lunes, 28 de mayo de 2018

«Vecinos», Raymond Carver

Raymond Carver

[1938-1988]

Uno de los grandes cuentistas, para muchos, el mejor.

Raymond Carver

          Raymond Carver, destacado cuentista y novelista estadounidense, nació el 25 de mayo de 1938 en Oregón y falleció el 2 de agosto de 1988, en Port-Angeles, Washington.
Sus relatos de corte minimalista están ambientados, en su mayoría, en el Noroeste de Estados Unidos. Es considerado uno de los fundadores y mayores exponentes del movimiento literario «realismo sucio» [dirty realism], la vida contemporánea mirada tal cual es, sin artilugios, como lo hizo Carson McCullers [1917-19] o Charles Bukowski [1920-1994], cada uno con su propio estilo.

*

Uno de los relatos del libro: 

¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?


Editorial Anagrama, 240 págs. [1988]

«Vecinos»

[Neighbors]

          En esta historia verán varios temas: libertad, escape, curiosidad, voyeurismo, entre otros que ustedes mismos irán descubriendo y charlando. Narrado en tercera persona por un narrador anónimo, muy pronto intuirán qué es lo que mueve a los Miller, la pareja protagonista.
Ahora, pasen a la lectura, ¡que lo disfruten!

Published in the collection Will You Please Be Quiet, Please? [1976]

          Bill y Arlene Miller eran una pareja feliz. Pero de vez en cuando se sentían que solamente ellos, en su círculo, habían sido pasados por alto, de alguna manera, dejando que Bill se ocupara de sus obligaciones de contador y Arlene ocupada con sus faenas de secretaria. Charlaban de eso a veces, principalmente en comparación con las vidas de sus vecinos Harriet y Jim Stone. Les parecía a los Miller que los Stone tenían una vida más completa y brillante. Los Stone estaban siempre yendo a cenar fuera, o dando fiestas en su casa, o viajando por el país a cualquier lado o en algo relacionado con el trabajo de Jim. Bill y Jim se dieron la mano junto al coche. Harriet y Arlene se agarraron por los codos y se besaron ligeramente en los labios.
          —¡Divertíos! —dijo Bill a Harriet.
          —Desde luego —respondió Harriet— Divertíos también.
          Arlene asintió con la cabeza.
          Jim le guiñó un ojo.
          —Adiós Arlene. ¡Cuida mucho a tu maridito!
          —Así lo haré —respondió Arlene. 
          —¡Divertíos! dijo Bill.
          —Por supuesto —dijo Jim sujetando ligeramente a Bill del brazo— Y gracias de nuevo.
          Los Stone dijeron adiós con la mano al alejarse en su coche, y los Miller les dijeron adiós con la mano también.
          —Bueno, me gustaría que fuéramos nosotros —dijo Bill.
          —Bien sabe Dios lo que nos gustaría irnos de vacaciones —dijo Arlene. Le cogió del brazo y se lo puso alrededor de su cintura mientras subían las escaleras a su apartamento.
          Después de cenar Arlene dijo:
          —No te olvides. Hay que darle a Kitty sabor de hígado la primera noche —Estaba de pie en la entrada a la cocina doblando el mantel hecho a mano que Harriet le había comprado el año pasado en Santa Fe.
          Bill respiró profundamente al entrar en el apartamento de los Stone. El aire ya estaba denso y era vagamente dulce. El reloj en forma de sol sobre la televisión indicaba las ocho y media. Recordó cuando Harriet había vuelto a casa con el reloj; cómo había venido a su casa para mostrárselo a Arlene meciendo la caja de latón en sus brazos y hablándole a través del papel del envoltorio como si se tratase de un bebé.
          Kitty se restregó la cara con sus zapatillas y después rodó en su costado pero saltó rápidamente al moverse Bill a la cocina y seleccionar del reluciente escurridero una de las latas colocadas. Dejando a la gata que escogiera su comida, se dirigió al baño. Se miró en el espejo y a continuación cerró los ojos y volvió a mirarse. Abrió el armarito de las medicinas. Encontró un frasco con pastillas y leyó la etiqueta: Harriet Stone. Una al día según las instrucciones —y se la metió en el bolsillo. Regresó a la cocina, sacó una jarra de agua y volvió al salón. Terminó de regar, puso la jarra en la alfombra y abrió el aparador donde guardaban el licor. Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador. 
          Kitty estaba en el sofá durmiendo. Apagó las luces, cerrando lentamente y asegurándose que la puerta estaba cerrada. Tenía la sensación que se había dejado algo.
          —¿Qué te ha retenido? —dijo Arlene. Estaba sentada con las piernas cruzadas, mirando televisión. 
          —Nada. Jugando con Kitty —dijo él, y se acercó a donde estaba ella y le tocó los senos.


«Let´s go to bed, honey», he said.



          —Vámonos a la cama, cariño —dijo él.
          Al día siguiente Bill se tomó solamente diez minutos de los veinte y cinco permitidos en su descanso de por la tarde y salió a las cinco menos cuarto. Estacionó el coche en el estacionamiento en el mismo momento que Arlene bajaba del autobús. Esperó hasta que ella entrara al edificio, entonces subió las escaleras para alcanzarla al descender del ascensor.
          —¡Bill! Dios mío, me has asustado. Llegas temprano —dijo ella.
          Se encogió de hombros. No había nada que hacer en el trabajo —dijo él. Le dejó que usara su llave para abrir la puerta. Miró a la puerta al otro lado del vestíbulo antes de seguirla dentro.
          —Vámonos a la cama —dijo él.
          —¿Ahora? —rió ella —¿Qué te pasa?
          —Nada. Quítate el vestido —La agarró toscamente, y ella le dijo:
          —¡Dios mio! Bill...
          Él se quitó el cinturón. Más tarde pidieron comida china, y cuando llegó la comieron con apetito, sin hablarse, y escuchando discos.
          —No nos olvidemos de dar de comer a Kitty —dijo ella.
          —Estaba en este momento pensando en eso —dijo él— Iré ahora mismo.
          Escogió una lata de sabor de pescado, después llenó la jarra y fue a regar. Cuando regresó a la cocina, la gata estaba arañando su caja. Ella lo miró fijamente antes de volver a su cuadrado de arena. Él abrió todos los gabinetes y examinó las comidas enlatadas, los cereales, las comidas empaquetadas, los vasos de vino y de cocktail, las tazas y los platos, las cacerolas y las sartenes. Abrió el refrigerador. Olió el apio, dio dos mordiscos al queso, y masticó una manzana mientras caminaba al dormitorio. La cama parecía enorme, con una colcha blanca de pelusa, que cubría hasta el suelo. Abrió el cajón de una mesilla de noche, encontró un paquete medio vacío de cigarrillos y se los metió en el bolsillo. A continuación se acercó al armario y estaba abriéndolo cuando llamaron a la puerta. Se paró en el baño y tiró de la cadena al ir a abrir la puerta.
          —¿Qué te ha retenido tanto? —dijo Arlene— Llevas más de una hora aquí.
          —¿De verdad? —respondió él.
          —Sí, de verdad —dijo ella.
          —Tienes tu propio baño —dijo ella.
          —No me pude aguantar —dijo él.
          Aquella noche volvieron a hacer el amor. 
          Por la mañana hizo que Arlene llamara por él. Se dio una ducha, se vistió, y preparó un desayuno ligero. Trató de empezar a leer un libro. Salió a dar un paseo y se sintió mejor. Pero después de un rato, con las manos todavía en los bolsillos, regresó al apartamento. Se paró delante de la puerta del departamento de los Stone por si podía oír a la gata moviéndose. A continuación abrió su propia puerta y fue a la cocina a por la llave.
          En su interior parecía más fresco que en su apartamento, y más oscuro también. Se preguntó si las plantas tenían algo que ver con la temperatura del aire. Miró por la ventana, y después se movió lentamente por cada una de las habitaciones considerando todo lo que se le venía a la vista, cuidadosamente, un objeto a la vez. Vio ceniceros, artículos de mobiliario, utensilios de cocina, el reloj. Vio todo. Finalmente entró en el dormitorio, y la gata apareció a sus pies. La acarició una vez, la llevó al baño, y cerró la puerta.

He opened the closet and selected...



          Se tumbó en la cama y miró al techo. Se quedó un rato con los ojos cerrados, y después movió la mano por debajo de su cinturón. Trató de acordarse qué día era. Trató de recordar cuando regresaban los Stone, y se preguntó si regresarían algún día. No podía acordarse de sus caras o la manera cómo hablaban o vestían. Suspiró y con esfuerzo se dio la vuelta en la cama para inclinarse sobre la cómoda y mirarse en el espejo.
          Abrió el armario y escogió una camisa hawaiana. Miró hasta encontrar unos pantalones cortos, perfectamente planchados y colgados sobre un par de pantalones de tela marrón. Se sacó su ropa y se puso los pantalones cortos y la camisa. Se miró en el espejo de nuevo. Fue a la sala y se sirvió una copa, la bebió de a sorbos volviendo al dormitorio. Se puso una camisa azul, un traje oscuro, una corbata blanca y azul, zapatos negros de punta. El copa estaba vacía y volvió a la sala a servirse más bebida. 
          En el dormitorio de nuevo, se sentó en una silla, cruzó las piernas, y sonrió observándose a sí mismo en el espejo. El teléfono sonó dos veces y se volvió a quedar en silencio. Terminó la bebida y se quitó el traje. Hurgó en el cajón superior hasta que encontró un par de medias y un sostén. Se puso las medias y se sujetó el sostén, después buscó por el armario para encontrar un vestido. Se puso una falda blanca y negra a cuadros e intentó subirse la cremallera. Se puso una blusa de color vino tinto que se abotonaba por delante. Consideró los zapatos de ella, pero comprendió que no le entrarían. Durante un buen rato miró por la ventana del salón detrás de la cortina. A continuación volvió al dormitorio y puso todo en su sitio.
          

          No tenía hambre. Ella no comió mucho tampoco. Se miraron tímidamente y sonrieron. Ella se levantó de la mesa y comprobó que la llave estaba en la estantería y a continuación se llevó los platos rápidamente. Él se paró en el umbral de la cocina, fumó un cigarrillo y la miró recogiendo la llave.
          —Ponte cómodo mientras voy a su casa —dijo ella— Lee el periódico o haz algo —Acercó los dedos a la llave. Parecía, dijo ella, algo cansado.
          Trató de concentrarse en las noticias. Leyó el periódico y encendió la televisión. Finalmente, fue al otro lado del vestíbulo. La puerta estaba cerrada.
          —Soy yo. ¿Estás todavía ahí, cariño? —llamó él. 
          Después de un rato la cerradura se abrió y Arlene salió y cerró la puerta.
          —¿Estuve mucho tiempo aquí? —dijo ella.
          —Bueno, sí estuviste —dijo él.
          —¿De verdad? —dijo ella— Supongo que he debido estar jugando con Kitty.
          La estudió, y ella desvió la mirada, su mano estaba apoyada en el picaporte de la puerta. 
          —Es divertido —dijo ella— Sabes, ir a la casa de alguien así, como esta. 
          Él asintió con un gesto, tomó su mano del picaporte y la guió a su propia puerta. La llevó hasta dentro de su apartamento.
          —Es divertido —dijo él.
          Notó hilachas blancas pegadas a la espalda del suéter y el color subido de sus mejillas. Comenzó a besarla en el cuello y el cabello y ella se dio la vuelta y le besó también.
          —¡Mierda! —dijo ella— Mierrrda —cantó ella con voz de niña pequeña aplaudiendo con las manos— Me acabo de acordar que me olvidé real y verdaderamente de lo que había ido a hacer allí. No di de comer a Kitty ni regué las plantas —le miró— ¿No es tonto?
          —No lo creo —dijo él.
          —Espera un momento. Recogeré mis cigarrillos e iré contigo.
          Ella esperó hasta que él hubo cerrado con llave la puerta de su apartamento, y entonces se tomó del músculo de su brazo y le dijo:
          —Me imagino que te lo debería decir. Encontré unas fotografías.
          Él se paró en medio del vestíbulo.
          —¿Qué clase de fotografías?
          —Ya las verás tu mismo —dijo ella y le miró con atención.
          —No estarás bromeando —sonrió él— ¿Dónde?
          —En un cajón —dijo ella.
          —No bromeas —dijo él.
          Y entonces ella dijo…
          —Tal vez no regresarán —e inmediatamente se sorprendió de sus palabras.
          —Pudiera suceder —dijo él— Todo pudiera suceder.
          —O tal vez regresarán y... —pero no terminó.
          Se tomaron de la mano durante el corto camino por el vestíbulo, y cuando él habló casi no se podía oír su voz.
          —La llave —dijo él— Dámela.
          —¿Qué? —dijo ella— Miró fijamente a la puerta.
          —La llave —dijo él— Tú tienes la llave.
          —¡Dios mío! —dijo ella— Dejé la llave dentro.
          Él probó el picaporte. Estaba cerrado con llave. A continuación intentó moverlo. No se movía. Sus labios estaban apartados y su respiración era dificultosa, impaciente. Él abrió sus brazos y ella se cobijó en ellos.
          —No te preocupes —le dijo al oído— Por Dios, no te preocupes.
          Se quedaron allí. Se abrazaron. Se inclinaron sobre la puerta como si estuviesen resistiendo el viento, y se prepararon.

*     *     *

          ¿Les gustó? Como les decía al principio, la libertad es uno de los temas importantes. La libertad dada por la transgresión, no vayamos a lo moral, a lo que está bien o mal, acá eso no cuenta.
          «Bill y Arlene Miller eran una pareja feliz», así empieza el relato, ¿eran una pareja feliz? Nos preguntamos ahora. Sus vidas están siempre siendo comparadas por ellos mismos con la de los Stones, Jim y Harriet. Ellos, sus vecinos, viajan muchísimo y parecen disfrutar mucho más de la vida, tienen una libertad que no tienen los Miller, siempre apegados a sus trabajos y rutinas inalterables. 
          Quizá, una mirada u observación podría ser que «explorando», de la manera íntima que lo hacen, el departamento de sus vecinos, se acercan a esa libertad que les falta. Pero al final de la historia sucede algo, y ese algo nos revela que esa búsqueda y hallazgo tuvo un costo.
          Al perder el equilibrio, la tranquilidad y el dominio que tenían sobre sus vidas, y al ganar en excitaciones al punto que piensan en la posibilidad que los Stones podrían no volver, y al vivir la vida de otros, logran escapar de la rutina, alejarse de sus vidas aburridas y mejorar incluso su vida de pareja.
          Lo que me pareció muy interesante es algo en lo que estoy completamente de acuerdo: Carver ni condena ni aprueba la conducta de los Millers, en todo caso nos lo deja a nosotros, los lectores. El narrador es un ojo que observa y cuenta los hechos. Recuerdo lo que decía Camus: «Los verdaderos artistas se obligan en comprender en vez de juzgar, y si han de tomar partido, como decía Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual». 
          Hasta podría ser, en este caso, una exploración a la conducta de las personas, cómo manejamos la curiosidad, hasta dónde vamos, y ver, ¿qué haremos la próxima vez que vayamos, por ejemplo, al baño de alguien que nos ha invitado a su casa y nos encontremos frente a las puertas cerradas de algún armario?
          Esta simple pregunta puede ser tomada metafóricamente, desde ya, y preguntarnos en cuántas ocasiones se invade la privacidad de «un vecino», de un semejante. Cuánto de inapropiado hay en «hurgar» en la vida de los otros. Cuánta confusión hay en pretender vivir la vida de otros. Cuánta pasividad rutinaria nos va invadiendo de a poco y adueñando de nuestras vidas. Esas y otras preguntas podrán surgir y desprenderse al terminar un relato que no tiene un significado único y definitivo.
Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo y sigan leyendo a Raymond Carver, que nos cuenta, con tanta maestría, estas aparentes trivialidades que gestan grandes dramas. 
Hasta la próxima lectura.

C. G.


Notas

- «Neighbors», Raymond Carver:
http://tnsatlanta.org/wp-content/uploads/Neighbors-Carver.pdf

- Imágenes: «Raymond Carver in Color»:
http://sonjakari.com/Raymond-Carver-Series

- Raymond Carver, Antología:
https://canbatllo.files.wordpress.com/2011/06/carver-raymond-antologia.pdf


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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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