Adriana Hidalgo editora, 2008
Editor: Fabián Lebenglik
Diseño de cubierta e interiores: Eduardo Stupía y Gabriela Di Giuseppe
—¿Cómo se llama lo de usted?, su trabajo, quiero decir.
—¿Esto que hago ahora?
—Lo que es usted, bah.
—Ah, trabajadora social soy. Hago trabajo social.
Estoy apenas en la página quinta de la historia, y la voz del que sabe que uno es lo que hace, es la de Chiro, que supo ser Juan Martín todoentero, después se acortó a Chirola, y ahora le quedó este sobrenombre que ya lo delata: «el Chiro».
Y ella, la que toma sus mates, cebados con manos sucias y cariñosas de agradecidas, es Roxana, «la señora Roxana» a los ojos del que vive del otro lado de la ruta.
Le bastan pocas páginas a Patricia Ratto, para que estas dos voces ya tengan un color propio, ya estén identificadas con escenas detenidas en imágenes que quizá... ya vimos en alguna parte, y pasen a formar parte de mi vida de lectora y me acompañen durante las casi doscientas páginas que tiene la novela, contada en tercera persona, con un gran protagonismo de los personajes con sus diálogos y pensamientos.
Al abrir el libro encontré el verso de un poeta que admiro, que ya había mencionado dos veces en este blog que no tiene tanto tiempo, y... ¡qué casualidad! pertenece a «El adiós», el mismo poema que había elegido en aquella oportunidad.
La historia comienza con Roxana en un taxi, un conductor temeroso de los chicos callejeros, esos que se juntan con palos y piedras en alguna esquina. A pesar de todo, se anima y la deja a unos metros nomás de «la casita».
Roxana camina hasta allí, como todos los días, por una calle de tierra sin vereda, mirando los frentes de chapa... y comienza su rutina en la pequeñez de un sitio donde, roperos con ropa para entregar, plano del barrio y una hornalla con garrafa conforman el conjunto. Hasta el más pequeño y modesto «bibelot», cumple acá una función de uso práctico.
Estoy en El Gallo [Villa El Gallo, para la gente del otro lado de la ruta], y a medida que me interno las calles se hacen angostas y devienen pasillos, las casas se apretujan unas contra otras haciendo que el espacio se constriña hasta lo inimaginable.
Es cuando me acuerdo de lo que decía Sergio Olguín en El equipo de los sueños : «Yo no sé qué idea tenés de la villa, qué idea tienen todos ustedes, pero sea lo que sea están equivocados».
Pero Patricia Ratto fija una imagen con su mirada apacible, y el cuadro se va formando con la voz fresca del narrador.
Así llego a la casa de Marisa, la tonta. Siempre sentada la ve el Chiro, sí que la mira. Sentada y calladita las manos blandas sobre las piernas blandas.
Con una enumeración de objetos, Patricia Ratto crea un todo, donde el centro que todo lo suspende es Marisa.
Marisa contemplada por Chiro, inmóvil.*
Marisa no habla. No se mueve. No conoce.
Si te acercás, grita.
A Chiro no le va a importar...
Unos días antes, Chiro había sorprendido a Roxana: andaba con un libro metido entre las ropas —grandes, heredadas vaya a saber de quién—; lo cuidaba como un tesoro y se lo mostró orgulloso.
—A mí me había gustado tanto cuando usted nos leyó...
Él tiene catorce pero parece menor, y la calle no le ha enseñado a mentirle a una persona que le ha dado cariño y atención, que le había leído. Sí a reconocer la mirada que lo etiqueta de sospechoso o culpable, y haberse acostumbrado a eso.
Poco puede decir acerca de dónde sacó el libro, solo atina a afirmar vehementemente que no lo quiere devolver.
Y si me detengo en esta situación, es porque vamos a descubrir como lectores, lo que Chiro va descubriendo también como lector. El gusto por leer, diría que es casi la menor de las singularidades.
Estamos hablando de alguien que nunca había tenido un libro nuevo. Nunca. Y establece una relación que... Ya lo irán descubriendo ustedes, cada uno con su percepción. Será uno de los placeres del relato.
A Chiro no le va a importar que a la Marisa nadie se le pueda acercar, les había adelantado. Nadie le pueda hablar, nadie la pueda tocar.
Sin embargo, sí le va a importar, con un interés tosco y genuino, que sus pies estén fríos y sucios. La invisibilidad de dos seres que se anudan.
Porque él es una rara avis entre los habitantes de la villa, ¡si hasta anda con un libro! —con el riesgo que eso significa— leyéndole a Marisa, la muda, y a Berganza, el perro. Sí, a él le lee y, ¿cómo no le va a entender con ese nombre? un acierto de la autora que nos despierta una sonrisa.
El chico va descubriendo, escondido donde lee, en esa casilla de gas devenida «cuarto propio», que del libro salen palabras suyas. Todavía no sabe que son ideas y pensamientos, tan suyos como el libro.
Y partiendo de que cualquier cosa que oigamos o veamos ya sea sentados o caminando, o conversando puede ser acertadamente llamada nuestro libro [Milton], Chiro mira, escucha y recrea las historias de Manuel, y las pinturas del museo, y los pájaros, que son los del despertador pero también son los del libro, y los otros pájaros, los que dan miedo, los que revoloteaban en la trinchera.
Porque hay una guerra detrás, abordada con párrafos breves, desde el ángulo de «el recuerdo de las sensaciones». Fascinante cómo logra, Patricia Ratto, transmitir ese misterio de la evocación sin descifrar nunca en su totalidad.
Pájaros, rostros y perros que enlazan historias.
«Tiene una cosa rara, Marisa, este libro, porque cuando lo abro me puedo acordar de todo lo que dice sin leerlo y, además de lo que está escrito ahí, también me puedo acordar de lo que la gente me cuenta y de lo que yo invento».
La entonación de su voz, el tono y el volumen se suavizan desde lo del libro. Sin salir de su aridez primera puede consolar como muchos no serían capaces; y es cómo llegamos a estas palabras por lo que nos va a conmover este personaje: «Es para que te des cuenta, Marisa, qué suerte tenemos de tener las dos piernas nomás».
Patricia Ratto nos sumerge en estas dulzuras, sin dejar de señalar una realidad dura; el que nos cuenta esta historia, es como un testigo que nos lo cuenta con gestos, movimientos de cuerpos, miradas y distancias; como alguien que ennoblece a estos seres olvidados, dando el brillo que falta en lo grisáceo de los días [Bonnefoy].
Enlaza imágenes y palabras: «Sentada afuera, en su silla nueva, Marisa contempla el cielo de nubes de esa tarde de domingo como si lo leyera. Ahora, fija los ojos en el horizonte, entrecerrándolos hasta convertirlos en dos finas líneas, como si ajustara la vista para ver lo que no existe».
Enlaza los escenarios del recuerdo, con la Roxana actual, la que les lee, la que los escucha y arma con ellos el cuadro, uno propio del que salen y entran los personajes de su vida.
Las luces hacen grietas en el tiempo y se traslada a épocas de colegio, donde aprendían a hacer los nudos para los rosarios, esos que se enviarían a los soldados que estaban defendiendo la patria.
Y surgirá entonces el otro Manuel. Los recuerdos, como los pájaros, estirarán las alas y remontarán vuelo.
Los nudos se desatan y se vuelven a anudar, las hebras se abren y se enlazan de manera insospechada, tomándonos por sorpresa.
El Chiro que supo ser Juan Martín todoentero, recupera el nombre que lo hace visible para muchos. Él y Roxana son el hilo conductor de esta historia que tiene once capítulos: Pájaros mecánicos, Nudos, Mierda, El pozo, Museo de la Espina, Círculos en el cielo, Los otros pájaros, Perros, Rayas, Chatarra y Flor.
Un lenguaje con tiempos de silencio de los personajes, con espacios visuales que nos invitan a deternos para conocerlos, para prestarles atención. La misma que se prestan ellos: «Se le nota en la cara... Por eso, le van a venir bien los mates», le dice Chiro a Roxana.
Tandil, Colonia, Madrid, Mar del Plata, Chivilcoy, Malvinas... lugares que se nombran o se habitan. ¿Época? Alrededor de 1990, calculo.
La oralidad del libro me permitió establecer relaciones que otras historias no han logrado, entonces termino así, con un diálogo como empecé. Porque me ocurrió algo, que quizá también a vos te ocurra, no importa de qué lado de la ruta estés, ¿obra del azar, después de todo?
Uno se mimetiza también, como Chiro lo hace con el libro. Él se conecta con la que nadie puede [«un milagro»], con los que le cuentan historias... Los lectores, con la sensibilidad que habita en nosotros. Creo no equivocarme si digo que también, con los móviles más íntimos de la escritora.
Se corren los velos y las palabras de develan, las nuestras y las del libro.
Frases como nos parecemos con el tipo del libro, me lo sé de memoria, siempre pegadito debajo de la ropa, me hicieron vivir sus historias de una manera intensa y compartir sensaciones.
—¿No te estás tomando demasiado al pie de la letra lo que dice el libro? —pregunta Roxana en un momento de la historia.
— Sí, Patricia —le respondo yo— y fue un placer que vos hiciste posible. ¡Gracias por esta historia!
C. G.
Párrafo elegido:
«Chiro la contempla inmóvil desde hace un rato.
Ahora, de pronto, mira hacia ambos lados, hacia atrás, hacia adelante de nuevo, comprueba que no anda nadie por ahí y se acerca un poco; con paso de pájaro, se dice a sí mismo, para que no se asuste, y otro poco más, lento y silencioso, y otro poco, hasta estar muy cerca frente a ella. Entonces se desprende la campera con movimientos suaves, pausados, casi detenidos en un silencio apenas interrumpido por el susurro del cierre que se desliza hacia abajo. Se levanta el buzo, saca el libro con una delicadeza que nadie le conoce, se acomoda la ropa, flexiona las piernas y se agacha con lentitud, conteniendo el aire como si respirar fuera delatarse, hasta sentarse sobre el piso con las piernas cruzadas como un cacique.
[...]
Levanta los ojos, Marisa sigue allí, imperturbable; él abre el libro y comienza a leer, con una voz queda, como si estuviera revelándole a ella una historia secreta de la que dependen sus vidas. Antes de avanzar a la página siguiente, gira el libro hacia ella y le enseña lo que acaba de leerle, le explica vaya a saber qué, y luego sigue. Ella lo mira sin verlo, como detrás de un velo que él intenta develar con palabras.
Poco a poco las sombras se alargan, se mezclan entre sí, se funden en un gris cada vez más intenso; oscurece y el Chiro ya no lee, recita en un susurro la historia que emerge de algún lugar de su memoria. Entonces unas voces retumban en el aire, él se incorpora de súbito, y tambalea un poco, tiene las piernas entumecidas de estar durante tanto tiempo y al frío en la misma posición, instintivamente busca de qué asirse para no caer, roza —en la maniobra— uno de los brazos de Marisa y se yergue de un salto, de miedo a que grite, y después corre como puede por la callecita de tierra hacia la cancha, por el lado contrario de donde vienen las voces, corre y aguarda el revuelo, el griterío. Con el libro en la mano corre. Y espera».
Mis Notas: bibliografía, autores, citas relacionadas que completaron mi lectura y posterior reseña.
- Patricia Ratto: escritora y docente de literatura, especialmente capacitada en Didáctica de las Prácticas del Lenguaje.
Ha
publicado artículos sobre literatura y escritura literaria, y otros
relacionados con la formación de lectores y la escritura en la escuela.
Actualmente coordina talleres de lectura y escritura literaria para
niños, jóvenes y adultos; también talleres de escritura académica.
Vive y trabaja en Tandil, Provincia de Buenos Aires.
-Novelas publicadas: Pequeños hombres blancos (2006), Nudos (2008) y Trasfondo (2012).
Su página: http://www.patriciaratto.com/
- Yves Bonnefoy: (Tours, 1923) Poeta, traductor y ensayista al que admiro. Ya me había referido a él en este blog. También había elegido un fragmento del poema «El adiós».
Fue al ganar el Premio en Lenguas Romances que otorga la Feria Internacional del Libro
de Guadalajara (México); el primer escritor francés en lograrlo, el cuarto de habla no española.
http://blogdecee.blogspot.com.ar/2013/09/yves-bonnefoy-premio-fil-de-literatura.html
http://blogdecee.blogspot.com.ar/2013/12/feria-internacional-de-libro-en.html
- El coloquio de los perros/ Novela y coloquio, que pasó entre Cipión y Berganza....: Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, España, 1547-1616, Madrid).
La conversación entre dos perros, Cipión y Berganza; uno cuenta al otro
la historia de su vida y sus muchos [y muy sinvergüenzas] amos y dejan
para el día siguiente la relación del otro.
- Chiro: En Latinoamérica, una persona que no tiene dinero. Sobrenombre que normalmente se atribuye a un joven o niño de origen humilde.
- Sergio Santiago Olguín: (Buenos Aires, Argentina, 1967).
El equipo de los sueños (2004)..
Al final del capítulo siete, Pinocho dice: «Yo no sé qué idea tenés de la villa, qué idea tienen todos ustedes, pero sea lo que sea están equivocados».
- John Milton: (Londres, 1608-ibídem, 1674), poeta y ensayista inglés. El paraíso perdido [Paradise Lost], poema épico. Una de las figuras más importantes del panorama literario inglés, siendo en ocasiones situado al mismo nivel que Shakespeare.
La cita pertenece al libro, Poemas y ensayos políticos, Milton.
- Pintura de Antonio Berni (Argentina, 1905-1981). Cabeza.Técnica: óleo sobre tela.
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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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