domingo, 12 de febrero de 2017

«Women», Annie Leibovitz y Susan Sontag


Women

[2000]

Annie Leibovitz y Susan Sontag



Susan Sontag decía que todo —o casi todo— es una obra en curso.
«Las mujeres lo son, hasta el fin de mis días las estaré fotografiando»,
dice Annie Leibovitz.


Random House, New York, 1999, 248 pages.


          Annie Leibovitz y Susan Sontag, dos grandes mujeres, unidas en la vida y en un libro: Women [Mujeres].

Un proyecto conjunto, un libro de fotografías y un ensayo. Lo que muestra la fotografía se propone como parte del debate. En uno de sus libros, On Photography* [1977], Sontag dice que el mundo de las imágenes ha contribuido, históricamente, a construir estereotipos de género. El objetivo de esta obra es cuestionar cómo las mujeres han sido mostradas y cómo pueden serlo en el futuro, pero más que nada, cómo deberían en realidad ser representadas.

Reconocer posturas antagónicas es ya un primer paso hacia un cambio de conciencia, que abre un camino de posibilidades para una fotografía femenina crítica. Si la mujer es juzgada por su apariencia al ritmo de las expectativas y de la proyección de cómo se debería ver, la fotografía puede hacer mucho: concientizar y desmitificar representaciones de género, proveyendo ejemplos concretos. «La cámara tiene la habilidad de cuestionar, y también de liberar».

Annie Leibovitz, la famosa fotógrafa y compañera durante casi veinte años de Susan Sontag, dice en el prólogo del libro, referido al carácter misceláneo de las fotos escogidas: «No tengo dos vidas».
Allí están las celebrities [Nicole Kidman, Mikhail  Baryshnikov, Patti Smith, Jack Nicholson, etc.], deportistas [Michael Jordan], músicos [Keith Richards, Johnny Cash], políticos [Nelson Mandela], escritores [William Burroughs],... muchos trabajos por encargo de diversas personalidades, famosos por donde se los mire, deseosos de ser retratados por ella. Y otras fotografías de seres totalmente anónimos, unos pocos paisajes, algunas imágenes con fuerte significado político —el sitio de Sarajevo, por ejemplo—, y las escenas familiares. Todas ellas tomadas entre los años 1990 y 2005.



Susan Sontag y Annie Leibovitz

Las imágenes construyen una narrativa, la de una vida rica en contrastes, continuidad y persistencia. Annie tiene una larga relación con Susan que termina con la enfermedad y muerte de la reconocida intelectual. Ella registra tanto las celebraciones como las penas, los momentos de dicha y los de dolor de su numerosa y sólida familia. Susan Sontag escribe sobre el espíritu de las mujeres.


Louise Bourgeois, by Annie Leibovitz
Louise Bourgeois [1911-2010] fue una artista —una de las más importantes del arte contemporáneo— y escultora francesa nacionalizada estadounidense.
Conocida por sus esculturas de arañas, que le valió el apodo de «Mujer araña»
Su enorme escultura Maman, ha sido exhibida en numerosos lugares del mundo. 


Sculptor / Architect Maya Lin
Published by Random House, New York, 1999

Annie Leibovitz tiene hijos [tres hijas] y se ocupa —o se ha ocupado— de ellos como la mayoría de las madres que trabajan. En el caso de ella, su trabajo se exhibe, se hace público. Sus «modelos» resuenan y trascienden junto a los temas de su propia vida. Las creencias comunes referidas a las cualidades emocionales de la mujer, calidez, crianza, el poder hablar a corazón abierto, empatía, y tantas más, siempre conectadas con lo femenino, son exploradas, discutidas y compartidas en las páginas de este libro. 


Annie Leibovitz with her children, Sarah Cameron [2001], and the twins Susan and Samuelle Rhinebeck [2005],
New York, 2015. Photo @Annie Leibovitz


Conozcamos algunas fotografías y descubramos que nos dicen, después de todo, todos celebramos nacimientos, nos entristecemos por una muerte o enfermedad, lloramos y reímos, nos relajamos con relaciones pacíficas y nos tensamos con otras que no están en nuestra sintonía. Solemos mirar la vidas de otros, muchas veces sin reconocerlo, podríamos aplicar lo que Hegel llamaba «el alma bella». Algunas personas dicen «yo no subo fotos a Facebook o a Instagram, no me gusta esa exposición» [toman una posición moralista], pero miran las de otros. Juzgamos «los males del mundo» participando de ellos. Es curioso la manera en que los hombres perciben y representan su vida y circunstancias. Miramos la nuestra con disculpa [a veces en un regodeo narcisista de sentirnos mejores], y la de los otros sin pretexto y... aunque existen diferencias culturales en todo el mundo, ellas se mezclan, combinan y diluyen en el autoengaño. Personas que ni se comprometen, ni confrontan, ni se exponen, así viven en su mundo de ilusiones que se fabrican y las crudezas del mundo y de las relaciones no las tocan. Y lo peor, que desestiman esta conducta propia [¿en su ignorancia?] y es más, la alientan entre sus pares.



Cate Blanchett, by Annie Leibovitz


Las imágenes se nos hacen conocidas y cercanas, las vemos y casi tocamos en las impecables, nítidas fotografías de Annie Leibovitz.
No podemos negar que algunas imágenes pertenecen a condiciones sociales, históricas y políticas específicas, y lo son tanto que nos puede resultar difícil, según la capacidad de empatía, conocimiento e instrucción de cada observador, tener una reacción ante lo que se nos ofrece y calibrar sus planos y horizontes. Sin embargo, sea cual fuese nuestra capacidad de observador, siempre nos posiciona y confronta con nuestra forma de vida, nuestros valores, expectativas y la relación con los otros.

¿Desviamos la mirada frente a ciertas imágenes?

Fallen Bicycle of Teenage Boy Just Killed by a Sniper, Sarajevo, 1994


«Cada una de las fotografías se presenta de forma independiente», dice Susan Sontag en el ensayo que las acompaña, «pero el conjunto dice lo que es una mujer —o puede ser, o se supone que debe ser—, tan diferente, tan múltiple, tan heroica, tan solitaria, tan convencional y tan original: como todo esto junto». 

No es necesario decirlo, la realidad lo confirma y la experiencia lo acentúa, la fotografía es un consumismo estético hacia el cual, cada uno es más o menos receptivo, algunos son adictos. Manifestaciones o conductas propias que paradójicamente se revierten, como si fueran ajenas, se altera la percepción de lo que es —en parte, al menos— nuestra responsabilidad, y son percibidas como algo exterior. Otra vez el alma bella, con su ingenua manera de mirar la vida, o bien se regodea en un pesimismo de segunda o bien quiere exhibir una felicidad estereotipada, la de las celebrities que mira y admira. Qué poca capacidad de mirar el mundo, estarán pensando.



Gwyneth Paltrow and her mother, Blythe Danner, by Annie Leibovitz


Susan Sontag, by Annie Leibovitz

La idea inicial para realizar este libro de fotografías sobre mujeres fue de Susan Sontag [1933-2004].
En On Photography * [1977], Susan Sontag sostiene que las fotografías tienen la habilidad de cambiar y de expandir nuestra concepción de las imágenes, esas que son dignas merecedoras de nuestra observación y de nuestra mirada atenta y permisiva.

Leibovitz la conoció en 1989 mientras le tomaba una foto. Para este primer encuentro con la ya reconocida escritora e intelectual, se preparó leyendo sus libros y todos los ejemplares de The New York Times donde aparecían sus artículos, quería causarle una buena impresión. «Afortunadamente todo resultó más fácil de lo que creí, Sontag fue tan linda y encantadora», contó tiempo después.


Angelina Jolie with her son Maddox, by Annie Leibovitz

«No quiero que las mujeres se desilusionen. Uno de los estereotipos que quise romper es la idea de la falta de belleza en las mujeres grandes».
A. L.

Que aparezca la duda en las mujeres —y en los hombres también—, el cuestionamiento, cuando miren estas fotografías. Que abandonen las certezas y que vean lo que no se ve, lo mismo con sus vidas, que vean la responsabilidad, que pasos han dado para que las cosas resultaran de tal o cual manera.


Polly Weydener, retired chiropractor´s assistant, by Annie Leibovitz

La comprensión de que las fronteras no delimitan ni encasillan los sentimientos, está preciosamente expresado, con el lenguaje de las imágenes de Annie Leibovitz y las palabras de Susan Sontag. Auténtico y logrado lenguaje que explica lo tantas veces inexplicable.

La fotografía muchas veces está relacionada con la vanidad, lo superficial del mundo, la vida como espectáculo. También con el sensacionalismo. Pero hace un momento mencionaba «expresar los sentimientos», y quizá es en esa calidad de emoción y honestidad intelectual que me baso para recomendar este libro. Libro que ha sido expuesto en el Women´s Museum in Washington, D. C., entre otros lugares de prestigio internacional.

Esta es una de las poses dinámicas, junto con la de la de la escultora francesa Louise Bourgeois con su fuerte mano extendida, que más admiré:


Illa Borders, by Annie Leibovitz.
First woman to win a men´s professional baseball game [1997].

Las fotografías expresan un lenguaje de narración al tiempo que evidencian los imperativos éticos de la significación cultural. Una fotografía provee un momento de la actualidad, es la presencia en ese momento, es la representación de una experiencia material, una escena o individuo, un documento.


Uma Thurman, by Annie Leibovitz

Cada una de las 170 mujeres fotografiadas serán vistas de diferente manera [especialmente por otras mujeres], como modelo de belleza, de autoestima, de ser transgresora, fuerte, de victimizarse o venerarse, de la que adolece de conciencia o de ubicación, de la que envejece bien y disfruta de la vida. Cada observador verá algún rasgo de su propia interioridad.


Jorie Graham, by Annie Leibovitz
Jorie Graham [1950] is an American poet, one of the most celebrated poets of the American post-war generation.
She won the Pulitzer Prize for Poetry [1996]

Un fotografía no es solo lo que muestra materialmente, dice Sontag, también refleja una pseudo-ausencia. El tema, el objetivo del fotógrafo, rara vez puede estar comprendido en una sola imagen. Ese instante captado es sujeto a interpretación y conjeturas. Lo comprendemos cuando comprendemos que el mundo no es lo que uno tácitamente aprehende.  

Mirar fotografías nos da acceso a un mundo de representación comprensible no solamente al ojo. Crea nuevos significados. Categoriza. Informa. Concientiza. Cuestiona. Plantea. Refuerza. Provoca. Subyuga. Siempre funcionará como un sitio inconcluso de impresiones y discursos, como una obra en curso.
Una obra para completarse y reafirmarse, dinámica, que contribuye a la formación de la propia imagen, e impulsa la alteridad.

Comprar un libro de fotografía puede no ser algo común en muchos lectores. Ambas autoras, mujeres en este caso, que merecen su fama y prestigio, capturan mucho más que imágenes. Espero que lo disfruten y descubran.
Hasta el próximo libro,

C. G. 


Notas

- On Photography, Susan Sontag:
http://www.uni.edu/fabos/seminar/readings/sontag.pdf

- The New York Times:
https://www.nytimes.com/topic/person/susan-sontag


- Annie Leibovitz [1949]: «Si la fama se contabiliza en cámaras de televisión y fotógrafos por metro cuadrado a tu alrededor, no hay duda alguna: Annie Leibovitz es tan célebre o más que las personas que retrata», así opinaron los especialistas especializados en la retrospectiva que tuvo lugar en Madrid en 2009, y que recorría su obra y su vida.
http://www.rtve.es/noticias/20090618/universo-fotografa-annie-leibovitz-madrid/281395.shtml

«Leyenda viva de la fotografía», así lo decidió el Congreso de EE. UU. Ha realizado exposiciones en las ciudades más importantes del mundo.

Algunas de sus fotografías ya son iconos, como la de Demi Moore desnuda o la de su compañera durante veinte años, Susan Sontag, su lucha contra el cáncer y su muerte. 

Fue la primera mujer estadounidense en exponer su obra en la Galería Nacional de Retratos de Washington D. C., y la última en retratar al músico John Lennon antes de que fuera asesinado en 1980.



John Lennon and Yoko Ono, 1980, by Annie Leibovitz

Ha trabajado para revistas como Vanity FairRolling Stone y Vogue. La Asociación Estadounidense de Editores de Revistas la galardonó como Fotógrafa del Año, en 1984. 
Aunque es conocida por estas publicaciones y los famosos retratos de actores y otras celebridades, también ha realizado fotografía documental y de paisajes.
Ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre los que se encuentra la Medalla Centenario, otorgado por la Royal Photographic Society [2009], y el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades [2013].
Hay numerosos libros editados con su obra fotográfica y uno compartido con Susan Sontag: Women [2000].

Dijo Annie Leibovitz de Susan Sontag, en respuesta a una pregunta acerca de cómo juzgaba ella, una intelectual, sus fotografías de celebrities:«Ella era una mujer muy dura, difícil de complacer, subía el listón en todo momento. Sabía cómo me estaba implicando y cómo con ella me iba a hacer una persona mejor. Estaba preparada para ello. Fue una crítica muy dura, pero también una gran admiradora, mi mayor fan. Tenía un inmenso apetito de cultura, le encantaba la vida, la adoraba. Era 17 años mayor que yo y era super activa, mucho más que yo. Siempre iba delante y me dejaba atrás. Era una persona extraordinaria».

- A discourse analysis of Annie Leibovitz´s Louise Bourgeois:
http://corinnelinnecar.blogspot.com.ar/2012/03/discourse-analysis-of-annie-leibovitzs.html

- Annie Leibovitz and her Modern «Women»: Who are the powerful females of the 21st century?http://fashiontomax.com/materials/annie-leibovitz-and-her-modern-women/

https://news.artnet.com/art-world/annie-leibovitz-reveals-new-women-subjects-349697


- 20 Best Celebrity Portraits by Annie Leibovitz:
http://www.therichest.com/expensive-lifestyle/lifestyle/20-best-celebrity-portraits-by-annie-leibovitz/

- Women: New Portraits Annie Leibovitz, Lessons and Activities for Students:
file:///Users/Cecilia/Downloads/teacher's-guide-final%20(1).pdf



sábado, 4 de febrero de 2017

Un momento en Ramallah, John Berger


«Un momento en Ramallah»,

del libro Con la esperanza entre los dientes,

John Berger

[1926-2017]


Cuando la tierra se estrecha

Alfaguara, 2010. Teoría política.


Fotografías elegidas de Jean Mohr, quien durante cincuenta años ha documentado, día a día, la vida en Israel y territorios palestinos para el Comité Internacional de la Cruz Roja [ICRC].



John Berger y Jean Mohr, A photographer and a writer, the spirit of collaboration.
Photo: Simone Mohr

Una mirada implacable, compromiso y reflexión:


John Berger


Jean Mohr
Hébron. Les réfugiés palestiniens vivent en grande partie sous tente. Le CICR y installe les premières écoles, 1950.
[Hebron. Most Palestinian Refugees live in tents. The ICRC sets up the first schools, 1950].


Ciertos árboles —especialmente las moreras y los nísperos— aún cuentan la historia de cómo una vez, en otra vida, antes de la Nakba, Ramala fue para los adinerados una población de ocio y esparcimiento, un lugar cercano a Jerusalén para descansar durante el caliente verano, un centro vacacional. La Nakba es la «catástrofe» de 1948, cuando 10.000 palestinos fueron asesinados y 700.000 se vieron forzados a abandonar su país.  

Hace mucho tiempo las parejas de recién casados plantaban rosas en los jardines de Ramala como augurio para su vida futura juntos. El suelo de aluvión le iba bien a las rosas.

Hoy no existe muro alguno en el centro de Ramala, convertido en capital de la Autoridad Palestina, que no esté cubierto con las fotografías de los muertos, tomadas en algún momento de su vida, y que ahora se reimprimen como pequeños carteles. Los muertos son los mártires de la Segunda Intifada*, que comenzó en septiembre del 2000. Los mártires son los que murieron a manos del ejército y los colonos israelíes, y todos los que decidieron sacrificarse en contraataques suicidas. Estos rostros transforman las borrosas paredes callejeras en algo tan íntimo como la cartera plena de papeles y fotos privadas. Una cartera que tiene un compartimento para la tarjeta de identificación magnética emitida por los servicio de seguridad israelíes [sin la cual ningún palestino puede viajar ni unos cuantos kilómetros], y otro compartimento para la eternidad. En torno a los carteles, los muros muestran las cicatrices de las balas y las marcas de las esquirlas de obús.


Bullet-holes in a façade. Jean Mohr, Musée de l´ Elysée

Está una anciana, que pudiera ser la abuela en muchas carteras. Están los niños, apenas adolescentes, están tantos padres. Escuchar las historias de cómo se toparon con la muerte es recordar lo que significa ser pobre. La pobreza orilla a las decisiones más duras, ésas que casi no conducen a nada.
Ser pobres es vivir con ese casi.

La mayoría de los muchachos, éstos cuyos rostros tapizan los muros, nacieron en campos de refugiados tan pobres como los cinturones de miseria. Abandonaron pronto la escuela buscando ganar dinero para la familia o ayudar al papá con su trabajo, si alguno tenía. Otros cuantos soñaban con llegar a ser estrellas de fútbol. Buen número de ellos hicieron catapultas de madera tallada, cuerda trenzada y piel retorcida para lanzarle piedras al ejército de ocupación.

Comparar las armas empleadas en tales confrontaciones nos retorna a lo que significa la pobreza. De un lado helicópteros Apache y Cobra, F 16, tanques controlados a distancia, jeeps Humvee, sistemas electrónicos de vigilancia, gases lacrimógenos; del otro catapultas, resorteras, teléfonos celulares y, en ocasiones, unos cuantos explosivos de fabricación casera. La enormidad del contraste revela algo que puedo sentir entre estos muros lacerados por la pena, pero que no puedo nombrar. Si yo fuera soldado israelí, por muy bien armado que estuviera, me aterraría finalmente con este algo. Tal vez es lo que atisbó el poeta Murid Barguti: «La gente que vive se hace vieja, pero los mártires se hacen jóvenes».

Tres historias


Husni Al-Nayjar, 14 años de edad. Trabajó ayudando a su padre, que era soldador. Mientras arrojaba piedras, le dispararon y murió con una bala en la cabeza. En su foto su mirada es calma y se posa imperturbable en la distancia.

Abdelhamid Kharti, 34 años de edad. Pintor y escritor. Cuando joven recibió capacitación como enfermero. Como voluntario se sumó a una unidad de urgencias médicas para rescatar y cuidar heridos. Su cadáver fue hallado cerca de un puesto de revisión, después de una noche sin confrontaciones. Le habían cortado los dedos. Todavía le colgaba un pulgar. Le habían roto un brazo, una mano y la quijada, tenía 20 balas en el cuerpo.

Muhammad ad-Durra, de 12 años de edad, vivía en el campamento de Breij. Regresaba a casa con su padre. Cruzaron el puesto de revisión Netzarin, en Gaza, y les ordenaron bajar de su vehículo. Algunos soldados disparaban. Ambos se cubrieron de inmediato tras una barda de cemento. El padre hizo una señal con la mano para hacerles ver que estaban ahí y recibió un impacto en la mano. Un instante después le dieron a Muhammad en el pie. El padre cubrió al hijo con su cuerpo. Más balas impactaron a ambos y el niño murió. Los doctores retiraron ocho balas del cuerpo del padre. Quedó paralizado a consecuencia de las heridas y ya no pudo trabajar. Hoy es un desempleado. Como se filmó el incidente, su historia se narra una y otra vez por todo el mundo.

Quiero hacer un dibujo para Abdelhamid Kharti. Muy temprano por la mañana vamos al poblado de Ain Kinya. Más allá hay un campamento beduino, cerca de un wadi. El sol no calienta todavía. Las cabras y las ovejas pastan un poco entre los toldos. Decido dibujar las colinas que dan hacia el oriente. Me siento en una roca cercana a una tienda negruzca. Cuento tan sólo con un cuaderno y una pluma. Sobre la tierra hay tirado un tarro de plástico, que me sugiere juntar algo de agua del hilo que brota del manantial para mezclarla, si la necesito, con la tinta.


John Berger, dibujando

Después de dibujar un rato, un joven se acerca [por supuesto, toda persona invisible en el campamento ya me vio], abre la tienda tras de mí, entra y sale sosteniendo un decrépito banco de plástico blanco que, me indica, puede ser más cómodo que la roca. Me imagino que, antes de hallarlo, debe de haber estado tirado en la calle cerca de una pastelería o una nevería. Le agradezco.

Sentado en este banco de parroquiano, en un campamento beduino, y conforme el sol comienza a calentar y las ranas del casi seco lecho del río se ponen a croar, continúo dibujando.

En lo alto de una colina, pocos kilómetros a la izquierda, hay un asentamiento israelí. Parece militar, como si fuera parte de algún armamento diseñado para maniobras súbitas. No obstante es pequeño y está lejos.

Muy cerca, frente a mí, hay una colina de piedra caliza que tiene la forma de una cabeza de animal gigante dormido. Las rocas esparcidas por su cima son como cardenchas sobre su pelambre enmarañado. Repentinamente frustrado por falta de pigmento, vierto agua del tarro sobre el polvo que piso, meto el dedo en el lodo y lo embarro en el dibujo de la cabeza del animal. El sol está caliente. Una mula rebuzna. Paso la página de mi cuaderno y comienzo otro dibujo y otro. Nada parece terminado. Cuando por fin regresa el joven, quiere ver mis dibujos.

Le abro el cuaderno. Sonríe. Vuelvo la hoja. Señala. Es nuestro, dice, ¡es nuestro polvo! Lo que él señala es mi dedo, no el dibujo.

Luego ambos miramos la colina.

*

No estoy entre los conquistados, sino entre los derrotados a los que los vencedores temen. El tiempo de los vencedores es siempre corto y el de los derrotados es inconmensurablemente largo. Su espacio es diferente también. Todo en esta tierra limitada entraña una cuestión de espacio, y los vencedores ya lo entendieron. El acorralamiento que mantienen es primera y fundamentalmente espacial. Se aplica, en desafío a las leyes internacionales, mediante los puestos de revisión, destruyendo los antiguos caminos, mediante nuevos libramientos reservados estrictamente para los colonos israelíes, construyendo asentamientos fortificados en lo alto de las colinas —que en realidad son puestos de vigilancia y control de las mesetas circundantes—, mediante el toque de queda que obliga a las personas a permanecer puertas adentro, de noche y de día. Durante la invasión a Ramala, el año pasado, el toque de queda duró seis semanas, y lo «levantaban» un par de horas, ciertos días, para que la gente fuera de compras. No había tiempo suficiente siquiera para enterrar a los que murieron en sus camas.

En un valiente libro, el arquitecto israelí disidente Eyal Weizman afirma que esta dominación terrestre y total comienza en los bosquejos de los arquitectos y los planificadores distritales. En tales dibujos no es posible hallar ni una partícula de «uestro polvo». La violencia comienza mucho antes del arribo de los tanques y los jeeps. El habla de una «política de verticalidad», donde los derrotados, incluso «en sus hogares», son literalmente vigilados y socavados.

El efecto de lo anterior es que la vida cotidiana es inexorable. Tan pronto como a alguien se le ocurre decir una mañana cualquiera «voy a ver» tiene que detenerse súbitamente y considerar qué tantos cruces y retenes puede involucrar ese «vistazo». El espacio de las más simples decisiones de todos los días está maniatado, con la pata delantera amarrada a la trasera.

Además, debido a que los retenes cambian impredeciblemente día a día, la experiencia del tiempo también está maniatada. Nadie sabe por la mañana qué tanto le tomará llegar al trabajo, ir a ver a su mamá, ir a clase, a la consulta con el doctor y, habiendo hecho estas cosas, tampoco sabe cuánto tiempo le llevará regresar a su casa. Un viaje en cualquier dirección puede implicar 30 minutos o cuatro horas, o la ruta puede estar categóricamente cerrada por soldados armados con ametralladoras cargadas.

El gobierno israelí alega que se vio obligado a tomar estas medidas con tal de combatir el terrorismo. Sus alegatos son fintas. Su propósito verdadero es mantener un acorralamiento que destruya el sentido de continuidad espacial y temporal de los pobladores indígenas para que se vayan o se vuelvan sirvientes achatados. Pero, por supuesto, es aquí donde los muertos ayudan a los vivos a resistir, aquí hombres y mujeres deciden volverse mártires. El acorralamiento inspira el terrorismo que dice combatir.

Un caminito de piedra, que va salvando las enormes rocas entreveradas, desciende a un valle al sur de Ramala. En tramos serpentea por antiguos olivares, algunos de los cuales datan de los tiempos romanos. Esta carretera pedregosa (muy dura para cualquier carro) es el único medio con que cuentan los palestinos para acceder al pueblo cercano. La antigua carretera asfaltada, que les está vedada ahora, se reserva para los israelíes de los asentamientos. Voy aprisa, pues toda mi vida me ha parecido más cansado andar lento. Descubro una flor roja entre los matorrales y me detengo a cortarla. Luego me entero que se llama Adonis aestivalis. Su rojo es muy intenso y su vida, dice el libro de botánica, muy breve.

Baha me grita que no me dirija hacia la alta colina situada a mi izquierda. Si detectan que alguien se aproxima, grita, dispararán.

Calculo la distancia: menos de un kilómetro. Unos 200 metros en sentido contrario a la dirección poco recomendable descubro una mula y un caballo atados. Los tomo como garantía y camino hacia allá.

Llego a un lugar donde dos niños —uno como de 11 y otro cercano a los ocho años— trabajan solos en un campo. El más chico llena latas de agua de un barril incrustado en la tierra. El cuidado con que lo hace, sin chorrear ni una gota, muestra lo preciada que es el agua. El niño mayor carga la lata llena mientras trepa con cuidado hacia una parcela sembrada donde riega algunas plantas. Ambos andan descalzos.

El que riega me saluda y orgulloso me muestra los surcos de su parcela, con varios cientos de plantas. Unas las reconozco: tomates, pepinos, berenjenas. Las deben de haber sembrado la semana anterior. Aún son muy pequeñas y buscan el agua. Una de las plantas no la reconozco; él lo nota. Luz fuerte, me dice. ¿Melón? ¡Shumaam! Nos reímos. Cuando ríe sus ojos se fijan en mí, imperturbables. [Pienso en Husni Al-Nayjar]. Ambos estamos —Dios sabrá por qué— viviendo el mismo momento. Me lleva a los surcos y me muestra qué tanto ha regado. Nos detenemos unos instantes, miramos en torno y atisbamos el asentamiento con sus muros defensivos y sus techados rojos. Mientras señala con la barbilla en esa dirección percibo una suerte de burla en su gesto, una burla que quiere compartirme, como su orgullo al regar. Una burla que da paso a una mueca, como si de pronto hubiéramos convenido orinar en el mismo momento y en el mismo punto.

Más tarde andamos de regreso hacia el camino pedregoso. Recoge algo de menta y me ofrece un manojo. Su frescura picante es como un chorro de agua fría, agua más fría que la de su lata. Vamos hacia donde están la mula y el caballo. El caballo, sin silla, tiene cabestro con riendas pero carece de brida y de bocado. El niño quiere hacerme una demostración algo más impresionante que una meada imaginaria. Brinca entonces al caballo mientras su hermano retiene la mula, y casi al instante va al galope, a pelo, por el camino por donde llegué. Es un caballo con seis extremidades, cuatro propias y dos que pertenecen al jinete, y las manos del niño controlan las seis. Monta con la experiencia de muchas vidas. Cuando regresa, sonríe extraño y, por vez primera, se le ve tímido.

Me reencuentro con Baha y los otros, que se hallan a un kilómetro. Hablan con un hombre, el tío del niño, mientras riega plantas que apenas brotan. El sol desciende y la luz cambia. La tierra parduzca y amarilla, más oscura donde se regó, es ahora el color primario de todo el paisaje. Riega con lo que resta del agua el fondo de un barril de plástico azul oscuro de 500 litros.

En la superficie, el barril azul tiene cuidadosamente pegados 11 parches [son como los que se usan para remendar ponchaduras, pero más grandes]. El hombre me explicará que fue así como reparó el barril después de que una pandilla del asentamiento de Halamis —de los techos rojos— vino una noche, sabiendo que los recipientes de agua estaban plenos de lluvia primaveral, y los tasajeó con navajas. Otro barril, tirado sobre la terraza inferior, es irreparable. Más allá, en la misma terraza, se alza el tocón retorcido de un olivo que, a juzgar por su circunferencia, debe de haber tenido varios cientos de años de edad, tal vez mil.

Hace algunas noches, dice el tío, lo cortaron con una sierra eléctrica.

Cito de nuevo a Murid Barguti: «Para los palestinos, el aceite de oliva es regalo al viajero, confort para la novia, recompensa del otoño, orgullo en las bodegas y riqueza de la familia por siglos».

Luego descubro el poema de Zakaría Mohammed «El bocado». Habla de un caballo negro sin brida que tiene sangre en los belfos. Con el caballo de Zakaría hay también un niño, sorprendido por la sangre.

Qué es lo que masca el caballo
pregunta,
qué es lo que masca.
El caballo negro
muerde
un bocado cuya forja es acero,
un bocado de memoria
para tascar,
impaciente, hasta la muerte.

Si el niño que me ofreció la menta silvestre tuviera siete años más, no sería difícil entender que fuera miembro de Hamás, aprestándose a sacrificar su vida.

*

El peso de las lajas de concreto hechas añicos, y de la mampostería derribada en el centro de operaciones de Arafat en Ramala, tiene ahora gravedad simbólica. No en la forma que imaginaron los comandantes israelíes. Derruir la Muqata con Arafat y sus acompañantes dentro era para ellos la demostración pública de su humillación, así como regar salsa kétchup en la ropa, los muebles y las paredes de los apartamentos privados que el ejército invadió y revolvió sistemáticamente acabó siendo una advertencia de las calamidades que vendrían.

Aún ahora Arafat representa a los palestinos con mayor fidelidad que ningún otro líder mundial a su pueblo. Democráticamente no, pero sí en lo trágico. De ahí la gravedad. Debido a los enormes errores cometidos por la Organización para la Liberación de Palestina, con él a la cabeza, y a causa de las equivocaciones de los estados árabes circundantes, no tiene ya espacio para maniobrar políticamente. Ha dejado de ser un líder político. No obstante, se mantiene desafiante en su sitio. Nadie cree en él. Y muchos habrían dado su vida por él. ¿Cómo es esto? No siendo ya político, Arafat se tornó montaña, montaña de su patria.

*

Nunca había visto una luz así. Baja del cielo de manera extrañamente uniforme, pues no hace distinción entre lo distante y lo cercano. Aquí, la diferencia entre lo lejos y lo cerca es sólo de escala, nunca de color, de textura o precisión. Y esto afecta la manera en que uno se sitúa, afecta su sentido de estar aquí. La tierra se conforma en torno a uno, en vez de confrontarlo. Es lo opuesto del Medio Oeste estadounidense. En vez de saludarnos, nos recomienda no abandonarla nunca.

Y aquí estoy, cumpliendo inesperadamente el sueño que algunos de mis ancestros en Polonia, Galicia y el imperio austrohúngaro deben de haber alimentado y comentado durante por lo menos dos siglos. Y me encuentro aquí por defender la justicia de una causa, compartiendo el dolor que infligen tal vez algunos primos míos [en cualquier caso el Estado de Israel]. Los expulsados de esta tierra y todos aquellos a quienes se planea expulsar son inseparables de su pulso de vida. Sin ellos, este polvo no tendría alma. No es una figura de lenguaje, es la más grave advertencia.

*

Riad, profesor de carpintería, ha ido por sus dibujos para mostrármelos. Estamos sentados en el jardín de la casa paterna. El padre rastrilla el campo con su caballo blanco. Cuando Riad vuelve, trae consigo los dibujos como si fueran un expediente extraído de un archivero de metal. Camina lento y las gallinas se apartan de su paso aún más parsimoniosas. Se sienta frente a mí y me entrega los dibujos uno por uno. Fueron hechos con lápiz duro, de memoria y con gran paciencia. Línea a línea, por las tardes, después del trabajo, hasta que los negros se tornen tan negros como él quiere, y los grises permanezcan plomizos. Están hechos en hojas de papel grande.

El dibujo de una jarra de agua. El dibujo de su mamá. El dibujo de una casa destruida, de las ventanas que daban a unos cuartos que no existen ya.

Cuando termino de verlos, me aborda un hombre mayor. Tiene el rostro paciente de un campesino. Parece que usted sabe de pollos, me dice. Cuando una gallina cae enferma, deja de poner. No hay mucho que hacer. Un día se despierta y siente que la muerte se aproxima. Un día se da cuenta de que va a morir y ¿qué sucede? Comienza a poner huevos otra vez, y nada sino la muerte podrá detenerla. Somos como las gallinas.

*

Los puestos de revisión funcionan como fronteras interiores impuestas en los territorios ocupados, pero no se parecen en nada a ningún paso fronterizo normal. Están construidos y administrados de tal manera que cualquiera que cruce es reducido al estatus de refugiado indeseable.

Es imposible subestimar la importancia otorgada al acorralamiento del decoro. Se usa para remachar quiénes son los vencedores y quiénes debieran reconocerse conquistados. Los palestinos deben sufrir, a menudo varias veces al día, la humillación de representar el papel de refugiados en su propia patria.

La mirada del niño
Jean Mohr: An israeli officer and a palestinian boy,
Kalandia village between Jerusalen and Ramallah, 1967.
20 years later the Six-Day War in 1967 changed the political map.

Todo aquel que cruce tiene que hacerlo caminando hasta pasar el retén donde los soldados, con armas cargadas y listas, eligen a quién les da la gana «revisar». Ningún vehículo puede cruzar. El camino tradicional fue destruido. La nueva «ruta» obligada está plagada de rocones, piedras y otros obstáculos menores. En consecuencia todos, excepto los más aptos, sufren el cruce.

Enfermos y ancianos son transportados en cajas de madera, provistas de cuatro ruedas, por jóvenes que así ganan un poco para irla pasando [tales cajas se hicieron originalmente para acarrear verduras en el mercado]. Les dan a los pasajeros un cojín para aminorar los brincos. Escuchan sus historias. Todos se saben las noticias más frescas. [Cambia todo a diario]. Ofrecen consejo, se lamentan, pero están orgullosos de ofrecer la ayuda que puedan. Son lo más cercano al coro de la tragedia.

Algunos «viajeros» caminan con ayuda de un bastón, otros incluso con muletas. Todo lo que normalmente lleva uno en la cajuela del automóvil debe ser cruzado en bultos cargados en los brazos o a la espalda. La distancia de un cruce puede cambiar de la noche a la mañana y varía entre 300 metros y kilómetro y medio.

Las parejas palestinas, excepto algunas sofisticadas y jóvenes, mantienen en público el decoro de cierta distancia. En los puestos de revisión, las parejas de todas las edades se toman de la mano al cruzar, buscando en cada paso un asidero, mientras calculan el ritmo exacto para evadir las armas que les apuntan. Nunca muy aprisa [apresurarse puede levantar sospechas] ni muy despacio [la duda puede provocar un «juego» que saque a los guardias de su aburrimiento crónico].

Es muy particular el carácter vindicatorio de muchos [no todos] de los soldados israelíes. Tiene poco que ver con la crueldad que describiera y lamentara Eurípides, pues aquí la confrontación no es entre iguales, sino entre los todopoderosos y los supuestamente indefensos. Sin embargo, esta prepotencia de los poderosos va acompañada de una frustración furiosa: el descubrimiento de que, pese a todo su armamento, su poder tiene un límite inexplicable.

Fifty years since [publicado en 2003] his first assignment the signs of conflict are everywhere,
on the route between Bethlehem and Jerusalem.

*

Quiero cambiar algunos euros por shekels [los palestinos no cuentan con moneda propia]. Deambulo por la calle principal y paso por muchas tienditas. Ocasionalmente me topo con algún hombre sentado en su silla sobre lo que alguna vez fuera la banqueta, antes de la invasión de los tanques. Estos hombres sostienen en las manos fajos de billetes. Me aproximo a uno, joven, y le digo que quiero cambiar cien euros. [Por una cantidad semejante uno podría comprar un brazalete pequeño, como para niña, en una de las joyerías]. Consulta su calculadora de juguete y me extiende varios cientos de shekels.

Continúo caminando. Un niño que, pensando en edades, podría ser hermano de la niña del imaginario brazalete de oro, insiste en venderme goma de mascar. Proviene de uno de los dos campos de refugiados de Ramala. Le compro. También vende cubiertas plásticas para las tarjetas de identidad. Insiste en que le compre toda su goma de mascar. Eso hago.

Pasa media hora y me hallo en un mercado de legumbres. Un hombre vende ajos del tamaño de un foco luminoso. Hay mucha gente junta. Alguien me toca el hombro. Volteo. Es el cambista. Le di, dice, 50 shekels de menos, aquí están. Tomo los cinco billetes de 10. Fue usted muy fácil de encontrar, añade. Le agradezco.

La expresión de sus ojos mientras me mira me recuerda a una anciana que vi un día antes. Es una expresión de gran atención al momento presente. Considerada y tranquila, como si fuera tal vez el último momento.

Entonces el cambista se da vuelta y emprende la larga caminata hacia su silla.

Conocí a la anciana en el poblado de Kobar. La casa era nueva y escueta, sin terminar. Sobre las paredes de la sala desnuda había unas fotografías enmarcadas de su sobrino, Marwan Barguti. Marwan de niño, de adolescente, como hombre de 40 años. Hoy está en una prisión israelí. Si sobrevive, será uno de los pocos dirigentes políticos de Fatah a los que necesariamente habrá que consultar en caso de que se impulse algún acuerdo de paz sólido.

Mientras bebíamos jugo de lima y la tía hacía café, sus sobrinos nietos salieron al jardín: dos niños, uno de siete y otro de nueve. El pequeño se llama Patria y el mayor, Resistencia. Corrían en todas direcciones y se detenían de pronto, mirándose intensamente uno al otro, como si se escondieran detrás de algo y se asomaran a ver si el otro ya los había descubierto. Luego se lanzaban corriendo otra vez hasta encontrar otro escondite invisible. Es un juego que inventaron y juegan juntos muchas veces.

El tercer niño tenía cuatro años de edad. En su rostro había brotes rojos y blancos como los de un payaso, y como buen payaso se apartaba, nostálgico, socarrón, inseguro de lo que le pasaba. Tenía sarampión y sabía que no debía aproximarse a las visitas.

Llegado el momento de despedirnos, la tía me dio la mano y en sus ojos vi esta misma expresión especial de atención al momento.

Cuando dos personas tienden un mantel sobre una mesa, se miran una a la otra para asegurar la colocación de la tela. Imaginen que la mesa es el mundo y el mantel las vidas de aquellos a quienes debemos salvar. Esa era la expresión.

Traducción de Ramón Vera Herrera
*     *     *

Cara a cara, face à face, israelíes y palestinos, testimonios de un conflicto de casi 70 años y que no termina, lecturas e imágenes duras, que nos inquietan... 

Pero no te complazcas en la pena,
 ojo de ratón del petirrojo, 
silencio reptante, 
estas cautelosas líneas,

 en sus circunloquios 
son silenciosos testigos
 de la persistente
 ocupación del hombre.

[Extracto de «Despedida», John Berger]

¿Y qué podemos decir de la guerra? «La guerra hace un agujero en nuestra sombra para pasar de una puerta a otra», dice el poeta Mahmud Darwish. La tierra se achica, a veces te arrincona, el camino se estrecha sí, pero de tus pasos puede nacer la senda que luego se hará camino. Nosotros amamos la vida cuando hallamos la senda que se ensancha hacia ella.
Espero que les haya gustado acercarnos, una vez más a estos dos amigos y colaboradores: John Berger y Jean Mohr. Es siempre aleccionador, al menos para mí, mirar sus trabajos. Fotos y textos que enseñan, en este caso, por qué no debe haber guerra.
Hasta la próxima lectura, 
C. G. 

Notas


- Con la esperanza entre los dientes, John Berger:
https://books.google.com.ar/books/about/Con_la_esperanza_entre_los_dientes.html?id=buGE4AY_ekUC&redir_esc=y

- Intifada: Rebelión palestina llevada a cabo por jóvenes en los territorios de Israel. La Intifada se inició en diciembre de 1987. Nombre popular de dos rebeliones de los palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza contra Israel. Los objetivos de estos levantamientos están sujetos a debate: combatir la ocupación de los territorios palestinos ocupados por Israel o la destrucción de Israel y con ello su fe dada la pugna judeo-islámica. Estos alzamientos están entre los aspectos que más han influido en el desarrollo del conflicto árabe-israelí en las últimas décadas.

- John Berger y Jean Mohr:
http://www.telegraph.co.uk/culture/photography/11406351/Jean-Mohr-The-spirit-of-collaboration-is-rare-between-a-photographer-and-a-writer.html

- Libros de John Berger y Jean Mohr: Un séptimo hombre [1976] y Otra manera de contar [1981] y otras muchas colaboraciones. 

- Musée de l´Elysée, photographies de Jean Mohr: 
http://www.elysee.ch/collections-et-bibliotheque/les-collections/fonds-photographiques/avec-les-victimes-de-guerre-photographies-de-jean-mohr/

- Coôte à côte ou face à face: Israéliens et Palestiniens, 50 ans de photographies, Jean Mohr:
https://books.google.com.ar/books?id=dMHG-Xp1Z8gC&pg=PA26&lpg=PA26&dq=Jean+Mohr+Most+Palestinian+refugees+live+in+tents.+The+ICRC+sets+up+the+first+schools&source=bl&ots=EO4X5qVx8D&sig=9Q9zNH-EEwLmxL_6cq63M-TXLO8&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjAp-Cv8_PRAhVIWpAKHYf9DNsQ6AEIGDAA#v=onepage&q=Jean%20Mohr%20Most%20Palestinian%20refugees%20live%20in%20tents.%20The%20ICRC%20sets%20up%20the%20first%20schools&f=false

- Modos de ver, John Berger:
https://paralelotrac.files.wordpress.com/2011/05/modos-de-ver-john-berger.pdf

- ¿Quién es Jean Mohr?:
http://www.garuyo.com/arte-y-cultura/jean-mohr-exposicion-museo-revolucion#imagen-1

- Ramala o Ramllah: [en árabe: Monte de Alá o Monte de Dios] Ciudad palestina situada en Cisjordania, a 15 km al noroeste de Jerusalén. Como el resto de Cisjordania, estuvo bajo la ocupación jordana desde la Guerra árabe-israelí de 1948 hasta la Guerra de los Seis Días de 1967. En 1994, la gestión de la ciudad fue cedida por Israel a la Autoridad Palestina [ANP] dentro de los Acuerdos de Oslo [1993]. Desde entonces es así administrada, con limitaciones. Ramala figuraba como parte del «Territorio A», significa «zona bajo control palestino aunque bajo soberanía de Israel, que se reserva el derecho a intervenir en cualquier momento».
Capital de facto de Palestina.
La ANP [Autoridad Nacional Palestina] pretende que la futura capital de palestina sea Jerusalén Este, actualmente anexionada y proclamada parte de la capital israelí.