sábado, 1 de diciembre de 2018

«El rinoceronte», Eugène Ionesco

El Rinoceronte

[Rhinocéros, 1959]

Eugène Ionesco

[Rumania, 1909-1994, Francia]


          Todo sucede en una tranquila ciudad francesa —podría ser otro lugar.
          De repente, una epidemia ataca, y todos, todos los habitantes la padecen. Solo uno se salva de sufrir «rinocerontitis», la enfermedad que se contagia y tiene efectos calamitosos: uniformidad de pensamientos, actitud conformista y acomodaticia, y una metamorfosis. No es que esa persona sea algo especial o que tenga un sistema inmunológico altamente desarrollado. Es bastante corriente, aunque... al final lo definamos como a «un héroe moderno», como al que es capaz de no perder su personalidad.
          Un clásico que se actualiza con nuestra lectura de hoy, nuestra mirada de siglo XXI al totalitarismo moderno y a la uniformidad. Asistimos a una sociedad que muchas veces se parece al escenario lleno de rinocerontes que Ionesco imaginó, dice Elena Poniatowska.
          Con un humor feroz, feroz como puede ser un rinoceronte, y mucho ingenio y poesía como solo un gran autor puede tener. 
          Ustedes verán el porqué. Lean la obra más reconocida de Eugène Ionesco, disfruten con sus personajes singulares, ríanse con inteligencia, descubran su vigencia —la de ceder a «la opinión aplaudida» entre otros conformismos [o comodidades], vean el peligro que un in crescendo tiene cuando se torna en fanatismo.
          Amíguense con la lectura de teatro y asistan a esta excelente representación imaginaria, ¡qué lo disfruten!

Cecilia Olguin Gianelli


Editorial Losada

       Eugène Ionesco, dramaturgo y escritor rumano en lengua francesa, fue miembro de la Academia de Letras, y se lo considera el padre del teatro del absurdo. Su contemporáneo, Samuel Beckett [Dublín, 1906-1989, París], Premio Nobel de Literatura 1969, también fue un máximo representante de este género o movimiento, aunque con estilos muy diferentes.
          Ellos tuvieron el arte de expresar algo dramático, alguna situación o signo de la sociedad discordante, de una manera absurda. Diálogos estrafalarios, tono bromista, algunos sinsentidos y,  sobre todo, el pesimismo ante la existencia, la condición humana tan decepcionante. Todo esto caracteriza este movimiento, diciéndolo rápidamente y de manera muy sintética. Movimiento que ocupó un período que empieza en los años cuarenta y dura hasta los sesenta, aproximadamente. Sus principales autores fueron, además de los nombrados, Antonin Artaud, Alfred Jarry, Harold Pinter y Arthur Adamov, dramaturgos hilarantes, vanguardistas, consagrados, tanto europeos como estadounidenses.
          Pero hoy nos deleitamos con Ionesco, ¿que nos quiso decir en esta obra?, ¿qué nos trasmite?
Escrita después de la Segunda Guerra Mundial, las personas descreían de casi todo. Y todo debía reconstruirse. Es una obra que nos apela, nos hace reflexionar y nos entretiene. Dicen que los significados ocultos no siempre son obvios en literatura, yo creo que van a encontrar muchos, y entre ellos el que para mí es uno de los más importantes: aceptar y fomentar la diversidad de pensamiento.

Eugène Ionesco, caricature by David Levine

Comedia en tres actos


A Geneviéve Serreau 
 y al doctor T. Fraenkel 

Personajes 

Por orden de entrada en escena: 
El ama de casa 
La almacenera
Juan
Berenguer 
La camarera 
El almacenero 
El señor anciano 
El lógico 
El dueño del café 
Daisy 
El señor Papillon 
Dudard 
Botard 
La señora Boeuf 
Un bombero 
El señor Juan 
La mujer del señor Juan 
Muchas cabezas de rinoceronte

Acto primero

Escenografía 

          Una plaza en una pequeña ciudad de provincia francesa. En el fondo, una casa compuesta de planta baja y un piso. En la planta baja, tienda de comestibles. Se entra por una puerta de cristales a la que dan dos o tres escalones. Sobre el escaparate está escrito en letras muy visibles la palabra: "COMESTIBLES". En el primer piso, dos ventanas que son las de la vivienda de los dueños del negocio. El almacén se encuentra entonces en el fondo del escenario, pero bastante a la izquierda, no lejos de bambalinas. Se ve, arriba del almacén, el campanario de una iglesia, en la lejanía. Entre el almacén y el costado derecho, la perspectiva de una calle estrecha. A la derecha, ligeramente al sesgo, la fachada de un café. Sobre el café un piso con una ventana. Delante de la terraza de ese café muchas mesas y sillas avanzan hasta más o menos la mitad del escenario. Un árbol polvoriento cerca de las sillas de la terraza. Cielo azul, luz cruda, paredes muy blancas. Es domingo, cerca de mediodía, en verano. Juan y Berenguer van a sentarse a una mesa de la terraza.

          Antes de levantarse el telón se oye sonar las campanas, que cesarán algunos segundos después de haberse levantado el telón. Cuando el telón se levanta, una mujer, llevando bajo el brazo una cesta de provisiones vacía y en el otro un gato, atraviesa en silencio la escena, de derecha a izquierda. A su paso, la Almacenera abre la puerta de la tienda y la mira pasar.

La almacenera: —¡Ah!, ¡ésa! —(A su marido que está en la tienda). —¡Es una orgullosa! No quiere comprar en nuestra casa.

(La Almacenera desaparece, escenario vacío algunos segundos. Por la derecha, aparece Juan, al mismo tiempo, por la izquierda, aparece Berenguer. Juan está muy cuidadosamente vestido: traje marrón, corbata roja, falso cuello almidonado, sombrero marrón. Tiene la cara un poco colorada. Luce zapatos amarillos, bien lustrados. Berenguer no está afeitado, tiene la cabeza descubierta, los cabellos mal peinados, las ropas arrugadas; todo expresa en él negligencia; tiene un aire cansado, soñoliento; de tanto en tanto, bosteza).

Juan (Entrando por la derecha): —De todos modos aquí estás, Berenguer.

Berenguer (Entrando por la izquierda): —Buen día, Juan.

—Toujours en retard, évidemment!
Nous avions rendez-vous à onze heures trente.
Il est bientôt midi. 
Rhinocéros, Eugène Ionesco

Juan: —¡Siempre atrasado, evidentemente! —(Mira su reloj pulsera)— Teníamos cita a las once y media. Ya es mediodía.

Berenguer: —Discúlpame. ¿Hace mucho que me esperas?

Juan: —No. Estoy llegando, acabas de verlo —(Van a sentarse a una de las mesas de la terraza del café).

Berenguer: —Entonces, me siento menos culpable, porque... tú mismo...

Juan: —En mi caso no es lo mismo, no me gusta esperar, no tengo tiempo que perder. Como tú no llegas jamás a horario, vengo a propósito tarde, en el momento en que supongo que tendré ocasión de encontrarte.

Berenguer: —Es justo... es justo, sin embargo...

Juan: —¡No puedes afirmar que vienes a la hora convenida!

Berenguer: —Evidentemente... no podría afirmarlo —(Juan y Berenguer se sientan).

Juan: —Ya lo ves.

Berenguer: —¿Qué vas a beber?

Juan: —¿Tienes sed desde la mañana?

Berenguer: —¡Hace tanto calor, está el aire tan seco!

Juan: —Más se bebe, más sed se tiene, dice la ciencia popular.

Berenguer: —Si estuviera menos seco, tendríamos menos sed, si pudiéramos hacer venir a nuestro cielo las nubes científicas.

Juan (Mirando fijamente a Berenguer): —No te serviría de nada. No es de agua de lo que tienes sed mi querido Berenguer...

Berenguer: —¿Qué quieres decir con eso, mi querido Juan?

Juan: —Me comprendes muy bien. Hablo de la aridez de tu gaznate. Es una tierra insaciable.

Berenguer: —Tu comparación me parece....

Juan (interrumpiéndolo): —Estás en un triste estado, amigo.

Berenguer: —¿En un triste estado, te parece?

Juan: —No soy ciego. Te estás cayendo de cansancio, otra vez habrás pasado la noche en claro, bostezas, estás muerto de sueño...

Berenguer: Me duele un poco el cabello...

Juan: —¡Apestas a alcohol!

Berenguer: —¡Es cierto, tengo la boca un poco pastosa! Es verdad.

Juan: —Todos los domingos por la mañana es lo mismo, sin contar los días de la semana.

Berenguer: —¡Ah, no! En la semana es menos frecuente, a causa de la oficina...

Juan: —Y tu corbata, ¿dónde está? ¿La perdiste en el frenesí del placer?

Berenguer (metiéndose la mano en el cuello): —Pero, es cierto, es raro, ¿qué habré podido hacer con ella?

Juan (sacando una corbata del bolsillo de su saco): —Ten, ponte ésta.

Berenguer: —Oh, gracias, eres muy gentil. —(Se pone la corbata al cuello).

Juan (mientras Berenguer se pone la corbata bastante descuidadamente): —¡Estás todo despeinado!
—(Berenguer se pasa los dedos por el cabello)— ¡Aquí tienes un peine! —(Saca un peine del otro bolsillo de su saco).

Berenguer (tomando el peine): —Gracias. —(Se peina vagamente).

Juan: —¡No te afeitaste! Mira la cabeza que tienes. —(Saca un pequeño espejo del bolsillo interior de su saco, se lo tiende a Berenguer quien se examina; mirándose en el espejo saca la lengua).

Berenguer: —Tengo la lengua bien cargada.

Juan (volviendo a tomar el espejo y poniéndolo de nuevo en su bolsillo): —¡No es para asombrarse!... —(También vuelve a tomar el peine que le dio a Berenguer) La cirrosis te amenaza, amigo mío.

Berenguer (inquieto): —¿Te parece?...

Juan (a Berenguer que quiere devolverle la corbata): —Quédate con la corbata, tengo de reserva.

Berenguer (admirativo): —Sí que eres cuidadoso.

Juan (siguiendo con su inspección de Berenguer): —Tus ropas están todas arrugadas, es lamentable, tu camisa es de una suciedad repugnante, tus zapatos...
(Berenguer trata de ocultar sus pies bajo la mesa). Tus zapatos no están lustrados... ¡Qué desorden!... tus hombros...

Berenguer: —¿Qué tienen mi hombros?...

Juan: —Date vuelta. Vamos, date vuelta. Te apoyaste contra una pared... (Berenguer tiende blandamente su mano hacia Juan). No, no tengo cepillo encima. Eso hincharía los bolsillos.

(Siempre blandamente, Berenguer da golpecitos sobre sus hombros para hacer salir el polvo banco; Juan aparta la cabeza). —Ay, ay, ay... ¿Dónde te agarraste eso?

Berenguer: —No me acuerdo.

Juan: —Es lamentable, ¡lamentable! Me da vergüenza ser amigo tuyo.

Berenguer: —Eres muy severo...

Juan: —¡Y todavía lo soy poco!

Berenguer: —Escucha, Juan. No tengo ninguna distracción, uno se aburre en esta ciudad, no estoy hecho para el trabajo que tengo... todos los días a la oficina, durante ocho horas, ¡sólo tres semanas de vacaciones en verano! El sábado por la noche casi siempre estoy cansado, entonces, me comprendes, para distenderme...

Juan: —Mi querido, todo el mundo trabaja y yo también, yo también. Como todo el mundo, hago todos los días mis ocho horas de oficina, yo también tengo veintiún días de licencia por año y sin embargo, sin embargo aquí me ves. ¡Es cuestión de voluntad, qué diablos!...

Berenguer: —¡Oh!, la voluntad, no todo el mundo tiene la tuya. Yo no me acostumbro. No, no me acostumbro a la vida.

Juan: —Todo el mundo debe acostumbrarse. ¿Serás acaso una naturaleza superior?

Berenguer: —Yo no pretendo...

Juan (interrumpiéndolo): —Yo valgo lo mismo, e incluso, sin falsa modestia, valgo más que tú. El hombre superior es el que cumple su deber.

Berenguer: —¿Qué deber?

Juan: —Su deber... su deber de empleado por ejemplo...

Berenguer: —Ah, sí, su deber de empleado...

Juan: —¿Y dónde tuvieron lugar tus libaciones esta noche? ¡Si es que te acuerdas!

Berenguer: —Festejamos el cumpleaños de Augusto, nuestro amigo Augusto...

Juan: —¿Nuestro amigo Augusto? A mí no me invitaron al cumpleaños de nuestro amigo Augusto...

(En ese momento se oye el ruido muy lejano, pero que se acerca muy rápidamente, del resoplido de una fiera y de su corrida precipitada, así como un largo berrido).

Berenguer: —No pude negarme. No hubiera sido amable...

Juan: —¿Fui yo?

Berenguer: —¡Puede ser que no fueras justamente porque no te invitaron!...

La camarera (saliendo del café): —Buen día, señores, ¿qué desean tomar? (Los ruidos se han vuelto muy fuertes).

Juan (a Berenguer, casi gritando para hacerse oír por encima de los ruidos que no percibe conscientemente): —No, es cierto, no me invitaron. No me hicieron ese honor. .. De todos modos, puedo asegurarte que incluso si mi hubieran invitado, no habría ido porque... (Los ruidos se han vuelto tremendos). ¿Qué ocurre? (Los ruidos del galope de un animal poderoso y pesado son muy cercanos, muy acelerados, se oye su jadeo). ¿Pero qué es eso?

La camarera: —¿Pero qué es eso?

(Berenguer, siempre indolente, sin tener aspecto de oír absolutamente nada, responde tranquilamente a Juan en relación con la invitación; mueve sus labios, no oímos lo que dice; Juan se levanta de un salto, hace caer su silla al levantarse, mira a los bastidores de izquierda, señalando con el dedo, mientras que Berenguer, siempre un poco en las nubes, se queda sentado).

Juan: —¡Oh!, ¡un rinoceronte! (Los ruidos producidos por el animal se alejan a la misma velocidad, si bien ya se pueden distinguir las palabras que siguen; toda esta escena debe ser representada muy rápido, repitiendo). ¡Oh!, ¡un rinoceronte!

—Oh! Un rhinocéros!


La camarera: —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

La almacenera (que muestra su cabeza por la puerta del almacén): —¡Oh!, ¡un rinoceronte! (A su marido, que se ha quedado en la tienda). ¡Ven a ver rápido, un rinoceronte!

(Todos siguen con la mirada, a la izquierda, la carrera de la fiera).

Juan: (Se abalanza derecho hacia delante, ¡tropieza con los puestos!)

La almacenera (en su tienda): —¿Dónde?

La camarera (poniéndose las manos en las caderas): —¡Oh! La almacenera (a su marido, que está siempre dentro de la tienda): ¡Ven a ver! (Justo en ese momento el Almacenero asoma la cabeza).

El almacenero (asomando la cabeza): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

El lógico (entrando rápidamente a escena por la izquierda): —¡Un rinoceronte, a toda velocidad por la vereda de enfrente! (Todas las réplicas, a partir de: "¡Oh!, ¡un rinoceronte!" dicha por Juan son casi simultáneas).

(Se oye un "¡ah!" lanzado por una mujer. Ésta aparece. Corre hasta el medio del escenario; es el Ama de casa con su cesta en el brazo; una vez que ha llegado al centro del escenario, deja caer la cesta; sus provisiones se desparraman por el escenario, una botella se rompe, pero ella no suelta el gato que tiene en el otro brazo).

El ama de casa: —¡Ah! ¡Oh! (El elegante Señor anciano que viene de la izquierda, a continuación del Ama de casa, se precipita en la tienda de los almaceneros, se tropieza con ellos, entra, mientras que el Lógico irá a aplastarse contra la pared del fondo, a la izquierda de la entrada del almacén. Juan y la Camarera de pie, Berenguer sentado, siempre apático, forman otro grupo. Al mismo tiempo, se han podido oír, proviniendo de la izquierda, muchas exclamaciones y pasos de gente que huye. El polvo, levantado por la fiera, se extiende sobre el escenario).

El dueño del café (asomando la cabeza por la ventana de la planta alta del café): —¿Qué pasa?

El señor anciano (desapareciendo detrás de los almaceneros): —¡Perdón! (El elegante Señor anciano lleva botines blancos, sombrero flexible, un bastón con puño de marfil; el Lógico está aplastado contra la pared, tiene un pequeño bigote gris, gasta lentes, lleva un sombrero de paja).

La almacenera (tropezando y atropellando a su marido, al Señor anciano): —¡Cuidado, usted, con ese bastón!

El almacenero: —No faltaba más que eso. ¡Cuidado! (Se verá la cabeza del Señor anciano detrás de los almaceneros).

La camarera (al dueño del café): —¡Un rinoceronte!

El dueño del café (desde la ventana, a la camarera): —¡Está soñando! (Viendo al rinoceronte). ¡Oh! ¡Ésta sí que es buena!

El ama de casa: —¡Ah! (Los "oh" y los "ah", las exclamaciones, de bastidores son como un trasfondo sonoro a su "ah"; el Ama de casa, que ha dejado caer su cesta de provisiones y la botella; no ha dejado caer, sin embargo, al gato que tiene en el otro brazo). ¡Pobre minino, tuvo miedo!

El dueño del café (mirando siempre hacia la izquierda, siguiendo con los ojos la corrida del animal mientas que los ruidos producidos por éste van disminuyendo: patadas, berridos, etc. Berenguer, simplemente aparta un poco la cabeza a causa del polvo, levemente adormecido, sin decir nada; se limita a hacer una mueca): —¡Ésta sí que es buena!

Juan (separando también él un poco la cabeza pero con vivacidad): —¡Ésta sí que es buena! (Estornuda).

El ama de casa (en medio del escenario, pero se ha vuelto hacia la izquierda, las provisiones están desparramadas por el suelo a su alrededor): —¡Ésta sí que es buena! (Estornuda).

El señor anciano, la almacenera, el almacenero (en el fondo, reabriendo la puerta de cristales del almacén, que el Señor anciano había cerrado tras de sí): —¡Ésta sí que es buena!

Juan: —¡Ésta sí que es buena! (A Berenguer). ¿Lo viste?

(Los ruidos producidos por el rinoceronte, su berrido, se han alejado mucho; la gente sigue ahora al animal con la mirada, de pie, salvo Berenguer, siempre apático y sentado).

Todos (salvo Berenguer): —¡Ésta sí que es buena!

Berenguer (a Juan): —Me parece, sí, ¡era un rinoceronte! ¡Cuánto polvo que levantó! (Saca su pañuelo, se suena).

El ama de casa: —¡Ésta sí que es buena! ¡Qué miedo tuve!

La almacenera (al Ama de casa): —Su cesta, señora... sus provisiones...

(El Señor anciano, acercándose a la Señora e inclinándose para recoger las provisiones desparramadas por el suelo. La saluda galantemente, sacándose el sombrero).

El dueño del café: —De todos modos, no tenemos idea...

La camarera: —¡Pero qué cosa!...

El señor anciano (a la Señora): —¿Me permitiría ayudarla a recoger sus provisiones?

El ama de casa (al Señor anciano): —Gracias, señor. Cúbrase, se lo ruego. ¡Oh! ¡Qué miedo tuve!

El lógico: —El miedo es irracional. La razón debe vencerlo.

—La peur est irrationnelle. La raison doit le vaincre.


La camarera: —Ya no se lo ve más.

El señor anciano (al Ama de casa, mostrándole al Lógico): —Mi amigo es lógico.

Juan (a Berenguer): —¿Qué me dice de esto?

La camarera: —¡Qué rápido van esos animales!

El ama de casa (al Lógico): —Encantada, señor.

La almacenera (al Almacenero): —Se lo merece. No compró en nuestro negocio.

Juan (al Dueño del café y a la Camarera): —¿Qué me dicen de esto?

El ama de casa: —De todos modos no solté a mi gato.

El dueño del café (encogiéndose de hombros, en la ventana): —¡No se ve algo así seguido!

El ama de casa (al Lógico, mientras el Señor anciano recoge las provisiones): —¿Me lo podría tener un momento?

La camarera (a Juan): —¡Nunca había visto algo así!

El lógico (al Ama de casa, tomando el gato en sus brazos): —¿No es malo?

El dueño del café (a Juan): —¡Es como un cometa!

El ama de casa (al Lógico): —Es de lo más cariñoso. (A los demás). Mi vino, ¡al precio que está!

La almacenera (al Ama de casa): —Yo tengo, ¡no es precisamente lo que falta!

Juan (a Berenguer): —Dime, ¿qué es lo que me dices?

La almacenera (al Ama de casa): —¡Y del bueno!

El dueño del café (a la Camarera): —¡No pierda el tiempo! ¡Ocúpese de esos señores! (Señala a Berenguer y a Juan. Vuelve a entrar la cabeza).

Berenguer (a Juan): —¿De qué hablas?

La almacenera (al Almacenero): —¡Ve pues a traerle otra botella!

Juan (a Berenguer): —¡Del rinoceronte, de qué va a ser, del rinoceronte!

El almacenero (al Ama de casa): —¡Tengo buen vino, en botellas irrompibles! (Desaparece en la tienda).

El lógico (acariciando al gato en sus brazos): —¡Minino, minino, minino!

La camarera (a Berenguer y a Juan): —¿Qué quieren tomar?

Berenguer (a la Camarera): —Dos ajenjos.

La camarera: Bien, señor. (Se dirige hacia la entrada del café).

El ama de casa (recogiendo sus provisiones ayudada por el Señor anciano): —Usted es muy amable, señor.

La camarera: —¡Dos ajenjos entonces! (Entra al café).

El señor anciano (al Ama de casa): —No tiene la menor importancia, querida señora.

(La Almacenera entra en su tienda).

El lógico (al Señor y al Ama de casa, que están recogiendo las provisiones): —Guárdenlas metódicamente.

Juan (a Berenguer): —Bueno, ¿qué me dices?

Berenguer (a Juan, no sabiendo qué decir): —Bueno... nada. . . Hay mucho polvo...

El almacenero (saliendo de la tienda con una botella de vino, al Ama de casa): —También tengo puerros.

El lógico (siempre acariciando al gato que está en sus brazos): —¡Minino, minino, minino!

El almacenero (al Ama de casa): —Son cien francos el litro.

El ama de casa (dándole dinero al Almacenero, después, dirigiéndose al Señor anciano que ha logrado volver a poner todo en la cesta): —Usted es muy amable. ¡Ah!, ¡la gentileza francesa! ¡No es como los jóvenes de hoy!

El almacenero (tomando el dinero del Ama de casa): —Debería venir a comprar a nuestra tienda. Así no tendrá que cruzar la calle. ¡No se arriesgará más a malos encuentros! (Vuelve a entrar en su tienda).

Juan (que se ha sentado y sigue pensando en el rinoceronte): —¡De todos modos es extraordinario!

El señor anciano (se saca el sombrero, besa la mano del Ama de casa): —¡Encantado de conocerla!

El ama de casa (al Lógico): —Gracias, señor, por haber tenido a mi gato. (El Lógico le devuelve el gato al Ama de casa. La Camarera reaparece con los pedidos).

La camarera: —¡Aquí están sus ajenjos, señores!

Juan (a Berenguer): —¡Eres incorregible!

El señor anciano (al Ama de casa): —¿Puedo acompañarla un poco?

Berenguer (a Juan, mostrándole a la Camarera que vuelve a entrar en la tienda): —Había pedido agua mineral. Se equivocó. (Juan se encoge de hombros, despectivo e incrédulo).

El ama de casa (al Señor anciano): —Me espera mi marido, querido señor. Gracias. ¡Quedará para otra vez!

El señor anciano (al Ama de casa): —Lo espero de todo corazón, querida señora.

El ama de casa (al Señor anciano): —¡Yo también! (Ella pone ojos dulces, después sale por la izquierda).

Berenguer: —No hay más polvo... (Juan se vuelve a encoger de hombros).

El señor anciano (al Lógico, siguiendo al Ama de casa con la mirada): —¡Deliciosa!...

Juan (a Berenguer): —¡Un rinoceronte! ¡No salgo de mi asombro!

(El Señor anciano y el Lógico se dirigen hacia la derecha, despacito, por donde se disponen a salir. Conversan tranquilamente).

El señor anciano (al Lógico, después de haber echado una última mirada en dirección al Ama de casa): —Encantadora, ¿no es cierto?

El lógico (al Señor anciano): —Voy a explicarle el silogismo.

El señor anciano: —¡Ah!, ¡sí, el silogismo!

Juan (a Berenguer): —¡No salgo de mi asombro! Es inadmisible. (Berenguer bosteza).

El lógico (al Señor anciano): —El silogismo comprende la proposición principal, la secundaria y la conclusión.

El señor anciano: —¿Qué conclusión? (El Lógico y el Señor anciano salen).

Juan: —No, no salgo de mi asombro.

Berenguer (a Juan): —Se ve que no sales de tu asombro. Era un rinoceronte y bien, sí, ¡era un rinoceronte!... Está lejos... está lejos...

Juan: —Pero, veamos, veamos... ¡Es inaudito! Un rinoceronte en libertad en la ciudad, ¿eso no te sorprende? ¡No deberían permitirlo! (Berenguer bosteza). ¡Ponte la mano delante de la boca!...

Berenguer: —Sí... sí... No deberían permitirlo. Peligroso. No lo había pensado. No te preocupes más, estamos fuera de alcance.

Juan: —¡Deberíamos protestar ante las autoridades municipales! ¿Para qué sirven las autoridades municipales?

Berenguer (bostezando, después, poniéndose vivamente la mano delante de la boca): —¡Oh!... perdón... ¡A lo mejor el rinoceronte se escapó del jardín zoológico!

Juan: —¡Sueñas de pie!

Berenguer: —Estoy sentado. Juan: Sentado o de pie, es lo mismo.

Berenguer: —De todos modos hay una diferencia.

Juan: —No se trata de eso.

Berenguer: —Eres tú quien acaba de decir que es lo mismo, estar sentado o de pie....

Juan: —Me entendiste mal. ¡Cuando soñamos es lo mismo estar sentado o de pie!...

Berenguer: —Y sí, yo sueño... ¡La vida es sueño!

Juan (continuando): —...Sueñas cuando dices que el rinoceronte se escapó del jardín zoológico...

Berenguer: Dije: tal vez....

Juan (continuando): —... porque no hay más jardín zoológico en nuestra ciudad desde que los animales fueron diezmados por la peste... hace mucho tiempo...

Berenguer (con la misma indiferencia): —Entonces, ¿tal vez venga del circo?

Juan: —¿De qué circo hablas?

Berenguer: —No sé... un circo ambulante.

Juan: —Sabes bien que el alcalde prohibió a los nómades instalarse en el territorio de la comuna... No pasa ninguno desde nuestra infancia.

Berenguer (tratando de no bostezar y sin lograrlo): —En ese caso, tal vez desde entonces se haya quedado escondido en los bosques pantanosos de los alrededores.

Juan (levantando los brazos al cielo): —¡Los bosques pantanosos de los alrededores! ¡Los bosques pantanosos de los alrededores! Mi pobre amigo, estás totalmente perdido en las espesas brumas del alcohol.

Berenguer (ingenuo): —Eso es verdad... me suben del estómago...

Juan: —Te envuelven el cerebro. ¿Dónde has visto bosques pantanosos en los alrededores?... A nuestra provincia la llaman "La pequeña Castilla" por ser tan desértica.

Berenguer (excedido y bastante cansado): —¿Y yo qué sé entonces? ¿A lo mejor buscó abrigo bajo una piedra?... ¿A lo mejor hizo su nido en una rama seca?...

Juan: —¡Si te crees ingenioso, te equivocas, para que lo sepas! ¡Eres aburrido con... con tus paradojas! ¡Considero que eres incapaz de hablar seriamente!

Berenguer: —Hoy, sólo hoy... A causa de.... porque yo... (Muestra su cabeza con un gesto vago).

Juan: —¡Hoy igual que de costumbre!

Berenguer: —No tanto, de todos modos.

Juan: ¡Tus chistes no valen nada!

Berenguer: —No pretendo en absoluto...

Juan (interrumpiéndolo): —¡Detesto que me tomen el pelo!

Berenguer (con la mano sobre el corazón): —No me lo permitiría nunca, mi querido Juan...

Juan (interrumpiéndolo): —Mi querido Berenguer, te lo permites...

Berenguer: —No, eso no, no me lo permito.

Juan: —¡Sí, acabas de permitírtelo!

Berenguer: —¿Cómo puedes pensar...?

Juan (interrumpiéndolo): —¡Pienso lo que es!

Berenguer: —Te aseguro...

Juan (interrumpiéndolo): —... ¡Que me tomas el pelo!

Berenguer: —Verdaderamente eres cabeza dura.

Juan: —Y encima de todo me tratas de borrico. Como bien puedes verlo, me insultas.

Berenguer: —Eso ni se me pasa por la cabeza.

Juan: —¡No tienes cabeza!

Berenguer: —Razón de más para que no me pase por la cabeza.

Juan: —Hay cosas que les vienen a la cabeza hasta a aquellos que no la tienen.

Berenguer: —Eso es imposible.

Juan: —¿Por qué es imposible?

Berenguer: —Porque es imposible.

Juan: —Explícame por qué es imposible, ya que pretendes ser capaz de explicarlo todo...

Berenguer: —Jamás pretendí una cosa semejante.

Juan: —Entonces, ¡por qué te das aires de hacerlo! Y una vez más, ¿por qué me insultas?

Berenguer: —Yo no te insulto. Al contrario. Sabes hasta qué punto te estimo.

Juan: —Si me estimas, por qué me contradices pretendiendo que no es peligroso dejar correr a un rinoceronte por pleno centro de la ciudad, sobre todo un domingo por la mañana, cuando las calles están llenas de niños... y también de adultos...

Berenguer: —Muchos están en misa. Esos no se arriesgan a nada...

Juan (interrumpiéndolo): —Permíteme... a la hora del mercado, además.

Berenguer: —Yo nunca afirmé que no era peligroso dejar correr a un rinoceronte por la ciudad. Dije simplemente que no había reflexionado sobre ese peligro. No me planteé la cuestión.

Juan: —¡Nunca reflexionas sobre nada!

Berenguer: —Bueno, de acuerdo. Un rinoceronte en libertad es algo que no está bien.

Juan: —No debería existir.

Berenguer: —Está claro. No debería existir. Incluso es una cosa insensata. Bueno, sin embargo, ese animalito es motivo para pelearte conmigo. ¿Qué historia me haces a causa de un perisodáctilo cualquiera que viene a pasar, totalmente por azar, delante de nosotros? ¡Un cuadrúpedo estúpido que no merece siquiera que hablemos de él! Y feroz encima... Y que desapareció también, que no existe más. No nos vamos a preocupar por un animal que no existe. Hablemos de otra cosa, mi querido Juan, hablemos de otra cosa, los temas de conversación no faltan... (Bosteza, toma su vaso). ¡A tu salud!

(En ese momento el Lógico y el Señor anciano entran de nuevo, por la derecha; van a instalarse, siempre hablando, en una de las mesas de la terraza del café, bastante lejos de Berenguer y de Juan, detrás y a la derecha de ellos).

Juan: —Deja ese vaso sobre la mesa. No bebas. (Juan bebe un gran trago de su ajenjo y pone el vaso medio vacío sobre la mesa. Berenguer sigue teniendo su vaso en la mano, sin apoyarlo y sin atreverse tampoco a beberlo).

Berenguer: —¡De todos modos no se lo voy a dejar al dueño! (Hace como que quiere beber).

Juan: —Déjalo, te digo.

Berenguer: —Bueno... (Se dispone a poner el vaso sobre la mesa. En ese momento pasa Daisy, joven dactilógrafa rubia, que atraviesa el escenario, de derecha a izquierda. Al ver a Daisy, Berenguer se levanta bruscamente y, al levantarse, hace un gesto torpe; el vaso cae y moja el pantalón de Juan). ¡Oh! Daisy.

Juan: —¡Cuidado! Qué torpe eres.

Berenguer: —Es Daisy... discúlpame... (Va a esconderse para que Daisy no lo vea). No quiero que me vea... en el estado en el que estoy.

Juan: —¡Eres imperdonable, absolutamente imperdonable! (Mira hacia Daisy que desaparece). ¿Esa jovencita te asusta?

Berenguer: —Cállate, cállate.

Juan: —¡No tiene aspecto de mala, sin embargo!

Berenguer (volviéndose a Juan una vez que Daisy ha desaparecido): —Discúlpame una vez más, por...

Juan: —Eso es lo que implica beber, uno no es más dueño de sus movimientos, no tiene más fuerza en las manos, está atontado, derrengado. Se cava su propia tumba, mi querido amigo. Se pierde.

Berenguer: —No me gusta tanto el alcohol. Y sin embargo, si no bebo, no funciona. Es como si tuviera miedo, entonces bebo para no tener más miedo.

Juan: —¿Miedo de qué?

Berenguer: —No sé muy bien. Angustias difíciles de definir. No me siento a gusto en la existencia, entre la gente, entonces tomo un vaso. Eso me calma, me distiende, olvido.

—Je ne sais pas trop. Des angoisses difficiles à definir. 
Je me sens mal à l´aise de la existence, parmi le gens, alors je prends un verre.
Cela me calme, cela me détend, j´oublie.


Juan: —¡Olvidas!

Berenguer: —Estoy cansado, cansado desde hace años. Me cuesta llevar el peso de mi propio cuerpo...

Juan: —Eso es neurastenia alcohólica, la melancolía del bebedor de vino...

Berenguer (continuando): —Todo el tiempo siento mi cuerpo como si fuera de plomo o como si llevara a otro hombre sobre la espalda. No me he acostumbrado a mí mismo. No sé si soy yo. Desde el momento en que bebo un poco, el peso desaparece y me reconozco, me convierto en yo mismo.

Juan: —¡Elucubraciones! Berenguer, mírame. Peso más que tú. Sin embargo, me siento ¡ligero, ligero, ligero! (Mueve los brazos como si fuera a volar. El Señor anciano y el Lógico, que de nuevo han entrado a escena, dan algunos pasos por el escenario conversando. Justo en ese momento, pasan al lado de Juan y de Berenguer. Un brazo de Juan golpea muy fuerte al Señor anciano que oscila entre los brazos del Lógico).

El lógico (prosiguiendo la discusión): —Un ejemplo de silogismo... (El señor anciano se desploma en sus brazos). ¡Oh...!

El señor anciano (a Juan): —Cuidado. (Al Lógico). Perdón.

Juan (al Señor anciano): —Perdón.

El lógico (al Señor anciano): —No hay de qué.

El señor anciano (a Juan): —No hay de qué.

(El Señor anciano y el Lógico van a sentarse a una de las mesas de la terraza, un poco a la derecha y detrás de Juan y Berenguer).

Berenguer (a Juan): —Tienes fuerza.

Juan: —Sí, tengo fuerza, tengo fuerza por muchos motivos. Ante todo, tengo fuerza porque tengo fuerza, después tengo fuerza porque tengo fuerza moral. También tengo fuerza porque no estoy alcoholizado. No quiero molestarte, mi querido amigo, pero debo decirte que en realidad lo que pesa es el alcohol.

El lógico (al Señor anciano): —Aquí tiene un silogismo ejemplar. El gato tiene cuatro patas. Isidoro y Fricot tienen cada uno cuatro patas. Por lo tanto Isidoro y Fricot son gatos.

El señor anciano (al Lógico): —Mi perro también tiene cuatro patas.

El lógico (al Señor anciano): —Entonces es un gato.

Berenguer (a Juan): —Yo apenas tengo fuerza para vivir. Tal vez no tengo más ganas.

El señor anciano (al Lógico, después de haber reflexionado largamente): —Entonces, lógicamente mi perro sería un gato.

El lógico (al Señor anciano): —Lógicamente, sí. Pero lo contrario también es cierto.

Berenguer (a Juan): —La soledad me pesa. La sociedad también.

Juan (a Berenguer): —Te contradices. ¿Es la soledad lo que te pesa o es la multitud? Te tomas por un pensador y no tienes ninguna lógica.

El señor anciano (al Lógico): —Es muy hermosa la lógica.

El lógico (al Señor anciano): —A condición de no abusar de ella.

Berenguer (a Juan): —Vivir es una cosa anormal.

Juan: —Al contrario. Nada más natural. La prueba: todo el mundo vive.

Berenguer: —Los muertos son más numerosos que los vivos. Su número aumenta. Los vivos son raros.

Juan: —Los muertos no existen, ¡es preciso decirlo!... ¡Ja! ¡Ja!... (Gran risa). ¿Ellos también te pesan? ¿Cómo pueden pesar las cosas que no existen?

Berenguer: —¡Yo mismo me pregunto si existo!

Juan (a Berenguer): —Tú no existes, mi querido, porque no piensas. Piensa y existirás.

El lógico (al Señor anciano): —Otro silogismo: todos los gatos son mortales. Sócrates es mortal. Por lo tanto Sócrates es un gato.

El señor anciano: —Tiene cuatro patas. Es cierto, tengo un gato que se llama Sócrates.

El lógico: —Usted ve...

Juan (a Berenguer): —Eres un farsante en el fondo. Un mentiroso. Dices que la vida no te interesa. Sin embargo alguien te interesa.

Berenguer: —¿Quién?

Juan: —Esa compañerita de oficina que acaba de pasar. ¡Estás enamorado!

El señor anciano (al Lógico): —¡Entonces Sócrates era un gato!

El lógico (al Señor anciano): —La lógica nos lo acaba de revelar.

Juan (a Berenguer): —No quieres que te vea en el triste estado en el que te encuentras. (Gesto de Berenguer). Eso demuestra que no todo te es indiferente. Pero ¿cómo quieres que Daisy se sienta seducida por un borracho?

El lógico (al Señor anciano): —Volvamos a nuestros gatos.

El señor anciano (al Lógico): —Lo escucho.

Berenguer (a Juan): —De todos modos creo que ella ya tiene a alguien en vista.

Juan (a Berenguer): —¿A quién?

Berenguer: —A Dudard. Un colega de la oficina, es licenciado en derecho, jurista, con gran futuro en la casa y con futuro en el corazón de Daisy; yo no puedo rivalizar con él.

El lógico (al Señor anciano): —El gato Isidoro tiene cuatro patas.

El señor anciano: —¿Cómo lo sabe?

El lógico: —Surge por hipótesis.

Berenguer (a Juan): —Es bien visto por el jefe. Yo no tengo futuro, no hice estudios, no tengo ninguna oportunidad.

El señor anciano (al Lógico): —¡Ah!, ¡por hipótesis!

Juan (a Berenguer): —Y tú renuncias, cómo es eso...

Berenguer (a Juan): —¿Qué podría hacer?

El lógico (al Señor anciano): —Fricot también tiene cuatro patas. ¿Cuántas patas tendrán Fricot e Isidoro?

El señor anciano (al Lógico): —¿Juntos o por separado?

Juan (a Berenguer): —La vida es una lucha, quien no combate es un cobarde.

El lógico (al Señor anciano): —Juntos o por separado, es según como se mire.

Berenguer (a Juan): —Qué quieres, estoy desarmado.

Juan: —Ármate, ármate mi querido.

El señor anciano (al Lógico después de haber reflexionado penosamente): —Ocho, ocho patas.

El lógico: —La lógica lleva al cálculo mental.

El señor anciano: —¡Tiene muchas facetas!

Berenguer (a Juan): —¿Dónde encuentro las armas?

El lógico (al Señor anciano): —¡La lógica no tiene límites!

Juan: —En ti mismo. Por tu voluntad.

Berenguer (a Juan): —¿Qué armas?

El lógico (al Señor anciano): —Usted va a ver...

Juan (a Berenguer): —Las armas de la paciencia, de la cultura, las armas de la inteligencia. ('Berenguer bosteza). Vuélvete un ingenio vivo y brillante. Ponte a la última moda.

—Les armes de la patience, de la culture, les armes de l´intelligence.
Devenez un esprit vif. Mettez-vous à la page!


Berenguer (a Juan): —¿Cómo me pongo a la última moda?

El lógico (al Señor anciano): —Les quito dos patas a esos gatos. ¿Cuántas le quedarán a cada uno?

El señor anciano: —Es complicado.

Berenguer (a Juan): —Es complicado.

El lógico (al Señor anciano): —Por el contrario, es simple.

El señor anciano (al Lógico): —Es fácil para usted, tal vez, no para mí.

Berenguer (a Juan): —Es fácil para ti, tal vez, no para mí.

El lógico (al Señor anciano): —Haga un esfuerzo de pensamiento, vamos. Esfuércese.

—Faites un effort de pensée, voyons. Appliquez-vous!


Juan (a Berenguer): —Haz un esfuerzo de pensamiento, vamos. Esfuérzate.

El señor anciano (al Lógico): —No veo.

Berenguer (a Juan): —Verdaderamente no veo.

El lógico (al Señor anciano): —Hay que decirle todo.

Juan (a Berenguer): —Hay que decirte todo.

El lógico (al Señor anciano): —Tome una hoja de papel, calcule. Les quitamos seis patas a los dos gatos, ¿cuántas patas le quedarán a cada gato?

El señor anciano: —Espere... (Calcula en una hoja de papel que saca de su bolsillo).

Juan: —Esto es lo que hay que hacer: te vistes correctamente, te afeitas todos los días, te pones una camisa limpia.

Berenguer (a Juan): —Es cara la lavandería...

Juan (a Berenguer): —Ahorra en el alcohol. Esto para el exterior: sombrero, corbata como ésta, traje elegante, zapatos bien lustrados. (Al hablar de las prendas de vestir, Juan muestra con fatuidad su propio sombrero, su propia corbata, sus propios zapatos).

El señor anciano (al Lógico): —Hay muchas soluciones posibles.

El lógico (al Señor anciano): —Dígame.

Berenguer (a Juan): —Y después, ¿qué hago? Dime...

El lógico (al Señor anciano): —Lo escucho.

Berenguer (a Juan): —Te escucho.

Juan (a Berenguer): —Eres tímido, pero tienes dotes.

Berenguer (a Juan): —¿Que yo tengo dotes?

Juan: —Dales su valor. Hay que estar en onda. Ponte al corriente de los acontecimientos literarios y culturales de nuestra época.

El señor anciano (al Lógico): —Una primera posibilidad: un gato puede tener cuatro patas, el otro dos.

Berenguer (a Juan): —Tengo tan poco tiempo libre.

El lógico: —Usted tiene dotes, bastaría que les diera su valor.

Juan: —Aprovecha, pues, el poco tiempo libre que tienes. No te dejes ir a la deriva.

El señor anciano: —No he tenido nada de tiempo. He sido funcionario.

El lógico (al Señor anciano): —Siempre se encuentra tiempo para instruirse.

Juan (a Berenguer): —Siempre se tiene tiempo.

Berenguer (a Juan): —Es demasiado tarde.

El señor anciano (al Lógico): —Es un poco tarde para mí.

Juan (a Berenguer): —Nunca es demasiado tarde.

El lógico (al Señor anciano): —Nunca es demasiado tarde.

Juan (a Berenguer): —Tienes ocho horas de trabajo, como yo, como todo el mundo, ¿pero y el domingo y la noche y las tres semanas de vacaciones de verano? Eso basta con método.

El lógico (al Señor anciano): —¿Y las otras soluciones? Con método, con método... (El Señor anciano se pone a calcular de nuevo).

Juan (a Berenguer): —Mira, en lugar de beber y de estar enfermo, ¿no vale más estar fresco y dispuesto, incluso en la oficina? Y puedes pasar tus momentos disponibles de manera inteligente.

Berenguer (a Juan): —¿Es decir?...

Juan (a Berenguer): —Visita museos, lee revistas literarias, ve a escuchar conferencias. Esto te sacará de tus angustias, te formará el espíritu. En cuatro semanas eres un hombre culto.

Berenguer (a Juan): —¡Tienes razón!

El señor anciano (al Lógico): —Puede haber un gato con cinco patas...

Juan (a Berenguer): —Tú mismo lo dices.

El señor anciano (al Lógico): —Y el otro gato con una pata. ¿Pero entonces seguirían siendo gatos?

El lógico (al Señor anciano): —¿Por qué no?

Juan (a Berenguer): —En lugar de gastar todo tu dinero disponible en bebidas espirituosas, ¿no es preferible comprar entradas de teatro para ver un espectáculo interesante?

¿Conoces el teatro de vanguardia, del que tanto hablan? 
¿Viste las piezas de Ionesco? 

Berenguer (a Juan): —¡No, caramba! Sólo he oído hablar de ellas.

El señor anciano (al Lógico): —Al sacar dos patas sobre ocho, de dos gatos...

Juan (a Berenguer): —Están dando una en este momento. Aprovecha.

El señor anciano: —Podemos tener un gato con seis patas.

Berenguer: —Será una excelente iniciación a la vida artística de nuestro tiempo.

El señor anciano (al Lógico): —Y un gato sin ninguna pata.

Berenguer: —Tienes razón, tienes razón. Voy a ponerme a la última moda, como dices tú.

El lógico (al Señor anciano): —En ese caso, habría un gato privilegiado.

Berenguer (a Juan): —Te lo prometo.

Juan: —Sobre todo promételo a ti mismo.

El señor anciano: —¿Y un gato alienado de todas sus patas, descalificado?

Berenguer: —Me lo prometo solemnemente. Me mantendré la palabra a mí mismo.

El lógico: —Eso no sería justo. Entonces no sería lógico.

Berenguer (a Juan): —En lugar de beber, decido cultivar mi espíritu. Ya me siento mejor. Ya tengo la cabeza más clara.

Juan: —¡Lo ves bien!

El señor anciano (al Lógico): —¿No sería lógico?

Berenguer: —Esta tarde iré al museo municipal. Para la noche, compro dos entradas de teatro. ¿Me acompañarías?

El lógico (al Señor anciano): —Porque la justicia es la lógica.

Juan (a Berenguer): —Tendrás que perseverar. Es preciso que tus buenas intenciones duren.

El señor anciano (al Lógico): —Lo capto. La justicia...

Berenguer (a Juan): —Te lo prometo, me lo prometo. ¿Me acompañas al museo esta tarde?

Juan (a Berenguer): —Esta tarde duermo la siesta, está en mi programa.

El señor anciano (al Lógico): —La justicia es otra faceta de la lógica.

Berenguer (a Juan): —¿Pero quieres venir conmigo esta noche al teatro?

Juan: —No, esta noche no.

El lógico (al Señor anciano): —¡Se le ilumina el espíritu!

Juan (a Berenguer): —Quiero que perseveres en tus buenas intenciones. Pero esta noche debo encontrarme con amigos en la cervecería.

Berenguer: —¿En la cervecería?

El señor anciano (al Lógico): —Por otra parte, un gato sin ninguna pata...

Juan (a Berenguer): —Prometí ir. Yo cumplo mis promesas.

El señor anciano (al Lógico): —...no podría correr bastante rápido como para atrapar ratones.

Berenguer: (a Juan): —¡Ah!, ¡mi querido, ahora te toca a ti dar el mal ejemplo! Te irás a emborrachar.

El lógico (al Señor anciano): —¡Ya hace progresos en lógica! (De vuelta se empieza a oír, acercándose siempre muy rápido, un galope veloz, un berrido, los ruidos precipitados de los cascos de un rinoceronte, su aliento ardiente, pero esta vez, en sentido inverso, desde el fondo de la escena hacia delante, siempre por los bastidores de la izquierda).

Juan (furioso, a Berenguer): —Mi querido amigo, una vez no es costumbre. Ninguna relación contigo. Pero tú... tú... no es lo mismo...

Berenguer (a Juan): —¿Por qué no sería lo mismo?

Juan (gritando para dominar el ruido que viene de la tienda): —¡Yo no soy un borracho!

El lógico (al Señor anciano): —Incluso sin patas, el gato debe atrapar ratones. Está en su naturaleza.

Berenguer (gritando muy fuerte): —No quiero decir que seas un borracho. Pero ¿por qué lo sería yo, más que tú, en un caso similar?

El señor anciano (gritándole al Lógico): —¿Qué está en la naturaleza del gato?

Juan (a Berenguer, también gritando): —Porque todo es cuestión de medida. Contrariamente a ti, yo soy un hombre mesurado.

El lógico (al Señor anciano, con las manos haciendo corneta en la oreja): —¿Qué dice usted? (Fuertes ruidos cubren las palabras de los cuatro personajes).

Berenguer (manos haciendo corneta en la oreja, a Juan): —Mientras que yo, ¿qué?, ¿qué dices?

Juan (aullando): —Digo que...

El señor anciano (aullando): —Digo que...

Juan (tomando conciencia de los ruidos que están muy cercanos): —¿Pero qué pasa?

El lógico: —¿Pero qué ocurre?

Juan (se levanta, hace caer su silla al levantarse, mira hacia el bastidor de la izquierda de donde vienen los ruidos de un rinoceronte que pasa en sentido inverso): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

El lógico (se levanta, hace caer su silla): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

El señor anciano (se levanta, hace caer su silla): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

Berenguer (sigue sentado, pero más despierto esta vez): —¡Un rinoceronte! En sentido inverso.

La camarera (saliendo con una bandeja y vasos): —¿Qué ocurre? ¡Oh!, ¡un rinoceronte! (Deja caer la bandeja, los vasos se rompen).

El dueño del café (saliendo de la tienda): —¿Qué ocurre?

La camarera (al Dueño del café): —¡Un rinoceronte!

El lógico: —¡Un rinoceronte a toda velocidad por la vereda de enfrente!

El almacenero (saliendo de la tienda): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

Juan: —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

La almacenera (sacando la cabeza por la ventana de encima de la tienda): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

El dueño del café (a la Camarera): —No es motivo para romper los vasos.

Juan: (Arremete hacia adelante y se abalanza sobre los puestos).

Daisy (viniendo de la izquierda): —¡Oh!, ¡un rinoceronte!

—Oh! Un rhinocéros!


Berenguer (distinguiendo a Daisy): —¡Oh! ¡Daisy! (Se oyen pasos precipitados que huyen, exclamaciones como la vez anterior).

La camarera: —¡No faltaba más que eso!

El dueño del café (a la Camarera): —¡Usted me pagará los vasos rotos! (Berenguer trata de disimular, para que no lo vea Daisy.

El Señor anciano, el Lógico, el Almacenero, la Almacenera se dirigen hacia el centro del escenario y dicen:) Juntos: —¡No faltaba más que eso!

Juan y Berenguer: —¡No faltaba más que eso! (Se oye un maullido desgarrador, después, el grito, también desgarrador, de una mujer).

Todos: —¡Oh! (Casi en el mismo momento y mientras los ruidos se alejan rápidamente, aparece el Ama de casa de antes, sin su cesta, pero teniendo en sus brazos un gato muerto y ensangrentado).

El ama de casa (lamentándose): —¡Aplastó a mi gato, aplastó a mi gato!

La camarera: —¡Aplastó a su gato!

(El Almacenero, la Almacenera, en la ventana; el Señor anciano, Daisy y el Lógico rodean al Ama de casa y dicen:)

Juntos: —¡Pero qué desgracia, pobre animalito!

El señor anciano: —¡Pobre animalito!

Daisy y la camarera: —¡Pobre animalito!

El almacenero, la almacenera, en la ventana, el señor anciano, el lógico: —¡Pobre animalito!

El dueño del café (a la Camarera, mostrándole los vasos rotos, las sillas caídas): —¿Qué hace ahora? ¡Recójame eso!

(A su vez, Juan y Berenguer se precipitan, rodean al Ama de casa que se sigue lamentando, con el gato muerto entre los brazos).

La camarera (dirigiéndose hacia la terraza del café para recoger los restos de vidrios y las sillas dadas vuelta, mirando hacia atrás, hacia el Ama de casa): —¡Oh! ¡Pobre animalito!

El dueño del café (indicándole con el dedo, a la Camarera, las sillas y los vasos rotos): —Ahí, ahí.

El señor anciano (al Almacenero): —¿Qué me dice usted?

Berenguer (al Ama de casa): —No llore, señora, ¡nos rompe el corazón!

Daisy (a Berenguer): —Señor Berenguer... ¿Estaba ahí? ¿Lo vio?

Berenguer (a Daisy): —Buen día, señorita Daisy, no tuve tiempo de afeitarme, discúlpeme por...

El dueño del café (controlando cómo se recogen los restos, después, echándole una mirada al Ama de casa): —¡Pobre animalito!

La camarera (recogiendo los restos, de espaldas al Ama de casa): —¡Pobre animalito!

(Evidentemente, todas estas réplicas deben ser dichas muy rápido, casi simultáneamente).

La almacenera (a la ventana): —¡Es demasiado fuerte!

Juan: —¡Es demasiado fuerte!

El ama de casa (lamentándose y meciendo el gato muerto entre sus brazos): —¡Mi pobre Misú, mi pobre Misú!

El señor anciano (al Ama de casa): —¡Me hubiera encantado volver a verla en otras circunstancias!

El lógico (al Ama de casa): —¡Qué quiere, señora, todos los gatos son mortales! Hay que resignarse.

El ama de casa (lamentándose): —¡Mi gato, mi gato, mi gato!

El dueño del café (a la Camarera, que tiene el delantal lleno de astillas de vidrio): —¡Vamos, lleve eso al tacho de basura! (Ha levantado las sillas). ¡Me debe mil francos!

La camarera (volviendo a entrar en la tienda, al Dueño): —No piensa más que en su plata.

La almacenera (al Ama de casa, desde la ventana): —Cálmese, querida señora.

El señor anciano (al Ama de casa): —Cálmese, querida señora.

El almacenero (desde la ventana): —¡De todos modos da pena!

El ama de casa: —¡Mi gato, mi gato, mi gato!

Daisy: ¡Ah!, sí, de todos modos da pena.

El señor anciano (sosteniendo al Ama de la casa y digiriéndose con ella a una mesa de la terraza; lo siguen todos los demás): —Siéntese aquí, señora.

Juan (al Señor anciano): —¿Qué me dice de esto?

El almacenero (al Lógico): —¿Qué me dice de esto?

La almacenera (a Daisy, desde la ventana): —¿Qué me dice de esto?

El dueño del café (a la Camarera que reaparece, mientras hacen sentar, en una de las mesas de la terraza, al Ama de casa llorando, que sigue meciendo al gato muerto): —Un vaso de agua para la señora.

El señor anciano (a la Señora): —¡Siéntese, querida señora!

Juan: —¡Pobre mujer! La almacenera (desde la ventana): —¡Pobre animalito!

Berenguer (a la Camarera): —Tráigale más bien un coñac.

El dueño del café (a la Camarera): —¡Un coñac! (Señalando a Berenguer). ¡El señor paga!

(La Camarera entra en la tienda diciendo:)

La camarera: —Entendido, un coñac.

El ama de casa (sollozando): —¡No quiero un coñac, no quiero un coñac!

El almacenero: —Acababa de pasar delante de la tienda.

Juan (al Almacenero): —¡No era el mismo!

El almacenero (a Juan): —Sin embargo...

La almacenera: —¡Oh! Sí, era el mismo.

Daisy: —¿Es la segunda vez que pasa?

El dueño del café: —Me parece que era el mismo.

Juan: —No, no era el mismo rinoceronte. El de hace un rato tenía dos cuernos sobre la nariz, era un rinoceronte de Asia; éste no tenía más que uno, era un rinoceronte de África.

 (La Camarera sale con una copa de coñac, se la lleva a la Señora).

El señor anciano: —Aquí tiene un coñac para reanimase.

El ama de casa (llorando): —No...

Berenguer (de pronto enervado, a Juan): —¡Dices tonterías!... ¿Cómo pudiste distinguir los cuernos? El animal pasó a semejante velocidad que apenas lo pudimos ver.

Daisy (al Ama de casa): —Pero sí, ¡le hará bien!

El señor anciano (a Berenguer): —En efecto, iba rápido.

El dueño del café (al Ama de casa): —Pruébelo, es rico.

Berenguer (a Juan): —No tuviste tiempo de contar sus cuernos...

La almacenera (a la Camarera, desde la ventana): —Hágala beber.

Berenguer (a Juan): —Además, estaba envuelto en una nube de polvo...

Daisy (al Ama de casa): —Beba, señora.

Voilà du cognac pour vous remonter.
—Nooon...
—Mais si, ça vous fera du bien!


El señor anciano (al Ama de casa): —Un traguito, mi querida dama... valor... (La Camarera hace beber al Ama de casa, llevándole la copa a los labios; ésta hace gesto de negarse y bebe de todos modos).

La camarera: —¡Ahí está!

La almacenera (desde su ventana) y Daisy: —¡Ahí está!

Juan (a Berenguer): —Yo no estoy en las nubes. Calculo rápido, tengo la mente clara.

El señor anciano (al Ama de casa): —¿Se siente mejor?

Berenguer (a Juan): —Se abalanzaba con la cabeza baja, veamos.

El dueño del café (al Ama de casa): —¿No es cierto que es rico?

Juan (a Berenguer): —Justamente, se veía mejor.

El ama de casa (después de haber bebido): —¡Mi gato!

Berenguer (irritado, a Juan): —¡Tonterías! ¡Tonterías!

La almacenera (desde su ventana, al Ama de casa): —Tengo otro gato para usted.

Juan (a Berenguer): —¿Yo? ¿Te atreves a pretender que digo tonterías?

El ama de casa (a la Almacenera): —¡No quiero otro! (Solloza, meciendo a su gato).

Berenguer (a Juan): —Por supuesto que sí, tonterías.

El dueño del café (al Ama de casa): —¡Entre en razón!

Juan (a Berenguer): —¡Yo nunca digo tonterías!

El señor anciano (al Ama de casa): —¡Actúe con filosofía!

Berenguer (a Juan): —¡Y tú no eres más que un pretencioso! (Levantando la voz). Un pedante...

El dueño del café (A Juan y a Berenguer): —¡Señores, señores!

Berenguer (a Juan, prosiguiendo):.. .—un pedante que no está seguro de sus conocimientos porque, ante todo, es el rinoceronte de Asia el que tiene un cuerno sobre la nariz, el rinoceronte de África tiene dos.

(Los otros personajes dejan al Ama de casa y van a rodear a Juan y a Berenguer que discuten muy fuerte).

Juan (a Berenguer): —¡Te equivocas, es al contrario!

El ama de casa (sola): —¡Era tan lindo!

Berenguer: —¿Quieres apostar?

La camarera: —¡Quieren apostar!

Daisy (a Berenguer): —No se enerve, señor Berenguer.

Juan (a Berenguer): —Yo no apuesto contigo. ¡Tú eres el que tiene dos cuernos! ¡Pedazo de asiático!

La camarera: —¡Oh!

La almacenera (desde la ventana, al Almacenero): —Van a pelearse.

El almacenero (a la Almacenera): —Te parece, es una apuesta.

El dueño del café (a Juan y Berenguer): —Nada de escándalos aquí.

El señor anciano: —Veamos... ¿Qué clase de rinoceronte no tiene más que un cuerno sobre la nariz? (Al Almacenero). ¡Usted que es comerciante debería saberlo!

La almacenera (desde la ventana, al Almacenero): —¡Deberías saberlo!

Berenguer (a Juan): —Yo no tengo ningún cuerno. ¡No lo llevaría jamás!

El almacenero (al Señor anciano): —¡Los comerciantes no pueden saberlo todo!

Juan (a Berenguer): —¡Sí!

Berenguer (a Juan): —Tampoco soy asiático. Por otra parte, los asiáticos son hombres como todo el mundo.

La camarera: —Sí, los asiáticos son hombres como usted y yo...

El señor anciano (al Dueño del café): —¡Es justo!

El dueño del café (a la Camarera): —¡Nadie le pide su opinión!

Daisy (al Dueño del café): —Ella tiene razón. Son hombres como nosotros.

(El Ama de casa sigue lamentándose durante toda esta discusión).

El ama de casa: —Era tan dulce, era como nosotros.

Juan (fuera de sí): —¡Son amarillos!

(El Lógico, apartado, entre el Ama de casa y el grupo que se formó alrededor de Juan y de Berenguer sigue la controversia atentamente sin participar en ella).

Juan: —Adiós, señores. (A Berenguer). ¡A ti no te saludo!

El ama de casa (lamentándose): —¡Nos quería tanto! (Solloza).

Daisy: —Veamos, señor Berenguer, veamos, señor Juan...

El señor anciano: —He tenido amigos asiáticos. Tal vez no eran verdaderos asiáticos...

El dueño del café: —Yo conocí asiáticos verdaderos.

La camarera (a la Almacenera): —Yo tuve un amigo asiático.

El ama de casa (lamentándose): —¡Lo tuve desde pequeñito!

Juan (siempre fuera de sí): —¡Son amarillos! ¡Amarillos! ¡Muy amarillos!

Berenguer (a Juan): —En todo caso, ¡tú eres escarlata!

La almacenera (desde la ventana) y la camarera: —¡Oh!

El dueño del café: —¡Esto se pone mal!

El ama de casa (lamentándose): —¡Era tan limpito! ¡Hacía en el aserrín!

Juan (a Berenguer): —¡Ya que es así, no me verás más! Pierdo mi tiempo con un imbécil de tu clase.

El ama de casa (lamentándose): —¡Se hacía entender!

(Juan sale hacia la derecha, muy rápido, furioso. De todos modos se da vuelta antes de irse definitivamente).

El señor anciano (al Almacenero): —También hay asiáticos blancos, negros, azules, otros, como nosotros.

Juan (a Berenguer): —¡Borracho! (Todos lo miran consternados).

Berenguer (en dirección a Juan): —¡No te lo permito!

Todos (en dirección a Juan): —¡Oh!

El ama de casa (lamentándose): —No le faltaba más que la palabra. ¡Ni eso!

Daisy (a Berenguer): —No tendría que haberlo hecho enojar.

Berenguer (a Daisy): —No es mi culpa...

El dueño del café (a la Camarera): —Vaya a buscar un pequeño ataúd para este pobre animal...

El señor anciano (a Berenguer): —Considero que tiene razón. El rinoceronte de Asia tiene dos cuernos, el rinoceronte de África tiene uno...

El almacenero: —El señor sostenía lo contrario.

Daisy (a Berenguer): —¡Se equivocan los dos!

El señor anciano (a Berenguer): —De todos modos usted tuvo razón.

La camarera (al Ama de casa): —Venga, señora, lo vamos a meter en una caja.

El ama de casa (sollozando perdidamente): —¡Jamás! ¡Jamás!

El almacenero: —Pido disculpas; yo opino que el señor Juan es quien tenía razón.

Daisy (volviéndose hacia el Ama de casa): —¡Sea razonable, señora! (Daisy y la Camarera llevan al Ama de casa con su gato muerto, hacia la entrada del café).

El señor anciano (a Daisy y a la Camarera): —¿Quieren que las acompañe?

El almacenero: —El rinoceronte de Asia tiene un cuerno, el rinoceronte de África, dos. Y viceversa.

Daisy (al Señor anciano): —No vale la pena. (Daisy y la Camarera entran en el café, llevando al Ama de casa, siempre inconsolable).

La almacenera (al Almacenero, desde su ventana): —¡Oh! Siempre con tus ideas que son diferentes de las de todo el mundo.

Berenguer (aparte, mientras los otros siguen discutiendo el tema de los cuernos de rinoceronte):
—Daisy tiene razón, hice mal en contradecirlo.

El dueño del café (al Almacenero): —Su marido tiene razón, el rinoceronte de Asia tiene dos cuernos, el de África tiene que tener dos, y viceversa.

Berenguer (aparte): —No soporta la contradicción. La menor objeción lo hace echar espuma por la boca.

El señor anciano (al Dueño del café): —Usted se equivoca, amigo mío.

El dueño del café (al Señor anciano): —¡Pues le pido perdón!...

Berenguer (aparte): —La cólera es su único defecto.

La almacenera (desde su ventana, al Señor anciano, al Dueño del café y al Almacenero): —A lo mejor los dos son iguales.

Berenguer (aparte): —En el fondo, tiene un corazón de oro, me ha hecho innumerables favores.

El dueño del café (al Almacenero): —El otro no puede tener más que uno si el uno tiene dos.

El señor anciano: —A lo mejor el uno es el que tiene uno y el otro el que tiene dos.

Berenguer (aparte): —Lamento no haber sido más conciliador. ¿Pero por qué se empecina? No quería sacharlo de sus casillas. (A los demás). ¡Siempre sostiene enormidades! Siempre quiere dejar estupefacto a todo el mundo con su saber. No admite nunca que podría equivocarse.

El señor anciano (a Berenguer): —¿Tiene usted pruebas?

Berenguer: —¿De qué?

El señor anciano: —De su afirmación de hace un momento que provocó la lamentable controversia con su amigo.

El almacenero (a Berenguer): —Sí, ¿tiene usted pruebas?

El señor anciano (a Berenguer): —¿Cómo sabe que uno de los dos rinocerontes tiene dos cuernos y el otro uno? ¿Y cuál?

El almacenero: —No lo sabe más que nosotros.

Berenguer: —Ante todo, no sabemos si hubo dos. Incluso creo que no hubo más que un rinoceronte.

El dueño del café: —Admitamos que hubo dos. ¿Cuál es unicornio, el rinoceronte de Asia?

El señor anciano: —No, el rinoceronte de África es el bicorne. Así lo creo.

El dueño del café: —¿Cuál es bicorne?

El almacenero: —No es el de África.

La almacenera: —No es fácil ponerse de acuerdo.

El señor anciano: —De todos modos hay que elucidar ese problema.

El lógico (saliendo de su reserva): —Señores, discúlpenme por intervenir. Allí no está la cuestión. Permítanme presentarme...

El ama de casa (llorando): —¡Es un lógico!

El dueño del café: —¡Oh! ¡Es lógico!

El señor anciano (presentando al Lógico a Berenguer): —¡Mi amigo el lógico!

Berenguer: —Encantado, señor.

El lógico (continuando): —...Lógico profesional: aquí tiene mi cédula de identidad. (Muestra su cédula).

Berenguer: —Muy honrado, señor.

El almacenero: —Estamos muy honrados.

El dueño del café: —Quisiera decirnos ahora, señor lógico, si el rinoceronte africano es unicornio...

El señor anciano: —O bicorne...

La almacenera: —Y si el rinoceronte asiático es bicorne.

El almacenero: —O bien unicornio.

El lógico: —Justamente, ésa no es la cuestión. Es esto lo que debo precisar.

El almacenero: —Sin embargo es lo que hubiéramos querido saber.

El lógico: —Déjenme hablar, señores.

El señor anciano: —Dejémoslo hablar.

La almacenera (al Almacenero, desde la ventana): —Déjenlo pues hablar.

El dueño del café: —Lo escuchamos, señor.

El lógico (a Berenguer): —Es a usted, sobre todo, a quien me dirijo. A las otras personas presentes también.

El almacenero: —A nosotros también...

El lógico: —Vea usted, al comienzo el debate versaba sobre un problema del cual se apartaron a pesar de ustedes mismos. Al comienzo se preguntaban si el rinoceronte que acaba de pasar es el mismo de hace un momento o si es otro. Es eso lo que se debe responder.

 Berenguer: —¿De qué forma?

El lógico: —Así: pueden haber visto dos veces un mismo rinoceronte que tiene un solo cuerno...

El almacenero (repitiendo como para comprender mejor): —Dos veces el mismo rinoceronte.

El dueño del café (con la misma actitud): —Llevando un solo cuerno...

El lógico (continuando): —...como pueden haber visto dos veces un mismo rinoceronte con dos cuernos.

El señor anciano (repitiendo): —Un solo rinoceronte con dos cuernos, dos veces...

El lógico: —Eso es. Pueden incluso haber visto un primer rinoceronte con un cuerno, después otro, que tuviera igualmente un solo cuerno.

La almacenera (desde la ventana): —Aja, aja...

El lógico: —Y también un primer rinoceronte con dos cuernos y luego un segundo rinoceronte con dos cuernos.

El dueño del café: —Es exacto.

El lógico: —Ahora: si hubieran visto...

El almacenero: —Si hubiéramos visto...

El señor anciano: —Sí, si hubiéramos visto...

El lógico: —Si hubieran visto la primera vez un rinoceronte con dos cuernos...

El dueño del café: —Con dos cuernos...

El lógico: —...La segunda vez un rinoceronte con un cuerno...

El almacenero: —Con un cuerno.

El lógico: —...eso tampoco sería concluyente.

El señor anciano: —Todo eso no sería concluyente.

El dueño del café: —¿Por qué?

La almacenera: —¡Ay, ay, ay!... No entiendo nada.

El almacenero: —¡Sí! ¡Sí! (La Almacenera, encogiéndose de hombros, desaparece de su ventana).

El lógico: —En efecto, es posible que desde hace un momento el rinoceronte haya perdido uno de sus cuernos y que el de ahora mismo sea el de recién.

Berenguer: —Comprendo, pero...

El señor anciano (interrumpiendo a Berenguer): —No interrumpa.

El lógico: —También puede ser que dos rinocerontes con dos cuernos hayan perdido los dos uno de sus cuernos.

El señor anciano: —Es posible.

El dueño del café: —Sí, es posible.

El almacenero: —¡Por qué no!

Berenguer: —Sí, pero...

El señor anciano (a Berenguer): —No interrumpa.

El lógico: —Si pudieran probar que la primera vez vieron un rinoceronte con un cuerno, fuera asiático o africano...

El señor anciano: —asiático o africano.

El lógico: —...la segunda vez, un rinoceronte con dos cuernos...

El señor anciano: —¡Con dos cuernos!

El lógico: —...fuera, poco importa, africano o asiático...

El almacenero: —Africano o asiático...

El lógico (continuando la demostración): —... En ese momento podríamos llegar a la conclusión de que nos enfrentamos con dos rinocerontes diferentes, porque es poco probable que un segundo cuerno pueda salir en algunos minutos, de manera visible, sobre la nariz de un rinoceronte...

El señor anciano: —Es poco probable.

El lógico (encantado con su razonamiento): —...eso haría de un rinoceronte asiático o africano...

El señor anciano: —asiático o africano.

El lógico: —...un rinoceronte africano o asiático.

El dueño del café: —africano o asiático.

El almacenero: —Sí, sí.

El lógico: —...Ahora bien, eso no es posible en buena lógica, una misma criatura no puede haber nacido en dos lugares a la vez...

El señor anciano: —Ni tampoco sucesivamente.

El lógico (al Señor anciano): —Eso es lo que hay que demostrar.

Berenguer (al Lógico): —Eso me parece claro, pero no resuelve la cuestión.

El lógico (a Berenguer, sonriendo con aire competente): —Evidentemente, querido señor, sólo de esta forma el problema está planteado de manera correcta.

El señor anciano: —Es totalmente lógico.

El lógico (levantándose el sombrero): —Hasta pronto, señores. (Se da vuelta y sale por la izquierda, seguido del Señor anciano).

El señor anciano: —Hasta pronto, señores (Se levanta el sombrero y sale a continuación del Lógico,).

El almacenero: —Tal vez sea lógico...

(En ese momento, desde el café, el Ama de casa, en actitud de profundo duelo, sale, llevando una caja, la siguen Daisy y la Almacenera, como para un entierro. El cortejo se dirige hacia la salida de la derecha).

El almacenero (continuando): —... Tal vez sea lógico, sin embargo, ¿podemos admitir que nuestros gatos sean aplastados ante nuestros ojos por rinocerontes con un cuerno o con dos cuernos, sean asiáticos o sean africanos? (Muestra, con gesto teatral, el cortejo que está por salir).

El dueño del café: —¡Tiene razón, es justo! ¡No podemos permitir que nuestros gatos sean aplastados por rinocerontes o por cualquier otra cosa!

El almacenero: —¡No podemos permitirlo!

La almacenera (sacando la cabeza por la puerta de la tienda, al Almacenero): —¡Vamos, vuelve a entrar! ¡Van a venir los clientes!

El almacenero (dirigiéndose hacia la tienda): —¡No, no podemos permitirlo!

Berenguer: —¡No tendría que haberme peleado con Juan! (Al Dueño del café). ¡Tráigame una copa de coñac!, ¡una grande!

El dueño del café: —¡Se la traigo! (Va a buscar la copa de coñac al café).

Berenguer (solo): —¡No tendría que haberlo hecho, no tendría que haberme encolerizado! (El dueño del café sale con una gran copa de coñac en la mano). Me siento demasiado apenado para ir al museo. Cultivaré mi espíritu en otra ocasión. (Toma la copa de coñac y la bebe).

TELÓN
FIN DEL PRIMER ACTO

          ¿Les gusta? Espero que sí, yo lo he disfrutado, y mucho. Aquí les dejo el link para que sigan con los dos actos que faltan, a partir de la pág. 35:
https://elverdegaban.files.wordpress.com/2014/01/bajar-rinoceronte.pdf

   
Art cover for the play Rhinocéros


Y en francés:
https://www.scarsdaleschools.k12.ny.us/cms/lib/NY01001205/Centricity/Domain/906/Rhinoceros.pdf

Una vez que lo lean, pueden ver la obra de teatro:


https://www.youtube.com/watch?v=jWU2yqFP-wA&t=57s

O la película de Tom O´Horgan [1974], con un importante elenco de actores:
https://www.filmaffinity.com/ar/film713350.html

https://www.youtube.com/watch?v=tYgR1Pb-lk4

Notas, lecturas

- Análisis de la obra. Biografía del autor:
http://rhinoceros-ionesco.fr/analyse-de-la-piece-rhinoceros/

- Análisis de la obra [2]. Biografía del autor. Universidad Del Salvador:
http://di.usal.edu.ar/archivos/di/AGUIRRE_%20Rinoceronte.pdf

- Leer a Ionesco en el siglo XXI. Elena Poniatowska. Entrevista [1962]:
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/files/journals/1/articles/17308/public/17308-30350-1-PB.pdf

- Teatro del absurdo: Por Diego de Miguel, Escuela de teatro de La Plata.
https://www.youtube.com/watch?v=_e92W-Ulw6U


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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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