miércoles, 31 de agosto de 2016

"Francamente, Frank", de Richard Ford

Francamente, Frank 

[2015]

[Let Me be Frank With You, 2014]

Richard Ford

[Jackson, Mississippi, 16 de febrero de 1944]


Richard Ford, 
                           Premio Pulitzer, Faulkner, PEN, Princesa de Asturias de las Letras y Miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, deleita con gracia y talento.
Su nombre se destaca junto a otros escritores estadounidenses contemporáneos, como Philip Roth o John Updike, y sus novelas El periodista deportivo [1986], El día de la independencia [1996], Acción de gracias [2016] y Canadá [2012] han sido varias veces premiadas y ubicadas entre las más leídas.


Editorial Anagrama, Barcelona. Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Ilustración: fotografía de Rob Lybeck; 228 páginas


Una casa puede ser la ventana a través de la cual miras el mundo.
Cuando esa casa ya no está, tu perspectiva cambia.


A house is where you look at the window and see the world.

«Aquí estoy yo», se titula el primero de los cuatro capítulos [o relatos cortos] de esta historia. Y aquí está nuestro protagonista, el querido personaje ya conocido por los que frecuentan la literatura moderna estadounidense de Richard Ford, Frank Bascombe, aparecido por primera vez en su novela El periodista deportivo [1986].

Es la voz de Frank la que nos cuenta la historia. Un hombre políticamente incorrecto que ronda los setenta años, y que habla y piensa con el tono agudo y provocativo que muchos de sus lectores conocen y admiran. Y para los que estrenan a Richard Ford, se les hará inolvidable.

Comienzo. Es invierno en Haddam, Nueva Jersey, y faltan dos semanas para Navidad.


A house in the central Jersey Shore coast collapsed after Superstorn Sandy hit in 2012. 

El aire que allí se respira, sin embargo, no es precisamente aroma de ponche o de galletas de canela, es aroma a reparación de viviendas a gran escala, es el aire del desastre. Es que por allí ha pasado el huracán Sandy.

Y el incrementado movimiento comercial tiendas, negocios de artículos para la casa que no dan abasto, reguero de clientes yendo y viniendo con sus colchones e inodoros a cuestas, nos dice que, aunque todo sucedió hace seis semanas, la desorientación que continúa una catástrofe está presente. Todos continúan perplejos.

Allí está Frank, ex agente inmobiliario, habitante y conocedor de esta zona. Él es un hombre tranquilo que quiere tener su conciencia tranquila. Ya ha llamado a viejos clientes para ponerse al tanto someramente, claro— de cómo han campeado ellos «el temporal». Muestras de empatía que son débiles consuelos para quienes han sufrido realmente la pérdida.

Así es la personalidad de Frank, irónico y burlón, pero sabio al mismo tiempo, sabe quién es quién en su ambiente, y lo más importante y atrayente para mí, sabe quién es él.
Nos saca, con sus reflexiones y con todo lo que va a ir aconteciendo, del clima de tristeza que habíamos supuesto, o al menos no será excluyente de muchas sonrisas nuestras. 
Claro que el telón de fondo del huracán ya está instalado.   

Arnie Urquhart es uno de sus viejos clientes, además de haber sido compañero de hockey en la Universidad de Michigan. Es un hombre rico que ha hecho su dinero manejando hábilmente una marisquería para «clientes selectos» al norte de Jersey.
Esa mañana, Frank, recibe la llamada de Arnie, quien lo cita en su casa de Sea-Clift. En realidad, en lo que queda de una mansión de playa frente a lo que parecía ser un mar benigno, y la propia casa de Frank en otros tiempos. 
Reacio a ir, Frank se topa con una triste realidad. Todas son malas noticias allí. Hasta el aspecto casi desconocido del amigo, ¡tanto ha cambiado! Pareciera que el huracán ha pasado también por su cara, afeminándola peligrosamente en su paso por el quirófano del cirujano plástico.
Ellos hablarán de negocios —o especulaciones, que a veces es lo mismo, amistad y familia. 

Frank se considera una persona grande, con una larga vida [y lo es] y como tal, reconoce que es mucho el acopio que se tiene a cierta edad, y a veces pesa. Y para no sentirse tan «inmerso» en las acumulaciones que la vida nos regala [o impone], cree que podría empezar a alivianarse. Comienza, por ejemplo, a limitar el lenguaje. «Retirar de su vocabulario una cantidad de palabras que están de más no estaría del todo mal», piensa. Hacerse de un buen inventario de las útiles, que después de todo iría acorde con la sustracción gradual que nos propone la vida, que nos lleva, si lo quisiéramos ver con optimismo, a una esencia más sólida, más cercana a la perfección [¡ja!]. Menos y mejores palabras para pensar más claramente, eso se propone Frank. 

Seleccionar esas que expresan nuestros pensamientos, que son cada vez más infrecuentes, cada vez más erráticos. Y ni hablar de las otras mal utilizadas. Ahora decimos, por ejemplo, «sin problema», en lugar de decir, «de nada», o «hidratarse», cuando es simplemente «beber».

Acá tendríamos unas cuantas personales para agregar, como decir «dale» para significar «estoy de acuerdo», «nada», en el comienzo de una frase hablada, que disimula carencia de idea o vocabulario, o simplemente hacer tiempo. La tan de moda «conectar» encabezaría la lista, que quiere decir encontrarse. En fin que no quiero desviarme de las que enumera Richard Ford, pero no puedo evitar decir que también me molestan y mucho [el genio de la edad].

Sally es la segunda y actual esposa de Frank, está estudiando para ser Consejera de Aflicción, y ya trabaja en esta generosa profesión, yendo y viniendo con una buena provisión de pañuelos de papel, me imagino.
Practica yoga y toma té en tazón [para completar el perfil], y siempre tranquiliza a su marido. Ella le avisará, le dará señales cuando vea algún indicio de que se está comportando como viejo, ¡nada de arrastrar los pies ni de tener mal aliento!

Ahora que... «¿cómo evitar las caídas?», se pregunta preocupado Frank. El suelo está cada vez más lejos y noticias de amigos que después de una caída ya no fueron los mismos, y lo que es peor, muchos pasaron a mejor vida, lo inquietan bastante. ¿De dónde se cayeron ellos? ¿De una azotea? ¿De un precipicio? ¿De una catarata? ¡No! ¡De su jardín! ¡Del escalón de su porche que suben y bajan todos los días!

Estas reflexiones se mezclan con temas musicales que recuerdan juventudes eróticas, promesas de coitos por el que uno renunciaría a toda su dignidad. Ya pasó, y lo que no se hizo...

La ocupación de Frank antes de retirarse, para no decir jubilarse que queda feo y puede ser traumático, era la de vender casas. Fueron buenos tiempos cuando aún la burbuja inmobiliaria no se había pinchado. Extraña, de alguna, manera la expectativa que esa actividad le producía. Ahora está en esa etapa de la vida donde escuchamos una voz que nos dice «vayan pasando al siguiente nivel», y bien sabemos cuál es ese nivel.

No todo es negro o gris. Frank tiene tiempo libre para hacer el bien. Ahí entra su actividad altruista: junto a otros veteranos dan la bienvenida cada semana a los soldados que vuelven de Irak y Afganistán. Un gesto pour la galerie, pensarán algunos desconfiados. O si son más condescendientes, pensarán que a él, como a tantos otros, le sirve para instalar su existencia en la vida del prójimo. No es poca cosa.
La propia presencia comienza a diluirse. La misma palabra «instalar» nos lo confirma. Nuestro sensor está todavía alerta y percibimos estos cambios, en como es mal recepcionada nuestra visibilidad. La curva es decreciente, sí sí.

Los pensamientos de Frank rondarán fantasías sobre lo que le puede tener deparado el destino. Se convence de que no es simplemente un viejo cualquiera. Caramba, él hace cosas diferentes de las que suelen hacer los viejos, y los argumentos son realmente ocurrentes. 

No es verdad que a medida que te vas haciendo viejo las cosas se te escurren de la cabeza.
Algunas cosas no las recuerdo debido al hecho de que no-me-interesan.

Todas estas deducciones de lo que le ocurre a «gente de nuestra edad», contadas con sorna y gracia, repito, tienen a la política y sociedad de Estados Unidos como telón de fondo: Obama y la encrucijada de los republicanos, la dominación del mundo por parte de su país, la religión como excusa para las peores atrocidades, la fe que va perdiendo terreno, el recuerdo del aplastamiento bestial a alguna revuelta india, temas raciales, control de armas, pros y contras del fin igualitario para todos los ciudadanos.

A partir de la desazón que produce mirar, escuchar y oler los restos que ha dejado el huracán, la gente no es la misma. No es tanto lo que se ha llevado, es lo que ha dejado en evidencia: espacios desnudos sin paredes y amistades que palidecen. Los lectores vamos encontrando otros significados, alegorías. La fugacidad es uno de los temas. 

Dejar una casa donde se ha sido feliz no es una decisión inteligente, sin embargo se hace, por distintos motivos, y muchas veces se lamenta. Sin embargo, qué poca importancia tiene esto cuando la casa ha desaparecido. Entonces la vida se pone de nuevo en perspectiva. 
Así, cada uno reduce la catástrofe a su propia escala.

A partir de acá los dejó a ustedes, queridos lectores. Estoy segura que disfrutarán de esta historia. Se les hará amena por varias razones, una es que llegan los otros tres capítulos: 
  • Todo podría ser peor 
  • La nueva normalidad 
  • Muertes de otros
Otra razón es que son historias que comienzan a desplegarse: la visita inesperada de la mujer negra, ex dueña de la casa de Frank, con una historia increíble; su primera mujer Ann y su nuevo novio —ese soso tarugo con aspecto de albóndiga polaca—; la relación con sus hijos: Ralph [fallecido], Clarissa [veterinaria], y Paul [lamentablemente jardinero], con todas esas complicaciones incomprensibles de la descendencia moderna. 

Devolver o no la llamada a su viejo amigo, el millonario, alegre y una vez atractivo Eddie Medley, ocupa la última parte, y para mí el mejor capítulo. He escuchado que muchos prefieren el tercero, donde Frank visita a su ex mujer que padece de Parkinson y vive en una residencia de lujo, lo volví a leer, ¡brillante!

Temas serios, como la amistad y la familia, cotidianos como la casa y el barrio, tragedias personales y climatológicas, la edad con sus consecuencias de enfermedades y soledad. Una especie de ennui que sobrevuela, este concepto emocional que muchos conocen como tedio, noia o spleen.

Y muchos más, tratados con inteligente humor y justa medida de ironía. Frases sin adornos innecesarios, en todo caso sí nombres comerciales reales que le dan efectividad y autenticidad a la novela, que transcurre en un ambiente de paisaje urbano de clase media alta. 

Sentí en muchos momentos, a pesar de no pertenecer a ese ambiente típico estadounidense, que comprendía muy bien al protagonista. A él lo enoja los lugares comunes, tics y posturas, opiniones rotundas que también me suelen molestar. Si es así que a ustedes también les sucede, les paso su sabio consejo ante una de esas situaciones que se nos hacen insoportables:

Un incómodo silencio es perfecto. 

                                                                       [«Hagamos silencio, que podamos oír los susurros de los dioses», Emerson].

El silencio suele ser la mejor defensa contra los mediocres, dice Frank. Además, permitiríamos a los dioses hacernos llegar su mensaje, digo yo recordando a Emerson.

Amarán a este personaje, quien como lector elige entretenerse con la correspondencia de escritores famosos. No sabe el porqué, pero le da la grata impresión de estar participando de una conversación interesante, y eso es uno de los lujos que ha descubierto, y así se va quedando con esos pocos gustos selectos.
Llega un momento que somos incapaces de elegir o innovar en grandes cosas, o simplemente no queremos, más cambios en nuestras vidas.

                            Bienaventuradamente, diría ampulosamente el amigo pastor que nunca falta.

Ahora me despido, hasta el próximo encuentro con un buen libro, que como dice Frank, nos salvan el día. No dejen de leer esta novela, con una prosa muy cuidada, muchas frases para subrayar y un mirar a los años que llegan como toda una experiencia.

C. G. 

Notas

- Traducción: Benito Gómez Ibáñez. 
La excelente traducción es de Benito Gómez Ibáñez [Madrid, 1945], traductor de la obra de Paul Auster desde hace más de veinte años, y de muchísimos otros grandes escritores, como Faulkner, Capote e Ian McEwan. No nos llamará la atención, ni creo que ya nos molestará, acostumbrados como estamos, a vocablos como joder, capullo o gilipollas. A lo que se agrega muchas N. de T. con palabras en español en el original. 
El título original es: Let Me Be Frank With You [creo que representa mucho más el contenido, «Déjame serte franco»], y acá está la portada.




- Richard Ford: nació en Jackson, la capital y la ciudad más poblada de Mississippi, EE. UU., the deep South. De joven [y siendo un joven problemático], vivió con sus abuelos maternos y realizó diferentes trabajos. Disléxico, no era un buen estudiante, confiesa que todo le costaba mucho. Así y todo, en 1966 se graduó en Literatura en la Universidad de Michigan. Allí conoció a Kristina Hensley con quien se casó.

Un robo de sus libros de Derecho en un momento crucial, fue el quiebre del rumbo que estaba tomando su vida. Entonces, se mudó a Nueva York y tomó la decisión de ser escritor. 

No fue un gran lector de joven, como lo fueron la mayoría de los escritores, debido a su dislexia. Pero cuando comenzó a leer buenas obras, lo hizo intensamente y con la lentitud que le estaba asignada. Eso lo benefició, fue más cuidadoso a la hora de escribir. Para perfeccionarse hizo una maestría de escritura creativa en la Universidad de California.

Sus novelas: Un trozo de mi corazón [1976], La última oportunidad [1981], se consagró con El periodista deportivo [1986], elegida por Times como una de las cinco mejores novelas del año y finalista del Premio Faulkner 1987, al año siguiente apareció la recopilación de relatos Rock Springs [1987], El día de la independencia [1996] obtuvo el premio Pulitzer y el Faulkner, De mujeres con hombres [1999], Pecados sin cuento [2002], Acción de gracias [2006] y cuatro nouvelles de Let Me Be Frank With You [2014], Canadá [2014].

Su personaje Frank Bascombe es el que le ha dado más fama y el que se ha querido ver como su álter ego. Tanto Frank como Richard nacieron en Mississippi, son hijos únicos, quedaron huérfanos de padre en la adolescencia, quisieron ser escritores y trabajaron como periodistas deportivos. Él lo niega: «Estaría confinado, limitado a lo que soy. Una buena novela lo es si provoca en el lector algo impredecible, algo que el escritor ha hecho con su imaginación y talento, lejos de su cándida vida».

Actualmente vive en Boothbay [Maine], pero vivió en muchos lugares de Estados Unidos. Esto lo ayudó a hacer un agente inmobiliario de su personaje Frank Bascombe. Al cambiar tantas veces de casa aprendió mucho de la jerga de esta profesión. No tiene hijos.



Richard Ford at his home in East Boothbay, Maine

- Richard Ford por Laura Barton:
https://www.theguardian.com/books/2003/feb/08/featuresreviews.guardianreview28

- Imágenes y audio: 
http://wunc.org/post/author-richard-ford-says-let-me-be-frank-about-aging-and-dying#stream/0

- Ceremonia Premios Princesa de Asturias, discursos:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/premios-principes-de-asturias/premios-princesa-asturias-2016/3766631/

El Rey Felipe entrega a Richard Ford el premio Princesa de Asturias de las Letras 2016.



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