viernes, 10 de octubre de 2025

«Relaciones misericordiosas», cuento de László Krasznahorkai

«El último barco»

Cuento

Relaciones misericordiosas

[1986]

László Krasznahorkai

[Gyula, Hungría, 1954]

Premio Nobel de Literatura 2025


Editorial Acantilado; 152 págs.


A la memoria de Mihály Vörösmarty. 

Todavía estaba oscuro cuando partimos y, aunque sabíamos que ya no había ninguna razón para estúpidas expectativas, pues daba igual si era la mañana o la noche, pensábamos que ese día también amanecería, saldría el sol, se extendería la luz, es decir, clarearía y nos veríamos los unos a los otros, los rostros arrugados, las bolsas de los ojos sanguinolentos o la piel rugosa detrás en la nuca, veríamos a nuestras espaldas la estela que pronto se alisaría en el agua, los edificios abandonados del muelle, las calles vacías e intactas que se introducían entre ellos y después, más allá de la ciudad, la orilla ligeramente elevada en toda su amplitud, esperando el momento del derrumbe. Partimos en la oscuridad y, si bien pocas veces ocurría que una persona se dirigiera a otra (si es que coincidíamos en el camino al puerto del Danubio, si daba la casualidad de que uno pasaba por el lado de otro o varios pasaban junto a uno), necesitábamos, sin embargo, esas siluetas borrosas, apenas perceptibles, pues sólo gracias a ellas podíamos determinar nuestra posición momentánea y la dirección correcta, ya que los faros de los todoterrenos de las unidades del EVA que pasaban por aquí y por allá a una velocidad vertiginosa, más que ayudarnos, nos desorientaban y, por otra parte, no podíamos fiarnos de la rutina en ese momento en que todo resultaba arriesgado. Tras semanas de angustiosa espera, ilusionados por la noticia de la hora exacta de la salida anunciada al amanecer por megáfono y en carteles escritos a mano, sin siquiera esperar a que comenzase la ceremonia del alba, absurda y últimamente renqueante hasta la desesperación, partimos desde diferentes puntos—lejanos y cercanos—de la capital y en el fondo, sin embargo, todos del mismo lugar, de debajo de la tierra, como las ratas, que por su extraordinaria capacidad de supervivencia se habían convertido en los últimos meses casi en una suerte de animales sagrados y, por tanto, en objeto exclusivo de nuestra atención: de sótanos, de madrigueras, de oquedades que antaño habían servido como despensas, de pozos de decantación y de refugios provisionales, y quienes no habían considerado tranquilizadoras esas soluciones emergían de los túneles del metro y del tren de cercanías, desde el fondo de los baños turcos y de los talleres de reparación subterráneos o del laberinto de las cloacas, considerado el lugar más seguro, y emprendían el camino, corto o largo, con el equipaje preparado desde bastante tiempo o sin él. Sería, no obstante, una exageración afirmar que «entonces se poblaron las calles», porque—como se supo después—, apenas quedábamos sesenta en la ciudad, o sea, que el EVA tenía razón al juzgar que un barco fluvial de tamaño medio se ajustaría perfectamente a las necesidades, y fue eso, la dimensión, lo que nos extrañó a algunos—sólo hasta el momento de la partida, por supuesto—, ya que ante la imposibilidad de aprovechar las vías terrestres y aéreas todos teníamos claro que la única solución era el agua. La mayor preocupación para llegar al puerto la suponía el sentido—o el sinsentido—del equipaje, consistente en gran parte en maletas más o menos grandes, bolsos de viaje, sacos y cajas de cartón, pues el espíritu de la situación hizo que cada vez más objetos personales empezaran a sustituir los objetos útiles que se habían ido acumulando como consecuencia de un inicialmente involuntario sentido práctico hasta que al final no quedó nada práctico: en vez de la ropa interior de abrigo se incluyó el reloj de cuco roto; en vez de la harina y del chocolate en polvo, la colección de etiquetas de cajas de cerillas, y en los días previos a la partida ya daba la impresión de que una boquilla barata tenía más importancia que el infiernillo y unas conchas de mar más que los analgésicos para el dolor de muelas y de cabeza. Soportábamos de maneras diversas la conciencia de que ambas soluciones carecían de sentido: algunos se arrastraron por la ciudad con todos sus bártulos y llegaron al barco extenuados, jadeando, con los miembros entumecidos; otros, en cambio, llegaron con las manos vacías, mientras que los puños cerrados de algunos daban a entender que no habían sido capaces de desprenderse de algo en el camino. Llegamos uno a uno al «muelle provisional» y, como estábamos convencidos de que los sesenta sólo desempeñábamos el papel de avanzadilla, la mayor sorpresa nos la causó el barco que aguardaba en silencio en la oscuridad. No logró disiparla el efímero alivio que nos significó comprobar, al llegar de las calles aledañas a ese punto del muelle, que no habíamos cometido ningún error y que, en efecto, algo flotaba allí en el agua. El «barco danubiano de tamaño medio» nos recordaba a todos a un navío de desguace sombrío e inútil que la oficina de turismo quizá había considerado en su día adecuado para sustituir con su parsimonioso balanceo una excursión en barco cuando se trataba de grupos escolares, aunque desde entonces había pasado sin duda mucho tiempo, ya que el medio de transporte acuático destinado a nosotros se había hundido tanto que una que otra ola más o menos grande le barría la cubierta y tres o cuatro personas en condiciones habrían bastado para sumergirlo del todo y para siempre. Nuestros malos presentimientos aumentaron cuando no vimos ningún movimiento encima, no aparecía ningún marinero ni ningún oficial del EVA, la cabina de mando estaba oscura y desierto estaba también el muelle, por mucho que miráramos hacia un lado y hacia el otro. Y—mientras esperábamos cada vez más impacientes la llegada de alguien al puente de mando o de algún todoterreno del EVA para comenzar el control de la documentación—nuestra preocupación en lo que respectaba al barco no disminuía, sino que más bien crecía, pues viéndolo más de cerca descubríamos cada vez más fallos tanto en el casco como en la cubierta. Unos palmos por debajo del morro había un agujero de forma circular, como si una bala de cañón hubiera alcanzado la embarcación, en la cubierta de popa faltaban unos cuantos tablones, el costado de la cabina de mando carecía de cristales en las ventanas y así sucesivamente, por no hablar de las amarras que ya se habían podrido del todo; además, uno de los bolardos se había desprendido en parte del hormigón del muelle como si lo hubiese atacado un alevoso animal subterráneo. Aguardamos zarandeados por un viento cortante, gruñendo, y cuando comprendimos que una inspección más minuciosa podía convertir el asombro inicial en una cólera de resultado incierto y bastante arriesgada, comenzamos—en vez de pasar a la acción—a fustigar el navío con palabras cada vez más burlonas, lo cual nos aseguraba cierta protección y por otra parte nos proporcionaba un sentimiento de liberación alegre y al mismo tiempo carente de todo riesgo. Llevábamos tanto tiempo sin conocer una sensación así que incluso intervinieron de vez en cuando, añadiendo aquí y allá algún comentario, algunos que parecían los más taciturnos, de manera que tras interjecciones tales como «¡Vaya barco de mierda!» o «¡Vaya galera abollada!» o «¡Vaya trasto asqueroso!» notamos cierta sensación de alegría y comenzamos a ver también con cierta ternura esa embarcación que crujiendo y rechinando se mecía allá abajo y con un sentimiento de pertenencia entre nosotros como el que nos suele vincular, por ejemplo, con alguna bagatela que llevamos en el bolsillo. Y cuando de dos calles que discurrían paralelas en dirección a «nuestro muelle» llegaron casi al unísono y frenaron chirriando junto a nuestro grupo un tanto disperso dos todoterrenos del EVA, ya estábamos seguros de que «ese barco nuestro no nos dejará en la estacada»… La llegada súbita e inesperada de los hombres del EVA no nos alteró particularmente, sino que nos provocó más bien algo así como una satisfacción rabiosa, y sólo formamos la obligatoria fila de dos a los gritos del subcomandante encargado de la unidad. Unos años antes, claro está, la presencia de algún uniforme blanco o de un todoterreno ya habría sido suficiente para que nos arrimáramos a la pared con el corazón en un puño, sudando por el miedo, pero desde que se marcharan no sólo gran parte de las tropas sino también el estado mayor y sólo quedara ese comando especial—que de especial tenía poco—para gestionar el traslado de los rezagados, el orden se vino abajo, se impuso el caos, unos chavales se pusieron los otrora temidos uniformes y ya ni siquiera iban acompañados de intérpretes, ya que para el saqueo no se necesitaban palabras, de manera que de la anterior crueldad sólo quedaban esos gritos y chillidos, de las anteriores características externas, tan precisas, de las típicas operaciones sólo las acciones «fulminantes», vacuas, desesperadas, ridículas y carentes de rumbo. Sin embargo, aunque por nuestras experiencias sabíamos que la actual maquinaria sólo era un pálido reflejo de la antigua, la cual había funcionado en su día como una seda, pensamos que incluso así recapacitarían y resolverían rápidamente las formalidades que quedaban y que, por otra parte, tampoco eran ya necesarias. No obstante, durante largo tiempo no ocurrió nada. De uno de los todoterrenos hicieron bajar a cuatro o cinco civiles, que pasaron junto a nosotros con la cabeza gacha y pasos inseguros sin alzar una sola vez la vista, y los acompañaron al barco. Después examinaron con detalle nuestros bártulos y como no encontraron nada de su gusto, arrojaron, enfurecidos, unas maletas y unos bolsos al agua. A continuación, se situaron varias veces detrás de uno o de otro, pero ni siquiera fueron capaces de castigar a los murmuradores, y lo cierto es que tampoco podían acusar a nadie de un delito más grave. Su impotencia nos entristecía porque nos dábamos cuenta de que no podían comprender que nuestra tenaz resistencia anterior se había convertido con el tiempo en una decisiva disposición a colaborar, la cual, sin duda, había de resultarle paralizante a un organismo para cuyo funcionamiento era más importante la existencia de una continua oposición que la victoria. Cuando la situación ya les resultó fastidiosa, no les quedó más remedio que comenzar a exigirnos la documentación; tuvimos que volver a ponernos en fila, ahora uno detrás de otro, frente a la pasarela, y entonces no les molestó ya que nuestra columna se disolviera al cabo de escasos minutos y diera la impresión de un rebaño cansado y adormilado más que de un grupo disciplinado. La identificación sólo les suscitaba problemas a ellos, pues a nosotros nos daba lo mismo qué documento aceptaban: ni nuestra identidad ni nuestras personas tenían ya particular importancia. Nuestros documentos no decían nada, ya que ni siquiera nosotros podíamos determinar en realidad cuál era el verdadero y cuál el falso; considerábamos que cualquier nombre, cualquier dato podía referirse también a nosotros, y como nos resultaba difícil decidir «qué nos convenía ser» optamos por conservar todos los papeles que con el tiempo se habían acumulado, y eran muchos. El barco, al que nos hicieron subir uno por uno, no daba señales de zarpar pronto; si bien en el puente de mando había ya una luz encendida, observamos desanimados a los dos civiles que se movían inseguros ahí dentro y que, según todas las apariencias, daban vueltas completamente desconcertados, pulsaban los botones y accionaban las palancas a la buena de Dios, confiando en el azar, en la buena suerte para dar con la maniobra adecuada; en cuanto a los otros dos o tres civiles, éstos habían desaparecido hacía tiempo en la quilla del barco, adonde los habían enviado sin duda a reparar los evidentes fallos de las máquinas, aunque estábamos casi seguros de ganar si apostábamos a que lo primero que hicieran allí esos holgazanes fuese buscar un sitio apropiado para dormir durante todo el viaje (y así ocurrió, en efecto). En esa situación sin esperanzas nos supuso una auténtica sorpresa percibir al cabo de media hora más o menos una ligera vibración bajo los pies y oír a continuación, sin que nos cupiera la menor duda, el esforzado rumor de los motores; los dos civiles en el puente de mando se miraron y asintieron contentos con la cabeza y también nosotros sentimos cierto alivio al verlos, pues nos repugnaba la idea de tener que seguir quizá en el lugar una vez que no nos quedaba más remedio que marcharnos. Curiosamente, como ya no parecían existir obstáculos serios para nuestro viaje y era seguro que nuestro navío al menos podía funcionar, de pronto perdimos la paciencia y nos pareció de enorme importancia no esperar ni un minuto más y zarpar enseguida, y esos minutos resultaron tanto más insoportables cuanto que estábamos convencidos, además, de que la mayoría de la gente estaba aún por llegar, de modo que nos aguardaban todavía unas cuantas horas. Las apariencias también reforzaban nuestro error: los hombres del EVA permanecían indiferentes, tranquilos, mudos en torno a los todoterrenos en el muelle, alguno se encendía un cigarrillo, de manera que bien podíamos creer que igualmente ellos se preparaban para horas de espera, aunque en realidad sólo se trataba de una medida de seguridad. A nosotros ni siquiera se nos ocurrió tal posibilidad; nerviosos, tensos, fijábamos la vista en las dos calles que desembocaban en el muelle y pensábamos llenos de odio en los hombres y las mujeres a los que se les habían pegado las sábanas y quién sabía cuándo se presentarían por fin en el embarcadero. Estábamos allí como mirando las bocas oscuras de unos túneles de los cuales al final habrían de emerger esas personas. Con el tiempo ya nos habríamos contentado con una sola, y nuestro odio pronto se convirtió en preocupación y la idea de una capital tal vez completamente desierta y abandonada se tornó angustiante; algunos se apretujaron contra la barandilla, los ojos nos hacían chiribitas de tanto mirar, aunque todo en vano, porque no llegaba nadie. Luego, cuando el subcomandante del EVA hizo una señal burlona a los dos civiles (los otros habían sido engullidos por las entrañas del barco) y los dos soltaron entonces las amarras y levaron las anclas, estábamos todos en la cubierta, con la mirada clavada en las calles que desembocaban en el muelle, y ni siquiera se nos ocurrió pensar que zarpábamos, pues necesitamos tiempo para sustituir el absurdo de que hubiera gente que permaneciera definitivamente en la ciudad por otro absurdo, la locura vacua de una urbe desierta. Algunos de nosotros respiramos aliviados cuando por fin perdimos de vista los todoterrenos y la apática unidad e incluso procuramos expresarlo de alguna manera, pero la mayoría sólo cobró conciencia de lo que ocurría cuando de repente—«casi al mismo tiempo»—nos dimos cuenta de que clareaba. Poco a poco nos instalamos en la cubierta de popa y en torno al puente de mando, procuramos encontrar la posición más cómoda y algunos incluso tratamos de entablar, con escaso éxito, eso sí, una conversación con los civiles para al menos tener una mínima idea de cuanto nos esperaba próximamente, de si nos pararíamos antes de llegar a la frontera o quizá después, de si nos convenía concebir la esperanza de lograr alguna ventaja en nuestro barco, el cual, según todos los indicios, seguía bajo la autoridad del EVA, pero sin su presencia real. No nos sorprendió que nuestros intentos resultaran inútiles y, de hecho, no sabíamos si no era mejor no entender nada de nada. Quien tenía algo para comer comió algún bocado, algunos hasta durmieron un rato, pero luego todos nos quedamos mirando el paisaje que iba pasando poco a poco, la línea irregular y serpenteante de los puestos de vigía, las formas de mariposa de las bases de defensa que se alzaban a lo lejos, las suaves ondulaciones de las antiguas pistas de aterrizaje cuarteadas por la sequía, los recuerdos de los abetales calcinados en las cada vez más frecuentes colinas, escuchábamos el ulular del viento y el zumbido uniforme de los motores, el murmullo del Danubio en torno al casco abollado del barco, y el silencio que se posó sobre nosotros sólo se vio perturbado de vez en cuando por los fugaces malos augurios de algunos de nuestros agotados compañeros. Nuestro barco progresaba con esa misma calma río arriba, y como el destino era el mismo, aunque la dirección la contraria, nuestra atención se fue fijando en los objetos que veíamos pasar: lavabos baratos y oxidados encallados en las orillas, neveras y estufas de gasoil destripadas retenidas por las piedras, restos de árboles, neumáticos y sillas que discurrían flotando, barriles de hojalata y juguetes de plástico, cadáveres de corzos, perros y caballos, de manera que cualquier cosa que aparecía cerca de nosotros enseguida merecía nuestra atención cada vez más intensa, eso sí, hasta que nos dimos cuenta de que nuestra curiosidad, muestro interés, es más, a veces también nuestra compasión se debían exclusivamente al rumbo que tomaban. El sueño no tardó en vencernos; quien pudo se cubrió con algo; quien no, intentó buscarse en la cubierta un rincón a resguardo del viento y acurrucarse todo lo posible con las manos en los bolsillos; sólo quedaban despiertos los dos civiles en el puente de mando iluminado y observaban satisfechos la superficie lisa del agua que se extendía ante nosotros, cortada por la proa. A la caída de una nueva noche, todavía yacíamos aturdidos por el cansancio, y sólo se produjo un sordo murmullo cuando uno de nosotros alzó de pronto la cabeza, se incorporó, se dirigió a la popa y, señalando el paisaje que desaparecía ya para siempre sumido en una densa oscuridad, exclamó con un alivio teñido de amargura: «Mirad, aquello era Hungría». 

[* La traducción de las primeras y las últimas páginas de este relato se realizó con los participantes del seminario de traducción húngarocastellano que se celebró en la Casa del Traductor de Balatonfüred, en Hungría, y que contó con la presencia del autor. (N. del T.).

*

Comentario


László Krasznahorkai


Este es el primer relato que leo de László Krasznahorkai, novelista y guionista húngaro, nacido el 5 de enero de 1954 en Gyula, Hungría, que actualmente reside en Berlín.
Reciente premio Nobel de Literatura y uno de los grandes escritores contemporáneos, autor de novelas de renombre, como Tango satánico [1985], La melancolía de la resistencia [1989] y El último lobo [2009].

Desconocido para muchos, entre los que me incluyo, en estas últimas horas, me imbuí en la vida y obra del escritor húngaro.
Al leer sobre el autor y su obra literaria, las características de su narrativa, me pareció que empezar por uno de sus cuentos era una manera más accesible.
La experiencia ha sido sumamente favorable. Conocer su estilo de frases larguísimas y con mucho ritmo [demostrado al leer en voz alta], sumergirme en una prosa casi hipnótica, rica en lenguaje y tema, me demostró que lejos de ahuyentarme, me entusiasma a seguir con sus novelas.

Llegamos uno a uno al «muelle provisional» y, como estábamos convencidos de que los sesenta sólo desempeñábamos el papel de avanzadilla, la mayor sorpresa nos la causó el barco que aguardaba en silencio en la oscuridad. No logró disiparla el efímero alivio que nos significó comprobar, al llegar de las calles aledañas a ese punto del muelle, que no habíamos cometido ningún error y que, en efecto, algo flotaba allí en el agua.



En «El último barco» nos encontramos con una historia contada por un narrador omnisciente, tercera persona del plural —son los habitantes los que hablan, una comunidad que comparte circunstancias especiales. Una voz que representa a todos.
Ellos son un grupo de personas que huyen de la capital húngara en un barco fluvial en muy mal estado —parecen seres emergiendo de una oscuridad que nos sugiere oquedades existenciales.
¿Adónde van? No lo sabemos, a un futuro incierto. Solo huyen de un mundo en ruinas, de una tierra que ya no les pertenece. Con documentos que no reflejan su identidad.
La atmósfera es sombría, tenemos la sensación de incertidumbre, como si algo planeado no va a poder concretarse. 
Según he leído, una sensación de caos y decadencia que Krasznahorkai suele explorar en sus obras.

Con metáforas e interpretaciones simbólicas que cada uno encuentra, nos deja pensando, y en un estado anímico tan bien transferido al margen de los eventos que acá suceden y el contexto histórico —la sociedad húngara bajo el régimen comunista.
Con la frase que acompaño la imagen, solo una de ellas entre las varias marcadas, les transmito lo que sucede, el grado de compenetración y de que manera nos podemos sentir ante una de las imágenes.

Escrita en 1986, forma parte del libro Relaciones misericordiosas [Editorial Acantilado], es el primero de los ocho relatos que lo componen. Su traductor, muy importante nombrarlo, es Adan Kovacsics.

Hasta la próxima lectura, espero que hayan disfrutado y hayan sentido, como yo, el gran placer al leerlo,

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- László Krasznahorkai: 
https://www.krasznahorkai.hu/

- Relaciones misericordiosas, Editorial Acantilado:
https://www.acantilado.es/catalogo/relaciones-misericordiosas/

jueves, 2 de octubre de 2025

«Los extraños», Jon Bilbao

Los extraños

[2021]

Jon Bilbao

[Ribadesella, España, 1972] 


¿Quiénes son los extraños?
¿Esas iluminaciones en el cielo alejándose hacia el mar?
¿Ese primo del que no se tenía conocimiento y su atractiva acompañante?
¿O ellos mismos, Jon y Katharina?


Editorial Impedimenta; 133 págs.

Jon Bilbao [Juan Bautista, su nombre por el que nadie lo conoce] fue uno de los visitantes internacionales en el FILBA INTERNACIONAL 2025, celebrado en Buenos Aires desde el 25 al 28 de septiembre. 


Jon Bilbao


Escritor, guionista y traductor español nacido en Ribadesella, Asturias, en 1972. 
Ingeniero de Minas por la Universidad de Oviedo. Pero, su pasión por la literatura lo llevó a dedicarse de pleno a ella y, de ahí su amplia y bien calificada producción abarcando diversos géneros, muchos inclasificables.
Bilbao es uno de los autores contemporáneos más leídos en Europa y reconocidos por la crítica. Admirado por la forma en que toma y explora temas complejos de una manera innovadora. Sorprenden los cambios, las vueltas de tuerca en sus argumentos, que son profundos y cercanos a la vez, nada cuesta entender de esas zonas ocultas de las personas y sus comportamientos. Están ahí —los conocemos o nos encontramos nosotros mismos.

Algunos de sus libros: 
  • Como una historia de terror [2008], donde explora el terror psicológico en un entorno cotidiano, y gana el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2008; 
  • Bajo el influjo del cometa [2010], Premio Tigre Juan y Premio Euskadi de Literatura, novela envolvente donde explora la psicología humana; 
  • Estrómboli [2016], primer libro publicado con la editorial Impedimenta, colección de cuentos donde habla de las relaciones, siempre con una perspectiva muy original;
  • Basilisco [2020], novela calificada como un western diferente, homenaje a la literatura de frontera, muy aclamada, enriquecida con toques metaliterarios e inicio del personaje aventurero Jon Dunbar; 
  • Los extraños [2021], nouvelle que comentaré; 
  • con Araña [2023] y Matamonstruos [2024] cierra la serie del personaje John Dunbar.

A los premios mencionados sumo el premio a la Mejor obra original en Castellano 2021 y el Premio Euskadi de Plata por el Gremio de Libreros de Guipúzcua, en el mismo año.

Mi comentario



Katharina y Jon son los personajes principales de esta historia, contada en tercera persona y con un título perfecto para lo que vamos a leer: Los extraños.
Una novela corta, publicada con una muy cuidada presentación por la editorial Impedimenta. Estructurada en tres partes, con un lenguaje fluido y sin guion de diálogo, muy  entretenida y con mucho para elucubrar.
Debemos saber que es mejor no clasificarla, a Bilbao, quien juega a romper géneros, no le gustan las etiquetas. Sí aclara que son dos personajes, que se habían conocido en Estados Unidos en Basilisco, a los que quería volver.

Jon y Katharina, Katharina y Jon —alter ego del autor— son jóvenes personajes que, como dije, ya aparecieron en historias anteriores, los reconocerán antes o después. En cierta manera es una precuela de Basilisco, pero se puede leer perfectamente en forma aislada.
Él es español y escritor, la casa donde están es grande, y esto le da la posibilidad de tener el aislamiento y la  tranquilidad necesaria para trabajar con una traducción por encargo y con su propio libro.
Ella es alemana, con un compromiso de trabajo tomado que no la convence del todo: una traducción al alemán de autores latinoamericanos. Lo hace en una habitación distante a su pareja para no molestarlo, se aburre, no logra concentrarse. 

Todo sucede en una vieja casa familiar de Jon —también en la realidad del autor—, cerca de unas cuevas rupestres en Ribadesella, pequeña localidad en la costa cantábrica, Asturias, donde han decidido pasar el invierno. Su proximidad a un  yacimiento prehistórico hace la diferencia y completa un misterio que no develo.

Viven en una monotonía que los incomoda, sobre todo a ella. Él no le está dando la ayuda prometida y ella no avanza en lo suyo. A veces, se comunica con él por chat, «¿qué haces?», lo interrumpe con el celular cuando ya no aguanta el aislamiento. Se deprime y el mal tiempo del norte de España no ayuda.
Lorena es la mujer que limpia la casa y les prepara la comida. Una persona que se siente un poco dueña, ya que trabaja con la familia de Jon desde hace muchos años.
Katharina la evita, también a sus padres cuando llaman, sabe bien lo que quieren y teme ceder.
Sin vida social, ya que Jon no tiene amigos —se había ido del pueblo hacía mucho tiempo—, a ella le gusta ir al hipermercado, tanto como para charlar con la gente del pueblo y darse los gustos. Se lo merece, está embarazada sin desearlo. También disfruta pasear por la playa, pese a la lluvia. La playa de invierno tiene su encanto melancólico... las olas del océano, el viento cargado de humedad, los niños jugando que la miran extrañados.

Ya tienen a los tres personajes que pueblan la casa en las primeras páginas del libro. Luego aparecerán las luces extrañas y la gente en el Prado de San Juan levantando tiendas de campaña, instalándose a poca distancia de la casa —una especie de «MacGuffin» del autor, creo, aunque cada lector le dará su propia interpretación. Veremos a Jon escribir, dejando constancia de lo que vive, casi día por día, «la escritura prolonga la experiencia», dice para sí mismo. Y más tarde aparecerán ellos, tan bronceados y deportistas, el primo del que no se tenía idea y su enigmática compañera / empleada / o algo más. Markel y Virginia son sus nombres. 

La influencia que ellos tendrán en la pareja: las historias familiares reflotadas con recuerdos distintos, los enormes perros que llegan inesperadamente, que ellos —primo y acompañante— aman y Katharina detesta, la estadía que se prolonga, la tensión sensual y sexual que se respira, en fin... influencias en parejas que comparten estadías y desequilibran o no la estabilidad emocional. Todo puede suceder y sucede, tan vulnerables somos.

De una manera inteligente, las situaciones ocurren con espacios en blanco, Jon Bilbao no nos invade con descripciones que los lectores nos ocupamos de llenar. 




Esta novela, la primera que leo del autor, a quien conocimos personalmente en el FILBA INTERANCIONAL 2025 de Buenos Aires, me gustó mucho y la recomiendo.



Haciéndole caso al autor y tratando de no clasificarla, coincido en que el tema no es una crisis de pareja, es simplemente el aburrimiento, comprensible en algunos casos al comenzar una vida convencional. También importa, y mucho, de qué manera funcionan «los de afuera».  Finalizo con las preguntas del principio:
¿Quiénes son los extraños?
¿Esas iluminaciones en el cielo alejándose hacia el mar?
¿Ese primo del que no se tenía conocimiento y su atractiva acompañante?
¿O ellos mismos, Jon y Katharina?
Respuestas que conservo para mí, liberándolos a sus propias emociones.

Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli



Notas

- Jon Bilbao. Editorial Impedimenta:
https://impedimenta.es/archivos/9509

- Entrevista a Jon Bilbao:
https://impedimenta.es/archivos/27560

- MacGuffin: es un objeto o concepto que impulsa la trama y motiva a los personajes, hace que los personajes actúen y que la historia avance, pero en sí mismo no tiene demasiada importancia en la narrativa. El término, fue acuñado por el escritor escocés Angus McPhail y popularizado por Alfred Hitchcock.








domingo, 31 de agosto de 2025

«El polaco», J. M. Coetzee

 El polaco

[2022]

J. M. Coetzee

[Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940]

Premio Nobel de Literatura 2003



Editorial El Hilo de Ariadna; 137 págs.


Vida y obra del autor:


J. M. Coetzee


El escritor y novelista J. M. Coetzee, cuyo nombre completo y casi nadie tiene en cuenta es John Maxwell, nació el 9 de febrero de 1940 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Nacionalizado australiano en 2006, vive en Adelaida —Estado de Australia Meridional.

Su infancia y juventud, etapa formativa, la pasó en su país de nacimiento, en Ciudad del Cabo y Worcester. Allí, se licenció en Matemáticas e Inglés.
Alrededor de los 19 o 20 años se trasladó a Londres donde trabajó como programador informático —etapa reflejada en su novela Juventud [2002].

Viajó a Estados Unidos. En la Universidad de Texas, en Austin, adquirió el Doctorado en Lingüística Computacional. Su tesis fue un análisis computarizado sobre el dramaturgo irlandés Samuel Beckett [1906-1989] —figura clave del teatro del absurdo. 
Trabajó como profesor universitario de Lengua y Literatura Inglesa en la Universidad Estatal de Nueva York, en Búfalo, hasta 1983.

Regresó a Sudáfrica en 1984. Obtuvo una cátedra en Letras Inglesas en la misma Universidad  donde había estudiado —UCT. Con una breve interrupción en 1989 para trabajar como profesor visitante en la Universidad de John Hopkins [Baltimore, Maryland], ejerció allí la docencia hasta su retiro, en 2002.




Ese año se mudó a Australia y en 2006 obtuvo la nacionalidad de este país. Sin que ello, según lo explica, lo alejara de la sociedad y de los temas de su país de origen, Sudáfrica, que nunca dejaron de preocuparle. Lugar, vale decir, alrededor del cual transcurre gran parte de su obra.


Editorial Debolsillo; 186 págs. [1983]
Premio Booker

Actualmente, reside en Adelaida, donde trabaja como investigador en el Departamento de Inglés de la universidad homónima. 

Su obra, que le valiera los más importantes galardones, como el premio Nobel de Literatura 2003 y dos veces Premio Booker, por Vida y obra de Michael K. [1983], la historia de un superviviente de la guerra civil sudafricana, un hombre humilde, un jardinero que trata de sobreponerse en una sociedad cruel donde reina el apartheid, y Desgracia [1999], que trata de un profesor, David Lurie, experto en poesía romántica inglesa, acusado de acoso sexual por una alumna, es una de las más sólidas e interesantes, tanto para la crítica como para los lectores.

Apreciamos su estilo sobrio y minimalista, su prosa cuidada y clara, sin ornamentos, que sus simbolismos y metáforas no sean infranqueables a pesar de que sus tramas están dotadas de una complejidad psicológica. Y, por último, que su exploración a temas complejos universales y locales [culpas, opresión social, injusticias, moralidad, políticas, poder, crueldad hacia el ser humano y hacia los animales], sean tratados como situaciones que existen en un mundo absurdo donde no todo es blanco y negro, dejándonos a nosotros, los lectores, la última palabra con nuestra propia interpretación de las tramas ficcionales donde aparecen. 
Valoro ese espacio.

Autor de novelas, ensayos, críticas literarias y cuentos, destaco algunos de sus libros, además de los ya nombrados:

En medio de alguna parte [In the Heart of the Country, 1977]. Adaptada al cine por la directora y guionista belga, Marion Hänsel como Dust [1985].



Esperando a los bárbaros
[Waiting for the Barbarians, 1980]. Adaptada al cine por el director colombiano Ciro Guerra en 2019. Con las actuaciones de Johnny Depp, Mark Rylance y Robert Pattinson entre otros.





Vida y época de Michael K [Life & Times of Michael K, 1983], Book Prize. Desgracia [1999], Elizabeth Costello [2003], La infancia de Jesús [2019], Los días de Jesús en la escuela [2016], La muerte de Jesús [2019] y El Polaco [2022] que comentaré en este post.
Novelas autobiográficas: Infancia [1997], Juventud [2002] y Verano [2009].
Luego, libros de cuentos, como Siete cuentos morales [2018] y ensayos, como Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar [1996].




A esta inmensa obra de ficción y no ficción, se le agrega traducciones e introducciones [en inglés].
Obra por la que obtuvo infinidad de premios y reconocimientos —algunos ya mencionados—, agrego el Premio Jerusalén 1987, un asteroide, el 216591, nombrado así en su honor —una práctica común en la astronomía para honrar a figuras literarias, científicas y culturales—, y diversos títulos honoris causa de distintas universidades del mundo.
Además de gran escritor, J. M. Coetzee es todo un intelectual. La profundidad de sus obras lo corroboran.

*

Mi comentario




El Polaco es la última novela publicada por J. M. Coetzee, con la particularidad de que fue publicada en español antes que en cualquier otro idioma —editorial El Hilo de Ariadna. Coetzee explica que lo hizo como un gesto simbólico para contrarrestar la hegemonía del inglés.

La estructura del libro, bastante fragmentaria, con frases cortantes y fuertes, con interrogaciones, tiene varias particularidades. La numeración de los párrafos es una de ellas, sucesión de bloques cortos que le dan ritmo y rapidez a la lectura, y pueden facilitar el análisis al poder citar el texto preciso. La manera en que los dos protagonistas se perfilan en la parte creativa, al principio, es otra. Es como si estuviéramos presenciando el proceso del autor a través del narrador, algo así como la escritura en desarrollo. El narrador omnisciente que no se esconde. Al contrario, es otro personaje, creando a sus personajes. Haciéndonos partícipes del nacimiento de la historia.
Pero tranquilos, la trama no tarda en aparecer, nos olvidamos de esta primera parte para sumergirnos de lleno en una nueva experiencia. 
Quizá, en una segunda lectura, le demos un significado.

Coetzee se arriesga en una historia de amor diferente. Asimétrica. [No voy a usar la palabra que tanto leo en las reseñas, porque no quiero predisponer a los futuros lectores, también porque simplifica]. 
Todo sucede entre una mujer de Barcelona, de mediana edad, joven, de cuarenta y tantos, elegante y culta, algo frívola, y un pianista polaco, que llega desde Berlín. Él es alto, vigoroso, con una imponente melena blanca, ronda los setenta y tantos años. Un interprete nada convencional de Chopin, al que Wiltold, así se llama, está entregado en cuerpo y alma, «porque nos habla de nosotros, de nuestros deseos», dice. Su Chopin, el que él interpreta, no es nada romántico, más bien austero.

Ella tiene un aire de lejanía —es algo que viene de adentro—, balancea con su amabilidad y buena disposición. Es guapa. Sin ser una belleza, es atractiva. Respecto a su interior, ya tendrá tiempo cada lector para develarlo por sí mismo. 

Las reflexiones metaliterarias, desde Cervantes [El Quijote], Octavio Paz y el tiempo en el amor en [La llama doble], pasando por Dante [La Divina Comedia], irán enriqueciendo temas como el azar, la naturaleza de las historias, los mitos literarios... y van a encadenarse con las tensiones entre estos dos personajes. Sobre todo, con respecto al amor y al lenguaje. Tensión que nos mantendrá interesados en todo momento.

El encuentro entre Wiltold y Beatriz se produce en Barcelona, ciudad donde ha sido invitado a tocar. Ella, una mujer casada con un banquero e hijos, forma parte de la comisión organizadora.
El nombre de ella alude a Beatrice, la musa de Dante Alighiere, su amor no correspondido en la realidad y la que lo guía a través del Paraíso en la ficción. Una figura espiritual, que representa el amor divino que trasciende el tiempo y el espacio. 
Así la va a mirar Wiltold a esta Beatriz catalana.

Una situación inesperada del azar, hace que Margarita, amiga de Beatriz y encargada de llevar a cenar al invitado esa noche, se indisponga y que tenga que ser Beatriz quien asuma los deberes de hospitalidad con el extranjero. 
¿Cómo entretener a un hombre, cuyo apellido con tantas w y z —Wiltold Walczkiewicz— nadie pronuncia y lo llaman simplemente «El Polaco»?

Todo lo que Beatriz empieza a imaginar, las conjeturas de esa noche inesperada por venir, su recelo y prevención... ¿exagera adelantándose a situaciones?, nos preguntamos. 
«¿Hablará español?», se pregunta ella entre otras dudas y ansiedades.
Y acá entra el otro tema de Coetzee, el idioma, el lenguaje, el entendimiento o no entre dos personas. Dos culturas, dos generaciones, dos pasados muy distintos. 

Dos amantes, con sus respectivas formas de expresarse —idiolectos—, podríamos suponer que no pueden penetrar totalmente en el alma de la otra. Otra postura es que esta es una explicación superficial, las intimidades, lo no dicho, son cosas mucho más profundas y tienen otro canal de conexión.

Coetzee no evita llamar a las cosas por su nombre, en este sentido y en los que irán apareciendo. Siempre, esa cuota de fina ironía y cruda realidad que le conocemos. 
Sin embargo, su narrativa es tan limpia y cuidada que nos envuelve gratamente, acompañados, en este caso, por la música de Chopin y las idas y vueltas de una relación adulta.

Aquí, un párrafo elegido, del comienzo, para no delatar nada ni avanzar en la trama :




Ella se sorprende de lo alto que es. No solo es alto, sino que es grande; tiene un pecho que parece no caber dentro de la chaqueta. Inclinado sobre el teclado tiene el aspecto de una gran araña. 
Difícil imaginar unas manos tan grandes como aquellas extrayendo algo delicado y dulce de un teclado. Y sin embargo lo hacen.

La Beatrice del Dante y la Beatriz catalana van a entrar en el juego de los eternos malentendidos del amor. 
Como toda buena novela, encuentro que hay, en este desarrollo y «final» de la historia, una sutil ambigüedad, así es el lenguaje después de todo. También la vida con sus muchas capas interpretativas. Así que nunca podría darles una respuesta reduccionista, en esta parte de opinión personal, al estilo de «me gustó o no me gustó». 

Sí voy a decir, que el estilo de Coetzee, para los que hemos leído más de una de sus obras, se presenta acá, una vez más reconocible es sus duelos verbales entre los personajes que nunca terminan de unirse. 
Estos enfrentamientos dialécticos, con un lenguaje y retórica en función a los argumentos que defiende uno y otro, que, además, me revelan sus personalidades, hacen que la historia tenga una vitalidad impresionante. 

Como ejemplo de todo lo dicho, les cuento que, surge, en este entrecruce de frases, hablando de las posibilidades de estar juntos, una alusión a Octavio Paz [La llama doble]. Una idea de que el amor puede florecer en la memoria y el recuerdo. El amor no ocupa un momento lineal y la memoria puede hacer trascender el tiempo físico:


Eternal Love, by Viktorija Lapteva


«Una vida en común uno al lado del otro, eso es lo que deseo. Para siempre. La próxima vida también, si es que hay otra vida. Pero si no, OK, lo acepto. Si dices que no, no para toda la vida, solo por esta semana... OK, también acepto eso. Hasta un solo día. Por un minuto. Un minuto es suficiente. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es nada. Tenemos nuestra memoria. En la memoria no hay tiempo. Te mantendré en la memoria. Y tú, quizá, tú también me recuerdes».

Como Paul Auster, J. M. Coetzee, a esta altura de su vida creativa, se permite despojarse de todo, del lenguaje florido, de la retórica excesiva y, como él mismo dice «después de tantos años, ahora escribo buenas frases, simples y económicas, atractivas desde el punto de vista musical, para mantener la atención del lector».
Y sí que lo logra.

Recomiendo la lectura de esta novela magnífica, corta e inteligente, de esta etapa tardía de J. M. Coetzee. 
Hasta la próxima lectura, 

Cecilia Olguin Gianelli

Notas

- J. M. Coetzee. Random House:
https://www.penguinrandomhouse.com/authors/231142/j-m-coetzee/

- J. M. Coetzee. Adelaide University:
https://www.adelaide.edu.au/jmcoetzeecentre/

- Sensibilidad y Pensamiento la ficción de J. M. Coetzee. Malba Literatura:
https://www.malba.org.ar/evento/seminario_sensibilidad-y_pensamiento_la-ficcion_de-j-m-coetzee/



jueves, 21 de agosto de 2025

«Singularity», Marie Howe

«Singularity» 

Poem

Marie Howe

[1950, Rochester, Nueva York]

2025 Pulitzer Prize Poetry





Do you sometimes want to wake up to the singularity

we once were?

so compact nobody

needed a bed, or food or money—

nobody hiding in the school bathroom

or home alone

pulling open the drawer 

where the pills are kept

For every atom belonging to me as good

Belongs to you. Remember?

There was no Nature. No

them. No tests

to determine if the elephant 

grieves her calf    or if

the coral reef feels pain.   Trashed

oceans don´t speak English or Farsi or French;

would that we could wake up    to what we were

—when we were ocean    and before that

to when sky was earth, and animal was energy , and rock was

liquid and stars were space and space was not

at all—nothing

before we came to believe humans were so important

before this awful loneliness.

Can molecules recall it?

what once was?    before anything happened?

No I, no We, no one. No was 

No verb   no noum

only a tiny dot brimming with

is is is is is

All everything   home

Singularity,

performed by the poet


https://www.youtube.com/watch?v=-6rrf1tMy80


An intense and eloquent poem. With great emotional power as it elves into the complexities into human heart. 
The verse «For every atom belonging to me as good belongs to you» is from Walt Whitman´s poem «Song of Myself», who also explores these themes, as the deep sense of unity and interconnectedness between individuals... highlighting that the fundamental elements that make up one person are also share by all others.

Until the next reading,

Cecilia Olguin Gianelli

Notas


- Marie Howe. Poetry Foundation:
https://www.poetryfoundation.org/poets/marie-howe

- Song of Myself, by Walt Whitman. Poetry Foundation:
https://www.poetryfoundation.org/poems/45477/song-of-myself-1892-version




martes, 19 de agosto de 2025

Sun Axelsson, un poema

Sun Axelsson

[Gotemburgo, 1935-2011, Estocolmo]

«Cuerda a los relojes» 


The Vanishing Time


Ahora le he dado cuerda a todos los relojes
han estado parados muchos años
ahora quiero que pase el tiempo
y que la alegría se quede quieta
ahora la angustia tiene otros nombres
hay mucho que ha cambiado y se llama de otra manera
mucho es lo mismo —como tu mano abierta
y mi puño cerrado
yo espero donde el camino empieza
y espero donde acaba
entre esos dos puntos he tensado una cuerda
en ella hago equilibrio yendo de un lado a otro
principio y fin son también lo mismo
aunque con otros nombres.


Sun Axelsson por Fia Djerf


Sun Axelsson nació y creció en Gotemburgo, donde su padre era jardinero jefe de la ciudad sueca. 
Trabajó como crítica literaria y traductora. Fue una gran viajera. España, Italia, Chile, Francia y Grecia fueron algunos de los países que visitó, viviendo en algunos de ellos por largos períodos.
Estuvo casada con el escultor Michael Piper entre 1963 y 1974.
A través de Den mjuka orkanen [El huracán dócil, 1961], acercó a Pablo Neruda a los lectores suecos. Lo conoció durante su estancia en Chile, a principios de la década de 1960.

Literariamente, se destacan: el relato poético Eldens vagga [La cuna del fuego, un libro sobre Chile, 1962]. Dos novelas de la década de 1960: Väktare [El guardián, 1963], autobiográfica, y Opera Comique [La ópera cómica. 1965], la alienación humana tratada con humor negro e ironía. Durante su estancia en Grecia publicó Stenar i munnen [Piedras en la boca, 1965], bajo un seudónimo masculino, Jan Olov Hedlund, sobre la opresión política que allí se vivía. Regresa a la poesía con In i världen [En el mundo, 1974]. Cuatro años más tarde publica, con gran éxito, su libro autobiográfico Drömmen om ett liv [Sueño de una vida, 1978], sobre su infancia en Gotemburgo y su encuentro con el poeta Lasse Söderberg. Dos libros más completaron su autobiografía: el premiado Honungsvargar [Los lobos de la miel, 1984], el mundo literario de Estocolmo en la década de 1950, y Nattens årstid [La estación de la noche, 1989], complemento a su relato de viajes, Eldens vagga, mismo período pero desde una perspectiva y estilo diferentes. Regresa a la ficción con dos novelas: Ljusets hotell [Hotel de la claridad, 1991] y Tystnad och eko [Silencio y eco, 1994]. El poemario Sand [Arena, 1997] y otra novela, Evighetens stränder [Las orillas de la eternidad, 2001].

Espero que hayan disfrutado al leer este poema. También de conocer a Sun Axelsson, si no la conocían. O recordarla y volver a sus textos.  
Quizá no sea ella la más nombrada cuando se habla de poesía nórdica, teniendo a Tomas Tranströmer, Premio Nobel de Literatura en 2011. Ambos conectados con escritores chilenos.

Sun, además de haber tenido una tormentosa relación de amor-odio con el antipoeta Nicanor Parra, 21 años mayor —historia que aparece en La estación de la noche [1995], y de haber sido traductora de Pablo Neruda como ya mencioné, llevó al sueco a Jorge Teillier, Raúl Zurita, Heddy Navarro y Teresa Calderón, entre otros. Por lo que fue premiada con la Medalla Gabriela Mistral, por  difundir la poesía chilena.

Sun Axelsson, de tan lejos a tan cerca. 
Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli


Notas


- Sun Axelsson. Website: 
https://estocolmo.se/sun/sun.html

- Nordic Women´s Literature:
https://nordicwomensliterature.net/writers/axelsson-sun/

lunes, 23 de junio de 2025

«Actos humanos», Han Kang

 Actos humanos

[2024]

Han Kang

[Gwangju, Corea del Sur, 1970]

Premio Nobel de Literatura 2024


Una historia que estremece desde la primera página.
Contada con gran calidad literaria.
La voz de los supervivientes y de los que perduraron en otros planos.


Editorial Random House; 202 págs.
Traducción del coreano de Sunme Yoon


Conocí a la escritora Han Kang [Gwangju, Corea del Sur, 1970] el 30 de abril de 2013, en la 39º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, cuando presentaba La vegetariana y era una desconocida para nosotros.


Han Kang en la 39° Feria del Libro en Buenos Aires, 30-4-2013, 
presentación del libro La vegetariana
[foto personal]

Desde entonces sigo sus creaciones literarias y estoy atenta a lo que dice y a la publicación de sus novelas. Carrera que empezó al ganar el concurso literario de primavera del diario Seoul Shinmun en 1994.


Shinmun de Seúl, más de 120 años de historia

Es autora de La vegetariana [2007], Premio Booker Internacional 2016; La clase de griego [2011]; Actos humanos [2014], Premio Manhae de Literatura de Corea y Premio Malaparte en Italia en 2017; Blanco [2016], finalista del Premio Booker Internacional 2018 e Imposible decir adiós [2021], Premio Médicis Étranger 2023.


Han Kang

Galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024, ha recibido también el Premio Yi Sang, el Premio Artista joven del Año, el 25.º Premio de Novela Coreana, el premio de Literatura Hwang Sun-Won y el premio de Literatura Dong Ri. 
Hasta 2018 trabajó como profesora en el Departamento de Escritura Creativa del Instituto de las Artes de Seúl. Lo hizo durante doce años.
En la actualidad se dedica de lleno a la escritura. Su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas.

Mi reseña de Actos humanos,
una lectura minuciosa



Llego a esta novela después de Imposible decir adiós, cuando el consejo de algunos es leerla después de Actos humanos. No es una verdad universal. 
En mi caso, creo que la narrativa de Imposible... el impacto emocional que me produjo, me prepararon para enfrentar Actos... . Fue una buena puerta de entrada a temas tan fuertemente tratados como son rescatar momentos complejos de la memoria —lo árido de esa búsqueda—, la muerte y al trauma histórico. 
De todas formas, es la elección de cada lector, y siempre, uno u otro orden será, sin duda, un viaje personal.

En este caso, tengo que hacer una advertencia. Sabemos, a esta altura, que las historias que escribe Han Kang no son felices en el sentido convencional, incomodan, no dan tregua, van a fondo. 
Ya el título nos anticipa una psicología profunda de los personajes que conoceremos. Sus motivaciones y comportamientos tendrán mucho que ver con esos procesos que tan bien trabaja la autora. Las decisiones de cada acto tienen sus antecedentes y consecuencias. 
En cuanto a la forma de discurso y lenguaje, el monólogo y la poética están siempre presentes —logrando una voz poderosa y una exploración subjetiva y profunda.


Soldado surcoreano aporrea a un joven durante las manifestaciones
antigubernamentales en Gwangiu [20-5-1980]


Esta es una novela donde los acontecimientos que ocurrieron en la realidad forman parte y sostén de la historia. Se trata del Levantamiento de Gwangju —ciudad natal de la autora— en Corea del Sur. 
La brutal represión estatal por parte del ejército del dictador Chun Doo-hwan, en Gwangju, en mayo de 1980, que sufrieron miles de civiles, la mayoría jóvenes estudiantes que exigían democracia, dejó una marca profunda en la población. Nunca olvidarán las escenas donde militares surcoreanos disparaban indiscriminadamente contra una multitud, asesinando a miles de civiles.
Este es el contexto histórico.

Las heridas colectivas, causadas por la represión y la violencia física despiadada, son temas tratados con profundidad y sin tapujos ni falsos pudores, repito. Es mi segunda advertencia.
Claro que se combina con una narrativa poética, de gran calidad literaria y tan emotiva que me llena de admiración. Es un gran placer leer a Han Kang.




Dividida en seis capítulos y un epílogo escrito por la propia autora. En cada uno ellos, Han Kang nos acerca a la voz de un personaje diferente.
Si lo desean, pueden detener esta lectura, ya que voy a adentrarme en situaciones que les podría gustar descubrir por sí mismos. En este caso, la podrán retomar una vez finalizado el libro.

I

El primer capítulo es «Las avecillas», narrado en segunda persona y tiempo presente. Va a girar entorno a un joven estudiante de quince años llamado Dongho, que busca, bajo el peso de la culpa, a su amigo Jeongdae. 
Lo que todavía no sabe Dongho es, que su amigo ya es un alma que intenta aferrarse a su cuerpo y a sus recuerdos. 
Los padres de Dongho le alquilan una habitación de su casa a Jeongdae y a su hermana desde hace unos años. Dongho los admira por cómo se esfuerzan en la vida y por cómo se cuidan uno a otro. 
Los dos muchachos, Dongho y Jeongdae, de la misma edad, son muy amigos. Todo lo que se cuenta sobre esa relación se describe maravillosamente. Hay un énfasis porque es un vínculo de camaradería que tiene mucho significado. 
Son muy jóvenes los dos, adolescentes que viven vidas de adolescentes. Estudian, comparten juegos y se divierten. De ahí la magnitud del impacto primero, y la culpa después que sentirá Dongho cuando suceda lo que nunca se hubiera imaginado que podría suceder. 
El sentido de lealtad que veremos es un tema tratado con toda la fuerza del compromiso, que impacta principalmente por la edad de los protagonistas.




La imagen de los ginkgos movidos por el viento abre la escena, ubicados frente al edificio del Gobierno Provincial donde está ahora Dongho. A lo largo de la narración, nos vamos a encontrar con descripciones sensibles y una bella y fuerte narrativa poética. Este es uno de los momentos:

Parece que va a llover, observando los ginkgos, como si de pronto fuera a aparecer la silueta del viento entre las ramas que se agitan, como si las gotas de lluvia fueran a salir expelidas de los resquicios del aire para quedar flotando en la atmósfera como brillantes gemas cristalinas.

Tras la búsqueda de su amigo, en el edificio donde se apilan los cadáveres —ya había buscado, sin suerte, en los hospitales de la Universidad de Jeolla y de la Cruz Roja—, Dongho acepta ayudar, y le dan una actividad concreta. La asume con responsabilidad. 
Es el más joven del grupo de voluntarios, y se ve aun más joven por la manera concentrada con la que sigue las instrucciones precisas de Jinsu. 
Sin dudar: registra todo en un libro, los detalles de los cadáveres que llegan, nombres si están identificados, los etiqueta, detalla si tuvieron homenaje fúnebre —todos debían recibir el agradecimiento de la sociedad. Y como si eso fuera poco, también ayuda a los familiares en el reconocimiento de los cuerpos, superando imágenes muy dolorosas a pesar de su juventud. 


Teatro Nacional Stary de Cracovia, Polonia, 2019. 
Creación de los ataúdes de los manifestantes, 
colocados frente al edificio del Gobierno Provincial en Gwangju, 
tras el asesinato de los activistas por parte de las tropas gubernamentales.

Escena de El niño viene 
[Título original en coreano, que enfatiza el papel de Dongho, central en la historia. 
Actos humanoselegido para su traducción al inglés, 
queriendo dar un sentido más amplio


Jinsu, estudiante de la universidad de Seúl, es el joven que organiza todo en el edificio del Gobierno Provincial donde llegan los cadáveres. Es el que está al mando de los voluntarios. Entre otras cosas, hace los carteles con los datos de los cadáveres y los coloca en la puerta del edificio para facilitar la búsqueda de los familiares. También se ocupa de conseguir los lienzos, las velas, los ataúdes de madera, el papel, las banderas,... todo lo hace con el dinero recolectado durante las manifestaciones. De todas maneras, los comerciantes dejan lo que necesitan a bajo precio o, directamente, lo donan. 
Pero, los muertos son muchos y los ataúdes se terminan, no hay más en la ciudad. Entonces, se empiezan a fabricar en carpinterías básicas con madera aglomerada. 

Todos los días llegaban nuevos ataúdes al polideportivo donde habían levantado un altar fúnebre colectivo. 

Cuando Jinsu ve a Dongho, lo quiere mandar a su casa, ¡demasiado joven para hacer un trabajo tan duro!
En realidad, el trabajo más difícil lo hacen Seonju, que trabajaba en una sastrería pero se ha quedado sin trabajo, y Eunsuk, alumna del tercer curso del instituto de chicas Speer. Ambas se habían conocido en el Hospital de la Universidad Jeolla, donando sangre para los heridos. Allí se habían enterado que también necesitaban voluntarios en el Gobierno Provincial, donde la ciudadanía se había organizado por su propia iniciativa. 

Unos días antes, la hermana de Jeongdae, que tiene veinte años y trabaja en una fábrica textil, no había regresado a la casa. Entonces, y dado el clima de tensión y peligro que se vivía, los dos, Dongho y Jeongdae habían salido a buscarla
Ahora los dos hermanos están desaparecidos.


Singing of the Abode of the Wind.
[Canto de la morada del viento]
Kim Kyung-joo


Se escuchan gritos y aplausos que provienen del lado de la fuente —un lugar que va a ser un marco físico recurrente a lo largo de la historia. 
La voz de una mujer joven por el altavoz. Es el homenaje fúnebre: «¡Amigos, están llegando los cuerpos de nuestros conciudadanos que estaban en el Hospital de la Cruz Roja». Todos cantan el himno nacional. Dongho, no muy convencido, también lo tararea.

Su hermano mayor lo va a buscar y quiere llevarlo de vuelta a su casa. Insiste con vehemencia sin lograrlo. También su madre va a ir a buscarlo más de una vez, asustada por la amenaza de la entrada del ejército. 
Una lucha totalmente desigual se presagia.

Para entrar al polideportivo, edificio donde se acomodan los cadáveres, deben ponerse una mascarilla, ¡el hedor es insoportable. «Las velas no sirven de mucho», piensa Dongho. 

Todo está así organizado: lo ataúdes alineados, son los que han recibido homenaje, los cuerpos cubiertos con sábanas blancas son los que aun no han sido reclamados por ningún familiar. Todos ellos tienen velas sostenidas en botellas de gaseosas vacías —una manera de mitigar el mal olor. 
Cuando llegan los familiares, solo levantan una parte de las sábanas y les muestran los rostros —ya que los cuerpos están cruelmente destrozados—, apenas un instante, 
Hay uno, en particular, que ha impresionado a Dongho, por su estado terrible y juventud. Una mujer de una complexión pequeña. Le llama la atención lo rápido que los cuerpos se corrompen. Cuerpos heridos con bayonetas, que han recibido torturas inimaginables. 
Dongho, eficiente, les cambia las velas. 

Las velas junto a las cabeceras de los muertos lo observan como pupilas silenciosas.

Entonces se preguntará algo que tendrá mucho peso en el argumento: 

Adónde irán las almas cuando se mueren los cuerpos?
¿Cuánto tiempo se quedarán junto a él ?
Cuando una persona viva observa el cuerpo de un muerto,
¿estará también al lado el alma de este último observando su propio cuerpo?


Wild Fire, 1990, Kim Kyung-joo
[Fuego salvaje]


Ellos son gente joven que ayudan a acomodar los cuerpos tiroteados por el ejército en distintos enfrentamientos. Cumplen esa misión y lo hacen convencidos.
Aunque hay algo que a Dongho le cuesta entender en lo que presencia, y es que los deudos canten el himno nacional y que extiendan la bandera nacional sobre los féretros de las víctimas en las breves e íntimas ceremonias fúnebres. 
¿Por qué si fueron asesinados por los militares?, ¡cómo si no fuera la misma patria quien los ha matado!
 «Los militares se amotinaron para hacerse con el poder. Usaron sin piedad sus bayonetas contra la gente a plena luz. Como si no fuera suficiente, dispararon sus armas a mansalva a gente tirada por el piso, ya herida. ¿Cómo se puede considerar patria a quienes hicieron semejante cosa?», le responde Eunsuk.
Dongho, confuso, trata de comprender el significado de la palabra «patria», ante la discordancia entre estos dos sonidos que chocan: por un lado, los sollozos de los deudos, por el otro, el canto del himno nacional.

Mientras tanto, en los altavoces, el homenaje fúnebre continua, tratan a toda costa de animar a la multitud: «¡No se vayan! ¡No podemos entregar las armas y rendirnos incondicionalmente como nos ordenan!».
Ellos pretenden que el ejército devuelva a los apresados, muertos y vivos, y que den a conocer a la opinión pública lo que realmente ha sucedido. Que su imagen no quede manchada con mentiras y que todas las muertes no hayan sido en vano. 

La multitud que aclama por la democracia disminuye. Se quedan en sus casas. La gente tiene miedo. Corre el rumor de que los soldados volverán a entrar en la ciudad esa noche y matarán a las personas congregadas.

Candles and souls



Hablan de muerte, se ve la muerte, se presiente más muerte.
En este momento de la novela, se abre el tema del alma cuando la persona fallece. Ese algo que revolotea en el rostro, como la huida del alma en el último segundo, como un pájaro, y la posterior honra con una vela simbolizando el espíritu que perdurará.
Esta imagen se convierte en un motivo recurrente.

Dongho recuerda cuando falleció su abuela. Y su vida compartida con ella. Su carácter apacible. Recuerda el momento cuando exhaló su último suspiro. 

De pronto algo parecido a un pájaro se escapó de su rostro,
¿adónde se iba esa avecilla?

Dongho piensa en las almas de los muertos que están en el polideportivo. ¿También habrán salido de sus cuerpos como pájaros? 

¿Adónde habrán ido esas avecillas asustadas?

Seguramente a ningún lugar exótico como el cielo o el infierno, como había escuchado en la escuela dominical. Tampoco vagando en la niebla con sus camisones blancos, como había visto en las viejas películas. 

Dongho, tan joven, con su vida tranquila de estudiante, tan alterada ahora. Ha visto, aterrorizado, soldados armados. Ha presenciado la violencia salvaje contra una pareja que, simplemente, iban a la iglesia. 

Volvamos al polideportivo. Eunsuk, con sus trenzas empapadas, vuelve del acto de homenaje con algo de alimento para Dongho, quien observa sus ojos hundidos y ojerosos:

La avecilla que se escapa del cuerpo cuando muere, 
¿dónde se encuentra cuando la persona está viva?
¿En el entrecejo?
¿Detrás de la cabeza, como un halo?
¿Quizá en un rincón del corazón?

Seonju le dice a Dongho que quizá los soldados ya enterraron al amigo que busca en algún sitio. Ella había estado en el lugar de la represión, y vio como los soldados habían cargado en los camiones a los que habían recibido los tiros. 
«¿Quién tiene razón?», se pregunta Dongho, «¿Seonju o su madre que cree que a Jeongdae lo están curando en algún hospital?»

La madre y el segundo de los hermanos mayores de Dongho intentan hacerlo desistir de tu búsqueda y hacerlo volver a la casa. No lo logran.
Tiene que encontrar a Jeongdae, su amigo.
Su resolución no impide que se pregunte: «¿De verdad morirán todos los que se queden esta noche?»
El estado de sitio está controlado por unidades de élite fuertemente armadas. Muy desigual a las milicias civiles.
Es como si no lo quisieran ver.

Blood and tears
a striking exhibition.
Sangre y lágrimas,
exhibición artística muy impactante de lo sucedido en
el Levantamiento de Gwngju.
Mayo sangriento, del Colectivo de Artistas Jeonnam de Gwangju.
Cortesía de la colección Sang-yun Kim 



El autoengaño es una manera de protegerse.
La última persona que había visto a Jeongdae en la muchedumbre, en esa manifestación reclamando por los hombre tiroteados, ahora lo confiesa, había sido el propio Dongho. 
Iban de la mano cuando escucharon los tiros. Todos corrían. En la confusión se soltaron. Había visto cómo su amigo recibía una bala. Lo había dejado tirado en el suelo y se había alejado corriendo, buscando refugio. Muchos caían heridos. Docenas de personas tiradas en el suelo en medio de la avenida. Otros, refugiándose donde podían, paralizados por el miedo. Nadie podía salvar a nadie. Los que lo intentaban eran asesinados como a perros. 
Dongho no había podido rescatar a Jeongdae. 
Se culpa de haber sentido pánico y de haberse preocupado únicamente de no ser descubierto por algún tirador, de haberse alejado de esa plaza tan aterrado. 


Artist Daniel Mitchell


Ese día, cuando Dongho vuelve a su casa, ve a  su padre que se preocupa por no saber dónde había estado su hijo, le pide, le ruega que ni se acerque a las manifestaciones políticas. 
Llega tarde.
Dongho piensa en Jeongdae, el que seguía sin pegar el estirón y parecía un niño de primaria, el que era feo, el que alquila, junto a su hermana, Jeongmi, una habitación de su casa. El que respeta y le hace mucho caso a su hermana, y es por eso que se prepara y estudia. El que trabajaba a escondidas repartiendo periódicos para ayudar con algo. El que juega con él al bádminton. Al que había ayudado a buscar a su hermana. 
¡Su hermana! Si en ese momento, Jeongmi entrara, Dongho hubiera dejado que ella le pegara todo lo que quisiera, y que le gritara a la cara:

—¿Cómo pudiste dejarlo allí? ¿Y te llamas su amigo? —Entonces, Dongho le habría pedido perdón de rodillas. 

El personaje de Jeongmi es muy conmovedor. La manera en que cuida a su hermano. Cómo vigila sus estudios y alimentación. No parece, pero tiene mucho carácter y determinación. 
Un día, le cuenta a Dongho acerca de su decisión de retomar los estudios. Eso sí, le pide que todavía no se lo cuente a Jeongdae, para que no se sienta culpable, que no pensara que fue por él que había abandonado el colegio. 

Volvemos al polideportivo. Llaga Jinsu en un camión con más ataúdes. Le dice a Dongho que a las seis se cierra el lugar. 
«Vete a casa», le dice a Dongho, «Esta noche va a entrar el ejército», «van a acribillar hasta a los heridos en los hospitales por haberse amotinado».
Dongho, con el libro de registro apretado contra su pecho como si fuera su tesoro, observa a los familiares que no piensan moverse de al lado de sus muertos, y piensa en lo que le falta registrar y etiquetar.
De pronto, su madre entra al edificio como un torbellino. Quiere sacar a su hijo de allí «¡Vamos!, ¡ahora mismo!, ¡dicen que va a ¡entrar el ejército».
«A las seis cerramos, mamá, cuando cerremos me iré a casa», miente.

Hay escenas que se conectan con algo que hemos leído previamente. Han Kang nos va contando la historia de manera que nosotros también la vayamos construyendo y atando esos hilos sin anudar.
Esta, como ejemplo, es una de ellas:

Llega un anciano, vestido con ropas rústicas. Camina con dificultad, apoyándose en un bastón de madera. 
«Busco a mi hijo y a mi nieta», le dice a Dongho. Le explica que llegó el día anterior desde Hwasun en un tractor, con el que no lo habían dejado entrar a la ciudad, así que había tenido que cruzar un monte a pie, evitando a los soldados. 
Dongho, viendo su precariedad, no puede imaginarse cómo el anciano había podido llegar hasta allí.
«Mi hijo menor es mudo», le cuenta a Dongho, «me contaron que unos soldados mataron a bastonazos a un muchacho mudo».
«Y mi nieta, que estudia en la Universidad Nacional de Chonnam ha desaparecido».

El anciano camina hacia los cadáveres cubiertos con sábanas, tapándose la nariz. Se acercan al cuerpo que había impresionado a Dongho por su estado terrible, el que pertenecía a una mujer joven de una complexión pequeña. Lo que hay debajo es espeluznante. Dongho levanta uno de los lienzos y vuelve a sus preguntas:

¿Cuánto tiempo se quedará el alma junto a su cuerpo?
¿Aleteará como si fuera un pájaro?
¿Agitará el borde de la vela?

Dongho mira al anciano cuyos ojos tiemblan como si hubiera presenciado lo más terrible de este mundo. «Nunca voy a perdonar esto», dice el abuelo mirando lo que queda de la joven, «Nunca voy a perdonar nada ni a nadie, ni siquiera a mí mismo».

II


The boy is coming, fotografía de Lee Seung-hui;
Centro de Artes Namsan


En el 2.º capítulo, «El hálito negro», escrito en primera persona, es la voz de Jeondae la que escuchamos. El amigo que busca Dongho.
Aunque Jeondae ha sido asesinado, es su alma la que nos cuenta: «Si pude ver todo fue porque yo aún seguía bien pegado a mi cuerpo», dice. 
Es un capítulo muy duro y emotivo. La manera en que le habla a su amigo y en que busca el alma de su hermana.

Claro, si tú y yo estuvimos juntos. Hasta que una especie de garrote frío se estrelló de repente contra mi costado. Hasta que me desplomé en el suelo como un muñeco de trapo. Hasta que levanté el brazo en alto en medio de las fuertes pisadas que parecían hacer estallar en mil pedazos el asfalto, en medio del estruendo de las balas que rompían los tímpanos. Hasta que sentí que la sangre que empezó a manar de mi costado se extendía caliente hacia mis hombros y mi nuca. Hasta ese momento tú estuviste a mi lado.

Tengo que repetir acá la amalgama que logra Han Kang entre lo terrorífico que sucede y la belleza de su narrativa. 

Jeondae tiene quince años. O ya no. Tampoco era ya el más bajo de la clase. Ni el que quería y temía a su hermana. Sí es el que ahora odia a su cuerpo destrozado. El que solo desea:

Si pudiera cerrar los ojos...
Si pudiera dejar de mirar el amasijo de nuestros cuerpos.
Si pudiera dormirme un rato.
Si pudiera precipitarme ahora mismo al oscuro fondo de la conciencia.
Si pudiera esconderme en los sueños.
O al menos en los recuerdos...

III


Performance Group Tuida, Human Fuga,
a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»


En el tercer capítulo, «Las siete bofetadas» en la voz de Kim Ensuk la que habla, la historia gira alrededor de ella. 
Ya la vimos en el primero. Era una de las jóvenes voluntarias, estudiante de colegio secundario. 
Han pasado unos años. Ahora tiene veintitrés, trabaja en una editorial y debe olvidar las siete bofetadas. Lo hará, una por semana. 
Fue en una interrogación que se las dieron. «¡Perra!, ¡no eres más que una rata!, ¿dónde está ese cabrón?»
El cabrón era un traductor con el que se había encontrado dos semanas atrás.
Ir a la Oficina de Censura donde colgaba un retrato del presidente, dictador Chun-Doo hwan, era una obligación de toda editorial, y era parte de su trabajo.
«¿Cómo es posible que un rostro pueda esconder lo que lleva dentro?», se pregunta Ensuk, «¿Cómo puede esconder la insensibilidad, la crueldad y el instinto asesino?».  
Sabremos, en esta parte del libro, acerca de su trabajo y de sus lágrimas, no ante las cachetadas que recibe, sino ante el libro tachado del dramaturgo Seo —los escritores bajo la vigilancia del Gobierno. 
La obra de teatro nos despertará la incertidumbre por el peligro, y la admiración del recurso: la ausencia del lenguaje para expresar de la manera que pueden, la violencia que sufrieron y su disentimiento.
A nivel personal, veremos cómo debe superar las dificultades familiares. El momento en que se llevan a su padre, entre otros.
Por otro lado, lee libros que le acercan sobre la valentía y el altruismo de la sociedad, la psicología de las masas que luchan. Ya no cree en nada de eso.
¡Ella no tiene confianza en el ser humano!

No confía en ninguna expresión del rostro, 
en ninguna verdad ni en ninguna oración bien redactada.
La única vida que puede tener estará regida por 
una tenaz desconfianza y una fría indagación. 

Iremos atrás en el tiempo y sabremos de su amiga Seonju y de esa tarde en que también conoció a Jinsu. De sus sorpresa cuando vio al que parecía un niño, con sus hombros estrechos, llevando un fusil al hombro que nunca disparó. Era Dongho.
Ese día cuando el ejército había decretado estado de sitio y planeaba entrar a la ciudad de Gwangju. 
Y ellos, que no querían abandonar el edificio. Resistían.

La escena de la obra de teatro es impactante, esa letra que no se recita y que Ensuk conoce y dice para sí:

No pude celebrar tus funerales cuando te fuiste y ahora mi vida es un funeral.
Desde que te cargaron en el camión de la basura envuelto en una manta impermeable,
desde que los imperdonables chorros de agua salieron fulgurantes de la fuente,
en todas partes arde la llama del templo.
En el interior de las flores primaverales, en los copos de nieve,
en las tardes que llegan indefectiblemente,
arden las velas que colocaste en las botellas de gaseosas vacías.




IV


                                          Performance Group Tuida, Human Fuga,
a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»

El 4.º capítulo, «Hierro y sangre» comienza con el interrogatorio a uno de los hombres que está encarcelado por oponerse al régimen gobernante y haber participado en el levantamiento estudiantil de Gwangju ya mencionado. 
Es un narrador anónimo que cuenta sus experiencias de muchísimo sufrimiento físico y psicológico.
Algo que deja una marca profunda en él y de gran pesadumbre en mí, la lectora. 
Tratos brutales, inimaginables, torturas inhumanas que les hacen tanto al narrador como a los otros encarcelados, entre los que se encuentra Kim Jinsu. 
Con él comparte calabozo y con él van perdiendo todo vestigio de dignidad. 


Tropas surcoreanas armadas detienen y encarcelan a manifestantes.
Gwangju, 1980


Los humillaban hasta hacerlos sentir que eran solo cuerpos sucios y malolientes, masas de carne con llagas supurantes, alimañas hambrientas. 
¿Por qué algunos murieron y otros siguieron vivos? ¿Será que el umbral de dolor, la tolerancia al sufrimiento es distinta en uno y otros?
Jinsu, con su aspecto afeminado, había recibido las peores torturas. Él era, como vimos en el 1.er capítulo, uno de los voluntarios, encargado de supervisar todo lo relacionado con los cadáveres —víctimas asesinadas en el levantamiento. Y uno de los que no abandonó el Edificio del Gobierno Provincial, a pesar de que sabían de la entrada inminente del ejército a la ciudad, de que llegarían al lugar alrededor de las dos de la mañana. Sin embargo, sí quiso que se fuera Dongho. No tuvo éxito.
El objetivo del grupo era resistir. Ellos adentro y los ciudadanos afuera, alrededor de la fuente de la plaza.
Sabían que estaban en desventaja, pero una fuerza desconocida los envalentonaba —esa joya que es la conciencia. 

Recuerdo vívidamente esa sensación de no tenerle miedo a nada.
De estar dispuesto a dar la vida. 
La sangre de todos los que estábamos allí fluía en una única y gigantesca arteria.
Pude percibir el pulso de esa sangre, de ese corazón 
que era el más grande y sublime del mundo.

En ese lugar también está Yeongjae, el más joven de los prisioneros. A pesar de su juventud e inocencia es el que calma a los que se pelean por unos granos de arroz... «Va... vamos, no os peleéis más...», les dice. Y, en algunas ocasiones, hasta los lidera. Más adelante se sabrá cómo siguió su vida y cuál fue el resultado de los juicios militares a los que cada uno fue sometido. 
Sus vidas posteriores, en libertad.
No fue fácil. Se encontraban y eran como extraños.

Mientras nos preguntábamos el uno al otro cómo estábamos,
nuestras miradas se extendieron como tentáculos invisibles y
constataron las sombras detrás del rostro y las huellas del sufrimiento
que la charla y la risa forzada no podían ocultar. 

Alguien está escribiendo un artículo de investigación. Es a ese alguien que el narrador le cuenta y responde sus preguntas. Algunas, en realidad... «Nadie tiene derecho a pedirme que siga recordando», le dice a su interlocutor.

Es que recordar es doloroso... Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando. El mundo se va quedando en tinieblas al irse apagando una a una las bombillas de neón de colores. Sé bien que yo tampoco estoy a salvo. 

Hay párrafos que transcribo por la belleza y profundidad. Acá, Han Kang vuelve al alma, no como pájaros sino como fino cristal:

Entonces, ¿el alma es una especie de cristal?
El cristal es trasparente y se rompe con facilidad. Esa es su naturaleza. Es por eso por lo que tenemos que tratar con cuidado todo lo que está hecho de ese material, porque si algo hecho de cristal se agrieta o se rompe, ya no sirve y hay que tirarlo.
Antes teníamos dentro un cristal que no se rompía. No sabíamos si era cristal o qué, pero era algo auténtico, sólido y transparente. Haciéndonos trizas el cuerpo les demostramos que teníamos alma. Les demostramos que éramos seres humanos hechos de cristal de verdad. 

V

Sangre y lágrimas
Representaciones artísticas de la Lucha Democrática de Gwangju


El capítulo «La pupila de la noche», está narrado en segunda persona como el primero, como si el narrador se dirigiera a la misma persona que lo va a protagonizar. 
Todavía no sabemos su nombre. 

Sí sabemos que es una joven que temía a frases como la que da título a este capítulo.
Capítulo marcado por horas. La primera señalada es: 19.00 h, y así seguirá avanzando el cronómetro.

Ahora esa joven temerosa ha crecido, está sola en una habitación o en su lugar de trabajo, y tiene otros miedos. 
Trabaja en una organización ambientalista. Es transcriptora y activista en la lucha de sustancias radioactivas, «son todas labores trabajosas, que no lucen, tareas que debes realizar en soledad y te llevan mucho tiempo», dice ella, que se protege en ese mundo. 
Anteriormente había trabajado en una organización de derechos laborales. 

Yoon, un profesor que trabaja en reconstruir una historia oral del Levantamiento de Gwangju de 1980, se había comunicado con ella diez años atrás. Como sabía lo delicado de su pedido, lo había hecho de parte de Kim Seonghee, el activista laboral, cercano a Seonju.
Alrededor de ella gira este capítulo. Ya la conocimos en el primero, trabajando como voluntaria en el polideportivo donde se acomodan los cadáveres.

Yoon busca activamente a supervivientes del levantamiento para registrar sus testimonios, con el objetivo de documentar el acontecimiento y su impacto. Sabe que algunos sobrevivientes se resisten a revivir el trauma, o puede ser que desconfíen de su proyecto.

Este personaje, lo que él encarna, es muy importante para mí. Ya que expresa el poder de la memoria y el lenguaje como una forma de resistencia, tanto al trauma personal como al colectivo. Y, a partir de allí, buscar los modos, nada fáciles, de superarlos.
Le habían dado el nombre de autopsia psicológica. 

Como era de esperar, Seonju no accede a colaborar con el ensayo de Yoon. Tampoco lo lee. 
Diez años pasaron y Yoon vuelve a insistir con hacerle la entrevista. 
Siete, de los diez ex miembros de la milicia civil, habían aceptado una segunda entrevista para este nuevo libro. Dos se habían quitado la vida. Quedaban ocho. 
Le falta este octavo testimonio. El de ella.

Al no acceder, Yoon le envía cintas y una grabadora portátil. Quizá le resultara más fácil grabar su testimonio. 
Ella guarda todo y lee de un tirón el ensayo demorado diez años en un cajón.

A partir de acá, del momento en que pone la cinta en la grabadora, sin saber si apretará o no el botón REC, vamos a entrar en la memoria fragmentada de Seonju. Sueños y pesadillas de un testimonio que será anónimo. Lo que significó su amistad con Kim Seonghee, que si bien no es un personaje principal, es importante en cuanto a todo lo emocional y psicológico que rodea esta relación de amigas tan distintas. Los castigos tan crueles y las injusticias. Los jóvenes asesinados y los que siguen vivos sintiéndose culpables. Cómo aparece en su vida Jeongmi, la hermana de Jeongdae, la que vivía en casa de Dongho y soñaba con ser doctora. 

Le han pedido que recuerde, que mire de frente y de su testimonio... pero, ¿cómo podrá hacer eso?

Cuando miras el sol que entra por la ventana 
un mediodía especialmente tranquilo de fin de semana y,
de repente te acuerdas borrosamente de la cara de Dongho,
¿no será su alma la que se agita ante tus ojos?
Si te hubiera dicho que te fueras a tu casa, Dongho...
¿Es por eso por lo que vienes a mí?
¿Para preguntarme porqué sigo viva?

VI

«Donde se abren las flores», en la versión en inglés es «The Boy´s Mother», ya que es el capítulo que se centra en la madre de Dongho, su dolor y recuerdo aun después de tantos años. Su lucha por ese asesinato inadmisible durante el levantamiento de Gwangju. 

Y, esas cosas de madre..., ella no pierde la esperanza de volver a verlo, dónde y cómo sea:

Fui detrás de ese chico. 
Pero como él andaba rápido y yo estoy vieja, no hubo manera de alcanzarlo por más que me apuré.
Si él hubiera girado la cabeza... pero siguió andando y mirando solo hacia delante. 
¿Cómo no iba a reconocer esa cabecita como una bola de billar?
Eras tú, estoy segura. 
Eras tú, que venías a verme, que quisiste mostrarte aunque fuera pasando de largo.

Cada miembro de la familia de Dongho, además de su madre, su padre, su hermano mayor y el del medio, todos, profundamente afectados por la muerte del hijo y del hermano menor, reaccionan de diferente manera. 
La madre lleva a cuestas ese dolor, se conecta con otros padres en duelo y participa en las protestas a pesar del peligro. Es una mujer valiente.
Mientras tanto, los hermanos experimentan la culpa y se achacan uno a otro no haber hecho lo suficiente para salvarlo, para sacar a Dongho de su determinación de quedarse como voluntario en la Oficina Provincial.

Ella es simplemente una madre que recuerda a su hijo. Y se conecta con esos recuerdos. Con su benjamín, con el que tuvo a los treinta años. 
Lo ve, ya no como el adolescente empeñado en protestar y buscar a su amigo, lo ve de bebé, lo ve cumpliendo años, lo ve paseando con ella, tomado de su mano por el camino florecido de cosmos de todos colores. Lo ve como el niño que siempre buscaba el sol.




Aunque no hay nadie que pueda escucharme, te llamo despacito:
«Donghooo...»
Con lo pequeño que eras, poseías tanta fuerza... 
me arrastrabas hacia donde había sol, 
«¡mami, vamos allí, por donde hay sol!,
¡vayamos allí, mamá, donde se abren las flores!»

Epílogo

Esta última parte, llamada «La vela cubierta de nieve», en inglés se tituló «The Writer, 2013», la narradora es la propia autora. 


Han Kang, dibujo de Siegfried Woldhek

«Tenía nueve años cuando escuché la historia», así comienza. La narradora actúa como sustituta de Han Kang. Nos va a ir contando cómo llega la historia a sus oídos y de su  conexión con el Levantamiento de Gwangju. Su motivación para escribir la novela. 

En esas conversaciones de adultos que los niños escuchan por la mitad y elucubran situaciones, escucha hablar de ese niño. 
El padre de la autora, profesor de escuela secundaria, había conocido a Dongho. Había sido su alumno... «escribía muy buenas redacciones», dice.

Así sabremos que la casa donde vivía Dongho había sido propiedad de la familia de la narradora. 
A travéa de ellos y de su propia investigación, llegaron las fotografías que mostraban todo el espanto de esos días. 
Su intención fue la de revisar todos los materiales que documentaran las vivencias. Un trabajo muy duro que por momentos tuvo que dejar. Los sueños la invadían. Pesadillas con soldados, bayonetas atravesando su pecho, despertarse con la cara mojada por las lágrimas. 

Haber contactado al hermano de Dongho fue muy importante para ella. Después de todo, la historia que iba a escribir giraría alrededor del joven: 

¿Quiere que le de permiso?
Claro que se lo doy.
Eso sí, tiene que escribirla bien. 
Que sea una historia recta y cabal.
Escríbala de tal manera que nunca puedan profanar la memoria de mi hermano.

Conocer de primera mano, escuchar, leer tantos testimonios hizo que comprendiera. Se había equivocado en pensarlos como víctimas, a esos muchachos y chicas que no abandonaron el edificio del Gobierno, aun sabiendo que no había ninguna posibilidad de victoria.
No fueron víctimas. Se quedaron porque no quisieron serlo. 

Hacia el final, la narradora va a ver la tumba de Dongho que está cubierta de nieve. Pone las velas delante, como hacía Dongho honrando a los demás. Consolidando la conexión entre esa llama que parpadea y la presencia del alma persistente: 

Me quedé mirando en silencio los bordes de las llamas, 
que se agitaban como alas traslúcidas.
Espero que tu me guíes a partir de ahora.
Que me lleves a la claridad, adonde se abren las flores.

*

Voy a ir despidiéndome. Sé que escribí una reseña muy larga. No podía hacer menos. Es tan rica, deja tanto, además de la emoción profunda que me invadió al leerla. 
Un profundo aprendizaje... ¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? Porque ese es el tema. ¿Por qué se nos engaña con eso de la dignidad? ¿Por qué si en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?
Las marcas que dejan los sufrimientos extremos no cicatrizan nunca. 
Han Kang va a lo esencial del asunto, a la parte más dolorosa, y no teme lo que allí se revela, aunque sea tan crudo. No rehuye en ningún momento describir la brutalidad tal cual es.

Esta lectura va más allá de la evocación del Levantamiento de Gwangju, de la violencia que allí sufrieron las jóvenes víctimas. Demuestra que la determinación de mantener su recuerdo y de no apartar la mirada del dolor y la injusticia es también rescatar la resiliencia de los que pasan por un trauma semejante. Y así ir a temas más amplios e invitar a la reflexión.

Las distintas perspectivas que nos brinda la autora, tomando cada personaje como protagonista, nos hace conocer la multiplicidad de enfoques que tiene un mismo hecho y cómo impacta en cada uno de ellos.
En lugar de centrarse en el hecho histórico solamente, se enfoca en las personas, y sobre todo en el niño-adolescente que muere, donde queda plasmado el duro precio que se paga.

Hay que abordarla con valentía y disposición, ojalá lo hagan porque vale la pena.
Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli


Notas


- Human Fuga-by Performance Group Tuida. Teaser: A performance grout that created a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts», titled «Human Fuga».
https://www.youtube.com/watch?v=DUwGX3GlDeQ

- Two Theatrical takes on Blooding Uprising: 
https://www.koreana.or.kr/koreana/na/ntt/selectNttInfo.do?mi=1546&nttSn=52364&bbsId=1113&langTy=KOR

- Blood and Tears
https://iexaminer.org/blood-and-tears-is-a-striking-exhibition-of-plight-protest/