sábado, 13 de agosto de 2016

«Un Baile de Máscaras», Alexandre Dumas, padre


Un Baile de Máscaras

[Un Bal masqué, Souvenirs d´Anthony, 1835]

Cuento de Alexandre Dumas, padre.

[24 de julio de 1802 - 5 de diciembre de 1870, Francia]



Muchos lo recuerdan por sus novelas históricas tan de moda ahora, otros por las de aventuras u obras de teatro. Fue indudablemente un escritor muy prolífico, por algo la fama de sus «colaboradores», les noirs.


     Hablar de La reina Margot [1845], Los tres mosqueteros [1844] o El conde de Montecristo [1945], obra favorita de muchos [¡es que lo tiene todo!], es nombrarlo: Alejandro Dumas. Y estamos ante un autor que no necesita presentación. Sus libros están en las listas de los imprescindibles y,.. ¡vaya con eso! Mejor recurrir a la propia elección, o consejo de una amigo que valoremos.

     Recuerdo, por ejemplo, cuando descubrí, por casualidad a propósito de un viaje a Córcega, Los hermanos Corsos* [1844], una novela corta contada en primera persona por el propio Dumas. Me encantó cuando leí: Por lo que respecta al viajero, no tiene que hacer sino cerrar los ojos y dejar que el animal se las componga a su guisa... Me vino de maravillas.

     Alejandro Dumas* era todo un personaje, muy viajero y polémico, gourmet y gastador, censurado, impulsor del género folletinesco, se podría hablar mucho de él, son tantas las anécdotas. De su infancia, criado casi como un salvaje o de su origen mestizo ya que era nieto de una esclava
negra de sus aventuras amorosas o de sus hijos extramatrimoniales.

     Salgo un poco de los halagos que leerán aquí y allá, y por propio divertimento me pregunto: ¿Cómo lo describe su famoso detractor, Eugène de Mirecourt [1812-1880]?


Le physique de M. Dumas est assez connu: stature de tambour-major, membre d´Hercule dans toute 
l´extension possible, lèvres saillantes, nez africain, tête crépue, visage bronzé.



[El aspecto físico del señor Dumas es bastante conocido: estatura de tambor mayor (un doble sentido, ya que el «tambor mayor», era el que estaba al frente de un desfile, y elegido por su altura y buen porte), miembros (brazos y piernas) de Hércules en toda la extensión posible (sigue con las finas ironías), labios prominentes, nariz africana, cabeza ensortijada, rostro bronceado].



Miremos la imagen que supo captar Nadar [1820-1910], 
uno de los más grandes fotógrafos del siglo XIX.
Photographié par Nadar [1855]



     Su origen y su carácter, formaron parte de la personalidad de un escritor que hay que conocer. Tiene algo de negro y algo de marqués, ésto última es su fino envoltorio, quítenlo y encontrarán sus dientes, el negro les mostrará sus dientes, dice Jean Tulard. 
El marqués: en público; el negro: en la intimidad.
Esta dualidad, ¿lo engrandece o lo debilita?

     Lo cierto es que su fama traspasó las fronteras de Francia desde un principio, ¡tantas emociones hay en sus obras! Y sí tuvo muchos detractores, también hubo muchos celos y prejuicios. Recordemos que era uno de los más vendidos, si no el más, aunque no siempre fue políticamente correcto reconocerlo. Se le negó su entrada a la Academia Francesa y se lo tildó de «escritor popular».

     Me gusta hablar de sus lecturas preferidas [Ivanhoe] y admiraciones literarias [Walter Scott], fue un lector ávido y desordenado; recordar su llegada a París y el deseo de cultivarse, lo que fue comenzar a frecuentar los ambientes culturales nunca ocultó su ambición de conquistar una gloria literaria de los famosos théâtres parisiennes: la Comédie- Française et l´Odéon, ya lo dije, aspiraba a lo mejor. 

     Me gusta hablar sí, de que fue tan popular como Victor Hugo [1802-1885], y, todo nos lleva a un rico siglo XIX, con sus grandes poetas, artistas y enigmas, del que fue protagonista.

     Hoy les traigo uno de sus cuentos, un drama romántico delicioso. Un amigo llamado Antony visita al propio Alejandro Dumas y le cuenta sobre un baile de máscaras al que ha asistido. El misterioso encuentro que allí tiene lugar da lugar a la historia.

Temas como la inocencia y la credulidad, la traición y la venganza, el enamoramiento alimentado por el misterio están en este relato corto. La máscara puede tener muchos significados que prefiero no develar, dejar a cada uno con su propia interpretación.

Lo pueden leer y escuchar, espero lo disfruten:


Le monde est un gran bal oú chacun est masqué.
Luc de Clapiers.








Había dado la orden de que se dijera que no estaba en casa para nadie: uno de mis amigos forzó la consigna.

Mi criado me anunció al señor Antony R... Descubrí, detrá de la librea de José, el cuerpo de una levita negra. Era probable, por lo tanto, que el que llevaba hubiese visto, por su parte, la falda de mi bata de casa. Siendo imposible ocultarme:

¡Muy bien! Que entre dije en alta voz.

«¡Qué se vaya al diablo!», dije en voz baja.

Cuando se trabaja, sólo la mujer que se ama puede interrumpir a uno impunemente; pues, hasta cierto punto, siempre está ella de algún modo en el fondo de lo que se hace.

Me fui, pues, hacia él con el aspecto medio irritado de un autor interrumpido en uno de los momentos en que más teme serlo, cuando le vi tan pálido y tan descompuesto, las primeras palabras que le dirigí fueron estas:

¿Qué tenéis? ¿Qué os ha ocurrido?

¡Oh! Dejadme respirar dijo. Voy a contároslo: pero, ¡qué digo!, esto es un sueño o sin duda, estoy loco.

Se arrojó sobre un sofá y dejó caer la cabeza entre sus manos.

Le miré asombrado: sus cabellos estaban mojados por la lluvia, sus rodillas y la parte baja de su pantalón, estaban cubiertos de barro. Me asomé a la ventana y vi a la puerta a su criado con el cabriolé: nada comprendía de aquello.

Él vio mi sorpresa.

He estado en el cementerio del Père-Lachaise me dijo.


J´ai été au cimetière du Père-Lachaise!



¿A las diez de la mañana?

Estaba allí a las siete... ¡Maldito baile de máscaras!

Yo no podía adivinar la relación que podía tener un baile de máscaras con el Père-Lachaise. Así es que me resigné, y volviendo la espalda a la chimenea, empecé a envolver un cigarrillo entre mis dedos, con la flema y paciencia de un español.

Cuando terminé de hacerlo, se lo ofrecí a Antony, el cual sabía yo que de ordinario agradecía mucho esta clase de atención.

Me hizo un signo de agradecimiento, pero rechazó mi mano. Por mi parte, me incliné a fin de encender el cigarrillo: Antony me detuvo.

Alejandro me dijo, escuchadme: os lo ruego.

Pero si hace un cuarto de hora que estáis aquí y no me decís nada.

¡Oh! Es una aventura muy rara.

Me enderecé, puse mi cigarro sobre la chimenea y me crucé de brazos como un hombre resignado: únicamente que empezaba a creer como él que muy bien podía haberse vuelto loco.

¿Os acordáis de aquel baile de la Ópera, en que os encontré? me dijo, después de un instante de silencio.

¿El último, en el que había a lo más doscientas personas?

Ese mismo. Os dejé con la intención de irme al de Variedades, del cual me habían hablado como cosa curiosa en medio de nuestra curiosa época: usted quiso disuadirme de que fuese; la fatalidad me empujaba a aquel sitio. ¡Oh! ¿Por qué no ha visto usted aquello; usted, dedicado a describir las costumbres? ¿Por qué Hoffman o Callot no estaban allí para pintar aquel cuadro fantástico y burlesco a la par que se desarrolló ante mis ojos? Acababa de dejar la Ópera vacía y triste y encontré una sala llena y gozosa: corredores, palcos, Plateas, todo estaba lleno.

«Di una vuelta por el salón: veinte máscaras me llamaron por mi nombre y me dijeron el suyo. Eran celebridades aristocráticas o financieras bajo innobles disfraces de pierrots, de postillones, de payasos o de verduleras».

«Eran todos jóvenes de nombre, de corazón, de mérito; y allí, olvidando familia, artes y política, reedificaban una tertulia del tiempo de la Regencia en medio de nuestra época grave y severa. ¡Ya me lo habían dicho y, sin embargo, yo no había querido creerlo! Subí algunas gradas, y, apoyándome sobre una columna, y medio escondido por ella, fijé los ojos en aquella ola de criaturas humanas que se movían a mis pies. Aquellos dominós de todos los colores, aquellos vestidos pintorreados y aquellos grotescos disfraces, formaban un espectáculo que no tenía semejanza con nada humano. La música empezó a tocar. ¡Oh! Entonces fue ella. Aquellas extrañas criaturas se agitaron al son de aquella orquesta cuya armonía llegaba a mis oídos en medio de gritos, de risas y de algazara; se cogieron unos a otros por las manos, por los brazos, por el cuello: se formó un gran círculo, empezando entonces un movimiento circular; bailadores y bailadoras pateando, haciendo levantar con ruido un polvo cuyos átomos hacía visibles la pálida luz de las arañas; dando vueltas con velocidad creciente y con extrañas posturas, con gestos obscenos, con gritos desordenados: dando vueltas cada vez con más rapidez, tirados por tierra como hombres borrachos, dando alaridos como mujeres perdidas, con más delirio que alegría, con más rabia que placer: semejantes a una cadena de condenados que hubiesen cumplido, bajo el látigo de los demonios, una penitencia infernal. Aquello ocurría en mi presencia y a mis pies. Sentía el viento que producían en su carrera: cada uno de los que me conocía me decía, al pasar, alguna palabra que me hacía enrojecer. Todo aquel ruido, todo aquel murmullo, toda aquella confusión, toda aquella música, estaban en mis oídos como en la sala. Muy pronto llegué a no saber si lo que tenía ante mis ojos era sueño o realidad; llegué a preguntarme sino era yo el insensato y ellos los razonables: se apoderaba de mí extrañas tentaciones de arrojarme en medio de aquella bacanal, como Fausto a través de las regiones infernales, y sentí entonces que tendría gritos, gestos, posturas y risas como las suyas. ¡Oh! De aquello a la locura no hay más que un paso. Quedé asombrado y me lancé fuera de la sala, perseguido hasta la puerta de la calle por aullidos que parecían aquellos rugidos de amor que salen de la caverna de las bestias feroces».

«Me detuve un instante bajo el pórtico para tranquilizarme. No quería aventurarme en la calle lleno mi espíritu de tanta confusión: es muy fácil que no hubiese conocido el camino: es muy fácil que hubiese sido atropellado por un coche sin quererlo yo mismo. Me encontraba en ese estado en que se encuentra un hombre borracho que empieza a recobrar la razón suficiente en su cerebro ofuscado para darse cuenta de su estado y que, sintiendo que recobraba la voluntad, pero no aún el poder, se apoya, inmóvil, con los ojos fijos y extraviados, contra un poyo de la calle o contra un árbol de un paseo público».

«En este momento, un coche se detubo ante la puerta: una mujer salió de su puertecilla o, más bien, se precipitó fuera de ella».

«Entró bajo el peristilo, volviendo la cabeza de derecha e izquierda como una persona perdida. Vestía un dominó negro y tenía la cara cubierta con un antifaz de terciopelo. Llegó hasta la puerta».

«¿Vuestro billete? le dijo el portero».

«¿Mi billete? respondió ella. No lo tengo»

«Pues, entonces, tomadlo en la taquilla».

«La mujer del dominó volvió bajo el peristilo, registrando vivamente todos sus bolsillos».

«¡No traigo dinero! exclamó. ¡Ah! Este anillo... Un billete de entrada por este anillo dijo ella».

«Imposible respondió la mujer que vendía los billetes; no hacemos negocios de ese género».

«Y rechazó el brillante que cayó a tierra y rodó hacia mi lado»

«La mujer del dominó permaneció inmóvil, olvidando el anillo y abismada, sin duda, en algún pensamiento».

«Yo recogí el anillo y se lo presenté».

«Vi, a través de su antifaz, que sus ojos se fijaban en los míos; me miró un instante con indecisión. Después, de repente, pasando su brazo alrededor del mío: 

Es necesario que me paguéis la entrada me dijo. ¡Por piedad, es necesario!».

«Yo salía ya, señora le dije».

«Entonces dadme seis francos por este anillo, y me habréis hecho un servicio por el que os bendeciré toda mi vida».

«Volví a poner el anillo en su dedo; fui a la taquilla y tomé dos billetes. Entramos juntos».

«Una vez llegados al corredor, sentí que vacilaba. Formó entonces con su segundo brazo una especie de anillo alrededor del mío».

«¿Sufrís? le dije».

«No, no: esto no es nada repuso ella. Un desvanecimiento: eso es todo».

«Y me condujo hacia el salón. Entramos en aquel gozoso Charenton. Tres veces dimos la vuelta abriéndonos paso con gran pena por entre aquella multitud de máscaras que se empujaban las unas a las otras: ella, estremeciéndose a cada palabra obscena que escuchaba; yo, avergonzado de que me viesen dando el brazo a una mujer que se atrevía a escuchar tales palabras. Después nos volvimos al extremo del salón. Ella se dejó caer sobre un banco. Yo permanecí de pie ante ella, con la mano apoyada en el respaldo de su asiento».

«¡Oh! Esto debe pareceros muy extravagante me dijo: pero no más que a mí: os lo juro. Yo no tenía idea alguna de esto miraba al baile, pues ni aun en sueños he podido ver tales cosas. Pero, vea usted, me han escrito que estaría aquí con una mujer. Y ¿qué mujer será esa que se atreve a venir a un sitio semejante».

«Yo hice un gesto de asombro; ella lo comprendió».

«Quiere usted decir que yo también estoy aquí, ¡no es verdad? ¡Oh! Pero ya es otra cosa: yo lo busco, yo soy su mujer. Estas gentes vienen aquí impulsadas por la locura y el libertinaje. ¡Oh! Pero yo vengo por celos infernales. Hubiera ido a buscarle a cualquier parte: por la noche, a un cementerio, hubiera ido a Greve el día de una ejecución, y sin embargo, os lo juro, cuando era joven, no he salido ni una sola vez a la calle sin mi madre. Mujer ya, no he dado un paso fuera de casa sin ir seguida de un lacayo; y, sin embargo, heme aquí, como todas estas mujeres perdidas: heme aquí dando el brazo a un hombre a quien no conozco, enrojeciendo, bajo mi antifaz, de la opinión que de mí habéis podido formaros. ¡Yo comprendo todo esto!... Caballero, ¿habéis estado alguna vez celoso?»

«Atrozmente respondí».

«Entonces, seguramente que me perdonáis y que lo comprendéis todo. Conocéis aquella voz que os grita, como si lo hiciese a la oreja de un insensato: "¡Ve!". Conocéis el brazo que, como el de la fatalidad, os empuja a la vergüenza y al crimen. Sabéis ya que en tales momentos uno es capaz de todo, con tal que pueda vengarse».

«Iba a responderle; pero se levantó de repente con la mirada fija en dos dominós que pasaban en aquel momento ante nosotros».

«¡Callaos! me dijo».

«Y me arrastró en su persecución.»

«Yo estaba metido en una intriga de la que no comprendía nada; sentía vibrar todas sus cuerdas y ninguna me la hacía comprender; pero aquella pobre mujer parecía tan agitada que estaba verdaderamente interesante. Tan imperiosa es una pasión verdadera, que obedecí como un niño, y nos pusimos en persecución de las dos máscaras, de las que una era evidentemente un hombre y la otra una mujer. Hablaban a media voz; sus palabras apenas llegaban a nuestros oídos».



Ils parlaient à demi-voix; les sons arrivaient à peine...



«¡Es él! murmuraba ella. Es su voz. Sí, sí, es su estatura...».

«El más alto de los dos que vestían dominó empezó a reírse».

«¡Es su risa! dijo ella . ¡Es él, señor, es él! La carta decía la verdad. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío!»

«Sin embargo, las máscaras avanzaban y nosotros salimos detrás de ellas. Tomaron la escalera de los palcos, y nosotros la subimos en su persecución. No se detuvieron hasta que llegaron a la de la gran bóveda: nosotros parecíamos sus dos sombras. Un pequeño palco enrejado se abrió; entraron en él y la puerta se cerró atrás ellos».

«La pobre criatura que yo llevaba del brazo me asustaba con su agitación: no podía ver su cara; pero, apretada contra mí como estaba, sentía latir su corazón, temblar su cuerpo y estremecerse sus miembros. Había algo de extraño en la manera como llegaban a mí los sufrimientos inauditos cuyo espectáculo se desarrollaba ante mis ojos, cuya víctima no conocía y cuya causa ignoraba por completo. Sin embargo, por nada del mundo hubiese abandonado a aquella mujer en semejante momento»

«Cuando ella vio a las dos máscaras entrar en el palco y el palco cerrarse tras ellos, permaneció un momento inmóvil y como herida de un rayo. Después se abalanzó sobre la puerta para escuchar. Colocada como estaba, el menor movimiento denunciaba su presencia y la perdía: yo la tomé violentamente por el brazo, abrí el pestillo del palco contiguo, la arrastré allí conmigo, eché la cortina y cerré la puerta».

«Si queréis escuchar le dije—, hacedlo de aquí al menos».

«Ella se dejó caer sobre una rodilla y aproximó la oreja al tabique, y yo me mantuve de pie al lado opuesto, con los brazos cruzados, cabizbajo y pensativo».



Tout ce que j´avais pu voir de cette femme... son visage jeune, lèvres vermeilles et fines...




«Todo lo que yo había visto de aquella mujer me había hecho creer que era un verdadero tipo de belleza. La parte baja de su cara, que no ocultaba el antifaz, era fresca, aterciopelada y llena; sus labios rojos y finos; sus dientes, a los que el terciopelo que llegaba hasta ellos hacía parecer más blancos, pequeños, separados y brillantes; su mano parecía un modelo; su talle podía abrazarse con las manos; sus cabellos negros, sedosos, se escapaban con profusión de la cofia de su dominó, y su pequeño pie, que apenas se dejaba ver fuera de la bata, parecía no poder apenas sostener aquel cuerpo, ligero, gracioso y aéreo. ¡Oh! ¡Debía ser una maravillosa criatura! ¡Oh, el que la hubiese tenido en sus brazos, el que hubiese visto todas las facultades de aquella alma empleadas en amarle, el que hubiese sentido sobre su corazón aquellas palpitaciones, aquellos estremecimientos, aquellos espasmos neurálgicos, y el que hubiese podido decir: "¡Todo esto, todo esto, es producido por el amor que por mi siente; por el amor que tiene para mí solo entre todos los hombres y es el ángel para mi predestinado!" ¡Oh! ¡Este hombre... este hombre...!»

«Estos eran mis pensamientos, cuando de repente vi a aquella mujer levantarse, volverse hacia mí y decirme con vos entrecortada y furiosa:

«Caballero, soy hermosa: os lo juro. Soy joven, pues tengo diecinueve años. Hasta ahora, he sido pura como el ángel de la creación. Pues bien... echó sus brazos a mi cuello— pues, bien: soy vuestra... ¡Tomadme!...».

   
Au même instant je sentis ses lèvres se coller aux miennes...





«En el mismo instante sentí sus labios pegarse a los míos, y la impresión de un mordisco, más bien que la de un beso, corrió por todo su cuerpo tembloroso y enloquecido por la pasión: una nube de fuego pasó por mis ojos».

«Diez minutos después, la tenía entre mis brazos, desmayada, medio muerta, sollozando».

«Poco a poco volvió en sí. Yo distinguía, a través de su antifaz, sus ojos extraviados; vi la parte inferior de su cara pálida, vi que sus dientes chocaban unos con otros, como si estuviese poseída de un temblor febril. Toda esta escena se presenta aún ante mi vista».

«Recordó lo que acababa de pasar y cayó a mis pies».

«Si os inspiro alguna compasión, me dijo sollozando— alguna piedad, no fijéis en mí vuestros ojos, no procuréis nunca reconocerme; dejadme marchar y olvidadlo todo. ¡Ya me acordaré yo de ello por los dos».

«A estas palabras se levantó, rápida como el pensamiento que huye de nosotros, se abalanzó hacia la puerta, la abrió y, volviéndose aún una vez más, me dijo:

«¡Caballero, no me sigáis; en nombre del cielo, no me sigáis!»

«La puerta, empujada con violencia, se cerró entre mí y ella, ocultándomela como una aparición. ¡No he vuelto a verla!»

«¡No he vuelto a verla! Y en los diez meses que han pasado desde entonces la he buscado por todas partes, en los bailes, en los espectáculos, en los paseos. Cuantas veces veía de lejos una mujer de fino talle, de pie pequeño y de cabellos negros, la seguía, me aproximaba a ella, la miraba de frente, esperando que su rubor la descubriese. ¡En ninguna parte la he vuelto a encontrar; en ninguna parte la he vuelto a ver... nada más que en mis noches de insomnio y en mis sueños! ¡Oh! Entonces ella volvía a venir allí; allí la sentía, sentía sus abrazos, sus mordiscos, sus caricias tan ardientes, que tenían algo de infernal; después, el antifaz caía, y la cara más extraña se presentaba a mis ojos, ya velada, como si estuviese cubierta por una nube; ya brillante, como rodeada de una aureola; ya pálida, con el cráneo blanco y pelado, con las órbitas de los ojos vacías, y con los dientes vacilantes y raros. En fin, que desde aquella noche no he vivido, abrazado de un amor insensato por una mujer a quien no conocía, esperando siempre y siempre engañado en mis esperanzas, celoso sin tener el derecho de serlo, sin saber de quién debía estarlo, sin atreverme a manifestar a alguien tremenda locura, y, sin embargo, perseguido, acabado, consumido y devorado por ella».

Al acabar estas palabras, sacó una carta de su pecho.

Ahora te lo he contado todo, toma esta carta y léela me dijo. La tomé y leí:


Quand vous recevrez cette lettre, je ne serais plus...



Acaso hayáis olvidado a una pobre mujer que no ha olvidado nada y que muere porque no puede olvidar. Cuando recibáis esta carta ya habré dejado de existir. Entonces, id al cementerio del Père-Lachaise, decid al conserje que os enseñe, de las últimas tumbas, una que llevará sobre su piedra funeraria el sencillo nombre de María, y cuando estéis en presencia de esta tumba, arrodillaos y rezad.


Pues bien continuó Antony; he recibido esta carta ayer y he estado allí esta mañana. El conserje me condujo a la tumba y he permanecido ante ella dos horas, arrodillado, rezando y llorando. ¿Comprendes? ¡Aquella mujer estaba allí!... ¡Su alma ardiente había volado; su cuerpo, consumido por ella, se había doblado hasta romperse bajo el peso de los celos y de los remordimientos! ¡Estaba allí, a mis pies, y había vivido y muerto desconocida para mí, desconocida... y ocupando un lugar en mi vida como lo ocupa en la tumba; desconocida... y encerrando en mi corazón un cadáver frío e inanimado como el que se había depositado en el sepulcro! ¡Oh! ¿Conoces cosa alguna semejante? ¿Has oído algún acontecimiento tan extraño? Así es que ahora, adiós mis esperanzas, pues jamás volveré a verla. Cavaría su fosa y no podría encontrar ya allí los restos con que poder recomponer su cara. ¡Y continúo amándola! ¿Comprendes, Alejandro? La amo como un insensato; y me mataría al momento para unirme a ella si no supiese que ha de permanecer desconocida para mí en la eternidad, como lo ha sido en este mundo.


Elle était là... l´âme brûlante s´était envolée...



A estas palabras, me quitó la carta de las manos, la besó varias veces y se puso a llorar como un niño.
Yo lo abracé, y, no sabiendo que responderle, lloré con él.


*     *     *

La mirada que supo mirar más allá de los brillos y colores, la desaparición y el ocultamiento como fuga, la identidad sin rostro, misteriosa seducción, disfraz y máscara en el baile de la vida, juego de encuentro y desencuentro,... el arte de la literatura puede explorar todas las metáforas imaginables, o... ver una simple y perfecta historia de amor.

Hasta la próxima buena lectura,

C. G. 

Notas, lecturas e información:


«Un Baile de Máscaras», Alexandre Dumas: 
  • Audio: https://www.youtube.com/watch?v=Km8keJXUZPQ
  • Para descargar libro: http://www.loslibros.info/descarga-libro-un-baile-de-mascaras-pdf-de-dumas-alejandro/
  • En francés: https://books.google.com.ar/books?id=MWpEAQAAMAAJ&pg=PA211&lpg=PA211&dq=Je+suis+%C3%A9t%C3%A9+dans+le+cimetiere+du+P%C3%A8re-Lachaise,+Un+bal+masqu%C3%A9&source=bl&ots=TKCM-XTsIP&sig=L8UEV0lI7QcsyahbHCQsdpe59Ec&hl=es-419&sa=X&ved=0ahUKEwiz7-PCppfOAhXBf5AKHbwWAGQQ6AEIGjAA#v=onepage&q=Je%20suis%20%C3%A9t%C3%A9%20dans%20le%20cimetiere%20du%20P%C3%A8re-Lachaise%2C%20Un%20bal%20masqu%C3%A9&f=false


- La Société des Amis d´Alexandre Dumas: El sitio web más completo sobre la vida y obra del consagrado autor.
http://www.dumaspere.com/


- Los hermanos Corsos, Alejandro Dumas:
http://www.pehuen.cl/files/pdf/LOSHERMA.PDF


- Alejandro Dumas, par Jean Tulard:
http://libraryubook.com/french/free.php?asin=2357640057


- Pinturas de Caspar David Friedrich: [1774-1840] El paisajista más notable del romanticismo alemán.
  • Woman at a Window [1822]
  • FrauAu in der Morgensonne [1818, Mujer delante del sol poniente]
https://www.youtube.com/watch?v=B5G-Xwaw5Gk


- Imágenes de Les masques de Venise«Le monde est un grand bal où chacun est masqué». [Différentes photographes autodidactes].



2 comentarios:

  1. Extraordinario !! aun estoy conmovida!!

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  2. Gracias Nené, me alegro que te haya gustado y lo hayas disfrutado tanto como yo. Cariños y hasta el próximo encuentro, Cee

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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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