lunes, 7 de diciembre de 2020

«My Ántonia» [Mi Antonia], Willa Cather

My Ántonia
[1918]
[Mi Antonia]
Willa Cather
[Virginia, 1873-1947, Nueva York]

          Jim Burden, un exitoso abogado de la ciudad de Nueva York, le da a un conocido una autobiografía de su infancia en Nebraska en forma de recuerdo de su amiga en común, Antonia Shimerda. Esta «memoria» constituye la mayor parte de la novela.
          Un narrador sin nombre es el que comienza la novela. Dice que creció con Jim.

Jim Burden, a succesful New York City lawyer, gives an acquaintance a memoir of his Nebraska childhood in the form of a recollection of their mutual friend, Ántonia Shimerda. This memoir makes up the bulk of the novel.
          An unnamed narrator begins the novel. He says he grew up with Jim.



          Jim llega por primera vez a Nebraska a la edad de diez años, cuando viaja al oeste para vivir con sus abuelos después de hallarse huérfano en Virginia. En el tren hacia el oeste, Jim ve por primera vez a los Shimerdas, una familia de inmigrantes europeos [bohemios] que viaja en la misma dirección.
          Por suerte, los Shimerda se han instalado en una granja vecina a la de los Burdens. Jim se hace amigo rápido de los niños Shimerda, especialmente de Antonia, que es la más cercana a él en edad y está ansiosa por aprender inglés. Jim hizo de tutor de Antonia y los dos pasan gran parte del otoño explorando juntos su nuevo paisaje.
          Me detengo aquí, ¡disfruta esta lectura!


Viaje de Virginia a Nebraska
[Journey from Virginia to Nebraska]


Jim first arrives in Nebraska at the age of ten, when he makes the trip west to live with his grandparents after finding himself an orphan in Virginia. On the train out west, Jim gets his first glimpse of the Shimerdas, a european (Bohemian) inmigrant family traveling in the same direction.
          As fate would have it, the Shimerda have taken up residence in farm neighboring the Burdens´. Jim makes fast friend with the Shimerda children, especially Ántonia, who is nearest to him in age and eager to learn English. Jim tutors Ántonia, and the two of them spend much of the autumn exploring their new landscape together.
          I stop here, enjoy this reading!

Audiolibro

https://www.youtube.com/watch?v=NtQCtzPCvdE


          La introducción es un «marco» que presenta la novela como una serie de recuerdos desde el punto de vista de Jim. 

The introduction is a "frame" that presents the novel as a series of memories from Jim´s point of view.

TO CARRIE AND IRENE MINER 

In memory of affections old and true


INTRODUCTION 


          Last summer I happened to be crossing the plains of Iowa in a season of intense heat, and it was my good fortune to have for a traveling companion James Quayle Burden — Jim Burden, as we still call him in the West. He and I are old friends — we grew up together in the same Nebraska town — and we had much to say to each other. While the train flashed through never-ending miles of ripe wheat, by country towns and bright-flowered pastures and oak groves wilting in the sun, we sat in the observation car, where the woodwork was hot to the touch and red dust lay deep over everything. The dust and heat, the burning wind, reminded us of many things. We were talking about what it is like to spend one’s childhood in little towns like these, buried in wheat and corn, under stimulating extremes of climate: burning summers when the world lies green and billowy beneath a brilliant sky, when one is fairly stifled in vegetation, in the color and smell of strong weeds and heavy harvests; blustery winters with little snow, when the whole country is stripped bare and gray as sheet-iron. We agreed that no one who had not grown up in a little prairie town could know anything about it. It was a kind of freemasonry, we said. 

[El verano pasado, durante un período de intenso calor, Jim Burden y yo atravesamos Iowa casualmente en el mismo tren. Somos viejos amigos, crecimos juntos en la misma población de Nebraska, y teníamos mucho de que hablar. Mientras el tren recorría interminables kilómetros de campos de trigo maduro, dejando atrás pueblos, pastos cubiertos de flores vistosas y robledales mustios por el sol, nos sentamos en el vagón panorámico, donde la madera estaba caliente al tacto y una gruesa capa de polvo rojo lo cubría todo. El calor y el polvo, el ardiente viento, nos recordaron muchas cosas. Charlábamos sobre lo que significa pasar la infancia en poblaciones como esas, enterradas entre trigo y maíz, padeciendo los estimulantes extremos del clima: veranos abrasadores en los que la tierra verde y fecunda yace bajo el cielo fulgente, y uno se ahoga casi en vegetación, en el color y el olor de la densa maleza y las cosechas ubérrimas; inviernos borrascosos con poca nieve, cuando la tierra toda queda pelada y gris como una plancha de hierro. Convinimos en que era preciso haber crecido en una pequeña población de la pradera para saber lo que era aquello. Era una especie de francmasonería, dijimos.]




          Although Jim Burden and I both live in New York, and are old friends, I do not see much of him there. He is legal counsel for one of the great Western railways, and is sometimes away from his New York office for weeks together. That is one reason why we do not often meet. Another is that I do not like his wife. 

[Aunque tanto Jim Burden como yo vivimos en Nueva York, allí no solemos coincidir. Él es abogado de una de las grandes compañías de ferrocarriles del Este y a menudo pasa semanas enteras lejos de su despacho. Ésta es una de las razones por las que apenas nos vemos. Otra razón es que a mí no me gusta su mujer.]

[...]

          As for Jim, no disappointments have been severe enough to chill his naturally romantic and ardent disposition. This disposition, though it often made him seem very funny when he was a boy, has been one of the strongest elements in his success. He loves with a personal passion the great country through which his railway runs and branches. His faith in it and his knowledge of it have played an important part in its development. 

[En cuanto a Jim, las decepciones no le han hecho cambiar. El carácter romántico, que a menudo le hacía parecer muy divertido cuando era adolescente, ha sido uno de los elementos fundamentales de su éxito. Ama con pasión el gran país que su ferrocarril atraviesa con múltiples ramales. Su fe en él y sus conocimientos sobre él han desempeñado un importante papel en su desarrollo.]

[...]

          During that burning day when we were crossing Iowa, our talk kept returning to a central figure, a Bohemian girl whom we had known long ago and whom both of us admired. More than any other person we remembered, this girl seemed to mean to us the country, the conditions, the whole adventure of our childhood. To speak her name was to call up pictures of people and places, to set a quiet drama going in one’s brain. I had lost sight of her altogether, but Jim had found her again after long years, had renewed a friendship that meant a great deal to him, and out of his busy life had set apart time enough to enjoy that friendship. His mind was full of her that day. He made me see her again, feel her presence, revived all my old affection for her. 

[Durante aquel caluroso día en que atravesábamos Iowa, nuestra conversación volvía una y otra vez a centrarse en una figura crucial, una chica de Bohemia a la que ambos habíamos conocido hacía mucho tiempo. Ella, más que ninguna otra persona a la que recordáramos, parecía encarnar el país, las condiciones de vida, la aventura de nuestra infancia. Yo le había perdido la pista por completo, pero Jim había vuelto a verla después de muchos años, y había renovado una amistad que significaba mucho para él. Aquel día, sus pensamientos estaban llenos de ella. Hizo que yo también volviera a verla, a notar su presencia, a revivir el antiguo afecto que le tenía.]

[...]

          Months afterward Jim Burden arrived at my apartment one stormy winter afternoon, with a bulging legal portfolio sheltered under his fur overcoat. He brought it into the sitting-room with him and tapped it with some pride as he stood warming his hands. 

          “I finished it last night — the thing about Ántonia,” he said.”

          “I did n’t arrange or rearrange. I simply wrote down what of herself and myself and other people Ántonia’s name recalls to me. I suppose it hasn’t any form. It has n’t any title, either.” He went into the next room, sat down at my desk and wrote on the pinkish face of the portfolio the word, “Ántonia.” He frowned at this a moment, then prefixed another word, making it “My Ántonia.” That seemed to satisfy him. 

 [Meses más tarde, en una tempestuosa tarde de invierno, Jim vino a verme a mi apartamento con una carpeta en la mano. Entró en la sala de estar con ella y dijo, mientras se frotaba las manos para calentarlas: «Aquí tienes lo de Antonia. ¿Todavía quieres leerlo? Lo acabé anoche. No lo he corregido; simplemente me he limitado a escribir todo lo que su nombre me recuerda. Supongo que no tiene forma alguna. Ni tampoco título.» Entró en la habitación contigua, se sentó a mi escritorio y escribió en la cara superior de la carpeta la palabra «Antonia». La miró un momento con el entrecejo fruncido, luego añadió otra palabra, convirtiéndolo en «Mi Ántonia». Esto pareció dejarlo satisfecho.]

Ahora continúen leyendo los cinco capítulos en inglés o en español en: 

  • https://www.ibiblio.org/ebooks/Cather/Antonia/Antonia.pdf
  • http://bpd.sanluis.gov.ar:8383/greenstone3/sites/localsite/collect/librosun/index/assoc/HASH0150.dir/doc.pdf


Ella todavía tenía ese algo que enciende la imaginación, que todavía puede detener la respiración por un momento, una mirada o un gesto, algo que de alguna manera revelaba el significado de las cosas comunes.

She still had that something which fires the imagination, that could still stop one´s breath for a moment, a look o a gesture, something that somehow revealed the meaning of common things.


Rubicon Theatre Company
The play based on a novel of Willa Cather

Espero que disfruten de esta historia, la de Jim y Antonia, una mujer extraordinaria, cuya fuerza y pasión personifican el espíritu pionero —ella es parte natural del paisaje feroz. Que disfruten de las escenas llenas de emoción y de belleza poética.

I hope you enjoy this story, that of Jim and Ántonia, a remarkable woman whose strengh and passion epitomize the pioner spirit —she is a natural part of the fierce landscape. That you enjoy of the scenes full of emotion and poetic beauty.

Lean la sobre la vida y obra de esta escritora, no tan recordada en Argentina, pero a la que vale la pena acudir. Es una de las grandes novelistas del siglo XX. Su prosa es entretenida y maravillosa, y los temas que toca lo hace de una manera muy humana. Abajo, en Notas, encontrarán todos los links.

Read about the life and work of this writer, not so remembered in Argentina, but worth going to. She is one of the great novelists of the 20th century. Her prose is entertaining and wonderful, and the themes she touches do so in a very human way. Below, in Notes, you will find all the links.

Hasta la próxima lectura.

Until next reading.

Cecilia Olguin Gianelli


Notas


- Mi Antonia, Willa Cather:
http://bpd.sanluis.gov.ar:8383/greenstone3/sites/localsite/collect/librosun/index/assoc/HASH0150.dir/doc.pdf

- Willa Cather Website:

https://www.willacather.org/

https://cather.unl.edu/

- Rubicon´s "My Ántonia" is tale of love, hope:

https://archive.vcstar.com/entertainment/rubicons-my-antonia-is-tale-of-love-hope-ep-373731838-352564021.html/


- La obra de la novelista Willa Cather, por José María Marco:


https://www.youtube.com/watch?v=o6bG3fgNL18

martes, 17 de noviembre de 2020

«Medio siglo con Borges», Mario Vargas Llosa

Medio siglo con Borges

[2020] 

Mario Vargas Llosa

[Perú, 1936]

Premio Nobel de Literatura 2010


Editorial Alfaguara; 108 págs.

          Dos autores de renombre, Jorge Luis Borges [1899-1986] y Mario Vargas Llosa [1936], unidos en este libro impecable en su edición. 
          Vargas Llosa es un escritor que admiro más allá de sus múltiples premios, y que siempre recomiendo leer, sobre todo La ciudad y los perros [1963], La fiesta del Chivo [2000] y otros en los que ahora no me voy a detener. 
          Este es un libro corto —demasiado diría, solo 108 páginas. Reúne ensayos, conferencias y entrevistas donde vemos la larga relación de Vargas Llosa con uno de los mejores escritores a nivel mundial, Borges.


Borges, Vargas Llosa y Alicia Jurado

          Para ser sincera y que mi comentario sea tomado con esta advertencia, debo confesar la desconfianza con la que abordé este pequeño libro. El tándem Vargas Llosa-Borges y una recopilación de publicaciones de años anteriores sin ningún agregado que aclarara o profundizara en ciertos temas me daba a oportunista y comercial. Así lo empecé a leer y, comprobé en una primera lectura que no había nada nuevo. Me encontré con material fácilmente encontrado en internet.
          Admiro a Vargas Llosa y ni decir a Borges, ya lo he dicho. Esperaba más, eso es todo. 
          Luego, hay algo que me cansa enormemente: son las anécdotas repetidas hasta el cansancio. Quizá, la primera vez que uno escucha sobre el pequeño y humilde departamento de Borges, la habitación de su madre y el vestido sobre la cama, sus respuestas políticamente incorrectas, su falsa humildad —sentirse indigno de tal o cual halago—, puede ser que uno se sonría y lo disfrute. Luego, con el tiempo y tanto abuso, sucede todo lo contrario.
          Sin embargo, hay algo que no me cansa, y es cuando el tema son sus lecturas y su propia obra. Acá viene lo bueno que encontré: las conversaciones sobre estos aspectos, y observar la emoción y gratitud de un escritor consagrado hacia otro. La misma que sentí cuando escuché a otro escritor que admiro, Ricardo Piglia [1941-2010], en situaciones parecidas. Acercarnos a su biblioteca y a sus libros es lo mejor que nos puede pasar como lectores. Este aspecto es el que rescato, el que puede llevarnos a la lectura o relectura de la obra de Borges y sus favoritos.

Mi comentario

Síntesis del libro


Mar del Plata, noviembre, 2020, cierro este libro y escribo 
la reseña.

          En este libro econtrarán la lectura que hace Vargas Llosa de la obra de Borges, las entrevistas y encuentros que han tenido lugar a lo largo de, como dice el título, medio siglo. Toda su admiración y su placer intelectual quedan expuestos en un poema y diez capítulos breves, o apartados, que nombraré sin detallar demasiado, sin repetir lo repetido y agregando algo propio, solo como dato:
  • «Poema "Borges o la casa de los juguetes"». [...] Demasiado inteligente / para escribir novelas / se multiplicó en cuentos / insólitos, / perfectos, cerebrales... Inventó una prosa / en la que había tantas palabras / como ideas [extracto]. [Firenze, 4 de junio de 2014]
  • 1- «Medio siglo con Borges». La experiencia de de Vargas Llosa de lecturas, afianzadas con relecturas, a lo largo de los años. Cuentos y ensayos que le revelan siempre nuevos secretos y sutilezas. El mundo borgiano, tan inusitado y elegante, abstracto y metafísico, intelectual y fantástico, no decepciona con los años. Diferencias que marca Vargas Llosa: él es un escritor de novelas, impregnado de la realidad, fascinado por la historia pasada y presente, la política y el erotismo, diametralmente opuesto a Borges. Esto no es un obstáculo para apreciar el genio del autor de Ficciones* [1944], para muchos su mejor libro y el que lo ubicó en un primer plano de la literatura universal. [Lima, febrero de 2004]


Edit. Random House Esp.; 221 págs.

  • 2- «Preguntas a Borges». Entrevista que le hace Vargas Llosa en París, donde Borges, de sesenta y cinco años, cuenta la razón de su visita a Francia, un país que lo admira profundamente, y otros países europeos. Su sinceridad e ironía, siempre presentes, refiriéndose a los «vanos» encuentros de escritores. El vértigo de no acordarse de sus personajes, sobre todo cuando un lector lo interpela y parece saber más del que los ha creado. Sus estudios en Ginebra durante la Primera Guerra Mundial. Autores que destaca, como Flaubert [el mejor, para él] y Montaigne, Hugo, Apollinaire y Verlaine —la poesía, su género preferido, en prosa o verso. La pérdida de visión y cómo es trabajar mentalmente. Luego, la pregunta del millón: ¿qué libros llevaría a una isla desierta? Nombro solo uno de los que eligió Borges: Introducción a la filosofía matemática [1919], de Bertrand Russell [1872-1970]. Lo elijo porque su elección se basa en la dificultad para comprenderlo, así era. [París, noviembre de 1963]
  • 3 y 4- «Borges en su casa» y «Borges en su casa: una entrevista». Nuevamente la admiración hacia Borges: a sus historias fantásticas, que pueden suceder tanto en la Pampa como en Buenos Aires, China, Londres o cualquier lugar real o imaginado. Porque su imaginación es prodigiosa, y culta. Pero su erudición nunca es académica ni densa, sí brillante y entretenida. El lector siempre sale sorprendido, y se enriquece. La entrevista tiene lugar en su departamento del centro de Buenos Aires, muy austero. Allí vive con una empleada que lo asiste [ya ha perdido la vista] y Beppo, un gato que lleva el mismo nombre del gato de Lord Byron, poeta al que Borges admira. Hablan de la biblioteca, ¡sus libros!, la fascinación por las literaturas exóticas —nórdica o anglosajona— el porqué de no elegir novelas. Dickens, Conrad y Henry James son algunos de los novelistas exceptuados. Al hablar de sus declaraciones políticas y el nacionalismo dice considerarse un pacifista. Es un escéptico. Es como es. Ser Borges y no otro, con sus antepasados, en un país como Argentina, casi sin pasado, y con la nostalgia de Europa a cuestas. [Buenos Aires, junio de 1981]
  • 5- «Las ficciones de Borges». Vargas Llosa expone sus propias creencias de juventud aprendidas con Sartre acerca del rol de la literatura cambiando la historia, o al menos haciendo algo al respecto: el artista comprometido con su tiempo. Concepto alejado de Borges, dice, «él representa la antítesis». Presenta a un Borges desdeñoso de la política, como si fuera un artista evadido de su mundo y de la actualidad. Luego, Borges traspasando las fronteras de Sur, la revista de Victoria Ocampo donde publicaba. Los seguidores se multiplican en Lima y otras ciudades lationoamericanas, allá por los años cincuenta. Sus tigres y espejos que multiplican, laberintos, sus sorprendentes adjetivos y adverbios, sus ficciones son tema de conversación entre los escritores de la época. Los temas que giran alrededor de la metafísica de Schopenhauer están en los cuentos de Borges, y atrapan. También los mitos, Las mil y una noches, Dante, Homero, Stevenson. Y los cuchilleros, compadritos los gauchos de Martín Fierro: un Buenos Aires fantaseado. El hechizo borgiano fue inevitable, todos se rinden ante la elegancia y limpieza de su prosa, donde cada palabra se paladea. Hay verbos que ya son borgianos: conjeturar o fatigar, por ejemplo. Borges le debe a Alfonso Reyes [1889-1959], uno de los latinoamericanos que admira, ser claro y directo. El cuento es el género que mejor le va para crear sus artificios literarios, porque los argumentos pierden vaguedad y abstracción, tienen tensión. Y en ellos logra plasmar los asuntos que le interesan: el tiempo, la identidad, la teología, la filosofía, la lingüistica, todo se vuelve literatua. El dominio de lenguas extranjeras lo agranda. Borges, cercano a T. S. Eliot, otro extraordinario estilista, y a Quevedo, al que amó especialmente y del que hizo una preciosa antología comentada —no valoloró tanto a Góngora. [Marbella, 15 de octubre de 1987]
  • 6- «Borges en París. Francia celebra el centenario de Borges [1899-1999]. Su ingreso a la Pléiade, único argentino en la Biblioteca de los Inmortales. Exposiciones, reediciones, conferencias y publicaciones. Francia es el país europeo que detectó temprano el genio de Borges, lo entronizó y se lo apropió. Este entusiasmo por su obra hizo que fuera uno de los autores más traducidos y alcanzara el reconocimiento del mundo. Vargas Llosa recuerda esa primera entrevista en París, año 1963 ya mencionada, donde sintió, quizá por única vez, que hubo una conexión. En esa oportunidad, Borges había sido invitado a participar en un homenaje a Shakespeare. De él destacó el haber podido eclipsarse como autor para que sus personajes fueran más nítidos y libres. No fue su única exposición. Hubo otras y en todas deslumbró, atrajo a gran cantidad de público, a escritores como Roland Barthes, entre otros. «Parecía llevar en la memoria la literatura universal y desenvolvía su argumentación con tanta elegancia como astucia... Sí, venía del país de los gauchos, pero no tenía nada de exótico ni de primitivo y su obra no alardeaba de color local». Se pregunta, Vargas Llosa, si habrá sido consciente de su fama e influencia de su obra en la literatura. Todo lo que nos dejó con su concisión matemática, su estilo límpido e inteligente, sus adjetivos audaces, sus argumentos e ideas, donde no sobra ni falta nada. Cuando lo leemos «rozamos a cada paso ese inquietante misterio que es la perfección». De las anécdotas de su humor, malentendidos, incorrecciones de sus declaraciones no hablo porque es la parte que menos me atrae.
  • 7- «Borges, político». Comienza por destacar la vasta obra de Borges. La que se publicó en vida y las valiosas recopilaciones póstumas, como Borges en Sur, 1931-1980 [1999], textos publicados en la revista que dirigía Victoria Ocampo [1890-1979]. La curiosidad universal de Borges quedó reflejada en estas colaboraciones: ensayos, traducciones, artículos sobre cine y misceláneas. Opiniones sobre Perón, Hitler y Mussolini. Su escepticismo político y religioso, que no significa un desinterés —se tomó bastante en serio el idealismo del obispo Berkeley [1685-1753], el filósofo irlandés leído también por Pessoa [1888-1935]. «Ser es percibir y ser percibido», fue una de las fuentes filosóficas para su narrativa. Recordemos el excelente «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius». Borges no dejó de denunciar la «pedagogía del odio», previendo el nacionalismo. También hizo público su aversión al patriotismo demagógico. Lo demostró durante la guerra de las Malvinas: «la pelea de dos calvos por un peine», dijo. Por ser partidario de los Aliados fue penalizado por el gobierno de Perón [otra anécdota muy conocida]. Su indignación cuando era acusado de «falta de argentinidad», como si tuviésemos que estar condenados a lo meramente vernáculo y fuésemos «indignos de tratar de considerar el universo». Luego, el «apoyo» de Borges a dos de las dictaduras argentinas: la de Aramburo y Rojas [derrocamiento de Perón], y la de Videla [derrocamiento de Isabelita Perón]. Más tarde, sobre todo a partir del conflicto de Argentina con Chile sobre el Beagle, tomó distancia con el régimen militar y lo censuró abiertamente. Demasiado tarde y no tan contundente, para muchos. [Washington D. C., octubre de 1999]

Editorial Emece. 358 págs.


  • 8- «Onetti y Borges». Una gran diferencia entre ambos. La obra de Borges está impregnada de erudición, referencias culturales y literarias. En Juan Carlos Onetti [1909-1994], el escritor uruguayo, existencialista, autor de El astillero [1961], brillan por su ausencia. Una de las coqueterías de Onetti era despreciar el intelectualismo y la ostentación libresca. A Borges le fascinaban los temas abstractos: el tiempo, la eternidad, la irrealidad. En Onetti, los elementos fantásticos e imaginarios que encontramos están embebidos de realidad, de pura carnalidad. Borges es escueto y preciso, claro. Juega con la filosofía, la teología, la historia, la geografía, la literatura, y con todo esto crea un mundo de conceptos y espejismos intelectuales, desprendido casi de pasiones e instintos humanos. Onetti, en cambio, con su estilo tortuoso e intrincado, cargado de psicología, explora las pasiones, los excesos, los vicios. Pero la influencia de Borges en Onetti fue esencial, y lo vemos en su obra maestra: La vida breve [1950]. Dejo en Notas un link para que lean o escuchen sobre esta excelente novela, donde la mítica ciudad Santa María [ficticia] aparece una vez más. Todo allí se mueve en un mundo entre real e imaginario. El publicista Brausen, protagonista de la historia, inventa ser otros. El ser otro-s de Borges, quien incorpora la ficción a la vida real en una «operación mágica o fantástica». Onetti vivió en Buenos Aires en la década del cuarenta, fue lector de Sur. Así descubre a William Faulkner [1897-1962] y lee a Borges, quien había traducido Las palmeras salvajes [1939]. En «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» se cuenta sobre una conspiración de un grupo de eruditos para inventar un mundo e interpolarlo secretamente en la realidad. Esta región imaginaria de Tlön fue muy importante para la creación de la Santa María de Onetti, como lo habrán sido para Borges la Yoknapatawpha de Faulkner y la pequeña localidad de Rancy, «tan tranquila y mediocre», de Viaje al fin de la noche [1932], de Louis-Ferdinand Céline [1894-1961], novela imprescindible. Hay diferencias, sí, Onetti hace gala de su realismo empecinado, de lo cotidiano y previsible. Todo lo que Borges rehuye. Pero, lo imaginario no existe sin lo real y concreto y en algún lugar se unen. Queda a los lectores descubrirlo.

Editorial Edhasa. 576 págs.

  • 9- «Borges entre señoras». Este capítulo se refiere a la colaboración de Borges con la revista El Hogar [1936-1939], «concebida para hacer más llevadera la rutina de las amas de casa», en palabras de Vargas Llosa. Estos artículos fueron reunidos y publicados en 1986 con el título: Textos cautivos. Ensayos y reseñas en «El Hogar» [Editorial Tusquets]. Vargas LLosa lo lee en Mallorca y recuerda el tiempo que Borges pasó en esta isla después de terminar sus estudios en Ginebra. Allí, en España, escribió sus primeros versos vanguardistas. Al hablar de esta antología nos cuenta de su sorpresa ante la probidad con la que Borges encara estos escritos y se imagina el alto nivel cultural de la Argentina que los recibe. Cada reseña revela lo meticuloso que era Borges con sus lecturas. Ya sea que hable de la traducción de Sir Richard Burton de Las mil y una noches, de una novela de Faulkner o de Virginia Woolf, todo lo analiza profundamente. Su curiosidad, su prosa, donde no dice nada que no sea absolutamente indispensable, con adjetivos y adverbios que lo harían famoso, quedan de manifiesto. Los autores que frecuentará en toda su obra —puertas que nos ha abierto generosamente—, como Schopenhauer, Chesterton, Stevenson, Kipling, Poe, Joyce, Eliot, Mann y tantos más ya aparecen en estas páginas dirigidas a «señoras amas de casa» y seguirán apareciendo para nuestro deleite. En estos años ya publica un libro importante: Historia universal de la imfamia [1935]. [Mallorca, agosto de 2011]
  • 10- «El viaje en globo». Este es mi viejo libro: Atlas [1984]. Vargas Llosa confieza que para él fue un hallazgo reciente. Una muy buena idea para terminar el libro: el viaje que unió a Borges y María Kodama, su ex alumna de anglosajón y pareja, en el entusiasmo y pasión por visitar lugares tantas veces leídos. María se los relata y Borges los «ve» con su imaginación y la complicidad que los une. No me voy a referir a lo que Vargas Llosa dice no querer hacer, «chismografía morbosa» y, a mi parecer, algo hace. Al menos menciona ciertos aspectos y siembra la semilla de la curiosidad.


Conclusión

          
          Espero que hayan disfrutado de esta reseña. Seguramente notarán algunas ausencias y conceptos con los que no están de acuerdo, después de leer el libro. Pero, estoy segura que también despertará en ustedes el deseo de leer a Borges y habrán disfrutado del decir de Vargas Llosa.
          No es mi intención señalar cada disconformidad [ni agotar lo que me despierta como lectora]. Solo mencionar alguna que otra para fundamentar mi primera opinión.
          En «Borges político», uno de los aspectos más controvertidos de siempre, sabemos que se decía a sí mismo conservador, anarquista, cosmopolita y, sobre todo, individualista: «Soy un modesto anarquista spenceriano». Recomiendo acá leer a Herbert Spencer* [1820-1923] para comprender mejor este concepto.
          Entiendo que son publicaciones pasadas, pero el autor aclara que ha leído prácticamente todo de Borges y da opiniones... Me animo a decir, entonces, que podría haber ahondado en un Borges intelectual que encaró una posición ética. O algo de sus conferencias, que fueron inolvidables.
          Más allá de lo controvertido, lo desafortunado que todos conocemos [Videla y Pinochet], cabe recordar, para equilibrar, lo que dijo en 1946: «Las dictaduras fomentan la opresión, el servilismo, la crueldad; más admirable es que fomenten la idiotez». 
          Siempre leemos a los escritores y sus contemporáneos, ubicarlos en su tiempo es fundamental. Las posiciones políticas de Faulkner, Gombrowicz o Céline, solo por nombrar tres ejemplos, también tuvieron sus lados cuestionables. Y la intelectualidad argentina era [o es] mayoritariamente de izquierda, o peronista. En todo caso, las expresiones de estos escritores, excelentes todos, tienen la importancia de una opinión y cada uno decidirá si deja de leerlo por este aspecto. 
          Nada se dice tampoco del joven Borges que ataca el golpe del 30 [Uriburo], del que apoyó a Yrigoyen, ni del libro de Jauretche que prologó: El paso de los libres. Relato gaucho de la última revolución radical [1933]. El mito de un Borges alejado de su tiempo queda entonces algo desdibujado, en mi opinión. 
          Les recomiendo leer lo que Borges escribió en Sur* y la no contradicción entre su literatura fantástica y sus mecanismos para evitar los prejuicios del nacionalismo y la xenofobia* [debajo encontrarán los links].
          Luego, hay algunas parcialidades y omisiones sospechosas. Habrán descubiero que la visita que Vargas LLosa le hace, en su departamento de Buenos Aires, Piglia, entre otros, la cuenta con algunas diferencias muy reveladoras. Claro, cada uno cuenta su historia y personalmente no es lo que más me interesa.
          Lo que sí me hubiese interesado, por ejemplo, es si en esta misma entrevista, cuando Vargas Llosa le pregunta si está contento con su destino o si le hubiese gustado ser otro y, bueno, quizá podría haberse asomado a una de sus claves literarias: la dualidad, las entidades, Borges desdoblado como personaje de su ficción. «No sé quién de los dos escribe esta página», así termina el brevísimo cuento «Borges y yo»* [El hacedor, 1960], donde también cita a Spinoza. O con su «nadie está exento de ser otro».




          Voy a terminar esta reseña, habría mucho más para decir pero acá me detengo. Les dejo un extracto tomado del Atlas, esperando que disfruten de la obra de Jorge Luis Borges, y que tomen mis comentarios por la vía positiva de mejorar una lectura. 

Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó 
como un toro con cabeza de hombre y 
en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones 
como María Kodama y yo nos perdimos aquella mañana y 
seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto.

Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli


Notas

- Ficciones [1944], Jorge Luis Borges: Compuesto de dos partes: El jardín de los senderos que se bifurcan y Artificios. Dos prólogos. Los cuentos: «Tlön, Ukbar, Orbis Tertius», «El acercamiento a Almotásim», «Pierre Menard, autor del Quijote», «Las ruinas circulares», «La lotería de Babilonia», «Examen de la obra de Herbert Quain», «La Biblioteca de Babel», «El jardín de los senderos que se bifurcan»; Artificios, 1941: Prólogo, «Funes el memorioso», «La forma de la espada», «Tema del traidor y del héroe», «La muerte y la brújula», «El milagro secreto», «Tres versiones de Judas», «El fin», «La sexta de Fénix» y «El Sur». 
http://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Borges%20Jorge%20-%20Ficciones.pdf

- La vida Breve. Por Roberto Ferro: Análisis de la obra.
https://edisciplinas.usp.br/pluginfile.php/385619/mod_resource/content/1/Ferro.%20Juan-Carlos-Onetti-La-Vida-Breve.pdf

La vida Breve, Juan Carlos Onetti: Audiolibro.
https://www.youtube.com/watch?v=m-vY8FzDj54

- «Borges y yo», J. L. Borges: Cuento corto.
https://ciudadseva.com/texto/borges-y-yo/

- *Jorge Luis Borges: Nota sobre la paz:
https://borgestodoelanio.blogspot.com/2015/11/jorge-luis-borges-nota-sobre-la-paz.html

- *Jorge Luis Borges y las guerras mundiales:
file:///Users/Cecilia/Downloads/Dialnet-JorgeLuisBorgesYLasGuerrasMundiales-6824331.pdf

- «Los dos linajes», Ricardo Piglia: Sobre el ensayo de R. Piglia publicado en Punto de Vista.
https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/EDonatoDosbalasdeRemington.pdf

- Herbert Spencer:
https://www.ecured.cu/Herbert_Spencer


martes, 10 de noviembre de 2020

«La prueba», poema, Jorge Luis Borges

 «La prueba»

del libro La cifra, 1981

Jorge Luis Borges

[Buenos Aires, 1899-1986, Ginebra]


Editorial Sudamericana. 96 págs.

          Este libro, su anteúltimo de poesía, reúne un conjunto de poemas escritos desde 1978 hasta 1981. Abajo encontrarán un link para leer todos.
          Leamos ahora «La prueba», a ver qué les parece:

Del otro lado de la puerta un hombre
deja caer su corrupción. En vano
elevará esta noche una plegaria




a su curioso dios, que es tres, dos, uno,
y se dirá que es inmortal. Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal sentado. 
Eres, hermano, ese hombre. Agradezcamos
los vermes y el olvido.

*

          Un poema con un título contundente: «La prueba», la prueba escurridiza que será revelada. Apenas nueve versos donde Borges recorre un camino circular que va desde lo más ominoso a lo más sublime y viceversa, con una resolución notable de una cuestión metafísica mayor. Borges fue un gran lector de filosofía y está presente en su obra.
          La puerta en Borges es un elemento recurrente y decisivo: «Lo jamás soñado por ninguna filosofía puede hallarse detrás de las puertas». En este poema, detrás de ella hay simplemente un hombre. 
          ¿Quién es ese hombre nombrado en el anteúltimo verso?, ¿puede ser cualquiera?, ¿nosotros mismos ante el momento de la verdad? El «ahora» nos marca un tiempo. 
          Con una ancianidad corporal a cuestas el hombre reza una plegaria inútil a un dios curioso por su imposibilidad numérica. El agnosticismo lúdico de Borges y la condición mortal se evidencia con la pulsión de la muerte. La finitud. La frágil singularidad de la vida humana. La prueba o el desciframiento.
          Hay que agradecer a los gusanos y al olvido, concluye y determina, implacable.
          
          Espero que les haya gustado leer este poema que, en apenas nueve versos dice tanto. Y que sigan explorando el rico universo de Borges, la profundidad de su poética. Siempre se redescubre. Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- La cifra. Jorge Luis Borges: Poemario completo. Este es su anteúltimo libro de poemas.
https://ellaberintodelverdugo.blogspot.com/2016/10/jorge-luis-borges-la-cifra-1981.html

- Philip Guston: Neoexpresionismo con denuncia social.
https://3minutosdearte.com/seis-cuadros-un-concepto/philip-guston/



lunes, 12 de octubre de 2020

«Los limones» [I limoni], Eugenio Montale

«Los limones / I Limoni»

Huesos de sepia

[Ossi di Seppia, 1925]

Eugenio Montale

[Génova, 1896-1981, Milán, Italia]

Premio Nobel de Literatura 1975


Dedicado a Silvestre Gherbi, sempre nel mio cuore ❤️🌹



Ascoltami, i poeti laureati                                
si muovono soltando fra le piante                    
dai nomi poco usati:                                         
bossi ligustri o acanti.
Io, per me, amo le strade che riescono agli erbosi
fossi dove in pozzanghere 
mezzo seccate agguantano i ragazzi
qualche sparuta anguilla:
le viuzze che seguono i ciglioni
discendono tra i ciuffi delle canne
e mettono negli orti, tra gli alberi dei limoni.




Escúchame, los poetas laureados
se mueven solamente entre plantas
de nombres poco usados: bojes, ligustros o acantos.
Yo prefiero los caminos que desembocan en los herbazales
zanjas donde en charcos
medio secos agarran los muchachos
alguna extenuada anguila:
los senderos que siguen los ribazos, 
descienden entre los penachos de las cañas
y penetran en los huertos, entre los árboles de los limones.

Meglio se le gazzarre degli uccelli
si spengono inghiottite dall´azzurro:
più chiaro si ascolta il sussurro 
dei rami amici nell´aria che quasi non si muove,
e i sensi di quest´odore
che non sa staccarsi da terra
e piove in petto una dolcezza inquieta.
Qui delle divertite passioni
per miracolo tace la guerra,
qui tocca anche a noi poveri la nostra parte di riccezza
ed è l´odore dei limoni.

Mejor si la algazara de los pájaros
se apaga engullida por el azul:
más claro se oye el susurro
de las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,
y las impresiones de este olor
que no sabe desatarse de la tierra
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
Aquí las diversas pasiones
de la guerra por milagro callan,
aquí también a nosotros pobres nos toca nuestra parte de riqueza
y es el olor de los limones.

Vedi, in questi silenzi in cui le cose
s´abbandonano e sembrano vicine
a tradire il loro ultimo segreto,
talora ci si aspetta
di scoprire uno sbaglio di Natura,
il punto morto del mondo, l´anello che non tiene, 
il filo da disbrogliare che finalmente ci metta
nel mezzo di una verità.
Lo sguardo fruga d´intorno,
la mente indaga accorda disunisce
nel profumo che dilaga
quando il giorno più languisce.
Sono i silenzi in cui si vedi
in ogni ombra umana che si allontana
qualche disturbata Divinità.

Mira, en estos silencios en los cuales las cosas
se abandonana y parecen dispuestas
a traicionar su último secreto,
a veces se espera
descubrir un error de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el anillo que no aguanta,
el hilo desenredado que finalmente nos coloque 
en medio de una verdad.
La mirada escudriña alrededor,
la mente indaga acuerda desune
en el perfume que inunda 
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna turbada Divinidad.

Ma l´illusione manca e ci riporta il tempo
nelle città rumorose dove l´azzurro si mostra
soltanto a pezzi, in alto, tra le cimase.
La pioggia stanca la terra, di poi; s´affolta
il tedio dell´inverno sulle case,
la luce si fa avara —amara l´anima.
Quando un giorno da un malchiuso portone
tra gli alberi di una corte
ci si mostrano i gialli dei limoni;
e il gelo dei cuore si sfa,
e in petto ci scrosciano
le loro canzoni
le trombe d´oro della solarità.

Pero falta la ilusión y nos alcanza el tiempo
en las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
solo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.
La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa
el tedio del invierno sobre las casas
la luz se vuelve avara —amarga el alma.
Cuando un día por un mal cerrado portal
entre los árboles de un patio
aparece el amarillo de los limones;
y el hielo del corazón se derrite,
y en el pecho bullen
sus canciones
las trompetas de oro de la solidaridad.

*

Mi comentario


          Los paisajes son todo en la vida de los artistas, no siempre externos. Cuando el niño Eugenio Montale no se imaginaba que iba a convertirse en uno de los más grandes poetas italianos y que sería galardonado con el Premio Nobel de Literatura —y felices de que este año lo haya recibido también una poeta—, pasaba su infancia y juventud entre su Génova natal y un maravilloso pueblo de Cinque Terre, Monterosso.




          Es en este sitio soñado de Liguria donde transcurría las vacaciones, junto a su familia, Eugenio Montale. Y en sus poemas el paisaje ligur está presente. Sobre todo en su primer libro, de donde extraigo este poema elegido, Ossi di Seppia [1925].
          Huesos de Seppia, una metáfora para decir de un hombre que a medida que cumple años se aleja de la felicidad de la juventud, y se rinde a la aflicción, a la contrariedad, al desánimo.
          Así son los huesos de sepia [molusco] en las playas: traídos y llevados por las olas del mar, insignificantes presencias reducidas al mínimo.
          «I limoni» [Los limones] abre una sección en Ossi di Seppia, llamada «Movimenti» [Movimientos], una metáfora musical. Colección escrita entre 1921 y 1922. 
          La música, como todos saben, fue muy importante en su vida. Uomo musico, que es capaz de lograr esta musicalidad íntima que habrán sentido a leer para ustedes el poema de cuatro estrofas de versos libres. Muchos de ellos son endecasílabos y septenarios, con rima libre —a veces la encontramos en el medio y no al final.
          El poeta de «I limoni», que no es un poeta coronado por críticos —como lo eran D ´Annunzio, Pascoli, Carducci—, prefiere árboles nada sofisticados, como un limonero en un entorno cotidiano, familiar. Ellos crecen en un paisaje silencioso, sin pretenciones, el encanto de lo agreste. Y, se descubre, allí «Cuando un día por un mal cerrado portal / entre los árboles de un patio / aparece el amarillo de los limones», y algo revelador sucede.
          Espero que hayan disfrutado de este poema, que de tanto en tanto podamos regresar a esa edad feliz, salir del «tedio invernal que amarga el alma». Que alguna puerta de patio se nos abra y nos permita la visión de un limonero, donde todos nuestros sentidos se regocijen. 
          Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- Sitio dedicato a Eugenio Montale:
http://eugeniomontale.xoom.it/

- Otro sitio web en español:
http://amediavoz.com/montale.htm

- Analisi «I limoni», Eugenio Montale. Università degli Studi di Roma La Sapienza. Letteratura:
https://www.docsity.com/it/analisi-i-limoni-eugenio-montale/2689399/

- Parco Letterario Eugenio Montale:
http://www.parconazionale5terre.it/dettaglio.php?id=33766

- Una lectua de Eugenio Montale. Universidad de Salamanca: Las trazas del paisaje ligur en su poesía. Una descripción real a través del filtro de su poesía. No es un poeta físico, es metafísico. Trasciendo lo que contempla, con estupor y perplejidad.
file:///Users/Cecilia/Downloads/Dialnet-UnaLecturaDeEugenioMontale-211290%20(1).pdf

domingo, 11 de octubre de 2020

«La mujer parecida a mí», Felisberto Hernández

«La mujer parecida a mí»

Cuentos selectos

Felisberto Hernández

[Montevideo, Urugyal, 1902-1964, ibidem


Mucho más que un cuento.
El arte literario superando ciertos paradigmas rígidamente racionalistas y reconsiderando la relación entre el ser humano y el mundo.
¡Que lo disfruten!


Editorial Corregidor

          Hace algunos veranos empecé a tener la idea de que yo había sido caballo. Al llegar la noche ese pensamiento venía a mí como a un galpón de mi casa. Apenas yo acostaba mi cuerpo de hombre, ya empezaba a andar mi recuerdo de caballo.



          En una de las noches yo andaba por un camino de tierra y pisaba las manchas que hacían las sombras de los árboles. De un lado me seguía la luna; en el lado opuesto se arrastraba mi sombra; ella, al mismo tiempo que subía y bajaba los terrones, iba tapando las huellas. En dirección contraria venían llegando, con gran esfuerzo, los árboles, y mi sombra se estrechaba con la de ellos.

          Yo iba arropado en mi carne cansada y me dolían las articulaciones próximas a los cascos. A veces olvidaba la combinación de mis manos con mis patas traseras, daba un traspié y estaba a punto de caerme.

          De pronto sentía olor a agua; pero era un agua pútrida que había en una laguna cercana. Mis ojos eran también como lagunas y en sus superficies lacrimosas e inclinadas se reflejaban simultáneamente cosas grandes y chicas, próximas y lejanas. Mi única ocupación era distinguir las sombras malas y las amenazas de los animales y los hombres; y si bajaba la cabeza hasta el suelpara comer los pastitos que se guarecían junto a los árboles, debía evitar también las malas hierbas. Si se me clavaban espinas tenía que mover los belfos hasta que ellas se desprendieran.

          En las primeras horas de la noche y a pesar del hambre, yo no me detenía nunca. Había encontrado en el caballo algo muy parecido a lo que había dejado hacía poco en el hombre: una gran pereza; en ella podían trabajar a gusto los recuerdos. Además, yo había descubierto que para que los recuerdos anduvieran, tenía que darles cuerda caminando. En esa ilusión de que todavía podía ser feliz. Me tapaba los ojos con una bolsa; me prendía a un balancín enganchado a una vara que movía un aparato como el de las norias, pero que él utilizaba para la máquina de amasar. Yo daba vueltas horas enteras llevando la vara, que giraba como un minutero. Y así, sin tropiezos, y con el ruido de mis pasos y de los engranajes, iba pasando mis recuerdos.

          Trabajábamos hasta tarde de la noche; después él me daba de comer y con el ruido que hacía el maíz entre los dientes seguían deslizándose mis pensamientos.

          (En este instante, siendo caballo, pienso en lo que me pasó hace poco tiempo, cuando todavía era hombre. Una noche que no podía dormir porque  sentía hambre, recordé que en el ropero tenía un paquete de pastillas de menta. Me las comí; pero al masticarlas hacían un ruido parecido al maíz.) 

          Ahora, de pronto, la realidad me trae a mi actual sentido de caballo. Mis pasos tienen un eco profundo; estoy haciendo sonar un gran puente de madera.

          Por caminos muy distintos he tenido siempre los mismos recuerdos. De día y de noche ellos corren por mi memoria como los ríos de un país. Algunas veces yo los contemplo; y otras veces ellos se desbordan.

          En mi adolescencia tuve un odio muy grande por el peón que me cuidaba. Él también era adolescente. Ya se había entrado el sol cuando aquel desgraciado me pegó en los hocicos; rápidamente corrió el incendio por mi sangre y me enloquecí de furia. Me paré de manos y derribé al peón mientras le mordía la cabeza; después le trituré un muslo y alguien vio cómo me volaba la crin cuando me di vuelta y lo rematé con las patas de atrás.

          Al otro día mucha gente abandonó el velorio para venir a verme en el instante en que varios hombres vengaron aquella muerte. Me mataron el potro y me dejaron hecho un caballo. Al poco tiempo tuve una noche muy larga; conservaba de mi vida anterior algunas “mañas” y esa noche utilicé la de saltar un cerco que daba sobre un camino; apenas pude hacerlo y salí lastimado. Empecé a vivir una libertad triste. Mi cuerpo no sólo se había vuelto pesado sino que todas sus  partes querían vivir una vida independiente y no realizar ningún esfuerzo; parecían sirvientes que estaban contra el dueño y hacían todo de mala gana. Cuando yo estaba echado y quería levantarme, tenía que convencer a cada una de las partes. Y a último momento siempre había protestas y quejas imprevistas. El hambre tenía mucha astucia para reunirlas; pero lo que más pronto las ponía de acuerdo era el miedo de la persecución. Cuando un mal dueño apaleaba a una de las partes, todas se hacían solidarias y procuraban evitar mayores males a las desdichadas; además, ninguna estaba segura. Yo trataba de elegir dueños de cercos bajos; y después de la primera paliza me iba y empezaba el hambre y la persecución.

          Una vez me tocó un dueño demasiado cruel. Al principio me pegaba nada más que cuando yo lo llevaba encima y pasábamos frente a la casa de la novia. Después empezó a colocar la carga del carro demasiado atrás; a mí me levantaba en vilo y yo no podía apoyarme para hacer fuerza; él, furioso, me pegaba en la barriga, en las patas y en la cabeza. Me fui una tardecita; pero tuve que correr mucho antes de poder esconderme en la noche. Crucé por la orilla de un pueblo y me detuve un instante cerca de una choza; había fuego encendido y a través del humo y de una pequeña llama inconstante veía en el interior a un hombre con el sombrero puesto. Ya era la noche; pero seguí.

          Apenas empecé a andar de nuevo me sentí más liviano. Tuve la idea de que algunas partes de mi cuerpo se habrían quedado o andarían perdidas en la noche. Entonces, traté de apurar el paso.

          Había unos árboles lejanos que tenían luces movedizas entre las copas. De pronto comprendí que en la punta del camino se encendía un resplandor. Tenía hambre, pero decidí no comer hasta llegar a la orilla de aquel resplandor. Sería un pueblo. Yo iba recogiendo el camino cada vez más despacio y el resplandor que estaba en la punta no llegaba nunca. Poco a poco me fui dando cuenta que ninguna de mis partes había desertado. Me venían alcanzando una por una; la que no tenía hambre tenía cansancio; pero habían llegado primero las que tenían dolores. Yo ya no sabía cómo engañarlas; les mostraba el recuerdo del dueño en el momento que las desensillaba; su sombra corta y chata se movía lentamente alrededor de todo mi cuerpo. Era a ese hombre a quien yo debía haber matado cuando era potro, cuando mis partes no estaban divididas, cuando yo, mi furia y mi voluntad éramos una sola cosa.

          Empecé a comer algunos pastos alrededor de las primeras casas. Yo era una cosa fácil de descubrir porque mi piel tenía grandes manchas blancas y negras; pero ahora la noche estaba avanzada y no había nadie levantado. A cada momento yo resoplaba y levantaba polvo; yo no lo veía, pero me llegaba a los ojos. Entré a una calle dura donde había un portón grande. Apenas crucé el portón vi manchas blancas que se movían en la oscuridad. Eran guardapolvos de niños. Me espantaron y yo subí una escalerita de pocos escalones. Entonces me espantaron otros que había arriba. Yo hice sonar mis cascos en un piso de madera y de pronto aparecí en una salita iluminada que daba a un público. Hubo una explosión de gritos y de risas. Los niños vestidos de largo que había en la salita salieron corriendo; y del público ensordecedor, donde también había muchos niños, sobresalían voces que decían: “Un caballo, un caballo...” Y un niño que tenía las orejas como si se las hubiera doblado encajándose un sombrero grande, gritaba: “Es el tubiano de los Méndez”. Por fin apareció, en el escenario, la maestra. Ella también se reía; pero pidió silencio, dijo que faltaba poco para el fin de la pieza y empezó a explicar cómo terminaba. Pero fue interrumpida de nuevo. Yo estaba muy cansado, me eché en la alfombra y el público volvió a aplaudirme y a desbordarse. Se dio por terminada la función y algunos subieron al escenario. Una niña como de tres años se le escapó a la madre, vino hacia mí y puso su mano, abierta como una estrellita, en mi lomo húmedo de sudor. Cuando la madre se la llevó, ella levantaba la manita abierta y decía: “Mamita, el caballo está mojado”.

          Un señor, aproximando su dedo índice a la maestra como si fuera a tocar un timbre, le decía con suspicacia: “Usted no nos negará que tenía preparada la sorpresa del caballo y que él entró antes de lo que usted pensaba. Los caballos son muy difíciles de enseñar. Yo tenía uno...”. El niño que tenía las orejas dobladas me levantó el belfo superior y mirándome los dientes dijo: “Este caballo es viejo”. La maestra dejaba que creyeran que ella había preparado la sorpresa del caballo. Vino a saludarla una amiga de la infancia. La amiga recordó un enojo que habían tenido cuando iban a la escuela; y la maestra recordó a su vez que en aquella oportunidad la amiga le había dicho que tenía cara de caballo. Yo miré sorprendido, pues la maestra se me parecía. Pero de cualquier manera aquello era una falta de respeto para con los seres humildes. La maestra no debía haber dicho eso estando yo presente.

          Cuando el éxito y las resonancias se iban apagando, apareció un joven en el pasillo de la platea, interrumpió a la maestra —que estaba hablándoles a la amiga de la infancia y al hombre que movía el índice como si fuera a apretar un timbre— y él gritó:

          —Tomasa, dice don Santiago que sería más conveniente que fuéramos a conversar a la confitería, que aquí se está gastando mucha luz.

          —¿Y el caballo?

          —Pero, querida, no te vas a quedar toda la noche ahí con él.

          —Ahora va a venir Alejandro con una cuerda y lo llevaremos a casa.

          El joven subió al escenario, siguió conversando para los tres y trabajando contra mí.

          —A mí me parece que Tomasa se expone demasiado llevando ese caballo a casa de ella.

          Ya las de Zubiría iban diciendo que una mujer sola en su casa, con un caballo que no piensa utilizar para nada, no tiene sentido; y mamá también dice que ese caballo le va a traer muchas dificultades.

          Pero Tomasa dijo:

          —En primer lugar yo no estoy sola en mi casa porque Candelaria algo me ayuda. Y en segundo lugar, podría comprar una volanta, si es que esas solteronas me lo consienten. Después entró Alejandro con la cuerda; era el chiquilín de las orejas dobladas. Me ató la soga al pescuezo y cuando quisieron hacerme levantar yo no podía moverme. El hombre del índice, dijo:

          —Este animal tiene las patas varadas; van a tener que hacerle una sangría.

          Yo me asusté mucho, hice un gran esfuerzo y logré pararme. Caminaba como si fuera un caballo de madera; me hicieron salir por la escalerita trasera y cuando estuvimos en el patio Alejandro me hizo un medio bozal, se me subió encima y empezó a pegarme con los talones y con la punta de la cuerda. Di la vuelta al teatro con increíble sufrimiento; pero apenas nos vio la maestra hizo bajar a Alejandro.

          Mientras cruzábamos el pueblo y a pesar del cansancio y de la monotonía de mis pasos, yo no me podía dormir. Estaba obligado, como un organito roto y desafinado, a ir repitiendo siempre el mismo repertorio de mis achaques. El dolor me hacía poner atención en cada una de las partes del cuerpo, a medida que ellas iban entrando en el movimiento de los pasos. De vez en cuando, y fuera de este ritmo, me venía un escalofrío en el lomo; pero otras veces sentía pasar, como una brisa dichosa, la idea de lo que ocurriría después, cuando estuviera descansando; yo tendría una nueva provisión de cosas para recordar.

          La confitería era más bien un café; tenía billares de un lado y salón para familias del otro. Estas dos reparticiones estaban separadas por una baranda de anchas columnas de madera. Encima de la baranda había dos macetas forradas de papel crepé amarillo; una de ellas tenía una planta casi seca y la otra no tenía planta; en medio de las dos había una gran pecera con un solo pez. El novio de la maestra seguía discutiendo: casi seguro que era por mí. En el momento en que habíamos llegado, la gente que había en el café y en el salón de familias —muchos de ellos habían estado en el teatro— se rieron y se renovó un poco mi éxito. Al rato vino el mozo del café con un balde de agua; el balde tenía olor a jabón y a grasa, pero el agua estaba limpia. Yo bebía brutalmente y el olor del balde me traía recuerdos de la intimidad de una casa donde había sido feliz. Alejandro no había querido atarme ni ir para adentro con los demás; mientras yo tomaba agua me tenía de la cuerda y golpeaba con la punta del pie como si llevara el compás a una música. Después me trajeron pasto seco. El mozo dijo:

          —Yo conozco este tubiano.

          Y Alejandro, riéndose, lo desengañó:

          —Yo también creí que era el tubiano de los Méndez.

          —No, ése no —contestó en seguida el mozo—; yo digo otro que no es de aquí.

          La niña de tres años que me había tocado en el escenario apareció de la mano de otra niña mayor; y en la manita libre traía un puñadito de pasto verde que quiso agregar al montón donde yo hundía mis dientes; pero me lo tiró en la cabeza y dentro de una oreja.

          Esa noche me llevaron a la casa de la maestra y me encerraron en un granero; ella entró primero; iba cubriendo la luz de la vela con una mano.



          Al otro día yo no me podía levantar. Corrieron una ventana que daba al cielo y el señor del índice me hizo una sangría. Después vino Alejandro, puso un banquito cerca de mí, se sentó y empezó a tocar una armónica. Cuando me pude parar me asomé a la ventana; ahora daba sobre una bajada que llegaba hasta unos árboles; por entre sus troncos veía correr, continuamente, un río. De allí me trajeron agua; y también me daban maíz y avena. Ese día no tuve deseos de recordar nada. A la tarde vino el novio de la maestra; estaba mejor dispuesto hacia mí; me acarició el cuello y yo me di cuenta, por la manera de darme los golpecitos, que se trataba de un muchacho simpático. Ella también me acarició; pero me hacía daño; no sabía acariciar a un caballo; me pasaba las manos con demasiada suavidad y me producía cosquillas desagradables. En una de las veces que me tocó la parte de adelante de la cabeza, yo dije para mí: “¿Se habrá dado cuenta que ahí es donde nos parecemos?”. Después el novio fue del lado de afuera y nos sacó una fotografía a ella y a mí asomados a la ventana. Ella me había pasado un brazo por el pescuezo y había recostado su cabeza en la mía.

          —Esa noche tuve un susto muy grande. Yo estaba asomado a la ventana, mirando el cielo y oyendo el río, cuando sentí arrastrar pasos lentos y vi una figura agachada. Era una mujer de pelo blanco. Al rato volvió a pasar en dirección contraria. Y así todas las noches que viví en aquella casa. Al verla de atrás con sus caderas cuadradas, las piernas torcidas y tan agachada, parecía una mesa que se hubiera puesto a caminar. El primer día que salí la vi sentada en el patio pelando papas con un cuchillo de mango de plata. Era negra. Al principio me pareció que su pelo blanco, mientras inclinaba la cabeza sobre las papas, se movía de una manera rara; pero después me di cuenta que, además del pelo, tenía humo; era de un cachimbo pequeño que apretaba a un costado de la boca.

          Esa mañana Alejandro le preguntó:

          —Candelaria, ¿le gusta el tubiano?

          Y ella contestó:

          —Ya vendrá el dueño a buscarlo.

          Yo seguía sin ganas de recordar.

          Un día Alejandro me llevó a la escuela. Los niños armaron un gran alboroto. Pero hubo uno que me miraba fijo y no decía nada. Tenía orejas grandes y tan separadas de la cabeza que parecían alas en el momento de echarse a volar; los lentes también eran muy grandes; pero los ojos, bizcos, estaban junto a la nariz. En un momento en que Alejandro se descuidó, el bizco me dio tremenda patada en la barriga. Alejandro fue corriendo a contarle a la maestra; cuando volvió, una niña que tenía un tintero de tinta colorada me pintaba la barriga con el tapón en un lugar donde yo tenía una mancha blanca; en seguida Alejandro volvió a la maestra diciéndole: “Y esta niña le pintó un corazón en la barriga”.

          A la hora del recreo otra niña trajo una gran muñeca y dijo que a la salida de la escuela la iban a bautizar. Cuando terminaron las clases, Alejandro y yo nos fuimos en seguida; pero Alejandro me llevó por otra calle y al dar vuelta la iglesia me hizo parar en la sacristía. Llamó al cura y le preguntó:

          —Diga, padre, ¿cuánto me cobraría por bautizarme el caballo?

          —¡Pero mi hijo! Los caballos no se bautizan.

          Y se puso a reír con toda la barriga.

          Alejandro insistió:

          —¿Usted se acuerda de aquella estampita donde está la virgen montada en el burro?

          —Sí.

          —Bueno, si bautizan el burro, también pueden bautizar el caballo.

          —Pero el burro no estaba bautizado.

          —¿Y la virgen iba a ir montada en un burro sin bautizar?

          El cura quería hablar; pero se reía.

          Alejandro siguió:

          Usted bendijo la estampita; y en la estampita estaba el burro.

          Nos fuimos muy tristes.

          A los pocos días nos encontramos con un negrito y Alejandro le preguntó:

          —¿Qué nombre le pondremos al caballo?

          El negrito hacía esfuerzo por recordar algo. Al fin dijo:

          –¿Cómo nos enseñó la maestra que había que decir cuando una cosa era linda?

          —Ah, ya sé —dijo Alejandro—, “ajetivo”.

          A la noche Alejandro estaba sentado en el banquito, cerca de mí, tocando la armónica, y vino la maestra.

          —Alejandro, vete para tu casa que te estarán esperando.

          Señorita: ¿Sabe qué nombre le pusimos al tubiano? “Ajetivo”.

          —En primer lugar, se dice “adjetivo”; y en segundo lugar, adjetivo no es nombre; es... adjetivo —dijo la maestra después de un momento de vacilación.

          Una tarde que llegamos a casa yo estaba complacido porque había oído decir detrás de una persiana: “Ahí va la maestra y el caballo”.

          Al poco rato de hallarme en el granero —era uno de los días que no estaba Alejandro— vino la maestra, me sacó de allí y con un asombro que yo nunca había tenido, vi que me llevaba a su dormitorio. Después me hizo las cosquillas desagradables y me dijo: “Por favor, no vayas a relinchar”. No sé por qué salió en seguida. Yo, solo en aquel dormitorio, no hacía más que preguntarme: “¿Pero qué quiere esta mujer de mí?”. Había ropas revueltas en las sillas y en la cama. De pronto levanté la cabeza y me encontré conmigo mismo, con mi olvidada cabeza de caballo desdichado. El espejo también mostraba partes de mi cuerpo; mis manchas blancas y negras parecían también ropas revueltas. Pero lo que más me llamaba la atención era mi propia cabeza; cada vez yo la levantaba más. Estaba tan deslumbrado que tuve que bajar los párpados y buscarme por un instante a mí mismo, a mi propia idea de caballo cuando yo era ignorado por mis ojos.

          Recibí otras sorpresas. Al pie del espejo estábamos los dos, Tomasa y yo, asomados a la ventana en la foto que nos sacó el novio. Y de pronto las patas se me aflojaron; parecía que ellas hubieran comprendido, antes que yo, de quién era la voz que hablaba afuera. No pude entender lo que “él” decía, pero comprendí la voz de Tomasa cuando le contestó: “conforme se fue de su casa, también se fue de la mía. Esta mañana le fueron a traer el pienso y el granero estaba tan vacío como ahora”.

          Después las voces se alejaron. En cuanto me quedé solo se me vinieron encima los pensamientos que había tenido hacía unos instantes y no me atrevía a mirarme al espejo. ¡Parecía mentira! ¡Uno podía ser un caballo y hacerse esas ilusiones! Al mucho rato volvió la maestra. Me hizo las cosquillas desagradables; pero más daño me hacía su inocencia.

          Pocas tardes después Alejandro estaba tocando la armónica cerca de mí. De pronto se acordó de algo; guardó la armónica, se levantó del banquito y sacó de un bolsillo la foto donde estábamos asomados Tomasa y yo. Primero me la puso cerca de un ojo; viendo que a mí no me ocurría nada, me la puso un poco más lejos; después hizo lo mismo con el otro ojo y por último me la puso de frente y a distancia de un metro. A mí me amargaban mis pensamientos culpables. Una noche que estaba absorto escuchando al río, desconocí los pasos de Candelaria, me asusté y pegué una patada al balde de agua. Cuando la negra pasó dijo: “No te asustes, que ya volverá tu dueño”. Al otro día Alejandro me llevó a nadar al río; él iba encima de mí y muy feliz en su bote caliente. A mí se me empezó a oprimir el corazón y casi en seguida sentí un silbido que me heló la sangre; yo daba vuelta mis orejas como si fueran periscopios. Y al fin llegó la voz de “él” gritando: “Ese caballo es mío”. Alejandro me sacó a la orilla y sin decir nada me hizo galopar hasta la casa de la maestra. El dueño venía corriendo detrás y no hubo tiempo de esconderme. Yo estaba inmóvil en mi cuerpo como si tuviera puesto un ropero. La maestra le ofreció comprarme. Él le contestó: “Cuando tenga sesenta pesos, que es lo que me costó a mí, vaya a buscarlo”. Alejandro me sacó el freno, añadido con cuerdas pero que era de él. El dueño me puso el que traía. La maestra entró en su dormitorio y yo alcancé a ver la boca cuadrada que puso Alejandro antes de echarse a llorar. A mí me temblaban las patas; pero él me dio un fuerte rebencazo y eché a andar. Apenas tuve tiempo de acordarme que yo no le había costado sesenta pesos: él me había cambiado por una pobre bicicleta celeste sin gomas ni inflador. Ahora empezó a desahogar su rabia pegándome seguido y con todas sus fuerzas. Yo me ahogaba porque estaba muy gordo. ¡Bastante que me había cuidado Alejandro! Además, yo había entrado a aquella casa por un éxito que ahora quería recordar y había conocido la felicidad hasta el momento en que ella me trajo pensamientos culpables. Ahora me empezaba a subir de las entrañas un mal humor inaguantable. Tenía mucha sed y recordaba que pronto cruzaría un arroyito donde un árbol estiraba un brazo seco casi hasta el centro del camino. La noche era de luna y de lejos vi brillar las piedras del arroyo como si fueran escamas. Casi sobre el arroyito empecé a detenerme; él comprendió y me empezó a pegar de nuevo. Por unos instantes me sentí invadido por sensaciones que se trababan en lucha como enemigos que se encuentran en la oscuridad y que primero se tantean olfateándose apresuradamente. Y en seguida me tiré para el lado del arroyito donde estaba el brazo seco del árbol. Él no tuvo tiempo más que para colgarse de la rama dejándome libre a mí; pero el brazo seco se partió y los dos cayeron al agua luchando entre las piedras. Yo me di vuelta y corrí hacia él en el momento en que él también se daba vuelta y salía de abajo de la rama. Alcancé a pisarlo cuando su cuerpo estaba de costado; mi pata resbaló sobre su espalda; pero con los dientes le mordí un pedazo de la garganta y otro pedazo de la nuca. Apreté con toda mi locura y me decidí a esperar, sin moverme. Al poco rato, y después de agitar un brazo, él también dejó de moverse. Yo sentía en mi boca su carne ácida y su barba me pinchaba la lengua. Ya había empezado a sentir el gusto a la sangre cuando vi que se manchaban el agua y las piedras.

          Crucé varias veces el arroyito de un lado para otro sin saber qué hacer con mi libertad. Al fin decidí ir a lo de la maestra; pero a los pocos pasos me volví y tomé agua cerca del muerto.

          Iba despacio porque estaba muy cansado; pero me sentía libre y sin miedo. ¡Qué contento se quedaría Alejandro! ¿Y ella? Cuando Alejandro me mostraba aquel retrato yo tenía remordimientos. Pero ahora, ¡cuánto deseaba tenerlo!

          Llegué a la casa a pasos lentos; pensaba entrar al granero; pero sentí una discusión en el dormitorio de Tomasa. Oí la voz del novio hablando de los sesenta pesos; sin duda los que hubiera necesitado para comprarme. Yo ya iba a alegrarme de pensar que no les costaría nada, cuando sentí que él hablaba de casamiento; y al final, ya fuera de sí y en actitud de marcharse, dijo: “O el caballo o yo”.

          Al principio la cabeza se me iba cayendo sobre la ventana colorada que daba al dormitorio de ella. Pero después, y en pocos instantes, decidí mi vida. Me iría. Había empezado a ser noble y no quería vivir en un aire que cada día se iría ensuciando más. Si me quedaba llegaría a ser un caballo indeseable. Ella misma tendría para mí, después, momentos de vacilación.

          No sé bien cómo es que me fui. Pero por lo que más lamentaba no ser hombre era por no tener un bolsillo donde llevarme aquel retrato.

*

Mi comentario


          Al terminar de leer este cuento, calificado de «excéntrico», nos quedan rondando varias ideas y reflexiones.
          Erminio Corti*, de la Universidad de Bérgamo, así califica toda la literatura de Felisberto Hernández, sus estrategias narrativas, con este adjetivo: excéntrica. No usado como lo hacemos habitualmente, como algo extravagante o raro, sino con el sentido geométrico, vinculado a su raíz etimológica: que está fuera del centro o que tiene un centro diferente. Una escritura lejana de lo metafórico, de las convenciones y los cánones literarios.
          A título personal, diré que sentí una gran empatía por el narrador y protagonista de la historia, un ser humano y caballo al mismo tiempo: dos voces narradoras, sin transición cuando se pasa de una a otra. 
          Ellas nos cuentan algo que ya sucedió, una experiencia. 
          Una gran admiración por lo que logra Felisberto Hernández con esta peculiaridad, su artificio narrativo. Y lo hace de una forma tan natural. Pone en evidencia la naturaleza de los humanos y reconsidera la relación entre el hombre y el mundo. Desglosa el cuerpo. Su tono tiene un dejo de humor y absurdo, así dice lo que nos quiere transmitir.
          Y lo logra. El caballo con voz humana no tiene, sin embargo, una función alegórica o moralizante, como sí ocurría con los animales en las famosas fábulas de Esopo. O las narraciones de Jean de la Fontaine, de Charles Perrualt o de los hermanos Grimm. Todos recordamos Animal Farm, de Orson Well. En este caso, el propósito era una denuncia social y política.
          En este largo camino de tradición literaria, los animales tenían un función simbólica. No se tenía en cuenta ni se valoraba el animal en sí: era una posición antropocéntrica —el ser humano en el centro de todo. Acá sucede otra cosa.

          Espero que hayan disfrutado de este relato, que hayan podido hacer una lectura valiosa para ustedes. Es sumamente original en su estrategia y la suspensión of disbelief [Samuel Coleridge] que demanda al lector. 
          Sigan leyendo la obra Felisberto Hernández. Tiene un gran componente autobiográfico. La música está presente casi siempre, también el tema de la memoria y los recuerdos es una constante. Me despido con esta primera frase que lo comprueba: 

Hace algunos veranos empecé a tener la idea de que yo había sido caballo. Al llegar la noche ese pensamiento venía a mí como a un galpón de mi casa. Apenas yo acostaba mi cuerpo de hombre, ya empezaba a andar mi recuerdo de caballo.

          Debajo, en Notas, encontrarán el material leído que acompañó este cuento: un ensayo, vida y obra del autor y la mención del cuento en un libro de Vila-Matas.
          Hasta la próxima lectura.

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- Felisberto Hernández: Compositor, pianista y escritor uruguayo. Nació el 20 de octubre de 1902 en Montevideo, y falleció, en la misma ciudad, a los 61 años, el 13 de eenro de 1964. Se casó varias veces, vivió en Argentina y París. 
Admirado por Onetti, Calvino, Supervielle, Cortázar y García Márquez.
Su obra narrativa, especialmente breve, está impregnada de música. Catalogada en un principio como fantástica, y basada, principalmente, en una reflexión sobre sí mismo, con el recuerdo y la memoria como motor de escritura. Es muy original en sus creaciones, con un gran componente autobiográfico.
Estos son los títulos: 
  • De iniciación, sus cuatro primeros libros: Fulano de tal [1925], Libro sin tapas [1929], La cara de Ana [1930], La envenenada [1931]. 
  • De madurez: Por los tiempos de Clemente Colling [1942, fue el profesor que le enseñó composición y armonía] y El caballo perdido [1943]. 
  • Etapa final: Tierras de la memoria [1965, publicada póstumamente], Nadie encendía las lámparas [1947], Las hortensias [1949] y La casa inundada [1960].
Hay otros textos que aparecieron póstumamente, como Diario del sinvergüenza y Últimas invenciones [1974].



- Erminio Corti, Universidad de Bérgamo. La mujer parecida a mí de Felisberto Hernández: El mundo en la palabra de un caballo (fragmento). Ensayo:

          [...] En La mujer parecida a mí, la naturaleza de las dos voces narradoras es el primer elemento que determina la ambigüedad del texto y la escritura excéntrica a la cual he hecho referencia. El cuento se abre, en efecto, con las palabras de un anónimo narrador humano que, sin traer a colación ningún acontecimiento prodigioso o sobrenatural, ni proporcionar alguna explicación racionalmente plausible, afirma haber sido, en un tiempo indeterminado de su pasado ancestral, un caballo: «Hace algunos veranos empecé a tener la idea de que yo había sido caballo. Al llegar la noche ese pensamiento venía a mí como a un galpón de mi casa. Apenas yo acostaba mi cuerpo de hombre, ya empezaba a andar mi recuerdo de caballo» (Hernández 1985a: 170). La presencia de la expresión «tener la idea» y del término «pensamiento» podría inducir el lector a suponer que toda la narración que sigue podría ser interpretada como la proyección, en el plan de la imaginación subjetiva, de una caprichosa idea fija del personaje, justamente convencido de haber vivido una anterior existencia equina. Análogamente, la alusión a la noche, período en que la memoria de la pretérita vida animal se activa como un dispositivo mecánico incontrolable, podría ser reconducida a la reelaboración, en cuanto creación literaria, de una reiterada experiencia onírica del personaje ficcional o del mismo autor. Sin embargo el narrador puntualiza que esta experiencia de vida animal pertenece a la dimensión memorial de su existencia, a los recuerdos, un motivo temático y un artificio formal, que, como todos los lectores de Hernández saben, recurre constantemente en toda su obra. Acto seguido, y sin que en el texto aparezcan indicaciones que denoten alguna transición de un narrador a otro, comienza la narración imputable al caballo. El animal, que, retrospectivamente, sabemos ha vivido una existencia infeliz y atormentada, brota de la nada para describir de modo tan preciso cuanto evocativo las sensaciones físicas de sufrimiento que padece mientras trota solitario en un paisaje nocturno: «iba arropado en mi carne cansada y me dolían las articulaciones próximas a los cascos. A veces olvidaba la combinación de mis manos con mis patas traseras, daba un traspiés y estaba a punto de caerme» (Ibidem). Su relato sigue rememorando los recuerdos de esa noche, vinculados a la percepción de elementos del entorno natural – como las hierbas de que se alimenta y la presencia del agua de una laguna que percibe a través del olfato, facultad esta propia de los equinos – o de posibles amenazas por parte de seres humanos u otros animales. Pero, pocas líneas después, en el cuento del caballo se inserta de nuevo la voz del narrador humano: «Había encontrado en el caballo algo muy parecido al que había dejado hacía poco en el hombre: un gran pereza; en ella podían trabajar a gusto los recuerdos» (Ibidem). Si en la primera intervención había implícitamente afirmado que su experiencia animal se remontaba a un pasado indeterminado, quizás a una vida anterior, en esta segunda interpolación el personaje humano, ya proyectado en sus recuerdos de caballo, deja entender en cambio, de modo aparentemente contradictorio, que la existencia humana ha precedido a aquella equina. Esta paradoja se acentúa en una sucesiva interpolación parcial, en la que el caballo, pensando en el ruido que produce mientras está masticando granos de maíz, lo asimila a la sensación de que, en una noche de insomnio, «cuando todavía era hombre» (Hernández 1985a: 171), había experimentado comiendo unas pastillas de menta. La patente incongruencia de 

un ser humano que recuerda haber sido caballo y de un caballo que evoca un pasado humano 

no puede ser reconducida por parte del lector a una razón lógica y racional capaz de explicarla o, cuanto menos, de interpretarla como un artificio narrativo familiar. Tiene así que activar lo que el poeta inglés Samuel Coleridge definió «suspension of disbelief» (suspensión de la incredulidad) o «poetic faith» (fe poética) (1834: 174) y aceptar la presencia en La mujer parecida a mí de un sujeto narrador irremediablemente escindido y sin embargo único, o bien de un yo ficcional compuesto que vive al mismo tiempo dos existencias inextricablemente entrelazadas y compenetradas.

          En el ámbito literario, la ‘suspensión de la incredulidad’ es un proceso que generalmente está asociado a las obras de fantasía, a las cuales pertenecen la ciencia-ficción, el género fabulístico y, sobre todo, el género fantástico. Aunque la producción de Hernández sea tendencialmente clasificada por la mayor parte de los críticos como una modalidad del fantástico, y en particular a aquella variante que Italo Calvino definió como «fantástico mental» o «psicológico» (1983: 10), toda la narración de La mujer parecida a mí, excepción hecha por un episodio sobre el cual volveré más adelante, no presenta ningún acontecimiento de carácter sobrenatural que se halle al origen de la experiencia extrañadora que el personaje vive y cuenta. [...]

          El relato de la vida animal del protagonista empieza con la que el caballo mismo define su «adolescencia», durante la cual es víctima de las crueldades y los maltratos del mozo que lo atiende. Cuando una mañana el peón lo golpea de manera gratuita y violenta en el hocico, el animal se enfurece, derriba al jinete, lo muerde en la cabeza y en las piernas y lo remata de una patada. Las consecuencias de esta fiera rebelión son fatales: un grupo de personas abandona el velorio del peón y abate el animal. Sorprendentemente, por una suerte de proceso metempsíquico que constituye el único acontecimiento de carácter sobrenatural en la narración, el protagonista se encuentra otra vez en el cuerpo de un equino: «Me mataron el potro y me dejaron hecho un caballo» (Hernández 1985a: 171). Sin embargo, su nueva existencia no produce ningún cambio sustancial. Utilizado como animal de trabajo, pasa de dueño en dueño sufriendo maltratos y violencias físicas y padeciendo a menudo el hambre.

          Cuando su último amo, un hombre «demasiado cruel» (Hernández 1985a: 172), somete el pobre animal al enésimo abuso, al caer la tarde este toma la decisión de huir. Conquistada la libertad, empieza a galopar en la noche hacia lo desconocido, hasta que, entre los árboles que se perfilan oscuros en el horizonte, vislumbra unas luces que revelan la presencia de un pueblo. Después de haber pastado en los campos cercanos a las primeras habitaciones de la aldea, el caballo se aventura con prudencia a lo largo de una calle hasta encontrarse frente a un ancho portón abierto. Apenas cruza el umbral del edifico, nota la presencia de manchas blancas que se mueven. Se trata de niños vestidos con el uniforme escolar, presencias que inquietan al narrador y lo impulsan a proseguir en su exploración y subir unos escalones que desembocan en el tablado de una sala donde se está realizando una función teatral. La imprevista aparición del caballo en el escenario suscita por supuesto la maravilla, la alegría y la excitación del público. Niños y mayores aplauden y se acercan a él, creyendo que su irrupción es la sorpresa final del espectáculo organizado por Tomasa, la maestra de la escuela y la mujer a la que se refiere el título del cuento. Mientras espera que lo lleven al granero de la casa de la maestra, el tubiano escucha el diálogo entre ella y una amiga suya, en el que las dos mujeres hacen referencia a un episodio de su infancia, cuando la amiga con picardía hizo notar a Tomasa que su rostro tenía rasgos equinos. Esta observación suscita el asombro del caballo, que reconoce cierta semejanza entre él y Tomasa, pero, al mismo tiempo, se da cuenta de la connotación negativa de la comparación desde elpunto de vista de los seres humanos: «Yo miré sorprendido, pues la maestra se me parecía. Pero de cualquier manera aquello era una falta de respeto para con los seres humildes. La maestra no debía haber dicho eso estando yo presente» (Hernández 1985a: 172).

          Lo que afecta más el protagonista y suscita su aprensión son las palabras del novio de Tomasa, que se entromete en el diálogo para manifestar su contrariedad por la decisión de la mujer de llevarse el caballo a su casa. Cuando Alejandro, alumno de la maestra, llega con una cuerda para atarlo, el animal, que, agotado por el cansancio y las privaciones, a duras penas logra levantarse y caminar, es conducido al granero de la casa de Tomasa. Al día siguiente el novio saca una fotografía que retrata a la mujer abrazada al cuello del que ya considera su caballo. Atendido con cariño y solicitud por Alejandro, el protagonista transcurre unos días de tranquilidad recobrando fuerzas. Pero una tarde ocurre algo raro que lo sorprende y trastorna: Tomasa entra inesperadamente en el granero y de prisa lo lleva a su dormitorio. Apenas la mujer sale del cuarto y cierra la puerta, el caballo oye la voz de un hombre y comprende que se trata de su antiguo dueño que ha venido a buscarlo. La maestra niega la presencia del tubiano afirmando que este, la noche anterior, se escapó del granero.

          Superado el peligro de caer otra vez en las manos de su opresor, la vida del protagonista parece volver a la existencia serena y segura que la protección de su nueva ama le garantiza. Sin embargo, unos días más tarde, mientras que en compañía de Alejandro se encuentra cerca del río, donde los dos están bañándose, el antiguo dueño reaparece de repente. El niño intuye el peligro y montado en su amigo cuadrúpedo galopa hasta la casa de la maestra, perseguido por el hombre. Esta vez el caballo no puede ser escondido y cuando el hombre los alcanza reclama perentoriamente la entrega del animal. Tomasa está dispuesta a comprar el tubiano pero el hombre exige el pago inmediato y por lo tanto, entre la consternación de la mujer y el llanto del niño, se va llevándose el caballo. En el camino, el dueño empieza a desahogar su rabia contra la montura pegándole despiadadamente. Cuando los dos llegan en proximidad de un arroyo, el protagonista equino, exasperado por los maltratos de que es víctima, logra derribar al jinete y luego lo ataca a mordiscos y lo pisa hasta darle muerte. Librado definitivamente de su verdugo, el caballo decide regresar al refugio seguro de su protectora. Sin embargo, al acercarse a la casa oye que la maestra y su novio están discutiendo con vehemencia sobre él y su rescate y que el hombre, enfadado y a punto de marcharse, pone a la mujer ante una alternativa perentoria: «O el caballo o yo» (Hernández 1985a: 178). Consciente de que su presencia comprometerá inevitablemente la relación sentimental de la pareja, el caballo, apelando a su propia nobleza de ánimo, toma la decisión dolorosa de ir a buscar suerte a otro lugar, con la tristeza de no poder llevar consigo la fotografía en la que aparece junto a Tomasa: «No sé bien cómo es que me fui. Pero por lo que más lamentaba no ser hombre era por no tener un bolsillo donde llevarme aquel retrato» (179).

          La elección por parte de un autor de asignar el papel de narrador a un personaje no humano, en el caso específico a un animal, necesariamente comporta precisas limitaciones al estatuto de verosimilitud del cuento, así como lo condiciona desde el punto de vista del discurso. Si, a nivel de verosimilitud, en la historia, las violaciones del orden racional y lógico resultan “normalizadas” a través de la suspensión de la incredulidad del lector implícita en el pacto narrativo, en el plano expresivo, o sea del discurso, cierto grado de incongruencia es casi inevitable. Además, la presencia de un narrador animal obviamente presupone el uso por parte del agente focalizador del lenguaje humano, cuya estructura refleja los procesos cognitivos y mentales propios de nuestra especie y, de modo más sutil, la estratificación cultural de conocimientos, creencias, códigos de comportamiento, etc. El resultado es que, en este tipo de obras de ficción, el autor inevitablemente tiende a hacer aparecer al narrador como un animal humanizado. [...]

          En este sentido, la estrategia utilizada en La mujer parecida a mí de un narrador ambiguo –un ser humano que recuerda su vida anterior de caballo, o bien un caballo que recuerda haber sido un ser humano– por un lado le permite a Hernández justificar la presencia de aquellos elementos del discurso en que aflora la conciencia humana del protagonista, y, por el otro, imaginar y vehicular en términos plausiblemente objetivos las sensaciones físicas y emotivas vividas por un sujeto animal. En el cuento, son muchos los ejemplos que señalan este desplazamiento del enfoque narrativo desde un punto de vista antropocéntrico a uno biocéntrico. En el plano de las percepciones sensoriales, sea del mundo exterior, sea de su propio ser, el protagonista casi siempre recurre a descripciones que reflejan una visión subjetiva ‘otra’, difícilmente atribuible a una perspectiva humana. Cuando rememora los efectos del cansancio, de la fatiga y del trastorno, el caballo los asocia con la sensación de no poder controlar los movimientos de su cuerpo, que aparece así desarticulado y escindido: 

«Mi cuerpo no sólo se había vuelto pesado sino que todas sus partes querían vivir un vida independiente y no realizar ningún esfuerzo [...]. Cuando yo estaba echado y quería levantarme, tenía que convencer a cada una de las partes. Y a último momento siempre había protestas y quejas imprevistas» 

(Hernández 1985a: 171). Solamente el hambre y el instinto de conservación logran recomponer esta fragmentación del cuerpo que la voluntad no alcanza a dominar: «El hambre tenía mucha astucia para reunirlas; pero lo que más pronto las ponía de acuerdo era el miedo de la persecución. Cuando un mal dueño apaleaba a una de las partes, todas se hacían solidarias y procuraban evitar mayores males a las desdichadas» (Ibidem).

          Igualmente lejanas de una perspectiva humana resultan las percepciones sensoriales que llegan al protagonista cuando se encuentra en el entorno natural. Al principio de la narración, mientras recorre solitario una calle iluminada por la luna, el caballo observa que «en dirección contraria venían llegando, con gran esfuerzo, los árboles» (Hernández 1985a: 170). Desde el punto de vista de la racionalidad humana esta afirmación aparece claramente como una inferencia ilógica y desconcertante, pero proporciona al lector de modo eficaz, sugestivo y objetivamente plausible la impresión que la racionalidad animal puede tener de su movimiento en el espacio. Análogo enfoque caracteriza la percepción olfativa de un elemento natural como el agua (que sólo los sentidos agudos de los animales advierten), así como los rastros olorosos de grasa y jabón que tiene el balde del que el caballo bebe frente al café del pueblo. Asimismo, la imagen con la que el protagonista se representa mientras pastorea, eligiendo con cautela las plantas comestibles que crecen entre las zarzas y quitándose con el movimiento de los labios los aguijones que se le ensartan en la boca, denota las sensaciones y el punto de vista subjetivo (hasta en términos de ‘plano de cámara’) peculiares de un animal herbívoro: «si bajaba la cabeza hasta el suelo para comer los pastitos que se guarecían junto a los árboles, debía evitar también las malas hierbas. Si se me clavaban espinas tenía que mover los belfos hasta que ellas se desprendieran» (Hernández 1985a: 170). Otro ejemplo significativo que marca el grado de realismo y el esmero casi etológico a través del cual Hernández le proporciona al lector las percepciones y las reacciones emotivas del caballo, se encuentra en el episodio en que Tomasa y su novio entran en el granero donde será sacada la fotografía a la que el protagonista hará a menudo referencia en su cuento. En esa circunstancia, el hombre se acerca al tubiano y le da unas palmadas cariñosas sobre el cuello, gesto que permite al animal intuir el estado de ánimo del personaje y su familiaridad con los caballos. En cambio, cuando es la maestra la que roza con delicadeza su cuello, el caballo percibe una sensación de fastidio y comprende que la mujer no está acostumbrada al trato con los equinos: «Ella también me acarició; pero me hacía daño; no sabía acariciar a un caballo; me pasaba las manos con demasiada suavidad y me producía cosquillas desagradables» (Hernández 1985a: 179). Desde el punto de vista del protagonista, el efecto descrito es equivalente a la molestia producida por insectos, como las moscas o los tábanos, que muchos animales herbívoros ahuyentan sacudiendo de manera peculiar la piel.

          Se trata de detalles que, tomados singularmente, pueden parecer insignificantes, pero que en su conjunto determinan y acentúan el grado de realismo que caracteriza la auto-representación del protagonista animal. A este propósito, es importante observar que en La mujer parecida a mí Hernández nunca atribuye al caballo una función simbólica y tampoco lo utiliza en clave metafórica, como en cambio ocurre en otros cuentos suyos. [...]

          La referencialidad que caracteriza la escritura excéntrica de Hernández en este cuento, tiende, por lo tanto, a excluir un uso de la figura del caballo en sentido alegórico. [...] A tal propósito, merece la pena observar que, aunque en su auto-narración ficcional el protagonista aparezca como un sujeto individual, un ser vivo capaz de experimentar sentimientos y deseos, placer y sufrimiento, sus relaciones con los personajes de la especie humana no tienen nada de idílico. Considerado por los dueños que lo han utilizado como un mero animal de fuerza, un ser animado pero fundamentalmente insensible, el caballo aparece desde el punto de vista instrumental como un bien material cuyo exclusivo valor de uso o de cambio niega cualquier otra posibilidad de relación. La misma Tomasa, para la cual el tubiano puede representar solamente un animal de compañía, frente a las objeciones de la gente y de su novio que reputan insensato tener una bestia de trabajo por parte de una mujer sola, y por demás maestra, para justificar la presencia del caballo se propone comprar una calesa. En el cuento hay sólo un personaje que no atribuye ningún valor utilitario al protagonista. Se trata de Alejandro, para quien el tubiano es un ser vivo necesitado de atenciones y cariño. Y, sobre todo, es un compañero de juegos al que reconoce como un ser casi humano. Esta espontánea asimilación se manifiesta de modo evidente en el deseo por parte de Alejandro de darle un nombre, acto simbólico que comporta la atribución de una identidad. Pero cuando el niño lleva al amigo cuadrúpedo al cura del pueblo para que lo bautice, el sacerdote no puede hacer otra cosa que reírse de la ingenuidad de su petición. En esa circunstancia, la administración del sacramento del bautismo implicaría según la religión cristiana la integración en la comunidad de los seres humanos de un animal, ente teológicamente desprovisto de libre albedrío, y, por ende, de la gracia divina. Además sería una subversión del orden jerárquico decretado por Dios, que, según el autor del libro del Génesis, concedió a los progenitores Adán y Eva y a su descendencia el dominio sobre todas las demás criaturas. «Nos fuimos muy tristes» (Hernández 1985a: 170) recuerda el protagonista, marcando con esta afirmación lacónica, que es casi una imagen, el sentido de empatía que se ha establecido entre él y el niño.

          Un último elemento que caracteriza la representación mimética del caballo concierne al conflicto que el animal vive entre las pulsiones instintivas que lo empujan a buscar la libertad para evitar sufrimientos y maltratos y su necesidad, inducida por el condicionamiento de la domesticación, de encontrar protección y compañía entre los seres humanos. Cuando huye por primera vez, después de haber matado al mozo que lo cuidaba, el narrador define como «triste» la libertad que ha conquistado y recuerda haber buscado en vano otros dueños, más benévolos y compasivos. Lo mismo ocurre en ocasión de su segunda fuga, cuando en su vagabundeo nocturno divisa las luces del pueblo, se acerca a las casas y luego recorre la calle que lo lleva hasta el teatro donde está reunida toda la comunidad. Este conflicto, entre pulsión instintiva y condicionamiento humano, se manifiesta de modo aún más evidente en el episodio que cierra el cuento, cuando el caballo, un vez matado el hombre «demasiado cruel» que lo había arrebatado de la casa de Tomasa, experimenta el dilema de la elección entre dos alternativas decisivas: «Crucé varias veces el arroyito de un lado para otro sin saber qué hacer con mi libertad» (Hernández 1985a: 178). Finalmente, cediendo al deseo de seguir viviendo junto a la mujer que se le parece y a su pequeño amigo, toma la decisión de regresar a la casa de la maestra, donde, sin embargo, al oír la discusión animada entre Tomasa y su novio, comprende que su destino ya es otro y se aleja hacia un porvenir incierto llevando consigo los recuerdos de aquel breve paréntesis de vida feliz.

          La cultura occidental, desde sus orígenes hasta el Iluminismo, ha institucionalizado y difundido a través de la religión y la filosofía una concepción del animal no humano basada en una rígida axiología dicotómica destinada, como afirma Valerio Pocar, a «legittimare una gerarchia della natura che semplicemente riflette gli interessi degli umani nei confronti di tutti gli altri esseri viventi» (Pocar 2005: 37). Desprovistos de determinadas facultades atribuidas exclusivamente a nuestra especie, como el pensamiento racional y el libre arbitrio, los animales han sido considerados de manera casi sistemática incapaces de comunicar, de tener conciencia de sí mismos y del otro, de sentir y expresar sufrimiento, placer y afectos. Emblema por excelencia de esta representación marcadamente antropocéntrica de los seres vivientes que no pertenecen a la especie humana y, más en general, de toda la naturaleza, es la idea formulada por Descartes según la cual el animal es un mero automata mechanica, sin ego y vis cogitans, es decir un ente reificado que actúa instintivamente en respuesta a los estímulos ambientales, y por lo tanto siempre de manera involuntaria e inconsciente. Sólo a partir de los estudios naturalísticos de Lineo y luego con la elaboración de las teorías evolutivas en ámbito científico, la frontera erigida entre anthropos y zoion se agrieta dejando así entrever afinidades y puntos de contacto que van más allá de la biología en sentido estricto. Emblemático es The Expression of the Emotions in Man and Animals, texto en el cual Darwin demuestra de modo bien documentado que, en nuestra especie, las manifestaciones fisionómicas, gestuales o comportamentales de las emociones responden a los mismos principios que determinan reacciones análogas en los animales. Esta revolución epistémica en las ciencias biológicas a su vez induce a algunos filósofos del siglo XX a reconsiderar el estatuto ontológico de los animales, reduciendo bajo muchos aspectos la distancia artificiosamente construida entre la esfera biótica y la esfera antrópica. En las últimas décadas, estos postulados que implican un cuestionamiento de la relación entre los seres humanos y los animales en clave biocéntrica y posthumanista, se han extendido a otros sectores de la cultura, cuales la ética, la antropología, la etología, la epistemología y, recientemente, la estética y los estudios literarios. La mujer parecida a mí es un cuento que, como he tratado de mostrar, puede legitimar una lectura orientada por las herramientas teóricas y el marco conceptual que los estudios animales y la ecocrítica ofrecen. Su escritura excéntrica opera como un espejo en el cual se reflejan una conciencia humana que imagina haber vivido en el cuerpo y en la mente de un caballo y un animal que en su narración recuerda fragmentos de una existencia humana anterior. Un espejo metafórico que, como instrumento de reflexión, también puede funcionar para el lector.

          Es posible que tenga razón el sociólogo Keith Tester, cuando afirma polémicamente que no es posible hablar de los animales en términos diferentes del antropocentrismo. Sin embargo, el cuento de Hernández, así como muchas otras obras literarias, muestra la tentativa de superar, también en el arte, el paradigma antropocéntrico rígidamente racionalista y, más en general, de reconsiderar la relación entre el ser humano y el mundo, como, por otra parte, parece testimoniar casi toda la producción narrativa del escritor uruguayo.

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La política de la mirada. Felisberto Hernández hoy. Erminio Corti:



- Felisberto Hernández. Biografía literaria. Biblioteca Virtual Cervantes:https://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/fhernandez/biografia.htm

- El cuento y la transcripción del libro de Vila-Matas, Bartleby y compañía [2000],  donde es elogiado el autor y el cuento:
 https://narrativabreve.com/2013/11/cuento-felisberto-hernandez-mujer-parecida-a-mi.html                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               


https://saltusaltus.com/2014/03/03/cuentos-selectos-de-felisberto-hernandez/

- Imagénes elegidas: de Mark Harvey Photography.

https://www.mark-harvey.com/HORSES/16