lunes, 26 de junio de 2023

Amélie Nothomb y tres novelas

Metafísica de los tubos 

El sabotaje amoroso

y

Biografía del hambre

[2001, 2003 y 2006]

de

Amélie Nothomb

[Kõbe, Japón 1966]



Si queremos leer a esta gran escritora de la que tanto se habla, nada mejor que empezar por estas tres novelas: Metafísica de los tubos [2001], El sabotaje amoroso [2003] y Biografía del hambre [2006].
Como protagonista en la mayoría de su obra, Amélie Nothomb, reconstruye su vida. La manipula a través de alegorías, ilusiones y fantasías, donde la dualidad en los personajes —y desde ya en ella misma personaje—, está en esencia y en apariencia. 
Esta dualidad la vemos, entre otras cosas, en resolver el tema de su identidad. A los veinte años, tuvo que volver a Japón para comprobarlo. Se siente belga y no japonesa, fue su conclusión.


Amélie Nothomb

Es evidente que construye una imagen de sí misma. Algo neogótica en su exterior. Cabello oscuro y mirada directa y profunda con sus grandes ojos, ropa negra y piel muy blanca, labios rojos y exquisitos sombreros. 
Ella misma en la portada de sus libros mostrándose y manteniendo una alta visibilidad en los medios. 
Las técnicas de la difusión de la literatura, que actualmente son amplias, y la puesta en escena de la propia existencia del autor es un hecho que no podemos negar*. Viene a mi memoria Susan Sontag —una de las escritoras y pensadoras más influyentes del siglo XX—, con su famoso mechón blanco, fotografiada por Annie Leibovitz hasta el infinito.
Aunque su vida privada, Amélie, la mantiene muy bien reservada. Sí se sabe que esta mujer de 57 años es muy rica y que tiene un título nobiliario: es la Baronesa Fabienne Claire Nothomb. 
En cuanto a su escritura, con su estilo fresco y mordaz, directo, nos va a llevar por las facetas, muchas veces opuestas, de una persona. No disfraza las contradicciones.
Las experiencias vividas en los viajes son fuente de inspiración y escenarios de sus novelas, donde «las fronteras» ocupan un lugar importante. No solo las exteriores. 
Las tres novelas tienen mucho de filosofía, pero también son muy emocionales y sensoriales. El amor y el desamor, la mente hurgando en los recuerdos, temas que desarrolla en sus ficciones y «autoficciones» —esa invención literaria de la existencia propia—, la «ficcionalización» del yo. Hacer del yo un elemento literario, un sujeto imaginario hasta cierto punto. 
Son ágiles y cortas. Muy recomendables.




Ahora le cuento algo de cada una:

Debido a la profesión de su padre, un diplomático belga, la vida de Amélie se movió entre viajes y lugares atractivos del mundo. Es así que estas historias empiezan, en Metafísica de los tubos cuando ella es apenas un bebé. Y estamos en Osaka, Japón, allá por el año 1970. 
Claro que no es un bebé común, ella reflexiona y tiene capacidades especiales. No se mueve, no emite sonido, ni siquiera llora, solo se concentra en su posición cilíndrica. 
Con un monólogo interior razona sobre muchos temas, Dios, entre otros —ella misma se cree una deidad. También sobre el lenguaje, la mirada, la muerte. «Vivir significa rechazar», se dice a sí misma. 
Sus padres están preocupados por «el tubo» pero... tienen su vida y se van a ir acostumbrando. 
Esta situación atípica, un día cambia. Y grita. Grita muy fuerte. Furiosa. Y tanto molestan sus berrinches que todos se preguntan, «¿por qué esta cólera?» ¡Y hasta se sienta en su cuna después de tanta inmovilidad!, y nos preguntamos, «¿por qué los padres echan de menos al "vegetal" que ya habían aceptado con resignación».
La llegada de su abuela unos meses después tiene mucho que ver con un gran cambio. Con ella  descubre el placer, otro de sus temas. Lo cuenta con una prosa impecable y gran originalidad, en conceptos y vocabulario.
Deja perplejo a padres y hermanos mayores: Juliette y André. 
Hay una persona en la casa con la que tiene una relación muy especial, es la dulce Nishio-san, su aya japonesa. Unidas por los relatos de ella, verdaderas pesadillas en sus recuerdos, y las demandas de Amélie. 
Ella es japonesa, así se siente, parte de un país donde la belleza y la veneración ocupan un primer lugar, ¡y ella se siente el centro del mundo!

En El sabotaje amoroso, además de los temas anteriores, el amor ocupa un lugar importante. Seguramente no es el tipo de enamoramiento en el que están pensando. Ella lo considera como «un malentendido». Dice: «Siempre te va a sorprender en su rareza», sobre todo si son dos personas de culturas diferentes.
Explora este sentimiento con gran agilidad dentro de situaciones muchas veces risueñas en una niña, todos sentimientos que ella misma ha experimentado. 
Esta vez, la historia transcurre en Pekín, «La ciudad de los Ventiladores», China, durante tres años en la vida de una niña de siete —desde 1972 hasta 1975— viviendo en un gueto para diplomáticos extranjeros llamado San Li Tun. Un régimen comunista opresor. 
Vive recordando su hermosa vida en Japón, imaginando, inventando juegos que emulan la realidad [una guerra mundial a pequeña escala] y un descubriendo del amor [¿asexuado?] de una manera muy emotiva y lúdica a la vez. 
El tema, para mí, es el amor [¿infantil?] y la identidad —una de sus búsquedas. De la propia y de la persona que ama, que, «debe conocer a fondo». «Solo se logra a través del amor», dice la protagonista que es una niña, inteligente y fuerte, intensa y genuina. 
Autoconocimiento y conocer al otro, a su «bienamada», que es medida y superficial, todo lo calcula. 
Así se relaciona, con esa fausse supériorité, dice en una entrevista, «Hay momentos, durante el enamoramiento, que mientras se los viven ni se plantean». 
Recordarán que también lo dice la protagonista de El amante, de Marguerite Duras. Ahí solo sientes. Nadie saca conclusiones filosóficas ni de vida en el presente. 
Por eso, la voz de la novela, es una primera persona que recuerda, que escribe pasados unos años. Lo hace con una gran autenticidad, manteniendo intacto el recuerdo de esa incomprensión hacia los adultos. 
Es una narración donde se mantiene la tensión entre ambas figuras centrales, una relación muy sugestiva, entre esencia y apariencia que ya nombré, como opuestos imprescindibles. 
Y entre el mundo exterior y el mundo de los juegos. Entre la adultez y la infancia. Entre la guerra y el amor. Entre lo simbólico, la fantasía y lo real. 
Entre el juego, dije, y agrego a la violencia implícita, ¿hasta dónde? 
Ya el título nos lo dice: sabotaje y amoroso, el daño y el amor: las ochenta vueltas corriendo dadas en el patio teniendo asma. Esa pulsión en el juego —para usar esta palabra que revolotea toda la historia y sus creaciones. 
Así organiza sus ficciones, como juegos donde siempre hay palabras mágicas [algunas inventadas] y situaciones de encantamiento. 
Y me alegra que así sea. Porque es cuando la niña describe los goces, como «aquel exceso de aire en el cerebro», o cuando la nombran «explorador», o el galope a toda velocidad, su «caballo». o cuando conoce a Elena y se convierte en el centro del mundo —de su mundo —, y con ella descubre el deslumbramiento, ¡qué espectacular! 
Acá transcribo algo que me encantó: 

«Llamo caballo a ese irrepetible lugar en el que es posible perder todo anclaje, todo pensamiento, toda conciencia, toda idea de mañana, para convertirse solo en un impulso, para ser únicamente algo que se despliega». «Llamo caballo a esa entrada en el infinito... Llamo cabalgata al espíritu que se precipita con la fuerza de sus cuatro herraduras». «Llamo jinete a aquel cuyo caballo le ha salvado del hundimiento, a aquel cuyo caballo le ha dado la libertad que le zumba en los oídos». 

De la relación entre ellas se cuenta bastante y se calla mucho más. Esperamos, a cada vuelta de página, otro encuentro. 
Es una de las características de la autora, quien dice: «Hay autores que se desnudan. Yo creo que hay límites y nunca los traspaso». Aprecié mucho esta posición. Aunque también me gusta Michel Houellebecq [y no tanto Catherine Millet]. 
Otra buena característica de la trama, es que la vamos descubriendo poco a poco. Y que inquieta, lo percibimos y no sabemos bien por qué. Quizá se trata de ese otro goce que todavía no nombré: «la lisiedad» —lo que tiene calidad de liso. 
Amélie juega con las palabras. Quiero, al terminar, decir otra vez esta palabra y frase: Infancia. Imágenes y palabras que nos llegan de lejos. Amélie Nothomb recurre a este lugar con gran talento: a esa ansiedad infantil, a esa ambigüedad donde todas las suposiciones son posibles, a ese avanzar de manera indirecta y al amor no correspondido.

Llego al último, Biografía del hambre. Divertido con su humor especial, siempre lo aclaro. Y sincero. Otro autorretrato literario donde repasa sus insaciables y variopintos apetitos. 
Transcurre en su infancia, adolescencia y juventud. Lugares como Estados Unidos, Birmania, Bangladesh, Bruselas y Japón principalmente. Sitios donde un elefante de verdad fue uno de los regalos de cumpleaños.
Juliette, su hermana mayor, muy cercana a ella, juega un rol importante.
Desde pequeña empieza a sentir hambre. No el hambre que va ensamblado con el hecho de saciar el vacío del estómago, sino el que va más allá de esto tan «trivial» [así lo califica alguien que no tiene el problema de falta de alimento, desde ya].
El suyo es el hambre —ya visto en grandes obras literarias— del conocimiento, de lenguas extranjeras, de libros, de belleza, también de alcohol y de chocolate. De escribir, buscar ese miedo regocijante, esa necesidad voluptuosa.
Esta necesidad de tener hambre se extiende en todos los sentidos que ustedes se pueden imaginar. No escapa al físico y no en el sentido de saciarlo, sino de dominarlo:

En Bangladesh, me habían enseñado que el hambre era un dolor que desaparecía muy deprisa. Valiéndome de esta información, creé la Ley: el 5 de enero de 1981, día de Santa Amélie, dejaría de comer. 

Tenía trece años y medio.
Y agrego hambre de regreso. Regresar a su casa de Kobe y encontrarse con Nishio-san. Su antigua aya será parte de su nostalgia feliz. Un encuentro con los afectos indefinibles y con ella misma.


¡Fue un gran disfrute escribir este post y compartirlo!
Amélie Nothomb es una escritora a la que siento joven y moderna cuando la leo. Se involucra con los que nos rodea, con lo que nos cuesta sobrellevar: los miedos, la identidad como proceso de construcción hasta el fin de los días, la muerte como espejo.
Dice las cosas que muchos pensamos y no sabríamos expresarlo mejor, para captar el interés y la reflexión sin aburrimiento: irónica y nihilista, auténtica, sorprende en su rapidez de pensamiento. También de escritura, ya que es muy prolífica, un libro o más por año —muchos quedan guardados, a la espera de que se decida o no a publicarlos. 
Existe una suspicacia en el campo cultural entre reconocimiento por «número», entiéndase notoriedad mediática y éxito comercial, y reconocimiento por «calidad», entiéndase ser reconocido por los expertos academicistas. 
Bueno, Amélie Nothomb ha sido un suceso de ventas desde su comienzo, y también la respaldan prestigiosos premios, como el Gran premio de la Academia Francesa o el Prix de Flore, entre otros. Cuenta, además, con el apoyo de las traducciones de importantes editoriales extranjeras. Por lo tanto, pareciera que la discusión en este sentido quedaría saldada. Aunque siempre habrá recelos y prejuicios. 

Espero que hayan disfrutado de este post y que disfruten de las novelas de Amélie Nothomb.
Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli

Notas 

- Amélie Nothomb: L´auteur, les romans, les bonus, les rendez-vous de Amélie.
http://www.amelie-nothomb.com/

- Instagram:
https://www.instagram.com/ameliedesnomspropres/?hl=es

- Produire la valeur artistique dans une économie de la notorieté: Le cas d´Amélie Nothombb: Émile Saunier:
https://www.cairn.info/revue-terrains-et-travaux-2015-1-page-41.htm



sábado, 17 de junio de 2023

«Si me puedes mirar», Olga Orozco

 «Si me puedes mirar»

Olga Orozco

[1920-1999, Argentina]

Para mamá
hoy, 12 años 




Ya lo sabemos ...
Es normal tener miedo ante lo inexplicable de una pérdida, nos dicen. 
Atenúa la tristeza si uno lo comparte, si uno encuentra cordialidad y una voz afín del otro lado, si uno deja que el tiempo pase.

Ya lo sabemos ...
Esos sentimientos son intransferibles, no se razonan, entre yo y la vida hay un vidrio tenue*, dice Pessoa hablando de esto. Hay poetas que traducen tan profundo y único, simple, que nos apoderamos de sus palabras y las guardamos para siempre.

Olga Orozco es una de ellas. Ella mira el reverso de las cosas y las personas, explora territorios y señala lo imposible con su riqueza de imágenes y símbolos. Lo hace con mucha fuerza y nos invita a su contemplación dinámica. 
No hay que temerle a las palabras. Así como es inefable el gozo, también lo es la tristeza de una ausencia, que cede con los meses y años.

No es mi intención otra que el recuerdo de mi madre, y de otras madres, con el lenguaje superior de la poesía.

Cecilia Olguin Gianelli

Si me puedes mirar
Olga Orozco


Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un 
                                                                                            [telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en 
                     [medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y 
                                                                             [la mayor distancia,

y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda entre las                                                                                      [galerías de este mundo.

Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de 
                                                             [las pesadillas.

Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón, 
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir 
                                                      [ en lo más imposible de los sueños.

Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que descorre la tela de otros                  [años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues que graban en mi                   [alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte solo por no dolernos demasiado.

No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el momento mismo en que                   [roen tu rostro los enormes agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.

No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.

Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago dejar caer su sombra sobre todos los años de mi vida?

¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de donde vine, 
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.

¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las alucinaciones y a                 [la muerte.

Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta,
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar sepultado 
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías instantáneas
no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste a mis huesos.

Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos pobres jirones de                    [luto que alimenta.

Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón. 

Olga Orozco, 
Los juegos peligrosos [196],
Eclipses y Fulgores (1998)

*


Notas


-Olga Orozco: 


Nació en Toay, Pcia. de La Pampa, Argentina, el 17 de marzo de 1920 y falleció el 15 de agosto de 1999 en Buenos Aires.
Gran poeta, reconocida con importantes premios: Primer Premio Municipal de Poesía (1963), Premio de Honor de la Fundación Argentina (1971), Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (1980), Premio Nacional de Poesía (1988), Premio Konex, de Platino y de Honor (1994 y 2004), Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1998) y otros muchos.
Muchos la habrán conocido personalmente o la habrán visto en alguna entrevista. Recordarán sus hermosos ojos claros, su cara de fuertes rasgos, su voz profunda y sensual.
Su obra abarca un largo período de tiempo. Comienza con Desde lejos, en 1946, y termina con Con esta boca, en este mundo, de 1994.
Siendo muy joven perteneció al grupo surrealista Tercera Vanguardia, del que también formaba parte Oliverio Girondo.
Admiraba a Rimbaud, Baudelaire y Rilke.
De inteligencia sutil e imaginación pródiga en expresiones, se destacó por el uso frecuente y logrado que hace del oxímoron (dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión).
Pertenecía a la generación del 40, junto a César Fernández Moreno, León Benarós, Vicente Barbieri y unos cuantos ausentes más, como Julio Cortázar y Manuel Mujica Lainez.
Dijo el poeta y crítico catalán Pere Gimferrer: «Cualquier lector efectivo o potencial de poesía, en efecto, sabría en este caso lo que ante todo importa saber: que Olga Orozco es manifiestamente la mayor poeta y uno de los mayores poetas que escriben en estos momentos en español.... Atendamos esta voz, cuyo poderío resulta tan turbador que casi podría llamársele alarmante... Explora territorios en los que el lenguaje persigue no sólo decirse a sí mismo, y en tal sentido configurar una forma autónoma de conocimiento, sino además obtener de las palabras algo que en cierto modo no es en palabras decible: mas no algo impreciso o "vaporizado", para emplear una expresión de Baudelaire, sino, por el contrario, aquel desvelamiento de la naturaleza última de nuestra experiencia del mundo que otros piden a la filosofía, pues todo verdadero poeta es un poeta filosófico, aunque opere —como, por lo demás hacía Heráclito— antes mediante imágenes que mediante ideas enunciadas de modo explícito... La poesía de Olga Orozco apela a lo esencial: a lo esencial poético, a lo que sólo poesía es, sin duda; más también a lo esencial de nuestra condición. Sus imágenes no sólo nos conmueven o nos sobrecogen: nos dicen qué somos y en qué consiste el ser."

Prólogo (extracto) del libro Eclipses y Fulgores, 
Antología, Olga Orozco
1998, Editorial Lumen