martes, 15 de octubre de 2019

Las olas, Virginia Woolf [Prólogos]

Las olas

[The Waves, 1931]

Virginia Woolf

[1882-1941, Reino Unido]


Traducción de Lenka Franulic [Edición de 1940]


PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 

          «El tema propio de la novela no existe: todo constituye el tema propio de la novela», escribió Virginia Woolf, hace algunos años, en un ensayo sobre la novela moderna, en el cual esbozó un programa destinado a hacer salir a esta rama de la literatura, la más genuinamente representativa de nuestra época, del círculo viciosos en que se movía. La forma clásica de la novela, que había producido obras maestras como las de Dickens, Jane Austen, Flaubert o Balzac, resultaba al presente inadecuada para expresar las posibilidades infinitas del mundo contemporáneo, a la vez que era demasiado lógica para captar la complejidad y variedad de percepciones del ser humano. No obstante, la mayor parte de los novelistas gastaba una paciencia y esfuerzo enormes en continuar la tradición clásica. Construía cuidadosamente sus capítulos para culminar con el desenlace que dejaba a sus héroes eternamente felices o desdichados, y nos brindaba toda clase de detalles concernientes al aspecto exterior de sus personajes, quienes vestían y hablaban según los más rigurosos dictados de la moda; pero, ¿qué nos decían del movimiento interior del pensamiento, de aquellas súbitas percepciones o interrogaciones que asaltan el espíritu mientras el ser humano se encuentra entregado a las faenas de la existencia cotidiana? 
          
          «Examinemos, por un instante, un cerebro normal en un día cualquiera. La mente percibe miríadas de impresiones triviales, fantásticas, ya efímeras, ya grabadas con la precisión del acero. Ellas surgen de todas partes, en un incesante espectáculo de innumerables átomos, y a medida que caen, a medida que adquieren forma en la vida del lunes o del martes, el acento cae diferente al de antaño; el momento de importancia ocurrió aquí y no allá; de modo que si el escritor fuera un hombre libre y no un esclavo, si pudiera escribir lo que desea y no lo que debe, si pudiera basar su obra en su propio sentimiento y no en convencionalismos, no habría trama, ni comedia, ni tragedia, ni interés amoroso, ni catástrofe en el estilo establecido. La vida no es una serie de lámparas dispuestas sistemáticamente; la vida es un halo luminoso, una envoltura semitrasparente que nos rodea desde el nacimiento de nuestra conciencia hasta el fin. ¿No es acaso la tarea del novelista coger este espíritu cambiante, desconocido, ilimitado, con todas sus aberraciones y complejidades y con la menor mezcla posible de los hechos exteriores y ajenos?»

          Después de explicar su concepción de la novela, Virginia Woolf se entregó a la tarea de realizar, por sí misma, este programa, rompiendo con todas las ligaduras que ataban a la ficción ordinaria y convirtiéndose en la más avanzada experimentadora en este campo de la literatura. Desechando los convencionalismos de la forma y la acción, de la unidad de lugar y de tiempo y la coherencia aparente de la trama, escribió «La Pieza de Jacob», obra en que las transiciones del argumento son omitidas, en que sólo nos muestra los puntos culminantes de la vida del héroe, y en que los cambios son realizados sin advertencia previa. A esta novela siguieron «La señora Dalloway», en la cual describe un solo día en la existencia de la heroína, día que se prolonga, sin embargo, hacia el pasado, a través de la corriente de los pensamientos que fluyen a la mente de la protagonista y que son suscitados por cualquier estímulo pequeño o trivial: una nube en el cielo, un perfume, el espectáculo de una mendiga; «Orlando», en que la autora no sólo juega deliciosamente con la noción del tiempo, sino incluso con la de sexo y, finalmente, «Las Olas», en que los hechos externos son enteramente suprimidos y sólo percibimos el mundo concreto a través de las conciencias humanas. 
          
          La base de la técnica empleada por Virginia Woolf en «Las Olas» es el soliloquio interior que ya había utilizado James Joyce en «Ulysses», pero esta vez no es un solo personaje el que habla, sino que las seis figuras centrales se entregan a monólogos que a veces se entrecruzan transformándose en coloquios, que no se desarrollan jamás, sin embargo, en un plano real, sino en la conciencia de cada personaje. Cada cual registra las percepciones que caen sobre su conciencia, y sus pláticas nos van proporcionando, gradualmente, la clave de sus respectivas personalidades, que se tornan cada vez más precisas e inconfundibles, a medida que avanzamos en las páginas del libro. Nada sabemos del aspecto físico de estos personajes, de los acontecimientos en que ellos participan, de cómo viven o visten. Y no necesitamos saberlo; pues, a través de sus percepciones, llegamos a conocerles tan íntimamente que sabemos que Bernardo jamás escribirá la novela que siempre está pensando escribir, con la misma certidumbre con que comprendemos que para Rhoda no existe evasión posible fuera de la muerte. 

          Cada capítulo de «Las Olas» está precedido de la descripción de un paisaje, siempre el mismo, pero que varía de color y de aspecto según la hora del día. Tampoco la naturaleza humana cambia; sólo parece transformarse, de la misma manera que partículas de agua movidas por una ola. 

          Primero es el amanecer, que corresponde a la infancia de los protagonistas; en seguida el mediodía y la tarde, con la luz plena de la juventud, y finalmente el crepúsculo y la noche, con la madurez y la vejez, que sobrevienen implacablemente. 

Los franceses han denominado a Virginia Woolf la fée des lettres anglaises. El hada, por la magia y la riqueza verbal de su estilo; por la belleza de sus imágenes, que hace imperceptible el límite que separa a la prosa de la poesía en sus páginas. Con un toque seguro, extrae de la vida cotidiana un objeto mil veces descrito, mil veces contemplado por nuestros ojos y, en el acto, dicho objeto adquiere un contorno y un matiz inesperados y se reviste de una sugestión misteriosa y extraña. 

          Todo constituye el tema propio de la novela cuando se posee el talento creador, la originalidad y el genio poético de Virginia Woolf. 

LENKA FRANULIC


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN 

          La muerte tiene el poder misterioso de arrancar a los seres humanos del marco estrecho de su época, para situarlos, junto con su obra, dentro del plano ilimitado de la eternidad. 

Nadie escatimó su grandeza a Virginia Woolf en vida: unánimemente se la reconoció como la más notable escritora de nuestro tiempo; mas su muerte, acaecida en su retiro de Sussex, en los momentos en que Inglaterra soportaba angustiosamente todo el rigor de la guerra, ha venido a conferir a su obra el sello de permanencia que posee la literatura clásica universal. Virginia Woolf, que supo expresar en un estilo incomparable la belleza fugitiva de un instante, la angustia del deseo humano, la esencia misma de lo ilusorio, de lo mutable, de lo intangible, no sólo es ahora la más grande novelista de la literatura inglesa, sino que figura, por el contenido poético de su prosa, entre los poetas ingleses de todos los tiempos: Shakespeare, Shelley, Blake. 

          Ante su desaparición, su novela «Las Olas» se consagra también definitivamente, como su obra maestra; ella contiene, más que ninguna otra, la clave de su suicidio, de aquel trágico impulso que llevó a su autora a buscar la muerte en medio del elemento que la obsesionaba: el agua. Abajo se extienden las luces de las barcas de pesca, exclama Virginia Woolf a través de Rhoda: Las rocas se desvanecen. Innumerables y pequeñas olas grises se extienden delante de nosotros. Ya no toco nada; no veo nada. Podríamos caer y reposar sobre las olas. El mar golpeará en mis oídos. Los pétalos blancos se obscurecerán al contacto del agua marina. Flotarán por un instante y después se hundirán. Seré arrollada por una ola. Otra me llevará sobre sus hombros. Todo se derrumba en una catarata gigantesca en la que me siento disolver... 

          Después de la muerte de Virginia Woolf ha aparecido su última novela: «Betwen the Acts», en la que los críticos han querido encontrar la posible explicación de su trágico fin, pero como ha dicho Allanah Harper, una no puede menos de desear que «Between the Acts» hubiese precedido a «Las Olas» y que ésta hubiese sido la última novela de Virginia Woolf, pues este largo poema en prosa que constituye un experimento sin paralelo en la literatura inglesa, es un libro de tan rara belleza y tristeza, que hay algo de conclusivo en él. 

L.F

Notas

- Lenka Franulic:

viernes, 11 de octubre de 2019

«Tres claves para la lectura de la obra de Peter Handke», Eustaquio Barjau

«Tres claves para la lectura de la obra de Peter Handke:

la imagen, la narración, el viaje»

Eustaquio Barjau

[Madrid, 1922]

Universidad Complutense de Madrid


Peter Handke

Recibido: 2 de febrero de 2009
Aceptado: 5 de abril de 2009

RESUMEN 

De la mano de las tres claves señaladas en el título, en el presente artículo se intenta esbozar el sentido general de la obra de P. Handke como búsqueda de lo que cabría llamar "el paraíso olvidado": un paraíso (terreno, por supuesto) que no es ni el "paraíso perdido" ni el "paraíso recobrado" (Milton) ni el paraíso al que se podría entrar por la puerta trasera (Kleist), sino el paraíso que tenemos al lado mismo de nosotros y que extrañas fuerzas que no sabemos de dónde vienen (Kafka) nos han impedido ver durante siglos. Un intento de "hacerse digno de habitar la Tierra" (P. Handke). 

Palabras clave: imagen, narración, viaje, Peter Handke, Dankrede. 

          Three keys to reading the work of Peter Handke: image, narration, journey 

ABSTRACT 

By means of the three key words stated in the title, the present article aims to outline the general meaning of Peter Handke's work, as a search for what could be named "the forgotten paradise": a paradise (an earthly one, naturally) which does not correspond with a "paradise lost" or "paradise regained" (Milton), but rather that paradise which is so close, but which we are not able to see because strange forces, whose origin we ignore (Kafka), have prevented us from noticing it. An attempt to "become worthy to inhabit the Earth" (P. Handke). 

Palabras clave: image, narration, journey, Peter Handke, Dankrede. 

Cuadernos de Filología Alemana 
2009, Anejo I, 47-56                                                                                    ISBN: 978-84-669-3074-1              
          El año 1973 P. Handke ganó el premio Büchner de Literatura, un galardón que concede anualmente la Academia Alemana de la Lengua y la Literatura y que, en el ámbito de las letras alemanas, viene a corresponder a lo que es el premio Cervantes en el del mundo hispano. En el discurso de agradecimiento, pronunciado por este autor en Darmstadt, la sede de esta entidad (publicado en el anuario de la «Deutsche Akademie für Sprache und Dichtung» y que apareció traducido y glosado por mí en el número 214 de Revista de Occidente - marzo de 1999 ) se encuentran, a mi entender, las claves de lectura que he citado en el título de este artículo y de las que voy a ocuparme en las páginas que siguen. Se trata, en esta «Dankrede», de un discurso errático y bastante alejado de los hábitos y convenciones frecuentados en estos casos. En él, en una especie de monólogo interior, Handke nos habla de diversas cosas, que aparentemente no tienen nada que ver con su obra literaria, desde incidentes con su casero y recuerdos de infancia hasta intentos de insultar a Nixon y a los generales chilenos. Por aquel entonces este autor tenía 31 años; eran los tiempos de la guerra del Vietnam, del postsesentayochismo, del golpe de estado de Augusto Pinochet. El discurso, para seguir moviéndose en el plano de lo inconvencional, termina dando las gracias a la Academia por el dinero que va aparejado al premio (importe, dicho sea de paso, que Handke, al renunciar a este premio como protesta por la actitud de Alemania ante la guerra de los Balcanes, devolvió a la entidad que se lo había entregado). 
          Pues bien, entresaco tres breves pasajes de este discurso que estarían en la base de las tres claves que propongo para la lectura de la obra de este autor y sobre las que voy a hablar en estas páginas. En el primero de estos pasajes el autor se refiere a una fotografía de un prisionero de un campo de concentración nazi. De esta imagen a Handke le llama la atención algo que puede haber pasado inadvertido al espectador: éste verá seguramente y el fotógrafo probablemente se ha esforzado para que esto sea así unas mejillas hundidas, unos ojos saltones, unos huesos sobresaliendo por debajo de la piel. Nuestro autor advierte otro detalle, la posición de los pies, en ángulo agudo, con las puntas de los dedos tocándose unas con otras. Es una posición, dice Handke, que se advierte en los niños cuando son presa de un gran miedo. 
          Vayamos al segundo de los pasajes sobre los que quiero llamar la atención y que correspondería a la segunda de las claves que he propuesto. Hacia el final del discurso, refiriéndose a las razones por las cuales ha escogido el oficio de escritor, Peter Handke dice que cuando alguien le pregunta sobre esta cuestión, en vez de «sorprenderle» con razonamientos tomados de la lógica occidental así mismo es como se expresa nuestro autor-, contesta diciendo que «esto es una historia larga», es decir, a la pregunta introducida por la fórmula interrogativa «por qué», en lugar de responder con una frase introducida por la conjunción causal «porque» —de ahí probablemente la alusión a la lógica occidental—, el preguntado indica que se debería contar una larga historia para acceder a los deseos del interlocutor. 
          Hacia el final del discurso también, Handke, intentando caracterizar el designio fundamental de su obra literaria, echa mano de una página del diario de trabajo de Bertold Brecht y arremete contra lo que en ella se lee. El dramaturgo alemán dice que siente un especial aturdimiento siempre que alguna de las instituciones que para él se han manifestado como algo sólido y fiable -la música o la política, por ejemplo- se desmoronan y pierden sentido. Contra esta actitud, a la que Handke califica de mezquina, nuestro autor propone «dejar que el mundo nazca de nuevo siempre que uno, en su empecinamiento, lo ve como sellado». Y ésta es para él una de las virtualidades del pensamiento poético. 

I 

          Empecemos con la primera de nuestras tres claves, la imagen. En La historia del lápiz (1985, 1992), un libro de aforismos, o pensamientos breves, se lee: «Ante lo que estás viendo, piensa que esto tal vez ya te ha salvado» (p. 188). 


Ediciones Península. 416 págs.

          En otro libro de aforismos, Fantasías de la repetición (1983, 2000), leemos: «No olvides que lo que está cerca, lo verde y las hojas que se mueven, están al otro lado del muro del pecho: el muro resultante de la cháchara dirigida hacia ti, y de tu propia cháchara». (p. 37) 
          Llamemos a lo visto la imagen, un término que aparecerá más adelante reiteradamente en la obra de Handke. No es fácil, pues, llegar a esta imagen que puede salvarnos: antes hay que atravesar la barrera de la cháchara que han dirigido hacia nosotros y de nuestra propia cháchara. ¿Qué significa todo esto? Ante todo llama la atención un palabra aquí, el verbo «salvar». 


Editorial El cuenco de plata. 176 págs.
Traducción: Eustaquio Barjau

          Detengámonos un momento en este término. La palabra «salvación» la encontramos ya en la primera página de una de las obras centrales, y más densas, de nuestro autor, el relato Lento regreso (1979, 1985), que es la primera parte de una tetralogía que lleva el mismo título. La novela, definiendo a su protagonista, Sorger, empieza así: 

Sorger había sobrevivido a algunos seres humanos próximos a él y ya no sentía ninguna nostalgia, sin embargo experimentaba a menudo un gusto desinteresado por la existencia y de vez en cuando una necesidad de salvación que se había convertido en algo animal y que pesaba sobre sus párpados. (p.11). 

          ¿Qué significa todo esto?, nos preguntábamos. Si se hacen las precisiones necesarias y si a la fórmula que voy a proponer se la libera de posibles interpretaciones extraviadas, podemos calificar la obra de Peter Handke como «literatura de salvación», una fórmula tomada de la terminología de corrientes de «espiritualidad» muy alejadas del contexto presente. Empecemos diciendo que se trata aquí de una salvación «de», no de una salvación «en» —en un eventual «paraíso» prometido, y preexistente, pongamos por caso—. ¿Salvación de qué, entonces? De la barrera de la cháchara a la que nos han sometido los demás y a la que nos sometemos nosotros mismos, por ejemplo. Seguiremos planteándonos esta pregunta e intentando responder a ella. En la cuarta parte de la tetralogía a la que acabo de referirme, en el «poema dramático» Por los pueblos (1981, 1986), evitando de un modo explícito toda asociación religiosa, se vuelve a hablar de salvación, o para ser más exactos de «consuelo», y de «imagen». En el discurso final de esta obra, un parlamento en el que se esboza algo así como un mundo distinto, que no va a tener nada que ver con el que se quiere dejar atrás, Nova —el nombre de este personaje es ya suficientemente significativo— dice: «No es posible esperar lo sobrenatural. ¿Pero no os consuela ver cómo por el agua que corre avanza lentamente la hoja?» (p. 113). 
          La imagen, la visión de la imagen como un momento gozoso, «salvador», es un tema viejo en la obra de Peter Handke. Kaspar, protagonista de la obra del mismo título (1968, 1982) tomada de la figura histórica de Kaspar Hauser, sometido a la «tortura lingüística» del aprendizaje de la lengua, y consiguientemente al «sistema» que ésta implica, vive algunos momentos de «liberación» de este proceso de esclavización, ve imágenes que no están previstas en el entramado de signos que le suministran sus «Einsager», sus «apuntadores»: «caballos y pus: escarcha y ratas: anguilas y buñuelos: cabras y monos».            

Editorial Alfaguara.  144 págs.

          Joseph Bloch, el protagonista de El miedo del portero al penalty (1970, 1979), sometido a una tortura semántica, al ser objeto, supuestamente, de una persecución policial, no muy clara, que hace que todo lo que ve y lo que oye lo interprete como posibles signos de esta persecución, hasta tal punto que para él el mundo se ha convertido en un jeroglífico y que el que se cree perseguido ya no ve ni oye nada sino es «leyéndolo» desde esta perspectiva, tiene breves, gozosos momentos de tregua dentro de este suplicio: aquellos en los que ve algo que —¡por fin!— ya no significa nada, «como en los tiempos de la paz»: «ya no había que pensar en ningún significado para el gallo silvestre disecado que estaba encima del tocadiscos». 


Editorial Alfaguara. 176 págs.

          El título de la novela La hora de la verdadera sensación (1975, 1976) hace referencia al momento climático de este relato, aquel en el que el protagonista, Gregor Keuschnig, encaminándose hacia su «transformación», intentando salir del «viejo sistema» y entrar en «el nuevo», en un momento determinado, «la hora de la verdadera sensación», después de haber abandonado su puesto en la Embajada de Austria en Francia, de haber dejado a su mujer y a su amante, en un parque de París ve una constelación de objetos que hasta ahora probablemente no había visto nadie —la visión salvadora—: una hoja seca, un trozo de un espejo de bolsillo y un pasador de pelo de niña, y a continuación exclama alborozado: «¿quién dijo que el mundo estaba descubierto?» 
          Decíamos que Sorger, el protagonista de Lento regreso era un ser necesitado de salvación. Pues bien, esta «salvación» es, parece, lo que este personaje busca en «el Gran Norte» —Alaska—, y tal «salvación» tiene que ver con la imagen: en este extremo rincón del continente americano, el geólogo que protagoniza este insólito relato busca «ver» las formas de la Tierra, unas formas que hasta aquel momento ha visto sólo desde los nombres de la historia de Europa, la historia del crimen. El sistema de nombres de su ciencia, como nombres de una historia absolutamente irreductible a la de la Tierra, supone, en formulación feliz de J. L. Pardo, un «geocidio». La visión nueva, originaria que se propone Sorger en «el Gran Norte» no solamente va a suponer una purificación epistemológica, por así decirlo, sino una purificación moral, personal y social. Esta nueva manera de mirar no sólo va a llevar consigo una recuperación de la realidad —porque supone atravesar la barrera de la cháchara que nos han aplicado y que nos hemos aplicado a nosotros mismos— sino también el nacimiento de un nuevo modo de comunicarse con los otros, va a suponer de hecho la recuperación de estos otros. En el caso de Sorger, «la india», la enfermera de la colonia del «Gran Norte» en la que vive el protagonista de la novela, y más, la familia de vecinos de «la ciudad de la costa occidental», la estación intermedia del viaje de regreso a Europa del protagonista —del «lento regreso al hogar», ésta sería la traducción completa del título de este libro y de la tetralogía entera—: en una escena gloriosa de la segunda parte del relato Sorger levanta a los niños en alto, los lleva a la cama, éstos le hacen confidencias que no han hecho ni siquiera a sus padres; antes ha dicho a sus vecinos: «Están ustedes tan lejos». Veamos cómo Handke cuenta la «visión» que el protagonista tiene de la cabeza de la madre de estos niños: 

Empezó llamándole la atención el pelo; era un placer ver aquellos rizos, la línea de piel que dejaba al descubierto la raya, la misma masa de los cabellos. Poco a poco fue viendo los detalles del rostro: ahora su belleza era incuestionable, pero al mismo tiempo adquirieron un carácter dramático: una línea (era así y no quería ser de otra manera) llevaba de un ojo al otro. «Esto está ocurriendo para mí», pensó. (p. 107). 


Alianza Literaria. 592 págs.


          La imagen, la imagen que no ve nadie, porque todo lo que vemos nos lo enseñan los otros. En El año que pasé en la bahía de nadie (1994, 1999), el protagonista narrador, Gregor Keuschnig —la figura central de La hora de la verdadera sensación, que reaparece en aquella larga novela casi veinte años después—, para ver la textura de las paredes de las casas de la población periférica de París, «la bahía de nadie», en la que va a vivir en lo sucesivo, se acerca a ellas, a muy poca distancia, tocándolas con la nariz, y de este modo ve en ellas valles, crestas, desprendimientos, pequeños animales. En otra ocasión, para ver bien las formas de las plantas de la estepa, se deja caer ladera abajo, rodando, y de este modo ve las hojas, los tallos y las flores muy de cerca y en todas las posiciones. Cabría aducir más ejemplos de «visiones» de este tipo en la obra de Handke. 

II 

          Podemos pasar ya a la segunda de las claves de lectura que me he propuesto considerar, la narración. Recordemos: ante la pregunta relativa al porqué de algo —¿por qué se dedicó usted a escribir?, por ejemplo—, en vez de contestar al interlocutor sorprendiéndole con «la lógica occidental», se le puede contar una historia: «oh, esto es una larga historia». (Éste es, como he dicho, un ejemplo tomado del discurso de Darmstadt de 1973. En el documental sobre Peter Handke que hizo hace dos años Peter Hamm con motivo del sesenta aniversario de aquel autor —una larga entrevista acompañada de paisajes y gentes frecuentados por él—, el autor austriaco vuelve a abogar por este tipo de discurso). 


Alianza Editorial. 96 págs.

          ¿Por qué la narración? ¿Cómo se explica la fijación de nuestro autor en este modo de decir? Porque el hecho es que este motivo, análogamente a lo que ocurre con la imagen, aparece de un modo insistente en su obra, por lo menos desde finales de los años ochenta. El Ensayo sobre el cansancio (1989, 1990), una obra que, después de La mujer zurda (1976, 1979), es la que ha tenido mayor aceptación en España, tiene varias páginas dedicadas a la narración. 


Alianza Editorial. 103 págs.

          ¿Qué es la narración? Repasemos algunos conceptos de la Teoría Literaria, no para refrescar conocimientos sino para hacer bajar un telón de fondo sobre el cual podamos ver la nueva perspectiva desde la que hay que considerar este tipo de discurso en la concepción handkeana. 
          La narración, junto con la descripción, es una de las dos formas del género épico. En él, digamos de un modo drásticamente simplificado, la realidad pasa al lenguaje de un modo mediado 
—por el que narra o por el que describe—, una mediación que no tiene lugar en el género dramático. Siguiendo con nuestras simplificaciones, digamos que se narra la realidad temporal y se describe la realidad espacial: se narra la Revolución Francesa y se describe la fachada de una catedral. Pero, para paliar en alguna medida unas definiciones tan esquemáticas como las que acabo de formular, debemos añadir algunas precisiones: se describe también, no se narra, una puesta de sol o una tempestad en el mar, a pesar de que son realidades temporales. Terminemos este breve excurso diciendo también que se narran sucesos temporales en los que participa el hombre y se describen realidades espaciales y realidades naturales, sin el hombre, que se suceden en el tiempo. 


Tres Molins. 105 págs.

          Pues bien, oigamos los títulos de algunos de los capítulos del libro que Peter Handke escribió el año 1990, De nuevo para Tucídides: «Algunos episodios de la nevada japonesa», «Epopeya de las luciérnagas», «Una vez más una historia sobre la fusión del hielo», «Pequeña fábula del arce de Munich», «Epopeya de la desaparición de los caminos». Son títulos que, sin ninguna duda, quieren llamar la atención, tienen una intención claramente provocadora. 
          Volvamos, muy brevemente también, a nuestra «Teoría Literaria». Las narraciones, las historias suelen tener un «cierre»: ya ha terminado lo que queríamos contar, ya no se cuenta nada más. Suelen tener también intenciones concretas; esto es muchas veces lo que determina el cierre y lo que define los distintos tipos de narración: el apólogo, la parábola, el mito —como historia explicativa, o explicación por medio de una historia— o incluso también la historia como narración de lo ¿importante? acontecido —«historia magistra vitae—», para que no volvamos a incurrir en los errores del pasado... 


Alianza Editorial. 

          Pues bien, no es ésta la narración por la que apuesta Peter Handke. Cabría preguntarse: ¿por qué la historia termina con el encuentro del culpable, con la victoria de uno de los dos contendientes, o con su reconciliación, y no, por ejemplo, tres minutos antes, o siete días después? El cierre, lo que le da unidad a la narración, traiciona un «concepto» que está detrás de ella (y en el concepto suele estar agazapado el Poder); pero la literatura, dijo también Handke en su discurso de Darmstadt, tiene «el poder de disolver los conceptos y, con ello, de hacerse con el futuro». La narración por la que aboga Handke no tiene «cierre», tiene que poder continuar en cualquier momento con un «y...» —así es como termina su novela La repetición (1986, 1991)—. Abrir la ventana, mirar e ir contando lo que vamos viendo, nada más. ¡Nada menos!: «la epopeya de la paz». El modelo de ésta nos lo da la naturaleza, siempre que la miremos con los ojos limpios de la historia de Europa: lo que busca Peter Handke con sus «epopeyas» de su libro a favor de Tucídides es algo parecido a lo que buscaba Sorger en «el Gran Norte», ver la historia de la Tierra —para el protagonista de Lento regreso los resultados de esta historia, las formas que ella ha grabado en el suelo— con los ojos limpios de la historia del viejo —¡y del nuevo!— continente. 
          Una de las situaciones que propician este discurso inocente es el cansancio. En el Ensayo sobre el cansancio (1989, 1990) encontramos explicitado este desideratum; en la página 33 de la traducción castellana leemos: «el arte de narrar como la forma de hablar más generosa y que originariamente está más libre, casi siempre, de las opiniones del que narra». 
          En este ensayo Peter Handke clasifica los cansancios en cansancios buenos y cansancios malos; entre los primeros se encuentra uno que propicia de un modo especial la narración. Detengámonos unos momentos en este punto. ¿Qué tiene que ver el cansancio con este modo de decir inocente?, ¿por qué el cansancio es la situación adecuada para la narración? El cansancio es un estado que nos coloca al margen de nuestros hábitos, de nuestros proyectos y nuestros afanes; viene a ser algo así como «la hora veinticinco» de la jornada. En la página 61 de este Ensayo de Handke leemos: «Gracias al cansancio el mundo se liberaba de sus nombres y se hacía grande».
          En la misma página de la que he tomado esta cita, nuestro autor explica los cuatro estados en los que se puede encontrar su Yo-Lenguaje en relación con el mundo: en el primero este yo está «dolorosamente excluido de los acontecimientos»; en el segundo, la cháchara de fuera entra en el yo y éste sigue estando mudo, lo más que puede hacer es gritar; en el tercero llega al fin la narración, de un modo involuntario, frase por frase, dirigida a alguien, generalmente a un niño; en el cuarto se produce la apoteosis del cansancio: éste se convierte en la gran puerta de la narración: 

en la clarividencia del cansancio de entonces, el mundo, bajo el silencio, sin decir una sola palabra, se cuenta a sí mismo, a mí al igual que al vecino espectador de pelo canoso que hay aquí, que a la señora estupenda que pasa contoneándose; todos los acontecimientos pacíficos eran ya narración, y ésta, a diferencia de lo que ocurría en las acciones bélicas y las guerras, que primero necesitaban un cantor o un cronista, se articulaba por sí misma ante mis ojos cansados en forma de epopeya. (61-62). 


Editorial Alianza. 200 págs.


          Es la epopeya de la paz a la que me he referido antes. Pero aquí son las cosas las que se narran; el Yo del autor-contemplador se ha hecho absolutamente permeable a las cosas de fuera, se ha convertido en un gran fanal en cuyo seno aparecen éstas, y esta aparición tiene forma de relato. En las últimas páginas de La ausencia (1987, 1993), Handke pinta la escena glorificada que rodea a los tres personajes, después de la desaparición del El Viejo: 

Las escaleras de piedra se lanzaban rectas hacia arriba. Las sombrillas se abovedaban. La camarera estaba apoyada. Nosotros estábamos sentados. Los jardineros estaban de pie. Los muros estaban de pie. Las ramas del cedro se entrelazaban. Las raíces se estiraban. El magma llameaba. El mar batía. El espacio cósmico zumbaba. En el cielo los pájaros, ala con ala, estaban suspendidos en el aire. Las pinochas verdeaban. El tronco se redondeaba. El humo hacía un signo. (p. 193-194). 


https://www.filmaffinity.com/ar/film633016.html

          Como es sabido, Peter Handke hizo luego de este relato un guión cinematográfico y una película (en la que tuve la fortuna de, con mayor o menor acierto, más bien menor, encarnar a uno de sus personajes). Pues bien, en la última secuencia de este film vemos a un niño, subido en los hombros de un adulto que anda arriba y abajo por la orilla del mar, diciendo: «Mi padre anda. El pez nada. El árbol está de pie. El fuego arde. El agua corre. La luna brilla. El tren corre. El barco navega. Mi padre anda...».
          El cansancio ha propiciado la presencia de las cosas. Una vez acallada la cháchara que nos separa de éstas —esta cháchara que se interponía entre nosotros y el verde de las hojas—, y esto ha ocurrido cuando, por la gracia del cansancio, hemos salido de los sistemas, las opiniones y las costumbres, ha aparecido la imagen, y la aparición de ésta tiene lugar en forma de narración, la narración que las cosas hacen de ellas mismas. Con lo cual se juntan las dos primeras claves de lectura que estoy considerando en las presentes reflexiones, la imagen y la narración. 

III 

          ¿Y el viaje, la tercera de las claves que he propuesto? En la película La ausencia, en uno de sus muchos monólogos El Viejo dice: 

Andar. Golpear el suelo con las suelas de los zapatos, regular los latidos del corazón, limpiarse los ojos. [...] Y es andando, andando, andando como salían a mi encuentro las cosas del mundo, acontecían, se narraban. [...] Sólo andando, andando, andando, hacía bajar yo la luz del cielo, del padre cielo. Airear la tierra andando. Hacer que el azul azulee, que el verde verdezca, que el marrón luzca, que el gris florezca. 

          El viaje —aquí el viaje a pie— y la narración; la narración como un modo privilegiado de presencia de la imagen. 


Alianza Editorial. 120 págs.

          En la obra de Peter Handke se viaja. Se viaja por Europa y por América; de Europa a América y de América a Europa. Se viaja en tren, en coche, en autocar, en avión, a pie. Viaja Sorger en Lento regreso; viajan el autor y D en La doctrina del Sainte-Victoire (1980, 1985); viajan el autor y su hija en Historia de niños (1981, 1986); Loser en El chino del dolor (1983, 1988); el yo narrador en La repetición (1986, 1991); el viejo, el soldado, el jugador y la mujer en La ausencia (1987, 1993); viajan al país sonoro los siete personajes de El juego de las preguntas (1989, 1992), viajan el conductor, el poeta y el antiguo campeón olímpico en En una noche oscura salí de mi casa sosegada (1997, 2000); viajan los siete amigos del yo narrador en El año que pasé en la bahía de nadie (1994, 1999); viaja la banquera en La pérdida de la imagen o por la Sierra de Gredos (2002, 2003). 


El libro de bolsillo. 88 págs.

          ¿Qué sentido tiene el viaje en la obra de nuestro autor? Es ésta una pregunta que podemos intentar contestarla desde la perspectiva de la «literatura de salvación» de la que he hablado antes (no olvidemos que el «itinerarium» es una de las categorías de las «literaturas de salvación» de muchas corrientes de «espiritualidad»). También se viaja en un subgénero narrativo que ha tenido tanta importancia en la tradición alemana como es la llamada «novela de formación». En el viaje, dice Eugenio Trías en el capítulo «Viaje dramático, viaje clásico» de su libro Drama e identidad (Barral Ed., Barcelona 1974), el nombre propio de uno «parece fluidificarse y perder con ello su rígida compostura. La referencia al hogar, al municipio pierde su carácter opresivo y se vuelve implícita». Esta observación de Trías está muy en la línea de la tendencia de nuestro autor a no dar nombres a sus personajes, a los que muchas veces identifica sólo con rótulos como «el niño», «la mujer», «el viejo», «el soldado», «el jugador», «el sacerdote». La lejanía del hogar y de su ámbito habitual le depara al «viator» la posibilidad de una distancia en relación con él mismo y por tanto algo así como una nueva identidad, una identidad «purificada». En el Ensayo sobre el día logrado (1991, 1994) leemos: «En el día logrado no habrá ninguna costumbre, desaparecerá toda opinión» (p. 75). El viaje parece propiciar este estado. No olvidemos que la idea de escribir este ensayo le ha venido a Handke de una canción de van Morrison en la que se habla de una pareja que, en un viaje, durante un fin de semana, ha conseguido este «día logrado»: «pescar en las montañas, continuar el viaje, comprar el periódico del domingo, continuar el viaje, tomar algo, continuar el viaje, el brillo de tu cabello, la llegada al anochecer, y el último verso más o menos así: ¿Por qué no pueden ser todos los días como éste?». El viaje parece favorecer la disolución de «el mundo sellado» por la que aboga Peter Handke en su discurso de Darmstadt. El viaje, que nos va poniendo siempre delante de algo distinto, parece ayudar también a este nacimiento de un mundo nuevo todos los días del que habla nuestro autor en este mismo discurso. Lo que se busca en estos viajes es, en muchas de las obras de Handke, una «transformación» del viajero. Éste es, por ejemplo, el caso de Wilhelm en Falso movimiento, de Gregor Keuschnig en La hora de la verdadera sensación, de Sorger en Lento regreso, para mencionar sólo algunos ejemplos. 
          Antes hemos hecho referencia a los medios de locomoción con los que viajan los personajes de las obras de Handke. Debemos detenernos unos momentos en uno de ellos, el autocar, uno de los «tópoi» de la obra de este autor, por su recurrente, casi obsesiva aparición en sus obras. El autocar y el viaje en este medio de transporte suponen, respectivamente, un «Zwischenraum» (espacio intermedio) y una «Zwischenzeit» (tiempo intermedio), dos categorías centrales en la obra de este escritor: un ámbito espacio-temporal en el que cesan las relaciones habituales de los que se encuentran en él; en el que dejan de estar vigentes los «papeles» que desempeña cada uno en su vida diaria. En este espacio y durante este tiempo se da una distancia de cada uno en relación con sus propios hábitos y sus costumbres, cesan los empeños que tienen al ser humano fuera de lo que él es; en ellos pueden nacer modos de ser y relaciones inéditos, ajenos al plexo de proyectos y de influencias exógenas que tienen al hombre en manos de alguien. 
          En ocasiones, los que viajan son un pequeño grupo que se ha formado de un modo aleatorio. Éste es el caso, por ejemplo, de La ausencia —«el viejo», «el soldado», «el jugador», «la mujer»— o de En una noche oscura salí de mi casa sosegada, donde en un coche con el que se dirigen al pueblo de Santa Fe se han reunido por casualidad «el conductor», «el poeta» y «el antiguo campeón olímpico». Los diálogos que se entablan entre los miembros de estos grupos formados al azar, que en ocasiones, como ocurre en La ausencia, son sólo largos monólogos de estos personajes, escuchados con atención por los otros miembros del grupo, son lo que puede depararle al hombre una nueva identidad y lo que puede ofrecerle una nueva vida. 

IV 

Alianza. 568 págs.


          La imagen, la narración, el viaje. En la obra de nuestro autor, La pérdida de la imagen o por la sierra de Gredos encontramos reunidas, y presentes de un modo explícito, las tres claves que han estado ocupando nuestra atención a lo largo de estas páginas. Dos de ellas, la imagen y el viaje, están mencionadas de un modo expreso en el título de la novela. La tercera, la narración, es un hilo que recorre el libro entero. En efecto, lo que la protagonista va viendo y viviendo a lo largo de su travesía por la sierra castellana deberá contarlo un autor que ella ha contratado, que vive en un pueblo de la Mancha, donde terminará el largo relato, Miguel... imposible reprimir el deseo de nombrar sus apellidos: de Cervantes Saavedra. La protagonista de esta novela no aspira a «pasar a la historia» sino a «pasar a la narración». Sobre cómo debe ser y no debe ser ésta, el lector puede sacar deducciones fijándose en las indicaciones que la banquera, la figura central de la obra, le va dando a su autor. También comparando lo que de la Sierra de Gredos ve la protagonista de la novela y lo que ven los reporteros venidos de fuera. La imagen tiene también un papel central en este libro. En él vemos cómo las imágenes se pueden concitar, qué efecto surten, en el que las llama y en aquellos que se encuentran frente al que las tiene; cómo se pueden perder, que es algo que sólo puede ocurrirle al que una vez las tuvo. 
          No es posible, ni oportuno, intentar hacer una interpretación cerrada de este libro desde estas tres claves. Me parece suficiente con indicarlas y ofrecerlas para una lectura de esta novela. 
          Las tres claves que, anunciadas ya por Peter Handke en su discurso de Darmstadt, hace más de treinta años, recorren su obra entera y nos ofrecen un hilo que puede guiarnos dentro del fascinante dédalo de la obra este autor. 


*

Espero que hayan disfrutado de este muy buen trabajo de Eustaquio Barjau, y que disfrutemos de la amplia obra de Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019.
Hasta el próximo encuentro,

Cecilia Olguin Gianelli 

Notas

- The Official Website of the Nobel Prize in Literature:

- Eustaquio Barjau: [Madrid, 1932] Filolólogo y traductor español. Catedrático de Alemán del Instituto Cervantes y de Filología Alemana en la Universidad Complutense de Madrid.
eumusfil@hotmail.com 

- Peter Handke: [Griffen, 6 de diciembre de 1942] Escritor austriáco, ganador del Premio Nobel de Literatura 2019. Autor de teatro, novela poesía y ensayo, también guionista y director de cine.
Un gran lector, Dickens y Balzac, pero sobre todo se siente discípulo de Goethe, Adalbert Stifter, Kafka y Ludwig Hohl. 
Instalarse en París, su viaje [clave] al norte de Estados Unidos y regreso a Austria fueron parte de los cambios en su escritura y el desarrollo de una experiencia narrativa muy personal y arriesgada. Escribió relatos, novelas y ensayos polémicos.
Durante las guerras balcánicas [década de 1990] Handke se opuso a los ataques de la OTAN sobre Belgrado en 1999. Tendría en cuenta los bombardeos nazis a esa capital y la impunidad de muchos croatas, que colaboraron en la destrucción de los judíos en la zona. Esto le valió ser considerado [equivocadamente] partidario de la causa serbia, extremo que el ha negado radicalmente. La suya era una negativa a la criminalización de un pueblo. Por este mismo motivo hubo una campaña en 2006 en su contra, cuando le fue concedido el Premio Heine. Fue defendido por novelistas, cineastas y directores teatrales, entro muchos otros.
En sus novelas se refiere a estos hechos tan manipulados, y le fueron otorgados otros muchos reconocimientos, como el Premio Ibsen, el Premio Prosefest y nombrado ciudadano de honor de Belgrado.
El crítico español Ignacio Echevarría escribió sobre esta desinformación sobre el autor y sus denuncias: «La causa Handke no es la de Serbia. Ni siquiera la del pueblo serbio, con la que solidariza. Pero sí reconoce, como lo han hecho Karl Kraus y Rafael Sánchez Ferlosio, en la guerra el veneno de las palabras, e impugna la perversa alianza del periodismo y de las bombas, consumada en nombre de la Humanidad».
Sus posiciones políticas han hecho de este premio, el más importante, causa de muchas controversias y opiniones contrarias. Han despertado viejas discusiones muy interesantes para analizar. 

- Análisis de la obra artística de Wim Wenders y Peter Handke:

domingo, 6 de octubre de 2019

Daniel Mordzinski, la literatura hispanoamericana fotografiada

«Para escribir hay que dar con la postura», dice Juan José Millás en su diario La vida a ratos, y qué bien aplica a lo que acá vemos: la postura tan bien captada por el objetivo de Mordzinski.

Mario Vargas Llosa, Cartagena de Indias durante HAY Festival [2010]
Daniel Mordzinski

Objetivo Mordzinski

Fotografía & Escritores 

Cuatro décadas de literatura hispanoamericana

Casa de América

Madrid

Los rostros de la escritura
La creación literaria hispanoamericana desde la mirada del artista Daniel Mordzinski



          Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores, es un consagrado argentino, nacido en Buenos Aires en 1960. Se denomina a sí mismo como «fotoperiodista» —demasiado artista para periodista y demasiado periodista para artista.
          Afincado en París y Madrid, es corresponsal del diario El País y otros medios. Muy conocido y admirado por los lectores del mundo, ya que ha retratado a los protagonistas más destacados de las letras de las últimas décadas.
          Con el sello de su personalidad histriónica, ha trabajado y trabaja retratando escritores en su ambicioso «atlas humano», participa de festivales y exposiciones y ha editado numerosos libros.


Daniel Mordzinski

          Disfruta y nos permite disfrutar de la literatura a través de la lente de su cámara. En este caso son las últimas generaciones de escritores hispanoamericanos, un viaje de cuatro décadas al corazón de la literatura de esta región cultural.
          Una gran exposición antológica renovada. Ya presentada en parte en el año 2016-2017 en Buenos Aires [CCK] y en otras ciudades de diferentes países, se presenta ahora en Casa de América en Madrid, desde el  11 de octubre al 30 de noviembre de 2019, con nuevas producciones.   
          Imágenes para disfrutar de nuestros escritores preferidos... Borges, Cortázar, Cela, Aira, Saer, García Márquez, etc. Llenas de vidas y pasión. Un lado más íntimo y divertido de lo habitual, es lo que logra transmitir este gran artista a través de su mirada, su amor por la lectura y admiración por sus creadores.


César Aira, admirado escritor argentino, en las calles de Querétaro [2017]
Daniel Mordzinski

César Aira [Coronel Pringles, 1949] juega y nos divierte. Su genialidad para crear ficciones que vuelan por aires inimaginables, un maravillosos delirio, nos lleva a lugares de mucha fantasía, humor e ironía.
          Nos ponemos en su sintonía y nos dejamos ir... Una foto muy «airana».


Eduardo Sacheri por Daniel Mordzinski

Eduardo Sacheri [Buenos Aires, 1967] se presta al juego Mordzinski quien logra toda una «fotinski» con un toque de actualidad.
          «La paciencia es una de las mejores formas de la dignidad», dice el ganador del premio Alfaguara 2016 con La noche de la Usina, y autor de la famosa La pregunta de sus ojos, llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos.

«Daniel Mordzinski se acerca a sus retratados con una mezcla de respeto e ironía, sabe mirar dentro de sus miradas», dice José Manuel Fajardo [Granada, 1957] en el prólogo de El país de las palabras, hermosa fusión de fotografía y literatura, escritores latinoamericanos en Francia
          Y vemos esta fotografía, tomada desde lo alto, de Juan José Saer. Un instante tan bien captado. La mirada de Saer que va tomando significados de despedida, de tiempo que se va y deja huellas, como las huellas de esos chicos en bicicleta sobre la calle nevada.


Juan José Saer, París 2002
Daniel Mordzinski

Un trocito de vida: una escapada a una playa cercana durante el Hay Festival de Cartagena de Indias [2014] y una escena espontánea con pantalones arremangados a la que Piglia se sumó gustoso y se logró esta «fotinski».
          Ricardo Piglia [1941-2017], notable escritor argentino, autor de obras a las que volvemos una y otra vez, como Respiración artificial, Plata quemada o El último lector, entre otras muchas.

Ricardo Piglia por Mordzinski [2014]

«Soy totalmente intuitivo, improvisador, divertido. Cada fotografía tiene mucho del retratado. Yo procuro que tenga mucho de sus universos literarios, y claramente algo de mí. Pero nunca los voy a traicionar, estamos en el mismo bando. Es muy difícil que un escritor le diga que no a un lector», dice Mordzinski. 
          En general no se niegan con las puestas en escena que les propone, ¡él es uno de sus grandes lectores!


Enrique Vila-Matas retratado en Matosihos, Portugal
Daniel Mordzinski

Dos imágenes del escritor catalán Enrique Vila-Matas [Barcelona, 1948]. Pertenece a la serie «Retrato de escritores». La primera, aparentemente más clásica pero no, esa mirada con la ceja levantada... Y en la segunda, más producida, Vila-Matas se abre el abrigo y muestra a los «vilamatitas». 
Muy acertado en el contexto de su obra tan «vilamatiana».

Enrique Vila-Matas en una imagen de la serie «Retrato de escritores».
Abriéndose el abrigo, mostrando los «vilamatitas», muy acertada en el
contexto de la obra «vilamatiana». 

Con el autor de El túnel y Sobre héroes y tumbas compartió muchos momentos inolvidables en Santos Lugares, Buenos Aires y París. Admiró su inocencia, elegancia física y ética, su falta de afectación y la manera en que describía el horror, el dolor ajeno y el propio.
          Ernesto Sábato [Pcia. de Buenos Aires, 1911-2011] en las calles de París, con su gesto inconfundible.

Ernesto Sábato, con su gesto inconfundible, Boulevard Raspail.
París, 1996
Daniel Mordzinski

Desde 1978 Daniel Mordzinski se dedica a mostrar algo distinto de los escritores que lee y admira. Algo que rompa con los lugares comunes, que capte un instante de intimidad, de juego, de vida.
          Así logra esta imagen del autor de La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares [1914-199]. 


Bioy retratado por Daniel Mordzinski

«Jorge Luis Borges, mi primer escritor, mi Aleph», dice Daniel Mordzinski.
          Con solo 18 años y mucho miedo fotografió al «poeta ciego», no sabía el camino que emprendía.
Jorge Luis Borges por Daniel Mordzinski
[tomada hace más de 40 años, en 1978]

          A mí, que me gusta leer rodeándome de imágenes, sus fotografías, llamadas graciosamente «fotinskis» son, desde hace tiempo, una muy buena compañía. 
          Sigamos disfrutando de las imágenes de los escritores que leemos y admiramos, en situaciones fuera de lo común, gestos, miradas y actitudes que nos dicen mucho de ellos. No nos perdamos las exposiciones de Daniel Mordzinski ni sus libros*, como La ciudad de las palabras [1996] o Cronopios: Retratos de escritores argentinos [2014].
          El arte, en todas sus expresiones, es lo que nos oxigena la vida, «no se puede vivir sin leer o viajar», dice él... y sin estar cerca de estos escritores, podríamos decir nosotros, los lectores.
          A Daniel Mordzinski le gusta ser empático e intuitivo y conectar con el otro. Lo logra, así lo sentimos cuando nos detenemos a mirar sus trabajos. Nos inspira en este sentido y se lo agradecemos.
          Agradecemos su talento, todo lo que descubre y nos regala, su amor por la literatura y su homenaje.
Hasta el próximo encuentro,

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- Daniel Mordzinski: Biografía, libros, fotografías, contacto.

- Daniel Mordzinski: Hablando en la oportunidad de otra exposición de hace unos años, en 2011, también en Casa de América. Un placer escucharlo.



- Casa de América: