sábado, 29 de marzo de 2014

Julian Maclaren-Ross: vida, obra y 3 cuentos elegidos



Releyendo o descubriendo a

Julian Maclaren-Ross

quien escribió algunos de los mejores relatos de la década de 1940

7 de julio, 1912- 3 de noviembre, 1964

Londres, Inglaterra, Reino Unido





Julian Maclaren-Ross, 1912-1964


Nació en el mismo distrito londinense que Sir Arthur Conan Doyle: South Norwood, sur de Londres, Inglaterra.
Esto sucedió unos cuantos años después del inventor de Sherlock Holmes, fue en 1912. Hacía once años que Inglaterra había dejado atrás la era victoriana y Gran Bretaña era el país más industrializado y urbanizado de Europa. 
Unos pocos años atrás había surgido el partido de la clase trabajadora con sus ideas socialistas: el Partido Laborista (1906), de gran significación política y social, había que transformar esta sociedad nacida de la Revolución Industrial. Maclaren-Ross simpatizaría con sus ideas.

Después vendrían las Guerras, y con la guerra el hambre y la desolación. Durante la Segunda Guerra (1939-1945), Londres era destruída por los cohetes y las bombas voladoras alemanas. Churchill, quien al principio trataba de ocultar y falsear la magnitud de tales armas, termina admitiendo su dimensión destructora imposible de detener. Los bombardeos aéreos destruían no solo la moral de la población civil: muertos, heridos, gente atemorizada, en cualquier momento una bomba les podía caer encima.

Y aunque pareciera que estos dramas le pasaban por al lado, ya que sus relatos se ambientan muchas veces en bares que aseguran diversión, o en la Riviera Francesa, y todo parece bastante bohemio y relajado ...., sus historias (cuentos y novelas) tiene ese marco, este peso.

Lo describen como un dandy ("el dandy del Soho"). Heredaría su porte apuesto y sus rasgos fuertes de belleza varonil de un padre con mezcla de sangre escocesa y cubana, y una madre anglo-india.

Su nombre está asociado a las celebridades intelectuales de la bohemia londinense de mediados del siglo XX ... he rubbed shoulders with ... dicen las crónicas.

Sí, frecuentaba a los "niños terribles" de la época, ... como el poeta Dylan Thomas (1914-1953), el irreverente Quentin Crisp, icono gay en los 70, ¿recuerdan? fue la reina Isabel I en la película Orlando, ¡todo un personaje!, el pintor John Minton (1917-1957), la pintora Nina Hamnett, "la reina de la bohemia", la escritora Joan Olivia Wyndham (Las lecciones de amor, El amor es azul), dueña de un restaurante hippie en Portobello Road al que todos iban, el ocultista, mago, además de escritor, ... un verdadero polifacético y multi aludido: Aleister Crowley, también el fotógrafo del círculo de Francis Bacon (pintor irlandés) y de Vogue: John Deakin, otro alcohólico crónico y olvidado hasta 1980 cuando fue redescubierto, y otro pintor: Augustus Edwin John (retrató a Yeats, George Bernard Shaw, James Joyce, Dylan Thomas), no podía faltar el pintor-grabador-escenógrafo escocés Robert Colquhoun, y por último, el también escenógrafo y pintor Robert MacBryde.

Todos ellos (escritores, poetas, pintores, escenógrafos, actores, retratistas, esotéricos) irreverentes noctámbulos, habitués del Soho, bebedores (muchos alcohólicos) y en muchos casos, talentos desperdiciados por sus desbordes, muertos en la oscuridad y pobreza.

Durante la década de 1940, Julian Maclaren-Ross y sus amigos frequentaban el Wheastheaf Pub en Rathbone Place, cerca de Fitzroy Tavern, el lugar de moda, de encuentro al Norte del Soho, un sitio que desde entonces comenzó a llamarse "Fitzrovia". Barrio bohemio del centro de Londres, muy cerca del mítico Bloomsbury.

Además de ser uno de los más famosos habitués del Soho, Maclaren-Ross, era el escritor que definía ese encanto descuidado que los caracterizaba. Lo retrató en una serie de ingeniosos relatos que tuvieron una gran influencia entre sus contemporáneos, luego vendrían los sucesores. Fueron memorias de esa década, con memorables retratos de Graham Greene y Dylan Thomas.

Pero Maclaren-Ross es mucho más que una mirada aguda y un asiduo concurrente de los bares. Produjo una sustancial, increíble y variada obra. Una buena cantidad de escritos, sí, sentando nuevas bases, abriendo nuevos caminos en muchos géneros.

Como ensayista ocasional de películas, con sus trabajos sobre Alfred Hitchcock y el cine negro, se anticipó a su tiempo.

Como escritor de novelas y relatos, introdujo a la ficción inglesa un nuevo estilo de idioma inglés americanizado. 

Como escritor de reportajes, aventajó a los nuevos periodistas, "The New Journalists" nortemericanos (Hunter Thomspon, Tom Wolfe, y otros) de la década de 1960. Periodismo gonzo (revista Rolling Stone), que es el abordaje directo de la noticia, ocupando el periodista un rol de primera figura, dándole más importancia al contexto (ambiente, entorno) que al texto (la noticia misma). Muchas veces se ve desprolijo y poco riguroso pero tiene gran impacto en los lectores por su "narración ficcionada" que mezcla juicios de valor e interpretaciones. Su principal característica es la subjetividad. 

Como crítico literario, escribió con una original perspicacia e ingenio sobre escritores tan distintos como Raymond Chandler (estadounidense, novela negra), Georges Simenon (belga, intriga simple, es célebre su comisario Maigret), John Buchan (escocés, político y escritor: "Los treinta y nueve escalones"), Frank Harris (escritor, editor y periodista irlandés, "My Life and Loves"), Jean Cocteau (novelas: una, "Les Enfants terribles"; teatro, uno: "Los padres terribles"; poeta, cineasta, pintor, ... francés), M. P. Sheil (otro prolífico creador, literatura fantástica), Dashiell Hammett (estadounidense, el inventor de la novela negra) y Henry Green (británico, novelas de sátira social).

Como autor de memorias (Memoirs), fue un precursor de muchos escritores actuales, quienes trabajan en el mismo delicado equilibrio y búsqueda, tomando algo de su veta creativa en sus narraciones novelísticas.

Como parodista literario, fue elogiado por William Faulkner y P. G. Wodehouse (escritor br. humóristico de gran éxito aún hoy).

Como traductor, fue muy sensible a las sutilezas estilísticas.

Como dramaturgo, citado como el "radio’s Alfred Hitchcock".

Su obra recibió la admiración y reconocimiento de escritores, artistas en general, críticos, de toda la intelectualidad inglesa de la época: Evelyn Waugh, John Betjeman, Elizabeth Bowen, Graham Greene, Cyril Connolly, Anthony Powell, Olivia Manning, John Lehmann, Lucian Freud y otros muchos.

Desde su muerte prematura, a la edad de cincuenta y dos años, se ha erigido como un escritor de culto, entre otros grandes como Harold Pinter (Premio Nobel 2005), Michael Holroyd, John King, Iain Sinclair, Jonathan Meades, Chris Petit, D. J. Taylor y Virginia Ironside

Su reputación se mantiene viva, también por la campaña de grupos como "Lost Club" y la "Sohemian Society", quienes promocionan el conocimiento de personajes y eventos asociados con la historia del Soho, cubriendo varias áreas, relacionadas con el arte entre otras, exentos de modas y tendencias actuales. 

Tras la publicación de Fear and Loathing in Fitzrovia (no está traducido, podría ser: Miedo y asco en F.), de Paul Willetts (2003), la primera biografía de Maclaren-Ross, hubo un enorme resurgimiento de interés y entusiasmo tanto por la vida como por su obra.

¿Porqué "la leyenda del Soho" terminó como terminó? ¿cuál fue el error? ¿qué estuvo mal? ¿porqué un autor que recibió el apoyo, la ayuda y el reconociento de los grandes, el que era la joven promesa que había escrito obras que se ubicaban ya entonces entre las mejores escritas, tuvo que terminar como un "radio hack", sin dinero para pagar su hotel? durmiendo en las estaciones, con el equipaje a cuestas ...

Una de la explicaciones podría ser que puso demasiada energía en la creación y publicidad de sí mismo, como quien inventa un mito, una leyenda, ... más energía allí que en su propio trabajo de creación literaria. Ser un dandy, un amante, un virtuoso, un caballero, un excéntrico, un elegante, un oportunista, un despilfarrador, ganarse el amor de alguien singular, .... para todo esto se necesita tiempo que Maclaren-Ross no tenía, y elevadas sumas de dinero, gastos que no podía afrontar.

Sí, tuvo una fatal inhabilidad para adaptarse a las circunstancias, para querer o poder subordinar algún aspecto de su temperamento errático a la disciplina necesaria que el arte de escribir demanda.

Poco a poco se fue desprendiendo de todo lo que alimentaba su imaginación para escribir, y se fue quedando solo con su estilo de vida, ese de frecuentador de los bares, de las horas derrochadas, desperdiciadas. Se fue quedando con el miedo o cobardía, con el desprecio o asco, ... fear and loathing, temor y aversión, dislates para un final anunciado.

El suceso de crítica y ventas de Fear and Loathing in Fitzrovia, desencadenó un aumento en la reedición de sus libros, despertando el interés de un público más amplio, atraídos por el ingenio, agudeza y mordacidad de Macalren-Ross. También por su leyenda, por qué no.

Los críticos vuelven a coincidir. En la recomendación de su lectura y el elogio de su obra, llamándolo el escritor más grande del siglo XX. 
Personalemte, disfruté y seguiré disfrutando de su lectura. Julian Maclaren-Ross, algo más que un escritor.

C. G. 



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Sus libros:

-The Stuff to Give the Troops: (Motivación para las tropas) 1944, su primera colección de mordaces e irreverentes relatos acerca de la vida en la milicia; la mayoría ya habían sido publicados en revistas famosas. Como una figura en ascenso, consolidó su lugar en la ficción inglesa en tiempos de guerra. El tono de estos relatos van desde la alegría de los bares hasta fríos reportajes ... siempre impregnados de su inconfundible voz, su cinismo mordaz, compensado por una mueca de deleite hacia el absurdo humano.

- Better than a Kick in the Pants: (mi tr. Mejor una patada en el trasero) 1945, su segunda colección de historias autobiográficas. Incluye trabajos desde mediados de los treinta a mediados de los cuarenta. Narran y describen situaciones que van desde sus aventuras de borrachos en el Soho a amargos episodios de su niñez.

- The Nine Men of Soho: (mi tr. Nueve hombres del Soho) 1946, a pesar del título, el ámbito de esta selección no se limita al "sucio" y frecuentado Soho, tan familiar para Maclaren-Ross. El libro también sorprende con cuentos tales como The Swag, the Spy and the Soldier ("swag" es un modismo en inglés, sería la representación de un estilo arrogante o fanfarrón; tb. robo o botín, ¡así son sus títulos!). Contando la historia de un ex feriante enfrentando a un tribunal; celebra la comedia negra.

- Bitten by the Tarantula: (Veneno de Tarántula, La Bestia Equilátera) 1945, hurgando en los recuerdos de la glamorosa Riviera francesa, Bitten by .... fue escrito como una distracción de las triviales rutinas del ejército. Es lo que les sucede a un par de jóvenes amigos, quienes ansiosos por escapar del calor de pleno verano, pasan sus vacaciones en una posada de una remota montaña, manejada por un siniestro drogadicto. Gracias a su ... "ecapismo" de lo corriente de aquellos días y a riesgo de que el tema no importara tanto, logra el primer éxito comercial.

- Of love and Hunger(De amor y de hambre) 1947; ser un vendedor a domicilio, vendiendo aspiradoras puerta a puerta durante lo peor de la Depresión (Inglaterra de los años ´30), le proporcionó material para este brillante romance tragicómico. El protagonista, Richard, también debe vender estos artefactos domésticos para sobrevivir y dedicarse a lo que él quiere: escribir. Contado con un lenguaje informal, estilo coloquial, alineado con una narrativa cinematográfica, marcaría un hito. Pasó a ser una referencia, cuya creciente influencia continúa siendo ignorada.

Dos críticas: 
"Divertido, nada sentimental, narrado con una prosa lacónica, uno de los trabajos más evocativos de la Depresión". Peter Parker.
"Lo considero como una de las pocas novelas modernas, posicionada en el primer lugar de las mejores.". John Betjeman.

En Argentina, Edit. Sudamericana, 2005. Su primera obra traducida al castellano.

-The Weeping and the Laughter: (mi tr. El llanto y la risa) 1953; deseoso de ampliar el alcance de lo que venía haciendo, giró su atención de la ficción autobiográfica hacia una franca autobiofrafía. Retratando su nada convencional niñez, escribe un libro que merece ser reconocido como uno de los clásicos del género. Su lenguaje tierno y su humor delicado, lo distingue de sus trabajos anteriores.

Una de las críticas:
"Un libro  extraordinario, civilizado y divertido". John Betjeman.

-The Funny Bone: (mi tr. El hueso de la risa) 1956; para generar el dinero necesario que financiara su extravagante, despilfarrador estilo de vida, Maclaren-Ross reunió esta amena colección de ensayos. Parodias e historias, principalmente, rescatadas de sus trabajos para Punch (revista británica de humor y sátira).
Sus hábiles burlas y caricaturas hacia los trabajos del escritor británico H. E. Bates, hizo que le iniciaran denuncias y acciones legales en su contra en el Tribunal Superior de Londres. 

Dijo The Sunday Times:
"Este provocador se prueba aquí uno de los dizfraces más inteligentes ... emulando, por ejemplo, a Elizabeth Bowen, sus parodias son tan buenas, que uno se pregunta qué pasaría si escribiese una obra completa hablando como ella ... sería ya el Van Meegreen (pintor y retratista neerlandés, considerado el mayor falsificador del siglo XX) de las letras, creando obras maestras a pedido". 

- Until the Day She Dies: (mi tr. Hasta el día que ella muera) 1960; como un típico adicto a las novelas negras, era inevitable que finalmente probara su mano escribiendo una. El resultado fue este thriller psicológico inspirado en su propio homicidio y en su erótica obsesión con la viuda de George Orwell.

Dijo The Times Literary Supplement:
"Si Mr Alfred Hitchcock alguna vez girara su atención hacia posibilidades siniestras en North Oxford, veríamos algo como una versión fílmica de Until the Day She Dies". 

-The Doomsday Book: (mi tr. El libro del Juicio Final) 1961; en común con el que lo precedió, es un poco más de la novelización de su popular serie radiofónica. En ese entonces Maclaren-Ross ocupaba un lugar central en ese medio.

-My Name is Love: (mi tr. Mi nombre es amor) 1964; bajo circunstancias de calamitosa pobreza, escribió esta decepcionante última novela, sostenida y alimentada por los recuerdos de su obsesión por Sonia Orwell. Su argumento, de una gran transparencia autobiográfica, se enmarca sobre un pintoresco Soho como telón de fondo, delineando su alter ego enamorado, en la persecución de la hermosa viuda, esposa de una famoso escritor.

Crítica:
"Patético trabajo chapucero, bastante indigno del autor de The Swag, the Spy and the Soldier".
John Lehmann 

"Esta artificiosa historia de una obsesión ...  no nos dice nada de la economía estilística y trágico ingenio del autor de los libros precedentes."
The Times Literary Supplement

_Memoirs of the Forties: 1965, apareció justo en el momento en que su enorme talento se había disipado. Maclaren-Ross completó la primera tercera parte de su gran publicación póstuma. Loas a escenas bohemias que animaban el Soho durante la guerra. Fue aceptado desde entonces como la evocación definitiva de ese periódo. No solo eso, los vívidos retratos de sus compinches de borracheras, Dylan Thomas y Graham Gree, entre otros, lo convirtieron en una fuente favorita para los biógrafos.


Crítica:

"Escribió con una economía y una formal elegancia que combinaba perfectamente con su actitud un poco desvinculada o desprendida de todo lo extraño, ridículo o incierto que lo rodeaba; pasó a  diálogos gráficos, áridas descripciones lacónicas. No hay nada que transmita más la atmósfera de los bohemios de Londres bajo el impacto de la guerra y su inmediata desazón. El libro es cómico, nostálgico y, al mismo tiempo, uniforme."
V. S. Pritchett


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Mis notas:

- Información de: página oficial/ website:  http://www.julianmaclaren-ross.co.uk/index.html
También entrevistas y notas de The Guardian.

- Lost Club: http://homepages.pavilion.co.uk/users/tartarus/maclaren-ross.html

- Sohemian Society:  http://www.sohemians.com/SOHabout.html

- Su biografía: Fear and Loathing in Fitzrovia, artículo de "The Guardian": http://www.theguardian.com/books/2003/mar/22/biography.highereducation 


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Cuentos del libro "Tostadas de jabón"

Editorial La bestia equilátera

 

Once relatos:  Atadura mortal, El lejano Oeste, El sumo sacerdote de Buda, La virgen, Las nieves de ayer, Mandrágora, Nichevo, No le pido que la compre, Tostadas de jabón: un romance, Un ligero incidente en Madrás y Una noche tremenda.

Estos tres cuentos: Nichevo, Atadura mortal y El lejano Oeste son muy distintos uno de otro. En Nichevo nos encontramos en Niza, en un café de mala muerte, con un grupo de amigos rusos,  pleno verano en la costa francesa. Con un estilo minimalista que nos sumerge de inmediato en ese grupo y en la charla casi intrascendente, vivimos, como lectores, una experiencia de frases cortadas, elipsis y ... "lenguaje boliche" o pub, se diría ahora. Me interesó con que tono del autor va deslizando, en esas conversaciones, tabúes y preconceptos.

En Atadura Mortal observamos riéndonos, como un grupo de soldados se desternillan de risa cada noche, a las 22:00 h en punto, cuando Kelli, un compañero de 20 años, habla dormido. Pasa de gritar desaforadamente a las tropas a escenas románticas y sensuales con su novia Joan, siempre incitado por su "público" punzante.
Curioso cómo me apareció la imagen "Souvent, pour s´amuser ...".

El lejano Oeste es la historia de un barra de chicos que se juntan para jugar en una plaza después de la escuela. Sus crueldades y las diferencias que hacen con "el distinto" y el más débil hacen de este relato una situación conocida y actual. Ahora la llamamos bulliyng. Me interesó como plantea el "deshacerse" del compromiso del protagonista, la manera de mirar del autor, con naturalidad y sin juzgar, la moral o la ética en la vida cotidiana.

Distintos en tema, pero los tres tienen algo en común. Como casi todos los relatos de Maclaren-Ross, tienen poca intervención del narrador, mucho diálogo y, como digo el mismo autor, "el "yo" en estas historias soy siempre yo", el uso de la primera persona.


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Nichevo

 

El café, un sótano remodelado, estaba lleno de humo de cigarrillo y hacía mucho calor; no había ventiladores que disiparan el humo. Era un lugar desagradable y la calidad del alcohol era mala pero, a pesar de sus desventajas, la mayoría de los rusos en Niza concurrían allí porque les resultaba difícil que les fiaran en otra parte.
También afuera hacía mucho calor; era mediados de julio y la ciudad entera olía a alquitrán. Incluso al caminar por la explanada frente al mar no resultaba fácil escapar a ese olor.
 
Cuando Serguei bajó las escaleras, en el bar ya había tres rusos, bebían cerveza y mataban el tiempo junto al fonógrafo. Serguei se acercó a la mesa y se sentó.
-¿Has visto a Haines? -le preguntó Silensky.
-Sí -dijo Serguei-. Estaba en la maratón de baile.
-¿Tuviste suerte?
-Le saqué veinte.
-Por Dios, así se hace -dijo Stepan.
-Seguro que sí -dijo Pavel Chernikov.
 Boris Silensky, el hermano de Stepan, no dijo nada. Sólo sacudió la cabeza y continuó con su aspecto melancólico.
-Es un buen tipo ese Haines -dijo Serguei.
-Es americano -dijo Chernikov-. Puede permitirse ser generoso, con todos esos dólares.
-Es mitad americano -dijo Serguei. 

-Es suficiente -dijo Stepan-. Es suficientemente rico sin ser americano por entero.
-No todos los americanos son ricos -dijo Serguei.
-La mayoría lo es -dijo Chernikov.
-Todos ellos -dijo Stepan- están podridos en plata. 
 
-No -dijo Serguei-. No todos.
-¿Alguna vez conociste un americano que no lo estuviera?
-Yo personalmente no he conocido ninguno, no -dijo Serguei-. Pero Haines me contó que en América hay mucha gente como nosotros. Tipos sin dinero. Se los llama "bums" allí.
-Esa palabra en la jerga inglesa significa "trasero" -dijo Chernikov. Había asistido a la escuela en Inglaterra y conocía la lengua.
-En América es el nombre que le dan a un vagabundo -dijo Serguei-. Haines me dijo que hay muchos.
-Quizá -dijo Haines-. Quizá sea verdad. Pero no vienen aquí a la costa.
-No -dijo Serguei-. No tienen dinero.
-Exacto -dijo Stepan-. Todos los que vienen aquí son, por lo tanto, ricos. No puedes negarlo.
-No -dijo Serguei.
-Entonces tengo razón -dijo Stepan.
-No por completo.

-¿Qué quieres decir con "no por completo"?
-No discutamos -dijo Chernikov-. Serguei tiene dinero, eso es lo más importante.
-Como digas.
 El fonógrafo dejó de sonar y Henri, el dueño del café y único camarero, salió de detrás de la barra y se acercó a la mesa.
-¿Qué beben? -dijo Serguei-. Toma lo que quieras, puedo pagarlo.
-De todos modos, todo va a cuenta -dijo Stepan.
-Es verdad -dijo Serguei.
 Henri llegó hasta la mesa y se quedó allí sonriéndoles con afectación.
-Tomaré un vieux marc -dijo Serguei-. ¿Y ustedes?
-Seguiré con cerveza -dijo Stepan.
-Yo también -dijo Chernikov.
-Yo tomaré un shandy -dijo Boris con tristeza. Se enjugó la frente-. Hace un calor espantoso aquí.
 
-Más calor en el infierno -le dijo Henri.
-¿Has estado allí alguna vez? -le preguntó Boris.
-No -dijo Henri-. Pero lo sé.    
-No puedes saberlo si no has estado. Tienes que ir y descubrirlo tú mismo.
-Algún día nos encontraremos allí -dijo Henri-, e intercambiaremos opiniones.
  Se marchó, silbando alegremente.
-Maldito enano -gruñó Boris-. Me gustaría arrancarle la nariz.
-No lo hagas, por el amor de Dios -dijo Chernikov- o nos cortará el crédito.
-Debes controlar tus instintos atávicos, Boris -le dijo Stepan a su hermano. Le dijo a Serguei-: Boris está enojado porque su jefe hace un mes que no le paga.
-Si no te pagan, ¿por qué no abandonas el trabajo? -le preguntó Serguei a Boris.
-Nunca me pagarán si lo hago, mientras que, si sigo, siempre existe la posibilidad.
-Eso es verdad.
-Dame un cigarrillo -dijo Boris. 
 
-Sólo tengo tabaco negro.
-Me conformo.
 Serguei sacó un paquete de Gauloises y le dio uno a Boris. El fonógrafo comenzó otra vez a sonar muy alto y Henri regresó con las bebidas en una bandeja.
-Cárgalas en mi cuenta -dijo Serguei.
-Ok -dijo Henri, y para mostrar sus conocimientos de ruso, añadió-: Da da, harosho.
-Espera un momento -dijo Serguei-. Quiero un paquete de Chesterfield.
-No hay fiado para los cigarrillos -le dijo Henri.
-Puedo pagar al contado -dijo Serguei.
-Entonces veamos -dijo Henri.
 Serguei sacó un billete de diez francos, que le entregó a Henri.
-Spossibo -dijo Henri.

-Serguei es un hombre rico -dijo Stepan-. Recién le sacó plata a alguien.
-Ah -dijo Henri. Le guiñó el ojo a Serguei y regresó de prisa a la barra.
-Bebamos a la salud de Haines -dijo Serguei, levantando el vaso.
-Por Haines -respondieron a coro los demás.
-Es un gran tipo -dijo Serguei.
-Sí -dijo Stepan-, pero, como dije antes, puede darse el lujo de serlo. Es suficientemente rico.
-Sin embargo, no está obligado a prestar dinero -dijo Serguei-. Muchos hombres ricos son tacaños.
-Ah, tú sabes cómo lograrlo -dijo Stepan-. Tú eres un príncipe, eso te ayuda. Los americanos veneran a la nobleza. No tienen una propia, por eso es.
-Son esnobs.
-Mira cuántas de sus mujeres se casan por los títulos -dijo Stepan-. Yo mismo he soñado con eso. Casarme con una rica americana, ha sido siempre mi sueño.
-¿Por qué no? -le preguntó Serguei.
-Por desgracia, no soy un príncipe. No tengo ningún título.

-Puedes fingir que lo tienes.
-No sirve, lo descubrirían. Los americanos no son tontos.
-Verdad -dijo Serguei.
-Sin embargo, tú podrías. Tú eres un verdadero príncipe.
-No tengo ganas de casarme -dijo Serguei.
-Este shandy tiene gusto a pis de caballo -dijo Boris, colocando el vaso sobre la mesa.
-Esta cerveza también es muy mala -dijo Chernikov. Henri se acercó con los cigarrillos.
-Aquí tienes -le dijo a Serguei-. He colocado el vuelto en tu cuenta. Ahora sólo me debes diez francos.
-Chupasangre -dijo Serguei.
-Tengo que vivir -dijo Henri-. Yo no puedo, como algunos, vivir de fiado.
-Escucha -dijo Boris-, este shandy tiene gusto a pis de caballo.
-¿Alguna vez tomaste pis de caballo? -dijo Henri.

-No -dijo Boris-. Tomar esto es suficiente.
-Deberías probar la bebida original -dijo Henri-. Entonces apreciarías la diferencia.
 Se marchó silbando.
-Renacuajo mugriento -gruñó Boris.
 Serguei desgarró el celofán del paquete de Chesterfield y les ofreció a los demás.
-Tomen un cigarrillo americano -dijo.
-Pagado con dinero americano -dijo Stepan, tomando uno.
-Gracias -dijo Chernikov, e hizo lo mismo.
-Son buenos, satisfacen. Así dice en el paquete.
-¿Cómo iba la maratón? -le preguntó Stepan a Serguei.
-Todavía a pleno -dijo Serguei.
-¿Jackie aún está en ella?
-Seguro. 
-¿Cómo está?
-Un poco patizamba -dijo Serguei.
-Caerá rendida -dijo Chernikov.
-No ella -dijo Stepan-. Es fuerte como un caballo.
-Las mujeres tienen más resistencia que los hombres -dijo Serguei-. Miren el parto.
-Hay algo en eso, sí -dijo Chernikov.
-¿Crees que la maratón finalizará pronto? --dijo Stepan.
-No -dijo Serguei-. No veo ninguna razón para que en algún momento se detenga.
-Tiene que detenerse en algún momento -dijo Chernikov.
-Sí, cuando todos los bailarines estén muertos.
-¿Ya ha muerto alguno?
-No, no lo creo.
-Me gusta la maratón -dijo Stepan-. Si tuviera el dinero iría todas las noches como espectador.
  
-Es un espectáculo morboso -dijo Chernikov.
-Yo también soy morboso -dijo Stepan.
-Todos nosotros somos morbosos -dijo Serguei-. Todos acarreamos vidas morbosas.
-Dame un Chesterfield -dijo Boris.
-Aquí tienes -dijo Serguei.
-Te producirá satisfacción -dijo Chernikov.
-¿Por qué no participas tú de la maratón? -le preguntó Stepan a Serguei.
-No tengo la resistencia -dijo Serguei-. ¿Por qué no lo haces tú?
-Yo tampoco tengo la resistencia. Me desplomaría.
-Eso sería fantástico -dijo Chernikov-. Te llevarían al hospital y nosotros te llevaríamos flores todos los días.
-Gracias -dijo Stepan-, pero prefiero que no. Hay otras maneras de ganar dinero.
-¿Como Reggie Khan? -dijo Chernikov.

-He escuchado que Reggie se ha convertido en un marica profesional -dijo Serguei-. ¿Es verdad?
-Creo que sí -dijo Chernikov.
-¿Por qué no haces lo mismo? -le preguntó Serguei a Stepan.
-No -dijo Stepan-, no me atrae. Es una de esas profesiones en donde uno se rompe el culo y asciende.
 Boris sonrió con severidad, fumando su Chesterfield. Los otros se echaron a reír.
-Hablando de hospitales -dijo entonces Chernikov-. Ayer me encontré con Vaska. Recién salía de uno.
-Odio a Vaska -dijo Stepan-. Es un vulgar matón. Un vil rufián, nada menos.
-¿Qué hacía en un hospital? -dijo Serguei.
-Fue por una trifulca -dijo Chernikov-. Parece que una noche fue al barrio antiguo y se encontró con una banda de lugareños. Vaska empezó a hacerse el recio y lo golpearon y lo patearon en el estómago.
-Buen trabajo -dijo Stepan-. Era hora de que alguien le diera una paliza.
 
-Dice que se necesitaron seis tipos para hacerlo -dijo Chernikov.
-La próxima vez que cuente la historia serán diez -dijo Stepan.
-Bueno, de cualquier modo -dijo Chernikov-, lo dejaron inconsciente y tirado en una alcantarilla. Cuando recobró el conocimiento, comenzó a vomitar sangre. Fue al médico y el médico lo mandó de inmediato al hospital. Parece que las patadas le habían desgarrado algo adentro. Vivió comiendo arroz durante un mes.
-Por Dios, esos tipos del barrio antiguo son recios -dijo Serguei-. ¿Ahora está bien Vaska?
-No tiene buen aspecto.
-Le viene bien -dijo Stepan-. Una dosis de su propia medicina le hará bien.
-Dame otro Chesterfield -dijo Boris.
-¿Ese no te produjo satisfacción? -dijo Chernikov.
-No -dijo Boris.
-Imposible -dijo Chernikov-. El paquete no puede estar equivocado.
 Serguei le dio a Boris un Chesterfield. 
  
-¿Han escuchado lo que Vaska y Konstantin le hicieron una noche a Laskov? -dijo él.
-No, ¿qué? No he escuchado nada.
-Laskov estaba apostando en el casino -dijo Serguei-. Y había ganado un montón. Debe de haber ganado como unos cinco mil francos. Regresaba a su casa muy animado cuando Vaska y Konstantin lo abordaron. Estaban sin un peso como de costumbre y le pidieron un préstamo. "Por cierto", dijo Laskov, y sacó la billetera y comenzó a abrirla.
"-No te preocupes -le dijo Vaska-, tomaremos todo.
"-No -dijo Laskov.
"-¿No? -dijo Vaska. Le dio un puñetazo en la mandíbula y le arrebató la billetera. Pobre viejo, Laskov, intentó devolver los golpes y lo molieron a palos. Se le cayeron dos dientes y los dos ojos se le pusieron negros. Al día siguiente estaba en un estado lamentable; su cara parecía un trozo de roast beef. Por supuesto, Vaska y Konstantin se marcharon con el dinero.
-Te digo -dijo Stepan-. Vaska es un rufián. En cuanto a Konstantin, es griego, ¿y qué se puede esperar de un griego?
-¿Laskov fue al hospital? -preguntó Chernikov. 

-No -dijo Serguei-, fue a la policía. Al día siguiente Vaska y Konstantin fueron arrestados. Fui al juzgado para observar el proceso. Colocaron a Laskov en el estrado con toda la cabeza vendada y le pidieron que identificara a los dos hombres en el banquillo de acusados. Vaska y Konstantin no dijeron nada, sólo miraron a Laskov y al final él dijo que no, que esos no eran los hombres que lo habían atacado. Lo lamentaba, había cometido un error al acusarlos. En este punto, el magistrado se enojó. "Échelos", dijo. "Estos rusos estúpidos. Me hacen perder el tiempo con tonterías."
-Pero no comprendo -dijo Chernikov-. ¿Por qué Laskov no los reconoció?
-Sabía que lo buscarían cuando salieran, es por eso. Fuera del juzgado se acercaron a él y Vaska le dijo: "Laskov, te has comportado como un caballero. Si nos hubieras mandado a la cárcel, al salir te hubiéramos golpeado. Como son las cosas, te has comportado bien y nos gustaría que fueras nuestro amigo. Aquí tienes tu dinero de vuelta". Le entregó la billetera, pero Laskov no la tomó. Dijo: "Salgan de mi camino, desgraciados", y se marchó.
-Debe de haber estado muy enojado para no tomar el dinero -dijo Stepan-. Yo en su lugar lo hubiera tomado.
-Lo mismo yo -dijo Chernikov.
-Estaba muy enojado -dijo Serguei-. ¿Quién no lo estaría?
-Yo hubiera estado enojado también -dijo Stepan-, pero no tan enojado como para no tomar el dinero.

-Esta historia tiene un corolario -dijo Serguei.
-Escuchemos -dijo Stepan.
-Esperen -dijo Serguei-. Primero pediré más bebidas. ¡Henri! ¡Henri!
-¿Monsieur...?
-Lo mismo de nuevo para todos.
-Excepto para mí -dijo Boris-. Esta vez quiero cerveza sola. Quizá tenga mejor sabor.
-Nunca estás satisfecho -dijo Chernikov.
-No en este café -dijo Boris.
-¿Por qué viniste aquí entonces? -le preguntó Henri.
-Sólo Dios lo sabe.
-Te lo diré -dijo Henri-, aunque no soy Dios. Viniste aquí porque en los otros cafés no te dan crédito. ¿No es así? 


-Supongo que tienes razón -dijo Boris.
-Trae las bebidas, Henri, y no hables tanto -dijo Serguei.
-Las traeré -dijo Henri-. Las traeré.
-¿Cuál fue el corolario de tu historia, Serguei? -preguntó Chernikov.
-Ah, sí -dijo Serguei-. Cuando Laskov estaba en Marsella trabajaba como bailarín profesional, Konstantin entró en el casino en donde estaba empleado y Laskov se alegró tanto de ver a alguien que era de la Costa que se olvidó por completo de la pelea y casi abraza a Konstantin. Terminaron en un burdel de por ahí y desde entonces han sido fieles amigos.
-Mi Dios -dijo Stepan-, qué farsa.
-Laskov no sabe lo que quiere -dijo Chernikov.
-A mí tampoco me importaría abrazar a Konstantin -dijo Stepan-. ¿A ti, Serguei?
-No -dijo Serguei.
El fonógrafo comenzó a sonar, una rumba a todo volumen.
-Danos otro Chesterfield -le dijo Boris a Serguei.

-Tú nunca estás satisfecho -le dijo Chernikov.





*     *     *


-Nichevo es una palabra rusa, y tiene varios significados según el contexto: nada, yo mismo (Nichevo Sebye), bastante bien, no te preocupe (si decís Nichevo dos veces), caliente o guapo.


*     *     *

Atadura mortal

 

Esa noche yo estaba de guardia; recién había dejado el puesto. Eran cerca de las diez y, cuando entré en el cuarto de guardia, esperaba encontrarlos a todos dormidos como troncos. Pero estaban levantados, los bomberos y todo, algunos de pie por ahí, algunos sentados en los bancos junto a la mesa y el cabo Weemes, el jefe de guardia, sentado arriba de la misma mesa. Todos tenían un aspecto de tanta expectativa que dije: —¿Qué pasa? Algún plan...


—No, no –dijeron–. Es Kelly.
—¿Kelly?
Señalaron un rincón del cuarto, junto a la mesa con el teléfono, hacia aquello que yo había interpretado como una pila de mantas tiradas. Pero era evidente que éstas ocultaban algún tipo de hombre, porque mientras las miraba comenzaron a moverse y retorcerse: al mismo tiempo salieron una serie de gruñidos por debajo de ellas. Los compañeros saltaron en el banco, algunos aplaudieron con alegría.
—Empieza –dijeron–. Está por empezar.
El cabo Weemes miró su reloj.
—Las diez–dijo–. En punto. Siempre comienza a las diez.
A los gruñidos les sucedió un sonido espantoso, aterrador, como el aullido de un lobo. Al principio estaba amortiguado por las mantas pero, a medida que éstas se caían y surgía una cabeza, llenó el cuarto por entero con su volumen.
—¿Qué le pasa? –dije–. ¿Está enfermo?
—¡Shh! –dijeron–. Espera que entre en acción.
—Todo un circo –dijo el cabo Weemes.

El aullido se apagó y se transformó en palabras. Ininteligibles al principio, se convirtieron en un claro grito: “¡Malditos hijos de puta!”
—Empezó –dijeron, retorciéndose de risa.
—¡Malditos hijos de puta! –llegó el grito–. ¡Les enseñaré, malditos! ¡Maricones de mierda!
—Está bien, Kelly –gritó alguien desde el banco–. Caga a gritos a esos maricones.
—¡Compañía, atención! –surgió de debajo de las mantas–. ¡Presenten armas! ¡Descansen! –De algún modo, tenía buena voz para el mando–. Compañía, avance. ¡A la derecha!
—Pero ¿está dormido? –dije.
—Seguro –dijo el cabo Weemes–. Está soñando, ¿ves?
—¡Peguen la vuelta! –gritó Kelly en sueños–. ¡Levanten los pies, desgraciados!
—Un sargento mayor con todas las letras, ¿no? –dijeron con admiración.
—¡Cuidado, Kelly! –gritó alguien–. Aquí viene el sargento mayor del regimiento.
—Al carajo el sargento mayor del regimiento –respondió Kelly. Los compañeros se desternillaron de risa, uno casi se cae del banco–. Así es, muchacho Kely –gritaron–. ¡Lo calaste bien!


—¿Dónde está Joan? –le preguntaron luego–. Te está buscando, Kelly. ¡Joan! ¡Despierta! Joan es su chica –me explicaron.
—¿Joan? –masculló Kelly. Estaba confundido. La transición de la revista de tropas a una chica era demasiado para que contestara de inmediato.
—¡Sí, Joan! –gritaron, dando saltos con un pie y con el otro–. ¡Te busca, Kelly, amigo!
Kelly tiró de una patada todas las mantas. Una se quedó enganchada con sus botas, pero por fin logró sacársela de encima, musitando “¡Desgraciado hijo de puta!”. Pero la idea de Joan evidentemente predominaba en su cabeza, y al mismo tiempo susurró “Querida”.
Se incorporó, todavía dormido, con todo el equipo puesto, y quedó al descubierto que era un joven pequeño, moreno, de alrededor de veinte años.
—Joan –susurró–, mi corazón. –Y besó la mochila. Los compañeros estaban encantados–. ¡Vamos Kelly! –gritaron–. ¡Dile todo!
Esto alentó a Kelly a volverse apasionado. Abrazó la mochila y, apretándola fuerte, se subió a ella. Se cayó y rodó, golpeándose ruidosamente la cabeza con la puerta. Pero el golpe no lo hizo volver en sí; se quedó boca arriba murmurando “Querido corazón” y buscando la mochila a ciegas.


El cabo interino Staines, el suboficial a cargo de los bomberos, entró apurado.
—¿Me he perdido algo? –preguntó–. ¿Hace cuánto que empezó?
—Está a tiempo, cabo. Hasta ahora sólo llegó a Joan.
—Está bien entonces. –El cabo interino Staines se sentó junto a la mesa con el teléfono, bien cerca de Kelly. Junto al cuadrilátero. La metáfora del boxeo está justificada porque la mochila, que antes había representado a la chica, ahora, en el sueño de Kelly, se había transformado aparentemente en un enemigo mortal. Luchó cuerpo a cuerpo con ella y lanzó un puñetazo corto a las correas.
—¡Vamos, Kelly! –gritaron los jóvenes–. Lo dejaste “grogui”. Lo tienes entre las cuerdas. ¡Dale y noquéalo, Kelly, amigo!
Kelly hizo todo lo que pudo. Abandonó el boxeo por la lucha libre y le dio un mordisco a la pomada para los zapatos que estaba en el bolsillo de la mochila. La mochila –en su cabeza– evidentemente le devolvió el golpe: se balanceó a un lado y a otro y se cayó; deslizándose junto a la pared, sacudía la cabeza. Uno de los tipos comenzó a contar en voz alta: —Uno, dos, tres, cuatro...
—No puedo levantarme –susurró Kelly con voz perpleja, aturdido por los golpes. Lanzó un golpe al aire y no dio en el blanco. En su lugar le dio a la puerta y se lastimó la mano.
—Seguro que se despertará –dije.

—No lo creas –dijo uno de los tipos–. Una vez, Hammond le pegó con una pala en el coco y no lo despertó. Nada lo despierta cuando empieza el show. No siente nada, sabes.
—¿Qué hace cuando no duerme? ¿Es boxeador?
—Al contrario. Si lo miras durante el día pensarías que es incapaz de matar una mosca. Tampoco putea a menos que esté soñando.
Como liberado por estas palabras, un chorro de obscenidades salió de la boca de Kelly. Lo habían declarado vencido, y estaba parado sobre la cabeza con las rodillas dobladas, como si estuviera a punto de hacer una vuelta carnero. En esta postura tenía un aspecto tan raro que todo el mundo explotó de nuevo en una carcajada. Pero Kelly continuó lanzando palabrotas, con la cara pegada a los tablones del piso. Pronto quedó claro que sus insultos no estaban dirigidos a nadie en particular sino al ejército en general.
—¿No le gusta el ejército? –pregunté.
—No sé –dijo el cabo Weemes–. A veces tenemos que apurarlo un poco. Algo escurridizo a su manera. Vago. Sin embargo, no es mal tipo, no de verdad.
—¿Alguna vez lo metieron tras las rejas?
—Muchas. De hecho, recién salió del calabozo. Anoche.
—¡Al carajo con el ejército! –gritaba Kelly en sueños–. ¡Al carajo la policía militar! ¡Al carajo con todos ellos! Denme mi ropa de ciudadano. –Comenzó a cantar con una voz espantosamente desentonada–. Denme mi ropa... –Y los compañeros se palmearon las rodillas y comenzaron a bailar encantados a su alrededor. Luego volvió a decir—: ¡A la mierda con el ejército! –en un tono tan estridente que el cabo interino Staines se levantó de un salto de la silla. O sentía que su apreciación de la disciplina se veía ultrajada o bien temía que el oficial de turno escuchara.


—¡Vamos, Kelly! –dijo con voz de mando–. Ya es suficiente, muchacho. ¡Vamos, despierta!
Tomó a Kelly, que se balanceó con suavidad, de los tiradores del pantalón y lo colocó vertical. Con la otra mano le propinó una linda bofetada en la oreja. Aunque no fue violenta, fue bastante fuerte como para que la cabeza de Kelly se estremeciera sobre sus hombros. Pero los ojos de Kelly permanecían obstinadamente cerrados y, como si fuera un acto reflejo, una de sus botas pateó a Staines en la rótula. Staines, experto en lucha libre, retrocedió, esquivándolo ágilmente, y lo soltó, pero al mismo tiempo desenvainó la bayoneta de la funda y la arrojó sobre la mesa del teléfono. Kelly se cayó de cara al piso y quedó tendido; la sangre que le salía de la mano herida chorreaba sobre las mantas.
—Ya está –dijo Staines.
—¿La bayoneta?
—Sí. A veces se pone complicado. ¿Recuerdas, Williams, esa vez que caminó dormido? En la Compañía DON.
—¡Qué te parece! –dijo Williams–. No me olvidaré mientras viva. Armó el fusil con la bayoneta, todo mientras dormía, y empezó a correr por la barraca. Todos estábamos muertos de miedo. Luego volvió a la carga.
—¿Qué hicieron? –pregunté.
—Salimos corriendo y cerramos la puerta. Después de cerca de un cuarto de hora, miramos y allí estaba, dormido como una piedra, la bayoneta de vuelta en la funda. Un tipo singular este condenado Kelly, no hay duda.
—Se casa la semana que viene –dijo otro hombre–. Joan. Su noviecita. Caramba. –Lanzó una risita ahogada–. La sorpresa que le espera la primera noche, ¿no te parece?
—¿Se casa? –dije.
—Ajá. Hoy pidió licencia. El pase firmado y todo. Ha visto al cura.


—Pero no debería casarse si sufre estos ataques. Debería ver al doctor o al psiquiatra.
—¿Psiquiatra? ¿No es ése el tipo que cuando llevaron a Wiggs dijo que estaba loco?
—Ajá. Le dieron la baja y todo a Wiggs.
—¿Crees que al viejo Kelly también le darán la baja?
—No, no está loco. Está bien. No recordará nada cuando despierte.
—¿Por qué no lo licencian por enfermedad...? –le pregunté al cabo Weemes.
—No serviría de nada –dijo Weemes–. No cree que lo hace, ¿sabes? Cuando le contamos, piensa que estamos bromeando.
Mientras tanto uno de los compañeros había tomado una escoba y bailaba alrededor de Kelly y lo golpeaba en las costillas con la punta. Kelly, tendido en el piso, realizaba débiles esfuerzos para quitarle la escoba. Esta cómica escena originó un mar de protestas por parte de los demás.
—¡Nah, déjalo tranquilo! ¡Baja la escoba!
—No es justo fastidiarlo así. No con la escoba.
Así que la escoba quedó abandonada. Pero ahora Kelly comenzó a llorar.
—Me agarraron de nuevo –sollozaba–. ¡Me acusan y no he hecho nada! ¡No le he hecho nada a nadie! –Su cuerpo se estremecía por los sollozos.
De inmediato los compañeros se reunieron a su alrededor. —Está bien, amigo Kelly, No te acusan de nada, amigo. No te hagas problema. –Y poco a poco, Kelly se convenció. Los sollozos se acallaron y fugazmente recorrió su entero repertorio: “Querido corazón”, “¡Malditos hijos de puta!”, “Atención compañía!”, finalizando con el decisivo “¡A la mierda con el ejército!".


Luego dejó caer la cabeza pacíficamente hacia atrás y de inmediato comenzó a roncar. Dos compañeros se adelantaron y lo cubrieron con las mantas. El espectáculo, era evidente, había concluido.
—¿Estará bien ahora? –pregunté.
—Bien. Tranquilo como una seda. No se despertará hasta la diana. A menos que suene la alarma.
El cabo Weemes miró su reloj. —Bien, muchachos. Diez y cuarenta y cinco. Ya basta. Al catre.
El cabo interino Staines se puso de pie y dijo con su voz de revista de tropas: —Vamos. El bombero de guardia de turno, ¡marche rápido!
Sonó, vigoroso, un casco de acero, un rifle al hombro, la puerta se cerró detrás de ellos. Todos nos dirigimos a la cama y bien pronto estábamos dormidos por completo: incluso Kelly, sin sueños ahora, acurrucado entre las mantas con la sangre que se secaba en la mano herida, roncaba feliz para sus adentros.
Sólo el cabo Weemes se quedó despierto, sentado en el banco con una novelucha de suspenso, porque un jefe de guardia no debe dormir cuando está de servicio.



*     *     *


El lejano oeste



En esa época yo tenía doce años: inmensurablemente mayor que Mimile, quien tan sólo tenía ocho. Aún después de veinte años puedo recordar esa pequeña figura robusta coronada con una enorme cabeza en forma de bala, el peso de la cual, cuando corría, provocaba que con frecuencia perdiera
el equilibrio y se cayera, raspándose una vez más sus desnudas rodillas ya cubiertas de cicatrices y de las costras pardo-doradas de heridas a medio cicatrizar.

Entonces se ponía de pie con lentitud, el rostro se le contraía y se enrojecía y, mientras se incorporaba, se le escapaba un apesadumbrado bramido de dolor, apretaba los mugrientos puños con firmeza, las lágrimas formaban canales entre el polvo de las mejillas, que se inflaban del tamaño de globos cuando él gritaba; los ojos hinchados se convertían en dos ranuras.

Tenía una voz poderosa y su alarido, cuando se caía y se lastimaba, perturbaba la concentración de los chicos mayores que, después de la escuela, jugaban a las bolitas en la Place, yo uno de ellos.
-Ta gueule!-gritaba alguno de ellos, incorporándose a gatas, furioso al haber errado un tiro difícil a causa del inesperado estallido de la desgracia de Mimile cerca de su oído. "¡Cierra la bocaza, tarado! ¡Te daré algo por lo cual gritar en serio si no te callas al instante!"

Estas amenazas estaban a menudo acompañadas por un golpe que, debido a la dureza del cráneo de Mimile, provocaba que la mano de quien lo emitía se estremeciera. Pero un golpe de este tipo rara vez tenía el efecto deseado de que Mimile se callara. Por el contrario, su alarido redoblaba el volumen, con una nota añadida de absoluta desesperación que hacía que todos los jugadores se levantaran en grupo y lo dejaran (a menos que volviera a caerse) a una distancia desde la cual su voz se escuchaba apenas como un quejido.

Los padres de Mimile, ahora jubilados, habían sido dueños de un café y habían hecho dinero. Mimile era el único hijo, nacido a la edad avanzada de una mujer delgada, amarga y con ambiciones sociales, y de un tipo que alardeaba jovialidad y vestía de alpaca negra, con un sombrero de paja y una cadena de un reloj cruzándole la barriga. Le compraban a su pequeño hijo juguetes caros que los demás chicos le destrozaban y ropa de buenas telas que pronto se desgarraba y se convertía en jirones.

Su madre estaba en contra de que se le permitiera jugar en la Place, en donde podía trabar amistad con chicos de la escuela pública, pero el padre, que era menos esnob, no veía daño alguno en ello. Recordaba haber tenido ocho años, aunque eso había ocurrido hacía ya algún tiempo.

Los domingos por la mañana se podía ver a la pareja escoltando a Mimile de regreso a su casa después de asistir a un servicio religioso en la iglesia. Eran protestantes, originariamente de Lille; y eso, en una comunidad católica, era un punto más en contra de Mimile. Rara vez se mencionaba la religión pero, a pesar de todo, lo hacía diferente.
¡Incluso yo, el inglés, era católico como los demás!


 A veces yo sentía compasión por Mimile. Mi nacimiento en el extranjero también podía haberme convertido con facilidad en un marginal. Y en realidad, es algo que no me habían dejado olvidar durante mucho tiempo.
Luego, también, una inmoderada precocidad en el colegio había provocado que me colocaran en una clase con chicos dos años mayores que yo. A
veces, el profesor me mostraba como ejemplo para avergonzar a los demás:
"Que un extranjero, menor que ustedes, escriba en vuestro idioma con menos faltas que ustedes...", y así continuaba. Al principio esto no me acarreó popularidad, aunque me las ingenié para no darle importancia. Al mismo tiempo había recibido una buena cantidad de
bravuconadas y, por lo
tanto, rara vez me unía a los demás para pegarle a Mimile o para darle un savon (se sostenía la cabeza de la víctima sobre la rodilla de uno de los chicos mientras otro le frotaba sus nudillos por el cráneo en un feroz lavado seco). La mayoría de las veces yo me quedaba quieto y observaba. No intervenía

en su favor. No yo. No quería que me rompieran la cara. Esperaba crecer para golpear a los otros chicos.

 Fue Gaston Lagardere, cuyo padre era el dueño del anticuario de la esquina, el primero que le puso a Mimile el sobrenombre con el cual pronto sería conocido por todos. La cabeza de Mimile fue inicialmente la responsable.
Como ya he mencionado, su cabeza era enorme, gruesa y pesada; uno podía haber derribado una puerta con ella. También estaba afeitada por completo, como la de un general prusiano: al cabello no se le permitía formar más que un rubio rastrojo. La áspera sensación velluda bajo la mano apretada hacía que propinarle un savon fuera una peculiar delicia.
Un día, cuando no tenían nada mejor que hacer, los chicos formaron un círculo alrededor de Mimile y empezaron a preguntarle por qué tenía la cabeza afeitada de ese modo. Mimile no lo sabía. Pensó que un savon era inminente y abrió la boca para gritar por anticipado.
-¡Cállate! -gritó Gaston Lagardere-. No empieces con ese bochinche.
Contesta de inmediato y no te pasará nada. Si no...


Mimile no podía responder. Sólo murmuró que su maman se lo había hecho hacer.
Yo dije: -En la escuela de curas a la que solía asistir también nos hacían llevar la cabeza rapada. Por si había bichos.
-¡Bichos! -repitió Gaston encantado-. ¡Bichos! ¡Eso es, por eso! La mamá de Mimile le afeita la cabeza todas las semanas, de otro modo tendría bichos. ¡Infestada de bichos!
-Les morpions!-rugió otro, que no sabía qué eran y se los imaginaba piojos.
Mimile empezó a llorar. Bañado en lágrimas, negó la existencia de bichos en su hogar. Algunos de los chicos empezaron a revisarle la cabeza para asegurarse de que dijera la verdad. Dijeron que mentía. Simularon y dijeron que su cabeza era una selva.
-¡Como las planicies! -gritó Marcel Sansault, mientras hundía los dedos
en el cráneo cubierto de cerdas de Mimile.


-¡Como el Lejano Oeste! -gritó Gaston, que para colmo pronunciaba "Ueste". La escena se llenó de aplausos. Los chicos se doblaban de la risa, se palmeaban los desnudos muslos. Formaron un círculo alrededor del sollozante Mimile y bailaron encantados.
-¡El Lejano "Ueste"! -gritaban-. ¡Mimile es el Lejano "Ueste"!
Incluso inventaron una canción con esto, con la melodía de Je cherche aprés Titine. Mimile no sabía qué era el Lejano Oeste, pero se imaginó que era un insulto. Algo conectado con bichos. Comenzó a gritar desaforadamente. Los chicos estaban de tan buen humor que no les importó.

A partir de ese momento a Mimile se lo nombró sólo como el Lejano Oeste. Cada vez que aparecía se lanzaban vítores al estilo de los vaqueros. Los chicos corcoveaban montados en potros invisibles y al mismo tiempo se rascaban la cabeza de modo ostentoso. Fragmentos de la canción del Lejano Oeste lo perseguían durante el recorrido dominical con sus padres por la Place.
Los domingos, todos los chicos llevaban gorras de tela a cuadros. Le rogué a mi padre que me dejara llevar una también, pero se negó. Dijo que no permitiría que su hijo anduviera por ahí con el aspecto de un sinvergüenza.
 
Mimile tuvo más éxito. Un día apareció una gorra encasquetada sobre su enorme cabeza podada. Los chicos mayores se horrorizaron ante tal atrevimiento. Primero, le bajaron la gorra hasta los ojos, de modo que se tambaleó de un lado a otro sin poder ver y pegando alaridos, luego jugaron al fútbol con ella y le quitaron el forro. Cuando sucedía esto, apareció su madre, y todo el mundo salió disparando.
Para consolarlo por la pérdida de la gorra, le compraron a Mimile una gran pelota de goma, pintada de rojo, amarillo y azul, con un increíble rebote. Rebotó muy cerca de Marcel Sansault, que posó sus manos en ella, seguido por el lamento de Mimile. De una patada, Marcel la envió volando
por encima de la verja hasta la calle. La aplastó un coche, y uno de sus flancos pintados se desinfló de modo irreparable. Los aullidos de pena que lanzó Mimile fueron los más fuertes que hasta el momento habíamos escuchado. Fueron tan fuertes que temimos que pudieran atraer nuevamente a su madre. Todos desaparecimos de la Place de inmediato.

 
Cosas de este tipo le sucedían siempre a él. No es necesario hablar de la locomotora a cuerda o de la réplica de un automóvil con una capota que se podía levantar y bajar. Después de que estas cosas dejaron de existir, él se interesó en nuestro juego de bolitas. No se le permitía participar, por supuesto, pero se quedaba dando vueltas y observando.

Sus ojos redondos seguían, absorbían el trayecto de las bolitas: aquellas hechas de vidrio y ágata; aquellas de yeso: mientras los chicos que esperaban su turno observaban con esa misma expresión perspicaz de un juez con la que observarían, en los años venideros, las bolas de billar desplazándose por la mesa de tapete verde, apoyados sobre sus tacos en el café de la esquina.


Mimile estaba fascinado. Se dirigió a maman y la convenció de que le comprara bolitas. Por supuesto, le compró las del tipo equivocado.
Enormes cosas desmesuradas como balas de cañón, hechas de piedra. Mimile apenas podía rodearlas con sus pequeñas manos. No las tuvo mucho tiempo.
Gaston se deshizo de ellas, bajaron rechinando por la alcantarilla. Aun así, venía a vernos jugar. Intentamos alejarlo, pero no había caso. Siempre regresaba.

 
Entonces, un día, levantamos la vista y había otro observador junto a Mimile. Era Luc, un muchacho grandote de la escuela pública, no de la escuela a la que todos asistíamos. Era bien recio. Ni siquiera Gaston se atrevía a pelear con él.
Durante un rato se quedó allí con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos, mascando chicle Spearmint sin parar: una costumbre que había tomado de mirar películas americanas en el cine del barrio.
-¿Quieres participar? -le preguntamos, incómodos bajo su mirada despectiva.
-No -dijo, cambiando el chicle de una mejilla a la otra-. Es un juego de niños, eso es. Lo que ustedes quieren es algo así.
Sacó una mano del bolsillo. Sostenía algo que tenía un cordel a su alrededor. Lo lanzó al aire. Un trompo de madera cayó al suelo y comenzó a dar vueltas, libre de un extremo del cordel. Todos nos levantamos a gatas para observar: era como magia.
-Tengo otro aquí -dijo Luc sin la menor expresión, mientras mascaba chicle. Sacó un trompo aún más grande y lo arrojó despreocupadamente para que girara junto al otro. Estábamos subyugados.
-¿Cómo lo haces? -le preguntamos.
-Muy simple. -Nos mostró cómo enrollar el cordel, cómo sostener el trompo entre un dedo y el pulgar, cómo lanzarlo al aire. Nos dejó que lo hiciéramos nosotros mismos; hicimos un desastre.

-No, no así, así...
Mimile, el Lejano Oeste, también estaba subyugado. Estaba en cuclillas y observaba con los ojos salidos de las órbitas. Más tarde nos siguió hasta el bazar en donde todos compramos trompos. Lo dejamos que nos siguiera, estábamos demasiado entusiasmados como para preocuparnos por él. Una vez que nos vio comprar los trompos, salió trotando feliz a su casa, a ver a su maman; la enorme cabeza se meneaba de un lado a otro.
Ni siquiera se cayó.


Al día siguiente estábamos todos en la Place. Lanzábamos los trompos al aire: ya nos habíamos hecho expertos en el asunto. Entonces Sansault se nos acercó corriendo.
-¿Vieron lo que tiene Lejano Oeste? Un trompo fantástico. No como los nuestros. ¡Esperen a verlo!
En ese instante Mimile se hizo visible, venía al trote. Llevaba con ambas manos un paquete envuelto en papel de seda. Le faltaba el aliento de tan excitado que estaba. Vino derecho a nosotros.
-¿Qué tienes ahí? -le preguntó Gaston con firmeza-. ¡Muéstralo rápido, Lejano Oeste!
Mimile estaba muy impaciente por hacerlo. Desgarró el papel de seda y dejó al descubierto un trompo lisa y llanamente gigantesco, hecho de hojalata y pintado de manera sensacional, como la pelota de goma que tenía antes. Debía de haberle costado un ojo de la cara a maman. Nos quedamos mirándolo atónitos, mientras Mimile acariciaba con ternura la superficie de hojalata.


-Pero ¿cómo funciona? -dijo Gaston por fin-. ¿Dónde está la cuerda?
Mimile colocó el enorme trompo pintado sobre el suelo. Sus ojos resplandecían de orgullo. Entonces emitió una sola palabra:
-¡Mecánicamente! Miren -dijo-. Les mostraré.
Primero dio cuerda al trompo con una llave de hojalata, luego apretó un botón de bronce. El trompo salió de su mano con un fuerte zumbido y comenzó a girar sin parar justo delante de nuestros pies. Giró incluso el doble que el trompo de madera más grande de Luc, con cuerda y todo.
Parecía que podía zumbar y girar por toda la eternidad. Pero Marcel Sansault detuvo esto. Se adelantó y le dio una sonora patada que levantó el trompo del suelo y lo hizo volar a través de la Place. Cuando aterrizó, no daba más vueltas. Yacía quieto: como la pelota de goma, uno de sus flancos estaba abollado.


La cara de Mimile se contrajo de inmediato. Luego se hinchó enrojecida.
Su boca se abrió húmeda en un rugido infernal. Cerró los ojos por completo, sus pequeños dedos retorcidos formaban puños en vano. Gritó como si los pulmones fueran a estallarle.

Todos nosotros observábamos sin la menor expresión, excepto Luc, que de pronto se adelantó de una zancada.
-¿Qué le hacen a este pobre chico? -gritó.
-¡Déjenlo solo! -Rodeó a Sansault-. ¡Tú! ¡Para qué tuviste que patear el trompo, enano insignificante! ¿Eh?
 
Tomó a Sansault del cuello de su suéter y le dio una buena bofetada en plena cara, arrojándolo contra la verja.
-¡Esto te enseñará! ¡Deja al chico solo!
El resto de nosotros estaba demasiado perplejo como para moverse.
Incluso Mimile estaba tan sorprendido que dejó de aullar.

-Aquí, nene -dijo Luc, volviéndose hacia él-, no sigas... Quizá no esté
roto. Quizá funcione. Ven y veámoslo.

Mimile todavía sollozaba con fuerza, pero las lágrimas se habían secado con rapidez en sus mejillas ardientes. Se tambaleó y se agachó con Luc junto a su preciado trompo. Ay, no funcionaba. 

Observamos en silencio mientras trataban en vano de resucitarlo. Inútil. Mimile apretó los
puños. Parecía que empezaría a gritar nuevamente. Pero Luc metió la mano en el bolsillo y extrajo su trompo de madera más grande.

-Mira aquí, ten este en su lugar. Verás, girará tan bien como el otro, no bromeo. Ya lo verás.
Mimile no esperó. Ni siquiera dijo gracias. Asió sin mirar el trompo y, con él en la mano, se marchó con un trote tambaleante por la Place, camino a su casa. Se cayó una vez, pero no lloró. Sólo se levantó en silencio y continuó su marcha tambaleante.

Luc nos dijo: -Ahora, no dejen que los encuentre de nuevo haciendo llorar al chico, ¡o será peor para ustedes, ya verán! -Y con la cabeza en alto, se marchó. Ni siquiera Gaston dijo algo para detenerlo.
Pero las desventuras de Mimile ese día no habían terminado en absoluto: más tarde nos enteramos de que maman le salió al paso cuando llegaba, y primero le sacó el trompo de madera y lo arrojó a la basura, y luego le dio una buena paliza por haber cambiado su flamante y caro trompo por uno de esos mugrientos objetos con los cuales jugaban los chicos de la escuela pública.

Después de eso, durante un tiempo a Mimile no se le permitió jugar en la Place.
Algo bueno para él, quizá. Una vez pasado el incidente con el trompo, comencé a crecer a mucha velocidad. Me puse enorme y de inmediato fui el jefe del grupo. El sentimiento de compañerismo que sentía por Mimile se desvaneció de un día para el otro. Incluso hubiera podido hacerlo mi víctima, pero en ese entonces ya no estaba: sus padres lo habían enviado a la escuela en otra ciudad.
No sé qué pasó con él. Quizá -quién lo sabe- creció bien grande y pudo fastidiar a otros chicos menores. Ojalá haya pasado eso.


*     *     * 



-Los otros 8 cuentos que faltan: 
El sumo sacerdote de Buda, La virgen, Las nieves de ayer, Mandrágora, No le pido que la compre, Ostadas de jabón: un romance, Un ligero incidente en Madrás, Una noche tremenda.
































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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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