domingo, 21 de noviembre de 2021

«Punto de encuentro», Cristina Peri Rossi

 «Punto de encuentro» 

Playstation

Cristina Peri Rossi

[Montevideo, Uruguay, 1941]

Premio Cervantes 2021


Cristina Peri Rossi.
Escritora y poeta. 
Alguien que cruza fronteras y demuele prejuicios.

Leamos uno de sus poemas más aclamados:




Me encontré con mi antiguo profesor de filosofía 
en un enorme sex-shop casi vacío, sí descontábamos
las cabinas de los inmigrantes que se hacen la paja. 
A mí me gustan los sex-shop porque me recuerdan 
las jugueterías de mi infancia. Siempre había querido
quedar encerrada en una juguetería,
pero no tenía ganas de quedarme encerrada en el sex-shop,
solo echarle un vistazo. Ese sex-shop me recordaba también
a una biblioteca, con sus anaqueles de separación
y sus clasificados, aquí porno duro, aquí videos gay, aquí
sadomaso, allá queers y travestis. 
No había nadie en el sex, salvo el profe y yo, de modo
que no tuvimos más remedio que saludarnos e intercambiar 
algunas palabras.
—Leí tu último libro de poemas —me dijo—. Me gustó
mucho. Es poderoso.
Era la primera vez que alguien calificaba así uno de mis libros,
y me gustó. No había que agregar un solo adjetivo más.
Poderoso. Como un Porche última generación.
—Yo leí sus artículos sobre la disputa entre Leibniz y Hobbes
—le dije— en el último número de la revista de la universidad.
En ese momento entró un hombre con una mujer. Pidieron un
pene de veintiocho centímetros de largo y cinco de diámetro y un buen lubricante que fuera antialérgico, porque el 
último que habían comprado le había hecho salir un
sarpullido en el pene y a ella un habón en el clítoris.
—También he escrito otro sobre las cartas de Simone
de Beauvoir a Sartre —me informó—. Las últimas cartas, 


las inéditas.
El vendedor les estaba explicando cómo había que
meter las pilas en el vibrador y el hombre de la pareja le
dijo si hacían descuento si además se llevaba una fusta con
manguito de cuero.
—¿Las que se publicaron después de su muerte?
—le pregunté al profesor—. No las leí todavía.
Estábamos en la sección correspondiente a grandes 
tetas, pero no mirábamos hacia ningún lado, como si
estuviéramos en el parque. Yo pensé que le estorbaba el
camino hacia una de las cabinas, así que cogí una película
sobre orgasmos múltiples entre bisexuales y me dirigí a la 
caja.
—Te mandaré el artículo en cuanto se publique —me 
dijo el profesor, sin moverse del pasillo. Las cabinas estaban
a pocos metros.
Salí del sex shop pensando que me había gastado quince 
euros en una película que no quería. Yo quería la de
grandes tetas.

*

Una escritora y poeta que estoy descubriendo

y disfrutando




La voz de Cristina Peri Rossi, flamante ganadora del Premio Miguel de Cervantes, me llega audaz, mezclando géneros: «escribo con mis voces», dijo. 
          Admiro su flexibilidad e ingenio para  pasar de lo lírico a lo irónico, de lo culto a lo mundano, de lo coloquial a lo alegórico, de la prosa a la poesía. Creo que expresa, como pocos, la soledad. Y lo hace con una anécdota. Aparentemente simple. Insólita al mismo tiempo. 
          Cada poema de este libro, Playstation, con recursos del dirty realism, es una vivencia personal, una historia. Me  sorprende su capacidad de innovación, su brevedad para contar cada una de ellas.            
          El erotismo, el exilio y el ambiente urbano se respiran en estos poemas donde pareciera que lo narrativo gana —por la sorpresa, en mi caso, mantengo la mente abierta a su personalidad poética en una segunda lectura, libre de prejuicios. Es cuando descubro que el poema tiene más significados de los que inicialmente me pareció, ¡esos mundos paralelos! [generalmente opuestos], donde el humor se filtra dúctilmente. Su uso de parataxis y de la primera persona le da un fuerte ritmo e intensidad.
          ¿Poética explícita? A ella no le gusta que la encasillen, que le pongan etiquetas: «El afán de la crítica es encasillar, el afán del creador es romper los géneros, romper los esquemas y desencasillarse». Desde sus primeros poemarios, libros prohibidos en Uruguay durante muchos años, deconstruyó con ironía la imagen femenina que la cultura patriarcal había creado. Posición que seguirá en sus creaciones posteriores.



Cristina Peri Rossi es una escritora uruguaya que vive en Barcelona prácticamente desde que se exilió de su país en 1972 y tras un breve período de residencia en París. 
          Nació en Montevideo el 12 de noviembre de 1941. La mayor parte de su carrera literaria la ha desarrollado en España.
          Su obra abarca una gran variedad de géneros —cuento, poesía y ensayo—, y es muy prolífica. Su vida es la literatura y también las luchas por lo que cree. Debe ser tomada así, como un todo. Con su obra y su personalidad comprometida y vital: «Escribo porque estoy momentáneamente viva», dice.
          Licenciada en Literatura Comparada, ha recibido innumerables premios y reconocimientos: por su larga trayectoria y por los temas contemporáneos que toca, por su lucha contra las dictaduras y defensa de las mujeres y homosexuales. Despierta gran interés, tanto del público lector como del académico.
          Playstation [2009] obtuvo el Premio Loewe, y «Punto de encuentro», lo que acaban de leer, es uno de sus poemas más nombrados.
          Espero que hayan disfrutado de esta lectura, dada la forma peculiar de la poesía de Cristina Peri Rossi. Una poesía donde la mujer y sus derechos, los de ella y los de las minorías, tienen un fuerte protagonismo. Como en otras voces lo han tenido, y seguirán teniendo en distintos lugares del mundo. Dos ejemplos son las estadounidense Maya Angelous y Sandra Cisneros, con sus herencias afroamericanas y mexicanas, que rompen las fronteras establecidas y luchan contra los prejuicios a través de su arte.

          De la lectura de sus cuentos y novelas haré una publicación en estos días. 
          Hasta el próximo encuentro.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas, lecturas de interés


- Mujeres poetas que curan y cruzan fronteras:
https://ruc.udc.es/dspace/bitstream/handle/2183/28404/Nunez_Puente_Carolina_2021_Women_Poetry_That_Heals_Across_Borders.pdf?sequence=3

- Cristina peri Rossi, ganadora del Premio Miguel de Cervantes 2021:
https://elpais.com/cultura/2021-11-10/cristina-peri-rossi-ganadora-del-premio-cervantes-2021.html

- Barloventear y Singlar: La poética compleja de cristina Peri Rossi
file:///Users/Cecilia/Downloads/10.1515_9783110736274-010.pdf
























sábado, 30 de octubre de 2021

Cuentos de Dylan Thomas

Cuentos de Dylan Thomas

Brember

          Dylan Thomas, más conocido por sus poemas increíbles, ¡tan bellos!, rítmicos, majestuosos, ambientados en medio de la gente simple de Swansea en Gales, no sorprende con los cuentos. Son exquisitos, poéticos, contados con la misma pasión y cadencia galesa que encontramos en sus versos. «Una mezcla de alegría y sencillez, deleite y tragedia, no muy diferentes a las historias de James Joyce, a quien Thomas admiraba»*. 
          Historias donde la sensación de que las líneas divisorias entre la fantasía y la realidad se desdibujan. Donde el recuerdo de los sueños o la imaginación de entonces, aumenta. Algo oscuro y misterioso se filtra, dándole a estos relatos un aire fantástico y sublime. 
          
          Ahora leamos el relato, sumerjámosnos en la historia. Entremos en esa habitación —u otra de nuestros recuerdos—, tengamos la misma sensación de irrealidad y anhelo. 



          Las sombras descendieron lentamente hasta llegar al vestíbulo. Vio el perfil oscurecido de la balaustrada reflejarse en el espejo, el arco del candelabro que proyectaba la luz. Pero eso era todo. Las sombras se alargaban más hacia la puerta. Luego se perdían en la oscuridad del suelo y del techo. Rebuscó en los bolsillos para ver si encontraba un fósforo y por fin encendió la candela que llevaba en la mano. Sujetando la llama diminuta en alto, por encima de la cabeza, giró el picaporte y entró en la habitación. Olía a polvo y a madera vieja. Le resultó curioso ser tan sensible a ese olor, y cómo desató su imaginación. Las viejas damas bordando sus encajes a la luz de la luna, sus dedos pálidos y flacos, veloces sobre los brocados, sus mejillas sin edad, pero con el tinte de las mejillas de una niña. A eso le recordaba la habitación desde los tiempos en que por primera vez entró en ellas de puntillas y contempló aterrado las ventanas que se abrían a la extensión de césped grisáceo, a los árboles que se alzaban detrás. Si no, le recordaba a cuando, de niño, se sentaba ante el clavicordio y tocaba las teclas polvorientas con tal levedad que nadie alcanza a oír las notas emitidas, temeroso y sin embargo embelesado al oír que la música ascendía tenue en el aire. Siempre era triste. Detectaba la tristeza desolada bajo la fuga más liviana; a medida que sus manos pulsaban las notas, las lágrimas le asomaban a los ojos, un gran anhelo de algo que había conocido y había olvidado, algo que había amado y había perdido.

There were tears in his eyes, a great longing for something he had known and had forgotten, loved but had lost.

Eso fue unos cuantos años antes, y ahora se le impuso la misma sensación de irrealidad y anhelo cuando escendió las largas velas del clavicordio con su candela y vio, al extenderse la luz, que las paredes se cerraban a su alrededor y que las pesadas sillas le quitaban espacio. Las frotó levemente con la manga y dejó vagar los dedos unos instantes por encima del teclado. Qué frágiles eran aquellos sonidos. Qué curiosas melodías formaban, qué tristes y, sin embargo, qué perfectas. Por un instante pensó que había oído un ruido de pasos infantiles al otro lado de la puerta, pasos que corrían por el pasillo, hacia las tinieblas. Pero habían desaparecido. A la fuerza tuvo que suponer que nunca llegaron a oírse. Oyó una nota sostenida de risas que enseguida desapareció. Mientras tocaba, le pareció oír el ruido suave, el susurro más bien de una falda de seda arrastrada por el suelo. Dio más volumen a su música y, cuando volvió a suavizarla, no quedó nada.

Por más que se esforzase no pudo analizar las razones que lo habían llevado hasta la casa. Lo aterraba, pero no era capaz de alejarse de ella. Fuera, por el camino, había sentido el súbito deseo de desgarrar el velo de los años y remontarse a todo lo que la vieja casa significaba, el atardecer, las voces matizadas por los pasillos, el clavicordio, las escaleras que interminablemente ascendían hacia las tinieblas, el millar de detalles de las habitaciones, el miedo suave e insinuante que lo miraba desde los rincones, y que nunca desaparecía. Había caminado por la avenida hasta la puerta principal. La cabeza del león que representaba la aldaba le sonrió al llegar. La levantó y golpeó la madera. No contestó nadie. Volvió a llamar otra vez, y otra, pero la casa permaneció en silencio. Empujó la puerta con el hombro y se abrió. Recorrió de puntillas los pasillos, miró las habitaciones, tocó los objetos que le eran familiares. No había cambiado nada. Y fue entonces, cuando la noche salió por las ventanas emplomadas, que cerró la puerta de la sala de música a sus espaldas. Le colmó una gran sensación de alivio. El anhelo que siempre había permanecido en lo más recóndito de su mente, halló lo que había perdido, recordó lo que tenía olvidado. Aquel era el final de su viaje. 

Por un momento, las velas brillaron con mayor intensidad. Pudo ver mejor toda la estancia. Se puso en pie, la atravesó y recogió un libro polvoriento que estaba sobre la mesa. La casa solariega de Brember. Se lo llevó a la luz. Todas las páginas le resultaban conocidas, allí estaba la familia generación tras generación, hombres más dados al pensamiento que a la acción, visionarios todos que vieron el mundo desde las nubes de sus propios sueños. Fue pasando las páginas hasta llegar a la última: George Henry Brember, el último del linaje, falleció...

Contempló su propio nombre y cerró el libro.

***

Comentario


          Maravilloso relato, uno de mis preferidos. Con su cadencia, lenguaje intimista, escenas simples que inteligentemente nos van llevando al momento de la trama. Pero también sale de esos tiempos y viaja hacia lo que cada uno siente al leerla.
          El clima se va creando, todo se aligera porque Thomas crea estas imágenes, poderosas sí pero dotadas de un aura casi sobrenatural. Una forma de alivianar un dolor: «tocaba las teclas polvorientas con tal levedad que nadie alcanza a oír las notas emitidas, temeroso y sin embargo embelesado al oír que la música ascendía tenue en el aire».
          El amor, que a veces no fue tanto, por el Gales natal del autor, con la tristeza de la depresión de la época, está presente con todas sus contradicciones y altibajos. Así como su conexión con la zona rural y su ascendencia con tono melancólico. Siempre el tan presente conflicto entre generaciones, el anciano mirando a los jóvenes y viceversa. El recuerdo de la infancia y el paso del tiempo. Y luego el tema de la muerte, presente en este relato, en otros y en su poesía: cómo se prepara el hombre para este momento final. En este relato tiene más de una interpretación con el giro que da al final. 
          Muchas frases adquieren un significado metafórico: «las escaleras que interminablemente ascendían hacia las tinieblas», imagen con sentido a la que Thomas poeta volverá en su célebre poema «No entres dócilmente en esa buena noche»*. Y tienen una gran importancia porque refuerza la emoción que experimenta el protagonista. El famoso poema transmite uno de los mensajes más edificantes, todo un impulso a no rendirse, a luchar hasta el final, ¡vuelvan a leerlo o escucharlo*! Rage, rage!

          Admirador de Keats y Joyce, entrelaza los sentimientos y pensamientos en una mezcla de realidad e imaginación. Imaginación a la que Thomas da una gran importancia. Como a la intuición en el proceso de entender los temas trascendentales. 


          Pueden leer el cuento una vez más o escucharlo en una voz muy agradable:
https://www.ivoox.com/brember-dylan-thomas-audios-mp3_rf_1428646_1.html

          O hacer, al finalizar y si lo desean, el ejercicio de trasladar este relato y traerlo al presente. Desgarrar el velo de los años —no hace falta que sean tantos—, y remontarse a todo lo que la casa de la niñez significó, con otras luces y sombras. Las nuestras.




          Ahora me despido. Hasta el próximo relato de Dylan Thomas que publicaré en breve en este mismo sitio. Debajo dejo el link para que ustedes vayan haciendo su propia elección y lectura de los Cuentos completos*
          No dejen de leer la obra del poeta galés más conocido, favorito de los Beatles entre otros muchos famosos. Mundos tan diversos como los de la política, el rock y el cine —The Edge of Love [En el límite del amor]— lo tuvieron y seguramente lo seguirán teniendo en cuenta. 
           Supo llegar a la gente. Fue el primer poeta que difundió su obra masivamente —radio, cine, televisión, discos— con su voz grave, inolvidable que podemos seguir escuchando. Una personalidad carismática, sin lugar a dudas. Un ícono literario que perdura. Un maestro también de la prosa.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas, Referencias, Bibliografía

- The Collected Stories, Dylan Thomas:
https://www.goodreads.com/book/show/676733.The_Collected_Stories

- Cuentos completos. Dylan Thomas:
file:///Users/Cecilia/Downloads/Relatos%20completo%20-%20Dylan%20Thomass.pdf

- Falling in Love with the ShorStories of Dylan Thomas:https://shortstoriesdiary.wordpress.com/2015/01/30/falling-in-love-with-the-short-stories-dylan-thomas/ 

- «No entres dócilmente en esa buena noche», Dylan Thoma
https://ciudadseva.com/texto/no-entres-docilmente-en-esa-buena-noche/

https://www.youtube.com/watch?v=9xfLRP2TmMs

- Imágenes elegidas:
  •  Neil Oseman [Reino Unido, 1980]. Director de fotografía. Por como emplea la iluminación —tan importante en este relato— para construir sus escenas. https://neiloseman.com/tag/candles/
  • Nikolas Konstantin. Por como capta emociones y muestra a las personas en ese instante tan sensible. Crea escenas. https://abduzeedo.com/node/44027; https://www.flickr.com/people/rasenkantenstein/

viernes, 16 de julio de 2021

In the small hours / En la madrugada, Wole Soyinka

 «En la madrugada»

In the small hours, un poema de

Wole Soyinka

[Abeokuta, Nigeria, 1934]

Premio Nobel de Literatura 1986


«Sus palabras pesan 
como las de un ser humano 
que ha extremado sus fuerzas 
de supervivencia»
Vicente Verdú




Blue diaphane, tobacco smoke
Serpentine on wet film and wood glaze, 
Mutes chrome, wreathes velvet drapes,
Dims the cave of mirrors, Ghost fingers
Comb seaweed hair, stroke acquamarine veins
Of marooned mariners, captives
Of Circe´s sultry notes. The barman
Dispenses igneous potions —
Somnabulist, the band plays on.

Azul diáfano, el humo de los cigarrillos
Sinuoso sobre película húmeda y el barniz de madera,
Apaga el cromo, envuelve colgaduras de terciopelo,
Empaña la cueva de los espejos. Dedos fantasmas
Peinan cabellos de algas, golpean venas aguamarinas
De marineros abandonados, cautivos
De las notas voluptuosas de Circe. El barman
Prepara pociones ígneas —
Sonámbula, la orquesta sigue tocando.




Cocktail mixer, silvery fish,
Dances for limpet clients.
Applause is steeped in lassitude,
Tangled in webs of lovers´whispers
And artful eyelash of the androgynous.
The hovering notes caress the night
Mellowed deep indigo —still they play.

El mezclador de cocteles, pez plateado,
Baila para los clientes infaltables.
Los aplausos están empapados de fatiga,
Enredados en las redes de los susurros de los amantes
Y en el pestañeo coqueto de los andróginos.
Las notas flotantes acarician la noche
De un suavísimo azul añil —y siguen sonando.

Departures linger. Absences do not
Deplete the tavern. They hang over the haze
As exhalations from receded shores. Soon,
Night repossesses the silence, but till dawn
The notes hold sway, smoky
EpIphanies, possessive of the hours.

Las partidas se demoran. Las ausencias no
Desocupan la taberna. Cuelgan sobre la neblina
Como exhalaciones de playas retiradas. Pronto,
La noche recupera el silencio, pero hasta el amanecer
Las notas dominan el ambiente, epifanías 
humeantes, posesivas de las horas.




This music´s plaint forgives, redeems
The deafness of the world. Night turns
Homewards, sheathed in notes of solace, pleats
The broken silence of the heart.

La queja de esta música perdona, redime
La sordera del mundo. La noche se da vuelta
De regreso a casa, envuelto en notas de consuelo, pliega
El roto silencio del corazón.

Traducción: 
Nicolás Suescún
[Poetas del mundo en Medellín]



          La poesía, una de las formas más profundas, perfectas de la literatura, transmite, para mí, de la mejor manera. Las emociones más insondables, los significados más trascendentales son expresados con palabras que, así elegidas, superan tiempos y espacios y realidades —un mundo más allá de África—, son imágenes que el lector adquiere para siempre, si recibió el poema de esta forma.
          Este poema, «In The Small Hours» [traducido: En la madrugada], Wole Soyinka lo escribió poco antes de que Nigeria se independizara [1960]. Quizá teniendo este dato, el lector le podrá encontrar otro tono y significado político-social. 
          También podrán reparar en su compleja sintaxis, los lectores más avezados. 
          Soyinka, el primer africano en recibir un Premio Nobel, escribe en inglés, y su lenguaje, elección de palabras y alusiones, hace que su poesía no sea comprendida en una primera lectura.
          Quizá prefieran obviar estos datos, ir más allá de las estrategias lingüísticas, y disfrutar del poema intuitivamente. Imaginar el bar, ya que es tan descriptivo. Una noche en que se hace madrugada. Un bar en el que todos hemos estado, el humo de los cigarrillos —cuando se permitía fumar—, las bebidas, the cave of mirrors, siempre los espejos, y la música sensual y la mujer que seduce, poca luz, todo el ambiente letárgico está dicho. Se respira la atmósfera. 
          Luego, el mar se nos va haciendo presente, metafóricamente: venas aguamarinaspez plateadonotas flotantes, exhalaciones de playas retiradas [...]. 
          Y llega el amanecer y el hechizo continúa, «Las partidas se demoran. Las ausencias no desocupan la taberna». Sin embargo, es hora de irse, pero las notas sensuales quedan, la música persiste y son notas de consuelo para los corazones y almas heridas que han compartido esos momentos.
      
          Espero que hayan disfrutado de este poema y poeta. Que puedan seguir descubriéndolo, en su faz de dramaturgo y narrador —relatos, novelas, ensayos, autobiografías—. A través de sus memorias, saber de su infancia y adolescencia en Nigeria, de sus luchas políticas y experiencias como preso político, de su primo que es leyenda: Fela Kuti. Una vida muy activa tanto en Nigeria, como en Inglaterra y Estados Unidos. Una mezcla de estilos occidentales adquiridos y tradiciones africanas que ofrece una muy rica literatura. 
          Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguín Gianelli

Nota


- Wole Soyinka: 
- Wole Soyinka: Escritor nigeriano nacido el 13 de julio de 1934 en Abeokuta, capital del estado de Ogun, en Nigeria.

África

En 1986 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura, fue el primer africano en recibirlo. Y dijeron: «Desde una perspectiva cultural amplia y con matices poéticos, Wole Soyinka, da forma al drama de la existencia».
Soyinka tiene una gran producción literaria, y muy variada. Con raíces en los mitos, ritos y patrones culturales de su tierra, su educación en Europa y su familiaridad con la cultura occidental, tiene condiciones inusuales para desarrollarla.
Sus creaciones literarias son vívidas, a veces desgarradores, siempre evocadoras, significativas y poéticas.
Entre sus obras:
  • A Dance of the Forests [teatro, 1960], una especie de Sueño de una noche de verano africana con espíritus, fantasmas y dioses. El drama indígena y la figura clave en Soyinka: el dios Ogun.
  • Death and the Kinq´s Horseman [teatro, 1975], una tragedia antigua, la muerte y el sacrificio como tema. La relación entre los no nacidos, los vivos y los muertos.
  • A Play og Giants [teatro, 1984], Otra faceta de Soyinka. Una farsa oscura. El texto en prosa introductorio es un resumen cáustico de la agonía de África.
  • Idanre and Other Poems [poesía, 1967], Ogun y lo que el dios representa como tema central: el conflicto, quizá la unión entre la destrucción y la creación.
  • A Shuttle in the Crypt [1971], colección de poemas escritos durante los dos años que Soyinka estuvo preso. Su supervivencia mental, el contacto humano, la ira y el perdón, son algunos de los temas.
  • The Man Died: Prison Notes [autobiografía, 1971], se cuentan las mismas experiencias que inspiraron el libro anterior, ahora en prosa. Hay cuatro autobiografías más y la adaptación al cine de Aké: The Years of Childhood* [1981].
  • The Interpreters [novela, 1964], cinco amigos que viven en la ciudad nigeriana de Lagos, con sus decisiones, desconciertos y sentido del humor. Con algo de Faulkner y Joyce, Soyinka da rienda suelta a una escritura que sale de lo común. Una narrativa postcolonial que no es opinión única, por eso Soyinka introduce a sus cinco intérpretes. Cinco personajes, intelectuales con distintas profesiones, y los caminos que deben enfrentar y elegir, después de haber conocido Europa, en la nueva Nigeria. Muy recomendada, está traducida al español.
Contemporáneo de otro gran escritor nigeriano, Chinua Achebe [1930-2013], autor de Todo se desmorona [1958], fue Soyinka quien le dio el último adios.
Lingüísticamente excelente —así es calificado—, Soyinka posee un riquísimo vocabulario, palabras y expresiones magníficamente usadas en diálogos ingeniosos, ya sea de manera satírica o irónica, que de forma tranquila y profunda, meditada. Su escritura, en relatos, novelas [The Interpreters], poesía, teatro, cine y ensayo, está llena de vitalidad y urgencia. Por toda su complejidad y técnica narrativa vanguardista merece una lectura atenta.

- Inspiring Illustrations: Artistas elegidos para ilustrar el post, de modo personal, por su modernidad —la manera en que combinan distintas técnicas—, originalidad y talento artístico para transmitir poéticamente sus proclamas.

Aké, Film Trailer: Trailer oficial de la adaptación de la autobiografía Aké: The Years of Childhood [1981]. Memorias de infancia de Soyinka en Ake, su ciudad natal, y crónica de la Nigeria colonial.
https://guardian.ng/art/soyinkas-ake-film-on-amazon/



- Wole Soyinka, El País, Vicente Verdú:
https://elpais.com/diario/2010/08/29/eps/1283063215_850215.html

lunes, 7 de junio de 2021

«Un secuestro en la familia», John Fante

 «Un secuestro en la familia»

El vino de la juventud

[1940]

John Fante

[Colorado, 1909-1983, California] 


          Vamos a leer o / y escuchar un relato de John Fante [1909-1983]. Es el primero del libro El vino de la juventud [A Wine of Youth], publicado en 1940. Tiene veinte relatos en total, los primeros trece habían sido publicados en el libro Dago Red. Luego se añadieron los otros siete con este nuevo nombre.            
          El título es muy sugerente: «Un secuestro en la familia» [A Kidnapping in the Family].
          Con una prosa muy dinámica, el autor, nos sumerge en la historia de un niño-adolescente que idealiza a su madre a través de una fotografía que encuentra de ella cuando era joven y, así recrea la situación pasada y la actual. Como todas sus ficciones, esta también está teñida de nostalgia y sensiblidad, especialmente de la vida familiar que el mismo Fante vivió: su ascendencia italiana, la religión católica y los vínculos con los amigos y con los padres.
          Su estilo ha sido comparado con el de William Saroyan —premio Pulitzer por El momento de tu vida—, y con Sherwood Anderson, maestro del relato corto. También con Hemingway, Twain y Henry Miller en su primera etapa.
          Pero John Fante, autor de muy buenas novelas como Pregúntale al polvo y Espera a la primavera, Bandini, tiene un estilo único e inigualable. Es tan coloquial y libre de adornos, que nos hace vivir cada trama sin esfuerzo, con un gran deleite. 
          Redescubierto por Charles Bukowski, quien escribe el prólogo de este libro, se lo considera el precursor del realismo sucio. 



Audiolibro


          En la habitación de mi madre había un viejo baúl. Era el baúl más viejo que había visto en mi vida. Era uno de esos baúles de tapa abovedada que parece la barriga de un gordo. Dentro del baúl, debajo de un vestido de novia que nunca se usaba porque era un vestido de novia, y de una cubertería de plata que tampoco se usó nunca porque era un regalo de boda, y debajo de toda clase de cintas de colores, botones y partidas de nacimiento, debajo de todo esto había una caja con fotos de familia. Mi madre no permitía que nadie abriera aquel baúl y tenía la llave escondida. Pero un día encontré la llave. La encontré debajo de una esquina de la alfombra. 
          La primavera de aquel año, cuando llegaba del colegio por la tarde me encontraba a mi madre trajinando en la cocina. De tanto trabajar tenía los brazos fláccidos y blancos como el yeso seco, el cabello ralo y pegado a la cabeza, y los ojos, grandes y tristes, hundidos en las cuencas. 
          ¡La foto!, pensaba yo. ¡Ah, aquella foto del baúl! 
          Cuando mi madre no miraba, entraba a hurtadillas en su dormitorio, cerraba la puerta y abría el baúl. Allí había muchas fotografías y a mí me gustaban todas, pero había una en especial que mis dedos anhelaban tocar y mis ojos ansiaban ver desde que vi a mi madre de aquella manera: era una foto suya y se la habían hecho una semana antes de que se casara con mi padre. 
          ¡Qué foto! 
          Aparecía sentada en el brazo de un lujoso sillón, con un vestido blanco que le llegaba hasta los pies. Las mangas eran amplias y vaporosas, unas mangas muy elegantes. El vestido apenas tenía escote y en el cuello lucía un camafeo colgado de una fina cadena de oro. Llevaba el sombrero más grande que había visto en mi vida. Le tapaba completamente los hombros como si fuera una sombrilla blanca, tenía el ala levemente inclinada y le cubría todo el cabello menos los prietos bucles oscuros que le caían por detrás. Pero distinguía sus melancólicos ojos verdes, tan grandes que ni siquiera aquel sombrero los podía ocultar. 
          Yo me quedaba mirando aquella extraña fotografía, la besaba, lloraba sobre ella, feliz porque aquella imagen había sido realidad en otro tiempo. Y recuerdo una tarde en que me la llevé a la orilla del arroyo, la puse encima de una piedra y le recé. Y en la cocina estaba mi madre, prisionera entre cazos y sartenes: una mujer que ya no era la encantadora mujer de la fotografía. 
          Y lo mismo pasaba conmigo, un muchacho que volvía a casa de la escuela. 
          Otros días hacía otras cosas. Me ponía delante del espejo del armario con la foto a la altura de la oreja, de cara al espejo redondo. Un sensación turbadora se apoderaba de mí entonces y sentía un escalofrío de placer. ¡Qué increíble aquella gran señora, aquella reina! Y recuerdo que me quedaba sin palabras. 
          La madre que estaba en la cocina en aquellos momentos no era mi madre. No lo habría aceptado. Mi madre era aquella otra, la señora de la pamela. ¿Por qué no podía recordar nada de ella? ¿Por qué tenía yo que ser tan pequeño cuando nací? ¿Por qué no pude nacer con catorce años? No podía recordar nada. ¿Cuándo había cambiado mi madre? ¿Qué causó el cambio? ¿Cómo había envejecido? Acabé convenciéndome de que si alguna vez hubiera visto a mi madre tan hermosa como en la fotografía, le habría pedido inmediatamente que se casara conmigo. Nunca me había negado nada y creía que no me rechazaría como marido. Me regodeé en aquella decisión, descubriendo incluso la manera de deshacerme de mi padre: mi madre podía divorciarse de él. Si la Iglesia no accedía al divorcio, podríamos esperar y casarnos en cuanto mi padre muriera. Hojeé mi catecismo y el libro de oraciones en busca de alguna ley que prohibiera que las madres se casaran con los hijos. Me satisfizo no encontrar nada sobre el tema. 
          Una noche me guardé la fotografía dentro del cinturón y se la llevé a mi padre. Él estaba sentado en el porche delantero leyendo el periódico. 
          —Mira —dije—. ¿Sabes quién es? 
          Mi padre la miró a través de una nube de humo de cigarro. Su indiferencia me indignó. La examinó como si fuera un bicho o algo así; un trozo de pastel duro o algo semejante. Miró la fotografía tres veces de arriba abajo, luego otras tres veces de un lado a otro. La volvió y la examinó por detrás. La composición le interesaba más que el sujeto, mientras yo esperaba que abriera los ojos de par en par y gritara lleno de emoción. 
          —¡Es mamá! —dije—. ¿No la reconoces? 
          Me miró con cansancio. 
          —Déjala donde la has encontrado —dijo, recogiendo el periódico. 
          —¡Pero es mamá! 
          —¡Dios Santo! —dijo—. ¡Ya sé quién es! Me casé con ella. 
          —¡Pero mira! 
          —Vete —dijo. 
          —¡Pero, papá! ¡Mira! 
          —Vete. Estoy leyendo. 
          Sentí ganas de pegarle. Me sentía avergonzado y triste. Algo pasó en aquel momento y la fotografía ya no volvió a parecerme tan maravillosa. Se convirtió en otra fotografía más, en una simple fotografía. Apenas volví a mirarla y después de aquella noche no volví a abrir el baúl de mi madre en busca de los tesoros del fondo. 




          Antes de casarse, mi madre se llamaba Maria Scarpi. Era hija de Giuseppe y Stella Scarpi. Los dos eran de Nápoles, de familia campesina. Emigraron a Estados Unidos, a Denver, y Giuseppe se hizo zapatero. Mi madre, Maria Scarpi, nació allí, en Denver. Fue la cuarta criatura de los Scarpi. Junto con sus hermanas y hermanos asistió a una escuela de monjas. Luego fue a un instituto público durante tres años. Pero aquel instituto no era como la escuela de monjas y a mi madre no le gustó. Sus dos hermanos y sus cuatro hermanas se casaron después de terminar el bachillerato. 
          Pero Maria Scarpi no se casó. Les dijo a los suyos que el matrimonio no la atraía. Ella quería ser monja. Aquello dejó atónita a toda la familia. Sus hermanos y hermanas opinaban que su ambición no tenía sentido. ¿Y los hijos? ¿Y el hogar, y un buen marido, un buen hombre como Paul Carnati? A todas aquellas preguntas, la mujer que sería mi madre levantaba la nariz y seguía insistiendo en sus ambiciones conventuales. Era una rebelde y sus hermanos y hermanas llevaron a casa toda suerte de posibles pretendientes en un esfuerzo por persuadirla de que olvidara aquella locura. Pero Maria Scarpi era fría e insociable; incluso llegó a negarse a hablar con ellos. Si oía voces en la planta baja, se encerraba en su habitación y se quedaba allí hasta que los visitantes se iban. 
          Paul Carnati era dueño de una panadería. Ganaba mucho dinero, tenía muy buenas ideas y estaba loco por mi madre. Un día llegó a casa de los Scarpi empuñando las riendas de una calesa recién estrenada; tenía llantas de caucho en las ruedas y un bonito caballo tiraba de ella. Aquel Carnati tenía tanto dinero que iba a darle a mi madre el caballo y la calesa a cambio de nada. Mi madre no quiso ni mirarlo; ni siquiera bajó de su habitación, y Paul Carnati se fue tan furioso y ofendido que no volvió nunca más. Llevó su indignación hasta el punto de cobrar el doble por el pan a los Scarpi, hasta que la familia tuvo que ir a comprarlo a otra panadería; y, para colmo, enfadado, se casó con otra. Los italianos llamaban a esto matrimonio por despecho. 
          Mi madre me contó cómo fue su primer encuentro con mi padre. Ocurrió en 1910, en el mes de agosto de aquel año. Era el día de San Roque, el poderoso santo patrón de todos los italianos. En un día tan importante, los italianos se agolpaban en las calles del North Side y por el centro de la calle marchaba un vistoso desfile, con tres bandas de música completas y los Hijos de San Roque con sus uniformes rojos y plumas blancas en los sombreros. Los Caballeros de Colón también estaban allí, desfilaban con su propia banda, y los Hijos de Little Italy estaban también presentes con la suya. De hecho, todas las personas con alguna importancia estaban allí, incluidos muchos americanos que no tenían ninguna pero que iban a mirar y a reírse, porque opinaban que los días festivos en el North Side eran divertidos. 
          El desfile bajó por Osage Street hasta Belmont, luego dobló al este por Belmont hasta la iglesia de San Esteban. Mi madre estaba en el cruce de Osage y Belmont, delante del drugstore, que aún sigue allí, contemplando el desfile. 
          Estaba sola, rodeada de jóvenes italianos que habían salido corriendo desde las mesas de billar del Star Hall, con el taco en la mano y el sombrero caído sobre la nuca. Conocían a mi madre, aquellos jóvenes la conocían, lo sabían todo de ella. Todos los vecinos del North Side conocían a Maria Scarpi, que prefería ser monja a ser esposa. Ella les daba la espalda, los despreciaba; eran matones, la primera camada de gángsters que más tarde manchó la reputación de los italianos de Denver. 
          Fingían estar interesados en el desfile, pero no lo estaban. Era mentira. En lo que estaban interesados era en mi madre. Era una situación curiosa, insólita para los matones. ¿Qué podía decirle un hombre a una mujer que iba a ser monja? No dijeron nada, ni una palabra. Se limitaron a quedarse allí, aplaudiendo el desfile. 
          Hubo un alboroto en la parte de atrás. Alguien empujaba, propinando codazos a diestro y siniestro, dando gruñidos de prepotencia (no era un hombre corpulento y en consecuencia gruñía dos veces más fuerte de lo necesario) y abriéndose paso entre la multitud hasta que, oh cielos, ¿quién estaba delante de él? ¿La muchacha de la pamela verde? Guido Toscana había abusado del vino blanco y estaba alegre, pero en aquel estado veía la belleza con más claridad. Dando chupadas a su tagarnina, se detuvo. Los demás no le hicieron caso. ¿Quién diantres se creía que era? No lo habían visto nunca, aunque estaban seguros de que era italiano como ellos. 
          Mi madre notó su cercanía, el borde de su pamela le rozaba el hombro. Se adelantó. Pero no fue muy lejos. La alcantarilla estaba a un centímetro de sus pies. 
          —¡Buenos días! —dijo Guido Toscana. 
          —No lo conozco a usted —respondió ella. 
          —¡Ejem! —exclamó—. ¡Ejem, ejem! Me llamo Guido Toscana. ¿Cómo se llama usted? 
          Dio media vuelta y guiñó el ojo a los jóvenes, que se quedaron paralizados. Los ojos de mi madre recorrieron los rostros que flanqueaban la calle en busca de alguno de sus hermanos. Un borracho. ¡Y ella una muchacha que quería ser monja! ¡Oh, Dios bendito, rezó, ayúdame, te lo pido por favor! Pero Dios no creyó oportuno intervenir; o se estaba divirtiendo con aquello o estaba demasiado ocupado viendo el desfile en honor de San Roque, porque permitió a Guido Toscana otras libertades. Mi futuro padre se llenó la boca de humo de la tagarnina, se inclinó y puuuuuuuffffff, expulsó el humo bajo el ala de la pamela de mi futura madre. Aquel humo blanco picaba. Mi madre se atragantó, tosió con la boca pegada a un pequeño pañuelo. Toscana lanzó una carcajada estentórea y se volvió hacia los jóvenes buscando su complicidad. Los jóvenes fingieron no haber visto nada. Ah, pensó Guido Toscana, conque ésas tenemos: ¡macarronis! 
          Mi madre ya había tenido bastante. Sujetándose la pamela, lo empujó para apartarlo, se abrió paso entre la multitud de italianos y anduvo rápidamente calle arriba. La casa de los Scarpi estaba a tres manzanas. Cuando llegó al final de la primera, dobló la esquina mirando por encima del hombro. 
          Se quedó sin aliento. ¡El hombre la seguía! Se había quitado el sombrero y, esquivando a la multitud, le hacía señas con la mano, indicándole que volviera. Mi futura madre recorrió a paso vivo las dos manzanas que quedaban. Él también corrió. 
          —Mamma! —gritó Maria Scarpi—. Mamma! Mamma! 
          Subió los seis peldaños del porche de un salto. Mamá Scarpi, corpulenta y tan ancha como tres madres normales, abrió la puerta y Maria entró a toda velocidad. La puerta se cerró de golpe y se oyó correrse el cerrojo. Guido Toscana apareció resoplando por la calle. Todo era paz y tranquilidad cuando llegó a la casa. Las persianas estaban bajadas y no salía humo por la chimenea. El lugar parecía vacío. Pero él se quedó merodeando cerca. No pensaba marcharse. Anduvo arriba y abajo, frente a la casa de los Scarpi, como un centinela. Arriba y abajo. Tras una cortina de la planta de arriba asomó la cabeza de Maria Scarpi. Arriba y abajo, Guido Toscana paseaba. Arriba y abajo. 
          La intrépida mamá Scarpi abrió la puerta y se quedó tras el cancel de tela metálica. En un italiano agudo, chilló: 
          —¿Qué quieres, vagabundo borracho? ¡Vete de aquí! ¡Largo! 
          —Me gustaría hablar con la señorita —dijo Guido Toscana. 
          —¡Fuera de aquí, cerdo borracho! 
          —No estoy borracho. Me gustaría hablar con la señorita. 
          —¡Lárgate de aquí si no quieres que llame a la policía, cerdo borracho! 
          Toscana trató de sonreír para disimular su miedo a la policía. 
          —Unas palabras con la señorita y me voy. 
          —Polizia! —gritó mamá Scarpi—. Polizia! 
          Guido Toscana se estremeció, cerró los ojos y se puso a hacer muecas. Levantó las manos y se las puso delante de la cara, como si los gritos de mamá Scarpi fuera botellas lanzadas contra su cabeza. 
          —Polizia! Polizia! Polizia! 
          Hubo un movimiento en la ventana de la planta de arriba. La persiana subió con un chirrido y una sucesión de sacudidas. Se alzó la ventana de guillotina y apareció la cabeza de Maria Scarpi. 
          —Mamma! —gritó—. Por favor, no chilles. ¡La gente va a pensar que estamos locos!              Para Guido Toscana, aquella voz era la niña que tenía Enrico Caruso en la garganta. 
          —¡No chilles, mamma! Averigüemos qué quiere. 
          —Eso —dijo la corpulenta mamma—. ¿Qué quieres, cerdo borracho? 
          Guido se plantó bajo la ventana, alzó los ojos y habló en italiano. 
          —¿Cómo se llama usted? Un suspiro. 
          —Me llamo Maria Scarpi. 
          —¿Quiere casarse conmigo? Mamá Scarpi estaba a punto de vomitar. 
          —¡Fuera de este corral! —chilló—. ¡Vuelve con los cerdos borrachos, cerdo borracho!              Guido no la escuchaba. Abrió la boca y empezó a cantar. No hubo forma de impedírselo. La gente que volvía del desfile lo miraba boquiabierta de asombro. Mamá Scarpi cerró la puerta de golpe y se digirió al interior de la casa. Mi madre, no muy inteligente, una muchacha de corazón blando que quería ser monja y rezar por los pecados del mundo, estaba pasmada en la ventana. 
          Y sigue pasmada. Y sigue llena de asombro. Y eso a mí, un chico que volvía a casa de la escuela, me molestaba. 
          —No supe qué hacer —contaba—. Con toda aquella gente allí…, sentí lástima por él.              —¿Qué cantaba? 
          —Esa canción absurda, la que canta cuando se afeita. 
          Conocía esa canción. Todos los vecinos de las manzanas más próximas la conocían. Siempre que estaba delante de un espejo enjabonándose la cara, lo imaginaba debajo de una ventana en Denver un año antes de mi nacimiento. La canción era «Menami!» («¡Llévame!»):           
          Ay, nena, me has herido dolorosamente. Ah, dolorosamente. 
          Mi corazón sangra profusamente. Sí, profusamente. 
          Mi sangre y mi vida se van lentamente y no puedo contener la sangría. 
          ¡Llévame contigo! ¡Devuélveme la vida! 
          Dame un beso. Un beso. Dame sólo eso. 
          Un besito no es ningún delito. 
          Por favor, no seas coqueta, 
          ¿qué es un beso para ti? 
          Mira en qué estado me has puesto. 
          ¡Ten compasión de mí! 

          —¿Qué pasó después, mamma? 
          Estaba barriendo el suelo de la cocina, encorvándose para alcanzar los restos de carbón que había detrás de las patas cóncavas de la estufa. Oí el crujido de sus articulaciones al agacharse. 
          —Mi hermano Joe llegó a casa y vio a tu padre. 
          —¿Y qué dijo el tío Joe? 
          —No sé. No me acuerdo. 
          —Sí te acuerdas. ¿Qué hizo el tío Joe? 
          —Se rió. 
          —¿No se enfadó? 
          —No, en absoluto. 
          —Apostaría a que tenía miedo de papá, ¿verdad que sí? 
          —En absoluto. —Es igual. Apostaría a que estaba muerto de miedo. 
          —Lo que tú digas. 
          —¿Y qué hizo el tío Joe, si no estaba enfadado? 
          —Invitó a tu padre a entrar. 
          —¿No se pelearon ni nada? ¿No le dio papá una paliza o algo así? 
          —No, nada de eso. 
          —¿Y papá entró? 
          —Sí. 
          —¿Y tú qué hiciste? 
          —No me acuerdo. 
          —Sí, sí que te acuerdas. 
          —Hace mucho tiempo…, lo he olvidado. 
          —No, no lo has olvidado. Lo que ocurre es que no quieres decírmelo. 
          Mi madre se puso en pie, jadeando en busca de aire. 
          —Me quedé un rato arriba, en mi habitación, y luego el tío Joe subió y me dijo que bajara. Y yo bajé. 
          —¿Y qué pasó? 
          —Nada. 
          —¡Algo tuvo que pasar! ¿Qué fue? 
          —¡No pasó nada! —dijo medio irritada ya—. Tu tío me explicó quién era tu padre y nos dimos la mano. ¡Y eso es todo! 
          —¿Eso es todo? 
          —Eso es todo. 
          —¿No pasó nada más? 
          —Tu padre me cortejó y al cabo de unos meses nos casamos. Eso es todo. 
          Pero a mí no me gustaba de esa forma. Lo detestaba. No lo quería así. No me lo creía. No podía creérmelo. 
          —¡No, señor! —dije—. No pasó así. 
         —¡Pues claro que sí! ¿Por qué iba a mentirte? No hay nada que ocultar. 
          —¿No te hizo nada? ¿No te secuestró ni nada de eso? 
          —No recuerdo haber sido secuestrada. 
          —¡Pero es que fuiste secuestrada! 
          Se sentó con la escoba entre las rodillas, sujetándola con ambas manos y con la frente apoyada en las muñecas. A pesar de lo cansada que estaba, la expresión de fatiga se desvaneció y dejó paso a una vaga sonrisa, la sonrisa fugaz de la mujer de la fotografía. 
          —¡Sí! —dijo—. ¡Me secuestró! Vino una noche mientras yo dormía y me raptó. 
          —¡Sí! —exclamé—. ¡Sí! 
          —¡Me llevó a las montañas, a una cabaña de bandoleros! 
          —¡Claro! Y llevaba una pistola, ¿verdad que sí? 
          —¡Sí! ¡Una pistola grande! Con cachas de nácar. 
          —Y montaba un caballo negro. 
          —Es verdad —dijo—. Nunca olvidaré aquel caballo. ¡Qué hermoso era! 
          —Y tú estarías muerta de miedo, ¿verdad? 
          —Petrificada —dijo—. Sencillamente petrificada. 
          —Gritaste pidiendo ayuda, ¿no? 
          —Grité una y otra vez. 
          —Pero él consiguió huir, ¿verdad? 
          —Sí, consiguió huir. 
          —Te llevó a la cabaña de bandoleros. 
          —Exacto, allí me llevó. 
          —Estabas asustada, pero te gustaba, ¿verdad? 
          —Me encantaba. 
          —Te tuvo prisionera, ¿no es cierto? 
          —Sí, pero fue bueno conmigo. 
          —¿Llevabas aquel vestido blanco? ¿El de la fotografía? —Por supuesto que sí, ¿por qué? 
          —Sólo quería saberlo —dije—. ¿Cuánto tiempo te tuvo prisionera? 
          —Tres días y tres noches. 
          —Y la tercera noche te propuso matrimonio, ¿verdad? Cerró los ojos con expresión de quien recuerda. 
          —Nunca lo olvidaré —dijo—. Se puso de rodillas y me suplicó que me casara con él. 
          —Al principio tú no querías casarte con él, ¿verdad? 
          —Al principio no. ¡Le dije que no! Pasó mucho tiempo hasta que dije que sí. 
          —Pero al final lo dijiste, ¿eh? 
          —Sí —respondió—. Al final. 
          Aquello era demasiado para mí. Demasiado. La rodeé con los brazos y le di un beso, y en los labios me quedó el penetrante sabor de sus lágrimas.

*

          Espero que hayan disfrutado de este hermoso relato. Contado en primera persona desde el recuerdo de un niño-adolescente, Jimmy. Una foto de su madre, tomada una semana antes del casamiento con su padre, y hallada en un baúl, es el disparador de la tierna y terrible historia. Terrible porque él puede ver la vida de sumisión y sacrificio de su madre. El contraste con su padre. Los cambios que hay en ella. Desde una muchacha rebelde y segura de sí, plantada en sus convicciones, a una ama de casa resignada.
          Con gran sencillez narrativa, Fante nos sumerge con maestría en una gran complejidad psicológica. Su naturalidad es admirable.
          John Fante nació en Denver, Colorado en una familia italoamericana, y sabemos que sus historias se nutrían de su vida. Este es su universo literario. 
          Quizá explique, en parte, la facilidad con que nos sumergimos en esta trama, donde flota la nostalgia y la perplejidad de un hijo. Quizá sea, según las palabras del propio autor, que puso el corazón y las entrañas cuando la escribía.
          Hasta el próximo encuentro.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas


- John Fante. Official Website:
https://www.johnfante.org/en/john-fante/

- Lee Friedlander [1934]: Maria, New York City [1959]: Imagen elegida del gran fotógrafo estadounidense, famo por sus portadas de discos de jazz y su arte de hacer magia con lo cotidiano. 

lunes, 24 de mayo de 2021

«Canción de amor», Joseph Brodsky

Joseph Brodsky

[San Petersburgo, 1940-1996, Nueva York]

Premio Nobel de Literatura 1987


Joseph Brodsky, el poeta ruso más importante nacido en época soviética.
Y acaso también el más destacado de la segunda mitad del siglo XX, junto a Boris Pasternak y Anna Ajmátova.

Joseph Brodsky y su esposa Maria Sozzani


Si te estuvieras ahogando, acudiría a salvarte
a taparte con mi manta y a ofrecerte té caliente.
Si yo fuera comisario, te arrestaría y te
encerraría en una celda con la llave echada.

Si fueras un pájaro, grabaría un disco
y escucharía toda la noche tu trino agudo.
Si yo fuera sargento, tu serías mi recluta
y, chico, te aseguro que te encantaría la instrucción. 

Si fueras china, aprendería tu idioma, quemaría
mucho incienso, llevaría tu ropa rara.
Si fueras un espejo, asaltaría el baño de las señoras,
te daría mi lápiz rojo de labios y te soplaría la nariz.

Si te gustan los volcanes, yo sería lava
en constante erupción desde mi oculto origen.
Y si fueras mi esposa, yo sería tu amante,
porque la Iglesia está firmemente en contra del divorcio.

Versión de Alejandro Valero

Love Song


If you were drowning, I´d come to rescue,
wrap you in my blanket and pour hot tea.
If I were a sheriff, I´d arrest you
and keep you in the cell under lock and key.

If you were a bird, I´d cut a record
and listen all nigh long to your high-pitched trill.
If I were a sergeant, you´d be my recruit,
and boy I can assure you´d love the drill.

If you were Chinese, I´d learn the languages,
burn a lot of incense, wear funny clothes.
If you were a mirror, I´d storm the Ladies, 
give you my red lipstick and puff your nose.

If you love volcanoes, I´d be lava
renlentlessly erupting from my hidden source.
And if you were my wife, I´d be your lover
because the church is firmly against divorce.


Joseph Brodsky

          Joseph Brodsky nació en la antigua ciudad de Leningrado [hoy San Petersburgo] el 24 de mayo de 1940 y falleció el 28 de enero de 1996, en Nueva York, a los 55 años.
          El gran poeta ruso había nacido en época soviética y fue nacionalizado estadounidense en 1977. Vivió exiliado más de veinte años. Su obra fue tildada de pornográfica y anti-soviética. Castigado con cinco años de trabajo forzado en Noreskaya, fue expulsado de su país en 1972, tenía 36 años. Con la ayuda de los poetas británicos W. H. Auden [1907-1973] y Stephen Spender [1909-1995] se instaló en Estados Unidos. 
          El exilio en sí, y el escritor exiliado en particular, fueron para Brodsky temas esenciales, que profundizó para entender la época que le tocó vivir.
          En 1987 ganó el Premio Nobel de Literatura. Fue el mayor poeta ruso del siglo XX, junto a Boris Pasternak [1890-1960] y Anna Ajmátova [1889-1966].
          Trabajó como traductor, dio clases de Literatura en distintas universidades de Estados Unidos, dictó charlas y escribió ensayos [leer Del dolor y la razón*], obras de teatro, y por supuesto, poesía, en ruso y en inglés.
          Brodsky fue una importante influencia para Mijaíl Baryshnikov en los años que revolucionó y popularizó el ballet como bailarín y coreógrafo. El poeta ruso fue una de las primeras personas con las que Misha se encontró en Nueva York, en 1974, recién desertado de la Unión Soviética. Ambos habían sido invitados por el violonchelista Mstislav Rostropóvich, otro exiliado ruso en Estados Unidos. Mantuvieron una estrecha amistad.
          Baryshnikov había asistido a algunas de las lecturas de Brodsky en Leningrado, donde el poeta había leído a John Donne [1572-1631]. «En su poesía hay muchos poemas sobre el agua. Trabajó el agua en un nivel metafísico, era su Iglesia. Brodsky creció con el río Neva», dijo Baryshnikov. 
          Para el notable bailarín, Brodsky fue su «universidad», así lo declaró, porque le dio la educación superior que su baile le impidió recibir, lo introdujo en el mundo de la literatura.
          Frecuentó y trabó amistad con los nombres más destacados de la cultura y el arte. Lo que deben haber sido esas conversaciones de poesía con Derek Walcott [1930-2017], con Czeslaw Milosz [1911-2004] o con Stephen Spender, ya nombrado. Las de política eran con Susan Sontag [1933-2004], nada menos.
          De la relación entrañable con 
Baryshnikov, nació Brodsky / Baryshnikovuna obra de teatro donde el bailarín recitó la poesía de su gran amigo*.


Joseph Brodsky and Mijaíl Baryshnikov,
New York City, 1985


Un genio recitado por otro genio:
«Closer to theatre than ballet, performed entirely in Russian, mother tongue of both, poet and dancer».
Brodsky / Baryshnikov
Teatro vanguardista, New Riga Theatre

https://www.youtube.com/watch?v=VEOgn3vNMvA

          Me pareció muy interesante, además de ver parte de esta magnífica performance, dada la extraordinaria erudición de Brodsky, leer sus consejos para un lector. Recibirlos de alguien para quien la lectura fue no solo un refugio, sino también una fuente de fortaleza y autodeterminación.
          Estas son sus afinidades electivas, de alguien que amó y se sintió identificado con los poetas ingleses de la década del treinta, amó a los clásicos, a los metafísicos ingleses, a los poetas polacos modernos, a Proust, W. H. Auden y Herman Melville.
          Aquí están los cinco primeros, y las comparto. Ustedes podrán seguir con el resto de las recomendaciones*. Recuerden, de un lector de formación autodidacta, de alguien que leyó solo, libro tras libro: 
  1. Texto sagrado hinduista Bhagavad Gita [1993], uno de los clásicos religiosos más importante del mundo. Al parecer fue escrito hace 5000 años, en el 3000 a. C. La mayor parte de los libros de la literatura india son anónimos. Se atribuye su autoría al mítico sabio Vyasa. 
  2. Texto épico mitológico de la India: Mahabharata. No se conoce el autor, según el propio texto fue contado por un mítico escritor llamado Vyasa.
  3. La epopeya de Gilgamesh, narración acadia en verso, basada en cinco poemas que constituyen la obra épica más antigua conocida.
  4. El Antiguo Testamento, la primera parte de la Biblia.
  5. Ilíada, Odisea, de Homero, poemas épicos, historias fantásticas sobre una guerra entre griegos y troyanos, y sobre el regreso a casa una vez terminada la contienda.
          Luego seguirán libros de historia de Herodoto, Tragedias de Sófocles, de Esquilo y de Eurípides, Las Guerras del Peloponeso, Diálogos de Platón, Aristóteles, Lucrecio, Plutarco, Horacio, Confesiones de San Agustín, Dante Alighieri, Shakespeare, Rabelais, Bacon, Lutero, Santo Tomás de Aquino, y sigan descubriendo... les dejo ese placer.
          Ahora me despido, espero que hayan disfrutado de este post, que sigan leyendo a Joseph Brodsky. Que lean mucho, en realidad del autor que elijan, y nunca se aburran «nunca varados, incluso cuando sientan que están varados, extraigan la mejor mirada posible», como él nos aconseja*.
Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli


Notas

Poemas selectos, Joseph Brodsky:
https://www.casadellibro.com/ebook-poemas--selectos-ebook/9781370585168/5476052




- Poemas de Joseph Brodsky:
http://amediavoz.com/brodsky.htm

Del dolor y la razón, Joseph Brodsky: Ediciones Siruela presenta esta rica colección de ensayos, una mirada reflexiva a las tempranas experiencias de vida en Rusia y posterior exilio en Estados Unidos. Temas muy variados como la dinámica de la poesía, el arte de la lectura, autores y pensadores que merecieron su estudio y atención. [Extracto].
http://www.siruela.com/archivos/fragmentos/Deldolorylarazon.pdf

- Bhagavad Gita
http://www.sociedadbiosofica.org/libros/Gita/gita.pdf

- «Poetry and Motion: Mikhail Baryshnikov on Joseph Brodsky»: 
https://www.ft.com/content/61e68bd4-0906-11e7-97d1-5e720a26771b

Brodsky / Baryshnikov, Theatre:
http://www.chicagotribune.com/entertainment/theater/dance/ct-ent-baryshnikov-dance-card-0131-story.html

- La lista de libros recomendados por Joseph Brodsky:
https://www.actualidadliteratura.com/la-lista-de-libros-recomendada-por-joseph-brodsky-nobel-en-literatura/

- «En alabanza del aburrimiento», por Joseph Brodsky:
http://www.ddooss.org/articulos/textos/J_Brodsky.htm