domingo, 27 de diciembre de 2015

«En memoria de Paulina», Cuento de Adolfo Bioy Casares



«En memoria de Paulina»

Cuento  de La trama celeste [1944-1948]

Adolfo Bioy Casares



Una historia llena de magia y misterio, emociones y ambiguedades.
 

Vladimir Volegov



Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.


 



Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.


La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos.
Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección .


A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción.


La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó -Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte-, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central era que si una determinada melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría.

Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un estereoscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita.


Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores.


-Vuelva mañana por la tarde -le dije-. Le presentaré a algunos.


Se describió a sí mismo como un salvaje y aceptó la invitación. Quizá movido por el agrado de verlo partir, bajé con él hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubrió el jardín que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, viéndolo a través del portón de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardín sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraíso de caramelo. Montero lo vio de noche.








-Le seré franco-me dijo, resignándose a quitar los ojos del jardín-. De cuanto he visto en la casa esto es lo más interesante.


Al otro día Paulina llegó temprano; a las cinco de la tarde ya tenía todo listo para el recibo. Le mostré una estatuita china, de piedra verde, que yo había comprado esa mañana en un anticuario. Era un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada. El vendedor me aseguró que simbolizaba la pasión.


Paulina puso el caballito en un estante de la biblioteca y exclamó: Es hermoso como la primera pasión de una vida. Cuando le dije que se lo regalaba, impulsivamente me echó los brazos al cuello y me besó.


Tomamos el té en el antecomedor. Le conté que me habían ofrecido una beca para estudiar dos años en Londres. De pronto creímos en un inmediato casamiento, en el viaje, en nuestra vida en Inglaterra (nos parecía tan inmediata como el casamiento). Consideramos pormenores de economía doméstica; las privaciones, casi dulces, a que nos someteríamos; la distribución de horas de estudio, de paseo, de reposo y, tal vez, de trabajo; lo que haría Paulina mientras yo asistiera a los cursos; la ropa y los libros que llevaríamos. Después de un rato de proyectos, admitimos que yo tendría que renunciar a la beca. Faltaba una semana para mis exámenes, pero ya era evidente que los padres de Paulina querían postergar nuestro casamiento.


Empezaron a llegar los invitados. Yo no me sentía feliz. Cuando conversaba con una persona, sólo pensaba en pretextos para dejarla. Proponer un tema que interesara al interlocutor me parecía imposible. Si quería recordar algo, no tenía memoria o la tenía demasiado lejos. Ansioso, fútil, abatido, pasaba de un grupo a otro, deseando que la gente se fuera, que nos quedáramos solos, que llegara el momento, ay, tan breve, de acompañar a Paulina hasta su casa.


Cerca de la ventana, mi novia hablaba con Montero. Cuando la miré, levantó los ojos e inclinó hacia mí su cara perfecta. Sentí que en la ternura de Paulina había un refugio inviolable, en donde estábamos solos. ¡Cómo anhelé decirle que la quería! Tomé la firme resolución de abandonar esa misma noche mi pueril y absurda vergüenza de hablarle de amor. Si ahora pudiera (suspiré) comunicarle mi pensamiento. En su mirada palpitó una generosa, alegre y sorprendida gratitud.


Paulina me preguntó en qué poema un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo. Yo sabía que el poema era de Browning y vagamente recordaba los versos. Pasé el resto de la tarde buscándolos en la edición de Oxford. Si no me dejaban con Paulina, buscar algo para ella era preferible a conversar con otras personas, pero estaba singularmente ofuscado y me pregunté si la imposibilidad de encontrar el poema no entrañaba un presagio. Miré hacia la ventana. Luis Alberto Morgan, el pianista, debió de notar mi ansiedad, porque me dijo:
-Paulina está mostrando la casa a Montero.


Me encogí de hombros, oculté apenas el fastidio y simulé interesarme, de nuevo, en el libro de Browning. Oblicuamente vi a Morgan entrando en mi cuarto. Pensé: Va a llamarla. En seguida reapareció con Paulina y con Montero.
Por fin alguien se fue; después, con despreocupación y lentitud partieron otros. Llegó un momento en que sólo quedamos Paulina, yo y Montero. Entonces, como lo temí, exclamó Paulina:
-Es muy tarde. Me voy.
Montero intervino rápidamente:
-Si me permite, la acompañaré hasta su casa.
-Yo también te acompañaré -respondí.


Le hablé a Paulina, pero miré a Montero. Pretendí que los ojos le comunicaran mi desprecio y mi odio.
Al llegar abajo, advertí que Paulina no tenía el caballito chino. Le dije:
-Has olvidado mi regalo.
Subí al departamento y volví con la estatuita. Los encontré apoyados en el portón de vidrio, mirando el jardín. Tomé del brazo a Paulina y no permití que Montero se le acercara por el otro lado. En la conversación prescindí ostensiblemente de Montero.


No se ofendió. Cuando nos despedimos de Paulina, insistió en acompañarme hasta casa. En el trayecto habló de literatura, probablemente con sinceridad y con fervor. Me dije: Él es el literato; yo soy un hombre cansado, frívolamente preocupado con una mujer. Consideré la incongruencia que había entre su vigor físico y su debilidad literaria. Pensé: una caparazón lo protege; no le llega lo que siente el interlocutor. Miré con odio sus ojos despiertos, su bigote hirsuto, su pescuezo fornido.
Aquella semana casi no vi a Paulina. Estudié mucho. Después del último examen, la llamé por teléfono. Me felicitó con una insistencia que no parecía natural y dijo que al fin de la tarde iría a casa.
Dormí la siesta, me bañé lentamente y esperé a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Müller y de Lessing.

Al verla, exclamé:
-Estás cambiada.
-Si -respondió-. ¡Cómo nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento.
Nos miramos en los ojos, en un éxtasis de beatitud.
-Gracias -contesté.
Nada me conmovía tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuándo me pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa explicación. Oí de pronto:
-Esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados
Me pregunté quiénes estaban enamorados. Paulina continuó.


-Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré que, por un tiempo, no te vería.
Yo esperaba, aún, la imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma o en serio. No sabía qué expresión había en mi rostro. No sabía lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agregó:
-Me voy. Julio está esperándome. No subió para no molestarnos.
-¿Quién? -pregunté.
En seguida temí -como si nada hubiera ocurrido- que Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas.
Paulina contestó con naturalidad:
-Julio Montero.


La respuesta no podía sorprenderme; sin embargo, en aquella tarde horrible, nada me conmovió tanto como esas dos palabras. Por primera vez me sentí lejos de Paulina. Casi con desprecio le pregunté:
-¿Van a casarse?
No recuerdo qué me contestó. Creo que me invitó a su casamiento.
Después me encontré solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas veces yo había entrevisto la espantosa verdad.


Estaba muy triste, pero no creo que sintiera celos. Me acosté en la cama, boca abajo. Al estirar una mano, encontré el libro que había leído un rato antes. Lo arrojé lejos de mí, con asco .
Salí a caminar. En una esquina miré una calesita. Me parecía imposible seguir viviendo esa tarde.
Durante años la recordé y como prefería los dolorosos momentos de la ruptura (porque los había pasado con Paulina) a la ulterior soledad, los recorría y los examinaba minuciosamente y volvía a vivirlos. En esta angustiada cavilación creía descubrir nuevas interpretaciones para los hechos. Así, por ejemplo, en la voz de Paulina declarándome el nombre de su amado, sorprendí una ternura que, al principio, me emocionó. Pensé que la muchacha me tenía lástima y me conmovió su bondad como antes me conmovía su amor. Luego, recapacitando, deduje que esa ternura no era para mí sino para el nombre pronunciado.


Acepté la beca, y, silenciosamente, me ocupé en los preparativos del viaje. Sin embargo, la noticia trascendió. En la última tarde me visitó Paulina.
Me sentía alejado de ella, pero cuando la vi me enamoré de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprendí que su aparición era furtiva. La tomé de las manos, trémulo de agradecimiento. Paulina exclamó:
-Siempre te querré. De algún modo, siempre te querré más que a nadie.
Tal vez creyó que había cometido una traición. Sabía que yo no dudaba de su lealtad hacia Montero, pero como disgustada por haber pronunciado palabras que entrañaran -si no para mí, para un testigo imaginario- una intención desleal, agregó rápidamente:
-Es claro, lo que siento por ti no cuenta. Estoy enamorada de Julio.


Todo lo demás, dijo, no tenía importancia. El pasado era una región desierta en que ella había esperado a Montero. De nuestro amor, o amistad, no se acordó.
Después hablamos poco. Yo estaba muy resentido y fingí tener prisa. La acompañé en el ascensor. Al abrir la puerta retumbó, inmediata, la lluvia.
-Buscaré un taxímetro -dije.
Con una súbita emoción en la voz, Paulina me gritó:
-Adiós, querido.
Cruzó, corriendo, la calle y desapareció a lo lejos. Me volví, tristemente. Al levantar los ojos vi a un hombre agazapado en el jardín. El hombre se incorporó y apoyó las manos y la cara contra el portón de vidrio. Era Montero.


Rayos de luz lila y de luz anaranjada se cruzaban sobre un fondo verde, con boscajes oscuros. La cara de Montero, apretada contra el vidrio mojado, parecía blanquecina y deforme. Pensé en acuarios, en peces en acuarios. Luego, con frívola amargura, me dije que la cara de Montero sugería otros monstruos: los peces deformados por la presión del agua, que habitan el fondo del mar.
Al otro día, a la mañana, me embarqué. Durante el viaje, casi no salí del camarote. Escribí y estudié mucho.
Quería olvidar a Paulina. En mis dos años de Inglaterra evité cuanto pudiera recordármela: desde los encuentros con argentinos hasta los pocos telegramas de Buenos Aires que publicaban los diarios. Es verdad que se me aparecía en el sueño, con una vividez tan persuasiva y tan real, que me pregunté si mi alma no contrarrestaba de noche las privaciones que yo le imponía en la vigilia. Eludí obstinadamente su recuerdo. Hacia el fin del primer año, logré excluirla de mis noches, y, casi, olvidarla.


La tarde que llegué de Europa volví a pensar en Paulina. Con aprehensión me dije que tal vez en casa los recuerdos fueran demasiado vivos. Cuando entré en mi cuarto sentí alguna emoción y me detuve respetuosamente, conmemorando el pasado y los extremos de alegría y de congoja que yo había conocido. Entonces tuve una revelación vergonzosa. No me conmovían secretos monumentos de nuestro amor, repentinamente manifestados en lo más íntimo de la memoria; me conmovía la enfática luz que entraba por la ventana, la luz de Buenos Aires.







A eso de las cuatro fui hasta la esquina y compré un kilo de café. En la panadería, el patrón me reconoció, me saludó con estruendosa cordialidad y me informó que desde hacia mucho tiempo -seis meses por lo menos- yo no lo honraba con mis compras. Después de estas amabilidades le pedí, tímido y resignado, medio kilo de pan. Me preguntó, como siempre:
-¿Tostado o blanco?
Le contesté, como siempre:
-Blanco.


Volví a casa. Era un día claro como un cristal y muy frío.
Mientras preparaba el café pensé en Paulina. Hacia el fin de la tarde solíamos tomar una taza de café negro.
Como en un sueño pasé de una afable y ecuánime indiferencia a la emoción, a la locura, que me produjo la aparición de Paulina. Al verla caí de rodillas, hundí la cara entre sus manos y lloré por primera vez todo el dolor de haberla perdido.
Su llegada ocurrió así: tres golpes resonaron en la puerta; me pregunté quién sería el intruso; pensé que por su culpa se enfriaría el café; abrí, distraídamente.
Luego -ignoro si el tiempo transcurrido fue muy largo o muy breve- Paulina me ordenó que la siguiera. Comprendí que ella estaba corrigiendo, con la persuasión de los hechos, los antiguos errores de nuestra conducta. Me parece (pero además de recaer en los mismos errores, soy infiel a esa tarde) que los corrigió con excesiva determinación . Cuando me pidió que la tomara de la mano ("¡La mano!", me dijo. "¡Ahora!") me abandoné a la dicha. Nos miramos en los ojos y, como dos ríos confluentes, nuestras almas también se unieron. Afuera, sobre el techo, contra las paredes, llovía. Interpreté esa lluvia -que era el mundo entero surgiendo, nuevamente- como una pánica expansión de nuestro amor.


La emoción no me impidió, sin embargo, descubrir que Montero había contaminado la conversación de Paulina. Por momentos, cuando ella hablaba, yo tenía la ingrata impresión de oír a mi rival. Reconocí la característica pesadez de las frases; reconocí las ingenuas y trabajosas tentativas de encontrar el término exacto; reconocí, todavía apuntando vergonzosamente, la inconfundible vulgaridad.
Con un esfuerzo pude sobreponerme. Miré el rostro, la sonrisa, los ojos. Ahí estaba Paulina, intrínseca y perfecta. Ahí no me la habían cambiado.
Entonces, mientras la contemplaba en la mercurial penumbra del espejo, rodeada por el marco de guirnaldas, de coronas y de ángeles negros, me pareció distinta. Fue como si descubriera otra versión de Paulina; como si la viera de un modo nuevo. Di gracias por la separación, que me había interrumpido el hábito de verla, pero que me la devolvía más hermosa.
Paulina dijo:
-Me voy. Julio me espera.


Advertí en su voz una extraña mezcla de menosprecio y de angustia, que me desconcertó. Pensé melancólicamente: Paulina, en otros tiempos, no hubiera traicionado a nadie. Cuando levanté la mirada, se había ido.
Tras un momento de vacilación la llamé. Volví a llamarla, bajé a la entrada, corrí por la calle. No la encontré. De vuelta, sentí frío. Me dije: "Ha refrescado. Fue un simple chaparrón". La calle estaba seca.
Cuando llegué a casa vi que eran las nueve. No tenía ganas de salir a comer; la posibilidad de encontrarme con algún conocido, me acobardaba. Preparé un poco de café. Tomé dos o tres tazas y mordí la punta de un pan.


No sabía siquiera cuándo volveríamos a vernos. Quería hablar con Paulina. Quería pedirle que me aclarara unas dudas (unas dudas que me atormentaban y que ella aclararía sin dificultad). De pronto, mi ingratitud me asustó. El destino me deparaba toda la dicha y yo no estaba contento. Esa tarde era la culminación de nuestras vidas. Paulina lo había comprendido así. Yo mismo lo había comprendido. Por eso casi no hablamos. (Hablar, hacer preguntas hubiera sido, en cierto modo, diferenciarnos.)
Me parecía imposible tener que esperar hasta el día siguiente para ver a Paulina. Con premioso alivio determiné que iría esa misma noche a casa de Montero. Desistí muy pronto; sin hablar antes con Paulina, no podía visitarlos. Resolví buscar a un amigo -Luis Alberto Morgan me pareció el más indicado- y pedirle que me contara cuanto supiera de la vida de Paulina durante mi ausencia.
Luego pensé que lo mejor era acostarme y dormir. Descansado, vería todo con más comprensión. Por otra parte, no estaba dispuesto a que me hablaran frívolamente de Paulina. Al entrar en la cama tuve la impresión de entrar en un cepo (recordé, tal vez, noches de insomnio, en que uno se queda en la cama para no reconocer que está desvelado). Apagué la luz.


No cavilaría más sobre la conducta de Paulina. Sabía demasiado poco para comprender la situación. Ya que no podía hacer un vacío en la mente y dejar de pensar, me refugiaría en el recuerdo de esa tarde.
Seguiría queriendo el rostro de Paulina aun si encontraba en sus actos algo extraño y hostil que me alejaba de ella. El rostro era el de siempre, el puro y maravilloso que me había querido antes de la abominable aparición de Montero. Me dije: Hay una fidelidad en las caras, que las almas quizá no comparten.
¿O todo era un engaño? ¿Yo estaba enamorado de una ciega proyección de mis preferencias y repulsiones? ¿Nunca había conocido a Paulina?
Elegí una imagen de esa tarde -Paulina ante la oscura y tersa profundidad del espejo- y procuré evocarla. Cuando la entreví, tuve una revelación instantánea: dudaba porque me olvidaba de Paulina. Quise consagrarme a la contemplación de su imagen. La fantasía y la memoria son facultades caprichosas: evocaba el pelo despeinado, un pliegue del vestido, la vaga penumbra circundante, pero mi amada se desvanecía.


Muchas imágenes, animadas de inevitable energía, pasaban ante mis ojos cerrados. De pronto hice un descubrimiento. Como en el borde oscuro de un abismo, en un ángulo del espejo, a la derecha de Paulina, apareció el caballito de piedra verde.
La visión, cuando se produjo, no me extrañó; sólo después de unos minutos recordé que la estatuita no estaba en casa. Yo se la había regalado a Paulina hacía dos años.
Me dije que se trataba de una superposición de recuerdos anacrónicos (el más antiguo, del caballito; el más reciente, de Paulina). La cuestión quedaba dilucidada, yo estaba tranquilo y debía dormirme. Formulé entonces una reflexión vergonzosa y, a la luz de lo que averiguaría después, patética. "Si no me duermo pronto", pensé, "mañana estaré demacrado y no le gustaré a Paulina".
Al rato advertí que mi recuerdo de la estatuita en el espejo del dormitorio no era justificable. Nunca la puse en el dormitorio. En casa, la vi únicamente en el otro cuarto (en el estante o en manos de Paulina o en las mías).


Aterrado, quise mirar de nuevo esos recuerdos. El espejo reapareció, rodeado de ángeles y de guirnaldas de madera, con Paulina en el centro y el caballito a la derecha. Yo no estaba seguro de que reflejara la habitación. Tal vez la reflejaba, pero de un modo vago y sumario. En cambio el caballito se encabritaba nítidamente en el estante de la biblioteca. La biblioteca abarcaba todo el fondo y en la oscuridad lateral rondaba un nuevo personaje, que no reconocí en el primer momento. Luego, con escaso interés, noté que ese personaje era yo.
Vi el rostro de Paulina, lo vi entero (no por partes), como proyectado hasta mí por la extrema intensidad de su hermosura y de su tristeza. Desperté llorando.
No sé desde cuándo dormía. Sé que el sueño no fue inventivo. Continuó, insensiblemente, mis imaginaciones y reprodujo con fidelidad las escenas de la tarde.
Miré el reloj. Eran las cinco. Me levantaría temprano y, aun a riesgo de enojar a Paulina, iría a su casa. Esta resolución no mitigó mi angustia.


Me levanté a las siete y media, tomé un largo baño y me vestí despacio.
Ignoraba dónde vivía Paulina. El portero me prestó la guía de teléfonos y la Guía Verde. Ninguna registraba la dirección de Montero. Busqué el nombre de Paulina; tampoco figuraba. Comprobé, asimismo, que en la antigua casa de Montero vivía otra persona. Pensé preguntar la dirección a los padres de Paulina.
No los veía desde hacía mucho tiempo (cuando me enteré del amor de Paulina por Montero, interrumpí el trato con ellos). Ahora, para disculparme, tendría que historiar mis penas. Me faltó el ánimo.
Decidí hablar con Luis Alberto Morgan. Antes de las once no podía presentarme en su casa. Vagué por las calles, sin ver nada, o atendiendo con momentánea aplicación a la forma de una moldura en una pared o al sentido de una palabra oída al azar. Recuerdo que en la plaza Independencia una mujer, con los zapatos en una mano y un libro en la otra, se paseaba descalza por el pasto húmedo.
Morgan me recibió en la cama, abocado a un enorme tazón, que sostenía con ambas manos. Entreví un líquido blancuzco y, flotando, algún pedazo de pan.


-¿Dónde vive Montero? -le pregunté.
Ya había tomado toda la leche. Ahora sacaba del fondo de la taza los pedazos de pan.
-Montero está preso -contestó.
No pude ocultar mi asombro. Morgan continuó:
-¿Cómo? ¿Lo ignoras?
Imaginó, sin duda, que yo ignoraba solamente ese detalle, pero, por gusto de hablar, refirió todo lo ocurrido. Creí perder el conocimiento: caer en un repentino precipicio; ahí también llegaba la voz ceremoniosa, implacable y nítida, que relataba hechos incomprensibles con la monstruosa y persuasiva convicción de que eran familiares.


Morgan me comunicó lo siguiente: Sospechando que Paulina me visitaría, Montero se ocultó en el jardín de casa. La vio salir, la siguió; la interpeló en la calle. Cuando se juntaron curiosos, la subió a un automóvil de alquiler. Anduvieron toda la noche por la Costanera y por los lagos y, a la madrugada, en un hotel del Tigre, la mató de un balazo. Esto no había ocurrido la noche anterior a esa mañana; había ocurrido la noche anterior a mi viaje a Europa; había ocurrido hacía dos años.
En los momentos más terribles de la vida solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades. En ese momento yo le pregunté a Morgan:
-¿Te acuerdas de la última reunión, en casa, antes de mi viaje?
Morgan se acordaba. Continué:
-Cuando notaste que yo estaba preocupado y fuiste a mi dormitorio a buscar a Paulina, ¿qué hacía Montero?
-Nada -contestó Morgan, con cierta vivacidad-. Nada. Sin embargo, ahora lo recuerdo: se miraba en el espejo.


Volvía a casa. Me crucé, en la entrada, con el portero. Afectando indiferencia, le pregunté:
-¿Sabe que murió la señorita Paulina?
-¿Cómo no voy a saberlo? -respondió-. Todos los diarios hablaron del asesinato y yo acabé declarando en la policía.
El hombre me miró inquisitivamente.
-¿Le ocurre algo? -dijo, acercándose mucho-. ¿Quiere que lo acompañe?
Le di las gracias y me escapé hacia arriba. Tengo un vago recuerdo de haber forcejeado con una llave; de haber recogido unas cartas, del otro lado de la puerta; de estar con los ojos cerrados, tendido boca abajo, en la cama.
Después me encontré frente al espejo, pensando: "Lo cierto es que Paulina me visitó anoche. Murió sabiendo que el matrimonio con Montero había sido un equivocación -una equivocación atroz- y que nosotros éramos la verdad. Volvió desde la muerte, para completar su destino, nuestro destino".






Recordé una frase que Paulina escribió, hace años, en un libro: Nuestras almas ya se reunieron. Seguí pensando: "Anoche, por fin. En el momento en que la tomé de la mano". Luego me dije: "Soy indigno de ella: he dudado, he sentido celos. Para quererme vino desde la muerte".
Paulina me había perdonado. Nunca nos habíamos querido tanto. Nunca estuvimos tan cerca.
Yo me debatía en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste, cuando me pregunté -mejor dicho, cuando mi cerebro, llevado por el simple hábito de proponer alternativas, se preguntó- si no habría otra explicación para la visita de anoche. Entonces, como una fulminación, me alcanzó la verdad.
Quisiera descubrir ahora que me equivoco de nuevo. Por desgracia, como siempre ocurre cuando surge la verdad, mi horrible explicación aclara los hechos que parecían misteriosos. Éstos, por su parte, la confirman.
Nuestro pobre amor no arrancó de la tumba a Paulina. No hubo fantasma de Paulina. Yo abracé un monstruoso fantasma de los celos de mi rival.


La clave de lo ocurrido está oculta en la visita que me hizo Paulina en la víspera de mi viaje. Montero la siguió y la esperó en el jardín. La riñó toda la noche y, porque no creyó en sus explicaciones -¿cómo ese hombre entendería la pureza de Paulina?- la mató a la madrugada.
Lo imaginé en su cárcel, cavilando sobre esa visita, representándosela con la cruel obstinación de los celos.
La imagen que entró en casa, lo que después ocurrió allí, fue una proyección de la horrenda fantasía de Montero. No lo descubrí entonces, porque estaba tan conmovido y tan feliz, que sólo tenía voluntad para obedecer a Paulina. Sin embargo, los indicios no faltaron. Por ejemplo, la lluvia. Durante la visita de la verdadera Paulina -en la víspera de mi viaje- no oí la lluvia. Montero, que estaba en el jardín, la sintió directamente sobre su cuerpo. Al imaginarnos, creyó que la habíamos oído. Por eso anoche oí llover. Después me encontré con que la calle estaba seca.


Otro indicio es la estatuita. Un solo día la tuve en casa: el día del recibo. Para Montero quedó como un símbolo del lugar. Por eso apareció anoche.
No me reconocí en el espejo, porque Montero no me imaginó claramente. Tampoco imaginó con precisión el dormitorio. Ni siquiera conoció a Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Además, hablaba como él.
Urdir esta fantasía es el tormento de Montero. El mío es más real. Es la convicción de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la convicción de que nunca fui su amor.







Es la convicción de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que sólo he conocido indirectamente. Es la convicción de que al tomarla de la mano -en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas- obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces.



*     *     *


Como siempre dejo notas y enlaces al final. Espero les haya gustado a los lectores de literatura fantástica y a los que se inician.

Les habrá pasado de pensar en esos amores que trascienden, que van más allá de nuestros límites de comprensión.

Quizá creyeron como yo, que en esta historia «el amor» volvía para reparar, y se habrán sorprendido con el giro inesperado que toma el relato en el último párrafo. 

Admiro la habilidad, la inagotable fantasía para decir de Adolfo Bioy Casares —entre otras cosas que irán descubriendo—, que el pensamiento, obediente a los sentimientos, resuelve en tal sentido,... en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste.
Pero siempre hay otra explicación posible... Entonces, como una fulminación, me alcanzó la verdad.

La verdad de alguien que deja de ser el amor de los sueños, real o imaginado.
¿El fantasma de Paulina o la proyección de los celos de su rival?
¿Qué es lo real en este cuento fantástico? 
La que cada uno de los lectores acepte enfrentar del Otro, sin lugar a dudas tiene varias significaciones.

Entrar en este juego es una agradable propuesta de lectura activa, espero que disfruten de esta trama y de su excelente solidez constructiva.

C. G.  



Mis notas, lecturas, links y sitios de interés para visitar:


- La trama celeste, Adolfo Bioy Casares: los seis relatos que lo componen —escritos entre 1944 y 1948— nos muestran una vez más la inagotable fantasía de Adolfo Bioy Casares: los juegos de apariencia y realidad, espaciales y temporales, audaces variaciones de sorprendente originalidad.

«En memoria de Paulina» tiene por argumento la encarnación de una fantasía convertida en destructora obsesión; «De los reyes futuros» toma como motivo las imprevisibles consecuencias de los experimentos de un naturalista. La posibilidad de la existencia de varios mundos paralelos, una ancestral leyenda celta y un intento de vencer al tiempo enmarcado en una investigación casi policial dan origen a «El ídolo», «La trama celeste», y «El perjurio de la nieve»; y «El otro laberinto» revela el amor de Bioy «por esa delicada Cenicienta, la belleza menos fácil, la simple». 


- Análisis de Cynthia Duncan, University of Tennessee:
  http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/6450/2/91922629P337.pdf


- Perspectivas y espacios del engaño en este cuento, Universidad de Navarra:
http://www.academia.edu/2009455/Perspectivas_y_espacios_del_enga%C3%B1o_en_un_cuento_de_Bioy_Casares


 - Los personajes femeninos en la narrativa de adolfo Bioy Casares, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filología:
 http://eprints.ucm.es/4506/1/ucm-t25437.pdf


-  Adolfo Bioy Casares, biografía, obras. Instituto Cervantes:
http://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/cairo_adolfo_bioy_casares.htm 


Adolfo Bioy Casares
 




lunes, 21 de diciembre de 2015

Alberto Manguel, escritor, traductor y editor, nuevo director de la Biblioteca Nacional


Literatura y actualidad

Alberto Manguel vive entre libros

 [Buenos Aires, 1948]

Será el nuevo Director de la Biblioteca Nacional 

Buenos Aires, Argentina

 

Alberto Manguel

El escritor, traductor y editor Alberto Manguel será el nuevo Director de la Biblioteca Nacional


Reemplazará al sociólogo Horacio González, uno de los referentes del grupo de intelectuales kirchneristas de Carta Abierta.

El autor de un libro exquisito que leí hace años y recomiendo, Una historia de la lectura [1996] —guía literaria donde encontrarán libros y lectores de todos los tiempos—, del ensayo imprescindible Con Borges [2004] —magníficamente ilustrado con fotografías de Sara Facio— y de La biblioteca de noche [2007], quien vive fuera de Argentina desde 1974, felizmente aceptó la propuesta del ministro de Cultura, Pablo Avelluto, de hacerse cargo de nuestra Biblioteca Nacional.

«Tiene dos virtudes que rara vez se encuentra en la misma persona: es un eximio escritor y, al mismo tiempo, un gestor cultural experto en el campo de la bibliotecología»,dijo Avelluto.




Alianza Editorial


Alberto Manguel es uno de los intelectuales argentinos con mayor prestigio internacional.

La biblioteca...


La curiosidad y el atractivo que despiertan estos lugares laberínticos que llamamos bibliotecas, y su afán gratamente disparatado de coleccionar libros, ordenar la acumulación cacofónica de volumenes, ha sido parte de la vida de Alberto Manguel.

Quiso ser bibliotecario de joven, su obra nos muestra su amor apasionado por los libros y por esos espacios, míticos en algunos casos, que los han albergado a lo largo de los siglos. 

De niño vivió en Tel Aviv, Israel, donde su padre era embajador de Argentina. De regreso a su país y pasados unos cuantos años, conoció a quien lo inspiraría y marcaría, a Jorge Luis Borges.

En ese entonces trabajaba en una librería de Buenos Aires, Pygmalion, y Borges era su asiduo visitante. Casi ciego a los 58 años, le pidió —como haría con algunos otros privilegiados— que le leyera. Así comenzaron los magníficos encuentros, en el departamento de de la calle Maipú, varias veces a la semana entre 1964 y 1968. También asistió al despacho de la Biblioteca de la calle México, con el grupo de estudio de anglosajón —Borges desempeñó el cargo de Director de la Biblioteca Nacional desde 1955 a 1973.

Sus estudios secundarios los hizo en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en cuanto a los universitarios, curso un año en la facultad de Filosofía y Letras —abandonados por considerarlos aburridos.

Trabajó en la editorial Galerna en Argentina y como lector para varias editoriales europeas  [Gallimard, Les Lettres Nouvelles, Calder & Boyards, etc.] y en Les Editions du Pacifique de Tahiti.

En Argentina escribió para el diario La Nación y en Toronto, Canadá para el Globe & Mail; en Londres en The Times Literary Supplement y en Estados Unidos en New York Times y The Washington Post; en Australia en The Sydney Morning Herald y en Australian Review of Books; en Estocolmo en Svenska Dagbladet.

Además escribió reseñas de libros y de obras de teatro para la Canadian Broadcasting Corporation.
Le gusta, disfruta del acto de escribir, «el escritor es un testigo involuntario y necesario de su tiempo».
También rescata la tarea del traductor, quien «debe leer una obra hasta las raíces, desmontarla y luego reconstruirla con otros materiales y en otras tierras».

Muchas veces premiado: en 1971 con el premio del diario argentino La Nación, por una colección de cuentos. En 1992 el Premio McKitterick [de la Sociedad de Autores del Reino Unido] por su primera novela News from a Foreign Country Came / Noticias del extranjero. En 1996 y 2004, en Francia, Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. Por Una historia de la lectura, el Premio Medicis en 1998.

En Poitou-Charentes, Francia, compró y renovó una granja medieval con Craig Stevenson, y allí instaló su famosa biblioteca de más de 40.000 volúmenes.

En cuanto a su actividad docente, fue y es profesor visitante en diversas universidades y ha dado numerosas conferencias en instituciones culturales y centros docentes superiores.

En 2011, se publicó en castellano su libro Conversaciones con un amigo, lo recomiendo especialmente porque a través de una serie de animadas charlas con el editor francés Claude Rouquet, Manguel cuenta experiencias de su vida, viajes e infancia, habla del racismo, de la religión, la política y, sobre todo, de la literatura. Es que su vida se funde entre libros.

 «Ya no sabia donde estaba mi casa y me veia obligado a encontrarla en los libros».


Un gran lector 


 En sus escritos nos revela el placer de la aventura que siente cuando se pierde entre estantes atestados de libros.
  Lugares en donde hallas consolación, conocimiento, caminos...


Se definió a sí mismo como un lector apasionado, medianamente inteligente, con opiniones fuertes no siempre justas, exigente, caprichoso.

Al contar sobre sus lecturas preferidas algo que dice nos define no solo como lectoreselige y persiste con: Alicia en el País de las Maravillas, La Divina Comedia, El Quijote, Ficciones, El Libro de la almohada de Sei Shonagon, los poemas de San Juan de la Cruz, Jaime Gil de Biedma, Blas de Otero, Alejandra Pizarnik, Richard Wilbur, Ilse Aichinger,... Libros que son como viejos amigos, que se van renovando en sí mismos cuando descubre esa frase que había pasado desapercibida en lecturas previas, o nuevos y valiosos significados. Además estos «viejos amigos» tienen el plus de poder leerlos con la tranquilidad, la calma de lo conocido.

«Toda lectura es válida», se apura a responder cuando la pregunta ineludible aparece: ¿Cree que los nuevos dispositivos de lectura reemplazarán al libro en papel?

Somos animales lectores: leemos en tabletas electrónicas o de arcilla, en rollos de papiro o rollos en la pantalla, en páginas impresas o manuscritas o virtuales.

 

Biblioteca Nacional


Aceptar este cargo de director de la Biblioteca Nacional va más allá del mismo, significa «recuperar mi país, durante décadas habitado por fantasmas», dijo Manguel desde Nueva York, donde dicta un semestre sobre Borges en las universidades de Princeton y Columbia.

Sobre su próxima tarea, habló de los buenos proyectos de la gestión anterior para continuar y de la prioridad de digitalizar el patrimonio. Defiende una Biblioteca conectada con otras tareas culturales del país, ampliar la red de bibliotecas trabajando hacia la eliminación del analfabetismo, con tareas asociadas al Ministerio de Educación. Acercar los libros a los lectores en la forma digital será uno de sus retos.

La Biblioteca debe saber ser muchas cosas sin olvidar que es la memoria de la identidad de sus lectores.


 Otra de las tareas será la articulación con la antigua sede de la calle México, convertida hace pocas semanas en el Anexo Borges-Groussac y los homenajes por los 30 años de la muerte de Borges, que se celebrarán en 2016.

Tendremos el honor de tener al gran erudito de la historia del libro y la lectura, Alberto Manguel entre nosotros, al frente de una institución tan valiosa como simbólica, agradecemos al gobierno que lo convoca y a él por aceptar. 

Al margen de su retorno a Argentina para ocupar este cargo, recordemos que abrirá la Feria del Libro de Buenos Aires 2016 con una conferencia, ¡una oportunidad para ir a conocerlo y disfrutarlo!
Personalmente, disfruto mucho de sus artículos en el diario El País, algunos de los cuales encontrarán al final de esta nota.


Me despido con sus palabras:

Todo lo que soy y lo que he escrito en mi vida empieza en Buenos Aires, en las librerías de la calle Corrientes y en Pygmalion, en ese encuentro con Borges y en sus clases, también en la querida Biblioteca del Maestro.


C. G. 




Mis notas, lecturas, links, sitios y artículos de interés


- Biblioteca Nacional: Dirección: Agüero 2502, 1425 Buenos Aires. Teléfono:011 4808-6000
http://www.bn.gov.ar/


- Alberto Manguel homepage:
http://www.alberto.manguel.com/


- Artículos escritos por Alberto Manguel en El País
  •  16 autores británicos que devorar: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/11/19/babelia/1447936511_552625.html
  • Literatura, política y periodismo: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/08/actualidad/1444324948_463987.html
  • Tres reales vidas imaginarias; San Juan de la Cruz, Friedrich Hölderlin y Fernando Pessoa son los elegidos: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/02/babelia/1443781957_428987.html
  • La pasión del lector implacable; ensayos literarios de Giorgio Manganelli. De Dumas a Joyce: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/19/babelia/1439981174_454515.html
  • Cinco pistas sobre... Bioy Casares: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/16/babelia/1410887199_758992.html


viernes, 18 de diciembre de 2015

Reza Aslan, un escritor y la actualidad


Las personas son violentas o pacíficas, no las religiones.
Literatura y actualidad

¿El Islam promueve violencia?

 Reza Aslan,  

especialista en historia de las religiones, responde




El autor y académico de renombre internacional en una entrevista imperdible con CNN.
Iraní-estadounidense, autor del polémico y fascinante libro, El Zelote* [2014], aquí está Reza Aslan [Teherán, Irán, 1972], veamos:



 


El escritor e historiador de 43 años, erudito en religiones, aceptó esta entrevista a partir de la controversia que generaron los dichos sobre el Islam del comediante y presentador estadounidense Bill Maher [Nueva York, 1956] en su famoso programa Real Time.
Controversia y falta de entendimiento, o simplemente desconocimiento, que se suma al de muchos otros.

Entrevista [editada]:

«El presidente Obama insiste en que el Isis no es islámico», había dicho Bill Maher en su programa, «bueno quizá no practican la fe musulmana de la misma forma, pero sí muchos musulmanes alrededor del mundo creen que las personas deben morir por pensar diferente, dibujar una caricatura o escribir un libro,... no solo tienen algo en común el mundo musulmán con el ISIS, tiene mucho en común».


Real Time with Bill Maher



Y así continuó hablando por varios minutos más... de la circuncisión de las mujeres y de como no se respetan los derechos de los gays.
Ante la pregunta de los dos periodistas de CNN a Reza Aslan, él aclara que le cae bien el comediante Bill Maher y que varias veces inclusive estuvo en su show, pero que su manera de pensar respecto a la religión no es muy sofisticada:
«El argumento de que la mutilación de los genitales femeninos es un problema del Islam es un ejemplo perfecto de su falta de conocimiento».

«La mutilación de los genitales femeninos no es un problema del Islam, es un problema de África».

«Lo que Bill Maher dice es empíricamente y objetivamente incorreco», continúa Reza Aslan, «es un problema de África Central, en Eritrea, allí casi el 90 % de las mujeres han sufrido mutilación genital, y es un país cristiano.  



El pueblo eritreo es uno de los más perseguidos y hambreados de su país.
 Violado y torturado en el Sinaí.
Detenidos arbitrariamente en Israel.
Ahogado en el Mediterráneo.

El pueblo más triste del mundo.


Eritrea, uno de los países más atrasados del mundo.
Los eritreos representan un tercio de los inmigrantes clandestinos que llegan a Italia.




«En Etiopía sucede lo mismo en un 75 %, y también es un país cristiano. ¿Podría decirse que la mutilación es un problema solo en paises musulmanes?,... El peligro de una argumentación simplista.

Por ejemplo "las mujeres son maltratadas en los países musulmanes". Y eso es verdad, sucede en muchos países de mayoría musulmán, como Irán y Arabia Saudita».

«¿Sabías que los musulmanes han elegido siete mujeres como presidente? ¿Cuántas mujeres presidente hemos tenido en EE. UU.?».

El periodista le responde que en su mayor parte no son sociedades libres y emancipadas para las mujeres.

«No en Irán», se apura a responder Reza Aslan, «ni en Arabia Saudita, ciertamente lo es en Indonesia, Malasia, Bangladesh, Turquía. El problema es que hablas de la religión de más de 1,5 billones de personas, y ciertamente es muy fácil generalizar y decir por ejemplo, "bueno, en Arabia Saudita no pueden manejar y por lo tanto eso representa al Islam...».

La periodista algo desconcertada o... ¿enojada?, le aclara: «Creo que el punto de Bill Maher es que ellos no son extremistas, siempre hablamos de fanáticos...Deberíamos hablar de los extremistas y preguntarnos por qué los musulmanes no hacen algo con ellos.
En Arabia Saudita las mujeres no pueden votar ni manejar, ¿por qué no hablamos de lo que sucede cotidianamente en esos países? Ellos no son extremistas...».

«¿Por qué?», reacciona indignado Reza Aslan, y les explica lo que es ser extremista en un lugar u otro:

«Arabia Saudita debe ser el país musulmán más extremista del mundo. Durante el mes que hemos hablado de ISIS y sus terribles acciones en Iraq y Siria, Arabia Saudita, nuestro aliado, ha decapitado a 19 personas. A nadie parece importarle eso porque Arabia Saudita preserva nuestros intereses. El problema es que no conversamos de una forma legítima. No estamos hablando de las mujeres en el mundo musulmán».


«Usamos dos o tres ejemplos para justificar una generalización, esa es la definición de intolerancia».


 «Me parece justo», dice el periodista de CNN, «veamos lo que dijo Benjamin Netanyahu:

"Respecto a sus objetivos, Hamás es ISIS, e ISIS es Hamás. Y lo que ellos tienen en común todos los combatientes musulmanes también lo tienen"». «Reza, esta es la pregunta:

 ¿el Islam promueve la violencia?»


«El Islam no promueve la violencia ni la paz. Es solo una religión, y como cualquier religión del mundo depende de lo que tú hagas. Si eres violento, tu Islam, tu cristianismo, tu judaísmo tu hinduismo será violento. Hay monjes budistas en Myanmar masacrando a mujeres y niños. ¿El budismo promueve la violencia? Por supuesto que no. Las personas son violentas o pacíficas. Eso depende de su política, su sociedad, la forma en que ven a su comunidad. La manera en que se ven a sí mismos».

«¿No crees que el sistema judicial en países musulmanes es más primitivo y subyuga a las mujeres más que en otros países?», pregunta la periodista aseverando.

«¿Te escuchaste? dijiste "países musulmanes"», responde Reza impaciente: «Te acabo de decir que en Indonesia las mujeres son cien por ciento iguales a los hombres. En Turquía han tenido más representantes femeninas, más Presidentas que las que hemos tenido en EE. UU., ¡Deja de decir "países musulmanes"!».

«Las mujeres están siendo apedreadas», insiste la periodista.

«Y ese es un problema de Pakistan», explica Reza, «tienes razón».

«Quiero aclarar tu punto porque pensé que decías lo mismo que Bill Maher», pregunta la periodista: «¿Tu punto es que los países musulmanes no tienen la culpa?», continúa, «¿No hay nada en particular, nada en común en esos países que puedas generalizar? ¿No hay nada en su sistema judicial, como el apedreamiento y la mutilación genital,... que sea diferente a los países occidentales?».

Responde Reza: «Apedrear, la mutilicación genital femenina y esas prácticas salvajes deben ser repudiadas por todos. Las acciones de individuos y sociedades como Pakistan, Irán y Arabia Saudita deben ser repudiadas porque no pertenecen al siglo XXI. Pero, ¿hablar de "países musulmanes" como si Pakistán y Turquía fueran iguales? ¿Como si Indonesia y Arabia Saudita fueran iguales? como si lo que sucede en las formas más extremistas de esos países represivos representase la realidad de todos los países musulmanes... Francamente es, y uso esta palabra con seriedad, estúpido. Así que dejemos de hacer eso».

«OK», dice el periodista, «escuchemos nuevamente a Benjamin Netanyahu: "Nuestras esperanzas y las esperanzas de un mundo de paz están en peligro. Porque a donde miremos, los militantes del Islam están en marcha. No son simples militantes, no es el Islam, es el Islam beligerante. Generalmente sus víctimas son otros musulmanes,... pero no perdonan a nadie"».

 «Hace una clara distinción, dice que es el Islam militante, ¿está en lo correcto en su distinción?», pregunta el periodista.

«Está en lo cierto en decir que el Islam militante es un problema. Es absolutamente incorrecto decir que el ISIS es igual a Hamás. Eso es ridículo y nadie lo toma en serio cuando dice cosas así, y francamente es por qué bajo su mandato Israel se ha aislado del resto de la comunidad global. Ese tipo de declaraciones son ilógicas, irracionales y claramente propagandistas. Luego habló de los Nazis, que se ha convertido en su muletilla cuando habla del ISIS o Hamás. Creo que este tipo de simplificaciones son peligrosas... Hay un problema muy real, ISIS es un problema, Al Qaeda es un problema. Hay que lidiar con los grupos islámicos militantes como Hamás, Hezbola, Taliban. Pero no ayuda si en vez de tener conversaciones racionales y dar críticas racionales a una religión en particular, facilmente caemos en intolerancia al hacer generalizaciones. Tal como ha sucedido en esta conversación», concluyó Aslan.

«Solo estábamos haciendo las preguntas. Gracias Reza. Apreciamos tu punto de vista», concluyen y se despiden los periodistas.






*     *     *


¿Qué deja esta lectura? ¿que me deja a mí?

 «Las personas son violentas o pacíficas, no las religiones», decía Reza Aslan en esta estrevista.

Reza Aslan es alguien que para escribir sobre nada menos que Jesús, supo mirar a través de la lente de la época que le tocó vivir, así tuvo ante sí al hombre apasionado en sus convicciones. Aslan encontró otra perspectiva, una sobre la naturaleza del ser humano. Se ocupó de la vida de Jesús de Nazaret y de su misión en su contexto.

En la entrevista que acabamos de escuchar vemos como destruye algunos de los tantos mitos, nos ayuda a entender que para hablar de ciertos temas no hay nada mejor que leerlos en la profundidad de nuestras capacidades y elaborar nuestras propias deducciones con una concepción holística.

Es evidente que entre «monjes budistas de Myanmar y la matanza de niños por parte de esos monjes, que no eran musulmanes sino budistas» —disculpen lo reiterativo del concepto— y que «los países africanos donde se practica el islam y le mutilan los genitales a las mujeres no son países musulmanes sino que se trata de Eritrea y Ethiopia, dos naciones de mayoría cristiana», estamos ante un gran desconocimiento o... informaciones erróneas vertidas adrede.

Los derechos de las mujeres y los niños, el nivel de violencia que con ellos se practica, la pobreza que mata a millones son temas que van más allá de las religiones.
Termino con las palabras de Reza Aslan:

«No es un problema de religión, sino de lo que cada uno hace con esa religión y cómo la usa.
Las personas son violentas o pacíficas. Eso depende de su política, su sociedad, la forma en que ven a su comunidad. La manera en que se ven a sí mismos».


C. G.



Mis notas, fuentes, sitios de interés


- Página oficial de Reza Aslan:
 http://rezaaslan.com/


Reza Aslan



- Video: El video, de octubre pasado, se viralizó en estos días tras el debate generado por el ataque de extremistas islámicos...
http://www.lavoz.com.ar/mundo/video-un-especialista-derribo-mitos-sobre-el-islam-en-entrevista-de-la-cnn


- Real Time, with Bill Maher, Blog:
http://www.real-time-with-bill-maher-blog.com/


 - Reza Aslan, especialista en historia de las religiones: ha publicado un libro sobre la vida de Jesús: Zealot: The Life and Times of Jesus of Nazareth / Zealot : la vida y época de Jesús de Nazareth. «Soy un profesor universitario especialista en religiones que tiene cuatro doctorados, uno de ellos sobre el Nuevo Testamento, que lee perfectamente el griego bíblico y que ha estudiado los orígenes del cristianismo durante dos décadas. Y que, sí, también soy musulmán. Pero no soy un musulmán que escribe sobre Jesús, he hecho un doctorado sobre este tema».
 http://periodistas-es.com/reza-aslan-especialista-en-historia-de-las-religiones-13612








- Reza Aslan: is an Iranian-American writer, scholar of religions, and professor of creative writing at the University of California, Riverside. His educational background is in religious studies and the history of religion, and includes a PhD in Sociology from the University of California, Santa Barbara. He has written two books on religion: No god but God: The Origins, Evolutions, and Future of Islam and  Zealot: The Life and Times of Jesus of Nazareth. Aslan is a member of the American Academy of Religion.


- El Zelote [2014], Reza Aslan: « Confrontando al Jesús de los Evangelios con las fuentes históricas, Aslan describe a un hombre lleno de convicciones y pasión, y a la vez plagado de contradicciones. El zelote es una biografía fascinante, provocativa y meticulosamente documentada que trae una nueva perspectiva sobre la naturaleza, la vida y la misión de Jesús de Nazaret».
 https://itunes.apple.com/mx/book/el-zelote/id838151517?mt=11
 



lunes, 7 de diciembre de 2015

«Saltaré sobre el fuego», Wislawa Szymborska

La vida es un lugar bastante raro en el que de vez en cuando,
con una frecuencia razonable, suceden cosas significativas.

Saltaré sobre el fuego

[2015]

Wislawa Szymborska

 [Kómik, Polonia, 1923-2012, Cracovia, Polonia]

Premio Nobel de Literatura 1996

 

Ilustraciones: Rilke de la Rubia. Traducciones: Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Nørdica Libros, 2015.

Nada dos veces

 [Llamando al Yeti, 1957]


Nada ocurre dos veces
y nunca ocurrirá.
Nacimos sin experiencia, 
moriremos sin rutina.



Ilustrador: Kike de la Rubia [Madrid, 1980]



Aunque fuéramos los alumnos
más torpes en la escuela del mundo,
nunca más repasaremos
ningún verano ni invierno.
 
Ningún día se repite,
no hay dos noches iguales,
dos besos que dieran lo mismo,
dos miradas en los mismos ojos.
 
Ayer alguien pronunciaba
tu nombre en mi presencia,
como si de repente cayera
una rosa por la ventana abierta.
Hoy, cuando estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Es flor? ¿O tal vez piedra?
 
¿Y por qué tú, mala hora,
te enredas en un miedo inútil?
Eres, pues estás pasando,
pasarás —es bello esto.
 
Sonrientes, abrazados,
intentemos encontrarnos,
aunque seamos distintos
como dos gotas de agua.




«La vida es un lugar bastante raro en el que de vez en cuando, con una frecuencia razonable, suceden cosas significativas. Hay personas que nacen con una habilidad especial para detectar esas situaciones, generalmente cotidianas, y extraer de ellas el símbolo preciso, la lectura más o menos universal y trascendente, las famosas correspondencias». Dice Juan Marqués, Madrid 30 de marzo 2015, en el prólogo de Saltaré sobre el fuego, Wislawa Szymborska.

Publicado en 2015 por la editorial Nórdica, esta antología está compuesta por treinta y cuatro poemas e ilustraciones de Kike de la Rubia [Madrid, 1980], quien se inspiró en un documental que vio sobre los últimos días de la vida de la poeta polaca, en el que «aparecía íntima, risueña, con este sentido del humor que hace de ella un personaje especial, ligero y profundo a la vez». Una visión poética admirable.


Una poesía en apariencia sencilla y coloquial pero enormemente compleja en su elaboración y en la forma de tratar los temas esenciales para el ser humano: la vida, el amor, la muerte, la historia.
  




Wistawa Szymborska


Cuando en 1996 Wislawa Szymborska recibió el premio Nobel Nobel de Literatura, muchos descubrimos a una poeta que muy pocos conocían fuera de Polonia, «reacia a las entrevistas ya que  consideraba que confesarse públicamente equivalía a perder el alma».

Wislawa Szymborska, poeta, traductora de poesía y periodista, nació el 2 de julio de 1923 en Bnin, cerca de Poznań.



Birth house of Noblist Prize Wislawa Szymborska



En 1931 su familia se trasladó a Cracovia. Allí cursará sus estudios y vivirá hasta su muerte. No pudo terminar la carrera de Lengua y Literatura Polaca y Sociología por problemas económicos.

Comenzó a publicar poesía en sus años universitarios en periódicos y revistas.

 Su primer poema publicado fue Busco la palabra: «... Tomo las palabras corrientes... Esta palabra debe ser como un volcán, que pegue, arrastre y derribe». Fue en el suplemento literario del diario Dziennik Polski en marzo de 1945, donde trabajó como secretaria e ilustradora.

En 1953 entró a trabajar en la revista Vida Literaria, donde tuvo una columna de crítica.


Wislawa Szymborska in the offices of Zycie Literackie [Literary Life]
January 1961.


Su primer poemario apareció recién en 1952, los anteriores no habían pasado la censura. Años más tarde, rechazaría sus dos primeros libros publicados, por estar demasiado apegados al realismo socialista. 

Se distancia del Partido Comunista Obrero Unificado Polaco y hasta adopta una postura crítica.
En 1957 comienza a tener contacto con disidentes, entabla amistad con Jerzy Giedroyc [Bielorrusia, 1906-2000, Francia] y colabora en su revista Kultura que se publica en París.



Jerzy Giedroyc



Traductora de obras literarias del francés, perteneció a la Unión de Escritores y la Asociación de Escritores, y obtuvo numerosos honores y premios:
  • 1954, Premio Ciudad de Cracovia de Literatura.
  • 1963, Premio del Ministerio de Cultura de Polonia.
  • 1991, Premio Goethe. 
  • 1995, Premio Herder.
  • 1995, Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznań.
  • 1996, Premio del PEN Club de Polonia.
  • 1996, Premio Nobel de Literatura.

Podemos vincularla desde un punto de vista generacional, geográfico y de presitigio con los escritores Zbigniew Herbert [Ucrania, 1924-1998, Polonia], famoso mundialmente por su ensayo Un bárbaro en el jardín [1961] y Czeslaw Milosz [Lituania, 1911-2004, Cracovia], también Premio Nobel de Literatura [1980], a quien admiró desde muy joven.

Su tercer libro de poemas Llamada a Yeti [1957] despertó gran entusiasmo entre críticos y lectores. Su publicación coincidió con la aparición de otros representantes de la generación de 1956. 

Polonia se destacó por generar un grupo de poetas que la hicieron imprescindible en el mapa de la poesía del siglo XX. Una sola generación de la poesía polaca reunió a cuatro gigantes: Wislawa Szymborska, Czeslaw Milosz, Zbigniew Herbert y Tadeusz Rózewicz, a los que habría que sumar al más joven Adam Zagajewski.
Otros libros de poemas de Szymborska: Gran número [1976], Gente en el puente [1986], Fin y principio [1993], En el puente [1992], De la muerte sin exagerar [1996], No sé qué gente [1997], título que dio a su discurso cuando recibió el Premio Nobel de Literatura

La delicadeza de su palabra, su lenguaje con la justa vibración emocional e intelectual, sus observaciones e imágenes muchas veces del mundo de la biología, un tono lírico nada ampuloso, usando la ironía a tal fin, nos hará disfrutar de cada poema sin esfuerzo.

Es evidente la elaboración prolija y meticulosa que hubo detrás, pero no le quita para nada espontáneidad, al contrario. Cuando comenzamos a leer uno de sus poemas, reconociendo algún giro coloquial o figura conocida o presentimos una lectura anterior [era dueña de una abrumadora cultura], admiramos de qué manera lo tiñe con un color nuevo, usando su humor lingüístico para servirnos un plato diferente, inteligente, vital.

Nos encontramos en definitiva con cuestiones, inquietudes,... de un ser sensible, pensante y comprometido.
Este poema elegido, elegante y rítmico, «Nada dos veces», tuvo muchísimo éxito en Polonia y en el mundo.

Recomiendo leer sus poemas y conocer su biografía a través del excelente libro Trastos, recuerdos, de Anna Bikont y Joanna Szczesna.

Wislawa Szymborska fue un magnífico ejemplo de alguien que elige la poesía para tener una actitud ante la vida, vigilante, curiosa, enriquecida. Así la enfrentó, incluso en los duros momentos que enmarcaron su época, sin perder su sonrisa sabia.

Influenció en los escritores polacos que la precedieron, observamos una línea nítidamente «szymborskiana» en el humor amable de Eugeniusz Tkaczyn-Dycki [1962]:

Un amigo es alguien que después de años / de no verlo llega a tu casa / con un paquete de cinco o seis / libros.

Me despido con otro de sus poemas que tiene mucho que ver con la convivencia, deseando hayan disfrutado de la lectura de Wislawa y lo sigan haciendo, sabiendo que quizá dirán... que esto no es la vida. / 

Bueno, es que aquí... Aquí rigen otras leyes, negro sobre blanco. / Un abrir y cerrar de ojos durará tanto como se desee, / permitirá ser dividido en pequeñas eternidades, / llenas de balas detenidas en el vuelo.

Encuentro inesperado

 [Sal, 1962]

 

Somos muy amables el uno con el otro,
decimos que es bonito encontrarse después de tantos años.



Ilustrador: Kike de la Rubia [Madrid, 1980]

Nuestros tigres beben leche.
Nuestros azores van a pie.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan ante una jaula vacía.

Nuestras víboras se han sacudido los relampágos, 
los monos la inspiración, los pavos reales las plumas.
¡Cuánto hace que dejaron nuestro pelo los murciélagos!

Callamos sin terminar la frase,
sonriendo sin remedio.
Nuestras personas
no saben cómo hablarse.



C. G.



Mis notas, lecturas, links, sitios de interés


Saltaré sobre el fuego, Wislawa Szymborska:
http://www.nordicalibros.com/upload/26887e644bce44e947069e8808632ef5.pdf


- UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], Poesía moderna, Poesía polaca:
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=74&limitstart=6


- Trastos, recuerdos, Anna Bikont y Joanna Szczesna, El País: excelente biografía de Wislawa Szymborska y excelente artículo de José Andrés Rojo:

 «Convivían juntas muchas personas diferentes al azar, condenadas a la permanente e irritante relación de intimidad, rozándose constantemente en el estrecho pasillo. Cada uno con su propia y terrible historia debida a la ocupación, con miedo de no tener bastante fuerza para empezar de nuevo y desesperados por lograr devolver a esta vida algún sentido». Joanna Ronikier [Varsovia, Polonia, 1934], hablando de la llamada Casa de los Escritores donde se alojaban un montón de jóvenes que se dedican a la literatura. Cracovia, Polonia, años de posguerra.
 
Wislawa vivió una época no tan lejana, difícil. Vio como, poco a poco, una ideología de intolerancia institucionalizada tendía sus redes, se sentaban las bases psicológicas para la imposición de una manera fanática de pensar... en cuanto surgía una crítica, disparaban una voraz mordida que devoraba los argumentos del contrario hasta liquidarlos. Creían tan ciegamente, que tenían incorporado el diagnóstico sobre el enemigo al que miraban con un patético desdén. Una feroz propaganda que dividía el mundo en buenos y malos.

 http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/30/actualidad/1430415802_952833.html


- «La polonia rota», El País
Wislawa Szymborska se casó en 1948, vivió en aquella legendaria casa con su marido, Adam Wlodek [Cracovia, Polonia, 1922-1986, ídem], y tuvo también que levantar vuelo sobre la marcha, salir del fango, empezar como sea, de la manera que fuera, buscando complicidades, inventándose las ganas de vivir en medio de la nada.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/16/babelia/1437066584_632507.html


- Poesía a contragolpe: antología de poesía polaca contemporánea [autores nacidos entre 1960 y 1980], Universidad de Zaragosa. Selección y traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Farré.

Esta antología pretende mostrar de la forma más amplia posible el presente más inmediato de la poesía en lengua polaca. Nos ofrece la posibilidad de familiarizarnos con la poesía que se publica en la Polonia de finales del siglo XX y principios del XXI.
La obra de sesenta y un poetas nacidos en el período en cuestión es una importantísima muestra de toda la poesía de ese momento. Las características de cada autor, más allá del número de obras que cada uno de los poetas hubiera publicado, en la selección de ocho poemas en cada caso.


- Kike de la Rubia:la visión poética.
 http://www.kikedelarubia.es/