jueves, 23 de julio de 2020

«La orquesta», un cuento de Shmuel Yosef Agnon

«La orquesta», 

un cuento de Shmuel Yosef Agnon

[Ucrania, 1887-1970, Jerusalén, Israel]

Premio Nobel de Literatura 1966


          Conozcamos a Shamuel Yosef Agnon, o volvamos a él si ya lo han leído, un ícono de la literatura hebrea.

Edición Kindle. 448 págs.

          Vamos a leer una historia que despertó sentimientos muy fuertes en mí, debido a su poética y a poder acercarme a una religión que, no es la mía pero me atrae mucho.
          Me permito poner la primera frase en inglés, así lo leí y encontrarán el link en Notas, para esta y treinta y cuatro hisorias más. ¡Es una frase de comienzo que me encanta!
          Al finalizar encontaran mi comentario, ¡buena lectura! 


—I had been busy that entire year.
Every day, from morning until midnight 
I would sit at my table and write —
at times out of habit, 
and at time stimulated by the pen.
We sometimes dare to call this divine inspiration.



1

          Había estado ocupado todo ese año. Todos los días, desde la mañana temprano hasta la medianoche, solía estar frente a mi mesa de trabajo escribiendo. A veces por pura costumbre, otras estimulado por la lapicera. Lo que a veces nos atrevemos a llamar «inspiración divina». Por lo tanto, me volví ajeno a todos los demás asuntos —solo los recordaría para posponerlos. Pero en la víspera de Rosh ha-Shanah me dije: se acerca un nuevo año y he dejado muchísimas cartas sin su respuesta; me sentaré y las contestaré. Ingresaré al Nuevo Año sin deudas.
          Tal como suelo hacer todos los días, también obré en ese día. Solo que todos los días suelo levantarme al amanecer y ese día lo hice tres horas antes. Es sabido que para SELIJOT* tenemos un pacto. Uno se levanta muy de madrugada, especialmente temprano para las oraciones penitenciales sobre el tema de «Recordar el Pacto»*.
          Antes de ocuparme de las cartas reflexioné: comienza un nuevo año y uno debería entrar en él limpio. Y puesto que las horas no me alcanzan para ir y purificarme en el río a causa de estas cartas, tomaré un baño caliente de inmersión. 
          En ese momento llegó Charni de visita a mi casa, la anciana que generalmente se jactaba que había servido en casa de mi abuelo mucho antes de que yo naciera. Charni me dijo: «Tu esposa está ocupada preparando la festividad y tú la cargas con más trabajo. Ven a nuestra casa y yo te prepararé un baño caliente». Me gustó su sugerencia; después de todo necesitaba un corte de pelo en honor al Rosh ha-Shaná, y en el camino a la peluquería, iría a darme el baño.
          Revisé las cartas y reflexioné acerca de cuáles eran las que debían ser respondidas primero. Como eran muchas y el tiempo escaso, era imposible responder en un día aquello que las personas habían escrito durante todo un año. Decidí elegir primero las más importantes, luego me ocuparía de las de mediana importancia y por último de las menos importantes. Mientras estaba deliberando, se me ocurrió que primero debía deshacerme de las cartas irrelevantes para, así poder estar mejor dispuesto y responder libremente a las cartas importantes.
          Lo trivial suele ser frustrante. Debido a que un asunto es trivial porque no tiene sustancia, es difícil de manejar y entorpece. Pero si hubiese un indicio de sustancia en alguna carta, radica en lo que el autor de la carta tenía en mente y qué respuesta esperaba. Por mucho que supiera que no tenía nada que decir en respuesta, mi deseo de responder aumentó, ya que si los dejaba desatendidos, me molestarían. Su propia existencia ya es una carga porque las recuerdo y eso me lleva a pensamientos triviales.
          Tomé mi lapiceraa para escribir pero mi mente estaba en blanco. ¡Qué extraño! Todo el año solía escribir sin esfuerzo y ahora que debía escribir dos o tres líneas intrascendentes, mi lapicera no responde. Dejé esta carta y tomé una carta diferente. 
          Esta carta no era una carta sino un ticket para asistir a un concierto que iba a dirigir el rey de los músicos. Había oído que las mentes de quienes lo escuchaban se transformaban. De hecho, había un hombre que solía ir a todos los conciertos pero no conseguía nada de ellos, y por lo tanto dedujo que no sabía nada de música. Hasta que una vez acertó a concurrir a un concierto de este director. Entonces se dijo: «Ahora sé que entiendo de música, solo que quienes no entendían de música eran los músicos a cuyos conciertos yo asistía». Tomé el ticket para el concierto y lo guardé en mi bolsillo. 

2

          Los días previos a la festividad siempre son cortos. A veces por sí mismos —por la puesta del sol—, otros por lo que implica toda la preparación. Más aún el dían antes de Rosh ah-Shaná, que es corto en sí y se acelera por las preparativos por el Día del Juicio. Para el mediodía no había logrado responder más que una carta. Puse las cartas a un lado y me dije que lo que no había logrado hacer antes de Rosh ah-Shaná lo haría en los días entre Rosh ah-Shaná y el Día de la Expiación*. Hubiera sido bueno ingresar al Nuevo Año libre de obligaciones pero, qué debería hace cuando las cartas triviales no me indicaban cómo tenían que ser respondidas.



          
          Me paré y fui a la casa de mi abuelo a bañarme antes de la festividad donde Charni me había preparado un baño caliente. Pero cuando llegué a la casa, encontré la puerta cerrada. Rodeé la casa varias veces y cada vez que llegaba a la puerta me detenía y golpeaba. Una vecina se asomó por detrás de sus cortinas y me dijo: «¿Buscas a Charni? Fue hasta el mercado a comprar un fruto para la bendición de Sheejeianu*». Seguí dando vueltas a la casa hasta que Tcharni regresó. 
          Lo justo hubiera sido que la anciana se disculpara ante mí, dado que tuve que esperarla y robó mi tiempo. Pero no solo no se disculpó, sino que además se paró y no paraba de parlotear. Si no recuerdo mal, me contó que había encontrado una granada que, aún madura y parcialmente aplastada, sus semillas no se desprendían.
          De repente, se escucharon tres sonidos desde la torre de la Casa del Consejo.  Miré mi reloj y comprobé que ya eran las tres. Mi reloj siempre está en pugna con el de la Casa del Consejo, pero hoy hizo las pases. Y parecía que los Cielos estaban de acuerdo también hoy con ellos. ¿Me había demorado tanto en el camino? ¿Tanto me retrasé dando vueltas a la casa? En cualquier caso, se habían evaporado tres horas y apenas quedaban dos horas y media para la llegada del Año Nuevo. Y esta anciana que seguía aún parada, parloteando sobre una granada aplastada y sobre sus semillas y que aún no se habían desprendendido.
          La interrumpí y le pregunté: «¿Preparaste el baño para mí?, y, ¿se calentó ya el agua?». Charni dejó su canasta en el piso y exclamó: «¡Dios mío, te había prometido el baño!». Le dije: «¿Y no lo has preparado?». Me respondió: «Todavía no, pero lo haré de inmediato». Yo la apuré: «Date prisa, Charni, date prisa. ¡El día no se detiene!». Ella se escarbó entre los dientes con el dedo y me dijo: «No tienes que atocigarme. Ya sé que el tiempo no se detiene, y yo tampoco. Mira, ya entro, enciendo el fuego, caliento el agua y pronto, delante de ti, tendrás una bañera humeante». Di un paseo delante de la casa mientras esperaba que se calentara el agua. 
          Pasó delante de mí el viejo juez. Recordé entonces que tenía algo que preguntarle, pero temí involucrarme, complicarme con él y no alcanzar a limpiarme antes de la festividad, ya que este juez, una vez que le consultas, no te deja ir tan fácilmente. Pospuse mi pregunta para otro momento y no me dirigí a él. Para llenar el tiempo, saqué el ticket de mi bolsillo y me di cuenta que el concierto era para la víspera de Rosh ha-Shaná. ¿No es extraño que yo, que no soy de ir a conciertos, sea invitado a este?, ¡en la víspera de Rosh ha-Shaná!
          Volví a guardar el ticket en mi bolsillo y reanudé el paseo delante de la casa. 
          Llegó entonces la pequeña Ora, mi pariente. Su voz era dulce como el sonido de un violín, y toda ella parecía un violín que algún músico hubiera acercado a una pared inestable y esta se hubiese derrumbado sobre él. La miré de cerca y noté que estaba triste. Le pregunté: «¿Qué has estado haciendo, Ora? Pareces un pequeño cervatillo que fue a la fuente y no encontró agua». Ora me dijo: «¡Me voy de aquí!». «¿Por qué te vas, cuál es el motivo?», le pregunté. «Siempre has querido ver a este famoso director de orquesta y, ahora que ha llegado para dirigir la nuestra, ¡tú te vas!». Ora rompió en llanto y dijo: «Tío, no tenjo ticket para ese concierto». Sonreí cariñosamente y le dije: «Déjame secarte las lágrimas». La miré con ternura y pensé en la suerte que tenía en mis manos, en la posibilidad de colmar el deseo de esta querida niña que, de todos los sonidos de este mundo, encontró en la música el más delicioso y, de todos los directores del mundo que deseaba escuchar, encontró el que esta noche dirigiría el gran coro. Puse mi mano en el bolsillo para tomar el ticket y dárselo. Y nuevamente sonreí de buen corazón, como lo hace el que tiene la posibilidad de hacer el bien. Pero Ora, que no conocía  mis intenciones generosas, se colgó de mi cuello y me dio un beso de despedida. De pronto me distraje, me olvidé lo que iba a hacer y no le di el ticket. Y mientras estaba parado allí, perplejo, llegó Charni y me llamó.

          

          La estufa ardía en el baño limpio y transparente, humeante, y las aguas saltaban y se elevaban hacia mí, me recibían. Sin embargo, yo carecía de fuerzas para bañarme. Tampoco contaba con el tiempo suficiente. Le dije entonces a mi hermano: «Toma el baño por mí, soy un hombre débil y si me baño en agua tan caliente, voy a necesitar descansar luego y, ya no hay tiempo». Salí del baño y caminé hacia mi casa. Para estar más cómodo, me quité el sombrero y lo llevé en la mano. Un viento pasajero me despeinó. ¿En qué estaba pensando? ¿Dónde tenía la cabeza?  Mientras esperaba el baño habría podido ir al peluquero. Levanté la vista y miré hacia el cielo. El sol estaba ya a punto de ponerse. Llegué a mi casa con un espíritu apesadumbrado. Mi hija salió a mi encuentro vestida con sus mejores ropas. Ella señaló con su dedo hacia arriba y dijo: «¡Luz!». ¿Qué me estaba diciendo?, pensé para mí. El sol ya se ha puesto y no ha dejado ningún rastro de luz. O tal vez se refería a la vela encendida en honor a la celebración. Miré las velas y me di cuenta que la celebración ya había comenzado y que mejor corría a la sinagoga. Mi hija miró mi ropa vieja y tapó su vestido nuevo con sus manos pequeñas para no avergonzar a su padre con sus viejas prendas. Sus ojos estaban al borde de las lágrimas, ya que estaba usando un vestido nuevo cuando su padre llevaba ropa vieja el día que había llegado el Año Nuevo.

3


          Después de cenar salí al aire. El cielo estaba oscuro pero, una infinidad de estrellas brillaban y lo iluminaban. No había un solo hombre fuera de su casa y todos los hogares estaban sumidos en el sueño. También yo comencé a quedarme dormido. Pero este sueño no era realmente un sueño porque podía sentir que mis pies estaban caminando. Y seguí caminando y caminando así hasta que llegué a cierto lugar y escuché el sonido de una música. Y supe que había llegado a la sala de conciertos. Saqué mi ticket y entré.
          El hall estaba lleno. Hombres y mujeres, violinistas, percusionistas, timbales, trompetistas, todos los músicos de pie, de los más variados instrumentos, vestidos de negro, tocaban sin interrupción. No se veía al gran director de orquesta, pero los músicos interpretaban como si su batuta los estuviera dirigiendo. Y todos los músicos, hombres y mujeres, eran mis amigos y conocidos a quienes conocía de todos los lugares en los que había vivido. ¿Cómo era posible, cómo sucedido que todos mis allegados hubieran sido convocados en un mismo lugar y en una misma orquesta? 



          
          Encontré un lugar, me senté y me concentré. Cada músico, hombre y mujer, tocaba para sí mismo. Sin embargo, todas las melodías se unían para formar una sola. Y cada uno de los ejecutantes estaba atado a su instrumento, y estos, a su vez, al piso del gran salón. Y creían que solo ellos permanecían así y se avergonzaban de pedir al compañero que los liberase. O, tal vez sabían que estaban sujetos a sus instrumentos, y sus instrumentos sujetos al piso, pero pensaron que era por su libre elección que ellos y sus instrumentos que estaban atados, y que fue por su libre elección que tocaban. Una cosa estaba clara, aunque los ojos de los músicos miraban sus instrumentos, no veían lo que sus manos estaban haciendo, ya que todos estaban ciegos. Y me temo que, tampoco sus oídos escuchaban lo que tocaban, ya que de tanto tocar se habían vuelto sordos.
          Salí de mi asiento y fui lentamente hacia la puerta. Estaba abierta, y ahí estaba parado un hombre a quien no había visto al entrar. Era parecido a cualquier otro portero, aunque tenía un aire de aquel mismo viejo juez que una vez que uno acude a él tiene la sensación que no va a poder despegarse. 
          Le dije: «Me gustaría salir». Tomó mis palabras, las puso dentro de su boca y me respondió con el sonido de mi propia voz: «¿Salir?, ¿para qué?» Le dije: «Preparé mi baño y quiero llegar antes de que se enfríe». Me respondió con una voz que habría aterrorizado a un hombre incluso más fuerte que yo: «¡Arde, está en llamas! Tu hermano ya se quemó por eso». Le respondí disculpándome: «Estuve muy ocupado con mi correspondencia y no tuve tiempo de tomar mi baño». Me preguntó: «¿En qué cartas estuviste ocupado?» Saqué una y se la mostré. Se inclinó sobre mí y dijo: «¡Pero yo escribí esa carta!». «Precisamente quería responderte», le dije. Me miró y preguntó: «¿Y qué querías responderme?» Se escondieron mis palabras por culpa de su voz y se cerraron mis ojos y comencé a palpar el aire con mis manos; de pronto me encontré parado delante de mi casa.
          Mi hija salió y me dijo: «¿Te acerco una vela, padre?» Le dije: «¿Crees que la vela podría alumbrar mi oscuridad?». Cuando fue a buscarla y la trajo, una llamarada salió de la estufa y empezó a arder. Una mujer que apilaba leños estaba parada frente al fuego y, debido al fuego y al humo yo no podía ver con claridad. No sé si era Charni, la anciana, la que estaba parada frente a la estufa o era la joven Ora, mi pariente, la que azuzaba el fuego.
          Se apoderó de mi el terror y quedé como atado a la tierra. Se entristeció mi alma, ya que a la hora de dormir todos dormían, y yo tenía que estar tan despierto. En verdad, no solo yo estaba despierto, también las estrellas en el cielo estaban despiertas conmigo. Y a la luz de las estrellas del cielo vi lo que vi. Y debido a que mi espíritu era humilde, mis palabras se escondieron en mi boca.

*

Mi comentario



          La importancia de recordar a Shmuel Agnon con uno de sus cuentos más emotivos, lleno de significados y metáforas, me dio un gran placer. Poder recordar a alguien que pocas veces se lee y menciona. Un autor que causó mucha admiración en una sociedad que no regala elogios. A él, además de otorgarle el Premio Nobel de Literatura en 1966 —el primer israelí en recibirlo—, lo inmortalizaron en los billetes de 50 shekels.
          Sin lugar a dudas, Shmuel Yosef Agnón es uno de los escritores más importantes de Israel y del pueblo judío. Y el resto del mundo puso los ojos en la literatura hebrea moderna a través de su nombre prestigioso, y así podemos disfrutar de su obra.
          En este relato contado en primera persona, como en la mayoría, el protagonista es un escritor. Aflora la educación personal de Agnon recibida a través de los textos sagrados del judaísmo y de la literatura universal. Un ejemplo que encuentro podría ser «la atadura de Isaac», solo por nombrar uno.
          Su tono de ensueño, místico y filosófico [hasidismo] nos envuelve en un clima muy especial, donde el conflicto entre la vida espiritual y el ser fiel a las tradiciones se mezcla con el mundo moderno: con elegir las prioridades, con sus quehaceres y obligaciones que, muchas veces, desbordan. Son las ataduras que hacen perder la noción de saber si son impuestas o son elecciones libres y, se  termina perdido en trivialidades, difíciles de manejar y que entorpecen. Que no hacen más que dejarnos muy descontentos y confundidos, «sordos y ciegos», como los músicos.
          El protagonista dice: «Sonreí de buen corazón, como lo hace el que tiene la posibilidad de hacer el bien». Pero nunca hace ese bien.
          Y cada acción y cada personaje tiene su porqué: la anciana Charni, el viejo juez «que una vez que uno acude a él tiene la sensación que no va a poder despegarse», el portero que se roba su voz y las niñas, Ora y su hija. 
          Su voz es formal pero nunca fría, al contrario, es dulce y llena de perplejidad. Un lenguaje que puede parecer críptico. Es rico y depurado —aun con todo lo que perdemos en la traducción. Un realismo fantástico, sátiras muy sutiles, y un sentido profundo en su contenido que puede requerir una segunda lectura para poder interpretarlo. Es posible que se pierdan ciertas alusiones.
          Espero que lo hayan disfrutado. Que lo sigan leyendo, sus relatos o novelas —Ayer y anteayer [Tmol Shilshom] es considerada la más importante. Agnon, como sus contemporáneos Faulkner y Joyce, toma los temas universales que a todos nos interesan, desde lo particular a lo universal, esa es la característica que los une. No tenemos más que recordar a ¡Absalón, Absalón! y a Ulises.
          Hasta la próxima buena lectura.

Cecilia Olguin Gianelli


Notas


- A Book That Was Lost. Thirsty Five Stories, S. Y. Agnon:

- Vocabulario, terminología de la tradición judía:
  1. Rosh Ashaná o Rosh AhSahná: Año Nuevo judío.
  2. Selijot: el término hebreo significa perdón y reflexión en alusión al sentido que tienen las oraciones que se rezan en ese momento.
  3. Remember the Covenant [Recuerda el pacto]: Pacto, el verdadero fundamento. Dios establece que su adoración significa seguir sus leyes —guardar el pacto. A cambio, Él cumplirá su trato dando a los israelitas tierra y descendencia. El recuerdo está asociado con la renovación a través de Moisés a quien el Señor le dice que tome a su pueblo y salga de Egipto. Dios recuerda a su pueblo al sacarlos de la esclavitud en Egipto, pero la gente se olvida rápidamente de Dios.
  4. Yom Kipur o Yom Kippur o Día de la Expiación: es el día más sagrado del año judío. Es conocido como el día del perdón y del arrepentimiento de corazón o de un arrepentimiento sincero. Son diez días de arrepentimiento. Es uno de los Yamim Noraim.
  5. Bendición de Sheejeianu: Pronunciada o cantada. Como casi tosdas las brajot [bedición] comienza diciendo «Bendito eres Tú, Di´s nuestro, Rey del Universo... que nos permitiste llegar a ese momento». A diferencia de otras brajot tiene más que ver con un sentimiento que con una acción.


- Imágenes elegidas: Del legendario fotógrafo Robert Frank [Suiza, 1924-2019, Canadá.


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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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