«Sucker»
[1963]
Sometimes when a person admires you, you despise him and don´t care.
[A veces, cuando una persona te admira, lo desprecias y no te importa.]
[A veces, cuando una persona te admira, lo desprecias y no te importa.]
First edition, illustrated by Elaine Morfogen [1963] |
Un cuento de
El aliento del cielo
[2007]
Carson McCullers
[Columbus, Georgia, 1917-1967, New York]
Cuentos completos y tres nouvelles. Prólogo y comentarios de Rodrigo Fresán. Traducción: José Luis López Muñoz y María Campuzano. |
McCullers se reponía por entonces de una devastadora fiebre reumática (mal diagnosticada y, se piensa, responsable original de los varios ataques por venir a lo largo de su vida) y Lamar Smith celebró la ocasión regalándole a Tattie su primera máquina de escribir para que se lo pasara ella misma.
Se sabe que McCullers escribió este relato en el que ya se encuentran varias de las constantes de toda su obra —el amor ciego y el súbito encandilamiento del desamor, la irrecuperable pérdida de la inocencia y, quizá, del genio— en 1933, entre los dieciséis y los diecisiete años de edad, durante los días en que tuvo lugar uno de los grandes traumas de su vida. Fue entonces cuando — con sus lecciones de piano suspendidas por una enfermedad de su endiosada profesora de piano Mary Tucker, McCullers se enteró de que el marido de su maestra, militar de carrera, sería transferido lejos de Columbus, Georgia. McCullers se sintió entonces abandonada por aquellos a quienes —junto a su madre— consideraba las personas más importantes de su vida y se «vengó» comunicándole a Mary Tucker que ya no le interesaría ser concertista de piano. A partir de entonces iba a dedicarse no a tocar el piano sino a acariciar el teclado de su flamante máquina de escribir, y exigió, además, que el nombre de Mary Tucker ya nunca fuera pronunciado en su presencia.
Historia casi de terror doméstico, trama de vampirismo afectivo, «Sucker» fue, en su momento, rechazado para su publicación por las revistas The Virginia Quaterly, The Ladies' Home Journal, Harper's Bazaar, Esquire, The American Mercury, North American Review, The Yale Review, The Southern Review y Story, y finalmente considerada «impublicable» por su entonces agente Maxim Deber. En cualquier caso, lejos de sentirse desanimada por tal situación, McCullers comenzó a tomar notas para un proyecto —inspirado por el abandono de los Tucker hacia su persona— titulado The Bride and Her Brother y que, con los años, se convertiría en Frankie y la boda.
Cuando finalmente apareció «Sucker» —en 1963, en la edición del 28 de septiembre de The Saturday Evening Post— la autora recibió 1.500 dólares. Bastantes más que los veinticinco ganados por «Wunderkind», su primer cuento, publicado en la revista Story.
En una breve nota que precedía a «Sucker» en las páginas de The Saturday Evening Post, McCullers apuntó: «Recuerdo haber escrito el cuento a mano y después haberlo mecanografiado dolorosamente.»
[* Sucker, en este contexto, significa «crédulo». (N. del t.); aunque lo podríamos pensar como «succionador»]
Rodrigo Fresán
*
«Sucker»
Fue siempre como si tuviera un cuarto para mí solo. Sucker dormía en mi cama, pero no se entrometía en nada. La habitación era mía y yo la usaba como quería. Recuerdo que, en una ocasión, serré una trampilla en el suelo. El año pasado, cuando estaba en segundo de bachillerato, clavé con chinchetas en la pared algunas fotos de chicas, sacadas de revistas, y una de ellas estaba en paños menores. Mi madre nunca me llamaba la atención porque tenía que ocuparse de mis hermanos pequeños. Y Sucker pensaba siempre que todo lo que yo hacía estaba bien.
It was always like I had a room to myself. Sucker slept in my bed with me but that didn't interfere with anything. The room was mine and I used it as I wanted to. Once I remember sawing a trap door in the floor. Last year when I was a sophomore in high school I tacked on my wall some pictures of girls from magazines and one of them was just in her underwear. My mother never bothered me because she had the younger kids to look after. And Sucker thought anything I did was always swell.
Cuando traía a cualquiera de mis amigos a mi cuarto, todo lo que tenía que hacer era mirar una vez a Sucker para que dejara lo que estuviera haciendo, tal vez me obsequiara con una media sonrisa, y se marchara sin rechistar. Por su parte, nunca trajo a ningún chico a nuestro cuarto. Tenía doce años, cuatro menos que yo, y sabía, sin que yo se lo dijera, que no quería gente de su edad hurgando en mis cosas.
Whenever I would bring any of my friends back to my room all I had to do was just glance once at Sucker and he would get up from whatever he was busy with and maybe half smile at me, and leave without saying a word. He never brought kids back there. He's twelve, four years younger than I am, and he always knew without me even telling him that I didn't want kids that age meddling with my things.
La mitad del tiempo me olvidaba de que no es mi hermano, sólo primo carnal, aunque prácticamente haya formado parte de nuestra familia desde siempre. Y es que sus padres murieron en un accidente cuando él era todavía muy pequeño. Para mí y para mis hermanas menores siempre ha sido como un hermano.
Half the time I used to forget that Sucker isn't my brother. He's my first cousin but practically ever since I remember he's been in our family. You see his folks were killed in a wreck when he was a baby. To me and my kid sisters he was like our brother.
Sucker se acordaba siempre, palabra por palabra, de todo lo que yo decía y además se lo creía. De ahí le vino el apodo. Hace un par de años le dije una vez que si saltaba con un paraguas abierto desde el techo del garaje, funcionaría como paracaídas y no le pasaría nada. Lo hizo y se rompió una rodilla. Eso no es más que un ejemplo. Y lo más curioso es que por muchas veces que lo engañara seguía creyéndome. Y no porque fuera tonto: sólo se comportaba así en su relación conmigo. Se fijaba en todo lo que yo hacía y lo asimilaba.
Sucker used to always remember and believe every word I said. That's how he got his nick-name. Once a couple of years ago I told him that if he'd jump off our garage with an umbrella it would act as a parachute and he wouldn't fall hard. He did it and busted his knee. That's just one instance. And the funny thing was that no matter how many times he got fooled he would still believe me. Not that he was dumb in other ways—it was just the way he acted with me. He would look at everything I did and quietly take it in.
Diane Arbus Photo |
There is one thing I have learned, but it makes me feel guilty and is hard to figure out. If a person admires you a lot you despise him and
don't care—and it is the person who doesn’t notice you that you are apt to admire. This is not easy to realize. Maybelle Watts, this senior at school, acted like she was the Queen of Sheba and even humiliated me. Yet at the same time I would have done anything in the world to get her attentions. All I could think about day and night was Maybelle until I was nearly crazy. When Sucker was a little kid and on up until the time I was twelve I guess I treated him as bad as Maybelle did me.
Ahora que Sucker ha cambiado tanto es un poco difícil recordarlo tal como era. Nunca imaginé
que de repente pudiera suceder algo que nos hiciera tan distintos a los dos. Nunca se me ocurrió que
para entender correctamente lo que ha sucedido querría recordarlo como era antes, hacer
comparaciones y tratar de poner las cosas en orden. Si hubiera podido preverlo, quizá habría
actuado de otra manera.
Now that Sucker has changed so much it is a little hard to remember him as he used to be. I never imagined anything would suddenly happen that would make us both VERY different. I never knew that in order to get what has happened straight in my mind I would want to think back on him as he used to be and compare and try to get things settled. If I could have seen ahead maybe I would have acted different.
Nunca me fijé mucho en lo que hacía ni pensé en él; y si se considera el mucho tiempo que hemos compartido el mismo cuarto, es curioso las pocas cosas que recuerdo. Hablaba mucho consigo mismo cuando se creía solo: siempre sobre peleas con gángsters, sobre la vida en un rancho y otras niñerías por el estilo. Se metía en el cuarto de baño y se podía pasar allí una hora y a veces alzaba la voz muy emocionado y se le oía por toda la casa. De ordinario, sin embargo, hablaba más bien poco. No había muchos chicos en el barrio de los que pudiera ser amigo y su cara tenía la expresión de alguien que está viendo un partido con la esperanza de que lo inviten a jugar. No le importaba heredar las chaquetas y los jerséis que a mí se me quedaban pequeños, aunque las mangas le estuviesen demasiado grandes y sus muñecas parecieran tan finas y blancas como las de una niña. Así es como lo recuerdo: creciendo un poco todos los años pero sin dejar de ser el mismo. Tal era Sucker hasta hace pocos meses, cuando empezaron los problemas.
I never noticed him much or thought about him and when you consider how long we have had the same room together it is funny the few things I remember. He used to talk to himself a lot when he'd think he was alone—all about him fighting gangsters and being on ranches and that sort of kids' stuff. He'd get in the bathroom and stay as long as an hour and sometimes his voice would go up high and excited and you could hear him all over the house. Usually, though, he was very quiet. He didn't have many boys in the neighborhood to buddy with and his face had the look of a kid who is watching a game and waiting to be asked to play. He didn't mind wearing the sweaters and coats that I outgrew, even if the sleeves did flop down too big and make his wrists look as thin and white as a little girl's. That is how I remember him—getting a little bigger every year but still being the same. That was Sucker up until a few months ago when all this trouble began.
Maybelle tuvo que ver en cierto modo con lo que sucedió, así que supongo que debo empezar por ella. Hasta que la conocí yo no había dedicado mucho tiempo a las chicas. El otoño último se sentaba a mi lado en la clase de Ciencias y fue cuando empecé a fijarme en ella. Tiene el pelo rubio más luminoso que he visto nunca y de vez en cuando se lo riza con alguna sustancia pegajosa.
Llevaba las uñas largas, arregladas y pintadas de rojo brillante. Durante la clase me dedicaba casi todo el tiempo a mirarla, excepto cuando me parecía que iba a volverse hacia mí o cuando el profesor me preguntaba. En primer lugar no era capaz de apartar los ojos de sus manos, muy pequeñas y blancas, excepto por la laca roja, y porque al pasar las páginas de su libro —siempre muy despacio— se lamía el pulgar y alzaba el meñique. Es imposible describir a Maybelle. Todos los chicos están locos por ella, pero, por lo que a mí se refiere, ni siquiera se daba cuenta de mi existencia. También es cierto que me llevaba dos años. Entre clases me esforzaba por acercarme mucho a ella en los pasillos, pero apenas si me sonreía. Lo único que hacía yo era mirarla durante la clase de Ciencias, y a veces me parecía que el aula entera tenía que oír los latidos de mi corazón y me daban ganas de gritar o de salir corriendo e irme al infierno.
Maybelle was somehow mixed up in what happened so I guess I ought to start with her. Until I knew her I hadn't given much time to girls. Last fall she sat next to me in General Science class and that was when I first began to notice her. Her hair is the brightest yellow I ever saw. And occasionally she would wear it set into curls with some sort of gluey stuff. Her fingernails are pointed and manicured and painted a shiny red. All during class I used to watch Maybelle, nearly all the time except when I thought she was going to look my way or when the teacher called on me. I couldn't keep my eyes off her hands, for one thing. They are very little and white except for that red stuff, and when she would turn the pages of her book she always licked her thumb and held out her little finger and turned very slowly. It is impossible to describe Maybelle. All the boys are crazy about her but she didn't even notice me. For one thing she's almost two years older than I am. Between periods I used to try and pass very close to her in the halls but she would hardly ever smile at me. All I could do was sit and look at her in class—and sometimes it was like the whole room could hear my heart beating and I waited to holler or light out and run for hell.
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Por la noche, en la cama, pensaba en Maybelle. Con frecuencia eso hacía que no me
durmiera hasta la una o las dos de la madrugada. Á veces Sucker se despertaba y me preguntaba por qué no conseguía dormirme y yo le decía que se callara. Supongo que me porté mal muchas veces.
Tal vez quería hacer con él lo que Maybelle hacía conmigo. Siempre se sabía por su expresión cuando se herían sus sentimientos. No recuerdo todas las cosas desagradables que debí decirle porque incluso mientras las decía pensaba en Maybelle.At night, in bed, I would imagine about Maybelle. Often this would keep me from sleeping until as late as one or two o'clock.
Sometimes Sucker would wake up and ask me why I couldn't get settled and I'd tell him to hush his mouth. I suppose I was mean to him lots of times. I guess I wanted to ignore somebody like Maybelle did me. You could always tell by Sucker’s face when his feelings were hurt. I don't remember all the ugly remarks I must have made because even when I was saying them my mind was on Maybelle.
Aquello duró casi tres meses y luego, por alguna razón, Maybelle empezó a cambiar. Me hablaba en los pasillos y todas las mañanas eran mis deberes los que copiaba. A la hora del almuerzo bailé una vez con ella en el gimnasio. Una tarde hice de tripas corazón y me presenté en su casa con un cartón de cigarrillos. Sabía que fumaba en el sótano de las chicas y a veces fuera del instituto, y no quería ofrecerle dulces porque me parecía que eso ya no se llevaba. Estuvo muy amable y me pareció que todo iba a cambiar.
That went on for nearly three months and then somehow she began to change. In the halls she would speak to me and every morning she copied my homework. At lunch time once I danced with her in the gym. One afternoon I got up nerve and went around to her house with a carton of cigarettes. I knew she smoked in the girls' basement and sometimes outside of school—and I didn't want to take her candy because I think that's been run into the ground. She was very nice and it seemed to me everything was going to change.
Fue precisamente aquella noche cuando empezaron los problemas.
Llegué tarde a casa y Sucker ya se había dormido. Me sentía demasiado feliz y entusiasmado para encontrar una postura cómoda y seguí despierto mucho tiempo pensando en Maybelle. Luego soñé con ella y me pareció que la besaba. Fue una sorpresa despertarme y encontrarme a oscuras. Me quedé quieto y pasó algún tiempo antes de que me diera cuenta de dónde estaba. El silencio era total y la noche muy oscura.
It was that night when this trouble really started. I had come into my room late and Sucker was already asleep. I felt too happy and keyed up to get in a comfortable position and I was awake thinking about Maybelle a long time. Then I dreamed about her and it seemed I kissed her. It was a surprise to wake up and see the dark. I lay still and a little while passed before I could come to and understand where I was. The house was quiet and it was a very dark night.
La voz de Sucker me sobresaltó.
—¿Pete?
No le contesté y ni siquiera me moví.
—¿Me quieres tanto como si fuera tu hermano, verdad que sí, Pete?
Yo no era capaz de superar tantas sorpresas y además aquello era la realidad y no el otro sueño.
—Siempre me has querido como si fuera tu hermano, ¿verdad que sí?
—Claro —le respondí.
Sucker's voice was a shock to me. "Pete? . . ."
I didn't answer anything or even move.
"You do like me as much as if I was your own brother, don't you Pete?"
I couldn’t get over the surprise of everything until it was like this was the real dream instead of the other.
"You have liked me all the time like I was your own brother, haven't you?"
"Sure," I said.
Luego me levanté unos minutos. Hacía frío y me alegré de volver a la cama. Sucker se me pegó a la espalda. Yo lo sentía pequeño y cálido y notaba la tibieza de su respiración en el hombro.
—Hicieras lo que hicieses siempre he sabido que me querías.
Then I got up for a few minutes. It was cold and I was glad to come back to bed. Sucker hung on to my back. He felt little and warm and I could feel his warm breathing on my shoulder.
"No matter what you did I always knew you liked me."
Yo estaba despierto del todo, pero tenía una extraña confusión mental. Me sentía feliz por lo que había pasado con Maybelle, claro está, pero, al mismo tiempo, algo en Sucker y en su voz cuando dijo aquellas cosas hizo que me fijara. Supongo, de todos modos, que uno entiende mejor a la gente cuando es feliz que cuando está preocupado. Fue como si nunca hubiera pensado de verdad en Sucker hasta entonces. Sentí que siempre me había comportado mezquinamente con él. Una noche, pocas semanas antes, lo había oído llorar en la oscuridad. Dijo que había perdido la escopeta de aire comprimido de otro chico y que no se atrevía a contárselo a nadie. Quería que le dijera lo que debía hacer. Yo tenía sueño, le pedí que me dejara en paz y en vista de que insistía, le di una patada. Era sólo una de las cosas que recordaba. Me pareció que Sucker había estado siempre muy solo. Tuve remordimientos.
I was wide awake and my mind seemed mixed up in a strange way. There was this happiness about Maybelle and all that—but at the same time something about Sucker and his voice when he said these things made me take notice. Anyway I guess you understand people better when you are happy than when something is worrying you. It was like I had never really thought about Sucker until then. I felt I had always been mean to him. One night a few weeks before I had heard him crying in the dark. He said he had lost a boy's beebee gun and was scared to let anybody know. He wanted me to tell him what to do. I was sleepy and tried to make him hush and when he wouldn't I kicked at him. That was just one of the things I remembered. It seemed to me he had always been a lonesome kid. I felt bad.
No sé qué tiene una noche oscura y fría que hace que te sientas muy cerca de alguien con quien duermes. Cuando hablas con él es como si fuerais las únicas personas despiertas en toda la ciudad.
—Eres un chico estupendo, Sucker —le dije.
There is something about a dark cold night that makes you feel close to someone you're sleeping with. When you talk together it is like you are the only people awake in the town.
"You're a swell kid, Sucker," I said.
De pronto me pareció que lo quería más que a nadie entre mis conocidos: más que a ningún otro chico, más que a mis hermanas, más, en cierta manera, que a Maybelle. Tuve una sensación maravillosa y fue como cuando ponen música triste en las películas. Quise demostrarle la buena opinión que tenía de él y resarcirlo por la manera en que lo había tratado hasta entonces.
It seemed to me suddenly that I did like him more than anybody else I knew – more than any other boy, more than my sisters, more in a certain way even than Maybelle. I felt good all over and it was like when they play sad music in the movies. I wanted to show Sucker how much I really thought of him and make up for the way I'd always treated him.
Conversamos un buen rato aquella noche. Sucker hablaba muy deprisa y era como si hubiera estado durante mucho tiempo acumulando cosas para contármelas. Mencionó que iba a intentar construir una canoa y que los chicos de nuestra calle no lo querían en su equipo de fútbol y no sé cuántas cosas más. Yo también le conté algo y era agradable pensar que se tomaba muy en serio todo lo que le decía. Hablé incluso un poco de Maybelle, aunque procuré que pereciera como si fuese ella la que me perseguía. Me hizo preguntas sobre el instituto y cosas por el estilo. Su voz revelaba entusiasmo y siguió hablando muy deprisa como si le faltara tiempo para decir todo lo que se le ocurría. Cuando me quedé dormido aún seguía hablando, y sentía su respiración en el hombro, cálida y próxima.
We talked for a good while that night. His voice was fast and it was like he had been saving up these things to tell me for a long time. He mentioned that he was going to try to build a canoe and that the kids down the block wouldn't let him in on their football team and I don't know what all. I talked some too and it was a good feeling to think of him taking in everything I said so seriously. I even spoke of Maybelle a little, only I made out like it was her who had been running after me all this time. He asked questions about high school and so forth. His voice was excited and he kept on talking fast like he could never get the words out in time. When I went to sleep he was still talking and I could still feel his breathing on my shoulder, warm and close.
Durante las dos semanas siguientes vi mucho a Maybelle, que se comportaba como si de verdad yo le interesara un poco. La mitad del tiempo me sentía tan bien que no sabía qué hacer conmigo mismo.
During the next couple of weeks I saw a lot of Maybelle. She acted as though she really cared for me a little. Half the time I felt so good I hardly knew what to do with myself.
Pero no me olvidé de Sucker. En los cajones de la cómoda guardaba un montón de cosas viejas: guantes de boxeo, libros de Tom Swift y aparejos de pesca de mala calidad. Se lo regalé todo. Tuvimos unas cuantas conversaciones más y fue de verdad como si lo conociera por primera vez. Cuando vi que tenía un corte muy largo en la mejilla supe que había estado haciendo el tonto con mi maquinilla nueva de afeitar, pero no dije nada. Ahora su cara parecía diferente. Su aspecto antes era tímido y como si tuviera miedo de recibir un golpe en la cabeza. Aquella expresión había desaparecido. Su cara, con los ojos muy abiertos, las orejas muy separadas y la boca nunca cerrada del todo, tenía el aire de una persona sorprendida pero a la espera de algo magnífico.
But I didn't forget about Sucker. There were a lot of old things in my bureau drawer I'd been saving—boxing gloves and Tom Swift books and second-rate fishing tackle. All this I turned over to him. We had some more talks together and it was really like I was knowing him for the first time. When there was a long cut on his cheek I knew he had been monkeying around with tins new first razor set of mine, but I didn't say anything. His face seemed different now. He used to look timid and sort or like he was afraid of a whack over the head. That expression was gone. His face, with those wide-open eyes and his ears sticking out and his mouth never quite shut, had the look of a person who is surprised and expecting something swell.
En una ocasión me dispuse incluso a señalárselo a Maybelle y a explicarle que era mi hermano pequeño. Estábamos en el cine por la tarde y ponían una película policíaca. Me había ganado un dólar trabajando para mi padre, y a Sucker le di veinticinco centavos para que se comprara unos dulces o lo que quisiera. Con el resto llevé a Maybelle al cine. Estábamos sentados al fondo y vi entrar a Sucker. Empezó a mirar a la pantalla tan pronto como el encargado le cortó la entrada y bajó por el pasillo tropezando y sin darse cuenta de adónde iba. Empecé a llamar la atención de Maybelle pero no acabé de decidirme. Sucker resultaba un poco absurdo al caminar como un borracho con los ojos clavados en la pantalla. Se limpiaba las gafas con el faldón de la camisa y llevaba los pantalones medio caídos. Siguió adelante hasta llegar a las primeras filas donde de ordinario se sientan los críos. No llegué a señalárselo a Maybelle. Pero me gustó que los dos hubieran visto una película con el dinero que había ganado yo.
Once I started to point him out to Maybelle and tell her he was my kid brother. It was an afternoon when a murder mystery was on at the movie. I had earned a dollar working for my dad and I gave Sucker a quarter to go and get candy and so forth. With the rest I took Maybelle. We were sitting near the back and I saw Sucker come in. He began to stare at the screen the minute he stepped past the ticket man and he stumbled down the aisle without noticing where he was going. I started to punch Maybelle but couldn't quite make up my mind. Sucker looked a little silly—walking like a drunk with his eyes glued to the movie. He was wiping his reading glasses on his shirttail and his knickers flopped down. He went on until he got to the first few rows where the kids usually sit. I never did punch Maybelle. But I got to thinking it was good to have both of them at the movie with the money I earned.
Me parece que las cosas siguieron así alrededor de un mes o seis semanas. Estaba tan contento que no conseguía ponerme a estudiar ni concentrarme en nada. Quería ser amigo de todo el mundo. Había veces en que necesitaba hablar con alguien. Y de ordinario esa persona era Sucker, tan encantado de la vida como yo. Una vez dijo: «Pete, que seas como mi hermano me importa más que ninguna otra cosa en el mundo.»
I guess things went on like this for about a month or six weeks. I felt so good I couldn't settle down to study or put my mind on anything. I wanted to be friendly with everybody. There were times when I just had to talk to some person. And usually that would be Sucker. He felt as good as I did. Once he said: "Pete, I am gladder that you are like my brother than anything else in the world."
Luego sucedió algo entre Maybelle y yo. No he logrado descubrir qué fue exactamente. Las chicas como ella son difíciles de entender. Empezó a tratarme de otra manera. Al principio no quería creerlo y trataba de pensar que era sólo mi imaginación. No parecía alegrarse de verme. A menudo se iba a pasear con un tipo del equipo de fútbol que tiene un descapotable deportivo. El coche era del color del pelo de Maybelle, y después de las clases se marchaba con él, riendo y mirándolo a los ojos. No se me ocurría ninguna manera de evitarlo y me pasaba día y noche pensando en ella. Cuando por fin llegábamos a salir juntos adoptaba una actitud insolente y no me hacía el menor caso. Aquello me llevó a pensar que pasaba algo: me preocupaba que mis zapatos hicieran demasiado ruido al andar o que llevara abierta la bragueta o que le molestaran los granos que tenía en la barbilla. A veces, cuando Maybelle estaba delante, un demonio se apoderaba de mí y ponía gesto duro y llamaba a personas mayores por su apellido sin el «señor» delante y decía groserías. Por la noche me preguntaba qué era lo que me llevaba a hacer todo aquello hasta que el cansancio podía más y me dormía.
Then something happened between Maybelle and me. I never have figured out just what it was. Girls like her are hard to understand. She began to act different toward me. At first I wouldn't let myself believe this and tried to think it was just my imagination. She didn't act glad to see me anymore. Often she went out riding with this fellow on the football team who owns this yellow roadster. The car was the color of her hair and after school she would ride off with him, laughing and looking into his face. I couldn't think of anything to do about it and she was on my mind all day and night. When I did get a chance to go out with her she was snippy and didn't seem to notice me. This made me feel like something was the matter—I would worry about my shoes clopping too loud on the floor, or the fly of my pants, or the bumps on my chin. Sometimes when Maybelle was around, a devil would get into me and I'd hold my face stiff and call grown men by their last names without the Mister and say rough things. In the night I would wonder what made me do all this until I was too tired for sleep.
Al principio estaba tan preocupado que, sencillamente, me olvidé de Sucker. Luego, más adelante, empezó a sacarme de quicio. Siempre me esperaba hasta que yo volvía del instituto, siempre con aspecto de que tenía algo que decirme o de que quería que yo le contase algo. Me hizo una estantería para revistas en su clase de manualidades y una semana ahorró el dinero del almuerzo y me compró tres paquetes de cigarrillos. No parecía enterarse de que tenía otras cosas en la cabeza y de que no quería perder el tiempo con él. Todas las tardes era lo mismo: Sucker en mi cuarto con la expresión de estar esperando algo. Entonces le decía cualquier cosa o tal vez le contestaba con brusquedad y él acababa por marcharse.
At first I was so worried I just forgot about Sucker. Then later he began to get on my nerves. He was always hanging around until I would get back from high school, always looking like he had something to say to me or wanted me to tell him. He made me a magazine rack in his Manual Training class and one week he saved his lunch money and bought me three packs of cigarettes. He couldn't seem to take it in that I had things on my mind and didn't want to fool with him. Every afternoon it would be the same—him in my room with this waiting expression on his face. Then I wouldn't say anything or I'd maybe answer him rough-like and he would finally go on out.
No soy capaz de precisar los momentos y decir que eso sucedió un día y aquello otro al día siguiente. En parte porque estaba tan desorientado que las semanas se confundían unas con otras, me sentía fatal y todo me daba lo mismo. No hacíamos ni decíamos nada definitivo. Maybelle seguía paseándose con el tipo del descapotable amarillo y unas veces me sonreía y otras no. Por las tardes iba a los sitios donde pensaba que la encontraría. Y o bien me trataba casi amablemente y yo empezaba a pensar que las cosas se aclararían a la larga y que acabaría por quererme, o se comportaba de tal modo que si no hubiese sido chica habría querido agarrarla por aquel cuellecito suyo tan blanco y estrangularla. Cuanto más avergonzado me sentía por hacer el imbécil más iba tras ella.
I can't divide that time up and say this happened one day and that the next. For one thing I was so mixed up the weeks just slid along into each other and I felt like hell and didn't care. Nothing definite was said or done. Maybelle still rode around with this fellow in his yellow roadster and sometimes she would smile at me and sometimes not. Every afternoon I went from one place to another where I thought she would be. Either she would act almost nice and I would begin thinking how things would finally clear up and she would care for me—or else she'd behave so that if she hadn't been a girl I'd have wanted to grab her by that white little neck and choke her. The more ashamed I felt for making a fool of myself the more I ran after her.
Sucker me sacaba de quicio y mi irritación iba en aumento. Me miraba como si de algún modo me culpara de algo, aunque al mismo tiempo supiera que aquello no iba a durar mucho. Crecía muy deprisa y por alguna razón empezó a tartamudear. A veces tenía pesadillas o devolvía el desayuno. Mamá le compró un frasco de aceite de hígado de bacalao.
Sucker kept getting on my nerves more and more. He would look at me as though he sort of blamed me for something, but at the same time knew that it wouldn't last long. He was growing fast and for some reason began to stutter when he talked. Sometimes he had nightmares or would throw up his breakfast. Mom got him a bottle of cod liver oil.
Luego todo terminó entre Maybelle y yo. La encontré al entrar en el drugstore y le pedí una cita. Cuando dijo que no, hice un comentario sarcástico. Me respondió que estaba harta de verme mariposear a su alrededor y que nunca le había importado un pimiento. Así de claro. Me quedé clavado en el sitio y no abrí la boca. Volví muy despacio a casa.
Then the finish came between Maybelle and me. I met her going to the drug store and asked for a date. When she said no I remarked something sarcastic. She told me she was sick and tired of my being around and that she had never cared a rap about me. She said all that. I just stood there and didn't answer anything. I walked home very slowly.
Durante varias tardes no salí de mi cuarto. No quería ir a ningún sitio ni hablar con nadie. Cuando Sucker entraba y me miraba de una manera curiosa le gritaba que se marchara. No quería pensar en Maybelle y me ponía a leer Mecánica popular o tallaba un portacepillos de dientes que estaba haciendo. Me parecía que estaba sacándome a aquella chica de la cabeza francamente bien.
For several afternoons I stayed in my room by myself. I didn't want to go anywhere or talk to anyone. When Sucker would come in and look at me sort of funny I'd yell at him to get out. I didn't want to think of Maybelle and I sat at my desk reading Popular Mechanics or whittling at a toothbrush rack I was making. It seemed to me I was putting that girl out of my mind pretty well.
Pero no hay manera de controlar lo que te pasa por la noche. Eso es lo que hizo que las cosas estén como están hoy.
El caso es que pocas noches después de que Maybelle me dijera lo que me dijo volví a soñar con ella. Fue como la primera vez, y le apreté tanto el brazo a Sucker que lo desperté. Entonces me buscó la mano.
But you can't help what happens to you at night. That is what made things how they are now.
You see a few nights after Maybelle said those words to me I dreamed about her again. It was like that first time and I was squeezing Sucker's arm so tight I woke him up. He reached for my hand.
—Pete, ¿qué te pasa?
De repente me atraganté de rabia; rabia contra mí mismo, contra el sueño y Maybelle y contra Sucker y las demás personas que conocía. Me acordé de las muchas veces que Maybelle me había humillado y de todo lo malo que me había sucedido. Por un segundo me pareció que nadie me iba a querer nunca excepto un pobre diablo como Sucker.
—¿Por qué hemos dejado de ser amigos como antes? ¿Por qué...?
—¡Cierra la boca, maldita sea! —Aparté las sábanas, me levanté y encendí la luz. Sucker se incorporó en medio de la cama, parpadeando muy asustado.
"Pete, what's the matter with you?"
All of a sudden I felt so mad my throat choked—at myself and the dream and Maybelle and Sucker and every single person I knew. I remembered all the times Maybelle had humiliated me and everything bad that had ever happened. It seemed to me for a second that nobody would ever like me but a sap like Sucker.
"Why is it we aren't buddies like we were before? Why—-?”
"Shut your damn trap!" I threw off the cover and got up and turned on the light. He sat in the middle of the bed, his eyes blinking and scared.
Tenía algo dentro que me quemaba y no pude evitarlo. Creo que nadie se enfada hasta ese punto más de una vez. Me salieron las palabras antes de que supiera lo que iba a decir. Sólo más tarde logré recordar todo lo que dije y entenderlo con claridad.
—¿Por qué no somos amigos? ¡Porque eres el tonto más crédulo que he visto nunca! ¡No le importas a nadie! ¡Y aunque a veces me hayas dado pena y haya tratado de portarme bien contigo no tienes que creer que me importe un rábano un pobre estúpido como tú!
There was something in me and I couldn't help myself. I don't think anybody ever gets that mad but once. Words came without me knowing what they would be. It was only afterward that I could remember each thing I said and see it all in a clear way.
"Why aren't we buddies? Because you're the dumbest slob I ever saw! Nobody cares anything about you! And just because I felt sorry for you sometimes and tried to act decent don't think I give a damn about a dumb-bunny like you!"
Si le hubiera gritado o le hubiese pegado, habría sido mejor. Pero hablé despacio y como si estuviera muy tranquilo. Sucker tenía la boca medio abierta y dio la sensación de que le había alcanzado un rayo. Se quedó blanco como el papel y empezó a sudarle la frente. Se la secó con el
revés de la mano y durante un minuto tuvo el brazo levantado como si estuviera apartando algo.
If I talked loud or hit him it wouldn't have been so bad. But my voice was slow and like I was very calm. Sucker's mouth was partway open and he looked as though he'd knocked his funny bone. His face was white and sweat came out on his forehead. He wiped it away with the back of his hand and for a minute his arm stayed raised that way as though he was holding something away from him.
—No sabes absolutamente nada. ¿Has salido de verdad alguna vez a la calle? ¿Por qué no te buscas una novia y me dejas en paz? ¿En qué clase de mariquita te quieres convertir, si puede saberse?
Yo no sabía lo que iba a decir a continuación. No lo podía evitar ni tampoco era capaz de pensar.
Sucker no se movió. Llevaba una de mis chaquetas de pijama y su cuello resultaba flaco y pequeño. Se le había humedecido el pelo que le caía sobre la frente.
—¿Por qué tienes que estar siempre rondándome? ¿Es que no sabes cuándo estás de más?
"Don't you know a single thing? Haven't you ever been around at all? Why don't you get a girl friend instead of me? What kind of sissy do you want to grow up to be anyway?"
I didn't know what was coming next. I couldn't help myself or think.
Sucker didn't move. He had on one of my pajama jackets and his neck stuck out skinny and small. His hair was damp on his forehead.
"Why do you always hang around me? Don't you know when you're not wanted?"
Después recordé el cambio en la cara de Sucker. Poco a poco desapareció el aire de desconcierto y cerró la boca. Entornó los ojos y apretó los puños. Nunca había tenido una expresión semejante. Era como si se fuese haciendo mayor segundo a segundo. Le apareció una dureza en la mirada que de ordinario no se ve en un niño. Se le formó una gota de sudor barbilla abajo y no se dio cuenta. Siguió donde estaba, los ojos fijos en mí; no habló, su expresión era dura y no cambió.
Afterward I could remember the change In Sucker's face. Surely that blank look went away and he closed his mouth. His eyes got narrow and his fists shut. There had never been such a look on him before. It was like every second he was getting older. There was a hard look to his eyes you don't see usually in a kid. A drop of sweat rolled down his chin and he didn't notice. He just sat there with those eyes on me and he didn't speak and his face was hard and didn't move.
—No; no sabes cuándo estás de más. Eres demasiado bobo. Como tu nombre. Un cándido total.
Era como si se me hubiera reventado algo dentro. Apagué la luz y me senté en la silla junto a la ventana. Me temblaban las piernas y tenía encima tal cansancio que podría haberme puesto a dar gritos. El cuarto estaba frío y oscuro. Me quedé allí mucho tiempo y fumé un pitillo aplastado que había estado guardando. Fuera, el jardín estaba a oscuras y en silencio. Al cabo de un rato oí que Sucker se tumbaba.
"No you don't know when you're not wanted. You're too dumb. Just like your name—a dumb Sucker." It was like something had busted inside me. I turned off the light and sat down in the chair by the window. My legs were shaking and I was so tired I could have bawled. The room was cold and dark. I sat there for a long time and smoked a squashed cigarette I had saved. Outside the yard was black and quiet. After a while I heard Sucker lie down.
Yo ya no estaba furioso, sólo cansado. Me pareció horrible haber hablado de aquella manera a un chico que sólo tenía doce años. No conseguía asimilarlo. Me dije que tenía que acercarme a él y tratar de arreglarlo. Pero me quedé donde estaba, sintiendo el frío cada vez más, y dejé pasar mucho tiempo. Planeé la manera de solucionar el problema a la mañana siguiente. Luego, tratando de que no sonaran los muelles del colchón, volví a la cama.
Sucker ya se había ido cuando me desperté al otro día. Y más tarde, cuando quise disculparme como me había propuesto, me miró de aquella nueva manera suya tan dura y fui incapaz de abrir la boca.
I wasn't mad any more, only tired. It seemed awful to me that I had talked like that to a kid only twelve. I couldn't take it all in. I told myself I would go over to him and try to make it up. But I just sat there in the cold until a long time had passed. I planned how I could straighten it out in the morning. Then, trying not to squeak the springs, I got back in bed.
Paul Strand Photo [1951] |
Todo eso pasó hace dos o tres meses. Desde entonces Sucker ha crecido más deprisa que ninguno de los chavales que conozco. Es casi tan alto como yo y sus huesos se han hecho más pesados y más grandes. Ha dejado de llevar mi ropa vieja y se ha comprado sus primeros pantalones largos, con tirantes de cuero para sostenerlos. Ésos no son más que los cambios que se ven a primera vista y que se pueden expresar con palabras.
All of that was two or three months ago. Since then Sucker has grown faster than any boy I ever saw. He's almost as tall as I am and his bones have gotten heavier and bigger. He won't wear any of my old clothes anymore and has bought his first pair of long pants—with some leather suspenders to hold them up. Those are just the changes that are easy to see and put into words.
Nuestro cuarto ha dejado por completo de ser mío. Sucker reúne en casa a todo un grupo de críos y han fundado un club. Cuando no están cavando trincheras en algún solar y peleándose, están en mi habitación. En la puerta hay una chiquillada escrita con mercurocromo que dice: «Pobre del intruso que cruce este umbral», y la firma son unos huesos cruzados y sus iniciales secretas. Han conseguido una radio y todas las tardes ponen su música a todo volumen. En una ocasión, al volver a casa, oí que uno de los chicos decía algo a voz en grito sobre lo que había visto que pasaba en el asiento de atrás del coche de su hermano mayor. Adiviné lo que no llegué a oír. Eso es lo que hacen mi hermano y ella. Es la verdad... metidos en el coche. Por un momento Sucker pareció sorprendido y su cara recuperó su antigua expresión. Luego, sus rasgos volvieron a endurecerse. «Claro, estúpido. Menudo descubrimiento.» No se fijaron en mí. Sucker empezó a contarles cómo tenía planeado hacerse trampero en Alaska en un par de años.
Our room isn't mine at all anymore. He's gotten up this gang of kids and they have a club. When they aren't digging trenches in some vacant lot and fighting they are always in my room. On the door there is some foolishness written in Mercurochrome saying "Woe to the Outsider who Enters" and signed with crossed bones and their secret initials. They have rigged up a radio and every afternoon it blares out music. Once as I was coming in I heard a boy telling something in a low voice about what he saw in the back of his big brother's automobile. I could guess what I didn't hear. That's what her and my brother do. It's the truth—parked in the car. For a minute Sucker looked surprised and his face was almost like it used to be. Then he got hard and tough again. "Sure, dumbbell. We know all that." They didn't notice me. Sucker began telling them how in two years he was planning to be a trapper in Alaska.
Pero la mayor parte del tiempo está solo y entonces nuestras relaciones son aún peores. Se tumba en la cama con los pantalones largos de pana y los tirantes y se limita a mirarme con esa expresión dura, medio desdeñosa. Jugueteo con las cosas que tengo sobre mi mesa, pero no consigo centrarme a causa de esos ojos suyos. Y el caso es que debo estudiar porque me han suspendido en tres asignaturas este trimestre. Si no apruebo el inglés, no me graduaré el año que viene. No quiero ser un inútil y todo lo que necesito es ponerme a trabajar. Ni Maybelle ni ninguna otra chica me importan un rábano y ahora el único problema son mis relaciones con Sucker. No hablamos nunca, excepto cuando estamos delante de la familia. Ni siquiera me apetece llamarle ya Sucker y, a no ser que me olvide, utilizo Richard, su verdadero nombre. Por la noche no puedo estudiar con él en el
cuarto y acabo en el drug store, donde me dedico a fumar y a no hacer nada con los tipos que van allí a perder el tiempo.
But most of the time Sucker stays by himself. It is worse when we are alone together in the room. He sprawls across the bed in those long corduroy pants with the suspenders and just stares at me with that hard, half-sneering look. I fiddle around my desk and can't get settled because of those eyes of his. And the thing is I just have to study because I've gotten three bad cards this term already. If I flunk English I can't graduate next year. I don't want to be a bum and I just have to get my mind on it. I don't care a flip for Maybelle or any particular girl anymore and it's only this thing between Sucker and me that is the trouble now. We never speak except when we have to before the family. I don't even want to call him Sucker anymore and unless I forget I call him by his real name, Richard. At night I can't study with him in the room and I have to hang around the drug store, smoking and doing nothing, with the fellows who loaf there.
Más que nada, lo que quiero es tener de nuevo la conciencia tranquila. Echo de menos la relación divertida y triste que durante un tiempo tuvimos él y yo, y que antes de que sucediera nunca hubiera creído posible. Pero ahora todo es tan distinto que no parece que esté en mi mano arreglarlo. A veces he pensado que si nos desahogásemos con una buena pelea, eso ayudaría. Pero no me puedo pegar con él porque tiene cuatro años menos. Y otra cosa más: a veces esa mirada suya me hace casi creer que, si pudiera, me mataría.
More than anything I want to be easy in my mind again. And I miss the way Sucker and I were for a while in a funny, sad way that before this I never would have believed. But everything is so different that there seems to be nothing I can do to get it right. I've sometimes thought if we could have it out in a big fight that would help. But I can't fight him because he's four years younger. And another thing—sometimes this look in his eyes makes me almost believe that if Sucker could he would kill me.
Traducción de José Luis López Muñoz
* * *
¿Les gustó?
Particularmente pienso que esta historia, además de disfrutarla por lo bien que está escrita, nos ayuda a comprender la relación de hermanos versus hermanos en algún momento de la vida, en ese momento donde los cambios son irreversibles.
A veces son tan sutiles que solo las miradas los delatan, como las miradas que lograron lo excelentes fotógrafos estadounidenses que he elegido para compartir con ustedes: Paul Strand [1890-1976], uno de los precursores de la fotografía directa o pura; William Eggleston [1939], quien logró el reconocimiento de la fotografía en color y una mujer, Diane Arbus [1923-1971], la cronista de los freaks, alguien que desafió los conceptos de belleza y anormalidad.
El trato de uno hacia otro y el lugar que va ganando el débil es digno de destacarse en la narración de la joven por entonces Carson McCullers, solo tenía dieciséis años cuando lo escribió. Aunque Richard y Pete no son hermanos, están en esta muchas veces difícil y conocida situación de destrato.
A veces son tan sutiles que solo las miradas los delatan, como las miradas que lograron lo excelentes fotógrafos estadounidenses que he elegido para compartir con ustedes: Paul Strand [1890-1976], uno de los precursores de la fotografía directa o pura; William Eggleston [1939], quien logró el reconocimiento de la fotografía en color y una mujer, Diane Arbus [1923-1971], la cronista de los freaks, alguien que desafió los conceptos de belleza y anormalidad.
El trato de uno hacia otro y el lugar que va ganando el débil es digno de destacarse en la narración de la joven por entonces Carson McCullers, solo tenía dieciséis años cuando lo escribió. Aunque Richard y Pete no son hermanos, están en esta muchas veces difícil y conocida situación de destrato.
Trata a los demás como te gustaría que te traten a vos, cuántos estarán recordando esta famosa frase al leer el relato.
Con la particularidad que acá, Pete, lleno de rabia, trata a Sucker tan mal como Maybelle lo trata a él. Todo es una conducta encadenada.
Con la particularidad que acá, Pete, lleno de rabia, trata a Sucker tan mal como Maybelle lo trata a él. Todo es una conducta encadenada.
Contada en primera persona, con la voz de Pete, de 16 años, obligado a compartir no solo su cuarto, también su cama, con «un niño», su primo cuatro años menor. Al principio él es, así se siente y se lo hace notar, el dueño absoluto de ese espacio.
Aparece un tercer personaje, la hermosa Maybelle ya nombrada. Con el cabello más dorado que todos los dorados, disputada por casi todos los chicos, Pete se enamora perdidamente.
Al principio, la relación que ellos entablan —no sabemos si cierta o no— ayuda a mejorar, a su vez, la relación entre los hermanos, pero más tarde, al ir mal las cosas entre ellos, la destruye.
Paralelamente estos dúos Pete-Sucker y Pete-Maybelle van y vienen en entendimientos y desavenencias e insultos que se trasladan. Pete anhela la atención de Maybelle y Sucker la de Pete. Y hacen lo indecible para conseguirla. Pero... hay un momento, ocurre casi sin darnos cuenta, en que Sucker, o ya Richard porque ha crecido, es tan alto como Pete, ya no usa la ropa que él ha descartado y se adueña de la habitación. Toma el control, ¿abusivamente? Nos preguntaremos. No sé, después de todo lo que ha aguantado.
Aparece un tercer personaje, la hermosa Maybelle ya nombrada. Con el cabello más dorado que todos los dorados, disputada por casi todos los chicos, Pete se enamora perdidamente.
Al principio, la relación que ellos entablan —no sabemos si cierta o no— ayuda a mejorar, a su vez, la relación entre los hermanos, pero más tarde, al ir mal las cosas entre ellos, la destruye.
Paralelamente estos dúos Pete-Sucker y Pete-Maybelle van y vienen en entendimientos y desavenencias e insultos que se trasladan. Pete anhela la atención de Maybelle y Sucker la de Pete. Y hacen lo indecible para conseguirla. Pero... hay un momento, ocurre casi sin darnos cuenta, en que Sucker, o ya Richard porque ha crecido, es tan alto como Pete, ya no usa la ropa que él ha descartado y se adueña de la habitación. Toma el control, ¿abusivamente? Nos preguntaremos. No sé, después de todo lo que ha aguantado.
Pete se da cuenta que perdió la relación que tenía, la admiración del menor hacia el mayor ya no existe. Añora ese tiempo y lo vive con cierta nostalgia: «ha cambiado tanto», dice «que es un poco difícil recordarlo tal como era».
La mirada de Richard de la última frase le dice cuánto lo ha corrompido.
La mirada de Richard de la última frase le dice cuánto lo ha corrompido.
Al terminar de leer y luego reflexionar, uno se siente conectado con los dos personajes. Aun el más antipático reconoce sus faltas y cuando es feliz trata mejor a su hermano. Uno, como lector, siente el dolor, la transformación y el crecimiento de ambos. Las consecuencias influyen en sus personalidades y caracteres y comprendemos su infalibilidad.
Es un tema siempre vigente. La relación de hermanos la podemos extender a otras. Sumar el tema del «perdedor» del grupo y la conducta de los demás, el bullying tanta veces sufrido por adolescentes y niños en situación de inferioridad.
El maltrato sufrido deja en Sucker, y en todos los que de una u otra manera lo han experimentado, una herida, o una marca que podrá esfumarse pero nunca terminará de borrarse.
Hasta la próxima buena lectura, esperando que les haya gustado mucho y que sigan leyendo a esta gran escritora sureña, Carson McCullers.
Es un tema siempre vigente. La relación de hermanos la podemos extender a otras. Sumar el tema del «perdedor» del grupo y la conducta de los demás, el bullying tanta veces sufrido por adolescentes y niños en situación de inferioridad.
El maltrato sufrido deja en Sucker, y en todos los que de una u otra manera lo han experimentado, una herida, o una marca que podrá esfumarse pero nunca terminará de borrarse.
Hasta la próxima buena lectura, esperando que les haya gustado mucho y que sigan leyendo a esta gran escritora sureña, Carson McCullers.
C. G.
Notas
- «Sucker», by Carson McCullers: The Saturday Evening Post [revista estadounidense]. Texto en inglés.
http://www.saturdayeveningpost.com/wp-content/uploads/satevepost/sucker-by-carson-mccullers-SEP.pdf
- Carson McCullers: Columbus State University
http://www.mccullerscenter.org/
- El aliento del cielo, Carson McCullers: Comprende la totalidad de sus cuentos, trece de ellos inéditos en nuestro idioma, y sus tres novelas cortas, Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda.
Rodrigo Fresán enriquece esta imprescindible edición con un revelador retrato de la singularísima vida y la obra de McCullers.
Carson McCullers transmitió con una maestría insuperable la
grandeza y la tragedia del alma humana. Su obra ha seducido a
generaciones de lectores, mientras la crítica la encumbraba en el
pedestal de los clásicos del siglo XX.
Por estas páginas transitan el amor, la violencia, la soledad y el fracaso. Dotadas de una
insólita musicalidad, desprenden una fuerza y una pasión que sacuden a quien las lee. En su
narrativa breve, McCullers se erige en portavoz privilegiada de ese sur norteamericano que
sólo unos pocos tuvieron el talento de plasmar en toda su profundidad.
«Carson McCullers y quizá William Faulkner son, tras la muerte de D. H. Lawrence, los únicos
escritores con una sensibilidad poética original. Prefiero Carson McCullers a William Faulkner
porque escribe de modo más claro; la prefiero a D. H. Lawrence porque no tiene mensaje»,
Graham Greene
«Su talento narrativo sigue siendo uno de los pocos felices logros de nuestra
cultura»,
Gore Vidal
«He encontrado en sus obras una intensidad y nobleza de espíritu como no
ha habido en nuestra prosa desde Herman Melville»,
Tennessee Williams
Carson McCullers nació en Columbus, Georgia, en 1917, y murió en Nueva York, en 1967, de
un ataque al corazón, a la temprana edad de cincuenta años. Su producción
narrativa, publicada íntegramente en Seix Barral, comprende los siguientes
títulos: El corazón es un cazador solitario [1940; Seix Barral, 1989], convertido
inmediatamente en un clásico de la novela contemporánea, Reflejos en un ojo
dorado [1941; Seix Barral, 1958], Frankie y la boda [1946; Seix Barral, 1960],
La balada del café triste [1951; Seix Barral, 1958] y Reloj sin manecillas [1961;
Seix Barral, 1963]. Póstumamente ha aparecido su autobiografía, Iluminación y
fulgor nocturno [1999; Seix Barral, 2001]. «El mudo» y otros textos [Seix
Barral, 2007], publicado en la colección Únicos, incluye el esbozo de «El
mudo» —primer título que recibió El corazón es un cazador solitario— y
ensayos sobre literatura. Está considerada, junto a William Faulkner, como una de las mejores
representantes de la narrativa del Sur de Estados Unidos.
«Todo lo que sucede en mis relatos, me ha sucedido o me sucederá»,
Carson McCullers
* * *
Apuntes para una teoría de la ciencia del amor, por Rodrigo Fresán
1
Los relatos y nouvelles de Carson McCullers —así como sus novelas—se ocupan de un solo
tema: el Amor.
Con mayúscula y con, también, decisivos matices.
El Amor a los hombres y a las mujeres.
El Amor al arte.
El Amor al amor al arte.
El Amor de corazones rotos o de corazones a puntos de romperse o el Amor que hace
irrompibles a esos corazones o que es lo único que puede repararlos.
El Amor, finalmente, como la más inexacta e implacable de las ciencias.
Buscar y encontrar el credo y la fe de esa ciencia —las fórmulas que la resuelven, las fracciones
que la complican— en dos justamente célebres y muy citados instantes de la obra de Carson
McCullers.
En La balada del café triste —en tres párrafos donde la acción del relato se detiene y la
omnisciente voz narradora nos explica la hipótesis de lo que está sucediendo en la práctica— se
nos informa del lado inconstante, dual, peligroso, dispar, autodestructivo, asimétrico y tarde o
temprano, sí, inevitablemente triste del asunto:
En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una
experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el
amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el
amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No
hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es
un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No
le queda más que una salida, alojar su amor en el corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un
nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante del
que estamos hablando no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede
ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra.
Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un
estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya un abuelo que chochea, pero
sigue enamorado de una chica desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte
años. Un predicador puede estar enamorado de una mujer perdida. El amado podrá ser un traidor, un
imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo
más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y
bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante
quien determina la valía y la cualidad de todo amor.
Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser
amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos.
El amado teme y odia al amante, y con razón, pues el amante está siempre queriendo desnudar a su
amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor.
Un año después de la escritura de La balada del café triste, en 1942, superando una agobiante
crisis creativa que la tiene sin poder escribir palabra, McCullers deja su cama de enferma, se
sienta frente a su máquina de escribir, y alumbra el cuento «Un árbol. Una roca. Una nube»,
donde —tal vez agradecida por el renovado fulgor de un don que casi daba por perdido— decide
iluminar el costado epifánico del amor y postular su ciencia en boca de un forastero en un bar: un
viejo que le comunica a un chico que ha alcanzado la sabiduría del enamorado perfecto por el
sencillo método de amar a todas las cosas de este mundo en lugar de conformarse con desear,
apenas, a una sola mujer que lo abandonó tanto tiempo atrás.
En este cuento, también, vuelve a insistirse —con la potencia de un satori— en el yin y el yang
del perseguidor y del perseguido, del que desea y del que es deseado.
Pero, a diferencia de lo que ocurre en La balada del café triste, aquí se propone una suerte de
final feliz con aroma de santidad. Sólo amándolo todo se puede sobrevivir a haber amado a
alguien:
—[...] Lo que pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos hermosos y esos pequeños placeres sueltos,
dentro de mí. Y esta mujer era para mi alma algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar por ella
esos poquitos de mí mismo y salía completo. ¿Me sigues ahora? [...] En esas circunstancias, ya te puedes
imaginar cómo me quedé cuando me dejó. [...] Fui a todas las ciudades que había mencionado alguna
vez, buscando a todos los hombres que habían tenido alguna relación con ella. Tulsa, Atlanta, Chicago,
Cheehaw, Memphis... Durante casi dos años corrí por el país tratando de encontrarla. [...] La verdad es
que el amor es una cosa extraña. Al principio no pensaba más que en que volviera. Era una especie de
manía. Luego, según pasaba el tiempo, trataba de recordarla, pero ¿sabes qué ocurría? [...] Cuando me
tumbaba en la cama y trataba de pensar en ella, mi cabeza se quedaba en blanco. No podía verla. Y
entonces sacaba sus fotografías y las miraba. Nada, no había nada que hacer. Era como si no la viera.
¿Puedes imaginarlo? [...] Pero un pedazo de cristal inesperado en la acera o una canción de cinco
centavos en un gramófono automático, una sombra en una pared por la noche, y recordaba. A veces eso
me ocurría por la calle y yo me echaba a llorar y me golpeaba la cabeza contra un farol. ¿Me
comprendes? [...] Cualquier cosa. Daba vueltas por ahí y no tenía poder sobre cómo y cuándo
recordarla. Uno cree que se puede poner encima una especie de blindaje. Pero el recuerdo no viene al
hombre así, de frente, viene por las esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de todo lo que oía o veía.
De repente, en vez de ser yo el que atravesara el país para encontrarla, empezó ella a perseguirme en mi
propia alma. Ella persiguiéndome a mí, (¡fíjate! Y en mi alma. [...] Yo era un pobre mortal enfermo. Era
como la viruela. Te confieso, hijo, que me emborraché, forniqué, cometí cualquier pecado que de pronto
me apeteciera. Me avergüenza confesarlo, pero así es. Cuando recuerdo esa temporada, está todo
confuso en mi mente; fue terrible.
El hombre entonces hace una pausa, inclina la cabeza hasta tocar la barra con su frente y de
pronto se endereza y sonriendo y radiante, explica:
—Pasó en el quinto año. Y con él empezó mi ciencia. [...] Es difícil explicarlo científicamente, hijo.
Me figuro que la explicación lógica es que ella y yo nos habíamos perseguido tanto tiempo que al fin nos
hicimos un lío, nos echamos atrás y lo dejamos. Paz. Un vacío extraño y hermoso. [...] Yo me quedaba
allí, en mi cama, echado en la oscuridad. Y así me vino la sabiduría. [...] Es esto. Escucha atentamente.
Medité sobre el amor y saqué la conclusión. Me di cuenta de qué es lo que nos pasa. Los hombres se
enamoran por primera vez. Y ¿de qué se enamoran? [...] De una mujer. Sin sabiduría, sin nada para
poder ir por ahí, emprenden la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo. Se enamoran de una
mujer. [...] Empiezan por el revés del amor. Empiezan por el punto crítico. ¿Te das cuenta de por qué es
algo tan desgraciado? ¿Sabes cómo deberían querer los hombres? [...] Hijo, ¿sabes cómo debería empezarse
el amor? [...] Un árbol. Una roca. Una nube. [...] Medité y empecé con precaución. Cogía cualquier cosa de la calle y me la llevaba a casa. Compré un pececillo dorado y me concentré en él y lo
amé. Pasaba gradualmente de una cosa a otra. Día a día iba adquiriendo esa técnica. [...] Ya hace seis
años que voy por ahí solo haciéndome mi saber. Y ahora soy un maestro, hijo. Puedo amarlo todo. No
tengo ya ni que pensar en ello. Veo una calle llena de gente y una luz hermosa entra dentro de mí. Miro a
un pájaro en el cielo o me encuentro con un viajero en el camino. Cualquier cosa, hijo, o cualquier
persona. ¡Todos desconocidos y todos amados! ¿Te das cuenta de lo que puede significar una ciencia
como la mía?
2
Carson McCullers —joven anciana, amada perseguidora, sabia y al mismo tiempo tan inexperta
en estas lides— sí se dio cuenta del significado de esta ciencia, y de los peligros y placeres de sus
aplicaciones. Y escribió sobre ellos a lo largo y ancho de una turbulenta vida de cincuenta años (la
mitad postrada e inválida) y de una obra singular cuya categorización no ha sido cosa sencilla. Y
como prueba vayan estos relatos y novelas cortas donde no importa quiénes los protagonicen y
dónde transcurran (ya sean niños atormentados o matrimonios en picada, ya se trate de enanos o
de gigantas, ya se corra por Nueva York o se chapotee por pantanos, ya se lean como postales
autobiográficas o hayan sido escritos como confesiones disfrazadas de alegorías): lo que aquí se
quiere tratar y de lo que aquí se trata es de capturar la música invisible de las proustianas
intermitencias del corazón. Y de atraparla tras los barrotes de las líneas de un texto para que
nosotros la oigamos leyéndola del mismo modo en que McCullers la contempló por primera vez en
las tarimas de barracones de feria donde se exhibían en todo su monstruoso esplendor personas y
personajes como El Hombre Serpiente y La Mujer Barbuda y El Niño Cigarrillo.
Y después, volver a casa a seguir escribiendo. Porque como alguna vez dijo McCullers: «No me
gustaría vivir si no pudiese escribir... La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es como
me gano mi alma» y «escribir es mi modo de buscar a Dios».
Y si sus oraciones —sus líneas, sus frases— fueran admitidas como prueba de milagro, todo
indicaría que McCullers no demoró mucho en encontrarlo.
3
Automáticamente alineada dentro de la más gótica literatura del sur norteamericano.
Instantáneamente comparada y en competencia con Flannery O'Connor y Katherine Anne
Porter y Eudora Welty (quienes tal vez tuvieran un manejo más frío y preciso de su arte en el
cuento, pero no así en la novela, y que, también, carecen de cierta cualidad apasionada y
desbordante que McCullers parece haber heredado de esas otras chicas raras, las hermanas
Brontë, o de aquel otro alucinado, Edgar Allan Poe).
Enarbolada como estandarte del feminismo poético o de la bisexualidad lírica enaltecida a la
vez que para siempre estigmatizada por su debut de prodigio capaz de irrumpir en la novela con
algo tan maduro a la vez que fresco (el producto de alguien «nacida escritora» según Edith Sitwell)
como El corazón es un cazador solitario.
McCullers, para mí, no se alinea dentro de ninguna categoría regional o personal. Por lo contrario, siempre pensé y sigo pensando que McCullers pertenece a ese tipo de artista que parece empezar y terminar en sí mismo y que —con cierta maestría en el arte de la histeria— se las arregla para atraer a fieles fascinados por su, valga la redundancia, rara rareza.
Así, McCullers —ya desde niña obsesionada por los fenómenos de feria— podría pertenecer a la misma familia de freaks sin familia que incluye, por citar casos muy diferentes y «deformidades» muy distintas, a gente como Bruno Schulz, Felisberto Hernández, J. D. Salinger, Jane Bowles, Juan Rulfo, Yukio Mishima, Philip K. Dick, Denis Johnson y Haruki Murakami, entre otros. Firmas que se caracterizan por abducir a sus lectores y proponerles variaciones verosímiles de otros mundos que están en este mundo. Escritores con visión propia que nos enseñan a mirar y apreciar lo que sólo ellos ven y, de pronto, allí está todo eso, en todas partes. Algo de la dificultad antes mencionada para perfilar a McCullers y cuanto McCullers hace puede detectarse en lo que escribiera el divulgador literario y canonólogo Harold Bloom en su prólogo a la antología crítica sobre la autora para la colección de ensayo Modern Critical Views. Allí se lee:
McCullers, en realidad, consideraba a todos los maestros como sus maestros no de escritura pero sí de lectura. En los largos días y meses y años de convaleciente y en la necesidad de escapar de esa cama y de ese cuerpo roto formándose y leyendo vorazmente todo y a todos.* De Proust, por ejemplo, afirmó que la «inmensa deuda» que tenía con él pasaba por «la buena suerte de tener siempre un lugar al que volver, un gran libro que nunca pierde el brillo y nunca se convierte en algo opacado por la familiaridad».
Un libro precisamente así aspira a ser El aliento del cielo —hasta donde sé el más completo y representativo de la obra de la autora en idioma castellano, comprendiendo la totalidad de sus ficciones breves** y no tanto, dejando fuera tan sólo sus dos novelas largas, El corazón es un cazador solitario y Reloj sin manecillas—, donde se pone de manifiesto el genio de alguien que podría resultar «dificultoso» para algunos, pero no para ella misma. Alguien que, en 1958, no dudaba en afirmar: «Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner.»
* Ver los ensayos sobre literatura y aprendizaje reunidos en «El mudo» y otros textos [Seix Barral, 2007].
** El único de los relatos que aquí no se incluye fue el último escrito y completado por McCullers: «The Long March». Considerado por los especialistas como poco dolorosamente logrado, prescindible y nada representativo del talento de su autora, «The Long March» —un ligero bosquejo sobre el tema de los derechos civiles ambientado en el Sur— nunca ha sido recopilado en ninguna de las antologías. El plan de McCullers era que ese cuento fuera el primero de una trilogía, pero fue el único que llegó a completar. De los otros dos se conservan, apenas, apuntes sueltos. «The Long March» se publicó en la revista Redbook pocas semanas antes de fallecer McCullers.
El resto, buscarlo en las sensibles y entregadas y exhaustivas biografías de Carson McCullers. En la muy obsesiva de la norteamericana Virginia Spencer Carr o en la demasiado psicoanalítica de la francesa Josyane Savigneau, entre varias otras. Allí —ahí dentro— está la novela de una vida que podría ser una vital aunque sombría novela de Carson McCullers, y de la que la cronología que sigue a estas páginas ofrece un tan breve como convulsionado resumen.
McCullers yendo y viniendo, del Sur al Norte y de regreso al Sur, «para renovar, de tanto en tanto, mi sentido del horror».
McCullers enfermando y reponiéndose para volver a enfermarse.
McCullers amando como una poseída y necesitando poseer a todos los que la amaban incluyendo a su torturado dos veces esposo Reeves McCullers.
McCullers escribiendo sin parar al principio y escribiendo y dictando sin resignarse a detenerse cerca del final.
McCullers estrenándose con un personaje inspirado en sí misma y despidiéndose con una memoir inconclusa donde intentaba explicarlo todo para acaso poder comprenderlo ella.
McCullers como la perfecta poster-girl de escritora juvenil y exitosa (esas fotos tomadas en el Central Park en las que ríe con todos los dientes y en las que parece una brillante niña dark dibujada por Tim Burton). O aquella otra inclinada sobre un libro suyo, dedicándolo con dedicación (la foto que le tomó Henri Cartier-Bresson en 1946). O —¿cómo es posible que McCullers jamás se haya cruzado frente a la cámara de Diane Arbus, esa otra cazadora de seres exóticos?— ese último retrato que le tomara Richard Avedon y donde, mirando triste y dolorida al fotógrafo, bromeó en serio diciéndole: «Quiero salir parecida a Greta Garbo.»
Pero, por encima de todo eso, la obra.
Un perfume tradicional y fundante al mismo tiempo que se ha fundido con el de quienes la siguieron y que —entre muchos otros— pueden llamarse Truman Capote, Katherine Dunn, Ray Bradbury, Mary Gaitskill, Tristan Egolf, A. M. Homes, Barry Hannah, Elizabeth McCracken, Tom Spanbauer, John Kennedy Toole, Donna Tartt, Joe Meno y Anne Tyler. Autores de libros donde la idea de lo bizarro o de lo diferente no tiene por qué estar reñida con el latido de corazones solitarios o con la pupila dorada de ojos que ven demasiado.
Paul Bowles —otro de esos ocasionales extraños norteamericanos— definió la particular personalidad y la férrea fe de McCullers con las palabras justas:
Recordarla —imposible olvidarla— así: leyendo para escribir lo que luego leerían tantos, leeríamos nosotros. Esas personas y esos paisajes de «un mundo intenso, extraño y suficiente» buscando desesperadamente que esa «cosa extraña» los encontrara. Y, una vez hallados, habiendo leído lo que les sucedió a ellos —a Frankie, a Sucker, a Miss Amelia, a Felix Kerr, a madame Zilensky, a Ken Harris—, a todos esos súbitos científicos, sobrevivientes pero irremediablemente transformados luego de pasar por el laboratorio y someterse a las radiaciones de semejante experimento, entonces comprender cómo «la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo» nos afectó o nos afecta o nos afectará a nosotros.
Al final de «Una roca. Un árbol. Una nube» el chico que escucha la historia del viejo que predica las virtudes y riesgos del estudio de la ciencia del amor, le pregunta si se ha vuelto a enamorar de alguna mujer. El viejo —que tiene agarrado al niño por el cuello de su chaqueta de cuero— lo suelta, bebe un trago largo de cerveza y por fin responde:
Mientras tanto y hasta entonces —«Acuérdate. Acuérdate de que te quiero», es lo último que le dice el viejo al chico de los periódicos antes de salir a perderse y encontrarse por los caminos— vayan estos escritos de alguien enamorada de contar historias sobre fórmulas y ecuaciones.
Alguien que vivió para contarlo y que lo contó para vivir. De seres así están hechas las mejores religiones. Esas religiones en las que nada nos cuesta creer porque están tan bien escritas que parecen gozar de la irrebatible verosimilitud de una ciencia. Esas religiones exactas, creadas y protagonizadas por alguien que —como Carson McCullers— quiso mucho lo que hacía y, haciéndolo, quiso y quiere y seguirá queriendo y siendo querida por sus muchos lectores.
Todos desconocidos y todos amados.
McCullers, para mí, no se alinea dentro de ninguna categoría regional o personal. Por lo contrario, siempre pensé y sigo pensando que McCullers pertenece a ese tipo de artista que parece empezar y terminar en sí mismo y que —con cierta maestría en el arte de la histeria— se las arregla para atraer a fieles fascinados por su, valga la redundancia, rara rareza.
Así, McCullers —ya desde niña obsesionada por los fenómenos de feria— podría pertenecer a la misma familia de freaks sin familia que incluye, por citar casos muy diferentes y «deformidades» muy distintas, a gente como Bruno Schulz, Felisberto Hernández, J. D. Salinger, Jane Bowles, Juan Rulfo, Yukio Mishima, Philip K. Dick, Denis Johnson y Haruki Murakami, entre otros. Firmas que se caracterizan por abducir a sus lectores y proponerles variaciones verosímiles de otros mundos que están en este mundo. Escritores con visión propia que nos enseñan a mirar y apreciar lo que sólo ellos ven y, de pronto, allí está todo eso, en todas partes. Algo de la dificultad antes mencionada para perfilar a McCullers y cuanto McCullers hace puede detectarse en lo que escribiera el divulgador literario y canonólogo Harold Bloom en su prólogo a la antología crítica sobre la autora para la colección de ensayo Modern Critical Views. Allí se lee:
Aplicarle un juicio canónico a la ficción de McCullers es un procedimiento problemático hasta para
el más generoso de los críticos, se encuentre, él o ella, entre los más informados estudiantes de literatura
moderna y norteamericana. El lector común, en cambio, ha aceptado a McCullers con mucho más
entusiasmo y exuberancia de las que suele dedicarle la tradición crítica, y lo ha hecho por todas las
razones correctas hasta donde yo alcanzo a comprender. Pocos escritores han expresado tan vibrante y
económicamente un universo desesperado por amar y por ser amado y, simultáneamente, han reconocido
que la realidad de semejante anhelo casi inevitablemente decaerá y se hundirá en las ciénagas de lo que
Freud llamó «la ilusión erótica». McCullers, gracias a una disciplina tan sutil como clara, le confiere
una absoluta dignidad estética hasta al más grotesco de nuestros deseos y nuestras imperecederas
fantasías. Esta dignidad estética, en ocasiones precaria pero siempre sostenida, tal vez justifica su propio
deseo de considerar a Flaubert uno de sus ancestros literarios.
McCullers, en realidad, consideraba a todos los maestros como sus maestros no de escritura pero sí de lectura. En los largos días y meses y años de convaleciente y en la necesidad de escapar de esa cama y de ese cuerpo roto formándose y leyendo vorazmente todo y a todos.* De Proust, por ejemplo, afirmó que la «inmensa deuda» que tenía con él pasaba por «la buena suerte de tener siempre un lugar al que volver, un gran libro que nunca pierde el brillo y nunca se convierte en algo opacado por la familiaridad».
Un libro precisamente así aspira a ser El aliento del cielo —hasta donde sé el más completo y representativo de la obra de la autora en idioma castellano, comprendiendo la totalidad de sus ficciones breves** y no tanto, dejando fuera tan sólo sus dos novelas largas, El corazón es un cazador solitario y Reloj sin manecillas—, donde se pone de manifiesto el genio de alguien que podría resultar «dificultoso» para algunos, pero no para ella misma. Alguien que, en 1958, no dudaba en afirmar: «Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner.»
* Ver los ensayos sobre literatura y aprendizaje reunidos en «El mudo» y otros textos [Seix Barral, 2007].
** El único de los relatos que aquí no se incluye fue el último escrito y completado por McCullers: «The Long March». Considerado por los especialistas como poco dolorosamente logrado, prescindible y nada representativo del talento de su autora, «The Long March» —un ligero bosquejo sobre el tema de los derechos civiles ambientado en el Sur— nunca ha sido recopilado en ninguna de las antologías. El plan de McCullers era que ese cuento fuera el primero de una trilogía, pero fue el único que llegó a completar. De los otros dos se conservan, apenas, apuntes sueltos. «The Long March» se publicó en la revista Redbook pocas semanas antes de fallecer McCullers.
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El resto, buscarlo en las sensibles y entregadas y exhaustivas biografías de Carson McCullers. En la muy obsesiva de la norteamericana Virginia Spencer Carr o en la demasiado psicoanalítica de la francesa Josyane Savigneau, entre varias otras. Allí —ahí dentro— está la novela de una vida que podría ser una vital aunque sombría novela de Carson McCullers, y de la que la cronología que sigue a estas páginas ofrece un tan breve como convulsionado resumen.
McCullers yendo y viniendo, del Sur al Norte y de regreso al Sur, «para renovar, de tanto en tanto, mi sentido del horror».
McCullers enfermando y reponiéndose para volver a enfermarse.
McCullers amando como una poseída y necesitando poseer a todos los que la amaban incluyendo a su torturado dos veces esposo Reeves McCullers.
McCullers escribiendo sin parar al principio y escribiendo y dictando sin resignarse a detenerse cerca del final.
McCullers estrenándose con un personaje inspirado en sí misma y despidiéndose con una memoir inconclusa donde intentaba explicarlo todo para acaso poder comprenderlo ella.
McCullers como la perfecta poster-girl de escritora juvenil y exitosa (esas fotos tomadas en el Central Park en las que ríe con todos los dientes y en las que parece una brillante niña dark dibujada por Tim Burton). O aquella otra inclinada sobre un libro suyo, dedicándolo con dedicación (la foto que le tomó Henri Cartier-Bresson en 1946). O —¿cómo es posible que McCullers jamás se haya cruzado frente a la cámara de Diane Arbus, esa otra cazadora de seres exóticos?— ese último retrato que le tomara Richard Avedon y donde, mirando triste y dolorida al fotógrafo, bromeó en serio diciéndole: «Quiero salir parecida a Greta Garbo.»
Pero, por encima de todo eso, la obra.
Un perfume tradicional y fundante al mismo tiempo que se ha fundido con el de quienes la siguieron y que —entre muchos otros— pueden llamarse Truman Capote, Katherine Dunn, Ray Bradbury, Mary Gaitskill, Tristan Egolf, A. M. Homes, Barry Hannah, Elizabeth McCracken, Tom Spanbauer, John Kennedy Toole, Donna Tartt, Joe Meno y Anne Tyler. Autores de libros donde la idea de lo bizarro o de lo diferente no tiene por qué estar reñida con el latido de corazones solitarios o con la pupila dorada de ojos que ven demasiado.
Paul Bowles —otro de esos ocasionales extraños norteamericanos— definió la particular personalidad y la férrea fe de McCullers con las palabras justas:
Junto a esa exagerada simplicidad suya también iba una devoción total y un absoluto sojuzgarse al
acto de escribir por encima de cualquier otra faceta de su existencia. Esta seriedad que no admitía
distracciones no le otorgó el aire de una persona adulta sino el de una prodigiosa y ligeramente anormal
niña que se negaba a salir a jugar porque siempre estaba muy ocupada tomando apuntes en su libreta de
notas.
Recordarla —imposible olvidarla— así: leyendo para escribir lo que luego leerían tantos, leeríamos nosotros. Esas personas y esos paisajes de «un mundo intenso, extraño y suficiente» buscando desesperadamente que esa «cosa extraña» los encontrara. Y, una vez hallados, habiendo leído lo que les sucedió a ellos —a Frankie, a Sucker, a Miss Amelia, a Felix Kerr, a madame Zilensky, a Ken Harris—, a todos esos súbitos científicos, sobrevivientes pero irremediablemente transformados luego de pasar por el laboratorio y someterse a las radiaciones de semejante experimento, entonces comprender cómo «la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo» nos afectó o nos afecta o nos afectará a nosotros.
Al final de «Una roca. Un árbol. Una nube» el chico que escucha la historia del viejo que predica las virtudes y riesgos del estudio de la ciencia del amor, le pregunta si se ha vuelto a enamorar de alguna mujer. El viejo —que tiene agarrado al niño por el cuello de su chaqueta de cuero— lo suelta, bebe un trago largo de cerveza y por fin responde:
—No, hijo. Fíjate, ése es el último paso de mi ciencia. Voy con cuidado. Todavía no estoy preparado
del todo.
Mientras tanto y hasta entonces —«Acuérdate. Acuérdate de que te quiero», es lo último que le dice el viejo al chico de los periódicos antes de salir a perderse y encontrarse por los caminos— vayan estos escritos de alguien enamorada de contar historias sobre fórmulas y ecuaciones.
Alguien que vivió para contarlo y que lo contó para vivir. De seres así están hechas las mejores religiones. Esas religiones en las que nada nos cuesta creer porque están tan bien escritas que parecen gozar de la irrebatible verosimilitud de una ciencia. Esas religiones exactas, creadas y protagonizadas por alguien que —como Carson McCullers— quiso mucho lo que hacía y, haciéndolo, quiso y quiere y seguirá queriendo y siendo querida por sus muchos lectores.
Todos desconocidos y todos amados.
Barcelona, mayo de 2007
*
Cronología de Carson Smith McCullers
1917 Lula Carson Smith —primogénita de Margaret Waters Smith, nieta de un terrateniente y héroe
de la Guerra Civil, y de su marido Lamar, un exitoso joyero y relojero— nace el 19 de
febrero en Columbus, Georgia. Su madre afirma en numerosas ocasiones que, durante el
embarazo, ha experimentado «señales prenatales» inequívocas que ya anuncian la genialidad
de la niña.
1919 El 13 de mayo nace su hermano Lamar Smith, Jr.
1921 Lula Carson Smith comienza a asistir al jardín de infancia de la escuela de la calle Dieciséis.
1922 El 2 de agosto nace Margarita Gachet Smith, hermana de la escritora.
1923 Cuenta la leyenda que la pequeña Lula se sienta al piano y ejecuta a la perfección una melodía
oída por primera y única vez en una película. Inicia sus estudios primarios. El 19 de
noviembre muere Lula Caroline Carson Waters, abuela que hasta entonces vivió junto a la
familia.
1925 Comienza a asistir a los ritos de la Primera Iglesia Bautista de Columbus y es bautizada allí el
30 de mayo de 1926.
1926 Estudia piano —lo hará a lo largo de los siguientes cuatro años—bajo la tutela de la profesora
Kendrick Kierce.
Carson McCullers |
1930 Decide renegar de su primer nombre —Lula— y cambia de profesora de piano. A partir de
octubre estudiará junto a la profesora Mary Tucker, cuyo esposo, Albert, acaba de ser
transferido a la base militar de Fort Benning. Con trece años de edad, Carson decide que será
concertista y desarrolla una apasionada relación con la familia Tucker, a quienes considera
sus pares y protectores.
1932 Contrae fiebre reumática. Un mal diagnóstico contribuirá a futuras recaídas y enfermedades.
En diciembre, durante su recuperación, Carson le confía a su amiga Helen Jackson que ha
dejado de lado sus planes de ser concertista de piano, pero continúa estudiando con Mary
Tucker sin comunicarle su decisión.
1933 Completa en junio sus estudios secundarios (fue una alumna más bien regular) y comienza a
leer vorazmente todo lo que cae en sus manos luego de pedirle a un primo bibliotecario que le
haga una lista de «la literatura más grande del mundo»: casi todos los autores rusos,* así como
los norteamericanos, sintiéndose especialmente impresionada por las obras de Eugene O'Neill.
Comienza a escribir obras de teatro en las que involucra a su hermano y hermana. La primera
de ellas —«The Faucet»— es una clara imitación de O'Neill. «The Fire of Life», en cambio,
tiene como protagonistas a Nietzsche y Jesucristo. Carson recordará sus días como directora
de teatro infantil en el ensayo titulado «Cómo empecé a escribir», publicado en Mademoiselle en 1948 y recopilado en The Mortgaged Heart (incluido en «El mudo» y otros textos). Escribe también «Sucker», primer relato que varios años después intenta vender sin éxito y permanecerá inédito durante décadas.
* Ver el ensayo «El realismo ruso y la literatura del Sur», publicado en Decision, 1941, y posteriormente incluido en
The Mortgaged Heart, 1971, y ahora traducido en «El mudo» y otros textos (Seix Barral, 2007).
1934 Mary Tucker le presenta a Edwin Peacock, quien se convertirá en el primero de sus muchos
grandes amigos y quien a su vez presentó al cabo con aspiraciones literarias Reeves
McCullers a la familia Smith, que de inmediato lo considerará «uno de los chicos». Mary
Tucker le comunica a Carson que su marido será transferido a Fort Howard, Maryland.
Carson se siente traicionada y abandonada por perder a su «otra familia» y, a modo de
venganza, le dice a su profesora que ya no le interesa el piano y que ha decidido convertirse
en escritora. En septiembre viaja a Nueva York —supuestamente para estudiar en Julliard, la
prestigiosa escuela de música—, luego de vender un anillo de diamantes y esmeraldas
recibido como herencia de su abuela. Apenas llegada a la ciudad, pierde todo su dinero en el
metro y se ve obligada a trabajar de lo que pueda para ahorrar el dinero necesario y poder
enrolarse en los cursos de escritura creativa de las universidades de Columbia y Nueva York.
1935 Asiste a los cursos impartidos por Dorothy Scarborough y Hellen Rose Hull en la Universidad
de Columbia. En junio retorna a Columbus, donde trabaja por breve tiempo en el periódico
local The Ledger. Durante el verano conoce a Reeves McCullers —se lo presenta Peacock—
y se convierten, según ella, en «un trío». Escribe mucho del material que permanecerá inédito
durante su vida y que será reunido por su hermana Margarita para The Mortgaged Heart. En
septiembre regresa a Nueva York y entra en el Washington Square College de la Universidad
de Nueva York, donde estudia dos semestres de redacción con la profesora Sylvia Chatfield
Bates.
1936 Carson se apunta en uno de los cursos de verano de la Universidad de Columbia, impartido
por Whit Burnett, editor de la prestigiosa revista Story. Entre tanto, con el dinero del legado
de una tía, Reeves McCullers compra su baja del ejército y llega a Nueva York con la idea de
convertirse en escritor. En septiembre se inscribe en los cursos de periodismo y antropología
de la Universidad de Columbia. En noviembre Carson se enferma gravemente y es Reeves
quien deja los estudios para acompañarla de regreso a Columbus. En cama por todo el
invierno, Carson comienza a escribir El mudo, que acabará titulándose El corazón es un
cazador solitario. Dos novelas primerizas quedan por el camino y desaparecen para siempre.
En su memoir titulada Iluminación y fulgor nocturno, recuerda: «Mi primer libro se tituló A
Reed of Pan. Trataba, por supuesto, de un músico que estudiaba y lograba hacer cosas [la
historia de un músico de formación clásica seducido por el jazz]. Pero como no estaba
satisfecha con el libro, no lo envié a Nueva York, pese a que me habían hablado de agentes y
todas esas cosas. Tenía dieciséis años y seguí escribiendo. El siguiente libro se llamó Brown
River. Apenas lo recuerdo, salvo que tenía una marcada influencia de Hijos y amantes.» En
realidad, Carson sí envió A Reed of Pan a un agente, quien se mostró cuando menos
desconcertado —Carson había imaginado su escenario en 1933, antes de su llegada a la gran
ciudad— por el irreal e idealizado retrato de Nueva York. En diciembre aparece su primer
relato publicado — «Wunderkind»— en las páginas de Story. Burnett también compra «Así»,
que permanecerá inédito hasta la muerte de la autora.
Carson and Reeves |
1937 Carson regresa a Nueva York, pero apenas un mes después vuelve a enfermar y retorna a
Columbus. El 20 de septiembre Carson se casa con Reeves McCullers y la pareja se muda a
Charlotte, en Carolina del Norte. Años más tarde, cuando más de un conocido le pregunta,
extrañado, el porqué de su matrimonio con Reeves, Carson responde: «Me casé con él porque
fue el primer hombre que me besó.» La sexualidad de la escritora, en ocasiones catalogada
como lesbianismo o bisexualidad es, en realidad, algo mucho más personal y misterioso y
pasa más por obsesiones románticas o —como las definían tanto ella como Reeves— «amistades imaginarias». Se trata de algo más cercano a un romanticismo desenfrenado —
trátese de hombres o de mujeres— que de pasión física o sexual. Reeves, en cambio, acabó
asumiendo su homosexualidad luego de varias aventuras esporádicas y, se supone, fue eso lo
que le llevó a quitarse la vida en 1953. Terry Murrant —pianista y amigo de McCullers—
sintetizó así la relación: «Yo creo que Carson y Reeves se amaron profundamente. Creo que
ella le resultaba fascinante a él. Y está claro que sufrió mucho al comprender que ella era una
escritora y él no. Los dos eran grandes personas, seres excepcionales. Pero jamás se las
arreglaron para “funcionar” juntos. Más que nada, se hicieron daño.»
1938 Carson y Reeves se
trasladaron a Fayetteville en marzo. Carson McCullers envía seis capítulos y un plan de
trabajo de su novela El mudo a la editorial Houghton Mifflin. Recibe a vuelta de correo un
contrato y un adelanto por quinientos dólares.
1939 Termina su novela El mudo (retitulada, por sugerencia de su editor, El corazón es un cazador
solitario) y, exhausta, regresa a Columbus para recuperarse. Retorna a Fayetteville y en dos
meses concluye un segundo libro, Army Post, que posteriormente se llamará Reflejos en un
ojo dorado. Vuelve a Columbus durante el otoño y comienza a trabajar en un nuevo libro
cuyo título tentativo es The Bride and Her Brother [La novia y su hermano] y que acabará
siendo conocido como The Member of the Wedding y traducido como Frankie y la boda). Por
esos días Carson McCullers comprende que su matrimonio comienza a hundirse.
Carson con los escritores George Davis y W. H. Auden |
1940 El 4 de junio se publica El corazón es un cazador solitario con una dedicatoria a su madre y a
Reeves y gran éxito de público y crítica, siendo considerado —entonces y hasta el día de
hoy— uno de los debuts más logrados y trascendentes en la historia de las letras
norteamericanas. La pareja regresa a New York City jurando nunca más vivir en el Sur y se
instalan en el Greenwich Village, donde conocen a Klaus y Golo y Erika Mann (hijos de
Thomas Mann), a W H. Auden y a la escritora suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach, de la
que Carson se enamora y a la que dedicará Reflejos en un ojo dorado. Carson vende esta
nouvelle en agosto a la revista Harper's Bazaar (se publicará en dos partes ese octubre y
noviembre). En septiembre se separa por primera vez de Reeves y se muda a February House,
instantáneamente legendario brownstone/colonia artística en Brooklyn Heights, para vivir
junto a Auden, George Davis, Janet Flanner, Benjamin Britten, Jane y Paul Bowles, Richard
Wright, el empresario teatral y escenógrafo Oliver Smith y la célebre artista del striptease
Gypsy Rose Lee, y recibir visitas de artistas de todo el mundo, incluyendo a Salvador Dalí y
Gala. Truman Capote evocará el santuario en cuestión en su ensayo de 1959 «A House on the
Heights», donde enumera celebridades y añade la figura de «un chimpancé con su
entrenador» y Sherill Tippins le dedicaría todo un formidable libro: February House
(Houghton Mifflin, 2005). Carson McCullers guarda cama durante buena parte de ese
invierno y se entera de que Annemarie Clarac-Schwarzenbach ha sido hospitalizada por
problemas mentales. Se verán en Nueva York, por última vez, a finales de ese año. «Tenía un
rostro que, lo supe en seguida, me perseguiría hasta el final de mi vida», recordaría años más
tarde McCullers en Iluminación y fulgor nocturno.
1941 Carson McCullers conoce a Elizabeth Ames —directora ejecutiva de la colonia para escritores
de Yaddo— y es invitada a trabajar allí. Durante su estadía avanza en La balada del café
triste y The Bride and Her Brother (y en una pieza titulada «The Pestle», que años más tarde
se convertirá en la novela Reloj sin manecillas) y conoce a Newton Arvin, a Katherine Anne
Porter y a Eudora Welty (quien la describió como «ese pequeño diablo... tan horrible como de
costumbre»). Publica «El jockey» y termina «Correspondencia» y «Madame Zilensky y el rey
de Finlandia», que aparecerán en las páginas de The New Yorker. Preocupada por no recibir
noticias de Reeves, la escritora descubre que su marido ha comenzado a falsificar sus
cheques. En septiembre vuelve a Nueva York para iniciar los trámites de divorcio. Ese mismo
mes aparece en Decision su primer poema —«The Twisted Trinity»—, publica varios ensayos de tema literario en diversas publicaciones y al mes siguiente, de regreso en Columbus,
vuelve a caer enferma con pleuresía y pulmonía doble.
1942 Carson McCullers se recupera lo suficiente como para retomar el manuscrito de The Bride and
Her Brother (para principios de febrero ha terminado la primera parte y comienza a trabajar
en la segunda). Interrumpe el trabajo en el nuevo libro para escribir «Un árbol. Una roca. Una
nube», inmediatamente aceptado por la revista Harper's Bazaar, donde aparecerá el 29 de
noviembre con enorme repercusión. El 24 de marzo recibe la noticia de que le ha sido
concedida una beca Guggenheim y piensa en irse a México a vivir y a escribir, pero sus
médicos, así como los supervisores de la beca, la convencen de que, dado su pobre estado de
salud, no es lo más conveniente. En marzo le comenta a David Diamond que ha terminado
The Bride and Her Brother para en seguida comprender que le queda mucho por hacer. En
julio regresa a Yaddo, donde permanece hasta enero del año siguiente. Reeves vuelve a
enrolarse en el ejército y el 1 de diciembre McCullers recibe la noticia de la muerte de
Annemarie Clarac-Schwarzenbach, el 15 de noviembre, en Sils, Suiza, por complicaciones
luego de un accidente al desbarrancarse con su bicicleta durante un paseo.
1943 Carson McCullers deja Yaddo el 17 de enero y regresa a la casa/comuna de Brooklyn. Vende
La balada del café triste a la revista Harper's Bazaar, que la publicará en agosto. Vuelve a
enfermarse en febrero y su madre llega a Brooklyn para cuidarla y acompañarla en el viaje de
regreso a Columbus. El 9 de abril recibe la noticia de que la American Academy of Arts and
Letters y el National Institute of Art and Letters le han concedido una beca de mil dólares.
Llega a Columbus el 22 de abril y el 5 de mayo se reencuentra con Reeves —comandante de
compañía del Segundo Batallón de los Rangers en Camp Forrest, Tennessee— durante una
licencia de cinco días. A principios de junio retorna por unos pocos días a Brooklyn y parte a
Yaddo, donde permanecerá hasta el 12 de agosto. Pasa unos días en Nueva York y pone
rumbo a Columbus. El 15 de noviembre se reúne en Fort Dix con Reeves, quien partirá a la
guerra en Europa el 28 de noviembre. Piensan en volver a casarse, pero finalmente deciden no
hacerlo.
1944 Durante enero y febrero, Carson McCullers recae enferma de influenza y pleuresía, y sufre
ataques de ansiedad pensando en lo que puede sucederle a Reeves, quien se rompe la muñeca
en un accidente de moto en Inglaterra. El 6 de junio Reeves resulta herido durante el
desembarco en Normandía, pero se recupera y participa en el sitio de la Bahía de Brest en
septiembre. El 15 de junio Carson parte hacia Yaddo. El 1 de agosto su padre muere por un
ataque cardíaco y regresa a Columbus para el funeral. Carson, su madre y su hermana se
mudan a Nyack, Nueva York. En diciembre, La balada del café triste es incluida por Martha
Foley en The Best American Short Stories of 1944. El 9 de diciembre Reeves vuelve a ser
herido, esta vez en Rtögen, Alemania. Carson padece problemas de vista que le impiden
escribir.
1945 Carson McCullers continúa enferma de influenza y apenas avanza en la escritura de lo que ya
se llama The Member of the Wedding (Frankie y la boda). El 10 de febrero Reeves —
condecorado por valor en el campo de batalla y ascendido a primer teniente— regresa a
Estados Unidos luego de servir quince meses y participar en tres campañas militares de
renombre en la Segunda Guerra Mundial. El 19 de marzo Carson y Reeves se casan por
segunda vez en Nueva York y, después de ser tratado por sus heridas en varios hospitales para
veteranos, Reeves es trasladado a su nuevo destino en Camp Wheeler, cerca de Macon,
Georgia. Carson permanece en Nyack. Reeves vuelve junto a su esposa, luego de recibir la
baja militar por sus lesiones físicas y ser ascendido a capitán. Carson parte hacia Yaddo y
regresa el 31 de agosto a Nyack con el manuscrito terminado y corregido de Frankie y la
boda. Reeves busca trabajo sin conseguir nada que le interese. Piensa en estudiar Medicina, pero le
dicen que es demasiado mayor para iniciar esos estudios.
1946 Se publica, en enero, la primera parte de Frankie y la boda en Harper's Bazaar. La versión en
libro se edita el 19 de marzo. Carson McCullers retorna a Yaddo, donde permaneció hasta el
31 de mayo. El 5 de abril había recibido la noticia de que se le concedía una segunda beca
Guggenheim. Conoce a Tennessee Williams en un viaje a Nantucket y decide partir junto a
Reeves a Europa y vivir en París. Juntos se embarcan en el Île de France el 22 de noviembre.
Es recibida con gran entusiasmo por artistas, editores y lectores.
1947 En abril Carson y Reeves McCullers viajan a Italia. Recorren el Tirol y llegan a Roma, donde
conocen a escritores locales —entre ellos Alberto Moravia— y la autora es celebrada por la
colonia artística. En agosto Carson sufre un nuevo ataque y es internada en el American
Hospital de París. En noviembre otro shock paraliza su lado izquierdo. Ella y Reeves vuelan
de regreso a Estados Unidos el 1 de diciembre. Viajan en camillas. Reeves sufre de delirium
tremens. La revista Quick nombra a Carson uno de los mejores escritores de posguerra del
país.
1948 En su edición de enero, la revista Mademoiselle la nombra una de las diez mujeres más
importantes de Estados Unidos y es merecedora de uno de los premios al mérito entregados
por la publicación. Carson McCullers guarda cama en su casa después de haber estado
internada en el hospital de Nyack por varias semanas luego de su llegada de París. Vuelve a
separarse de Reeves, se muda a Nueva York, e intenta suicidarse en marzo. Posteriormente es
ingresada en la Payne Whitney Psychiatric Clinic de Manhattan. En agosto, se reconcilia con
Reeves. En septiembre publica dos poemas —uno de ellos «The Mortgaged Heart», en New
Directionsy el ensayo «Cómo empecé a escribir» en Mademoiselle. Dedica el verano y el
otoño a revisar la adaptación teatral de Frankie y la boda en Nantucket, junto a Tennessee
Williams. En octubre se une a otros treinta y seis escritores para apoyar la candidatura a la
presidencia de Harry S. Truman.
1949 En enero Carson McCullers pasa un mes con Reeves en su apartamento del número 105 de
Thompson Street en Manhattan. Retorna a Georgia el 13 de marzo por dos semanas para estar
junto a su madre en Columbus. De allí parte a Macon a visitar a su primo Jordan Massee. En
mayo se reúne con Reeves y juntos viajan a Charleston. El 22 de diciembre tienen lugar, en
Filadelfia, las funciones «de calentamiento» de la adaptación teatral de Frankie y la boda.
Publica un par de ensayos en Mademoiselle y The New York Herald Tribune. Se publica el
libreto de Frankie y la boda en la editorial New Directions. Carson descubre que está
embarazada, pero los médicos le recomiendan abortar por razones de salud. Nunca queda del
todo claro si el aborto se produce de manera natural o es provocado.
1950 Triunfal estreno de Frankie y la boda en el Empire Theatre de Broadway el 5 de enero. Éxito
de crítica y público y la obra gana los premios más importantes de la prensa especializada. Reconciliación —luego de quince años de silencio— con Mary Tucker, su adorada profesora
de piano. En abril, Carson parte a Irlanda a encontrarse con la escritora Elizabeth Bowen,
quien años después diría: «Siempre pensé en Carson como en un ser destructor, de ahí que
optara por no relacionarme demasiado con ella. Sentí afecto por ella y siempre la recordaré
como a una niña prodigio aunque su arte, como sabemos, haya sido del tipo sombrío y, por
encima de todo, extremadamente maduro. Recuerdo su rostro...» Más tarde, Carson se reúne
con Reeves y juntos llegan a París, donde la escritora decide volver a separarse de su marido.
Los Tucker —de regreso en Estados Unidos— invitan a la escritora a pasar un par de semanas
con ellos en Virginia. En Nueva York conoce a Edith Sitwell, dando comienzo a una gran amistad.
Edith Sitwell, Avant Garde Poet Poetisa y crítica británica [1887-1964] |
1951 Stanley Kramer compra los derechos para cine de Frankie y la boda por 75.000 dólares,
dinero con el que Carson compra una casa para su madre en el número 131 de South
Broadway. Frankie y la boda baja de cartel el 17 de marzo, luego de 501 triunfales funciones.
Se publica la antología The Ballad of Sad Café and Other Works, que recibe una admirada
atención de la crítica. Carson se embarca en el Queen Elizabeth rumbo a Inglaterra el 28 de
julio y descubre, varios días después, en altamar, que Reeves había subido a bordo como
polizón, comiendo sobras de las bandejas del cabin service y durmiendo en literas. Carson
contará la increíble historia así: «Un día estaba sentada en cubierta y vi a un hombre a lo lejos,
y me dije: “Qué parecido es a Reeves.” Al día siguiente volví a verlo y me dije: “Hoy se
parece todavía más a Reeves.” Así que le pregunté al capitán si Reeves figuraba en la lista de
pasajeros. Pero no. Días después recibí una nota que me trajo uno de los camareros, donde se
leía: “Querida Carson, yo también estoy a bordo.” Así que le envié una nota: “Qué bien. ¿Por
casualidad estás libre para almorzar?”» Reeves no demora en regresar a Estados Unidos y
Carson permanece en Inglaterra visitando a Edith Sitwell y trabajando en varios poemas.
Intenta la terapia de hipnosis con un médico británico para recuperar el movimiento de su
atrofiado brazo izquierdo. El tratamiento no tiene éxito y Carson regresa a Nyack, donde la
espera Reeves. Juntos parten de vacaciones a Nueva Orleans, allí Carson cae enferma con
neumonía bronquial y pleuresía. En el otoño retoma una idea en la que venía pensando desde
sus días en Yaddo y comienza a escribir «The Pestle», que más tarde será parte de la novela
Reloj sin manecillas.
1952 Carson y Reeves se embarcan en el Constitution rumbo a Nápoles, Italia, con intención de
pasar un año en Europa. Luego de un mes en Roma, parten a París y compran una casa en las
afueras de la ciudad, en Bachvillers. El 28 de mayo Carson McCullers es nombrada, in
absentia, miembro del National Institute of Arts and Letters. Se publica una nueva antología:
The Bailad of the Sad Café (Hougthon Mifflin) en la que se incluye el relato inédito
«Muchacho obsesionado». En septiembre regresan a Roma, donde Carson trabaja
infructuosamente en el guión de Estación Termini, de Vittorio De Sica, y es despedida por el
productor David Selznick y reemplazada por Truman Capote, quien, con cierta malicia,
describe a los McCullers como «Sister y Mr. Sister», ambos perdidamente borrachos por los
bares de Via Veneto. Más problemas de salud y Carson es internada en el American Hospital
cerca de París por razones no del todo esclarecidas. Tampoco queda claro si la enferma es
ella, o Reeves, o ambos. En diciembre conoce a Otto Frank —padre de Anna Frank— y
discuten una posible adaptación teatral del célebre diario de la niña, pero Carson no se siente
lo suficientemente bien como para asumir semejante tarea.
1953 «The Pestle» se publica simultáneamente en las ediciones de julio de las revistas
Mademoiselle y Botteghe Oscure. Se intensifican las peleas de la pareja, que cada vez bebe
más para tratar de disimular lo imposible de esconder. Reeves intenta suicidarse y luego le
propone a Carson llevar a cabo un pacto suicida. Tienen un accidente de coche en el que la
escritora se rompe la muñeca. Carson, aterrorizada y temiendo por su vida, deja Francia. El 19
de noviembre Reeves McCullers se suicida —sobredosis de barbitúricos— en la habitación de
un hotel de París. Antes llama a varios conocidos para informarles que «Parte hacia el Oeste»
y le envía a Carson un telegrama donde se lee: «Hacia el Oeste. Los baúles van de camino.»
Carson se entera de la noticia de visita en Georgia y vuelve a Nueva York para encargarse de
los trámites funerarios. El 27 de diciembre se emite «The Invisible Wall» (adaptación
televisiva del relato «El transeúnte») en «Ómnibus», programa patrocinado por la fundación
Ford.
1954 Carson McCullers no deja de moverse a pesar de su mala salud: ofrece conferencias sobre el oficio de escribir ficción y teatro en el Goucher College, en la Universidad de Columbia, en la
Philadelphia Fine Arts Association y en el Poetry Center para jóvenes de la Asociación
Hebrea de Nueva York. En esta última conferencia —titulada «Veinte años de escritura»— la
acompaña Tennessee Williams, quien lee fragmentos de sus obras.
Carson McCullers y Tennessee Williams |
Vuelve a Yaddo entre el
20 de abril y el 3 de julio y completa la primera versión de la obra de teatro The Square Root
of Wonderful y trabaja en Reloj sin manecillas. Carson regresa al Sur por un mes. Robert
Walden le insiste para que adapte La balada del café triste a un ballet. Conoce al productor
Arnold Saint Subber, quien se muestra interesado por financiar The Square Root of
Wonderful.
1955 En abril vuela a Key West a pasar las vacaciones junto a Tennessee Williams. Allí trabaja en
los manuscritos de la adaptación teatral de La balada del café triste, The Square Root of
Wonderful y Reloj sin manecillas. Viaja a Cuba con Williams y pasan allí un fin de semana.
El 25 de mayo termina el relato «¿Quién ha visto el viento?», versión en prosa de The Square
Root of Wonderful. El 10 de junio muere, inesperadamente, la madre de la escritora. Carson se
derrumba. Trabaja desesperadamente en su obra de teatro.
1956 Enferma la mayor parte del año. Su brazo izquierdo está cada vez peor. Corrige su obra de
teatro. «¿Quién ha visto el viento?» se publica en el número de septiembre de Mademoiselle.
1957 Comienzan los complicados ensayos de The Square Root of Wonderful. El director George
Keathley reemplaza a José Quintero. La obra se estrena el 30 de octubre en el National
Theatre de Broadway. La crítica la destroza y baja de cartel el 7 de diciembre, luego de
apenas cuarenta y cinco funciones. Carson queda devastada por la experiencia.
1958 Depresión aguda por el fracaso de The Square Root of Wonderful y la sensación de estar
perdiendo sus poderes creativos. Sus amigos, preocupados, le recomiendan psicoanalizarse
con la doctora Mary Mercer. Su relación paciente-profesional no es muy larga (la biógrafa
Josyane Savigneau entrevista a Mercer para su biografía de la escritora de 1995, donde se
ofrecen detalles más que reveladores), pero se convierten en amigas para toda la vida.
McCullers dedicará varias páginas a esa amistad en Iluminación y fulgor nocturno. Se edita la
versión en libro de The Square Root of Wonderful y Carson McCullers graba un disco en que
lee fragmentos de sus obras.
Arthur Miller, Marilyn Monroe, Carson McCullers y Isak Dinesen |
1959 En enero Carson McCullers es homenajeada por la American Academy of Arts and Letters
junto a su admirada Isak Dinesen, a quien más tarde festeja con un almuerzo privado al que
invita, entre otros, a Marilyn Monroe y Arthur Miller (quien tiempo después la rebajaría con
un «Emocionante, sí. Pero una autora menor»). Vuelve a trabajar en el libreto y canciones
para La balada del café triste y concluye la primera mitad de Reloj sin manecillas. Es
intervenida quirúrgicamente dos veces en su brazo y muñeca izquierda, y se programan dos
operaciones más para el año siguiente. Demasiado dolorida para trabajar en su novela,
comienza a componer poemas infantiles. En diciembre la revista Esquire publica su revelador
ensayo «El sueño que florece (Notas sobre la escritura)».
Carson McCullers y Edward Albee |
1960 Su solicitud para obtener la beca Guggenheim por tercera vez es rechazada. Edward Albee —
que por entonces trabaja en su ¿Quién le teme a Virginia Woolf?— le pide que le autorice a
adaptar La balada del café triste al teatro. Su propósito es que la versión final no permita
discernir «dónde empieza McCullers y dónde termino yo. La idea es que sea una obra de
Carson McCullers». El 1 de diciembre concluye la escritura de Reloj sin manecillas.
1961 Thomas C. Ryan adquiere los derechos cinematográficos de El corazón es un cazador
solitario. Carson termina de corregir las pruebas de Reloj sin manecillas y Kermit Bloomgarden compra los derechos para el teatro. Edward Albee invita a Carson y a Mary
Mercer a Shelter Island para discutir su adaptación de La balada del café triste. En junio,
Carson vuelve a pasar por el quirófano y ya casi no se levanta de su silla de ruedas. Se publica
en julio la segunda parte de Reloj sin manecillas en Harper's Bazaar a modo de anticipo. El
18 de septiembre sale a la venta —dedicada a Mary Mercer— Reloj sin manecillas, una
novela crepuscular sobre el dejarse ir, la proximidad de la muerte y las vidas de cuatro
personajes principales: el moribundo farmacéutico J. T. Malone, el huérfano adolescente
Jester Clane, su abuelo de ochenta y cinco años Fox Clane (un juez), y el joven y apuesto
negro Sherman Pew. Las críticas en Estados Unidos —no así en Inglaterra— son desfavorables,
las peores de su carrera como escritora. Se condena su falta de estructura (rasgo de
estilo, su perfecto y elegante orden, que había distinguido a sus novelas anteriores) y se llega
a afirmar que la carrera de la escritora está terminada, que Carson McCullers ya no tiene nada
que contar. Otros la acusan de ser más un tratado que una novela marcado por un «difuso
esquema de simbolismos» que no conforma a nadie. Gore Vidal, por su parte, la celebra,
declara que McCullers es «un genio», afirma que su prosa «es uno de los pocos logros
satisfactorios de nuestra cultura de segunda clase» y predice que «de todos los narradores del
Sur, ella es la que tiene mayores posibilidades de trascender nuestra época».
1962 Carson escribe poco y nada. Se le descubre un tumor canceroso y se le extirpa el seno
derecho. Se somete, también, a una operación de ocho horas en su mano izquierda. Para
agosto se ha recuperado y viaja a Inglaterra a fin de participar en un decepcionante «Simposio
sobre el amor» donde también disertan Joseph Heller, Roman Gary y Kingsley Amis. Cuando
llega su turno, Carson declara que no tiene nada que decir sobre el amor porque «ya no me
queda nada de él». Más tarde, es invitada a las celebraciones por el cumpleaños setenta y
cinco de Edith Sitwell, donde conoce a su admirado Graham Greene, quien dirá de ella:
«Miss
McCullers y tal vez Mr. Faulkner son los únicos dos escritores, desde la muerte de D. H.
Lawrence, con una sensibilidad poética original. Yo prefiero a Miss McCullers que a Mr.
Faulkner porque ella escribe con mayor claridad; y prefiero a Miss McCullers a D. H.
Lawrence porque lo que ella escribe no tiene mensaje.»
1963 Publica en Harper's Bazaar y en Saturday Review sendos ensayos celebrando a Edward Albee
e Isak Dinesen. «EL SHOCK POR EL ASSINATO [SIC] DEL PRESIDENTE Y LA
POSTERIOR MUERTE [de Lee Harvey Oswald a manos de Jack Ruby] HAN HECHO QUE
ESTOS ÚLTIMOS DÍAS PARECIERAN IRREALES, COMO ALGO QUE SE
CONTEMPLA BAJO EL AGUA», escribe McCullers en una libreta. En la primavera, el
productor Ray Stark adquiere los derechos cinematográficos de Reflejos en un ojo dorado,
que dirigirá John Huston. Se publica «Sucker» —primer relato de McCullers, hasta entonces
inédito— el 28 de septiembre en The Saturday Evening Post. Se estrena, el 30 de octubre, la
versión teatral de La balada del café triste. Las críticas son buenas y elogian la colaboración
Albee-McCullers.
1964 El 15 de febrero La balada del café triste baja de cartel luego de 123 funciones. En la
primavera, McCullers se quiebra la cadera izquierda y se rompe el codo izquierdo. El 25 de
marzo una nueva adaptación de «El transeúnte» es emitida por la NBC. El 1 de noviembre se
publica su colección de versos para niños Sweet as a Pickle, Clean as a Pig (Houghton
Mifflin). El 8 de diciembre dicta y firma su testamento.
1965 Nueva operación para reacomodar su cadera. Su condición empeora y permanece en el
hospital por tres meses. El 18 de diciembre recibe el Premio de las Jóvenes Generaciones que
otorga el periódico alemán Die Welt.
1966 Thomas C. Ryan termina el guión de su adaptación cinematográfica de El corazón es un cazador solitario y se la lee a McCullers, quien, llorando por la emoción, la califica de
inmejorable. En octubre comienza el rodaje de Reflejos en un ojo dorado. Todo el año,
McCullers trabaja en una versión musical de Frankie y la boda y en un nuevo proyecto de
autobiografía que acabará titulándose Iluminación y fulgor nocturno y al que la autora
entiende como algo curativo, atribuyéndole al hacer memoria propiedades terapéuticas. El
proyecto consta de tres partes: el ya mencionado Iluminación y fulgor nocturno (y que se
publicó en Estados Unidos junto a una selección de su correspondencia con Reeves y el
outline «El mudo», en 1999, The University of Wisconsin Press); una segunda parte o versión
titulada Illuminations Until Now; y una tercera constituida por el ensayo biográfico titulado In
Spite Of [A pesar de], en el que se dedicaría al análisis y estudio de personalidades que se
sobrepusieron a las calamidades de la vida y entre las que se contaban Hellen Keller, Arthur
Rimbaud y Sarah Bernhardt.
Carson McCullers y John Huston [Last visit to Ireland, five months before she died.] |
1967 Se publica el que sería su último relato —«The Long March»— en la edición de marzo de la
revista Redbook. El 1 de abril, Carson McCullers viaja a Irlanda a visitar a John Huston, con
quien analiza hasta el amanecer el relato «Los muertos», de James Joyce, favorito de ambos;
Huston ya la había conocido en Nueva York durante la guerra y la evocó así en su
autobiografía An Open Book (A libro abierto) (1980): «Ella entonces debería estar en sus
veinte años y ya había sufrido el primero de muchos ataques. La recuerdo como una cosita
frágil de grandes ojos brillantes y un temblor en su mano al posarla en la mía. No era que
estuviera enferma entonces sino otra cosa, una timidez animal. Pero no había nada de tímido o
de frágil en el modo en que Carson McCullers se enfrentaba a la vida. Y a medida que se
multiplicaban sus afecciones ella no hizo otra cosa que volverse más y más fuerte.» El 30 de
abril McCullers recibe el Premio Henry Bellaman por su «formidable contribución a la
literatura». Horas antes de sufrir su último ataque, su amigo y actor Kenneth French le
comenta que ha conseguido un papel en la obra Paren el mundo; me quiero bajar. «Ah,
querido, ¿no es ése un título maravilloso?», sonríe y suspira Carson McCullers. El 15 de
agosto es derribada por una devastadora hemorragia cerebral, permanece en coma durante
cuarenta y siete días y muere en el hospital de Nyack el 3 de octubre. Es enterrada en el
cementerio de Oak Hill, Nyack, Nueva York, junto a la tumba de su madre, en una colina con
vistas al río Hudson. The New York Times la despidió desde las páginas editoriales de la
edición del 30 de septiembre de 1967:
«Ella dignificó la idea de lo individual, en especial a
los perdedores de la vida. Los títulos de sus obras dicen ya mucho sobre sus preocupaciones,
pero no revelan que, a partir de la mitad de su existencia, escribió agobiada por la enfermedad
y las desgracias personales. Como ocurre con Faulkner, sus historias trascendieron el marco
regional de lo sureño porque la soledad, la frustración, el amor y la gracia no conocen de
fronteras... No puede afirmarse que sus personajes sean heroicos, pero aun así consiguen
hablar más allá de las generaciones con tonalidades tan humanas como místicas. Es como si la
tragedia de la demasiado breve vida de su creadora se las arreglara, al final, para triunfar por
encima de las contingencias que dominan a gran parte de la humanidad. Carson McCullers
reflejó al corazón solitario con una mano dorada.»
NOTA: Rodrigo Fresán agradece la invitación de Elena Ramírez (Seix Barral) para ser parte de este
proyecto y la ayuda prestada para la elaboración del prólogo, cronología y notas de El aliento del cielo, así
como para la introducción a «El mudo» y otros textos, a los siguientes libros: Modern Critical Views: Carson
McCullers, editado por Harold Bloom; Truman Capote, de Spencer Clarke; Iluminación y fulgor nocturno y
The Mortgaged Heart, de Carson McCullers; Carson McCullers, de Margaret B. McDowell; Eudora Welty:
A Biography, de Suzanne Marrs; The Habit of Being: Letters of Flannery O'Connor, seleccionadas y editadas
por Sally Fitzgerald; Katherine Anne Porter: The Life of an Artist, de Dar-lene Harbour Unrue; Mistery and
Manners: Ocasional Prose, de Flannery O'Connor; Carson McCullers: A Life, de Josyane Savigneau; The
Lonely Hunter: A Biography of Carson McCullers y Understanding Carson McCullers, de Virginia Spencer
Can.
* * *
wow... qué historia la de Carson, y qué cuento.
ResponderEliminarYo solo he leído de ella El corazón es un cazador solitario y me encantó