miércoles, 31 de agosto de 2016

"Francamente, Frank", de Richard Ford

Francamente, Frank 

[2015]

[Let Me be Frank With You, 2014]

Richard Ford

[Jackson, Mississippi, 16 de febrero de 1944]


Richard Ford, 
                           Premio Pulitzer, Faulkner, PEN, Princesa de Asturias de las Letras y Miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, deleita con gracia y talento.
Su nombre se destaca junto a otros escritores estadounidenses contemporáneos, como Philip Roth o John Updike, y sus novelas El periodista deportivo [1986], El día de la independencia [1996], Acción de gracias [2016] y Canadá [2012] han sido varias veces premiadas y ubicadas entre las más leídas.


Editorial Anagrama, Barcelona. Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Ilustración: fotografía de Rob Lybeck; 228 páginas


Una casa puede ser la ventana a través de la cual miras el mundo.
Cuando esa casa ya no está, tu perspectiva cambia.


A house is where you look at the window and see the world.

«Aquí estoy yo», se titula el primero de los cuatro capítulos [o relatos cortos] de esta historia. Y aquí está nuestro protagonista, el querido personaje ya conocido por los que frecuentan la literatura moderna estadounidense de Richard Ford, Frank Bascombe, aparecido por primera vez en su novela El periodista deportivo [1986].

Es la voz de Frank la que nos cuenta la historia. Un hombre políticamente incorrecto que ronda los setenta años, y que habla y piensa con el tono agudo y provocativo que muchos de sus lectores conocen y admiran. Y para los que estrenan a Richard Ford, se les hará inolvidable.

Comienzo. Es invierno en Haddam, Nueva Jersey, y faltan dos semanas para Navidad.


A house in the central Jersey Shore coast collapsed after Superstorn Sandy hit in 2012. 

El aire que allí se respira, sin embargo, no es precisamente aroma de ponche o de galletas de canela, es aroma a reparación de viviendas a gran escala, es el aire del desastre. Es que por allí ha pasado el huracán Sandy.

Y el incrementado movimiento comercial tiendas, negocios de artículos para la casa que no dan abasto, reguero de clientes yendo y viniendo con sus colchones e inodoros a cuestas, nos dice que, aunque todo sucedió hace seis semanas, la desorientación que continúa una catástrofe está presente. Todos continúan perplejos.

Allí está Frank, ex agente inmobiliario, habitante y conocedor de esta zona. Él es un hombre tranquilo que quiere tener su conciencia tranquila. Ya ha llamado a viejos clientes para ponerse al tanto someramente, claro— de cómo han campeado ellos «el temporal». Muestras de empatía que son débiles consuelos para quienes han sufrido realmente la pérdida.

Así es la personalidad de Frank, irónico y burlón, pero sabio al mismo tiempo, sabe quién es quién en su ambiente, y lo más importante y atrayente para mí, sabe quién es él.
Nos saca, con sus reflexiones y con todo lo que va a ir aconteciendo, del clima de tristeza que habíamos supuesto, o al menos no será excluyente de muchas sonrisas nuestras. 
Claro que el telón de fondo del huracán ya está instalado.   

Arnie Urquhart es uno de sus viejos clientes, además de haber sido compañero de hockey en la Universidad de Michigan. Es un hombre rico que ha hecho su dinero manejando hábilmente una marisquería para «clientes selectos» al norte de Jersey.
Esa mañana, Frank, recibe la llamada de Arnie, quien lo cita en su casa de Sea-Clift. En realidad, en lo que queda de una mansión de playa frente a lo que parecía ser un mar benigno, y la propia casa de Frank en otros tiempos. 
Reacio a ir, Frank se topa con una triste realidad. Todas son malas noticias allí. Hasta el aspecto casi desconocido del amigo, ¡tanto ha cambiado! Pareciera que el huracán ha pasado también por su cara, afeminándola peligrosamente en su paso por el quirófano del cirujano plástico.
Ellos hablarán de negocios —o especulaciones, que a veces es lo mismo, amistad y familia. 

Frank se considera una persona grande, con una larga vida [y lo es] y como tal, reconoce que es mucho el acopio que se tiene a cierta edad, y a veces pesa. Y para no sentirse tan «inmerso» en las acumulaciones que la vida nos regala [o impone], cree que podría empezar a alivianarse. Comienza, por ejemplo, a limitar el lenguaje. «Retirar de su vocabulario una cantidad de palabras que están de más no estaría del todo mal», piensa. Hacerse de un buen inventario de las útiles, que después de todo iría acorde con la sustracción gradual que nos propone la vida, que nos lleva, si lo quisiéramos ver con optimismo, a una esencia más sólida, más cercana a la perfección [¡ja!]. Menos y mejores palabras para pensar más claramente, eso se propone Frank. 

Seleccionar esas que expresan nuestros pensamientos, que son cada vez más infrecuentes, cada vez más erráticos. Y ni hablar de las otras mal utilizadas. Ahora decimos, por ejemplo, «sin problema», en lugar de decir, «de nada», o «hidratarse», cuando es simplemente «beber».

Acá tendríamos unas cuantas personales para agregar, como decir «dale» para significar «estoy de acuerdo», «nada», en el comienzo de una frase hablada, que disimula carencia de idea o vocabulario, o simplemente hacer tiempo. La tan de moda «conectar» encabezaría la lista, que quiere decir encontrarse. En fin que no quiero desviarme de las que enumera Richard Ford, pero no puedo evitar decir que también me molestan y mucho [el genio de la edad].

Sally es la segunda y actual esposa de Frank, está estudiando para ser Consejera de Aflicción, y ya trabaja en esta generosa profesión, yendo y viniendo con una buena provisión de pañuelos de papel, me imagino.
Practica yoga y toma té en tazón [para completar el perfil], y siempre tranquiliza a su marido. Ella le avisará, le dará señales cuando vea algún indicio de que se está comportando como viejo, ¡nada de arrastrar los pies ni de tener mal aliento!

Ahora que... «¿cómo evitar las caídas?», se pregunta preocupado Frank. El suelo está cada vez más lejos y noticias de amigos que después de una caída ya no fueron los mismos, y lo que es peor, muchos pasaron a mejor vida, lo inquietan bastante. ¿De dónde se cayeron ellos? ¿De una azotea? ¿De un precipicio? ¿De una catarata? ¡No! ¡De su jardín! ¡Del escalón de su porche que suben y bajan todos los días!

Estas reflexiones se mezclan con temas musicales que recuerdan juventudes eróticas, promesas de coitos por el que uno renunciaría a toda su dignidad. Ya pasó, y lo que no se hizo...

La ocupación de Frank antes de retirarse, para no decir jubilarse que queda feo y puede ser traumático, era la de vender casas. Fueron buenos tiempos cuando aún la burbuja inmobiliaria no se había pinchado. Extraña, de alguna, manera la expectativa que esa actividad le producía. Ahora está en esa etapa de la vida donde escuchamos una voz que nos dice «vayan pasando al siguiente nivel», y bien sabemos cuál es ese nivel.

No todo es negro o gris. Frank tiene tiempo libre para hacer el bien. Ahí entra su actividad altruista: junto a otros veteranos dan la bienvenida cada semana a los soldados que vuelven de Irak y Afganistán. Un gesto pour la galerie, pensarán algunos desconfiados. O si son más condescendientes, pensarán que a él, como a tantos otros, le sirve para instalar su existencia en la vida del prójimo. No es poca cosa.
La propia presencia comienza a diluirse. La misma palabra «instalar» nos lo confirma. Nuestro sensor está todavía alerta y percibimos estos cambios, en como es mal recepcionada nuestra visibilidad. La curva es decreciente, sí sí.

Los pensamientos de Frank rondarán fantasías sobre lo que le puede tener deparado el destino. Se convence de que no es simplemente un viejo cualquiera. Caramba, él hace cosas diferentes de las que suelen hacer los viejos, y los argumentos son realmente ocurrentes. 

No es verdad que a medida que te vas haciendo viejo las cosas se te escurren de la cabeza.
Algunas cosas no las recuerdo debido al hecho de que no-me-interesan.

Todas estas deducciones de lo que le ocurre a «gente de nuestra edad», contadas con sorna y gracia, repito, tienen a la política y sociedad de Estados Unidos como telón de fondo: Obama y la encrucijada de los republicanos, la dominación del mundo por parte de su país, la religión como excusa para las peores atrocidades, la fe que va perdiendo terreno, el recuerdo del aplastamiento bestial a alguna revuelta india, temas raciales, control de armas, pros y contras del fin igualitario para todos los ciudadanos.

A partir de la desazón que produce mirar, escuchar y oler los restos que ha dejado el huracán, la gente no es la misma. No es tanto lo que se ha llevado, es lo que ha dejado en evidencia: espacios desnudos sin paredes y amistades que palidecen. Los lectores vamos encontrando otros significados, alegorías. La fugacidad es uno de los temas. 

Dejar una casa donde se ha sido feliz no es una decisión inteligente, sin embargo se hace, por distintos motivos, y muchas veces se lamenta. Sin embargo, qué poca importancia tiene esto cuando la casa ha desaparecido. Entonces la vida se pone de nuevo en perspectiva. 
Así, cada uno reduce la catástrofe a su propia escala.

A partir de acá los dejó a ustedes, queridos lectores. Estoy segura que disfrutarán de esta historia. Se les hará amena por varias razones, una es que llegan los otros tres capítulos: 
  • Todo podría ser peor 
  • La nueva normalidad 
  • Muertes de otros
Otra razón es que son historias que comienzan a desplegarse: la visita inesperada de la mujer negra, ex dueña de la casa de Frank, con una historia increíble; su primera mujer Ann y su nuevo novio —ese soso tarugo con aspecto de albóndiga polaca—; la relación con sus hijos: Ralph [fallecido], Clarissa [veterinaria], y Paul [lamentablemente jardinero], con todas esas complicaciones incomprensibles de la descendencia moderna. 

Devolver o no la llamada a su viejo amigo, el millonario, alegre y una vez atractivo Eddie Medley, ocupa la última parte, y para mí el mejor capítulo. He escuchado que muchos prefieren el tercero, donde Frank visita a su ex mujer que padece de Parkinson y vive en una residencia de lujo, lo volví a leer, ¡brillante!

Temas serios, como la amistad y la familia, cotidianos como la casa y el barrio, tragedias personales y climatológicas, la edad con sus consecuencias de enfermedades y soledad. Una especie de ennui que sobrevuela, este concepto emocional que muchos conocen como tedio, noia o spleen.

Y muchos más, tratados con inteligente humor y justa medida de ironía. Frases sin adornos innecesarios, en todo caso sí nombres comerciales reales que le dan efectividad y autenticidad a la novela, que transcurre en un ambiente de paisaje urbano de clase media alta. 

Sentí en muchos momentos, a pesar de no pertenecer a ese ambiente típico estadounidense, que comprendía muy bien al protagonista. A él lo enoja los lugares comunes, tics y posturas, opiniones rotundas que también me suelen molestar. Si es así que a ustedes también les sucede, les paso su sabio consejo ante una de esas situaciones que se nos hacen insoportables:

Un incómodo silencio es perfecto. 

                                                                       [«Hagamos silencio, que podamos oír los susurros de los dioses», Emerson].

El silencio suele ser la mejor defensa contra los mediocres, dice Frank. Además, permitiríamos a los dioses hacernos llegar su mensaje, digo yo recordando a Emerson.

Amarán a este personaje, quien como lector elige entretenerse con la correspondencia de escritores famosos. No sabe el porqué, pero le da la grata impresión de estar participando de una conversación interesante, y eso es uno de los lujos que ha descubierto, y así se va quedando con esos pocos gustos selectos.
Llega un momento que somos incapaces de elegir o innovar en grandes cosas, o simplemente no queremos, más cambios en nuestras vidas.

                            Bienaventuradamente, diría ampulosamente el amigo pastor que nunca falta.

Ahora me despido, hasta el próximo encuentro con un buen libro, que como dice Frank, nos salvan el día. No dejen de leer esta novela, con una prosa muy cuidada, muchas frases para subrayar y un mirar a los años que llegan como toda una experiencia.

C. G. 

Notas

- Traducción: Benito Gómez Ibáñez. 
La excelente traducción es de Benito Gómez Ibáñez [Madrid, 1945], traductor de la obra de Paul Auster desde hace más de veinte años, y de muchísimos otros grandes escritores, como Faulkner, Capote e Ian McEwan. No nos llamará la atención, ni creo que ya nos molestará, acostumbrados como estamos, a vocablos como joder, capullo o gilipollas. A lo que se agrega muchas N. de T. con palabras en español en el original. 
El título original es: Let Me Be Frank With You [creo que representa mucho más el contenido, «Déjame serte franco»], y acá está la portada.




- Richard Ford: nació en Jackson, la capital y la ciudad más poblada de Mississippi, EE. UU., the deep South. De joven [y siendo un joven problemático], vivió con sus abuelos maternos y realizó diferentes trabajos. Disléxico, no era un buen estudiante, confiesa que todo le costaba mucho. Así y todo, en 1966 se graduó en Literatura en la Universidad de Michigan. Allí conoció a Kristina Hensley con quien se casó.

Un robo de sus libros de Derecho en un momento crucial, fue el quiebre del rumbo que estaba tomando su vida. Entonces, se mudó a Nueva York y tomó la decisión de ser escritor. 

No fue un gran lector de joven, como lo fueron la mayoría de los escritores, debido a su dislexia. Pero cuando comenzó a leer buenas obras, lo hizo intensamente y con la lentitud que le estaba asignada. Eso lo benefició, fue más cuidadoso a la hora de escribir. Para perfeccionarse hizo una maestría de escritura creativa en la Universidad de California.

Sus novelas: Un trozo de mi corazón [1976], La última oportunidad [1981], se consagró con El periodista deportivo [1986], elegida por Times como una de las cinco mejores novelas del año y finalista del Premio Faulkner 1987, al año siguiente apareció la recopilación de relatos Rock Springs [1987], El día de la independencia [1996] obtuvo el premio Pulitzer y el Faulkner, De mujeres con hombres [1999], Pecados sin cuento [2002], Acción de gracias [2006] y cuatro nouvelles de Let Me Be Frank With You [2014], Canadá [2014].

Su personaje Frank Bascombe es el que le ha dado más fama y el que se ha querido ver como su álter ego. Tanto Frank como Richard nacieron en Mississippi, son hijos únicos, quedaron huérfanos de padre en la adolescencia, quisieron ser escritores y trabajaron como periodistas deportivos. Él lo niega: «Estaría confinado, limitado a lo que soy. Una buena novela lo es si provoca en el lector algo impredecible, algo que el escritor ha hecho con su imaginación y talento, lejos de su cándida vida».

Actualmente vive en Boothbay [Maine], pero vivió en muchos lugares de Estados Unidos. Esto lo ayudó a hacer un agente inmobiliario de su personaje Frank Bascombe. Al cambiar tantas veces de casa aprendió mucho de la jerga de esta profesión. No tiene hijos.



Richard Ford at his home in East Boothbay, Maine

- Richard Ford por Laura Barton:
https://www.theguardian.com/books/2003/feb/08/featuresreviews.guardianreview28

- Imágenes y audio: 
http://wunc.org/post/author-richard-ford-says-let-me-be-frank-about-aging-and-dying#stream/0

- Ceremonia Premios Princesa de Asturias, discursos:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/premios-principes-de-asturias/premios-princesa-asturias-2016/3766631/

El Rey Felipe entrega a Richard Ford el premio Princesa de Asturias de las Letras 2016.



lunes, 22 de agosto de 2016

Ray Bradbury, La mañana verde


Ray Bradbury

[EE. UU., 1920-2012]



¡Maravilloso Bradbury! Nacía un día como hoy, 22 de agosto, en Waukegan, Illinois, a orillas del lago Michigan.

Nos trasladó al futuro para que nos percatemos del presente.
Nos reflejó en un espejo, y nos miramos a nosotros mismos,
 colonizando Marte.

Mucho más que género fantástico,
mucho más que ciencia ficción.

Autor de la famosa novela distópica, Fahrenheit 451 
y de la colección de cuentos, Crónicas marcianas.


Aquí está él:

Ray Bradbury



La mañana verde

[The Green Morning, 1950]

Crónicas marcianas






When the sun set he crouched by the path and...


Cuando el sol se puso, el hombre se acuclilló junto al sendero y preparó una cena frugal y escuchó el crepitar de las llamas mientras se llevaba la comida a la boca y masticaba con aire pensativo. Había sido un día no muy distinto de otros treinta, con muchos hoyos cuidadosamente cavados en las horas del alba, semillas echadas en los hoyos, y agua traída desde los brillantes canales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía de espaldas y observaba cómo el color del cielo pasaba de una oscuridad a otra. 






Su nombre era Benjamin Driscoll, tenía treinta y un años. Y lo que él deseaba era que Marte creciera verde y alto con árboles y follajes, produciendo aire, mucho aire, aire que aumentaría con cada temporada; árboles que refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, árboles que pararían los vientos del invierno. Hay muchas cosas que un árbol podía hacer: dar color, proporcionar sombra, soltar frutas, o convertirse en parque de juegos para los niños; un amplio universo aéreo de escalas y columpios, una arquitectura de alimento y de placer, eso era un árbol. Pero los árboles, ante todo, destilaban un aire helado para los pulmones y un gentil susurro para los oídos, cuando uno está acostado de noche en lechos de nieve y el sonido invita dulcemente a dormir. 

Él permanecía escuchando a la oscura tierra recogiéndose en sí misma, en espera del sol y las lluvias que aún no habían llegado. Acercaba la oreja al suelo y podía escuchar las pisadas de los años moviéndose en la distancia e imaginaba los verdes brotes de las semillas sembradas ese día; los brotes buscando apoyo en el cielo, echando rama tras rama, hasta que Marte era un bosque vespertino, Marte era un huerto resplandeciente. 

En las primeras horas de la mañana, cuando el pequeño sol se elevase débilmente entre las apretadas colinas, él se levantaría y acabaría en unos pocos minutos con un desayuno ahumado, aplastaría las cenizas de la hoguera y empezaría a trabajar con los sacos a la espalda, probando, cavando, sembrando semillas y bulbos, apisonando levemente, regando, siguiendo adelante, silbando, mirando el claro cielo cada vez más brillante a medida que pasaba la mañana. 

—Necesitas el aire —le dijo a su fuego nocturno. 

El fuego era un rubicundo y vivaz compañero que respondía con un chasquido, y en la noche helada dormía allí cerca, entornando los ojos, sonrosados, soñolientos y tibios. 

—Todos necesitamos el aire. Hay aire enrarecido aquí en Marte. Uno se cansa tan pronto... Es como vivir en los Andes, en América del Sur, en la cima. Uno aspira y no consigue nada. No satisface. 

Se palpó la caja torácica. En treinta días, cómo había crecido. Para tomar más aire, todos ellos necesitaban desarrollar sus pulmones. O plantar más árboles. 

—Para eso estoy aquí —dijo. El fuego le respondió con un chasquido—. En la escuela nos contaban la historia de Johnny Appleseed caminando a través de Norteamérica plantando semillas de manzano. Bueno, yo estoy haciendo más. Estoy plantando robles, olmos, arces, toda clase de árboles, álamos y cedros y castaños. En vez de pensar sólo en fabricar fruta para el estómago, fabrico aire para los pulmones. Cuando estos árboles crezcan en algunos años, ¡piensa cuánto oxígeno darán! 



Think of the oxygen they´ll make!



Recordó su llegada a Marte. Como miles de otros, paseó los ojos por la apacible mañana y pensó: 

—¿Cómo encajaré aquí? ¿Qué haré? ¿Habrá trabajo para mí? 

Luego se había desmayado. Alguien colocó un frasco de amoniaco contra su nariz y, tosiendo, él volvió en sí. 

—Usted estará bien —dijo el médico. 

—¿Qué sucedió? 

—El aire enrarecido. Algunos no pueden adaptarse. Me parece que usted tendrá que regresar a la Tierra. 

—¡No! Se sentó y casi inmediatamente se le oscurecieron los ojos y Marte giró dos veces debajo de él. Sus fosas nasales se dilataron y obligó a sus pulmones a que bebieran en el profundo vacío. 

—Estaré bien. ¡Tengo que permanecer aquí! 

Le dejaron tendido, boqueando horriblemente, como un pez. Y él pensó: Aire, aire, aire. Ellos me envían de regreso a causa del aire. Y volvió la cabeza hacia los campos y colinas marcianos. Cuando se le aclaró la vista, lo primero que notó fue que ahí no había árboles, ningún árbol, ni cerca ni lejos cuando uno miraba en cualquier dirección. La tierra estaba desnuda, negra, desolada, sin ni siquiera hierbas. Aire, pensó, mientras una sustancia enrarecida le silbaba en la nariz. Aire, aire. Y sobre la cima de las colinas, en sus sombras, o aun a orillas de los arroyos, ni un árbol, ni una solitaria brizna de hierba. ¡Por supuesto! Sintió que la respuesta no le venía de su cerebro, sino de sus pulmones y su garganta. Y el pensamiento fue como una repentina ráfaga de oxígeno puro, poniéndole de pie. 

Hierba y árboles. Se miró las manos, el dorso, las palmas. Sembraría hierba y árboles. Ésa sería su tarea, luchar contra la cosa que le impedía quedarse en Marte. Libraría una privada guerra hortícola contra Marte. Ahí estaba el viejo suelo, y las plantas que habían crecido en él eran tan antiguas que al fin habían desaparecido. Pero, ¿y si introdujera nuevas especies? Árboles terrestres, grandes mimosas y sauces llorones y magnolias y majestuosos eucaliptos. ¿Qué ocurriría entonces? Quién sabe qué riqueza mineral ocultaba el suelo, sin explotar porque los viejos helechos, las flores, los arbustos, y los árboles se habían muerto de cansancio. 

—¡Permítanme levantarme! —gritó—. ¡Quiero ver al coordinador! 

Él y el coordinador hablaron de cosas que crecían y eran verdes, toda una mañana. Pasarían meses, sino años, antes que se organizasen las plantaciones. Hasta ahora, los alimentos se traían congelados desde la Tierra, en carámbanos volantes, y unos pocos jardines públicos verdeaban en instalaciones hidropónicas. 

—Entretanto —dijo el coordinador—, ésta será su tarea. Le entregaremos todas nuestras semillas; una pequeña cantidad. El espacio en los cohetes es sumamente costoso por ahora. Estoy temeroso, puesto que los primeros poblados son colectividades mineras, que sus plantaciones de árboles no cuenten con mucha simpatía... 

—¿Pero ustedes me dejarán hacerlo? 

Ellos le dejaron hacerlo. Provisto con una simple motocicleta, con una caja llena de semillas y retoños, él había estacionado su vehículo en el desierto valle y echó pie a tierra. 


The weather was excessively dry; it was doubtful if any seeds has sprouted yet.




Eso había ocurrido hacía treinta días, y él nunca había mirado hacia atrás. Mirar hacia atrás hubiera sido descorazonarse para siempre. El tiempo era excesivamente seco, parecía poco probable que las semillas hubiesen brotado. Quizá toda su campaña, esas cuatro semanas en que había cavado encorvado sobre la tierra, estaba perdida. Clavaba los ojos adelante, avanzando poco a poco por el inmenso valle soleado, alejándose del Primer Pueblo, aguardando la llegada de las lluvias. 

Las nubes se acumulaban sobre las secas montañas ahora cuando él se cubría los hombros con la manta. Todo en Marte era tan imprevisible como el clima. Sintió alrededor las calcinadas colinas, que la escarcha de la noche iba empapando, y pensó en el suelo del valle, negro como la tinta, tan negro y lustroso que parecía arrastrarse y vivir en el puño, un suelo fecundo en donde podrían brotar unas habas de largos tallos, de donde caerían quizás unos gigantes de voz enorme, dándose unos golpes que le sacudirían los huesos. 


He thought of the rich, inky soil, a soil so black...




El fuego tembló sobre las cenizas soñolientas. El distante rodar de las ruedas de un carro estremeció el aire. Un trueno. Un repentino olor a agua. 

Esta noche, pensó, y extendió la mano para sentir la lluvia. Esta noche. 

Despertó al sentir un golpe muy leve sobre la frente. 

El agua le corrió por la nariz hasta los labios. Una gota golpeó su ojo, nublándolo. Otra le estalló en la barbilla. La lluvia. Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo, como un elixir mágico que sabía a encantamientos y estrellas y aire, arrastrando un polvo de especias, y moviéndose como raro jerez liviano sobre su lengua. Lluvia. 


The rain. Raw, gentle, and easy, it mizzled out of the night air,
a special elixir




Se incorporó. Dejó caer la manta y su manchada camisa azul, mientras la lluvia arreciaba en gotas más sólidas. El fuego parecía un animal invisible danzando sobre él, pisoteándolo, hasta convertirlo en un furioso humo. La lluvia caía. La gran tapa negra del cielo se dividió en seis trozos de azul pulverizado, como un maravilloso esmalte fracturado, y se precipitó a tierra. Él observó diez mil millones de cristales de lluvia, titubeando lo bastante como para ser fotografiados por la descarga eléctrica. Luego oscuridad y agua. 

Estaba empapado hasta la piel, pero mantenía su rostro hacia arriba y dejó al agua golpear sus párpados, riendo. Aplaudió y se incorporó y dio una vuelta por el pequeño campamento, y era la una de la mañana. 

Llovió sin cesar durante dos horas. Aparecieron las estrellas, frescamente lavadas y más claras que nunca. 

Cambiando sus ropas por una muda seca que sacó desde una bolsa de celofán, el señor Benjamin Driscoll se tendió y felizmente se durmió, con una sonrisa en los labios. 

El sol se elevó lentamente entre las colinas. Se extendió pacíficamente sobre la tierra y despertó al señor Driscoll. 

Esperó por un momento antes de levantarse. Había trabajado y esperado ese momento durante un mes largo y caluroso, y ahora, al fin se incorporó y miró hacia atrás. 

Era una mañana verde. 

Tan lejos como él pudo ver, los árboles se erguían contra el cielo. No un árbol, ni dos, ni una docena, sino los miles que él había plantado en semillas y retoños. Y no pequeños árboles, no, ni arbolillos, ni pequeños brotes tiernos, sino grandes árboles, árboles tan altos como diez hombres, verdes y verdes e inmensos y macizos, árboles de resplandecientes hojas metálicas, árboles susurrantes, árboles alineados sobre las colinas, limoneros, secoyas y mimosas y robles y olmos, cerezos, arces, manzanos, naranjos, eucaliptos, estimulados por una tumultuosa lluvia, sustentados por el extraño y mágico suelo, e invariablemente hacia donde él miraba, echando nuevas ramas, nuevos y abiertos brotes. 

—¡Imposible! —exclamó el señor Benjamin Driscoll. 

Pero el valle y la mañana eran verdes. 

¿Y el aire?

De todas partes, como una corriente móvil, como un río de las montañas, llegaba el nuevo aire, el oxígeno soplando de los verdes árboles. Se lo podía ver brillando en las alturas en oleadas de cristal. Oxígeno, fresco, puro y verde, el frío oxígeno que transformaba el valle en un delta fluvial. En un momento las puertas en el pueblo se abrirían de par en par, la gente se precipitaría en el milagro nuevo del oxígeno, aspirándolo en bocanadas, con las mejillas rosadas, narices frías, pulmones revividos, corazones agitados, y cuerpos rendidos animados ahora en pasos de baile. 

El señor Benjamin Driscoll aspiró una profunda bocanada de húmedo aire verde y se desmayó.


Before he woke again five thousand new trees had climbed up into
the yellow sun.


Antes que despertara nuevamente, otros cinco mil nuevos árboles habían subido hacia el amarillo sol.


*     *     *


Cuento de su libro Crónicas marcianas, 
un clásico para volver.



Editorial Minotauro

Simplemente maravilloso Ray Bradbury, hoy cumpliría 96 años. Su obra literaria es amplia y muy buena, para recordarlo de la mejor manera, leyéndolo. Además de relatos y novelas, ha escrito teatro y poesía, guiones para televisión y cine. Colaboró, por ejemplo, con la película Moby Dick.

Espero que hayan disfrutado de este conmovedor cuento, hasta la próxima buena lectura,

C. G.



Notas, lecturas, links:


- La mañana verde, Ray Bradbury, cuentos en altavoz:
https://www.youtube.com/watch?v=Dc_m4ObyYlI


- Crónicas marcianas, Ray Bradbury:
http://www.latertuliadelagranja.com/sites/default/files/Bradbury,%20Ray%20-%20Cronicas%20Marcianas.pdf

  • Audiolibro: https://www.youtube.com/watch?v=ut0FVYyOGjE






- Fahrenheit 451, Ray Bradbury:
http://www.librosdearena.es/Biblioteca_pdf/farenheit%20451.pdf

  • Audiolibro: https://www.youtube.com/watch?v=vYTGL4SekqU





- Official Website:
http://www.raybradbury.com/


- Ray Bradbury Facebook:
https://www.facebook.com/RayBradburyAuthor/


- A Convesation with Ray Bradbury:
https://www.youtube.com/watch?v=EzD0YtbViCs









sábado, 13 de agosto de 2016

«Un Baile de Máscaras», Alexandre Dumas, padre


Un Baile de Máscaras

[Un Bal masqué, Souvenirs d´Anthony, 1835]

Cuento de Alexandre Dumas, padre.

[24 de julio de 1802 - 5 de diciembre de 1870, Francia]



Muchos lo recuerdan por sus novelas históricas tan de moda ahora, otros por las de aventuras u obras de teatro. Fue indudablemente un escritor muy prolífico, por algo la fama de sus «colaboradores», les noirs.


     Hablar de La reina Margot [1845], Los tres mosqueteros [1844] o El conde de Montecristo [1945], obra favorita de muchos [¡es que lo tiene todo!], es nombrarlo: Alejandro Dumas. Y estamos ante un autor que no necesita presentación. Sus libros están en las listas de los imprescindibles y,.. ¡vaya con eso! Mejor recurrir a la propia elección, o consejo de una amigo que valoremos.

     Recuerdo, por ejemplo, cuando descubrí, por casualidad a propósito de un viaje a Córcega, Los hermanos Corsos* [1844], una novela corta contada en primera persona por el propio Dumas. Me encantó cuando leí: Por lo que respecta al viajero, no tiene que hacer sino cerrar los ojos y dejar que el animal se las componga a su guisa... Me vino de maravillas.

     Alejandro Dumas* era todo un personaje, muy viajero y polémico, gourmet y gastador, censurado, impulsor del género folletinesco, se podría hablar mucho de él, son tantas las anécdotas. De su infancia, criado casi como un salvaje o de su origen mestizo ya que era nieto de una esclava
negra de sus aventuras amorosas o de sus hijos extramatrimoniales.

     Salgo un poco de los halagos que leerán aquí y allá, y por propio divertimento me pregunto: ¿Cómo lo describe su famoso detractor, Eugène de Mirecourt [1812-1880]?


Le physique de M. Dumas est assez connu: stature de tambour-major, membre d´Hercule dans toute 
l´extension possible, lèvres saillantes, nez africain, tête crépue, visage bronzé.



[El aspecto físico del señor Dumas es bastante conocido: estatura de tambor mayor (un doble sentido, ya que el «tambor mayor», era el que estaba al frente de un desfile, y elegido por su altura y buen porte), miembros (brazos y piernas) de Hércules en toda la extensión posible (sigue con las finas ironías), labios prominentes, nariz africana, cabeza ensortijada, rostro bronceado].



Miremos la imagen que supo captar Nadar [1820-1910], 
uno de los más grandes fotógrafos del siglo XIX.
Photographié par Nadar [1855]



     Su origen y su carácter, formaron parte de la personalidad de un escritor que hay que conocer. Tiene algo de negro y algo de marqués, ésto última es su fino envoltorio, quítenlo y encontrarán sus dientes, el negro les mostrará sus dientes, dice Jean Tulard. 
El marqués: en público; el negro: en la intimidad.
Esta dualidad, ¿lo engrandece o lo debilita?

     Lo cierto es que su fama traspasó las fronteras de Francia desde un principio, ¡tantas emociones hay en sus obras! Y sí tuvo muchos detractores, también hubo muchos celos y prejuicios. Recordemos que era uno de los más vendidos, si no el más, aunque no siempre fue políticamente correcto reconocerlo. Se le negó su entrada a la Academia Francesa y se lo tildó de «escritor popular».

     Me gusta hablar de sus lecturas preferidas [Ivanhoe] y admiraciones literarias [Walter Scott], fue un lector ávido y desordenado; recordar su llegada a París y el deseo de cultivarse, lo que fue comenzar a frecuentar los ambientes culturales nunca ocultó su ambición de conquistar una gloria literaria de los famosos théâtres parisiennes: la Comédie- Française et l´Odéon, ya lo dije, aspiraba a lo mejor. 

     Me gusta hablar sí, de que fue tan popular como Victor Hugo [1802-1885], y, todo nos lleva a un rico siglo XIX, con sus grandes poetas, artistas y enigmas, del que fue protagonista.

     Hoy les traigo uno de sus cuentos, un drama romántico delicioso. Un amigo llamado Antony visita al propio Alejandro Dumas y le cuenta sobre un baile de máscaras al que ha asistido. El misterioso encuentro que allí tiene lugar da lugar a la historia.

Temas como la inocencia y la credulidad, la traición y la venganza, el enamoramiento alimentado por el misterio están en este relato corto. La máscara puede tener muchos significados que prefiero no develar, dejar a cada uno con su propia interpretación.

Lo pueden leer y escuchar, espero lo disfruten:


Le monde est un gran bal oú chacun est masqué.
Luc de Clapiers.








Había dado la orden de que se dijera que no estaba en casa para nadie: uno de mis amigos forzó la consigna.

Mi criado me anunció al señor Antony R... Descubrí, detrá de la librea de José, el cuerpo de una levita negra. Era probable, por lo tanto, que el que llevaba hubiese visto, por su parte, la falda de mi bata de casa. Siendo imposible ocultarme:

¡Muy bien! Que entre dije en alta voz.

«¡Qué se vaya al diablo!», dije en voz baja.

Cuando se trabaja, sólo la mujer que se ama puede interrumpir a uno impunemente; pues, hasta cierto punto, siempre está ella de algún modo en el fondo de lo que se hace.

Me fui, pues, hacia él con el aspecto medio irritado de un autor interrumpido en uno de los momentos en que más teme serlo, cuando le vi tan pálido y tan descompuesto, las primeras palabras que le dirigí fueron estas:

¿Qué tenéis? ¿Qué os ha ocurrido?

¡Oh! Dejadme respirar dijo. Voy a contároslo: pero, ¡qué digo!, esto es un sueño o sin duda, estoy loco.

Se arrojó sobre un sofá y dejó caer la cabeza entre sus manos.

Le miré asombrado: sus cabellos estaban mojados por la lluvia, sus rodillas y la parte baja de su pantalón, estaban cubiertos de barro. Me asomé a la ventana y vi a la puerta a su criado con el cabriolé: nada comprendía de aquello.

Él vio mi sorpresa.

He estado en el cementerio del Père-Lachaise me dijo.


J´ai été au cimetière du Père-Lachaise!



¿A las diez de la mañana?

Estaba allí a las siete... ¡Maldito baile de máscaras!

Yo no podía adivinar la relación que podía tener un baile de máscaras con el Père-Lachaise. Así es que me resigné, y volviendo la espalda a la chimenea, empecé a envolver un cigarrillo entre mis dedos, con la flema y paciencia de un español.

Cuando terminé de hacerlo, se lo ofrecí a Antony, el cual sabía yo que de ordinario agradecía mucho esta clase de atención.

Me hizo un signo de agradecimiento, pero rechazó mi mano. Por mi parte, me incliné a fin de encender el cigarrillo: Antony me detuvo.

Alejandro me dijo, escuchadme: os lo ruego.

Pero si hace un cuarto de hora que estáis aquí y no me decís nada.

¡Oh! Es una aventura muy rara.

Me enderecé, puse mi cigarro sobre la chimenea y me crucé de brazos como un hombre resignado: únicamente que empezaba a creer como él que muy bien podía haberse vuelto loco.

¿Os acordáis de aquel baile de la Ópera, en que os encontré? me dijo, después de un instante de silencio.

¿El último, en el que había a lo más doscientas personas?

Ese mismo. Os dejé con la intención de irme al de Variedades, del cual me habían hablado como cosa curiosa en medio de nuestra curiosa época: usted quiso disuadirme de que fuese; la fatalidad me empujaba a aquel sitio. ¡Oh! ¿Por qué no ha visto usted aquello; usted, dedicado a describir las costumbres? ¿Por qué Hoffman o Callot no estaban allí para pintar aquel cuadro fantástico y burlesco a la par que se desarrolló ante mis ojos? Acababa de dejar la Ópera vacía y triste y encontré una sala llena y gozosa: corredores, palcos, Plateas, todo estaba lleno.

«Di una vuelta por el salón: veinte máscaras me llamaron por mi nombre y me dijeron el suyo. Eran celebridades aristocráticas o financieras bajo innobles disfraces de pierrots, de postillones, de payasos o de verduleras».

«Eran todos jóvenes de nombre, de corazón, de mérito; y allí, olvidando familia, artes y política, reedificaban una tertulia del tiempo de la Regencia en medio de nuestra época grave y severa. ¡Ya me lo habían dicho y, sin embargo, yo no había querido creerlo! Subí algunas gradas, y, apoyándome sobre una columna, y medio escondido por ella, fijé los ojos en aquella ola de criaturas humanas que se movían a mis pies. Aquellos dominós de todos los colores, aquellos vestidos pintorreados y aquellos grotescos disfraces, formaban un espectáculo que no tenía semejanza con nada humano. La música empezó a tocar. ¡Oh! Entonces fue ella. Aquellas extrañas criaturas se agitaron al son de aquella orquesta cuya armonía llegaba a mis oídos en medio de gritos, de risas y de algazara; se cogieron unos a otros por las manos, por los brazos, por el cuello: se formó un gran círculo, empezando entonces un movimiento circular; bailadores y bailadoras pateando, haciendo levantar con ruido un polvo cuyos átomos hacía visibles la pálida luz de las arañas; dando vueltas con velocidad creciente y con extrañas posturas, con gestos obscenos, con gritos desordenados: dando vueltas cada vez con más rapidez, tirados por tierra como hombres borrachos, dando alaridos como mujeres perdidas, con más delirio que alegría, con más rabia que placer: semejantes a una cadena de condenados que hubiesen cumplido, bajo el látigo de los demonios, una penitencia infernal. Aquello ocurría en mi presencia y a mis pies. Sentía el viento que producían en su carrera: cada uno de los que me conocía me decía, al pasar, alguna palabra que me hacía enrojecer. Todo aquel ruido, todo aquel murmullo, toda aquella confusión, toda aquella música, estaban en mis oídos como en la sala. Muy pronto llegué a no saber si lo que tenía ante mis ojos era sueño o realidad; llegué a preguntarme sino era yo el insensato y ellos los razonables: se apoderaba de mí extrañas tentaciones de arrojarme en medio de aquella bacanal, como Fausto a través de las regiones infernales, y sentí entonces que tendría gritos, gestos, posturas y risas como las suyas. ¡Oh! De aquello a la locura no hay más que un paso. Quedé asombrado y me lancé fuera de la sala, perseguido hasta la puerta de la calle por aullidos que parecían aquellos rugidos de amor que salen de la caverna de las bestias feroces».

«Me detuve un instante bajo el pórtico para tranquilizarme. No quería aventurarme en la calle lleno mi espíritu de tanta confusión: es muy fácil que no hubiese conocido el camino: es muy fácil que hubiese sido atropellado por un coche sin quererlo yo mismo. Me encontraba en ese estado en que se encuentra un hombre borracho que empieza a recobrar la razón suficiente en su cerebro ofuscado para darse cuenta de su estado y que, sintiendo que recobraba la voluntad, pero no aún el poder, se apoya, inmóvil, con los ojos fijos y extraviados, contra un poyo de la calle o contra un árbol de un paseo público».

«En este momento, un coche se detubo ante la puerta: una mujer salió de su puertecilla o, más bien, se precipitó fuera de ella».

«Entró bajo el peristilo, volviendo la cabeza de derecha e izquierda como una persona perdida. Vestía un dominó negro y tenía la cara cubierta con un antifaz de terciopelo. Llegó hasta la puerta».

«¿Vuestro billete? le dijo el portero».

«¿Mi billete? respondió ella. No lo tengo»

«Pues, entonces, tomadlo en la taquilla».

«La mujer del dominó volvió bajo el peristilo, registrando vivamente todos sus bolsillos».

«¡No traigo dinero! exclamó. ¡Ah! Este anillo... Un billete de entrada por este anillo dijo ella».

«Imposible respondió la mujer que vendía los billetes; no hacemos negocios de ese género».

«Y rechazó el brillante que cayó a tierra y rodó hacia mi lado»

«La mujer del dominó permaneció inmóvil, olvidando el anillo y abismada, sin duda, en algún pensamiento».

«Yo recogí el anillo y se lo presenté».

«Vi, a través de su antifaz, que sus ojos se fijaban en los míos; me miró un instante con indecisión. Después, de repente, pasando su brazo alrededor del mío: 

Es necesario que me paguéis la entrada me dijo. ¡Por piedad, es necesario!».

«Yo salía ya, señora le dije».

«Entonces dadme seis francos por este anillo, y me habréis hecho un servicio por el que os bendeciré toda mi vida».

«Volví a poner el anillo en su dedo; fui a la taquilla y tomé dos billetes. Entramos juntos».

«Una vez llegados al corredor, sentí que vacilaba. Formó entonces con su segundo brazo una especie de anillo alrededor del mío».

«¿Sufrís? le dije».

«No, no: esto no es nada repuso ella. Un desvanecimiento: eso es todo».

«Y me condujo hacia el salón. Entramos en aquel gozoso Charenton. Tres veces dimos la vuelta abriéndonos paso con gran pena por entre aquella multitud de máscaras que se empujaban las unas a las otras: ella, estremeciéndose a cada palabra obscena que escuchaba; yo, avergonzado de que me viesen dando el brazo a una mujer que se atrevía a escuchar tales palabras. Después nos volvimos al extremo del salón. Ella se dejó caer sobre un banco. Yo permanecí de pie ante ella, con la mano apoyada en el respaldo de su asiento».

«¡Oh! Esto debe pareceros muy extravagante me dijo: pero no más que a mí: os lo juro. Yo no tenía idea alguna de esto miraba al baile, pues ni aun en sueños he podido ver tales cosas. Pero, vea usted, me han escrito que estaría aquí con una mujer. Y ¿qué mujer será esa que se atreve a venir a un sitio semejante».

«Yo hice un gesto de asombro; ella lo comprendió».

«Quiere usted decir que yo también estoy aquí, ¡no es verdad? ¡Oh! Pero ya es otra cosa: yo lo busco, yo soy su mujer. Estas gentes vienen aquí impulsadas por la locura y el libertinaje. ¡Oh! Pero yo vengo por celos infernales. Hubiera ido a buscarle a cualquier parte: por la noche, a un cementerio, hubiera ido a Greve el día de una ejecución, y sin embargo, os lo juro, cuando era joven, no he salido ni una sola vez a la calle sin mi madre. Mujer ya, no he dado un paso fuera de casa sin ir seguida de un lacayo; y, sin embargo, heme aquí, como todas estas mujeres perdidas: heme aquí dando el brazo a un hombre a quien no conozco, enrojeciendo, bajo mi antifaz, de la opinión que de mí habéis podido formaros. ¡Yo comprendo todo esto!... Caballero, ¿habéis estado alguna vez celoso?»

«Atrozmente respondí».

«Entonces, seguramente que me perdonáis y que lo comprendéis todo. Conocéis aquella voz que os grita, como si lo hiciese a la oreja de un insensato: "¡Ve!". Conocéis el brazo que, como el de la fatalidad, os empuja a la vergüenza y al crimen. Sabéis ya que en tales momentos uno es capaz de todo, con tal que pueda vengarse».

«Iba a responderle; pero se levantó de repente con la mirada fija en dos dominós que pasaban en aquel momento ante nosotros».

«¡Callaos! me dijo».

«Y me arrastró en su persecución.»

«Yo estaba metido en una intriga de la que no comprendía nada; sentía vibrar todas sus cuerdas y ninguna me la hacía comprender; pero aquella pobre mujer parecía tan agitada que estaba verdaderamente interesante. Tan imperiosa es una pasión verdadera, que obedecí como un niño, y nos pusimos en persecución de las dos máscaras, de las que una era evidentemente un hombre y la otra una mujer. Hablaban a media voz; sus palabras apenas llegaban a nuestros oídos».



Ils parlaient à demi-voix; les sons arrivaient à peine...



«¡Es él! murmuraba ella. Es su voz. Sí, sí, es su estatura...».

«El más alto de los dos que vestían dominó empezó a reírse».

«¡Es su risa! dijo ella . ¡Es él, señor, es él! La carta decía la verdad. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío!»

«Sin embargo, las máscaras avanzaban y nosotros salimos detrás de ellas. Tomaron la escalera de los palcos, y nosotros la subimos en su persecución. No se detuvieron hasta que llegaron a la de la gran bóveda: nosotros parecíamos sus dos sombras. Un pequeño palco enrejado se abrió; entraron en él y la puerta se cerró atrás ellos».

«La pobre criatura que yo llevaba del brazo me asustaba con su agitación: no podía ver su cara; pero, apretada contra mí como estaba, sentía latir su corazón, temblar su cuerpo y estremecerse sus miembros. Había algo de extraño en la manera como llegaban a mí los sufrimientos inauditos cuyo espectáculo se desarrollaba ante mis ojos, cuya víctima no conocía y cuya causa ignoraba por completo. Sin embargo, por nada del mundo hubiese abandonado a aquella mujer en semejante momento»

«Cuando ella vio a las dos máscaras entrar en el palco y el palco cerrarse tras ellos, permaneció un momento inmóvil y como herida de un rayo. Después se abalanzó sobre la puerta para escuchar. Colocada como estaba, el menor movimiento denunciaba su presencia y la perdía: yo la tomé violentamente por el brazo, abrí el pestillo del palco contiguo, la arrastré allí conmigo, eché la cortina y cerré la puerta».

«Si queréis escuchar le dije—, hacedlo de aquí al menos».

«Ella se dejó caer sobre una rodilla y aproximó la oreja al tabique, y yo me mantuve de pie al lado opuesto, con los brazos cruzados, cabizbajo y pensativo».



Tout ce que j´avais pu voir de cette femme... son visage jeune, lèvres vermeilles et fines...




«Todo lo que yo había visto de aquella mujer me había hecho creer que era un verdadero tipo de belleza. La parte baja de su cara, que no ocultaba el antifaz, era fresca, aterciopelada y llena; sus labios rojos y finos; sus dientes, a los que el terciopelo que llegaba hasta ellos hacía parecer más blancos, pequeños, separados y brillantes; su mano parecía un modelo; su talle podía abrazarse con las manos; sus cabellos negros, sedosos, se escapaban con profusión de la cofia de su dominó, y su pequeño pie, que apenas se dejaba ver fuera de la bata, parecía no poder apenas sostener aquel cuerpo, ligero, gracioso y aéreo. ¡Oh! ¡Debía ser una maravillosa criatura! ¡Oh, el que la hubiese tenido en sus brazos, el que hubiese visto todas las facultades de aquella alma empleadas en amarle, el que hubiese sentido sobre su corazón aquellas palpitaciones, aquellos estremecimientos, aquellos espasmos neurálgicos, y el que hubiese podido decir: "¡Todo esto, todo esto, es producido por el amor que por mi siente; por el amor que tiene para mí solo entre todos los hombres y es el ángel para mi predestinado!" ¡Oh! ¡Este hombre... este hombre...!»

«Estos eran mis pensamientos, cuando de repente vi a aquella mujer levantarse, volverse hacia mí y decirme con vos entrecortada y furiosa:

«Caballero, soy hermosa: os lo juro. Soy joven, pues tengo diecinueve años. Hasta ahora, he sido pura como el ángel de la creación. Pues bien... echó sus brazos a mi cuello— pues, bien: soy vuestra... ¡Tomadme!...».

   
Au même instant je sentis ses lèvres se coller aux miennes...





«En el mismo instante sentí sus labios pegarse a los míos, y la impresión de un mordisco, más bien que la de un beso, corrió por todo su cuerpo tembloroso y enloquecido por la pasión: una nube de fuego pasó por mis ojos».

«Diez minutos después, la tenía entre mis brazos, desmayada, medio muerta, sollozando».

«Poco a poco volvió en sí. Yo distinguía, a través de su antifaz, sus ojos extraviados; vi la parte inferior de su cara pálida, vi que sus dientes chocaban unos con otros, como si estuviese poseída de un temblor febril. Toda esta escena se presenta aún ante mi vista».

«Recordó lo que acababa de pasar y cayó a mis pies».

«Si os inspiro alguna compasión, me dijo sollozando— alguna piedad, no fijéis en mí vuestros ojos, no procuréis nunca reconocerme; dejadme marchar y olvidadlo todo. ¡Ya me acordaré yo de ello por los dos».

«A estas palabras se levantó, rápida como el pensamiento que huye de nosotros, se abalanzó hacia la puerta, la abrió y, volviéndose aún una vez más, me dijo:

«¡Caballero, no me sigáis; en nombre del cielo, no me sigáis!»

«La puerta, empujada con violencia, se cerró entre mí y ella, ocultándomela como una aparición. ¡No he vuelto a verla!»

«¡No he vuelto a verla! Y en los diez meses que han pasado desde entonces la he buscado por todas partes, en los bailes, en los espectáculos, en los paseos. Cuantas veces veía de lejos una mujer de fino talle, de pie pequeño y de cabellos negros, la seguía, me aproximaba a ella, la miraba de frente, esperando que su rubor la descubriese. ¡En ninguna parte la he vuelto a encontrar; en ninguna parte la he vuelto a ver... nada más que en mis noches de insomnio y en mis sueños! ¡Oh! Entonces ella volvía a venir allí; allí la sentía, sentía sus abrazos, sus mordiscos, sus caricias tan ardientes, que tenían algo de infernal; después, el antifaz caía, y la cara más extraña se presentaba a mis ojos, ya velada, como si estuviese cubierta por una nube; ya brillante, como rodeada de una aureola; ya pálida, con el cráneo blanco y pelado, con las órbitas de los ojos vacías, y con los dientes vacilantes y raros. En fin, que desde aquella noche no he vivido, abrazado de un amor insensato por una mujer a quien no conocía, esperando siempre y siempre engañado en mis esperanzas, celoso sin tener el derecho de serlo, sin saber de quién debía estarlo, sin atreverme a manifestar a alguien tremenda locura, y, sin embargo, perseguido, acabado, consumido y devorado por ella».

Al acabar estas palabras, sacó una carta de su pecho.

Ahora te lo he contado todo, toma esta carta y léela me dijo. La tomé y leí:


Quand vous recevrez cette lettre, je ne serais plus...



Acaso hayáis olvidado a una pobre mujer que no ha olvidado nada y que muere porque no puede olvidar. Cuando recibáis esta carta ya habré dejado de existir. Entonces, id al cementerio del Père-Lachaise, decid al conserje que os enseñe, de las últimas tumbas, una que llevará sobre su piedra funeraria el sencillo nombre de María, y cuando estéis en presencia de esta tumba, arrodillaos y rezad.


Pues bien continuó Antony; he recibido esta carta ayer y he estado allí esta mañana. El conserje me condujo a la tumba y he permanecido ante ella dos horas, arrodillado, rezando y llorando. ¿Comprendes? ¡Aquella mujer estaba allí!... ¡Su alma ardiente había volado; su cuerpo, consumido por ella, se había doblado hasta romperse bajo el peso de los celos y de los remordimientos! ¡Estaba allí, a mis pies, y había vivido y muerto desconocida para mí, desconocida... y ocupando un lugar en mi vida como lo ocupa en la tumba; desconocida... y encerrando en mi corazón un cadáver frío e inanimado como el que se había depositado en el sepulcro! ¡Oh! ¿Conoces cosa alguna semejante? ¿Has oído algún acontecimiento tan extraño? Así es que ahora, adiós mis esperanzas, pues jamás volveré a verla. Cavaría su fosa y no podría encontrar ya allí los restos con que poder recomponer su cara. ¡Y continúo amándola! ¿Comprendes, Alejandro? La amo como un insensato; y me mataría al momento para unirme a ella si no supiese que ha de permanecer desconocida para mí en la eternidad, como lo ha sido en este mundo.


Elle était là... l´âme brûlante s´était envolée...



A estas palabras, me quitó la carta de las manos, la besó varias veces y se puso a llorar como un niño.
Yo lo abracé, y, no sabiendo que responderle, lloré con él.


*     *     *

La mirada que supo mirar más allá de los brillos y colores, la desaparición y el ocultamiento como fuga, la identidad sin rostro, misteriosa seducción, disfraz y máscara en el baile de la vida, juego de encuentro y desencuentro,... el arte de la literatura puede explorar todas las metáforas imaginables, o... ver una simple y perfecta historia de amor.

Hasta la próxima buena lectura,

C. G. 

Notas, lecturas e información:


«Un Baile de Máscaras», Alexandre Dumas: 
  • Audio: https://www.youtube.com/watch?v=Km8keJXUZPQ
  • Para descargar libro: http://www.loslibros.info/descarga-libro-un-baile-de-mascaras-pdf-de-dumas-alejandro/
  • En francés: https://books.google.com.ar/books?id=MWpEAQAAMAAJ&pg=PA211&lpg=PA211&dq=Je+suis+%C3%A9t%C3%A9+dans+le+cimetiere+du+P%C3%A8re-Lachaise,+Un+bal+masqu%C3%A9&source=bl&ots=TKCM-XTsIP&sig=L8UEV0lI7QcsyahbHCQsdpe59Ec&hl=es-419&sa=X&ved=0ahUKEwiz7-PCppfOAhXBf5AKHbwWAGQQ6AEIGjAA#v=onepage&q=Je%20suis%20%C3%A9t%C3%A9%20dans%20le%20cimetiere%20du%20P%C3%A8re-Lachaise%2C%20Un%20bal%20masqu%C3%A9&f=false


- La Société des Amis d´Alexandre Dumas: El sitio web más completo sobre la vida y obra del consagrado autor.
http://www.dumaspere.com/


- Los hermanos Corsos, Alejandro Dumas:
http://www.pehuen.cl/files/pdf/LOSHERMA.PDF


- Alejandro Dumas, par Jean Tulard:
http://libraryubook.com/french/free.php?asin=2357640057


- Pinturas de Caspar David Friedrich: [1774-1840] El paisajista más notable del romanticismo alemán.
  • Woman at a Window [1822]
  • FrauAu in der Morgensonne [1818, Mujer delante del sol poniente]
https://www.youtube.com/watch?v=B5G-Xwaw5Gk


- Imágenes de Les masques de Venise«Le monde est un grand bal où chacun est masqué». [Différentes photographes autodidactes].