"No se culpe a nadie"
Ángela Corti |
Final del juego
[1956]
Editorial Sudamericana, 1964 |
Julio Cortázar
[1914-1984]
Julio Cortázar, por Zalo, 1989 |
El frío complica
siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel,
pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un
regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que
ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el
otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas
silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el
armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por
culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer
pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo
fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire
como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta.
De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese
suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y
él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será
meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo.
Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez
a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga
dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo
para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra
complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al
mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del
pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y
tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina
penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir
como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera,
pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la
mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre
pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que
reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las
mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que
salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar
ninguna de las dos manos, aunque en cambio, parecería que la cabeza está a
punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi
irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido
imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va
humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de
azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de
afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la
manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del
pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la
cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente.
De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir
abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco,
aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente, salvo que el
aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del
pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le
debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada
vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las
pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va
envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y
todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez
el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en
la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en
su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el
aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además
puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del
pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver
tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la
espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado
completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la
camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco
sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el
pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por
los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros
demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se
ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo
cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad
de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco
ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si
es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con
toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue
como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si
hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del
todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas
veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de
una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie
puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables
tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el
pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de
cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha
desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a
esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de
la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se
le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el
azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le
desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más
despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es
la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano
izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es
casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano
izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera
ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque
de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas
sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto
que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para
sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo
intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás,
girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora
alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir
girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y
viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez
más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le
obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través
de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi
sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez
de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo
como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que
pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha
caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una
vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los
ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa
materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera
un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el
tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco
a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de
adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a
sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el
tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda
que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro
de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le
envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para
llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un
aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie doce pisos.
* * *
¿Qué les pareció? ¿Les gustó?
Nunca, o pocas veces, el
sentimiento de querer escapar [de algo o alguien], deshacerse de alguna
situación inaguantable, la desesperación de pesadilla, han estado tan bien
representados. Es que uno «ve» al único personaje en escena. La esposa es
solo una referencia, sin embargo tiene su importancia, su peso en el relato: es alguien que lo espera y lo «apura».
Y esas manos,... la derecha
que se equivoca y se mete por el cuello en lugar de la manga, ella se mueve con toda libertad en el
aire, incontrolada y deformada ataca a la izquierda, que sí es su mano. Es su parte prisionera. Metáfora de no poder salir tan fácilmente de su problema, el desdoblamiento está dado por las dos manos.
Todo contado con un
lenguaje sencillo pero con significados ocultos, rápido, sin pausa y con algunos tintes poéticos.
Lo fantástico irrumpe en lo
cotidiano, dice González Bermejo, quizá nuestra mente razonante no lo
capte, ella solo acepta «lo lógico», pero esos momentos irrumpen y se hacen sentir.
La ambigüedad está presente, durante y en el
final del relato. Y hay espacios vacíos que deben ser llenados por el
lector... Es curioso como nos damos cuenta que el personaje pierde el control
de su mano derecha, sin embargo no está especificado, no explícitamente.
Quizá necesitemos una segunda lectura —siempre
son placenteras.
Su falta de respiración —esa desesperación al
límite que solo conocemos los que la hemos sufrido— puede tener varias interpretaciones
si salimos de la literalidad. Una imposibilidad que puede acoplarse a su vida
misma, al ahogo que siente... Sin ganas de ir a encontrarse con su
mujer para comprar un regalo de casamiento, silba un tango, como si ello le pudiese dar algo de alivio, lo hace al principio, luego todo se contamina.
Asistimos al momento en que no hay silbido que
distraiga, llega en el instante que se da cuenta de lo absurdo de silbar, ya nada parece
encajar... como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese
pulóver. Y le encontramos
sentido: huida de una vida que no se quiere, fuga a una opresión. Es su decisión, y no se culpe a nadie.
Pueden leer todos los cuentos de Final del juego y
apreciar este cuento en su conjunto. Descubrir el sentido metafísico, explorar
con Julio Cortázar los rincones existenciales del laberinto
de la vida, las distintas realidades, agrego.
Cortázar afirma que no conocemos la realidad en su
totalidad, sujetos como estamos a las categorías
epistemológicas instituidas en nuestra civilización occidental,
aprehendemos nuestro entorno parcialmente y limitados, él pretende
expandir estos límites perceptivos.
Que sea a través de esta realidad fantástica, por
llamarla con un nombre no del todo apropiado, o a través de otros medios que
nos permitan levantar barreras de tiempo-espacio, ir hacia lugares inexplorados
e irracionales, es siempre un intento arriesgado y bienvenido.
Es simplemente aceptar esos otros lugares que nos brinda la literatura. Hasta
la próxima lectura,
C. G.
Mis
notas, lecturas, sitios para visitar:
-
Final del juego, Julio Cortázar: «Continuidad en los parques»,«No se culpe a nadie», «El río», «Los venenos», «La puerta condenada» y «Las ménades» en el primer bloque; «El ídolo de las Cícladas», «Una flor amarilla», «Sobremesa», «Los amigos», «La banda», «El móvil» y «Torito» conforman el segundo; y en la última parte se encuentran «Relato con un fondo de agua», «Después del almuerzo», «Axolotl», «La noche boca arriba» y «Final de juego».
http://www.kronhela.com.ar/jc/JulioCortazar-Finaldeljuego.pdf
- El doble en Final del juego. El desdoblamiento como elemento esclarecedor de la unidad y estructura del libro. María Fernández Abril. Universidad de Oviedo:
http://cvc.cervantes.es/literatura/tradicion_rupturas/fernandez.htm
- Julio Cortázar, ilustración:
http://zalo1989.deviantart.com/
- Julio Cortázar, páginas web:
https://didactalia.net/comunidad/materialeducativo/recurso/pagina-oficial-de-julio-cortazar/96389c97-82e7-4f44-9380-0a7435644ae5
https://www.escritores.org/biografias/403-julio-cortazar
http://www.march.es/bibliotecas/repositorio-cortazar/?l=1
http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=91355
-
Ángela Corti: su ilustración basada en el
cuento «No se culpe a nadie» de Julio Cortázar para la exposición por
Donceles 66 «100 Años con Julio Cortázar», Centro Histórico de la Ciudad
de México. Agosto, 2014.
http://angelacorti.blogspot.com.es/
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Conversar de libros, y de los caminos a donde ellos nos llevan, dar una opinión, contar impresiones, describir una escena, personaje favorito, nunca contarlo todo, aunque a veces, elijamos ir un poco más allá, y no está mal, no a todos les molesta.
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