Las olas
[The Waves, 1931]
Virginia Woolf
[1882-1941, Reino Unido]
Traducción de Lenka Franulic [Edición de 1940] |
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
«El tema propio de la novela no existe: todo constituye el tema propio de la novela», escribió
Virginia Woolf, hace algunos años, en un ensayo sobre la novela moderna, en el cual esbozó un programa
destinado a hacer salir a esta rama de la literatura, la más genuinamente representativa de nuestra época,
del círculo viciosos en que se movía. La forma clásica de la novela, que había producido obras maestras
como las de Dickens, Jane Austen, Flaubert o Balzac, resultaba al presente inadecuada para expresar las
posibilidades infinitas del mundo contemporáneo, a la vez que era demasiado lógica para captar la
complejidad y variedad de percepciones del ser humano. No obstante, la mayor parte de los novelistas
gastaba una paciencia y esfuerzo enormes en continuar la tradición clásica. Construía cuidadosamente
sus capítulos para culminar con el desenlace que dejaba a sus héroes eternamente felices o desdichados,
y nos brindaba toda clase de detalles concernientes al aspecto exterior de sus personajes, quienes vestían
y hablaban según los más rigurosos dictados de la moda; pero, ¿qué nos decían del movimiento interior
del pensamiento, de aquellas súbitas percepciones o interrogaciones que asaltan el espíritu mientras el
ser humano se encuentra entregado a las faenas de la existencia cotidiana?
«Examinemos, por un instante, un cerebro normal en un día cualquiera. La mente percibe miríadas
de impresiones triviales, fantásticas, ya efímeras, ya grabadas con la precisión del acero. Ellas surgen
de todas partes, en un incesante espectáculo de innumerables átomos, y a medida que caen, a medida
que adquieren forma en la vida del lunes o del martes, el acento cae diferente al de antaño; el momento
de importancia ocurrió aquí y no allá; de modo que si el escritor fuera un hombre libre y no un esclavo,
si pudiera escribir lo que desea y no lo que debe, si pudiera basar su obra en su propio sentimiento y
no en convencionalismos, no habría trama, ni comedia, ni tragedia, ni interés amoroso, ni catástrofe
en el estilo establecido. La vida no es una serie de lámparas dispuestas sistemáticamente; la vida es un
halo luminoso, una envoltura semitrasparente que nos rodea desde el nacimiento de nuestra conciencia
hasta el fin. ¿No es acaso la tarea del novelista coger este espíritu cambiante, desconocido, ilimitado,
con todas sus aberraciones y complejidades y con la menor mezcla posible de los hechos exteriores y
ajenos?»
Después de explicar su concepción de la novela, Virginia Woolf se entregó a la tarea de realizar,
por sí misma, este programa, rompiendo con todas las ligaduras que ataban a la ficción ordinaria y
convirtiéndose en la más avanzada experimentadora en este campo de la literatura. Desechando los
convencionalismos de la forma y la acción, de la unidad de lugar y de tiempo y la coherencia aparente de
la trama, escribió «La Pieza de Jacob», obra en que las transiciones del argumento son omitidas, en que
sólo nos muestra los puntos culminantes de la vida del héroe, y en que los cambios son realizados sin
advertencia previa. A esta novela siguieron «La señora Dalloway», en la cual describe un solo día en la
existencia de la heroína, día que se prolonga, sin embargo, hacia el pasado, a través de la corriente de los
pensamientos que fluyen a la mente de la protagonista y que son suscitados por cualquier estímulo
pequeño o trivial: una nube en el cielo, un perfume, el espectáculo de una mendiga; «Orlando», en que la
autora no sólo juega deliciosamente con la noción del tiempo, sino incluso con la de sexo y, finalmente, «Las Olas», en que los hechos externos son enteramente suprimidos y sólo percibimos el mundo concreto a través de las conciencias humanas.
La base de la técnica empleada por Virginia Woolf en «Las Olas» es el soliloquio interior que ya
había utilizado James Joyce en «Ulysses», pero esta vez no es un solo personaje el que habla, sino que las
seis figuras centrales se entregan a monólogos que a veces se entrecruzan transformándose en coloquios,
que no se desarrollan jamás, sin embargo, en un plano real, sino en la conciencia de cada personaje. Cada cual registra las percepciones que caen sobre su conciencia, y sus pláticas nos van proporcionando,
gradualmente, la clave de sus respectivas personalidades, que se tornan cada vez más precisas e
inconfundibles, a medida que avanzamos en las páginas del libro. Nada sabemos del aspecto físico de
estos personajes, de los acontecimientos en que ellos participan, de cómo viven o visten. Y no necesitamos
saberlo; pues, a través de sus percepciones, llegamos a conocerles tan íntimamente que sabemos que
Bernardo jamás escribirá la novela que siempre está pensando escribir, con la misma certidumbre con
que comprendemos que para Rhoda no existe evasión posible fuera de la muerte.
Cada capítulo de «Las Olas» está precedido de la descripción de un paisaje, siempre el mismo, pero
que varía de color y de aspecto según la hora del día. Tampoco la naturaleza humana cambia; sólo
parece transformarse, de la misma manera que partículas de agua movidas por una ola.
Primero es el amanecer, que corresponde a la infancia de los protagonistas; en seguida el mediodía
y la tarde, con la luz plena de la juventud, y finalmente el crepúsculo y la noche, con la madurez y la
vejez, que sobrevienen implacablemente.
Los franceses han denominado a Virginia Woolf la fée des lettres anglaises. El hada, por la magia
y la riqueza verbal de su estilo; por la belleza de sus imágenes, que hace imperceptible el límite que
separa a la prosa de la poesía en sus páginas. Con un toque seguro, extrae de la vida cotidiana un objeto
mil veces descrito, mil veces contemplado por nuestros ojos y, en el acto, dicho objeto adquiere un
contorno y un matiz inesperados y se reviste de una sugestión misteriosa y extraña.
Todo constituye el tema propio de la novela cuando se posee el talento creador, la originalidad y el
genio poético de Virginia Woolf.
LENKA FRANULIC
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
La muerte tiene el poder misterioso de arrancar a los seres humanos del marco estrecho de su
época, para situarlos, junto con su obra, dentro del plano ilimitado de la eternidad.
Nadie escatimó su grandeza a Virginia Woolf en vida: unánimemente se la reconoció como la más
notable escritora de nuestro tiempo; mas su muerte, acaecida en su retiro de Sussex, en los momentos en
que Inglaterra soportaba angustiosamente todo el rigor de la guerra, ha venido a conferir a su obra el
sello de permanencia que posee la literatura clásica universal. Virginia Woolf, que supo expresar en un
estilo incomparable la belleza fugitiva de un instante, la angustia del deseo humano, la esencia misma de
lo ilusorio, de lo mutable, de lo intangible, no sólo es ahora la más grande novelista de la literatura
inglesa, sino que figura, por el contenido poético de su prosa, entre los poetas ingleses de todos los
tiempos: Shakespeare, Shelley, Blake.
Ante su desaparición, su novela «Las Olas» se consagra también definitivamente, como su obra
maestra; ella contiene, más que ninguna otra, la clave de su suicidio, de aquel trágico impulso que llevó
a su autora a buscar la muerte en medio del elemento que la obsesionaba: el agua. Abajo se extienden
las luces de las barcas de pesca, exclama Virginia Woolf a través de Rhoda: Las rocas se desvanecen.
Innumerables y pequeñas olas grises se extienden delante de nosotros. Ya no toco nada; no veo nada.
Podríamos caer y reposar sobre las olas. El mar golpeará en mis oídos. Los pétalos blancos se
obscurecerán al contacto del agua marina. Flotarán por un instante y después se hundirán. Seré
arrollada por una ola. Otra me llevará sobre sus hombros. Todo se derrumba en una catarata gigantesca
en la que me siento disolver...
Después de la muerte de Virginia Woolf ha aparecido su última novela: «Betwen the Acts», en la
que los críticos han querido encontrar la posible explicación de su trágico fin, pero como ha dicho
Allanah Harper, una no puede menos de desear que «Between the Acts» hubiese precedido a «Las Olas» y que ésta hubiese sido la última novela de Virginia Woolf, pues este largo poema en prosa que constituye
un experimento sin paralelo en la literatura inglesa, es un libro de tan rara belleza y tristeza, que hay algo
de conclusivo en él.
L.F
Notas
- Lenka Franulic:
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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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