jueves, 21 de julio de 2016

«El vestido de terciopelo», Silvina Ocampo


«El vestido de terciopelo»



del libro La Furia, 1959


Es el tercer libro de cuentos, publicado por la Editorial Sur, e inmediatamente reeditado varias veces. El nombre respondió a un consejo de su gran amigo, Jorge Luis Borges. 
Son treinta y cuatro cuentos: La liebre dorada, La continuación, El mal, El vástago, La casa de azúcar, La casa de los relojes, Mimoso, El cuaderno, La sibila, El sótano, Ls fotografías, Magush, La propiedad, Los objetos, Nosotros, La furia, Carta perdida en un cajón, El verdugo, Azabache, La última tarde, El vestido de terciopelo, Los sueños de Leopoldina, Las ondas, La boda, La paciente y el médico, Voz en el teléfono, El castigo, La oración, La creación, El asco, El goce y la penitencia, Los amigos, Informe del cielo y el infierno y La raza inextinguible.
Fueron escritos entre 1937 [cuando Silvina tenía treinta y siete años] y 1959 [cuanto tenía cincuenta y seis].


Editorial Sudamericana. Edición de 2007.

Silvina Ocampo


Pongo mi vida en lo que escribo.
Silvina Ocampo
[Buenos Aires, 1903 - ibíd. 14 de diciembre, 1993] 


Esposa de Adolfo Bioy Casares [1914-1999], hermana de Victoria Ocampo [1890-1979] y amiga de Jorge Luis Borges [1899-1986] tres figuras tan grandes de la literatura argentina que sin embargo no opacaron su calidad de escritora— e ignorada por la crítica hasta finales de los ochenta, es desde hace varios años reconocida como una de las mejores cuentistas.

Su belleza no era la convencional y era feliz leyéndole a «sus dos debilidades»: Bioy y Borges. Con Victoria tuvo una relación difícil, pero ambas se admiraban y respetaban.
Silvina le dedicó este hermoso poema:

 El ramo 

Yo no te conté nada. Sabías todo.
Reinabas sobre el mundo más adverso
como si no te hubieras lastimado.
Nos une siempre la naturaleza:
el árbol una flor las tardes las barrancas
misterios que no rompen la armonía.


Autora de una extensa obra, algunos de sus libros son: Autobiografía de Irene [1948], Los días de la noche [1970], La furia [1976], Cornelia frente al espejo [1988], Las invitadas [1961], Y así sucesivamente [1987], Las repeticiones [2006], etc. Además las antologías, los cuentos infantiles, libros de poesía, teatro y las traducciones.

Recordémosla hoy, el día que hubiese cumplido años, con la lectura de uno de sus cuentos, es mi elegido y también el de mi profesora de taller, Patricia Ratto. Ustedes pueden seguir leyendo todos en el link que encontrarán al final.
¡Buena lectura!


*     *     *

El vestido de terciopelo



Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!


*     *     *


Bueno, ya conocimos algo del humor de Silvina, de sus personajes niños, de las muertes espontáneas que de tan bizarras, ¡nos causan risa! Y así nos dejamos llevar por esta realidad desformada, exagerada y también nos prestamos a la burla que nos propone. 
Hasta la próxima buena lectura, 

C. G. 


Mis notas, lecturas, links y sitios de interés que invito visitar


Cuentos completos I, Silvina Ocampo:
http://www.uv.es/alodela2/cuentos_1.pdf



- Cuentos completos II, Silvina Ocampo:
http://www.uv.es/alodela2/cuentos_2.pdf


- Constanza. Peregrine blue: Girl in black velvet dress [acrylic painting on wood].
https://www.flickr.com/photos/peregrineblue/


- La muerte violenta: Una perspectiva infantil en dos cuentos de Silvina Ocampo, Michelle Quiñones. University of Central Florida:
http://www.hispanetjournal.com/La%20muerte%20violenta.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
.................................
.................................
..................................