sábado, 1 de noviembre de 2025

«El último lobo», László Krasznahorkai

 El último lobo

[2009]

László Krasznahorkai

[Gyula, Hingría, 1954]

Premio Nobel de Literatura 2025



Editorial Sigilo; 93 págs.
Traducción: Adan Kovacsics


Del novelista y guionista húngaro, reciente Premio Nobel de Literatura 2025, László Krasznahorkai, voy a comentar la primera novela que leo de él.


László Krasznahorkai


Advertida acerca de lo difíciles y exigentes que son sus novelas, tanto en su prosa de largas frases encadenadas como por sus temas distópicos y melancólicos, me animo con El último lobo.
Las razones son dos: es corta y es la primera que consigo —esto último habla de lo poco que fue leído, al menos por acá, en Argentina.
También me animaron las razones de las autoridades que entregan el mayor premio literario, el Premio Nobel de Literatura: «Una obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte».




Algunas de sus obras, las más destacadas, Tango satánico [Sátántangó, 1985] y Melancolía de la resistencia [Az ellenállás melankóliája, 1989] fueron llevadas al cine por el director Béla Tarr [Pécs, Hungría, 1955].

Mi comentario de El último lobo,

de László Krasznahorkai




Se reía, pero no era una risa distendida, ya que estaba demasiado ocupado tratando de averiguar si existía una diferencia entre el peso de la futilidad y el desprecio y preguntándose a qué se refería todo, pues consideraba que cuanto venía irradiado por todo y de todas partes se refería de manera inalterable también a todo, y si algo se proyectaba sobre todo y desde todas partes, difícilmente podía precisarse sobre qué y desde dónde, sea como fuere, no era una risa surgida del corazón, puesto que la futilidad y el desprecio le oprimían los días, no hacía nada, nada en absoluto, iba y venía, permanecía días enteros sentado en el Sparschwein ante la primera botella de Sternburg y todo a su alrededor estaba lleno de futilidad y, para colmo, de desprecio...

Esto que transcribo no es un párrafo, ya que no vemos un punto, es la primera página de la breve novela, una nouvelle. Y no los encontrarán, ningún punto y aparte o punto seguido, en toda la narración.
Es una historia escrita con una sola frase con muchas subordinadas y ramificaciones, y es la voz del escritor y filósofo la que escucharemos, hablando para sí o para su interlocutor, un húngaro —así se lo llama en la trama, «el húngaro» que trabaja en un bar perdido de Berlín, adonde el escritor asiste cada día. 
De vez en cuando, aparecerán otros personajes, sobre todo en un viaje que realiza a España.




Ya sentirán en lo transcrito la desilusión y melancolía con las que Krasznahorkai viste a su personaje, un pesimismo existencial expresado de manera admirable.   

Volviendo al argumento, trataré de ponerlos en tema sin adentrarme demasiado para no quitarles el poder magnético que tiene esta lectura, e iré agregando algunas pocas conclusiones. 
Como dije, el protagonista asiste a ese bar de Berlín, con poco dinero para emborracharse, en un barrio de calles y aceras mugrientas.
En el bolsillo lleva una carta, «vaya chorrada» le dice al camarero húngaro, que no entiende lo que dice, ni lo entenderá nunca. Él solo escucha, y de vez en cuando pregunta algo, o asiente o se queda callado. No tiene la capacidad de comprender la profundidad, la complejidad de lo que el escritor le cuenta.
Ambos expresan, a mi parecer, la falta de conexión entre personas diferentes, la dificultad en la comunicación.

La carta que lleva el escritor en el bolsillo es una extraña invitación de una todavía más extraña fundación. La idea es que viajara a Extremadura, España, y residiera allí una o dos semanas. El requerimiento es que escriba algo sobre la región.
Todo el tiempo, descreído como es, piensa que es un error, que se han equivocado de hombre. Él ya no se siente «profesor» como lo llaman, había escrito unos cuantos libros, sí, y había descubierto mucho tiempo atrás que nadie los necesitaba.

Le va a ir contando este insólito viaje —que al final acepta—, al camarero húngaro que nada entendía. Paradójicamente, es la persona con la que más vinculada estaba.
En España se obsesiona con la historia de la muerte del último lobo. A partir de ahí comienza su investigación, una experiencia que tendrá gran significación de transformación personal, aunque no de la manera de cierre a la que estamos acostumbrados.

Las amables personas de la fundación le piden reflexionar y escribir sobre la Extremadura Renovada —le explica al húngaro que lo mira.
¿Qué escribir?, ¿qué pensar? 
El lenguaje no servía ya para dar forma a contenidos que no podían fijarse, no servía porque no había dado la vuelta entera, había recorrido todos los territorios imaginables y había regresado al punto de partida, pero había vuelto terriblemente estropeado, ahora bien, ¿cómo explicarlo a esa gente tan amable y entusiasta, cómo explicar que el pensamiento se revelaba imposible, que no contenía ya ni aventura ni acción y, por tanto, carecía de profundidad y carecía también de altura?, pues del lenguaje solo quedaba la porquería primaria de «DAME ESO», la lengua es nuestra basura, pensó, y este pensamiento lo destrozó, y por eso se vino abajo...

La filosofía ha dejado de existir... solo libros en los escaparates, un miserable montón de basura... y para colmo él no había sido nunca una «personalidad reconocida», se había limitado a probar fortuna con el pensamiento y había fracasado, vaya, no me había enterado, observó el húngaro, volviendo ligeramente la cabeza, pues estaba enfrascado en ordenar las botellas...
¡Una genialidad! 

Las culturas diferentes es un tema evidente. Los inmigrantes magrebíes en la región que visita el escritor en España, las tensiones. La ecología en el artículo que lee donde se habla del «fallecimiento del último lobo al sur del río Duero» es otro de los temas. El desencanto creo que es el gran tema, por lo menos es el que más me sensibilizó, el darse cuenta de la imposibilidad de ciertas luchas. El lobo como metáfora de un orden natural que se altera irremediablemente. 

... Como referirse a ese peso que sentía sobre su pecho, cómo aclarar que desde que había dejado de pensar y había profundizado, por tanto, en las cosas, había comprendido que todo cuanto percibimos de la existencia no es más que el monumento a la futilidad?, un monumento de dimensiones inasibles, que se repite una y otra vez hasta el fin de los tiempos, y no es en absoluto el azar el que provoca con su fuerza terrible, inagotable, triunfante e invencible que las cosas nazcan y se desintegren, sino es como si trabajara una intención turbia y demoníaca...

La futilidad y el desprecio, ¡tantas veces repetidas esta dos palabras dentro de las reflexiones profundas del escritor filósofo! A través de estas páginas tan ricas, irán tomando una significación propia en cada lector, estoy segura, y nos sorprenderemos a nosotros mismos reflexionando sobre el esfuerzo, la indiferencia, la incomprensión. 
En este caso, experiencias de un intelectual solitario que viaja a Extremadura, desde Berlín, y la sensación del absurdo ante lo que enfrenta: la inutilidad de los pensamientos complejos y profundos ante un mundo indiferente. Ante ese mundo que a veces hasta se burla. Una incomprensión mutua.
Como la del barman apoyado en la barra que lo escucha y entiende poco, se aburre, cabecea, o se pone a acomodar las botellas, para no perder el tiempo. «¡Eh!», le grita el filósofo al húngaro, «Despierte, hombre». Es que llegaba el momento crucial, una revelación.

Espero que les guste leer este pequeño y gran libro, que conozcan la historia que no concluye de los dos lobos, el macho y la hembra, y de este filósofo y escritor del que ya han conocido bastante para saber si están dispuestos a completar sus pensamientos con sus propias lecturas. 
Conocer el final, o el no final no es lo más importante, después de todo, especialmente si nos mantiene viva la llama de la búsqueda de lo indecible, si comprendemos que, a veces no hay cierre posible.

Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli