lunes, 31 de julio de 2017

Alejandra Pizarnik y la noche, poemas

Alejandra Pizarnik

y la noche, 

noche abierta, noche presencia




ahora
        en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

[De «Árbol de Diana, 1962]


Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.
[«Linterna sorda», 
Extracción de la piedra de la locura, 1968]






Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me                                                   quisiera,
me cubre la conciencia con sus                                                     estrellas.


      





Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con los recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas 
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira 
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.

«La noche», Las aventuras perdidas, 1958


     Alejandra Pizarnik, pájaro o jaula, niña y mujer, animal herido, una poeta que cala hondo. Y es durante la noche que no podemos dejar de pensar en ella, de evocarla... Noche que te vas / dame la mano.

Su noche se nos hace nuestra... Noche abierta. Noche presencia.

Alejandra nos deslumbra... La noche se astilló en estrellas / mirándome alucinada.

E inquieta con sus búsquedas... ¡Pudiera ser tan feliz esta noche! / Aún quedan ensueños rezagados. / ¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces!

Se inclina ante sus admirados poetas... Del otro lado de la noche / la espera su nombre / su subrepticio anhelo de vivir, / ¡del otro lado de la noche! [A Emily Dickinson].

Descubre sus carencias... El viento muere en mi herida. / La noche mendiga mi sangre.

Y sus miedos y tristezas... ¿Cómo no me extraigo las venas / y hago con ellas una escala / para huir al otro lado de la noche?... Qué haré con el miedo.

Parte en busca de una infancia perdida... En la medianoche / vienen los vigías infantiles.

Y parte al amor... en la otra orilla de la noche / el amor es posible / —llévame.

Y a la pasión... una flor / no lejos de la noche / mi cuerpo mudo / se abre / a la delicada urgencia del rocío.

Su vida que se escurre... Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi vida.

La noche que despierta a la poeta... Dibujo en mis ojos la forma de mis ojos, nado en mis aguas, me digo mis silencios. Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme.

Desertó, se perdió en la noche y en la poesía, y acá la encontramos cada vez que la leemos, y a veces percibimos. Siempre nos deslumbra con su sensibilidad autobiográfica.


Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso.


Alejandra Pizarnik, por Sara Facio



Hasta la próxima lectura, cuando el palacio de la noche encienda su hermosura, y un poeta o escritor nos haga reflexionar sobre la existencia humana.
C. G. 


Notas

- Flora Alejandra Pizarnik: [1936-1972] Poeta y traductora argentina. Hija de inmigrantes de Europa Oriental, con ascendencia judía en Rusia. Tuvo una infancia y adolescencia difíciles, creció con una baja autoestima y llena de inseguridades. Desde joven se sintió atraída fuertemente por el mundo de la literatura. Sobre todo se acercó a Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Rilke y el surrealismo. Al que más amó fue a Lautréamont —y a Porchia por estos lados.

Estudió Filosofía y pintura. Vivió en París [1960-64] donde trabajó como traductora [Artaud, Michaux, Bonnefoy, Marguerite Duras], publicó poemas y ensayos y estudió en la Sorbona [Literatura francesa e Historia de la religión]. En la ciudad francesa se relacionó con Octavio Paz, Cortázar y otros intelectuales.
A los veintiocho años regresa a Buenos Aires y publica Los trabajos y la noche [1965], El infierno musical [1971] y La condesa sangrienta [1971].

Mucho se ha escrito sobre su vida, demasiado sobre sus depresiones y suicidio a los 36 años. Su lenguaje poético tan personal, la alteridad [todas las Alejandras que aparecen en sus poemas] y sentirse un outsider. Alejandra ¿surrealista y vanguardista? Escritura automática y la repetición de un repertorio de palabras, dislocación del sujeto. La pureza. Escribir buenos poemas, eso le importaba.

Ella reinventó el surrealismo, y lo dotó del «yo crítico» y de una identidad subjetiva. De todos los personajes en los que se desdobló: la pequeña olvidada, la pequeña muerta, dama pequeñísima, la niña sonámbula, o perdida, etc. Emularse a sí misma. Respetó la brevedad y el tiempo presente, no hay narración, hay anulación del tiempo.
Muchos encuentran en esto «algo triste», otros admiran la pureza.

Ustedes podrán leer o escuchar más en los sitios que siguen:
http://www.biblioteca.org.ar/libros/150541.pdf

- Alejandra Pizarnik, Cesar Aira: Ensayo, Editorial Beatriz Viterbo.
https://www.casadellibro.com/libro-alejandra-pizarnik/9789508450647/904240

Audios 1, 2, 3 y 4:











- Alejandra Pizarnik, Poesía completa:


Editorial Lumen