martes, 23 de septiembre de 2014

Pablo Neruda, tres poemas


Elegidos de Odas Elementales.


Pablo Neruda

Premio Nobel de Literatura 1971

12 de julio de 1904-23 de setiembre de 1973, Chile

un recuerdo

 

  De cómo es vivir con un verso...

 

Oda a la crítica


Yo escribí cinco versos:
uno verde, 
otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura. 

Y bien, los hombres,
las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron paredes, pisos, sueños.
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron
mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
entonces
llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos
se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego
se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura
porque no fue bastante
popular para ellos
o impregnados de dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas
se retiraron
todos
y entonces,
otra vez,
junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de nuevo hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron
relámpago y anillo.
Y ahora,
perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.



En la voz de Joaquín Sabina:




*     *     *


Oda al reloj de la noche

  

En la noche, en tu mano
brilló como luciérnaga
mi reloj.
su cuerda:
como un susurro seco
salía
de tu mano invisible.
Tu mano entonces
volvió a mi pecho oscuro
a recoger mi sueño y su latido.

El reloj
siguió cortando el tiempo
con su pequeña sierra.
Como en un bosque
caen
fragmentos de madera,
mínimas gotas, trozos
de ramajes o nidos,
sin que cambie el silencio,
sin que la fresca oscuridad termine,
así
siguió el reloj cortando
desde tu mano invisible
tiempo, tiempo,
y cayeron
minutos como hojas,
fibras de tiempo roto,
pequeñas plumas negras.

Como en el bosque
olíamos raíces,
el agua en algún sitio desprendía
una gotera gruesa
como una uva mojada.
Un pequeño molino
molía noche,
la sombra susurraba
cayendo de tu mano
y llenaba la tierra.
Polvo,
tierra, distancia
molía y molía
mi reloj en la noche,
desde tu mano.
Yo puse
mi brazo
bajo tu cuello invisible,
bajo su peso tibio,
y en mi mano
cayó el tiempo, 
la noche,
pequeños ruidos
de madera y de bosque,
de noche dividida,
de fragmentos de sombra,
de agua que cae y cae:
entonces cayó el sueño
desde el reloj y desde
tus dos manos dormidas,
cayó como agua oscura
de los bosques,
del reloj
a tu cuerpo,
de ti hacia los países,
agua oscura,
tiempo que cae
y corre
adentro de nosotros.
Y así fue aquella noche,
sombra y espacio, tierra
y tiempo,
algo que corre y cae
y pasa.
Y así todas las noches
van por la tierra,
no dejan sino un vago
aroma negro,
cae una hoja,
una gota
en la tierra
apaga su sonido,
duerme el bosque, las aguas,
las praderas,
las campanas,
los ojos.

Te oigo y respiras,
amor mío,
dormimos.


*     *     *


Oda a la fertilidad de la tierra

 

A ti, fertilidad, entraña
verde,
madre, materia, vegetal tesoro,
fecundación, aumento,
yo canto, yo, poeta,
yo, hierba,
raíz, grano, corola,
sílaba de la tierra,
yo agrego mis palabras a las hojas
yo subo a las ramas y al cielo.
Inquietas
son
las semillas,
sólo parecen
dormidas.
Las besa el fuego, el agua
las toca con su cinta
y se agitan,
largamente se mueven,
se interrogan,
abajo lanzan ojos,
encrespadas volutas,
tiernas derivaciones,
movimiento, existencia.
Hay que ver un granero
colmado, 
allí todo reposa
pero
los fuegos de la vida,
los fermentos
llaman,
fermentan, 
arden
con hilos invisibles.
Uno siente en los ojos
y en los dedos
la presión, la paciencia,
el trabajo
de gérmenes y bocas,
de labios y matrices.
El viento lleva ovarios.
La tierra entierra rosas.
El agua brota y busca.
El fuego hierve y canta.
Todo
nace.
Y eres,
fertilidad, una campana,
bajo tu círculo
la humedad y el silencio desarrollan
sus lenguas de verdura,
sube la savia,
estalla
la forma de la planta,
crece
la línea de la vida
y en su extremo se agrupan
la flor y los racimos.

 Tierra, la primavera
se elabora en mi sangre,
siento
como si fuera
árbol, territorio,
cumplirse en mí los ciclos
de la tierra,
agua, viento y aroma
fabrican mi camisa,
en mi pecho terrones
que allí olvidó el otoño
comienzan a moverse,
salgo y silbo en la lluvia,
germina el fuego en mis manos,
y entonces
enarbolo
una bandera verde
que me sale del alma,
soy semilla, follaje,
encino que madura,
y entonces todo el día,
toda la noche canto,
sube de las raíces el susurro,
canta en el viento la hoja.

Fertilidad te olvido.
Dejé tu nombre escrito
con la primera sílaba
de este canto,
eres tú más extensa,
más húmeda y sonora,
no puedo describirte,
ven a mí,
fertilízame,
dame sabor de fruto cada día,
dame
la secreta
tenacidad de las raíces,
y deja que mi canto
caiga en la tierra y suban
en cada primavera las palabras.


*     *     *


Sí, de cómo es vivir con un verso... que puede hasta ser corto como un relámpago, y sin embargo  dejarte en la razón su quemadura.

Estos tres poemas son del libro Odas elementales [1954], escritos en su madurez poética.
La oda es siempre una alabanza, en ese caso a tres temas muy distintos y que mucho me atraen: a la gente sencilla, separando, diferenciando al crítico del lector; al paso del tiempo implacable dejando su huella, a la brevedad... esta es la hora/ la gota de un instanre/ que arrastrará el pasado..., y al tiempo unido al amor de la mujer, un amor sereno y reposado en este caso; y por último, a la naturaleza rica y fértil, las riquezas de la tierra, nuestro encuentro y fusión con ella y su fecundidad.

Fueron elegidos  por su sencillez y espontaneidad, también por sus mensajes claros, directos; dirigidos al hombre, a la mujer que se conmueve con los sentimientos más elevados... Ves tú que simple soy, que simple eres...


C. G.


Mis notas:


- Odas elementales, Pablo Neruda: Editorial Seix Barral/ Planeta.

- Centro Virtual Cervantes: dedicado al poeta Pablo Neruda:.
 http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/neruda/

- Universidad de Chile, sitio dedicado a Pablo Neruda:
 http://www.neruda.uchile.cl/index.html

 - Fundación Pablo Neruda: fue creada el 4 de junio de 1986, en base al testamento de Matilde Urrutia, viuda del poeta.
La voluntad de crear esta Fundación aparece a comienzos de la década del cincuenta, cuando Neruda dona su biblioteca y colección de caracolas a la Universidad de Chile.
Su objetivo es difundir y preservar el legado poético, artístico y humanista del poeta. También cultivar y propagar el arte de las letras. Apoya la creación artística, en especial de las nuevas generaciones. Realiza actividades culturales, talleres y entrega premios. Promueve y facilita el encuentro y diálogo entre escritores, artistas y personas del mundo académico. También interactúa con organizaciones similares, nacionales y extranjeras.
http://www.fundacionneruda.org/es

- Las palabras de Pablo Neruda acerca de este libro:

«En las Odas elemntales me propuse un basamento original, nacedor. Quise redescribir muchas cosas ya cantadas, dichas y redichas. Mi punto de partida deliberado debía ser el del niño que emprende, chupándose el lápiz, una composición obligatoria sobre el sol, el pizarrón, el reloj o la familia humana. Ningún tema podía quedar fuera de mi órbita, todo debía tocarlo yo, andando o volando, sometiendo mi expresión a la máxima transparencia y virginidad».

Pablo Neruda, Confieso que he vivido
[Autobiografía, 1974] 





 








 




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