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a pedirme cinco mil francos.
Obedecía a un poder extraño que había penetrado en ella como otra alma, como un
alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser
invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza
sobrenatural?
Por
consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún no se
hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan evidente como se
manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo que ha sucedido en mi
casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no regresar más, me salvaría, pero
no puedo.
16 de agosto
Hoy pude
escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra casualmente abierta la
puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo estaba libre y que él se hallaba
lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente y me dirigí a Ruán. Qué alegría
poder decirle a un hombre que obedece: “¡Vamos a Ruán!”
Hice detener
la marcha frente a la biblioteca donde solicité en préstamo el gran tratado del
doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes desconocidos del mundo antiguo y
moderno.
Después,
cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: “¡A la estación!” y grité
—no dije, grité— con una voz tan fuerte que llamó la atención de los
transeúntes: “A casa”, y caí pesadamente, loco de angustia, en el asiento. Él
me había encontrado y volvía a posesionarse de mí.
17 de agosto
¡Ah! ¡Qué
noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería alegrarme. Leí hasta la
una de la madrugada.
Quelle nuit! Jusqu´à une heure du matin...
L´histoire et les manifestatiosn de tous les êtres invisibles rôdant autour de l´homme ou rêves par lui.
Hermann Herestauss, doctor en filosofía y en teogonía, ha
escrito la historia y las manifestaciones de todos los seres invisibles que
merodean alrededor del hombre o han sido soñados por él. Describe sus orígenes,
sus dominios y sus poderes. Pero ninguno de ellos se parece al que me domina.
Se diría que el hombre, desde que pudo pensar, presintió y temió la presencia
de un ser nuevo más fuerte que él —su sucesor en el mundo— y que como no pudo
prever la naturaleza de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo
fantástico de seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo.
Después de leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana
abierta para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la
noche.
Era una
noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado mucho. No había
luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con estremecedores
destellos.
¿Quién vive
en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes, animales o plantas,
existirán allí? Los seres pensantes de esos universos, ¿serán más sabios y más
poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que nosotros ignoramos? Tal vez
cualquiera de estos días uno de ellos atravesará el espacio y llegará a la
tierra para conquistarla, así como antiguamente los normandos sometían a los
pueblos más débiles.
Somos tan
indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este trozo de lodo que gira
disuelto en una gota de agua.
Pensando en
eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche.
Pero después
de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento,
despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un principio no vi nada,
pero de pronto me pareció que una de las páginas del libro que había dejado
abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola. No entraba ninguna
corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al cabo de cuatro minutos,
vi, sí, vi con mis propios ojos que una nueva página se levantaba y caía sobre
la otra, como movida por un dedo. Mi sillón estaba vacío, aparentemente estaba
vacío, pero comprendí que él estaba leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un
furioso salto, un salto de fiera irritada que se rebela contra el domador,
atravesé la habitación para atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero antes de
que llegara, el sillón cayó delante de mí como si él hubiera huido… la mesa
osciló, la lámpara rodó por el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si
un malhechor sorprendido hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas
manos los batientes.
Había
escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí!
Entonces,
mañana… pasado mañana o cualquiera de estos… podré tenerlo bajo mis puños y
aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los perros no muerden y degüellan a
sus amos?
18 de agosto
He pensado
durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus impulsos, cumpliré
sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más fuerte. Hasta que llegue
el momento…
19 de agosto
¡Ya sé… ya
sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo Científico: “Nos
llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura,
comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en
la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes
despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos,
creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles
aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan de sus vidas
mientras los habitantes duermen, y que además beben agua y leche sin
apetecerles aparentemente ningún otro alimento.
“El profesor
don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos eminentes, ha partido para
el Estado de San Pablo a fin de estudiar sobre el terreno el origen y las
manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder aconsejar al Emperador las
medidas que juzgue convenientes para apaciguar a los delirantes pobladores.”
¡Ah! ¡Ahora
recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a mis ventanas
remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan hermoso, blanco y
alegre. Allí estaba él que venía de lejos, ¡del lugar de donde es originaria su
raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y saltó del navío a la costa.
¡Oh, Dios mío!
Ahora ya lo
sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado.
Ha venido
aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos primitivos. Aquel que
exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban los brujos en las noches
oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los presentimientos de los
transitorios dueños del mundo adjudicaban formas monstruosas o graciosas de
gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. Después de las groseras
concepciones del espanto primitivo, hombres más perspicaces han presentido con
mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y hace ya diez años que los médicos han
descubierto la naturaleza de su poder de manera precisa, antes de que él mismo
pudiera ejercerlo. Han jugado con el arma del nuevo Señor, con una facultad
misteriosa sobre el alma humana. La han denominado magnetismo, hipnotismo,
sugestión… ¡qué sé yo! ¡Los he visto divertirse como niños imprudentes con este
terrible poder! ¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado
el… el… ¿cómo se llama?… el… parece que me gritara su nombre y no lo oyese… el…
sí… grita… Escucho… ¿cómo?… repite… el… Horla… He oído… el Horla… es él… ¡el
Horla… ha llegado!…
¡Ah! El
buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero; el león ha
devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte al león con la
flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre lo que nosotros
hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su cosa, su servidor y
su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros!
No obstante,
a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica… yo también quiero… yo
podría hacer lo mismo… pero primero hay que conocerlo, tocarlo y verlo. Los
sabios afirman que los ojos de los animales no distinguen las mismas cosas que
los nuestros… Y mis ojos no pueden distinguir al recién llegado que me oprime.
¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora las palabras del monje del monte Saint-Michel:
“¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el
viento que es la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba
hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de
agua en el mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las
grandes naves; el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted
alguna vez? ¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!”
Y yo seguía
pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni siquiera distinguen los
cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el vidrio. . . Si un espejo sin
azogue obstruye mi camino chocaré contra él como el pájaro que penetra en una
habitación y se rompe la cabeza contra los vidrios. Por lo demás, mil cosas nos
engañan y desorientan. No puede extrañar entonces que el hombre no sepa
percibir un cuerpo nuevo que atraviesa la luz.
¡Un ser
nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿ Por qué nosotros íbamos a ser
los últimos? Nosotros no los distinguimos pero tampoco nos distinguían los
seres creados antes que nosotros. Ello se explica porque su naturaleza es más
perfecta, más elaborada y mejor terminada que la nuestra, tan endeble y
torpemente concebida, trabada por órganos siempre fatigados, siempre forzados
como mecanismos demasiado complejos, que vive como una planta o como un animal,
nutriéndose penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las
enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con
dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra
grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y
poderoso.
Existen
muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por qué no podría
aparecer una más, después de cumplirse el período que separa las sucesivas
apariciones de las diversas especies?
¿Por qué no
puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir también nuevas especies de
árboles de flores gigantescas y resplandecientes que perfumen regiones enteras?
¿Por qué no pueden aparecer otros elementos que no sean el fuego, el aire, la
tierra y el agua? ¡Sólo son cuatro, nada más que cuatro, esos padres que
alimentan a los seres! ¡Qué lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos
o cuatro mil? ¡Todo es pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con
avaricia, se ha inventado secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta
gracia hay en el elefante y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello!
Se podrá
decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una que sería tan
grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza, color y movimiento ni
siquiera puedo describir. Pero lo veo… va de estrella a estrella,
refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de su vuelo… Y
los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y maravillados…
¿Qué es lo
que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en
mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!
19 de agosto
Lo mataré.
¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé escribir con gran
atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi alrededor, muy cerca,
tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y entonces!… Entonces tendría
la fuerza de los desesperados; dispondría de mis manos, mis rodillas, mi pecho,
mi frente y mis dientes para estrangularlo, aplastarlo, morderlo y
despedazarlo.
Yo acechaba
con todos mis sentidos sobreexcitados.
Había
encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea, como si fuese
posible distinguirlo con esa luz.
Frente a mí
está mi cama, una vieja cama de roble, a la derecha la chimenea; a la izquierda
la puerta cerrada cuidadosamente, después de dejarla abierta durante largo rato
a fin de atraerlo; detrás de mí un gran armario con espejos que todos los días
me servía para afeitarme y vestirme y donde acostumbraba mirarme de pies a
cabeza cuando pasaba frente a él.
Como dije
antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me espiaba. De pronto,
sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi hombro, de que
estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos extendidas, girando
con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien… se veía como si fuera
pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!… ¡Estaba vacío, claro,
profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a
él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de arriba abajo. Y lo miraba con ojos
extraviados; no me atrevía a avanzar, y ya no tuve valor para hacer un
movimiento más. Sentía que él estaba allí, pero que se me escaparía otra vez,
con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto
miedo sentí! De pronto, mi imagen volvió a reflejarse pero como si estuviese
envuelta en la bruma, como si la observase a través de una capa de agua. Me
parecía que esa agua se deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que
paulatinamente mi imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un
eclipse. Lo que la ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una
especie de trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba.
Por último,
pude distinguirme completamente como todos los días.
Comme j´eus peur!
Je commençai à m´apercevoir dans une brume,
au fond du mirroir...
¡Lo había
visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer.
20 de agosto
¿Cómo podré
matarlo si está fuera de mi alcance?
¿Envenenándolo?
Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal vez nuestros venenos no
tienen ningún efecto sobre un cuerpo imperceptible. No… no… decididamente no.
Pero entonces… ¿qué haré entonces?
21 de agosto
He llamado a
un cerrajero de Ruán y le he encargado persianas metálicas como las que tienen
algunas residencias particulares de París, en la planta baja, para evitar los
robos. Me haré además una puerta similar. Me debe haber tomado por un cobarde,
pero no importa…
10 de
septiembre
Ruán, Hotel
Continental. Ha sucedido… ha sucedido… pero, ¿habrá muerto? Lo que vi me ha
trastornado.
Ayer,
después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro, dejé todo
abierto hasta medianoche a pesar de que comenzaba a hacer frío. De improviso,
sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme alegría. Me levanté
lentamente y caminé en cualquier dirección durante algún tiempo para que no
sospechase nada. Luego me quité los botines y me puse distraídamente unas
pantuflas. Cerré después la persiana metálica y regresé con paso tranquilo
hasta la puerta, cerrándola también con dos vueltas de llave. Regresé entonces
hacia la ventana, la cerré con un candado y guardé la llave en el bolsillo.
De pronto,
comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también sentía miedo, y que me
ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder, pero no lo hice. Me acerqué a
la puerta y la entreabrí lo suficiente como para poder pasar retrocediendo, y
como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el dintel. Estaba seguro de que no
había podido escapar y allí lo acorralé solo, completamente solo. ¡Qué alegría!
¡Había caído en mi poder! Entonces descendí corriendo a la planta baja; tomé
las dos lámparas que se hallaban en la sala situada debajo de mi habitación, y,
con el aceite que contenían rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les
prendí fuego, y me puse a salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de
llave, la puerta de entrada.
Me escondí
en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué larga me pareció la
espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran quietud y silencio; no soplaba
la menor brisa, no había una sola estrella, nada más que montañas de nubes que
aunque no se veían hacían sentir su gran peso sobre mi alma.
Miraba mi casa
y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego ya se había extinguido
por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi que una de las ventanas
se hacía astillas debido a la presión del incendio, y una gran llamarada roja y
amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por la pared blanca hasta
rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en las ramas y en las
hojas, y también un estremecimiento, ¡un estremecimiento de pánico! Los pájaros
se despertaban; un perro comenzó a ladrar; parecía que iba a amanecer. De
inmediato, estallaron otras ventanas, y pude ver que toda la planta baja de mi
casa ya no era más que un espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de
la noche, un grito de mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que
se abrían las ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados!
¡Vi sus rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!…
Despavorido,
eché a correr hacia el pueblo gritando: “¡Socorro! ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!”
Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé con ellos para ver.
La casa ya
sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca hoguera que iluminaba
la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él también. Él, mi
prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla!
De pronto el
techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de llamas ascendió hasta
el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las ventanas abiertas hacia ese
enorme horno, y pensaba que él estaría allí, muerto en ese horno…
¿Muerto? ¿Será
posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz atravesaba, podía destruirse por los
mismos medios que destruyen nuestros cuerpos?
¿Y si no
hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser Invisible y Temido.
¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible, ese cuerpo de Espíritu,
si también está expuesto a los males, las heridas, las enfermedades y la
destrucción prematura?
¿La
destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después
del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a
cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel
que morirá solamente un día determinado en una hora y en un minuto determinado,
al llegar al límite de su vida.
No… no… no
hay duda, no hay duda… no ha muerto. . . Entonces,
tendré que suicidarme…
* * *
Espero hayan disfrutado de esta lectura. No es compleja, sin embargo tiene, a mi criterio, una puesta en escena que puede engañar a más de un desprevenido. Tan precisa y detallista, agradable en su significado, incluso envolvente en sus primeros párrafos, que nuestra actitud estará en completa distensión, adoramos con él esa región.
Luego, ese reflexionar bucólico del protagonista, cambia, e interrumpe la estabilidad
del que disfrutaba con calma y sin cuestionamiento alguno. Progresivamente y tampoco fuera de lo común, introduce el tema de su posible enfermedad. Esto provoca en nosotros, los lectores, una expectación con una progresión lenta y sin pausa, hasta ubicarnos en un sitio de irracionalidad y ... Bueno, allí dependerá de la intuición, estado de ánimo, de lo que cada lector con sus sentidos capte e interprete.
«¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe?», dice el monje del cuento, pero lo podría decir cualquiera que le preocupe o se desconcierte frente al misterio de lo invisible o a la lucha cuerpo a cuerpo con... ¿uno mismo? ¿con qué amenaza? Muchas veces, partiendo de lo absurdo, lo fantástico y contradictorio, llegamos a alguna realidad escondida. Esas profundidades suelen aterrorizar.
Hasta la próxima buena lectura,
C. G.
Mis lecturas, links, fuentes e información:
- El horla, y otros cuentos fantásticos, Guy de Maupassant:
http://smarttravellers.eu/318/el-horla-y-otros-cuentos-fantasticos-id98190.pdf
http://www.librosenred.com/libros/elhorla.html
- Le Horla, Guy de Maupassant: en francés.
http://maupassant.free.fr/pdf/horla.pdf
- El horla, estudio literario de Irma Césped:
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/Articulos/horla.pdf
- Guy de Maupassant, Fernand Lemoine:
http://iesxunqueira1.com/maupassant/Libros/biografialemoine.pdf
- Vida de Guy de Maupassant, Paul Morand:
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/Libros/Morand.pdf
- La Seine à Rouen [1884], Pintura de Paul Gauguin [1848-1903]
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