miércoles, 22 de mayo de 2024

«Un editor para Saer. Sobre la relación autor/editor», Alberto Díaz (texto completo)

 Un editor para Saer.

Sobre la relación autor/editor

[2024]

Alberto Díaz

[Buenos Aires, 1944]


Ediciones UNL (Universidad Nacional del Litoral)
Portada: Iluminaciones, serigrafía y collage de Juan Pablo Renzi
Fotografía: Ricardo Ceppi


Alberto Díaz no necesita presentación en el ambiente literario argentino y latinoamericano en general.
          Cuando programé mi visita a la Feria del Libro y supe que asistiría a esta presentación, me apuré a leer el libro Un editor para Saer. Como estaba en Australia en ese momento, lo bajé de la Biblioteca Virtual de la UNL —sabiendo que más tarde lo compraría.


Alberto Díaz e Hinde Pomenariec [fotografía personal]
8/5/24, Sala Domingo F. Sarmiento, Pabellón Blanco
48º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Predio Ferial La Rural

En esta presentación, organizada de manera impecable por la Editorial de la UNL [Universidad Nacional del Litoral] y el Ministerio de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y la participación cálida y profesional de la reconocida periodista y escritora Hinde Pomenariec, corroboré lo que ya había sentido en mi lectura minuciosa, la franqueza y solvencia sin jactancia , la emoción y el entusiasmo de Alberto Díaz.

Para quienes no lo conocen, les cuento que fue editor de grandes escritores, como Cortázar, Piglia, Benedetti, Abelardo Castillo, Borges, Antonio Di Benedetto, Gelman, Quino, entre otros además de Juan José Saer. Publicó alrededor de cuatro mil títulos en casi cincuenta años de carrera. Impresionante.
Fundó editoriales y dirigió muchas de ellas, las más importantes, como Siglo XXI, Alianza, Losada, Espasa Calpe, Planeta, Emecé, Seix Barral y Destino. No solo en nuestro país, también en México y Colombia.

Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue docente en la Facultad de Filosofía y Letras en diferentes etapas hasta 1993.
Sufrió persecución y exilio.

Fue honrado con el título de «Personalidad destacada de la Comunicación Social y la Cultura» por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




En este libro que voy a comentar, aborda el tema de la edición en la ficción literaria.

Mi comentario




Conocer la trayectoria de Alberto Díaz a través de este libro, habiendo sido parte de las más importantes editoriales y habiendo tratado a escritores tan admirados me resultó sumamente interesante y placentero.
          Sobre todo, y quizá la mejor parte, su relación de trabajo y amistad con Juan José Saer, Juani, a quien llega por recomendación de Ricardo Piglia [1941-2017] y la lectura de Responso [1964].

Editorial Seix Barral; 168 págs.

Los que quieran conocer más a Saer, sabrán de sus libros desde la perspectiva del editor, también del lector entusiasta, Díaz lo es. Con la aclaración de su intervención excepcional en los casos de Glosa y La grande, donde realizó breves referencias a la narrativa o a la estructura de dichas obras.
          El libro cuenta de dos partes, en la Primera encontramos: 
  • ¿Qué significa ser un editor?, 
  • Querido maldito editor, 
  • El autor y su editor, y finaliza con 
  • La extrema y delicada relación autor / editor; 
          En la Segunda parte: 
  • Un editor para Juan José Saer, 
  • La grande y un cierre de un ciclo novelístico, 
  • Juan José Saer antes de Glosa
  • Los inicios en Santa Fe, Marginalia, 
  • El lugar de Juan José Saer en la literatura argentina, y finaliza con un 
  • Anexo: La grande
  • Algunas precisiones sobre esta edición, 
  • Los libros de Juan José Saer publicados en lengua castellana, 
  • Traducciones de la obra de Juan José Saer, 
  • Traducciones directas a otras lenguas, finaliza con 
  • La traducción como sistema de circulación literaria, ¿Se puede traducir a Juan José Saer?

Vemos que el trabajo del editor es inmenso y requiere de una gran destreza: desde la construcción de un catálogo, reconocido y valorado por los lectores en el tiempo, hasta el descubrimiento de nuevos valores y el rescate de algunos olvidados, hay un largo trayecto. El cuidado y la transformación de un texto en libro, con todo lo que eso abarca, y el acompañamiento a su autor, ganarse su confianza, es parte del recorrido. 
          Por todo esto, al editor corresponde una palabra polisémica —figura un poco inasible, controvertida para muchos, fundamental en toda publicación. 
          Mucho trabajo, sin duda, Díaz lo dice, pero con la ventaja enorme de estar en contacto con personas creativas, autores e intelectuales que aportan una gran riqueza a la vida personal  y a la sociedad. 
          En definitiva, lo que transparenta el libro en este aspecto, es el amor y dedicación de Alberto Díaz, y su solvencia profesional.


Thomas Bernhard

          Pero no siempre los artistas son fáciles. Es muy interesante, en este sentido, lo que cuenta sobre la compleja relación entre el editor Siegfried Unseld y el escritor austríaco Thomas Bernhard [1931-1989]. Una de las más conflictivas y tormentosas que se han producido y que se mantuvo hasta el fallecimiento del extraordinario Bernhard.
          De Siegfried Unseld, director de la emblemática y prestigiosa editorial alemana Suhrkamp, rescato la frase, aunque sea muy conocida, con la que definió su criterio editorial: «Aquí no publicamos libros, sino autores». 
          Otro de los vínculos conflictivos a los que alude Díaz, es el que tuvo el mítico editor francés, Gastón Gallimard con Louis-Ferdinand Céline.
          Algo muy positivo en esta parte del libro, es la importancia que le da Díaz al libro de Siegfried Unseld [1924-2002], El autor y su editor [1978], una lectura fundamental para comprender uno de los oficios más silenciosos e influyentes en la sociedad... «Libro accesible para cualquier persona interesada en adentrarse en el mundo de la edición, que no es otro que el puente que conecta al escritor con los lectores». 


Editorial Taurus; 288 págs.


En este libro, Alberto Díaz nos habla de sus maestros y de las lecciones aprendidas. Entre ellas: 

«Los buenos libros no solo enriquecen a los individuos, sino que también contribuyen a mejorar las sociedades y a combatir las injusticias». 

No niega que la edición sea una industria, como cualquier otra actividad productiva, podría decirse, sin embargo hay algo que sí la distingue, el objeto fabricado que es el libro, no tiene por sí mismo valor comercial, el valor se lo da su calidad cultural.
          Y Saer la tenía. Fue un escritor que no se concedía nada, tampoco a sus lectores, así lo declaraba:

«Ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiero seducir ni convencer».

Esta fidelidad a sí mismo abarca a los protagonistas de sus obras y a los temas que lo obsesionaban: la relación espacio–temporal [la poca fiabilidad de los instrumentos con que contamos para aprehenderla, la conciencia y la memoria] su sistema de escritura muy abierto [todas las historias quedan «a medio borrar», es decir, a medio narrar, no cierran completamente, siempre hay desvíos] y por último, la «zona». Y por supuesto a los artistas plásticos Fernando Espino y a Juan Pablo Renzi, la conexión entre ellos —otro tema para rastrear.


Juan José Saer


La figura de Juan José Saer es muy atrayente, ya sea por ser considerado el mejor escritor argentino de la segunda mitad del siglo XX, por sus increíbles novelas, que nombro para que vayamos a ellas [Responso, La vuelta completa, CicatricesEl limonero real, Nadie nada nunca, El entenado, GlosaLa ocasión, El río sin orillasLo imborrable, La pesquisa, Las nubes, La grande], sus libros de cuentos [En la zona, Palo y hueso, Unidad de lugar, La mayor, Lugar], ensayos [El concepto de ficción, La narración-objeto, Trabajos] o poemas [El arte de narrar], pero también por su personalidad, un autor que escribía con el cuerpo, según sus propias palabras.
          Todo esto y mucho más lo vemos, con gran emoción, a través de quien tuvo con él una relación tan estrecha, profesional y de amistad incondicional.

En definitiva, dos grandes, Saer y Alberto Díaz. 
Que disfruten de esta lectura que comparto, 

Cecilia Olguin Gianelli


Editorial: UNL; 148 págs.

Para Juan José Saer, escritor y amigo.
Prólogo

El origen de este libro se gestó a partir de mi participación en el V Argentino de Literatura, un encuentro organizado por la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe en agosto de 2009. El 14 de agosto, me correspondió abordar el tema de la importancia del catálogo editorial en la relación autor / editor, centrado en el caso de Juan José Saer. La charla transcurrió en la magnífica Sala Juan José Saer del Foro Cultural. 

Trece años después, recibí un correo de Ivana Tosti, en ese entonces responsable de la coordinación general del V Argentino de Literatura, que incluía el registro de mi disertación que, debo confesar, desconocía que había sido grabada. 

En su amable mensaje, Ivana me consultó sobre la posibilidad de publicar mi exposición en la Colección itinerarios de la Editorial de la Universidad Nacional del Litoral, de la que es la actual directora. Mi aceptación fue inmediata, y le propuse que me diera un tiempo para enviar un manuscrito más extenso y actualizado. Ivana aceptó, lo cual me llenó de alegría y agradecimiento. Así, un año después de mi aceptación, estoy entregando este manuscrito que consta de dos partes y un anexo. 

En la Primera parte, busco responder a la pregunta: ¿qué significa ser un editor? Abordo la compleja y, a veces, conflictiva relación autor / editor tratando de manera sucinta las funciones y características del oficio de editor literario desde la invención de la imprenta hasta nuestros días. 

En la Segunda parte relato en primera persona mi vínculo con el escritor de Serodino, desde que lo conocí y le publiqué Glosa hasta su última novela La grande. Veinte años de una relación profesional muy productiva y de estrecha amistad se plasman en esta parte, que probablemente sea la más interesante y rica del libro, no solo para los estudiosos de la obra de Saer, sino también para los lectores admiradores de las narraciones de Juani. 

Cierro esta Segunda parte con «El lugar de Juan José Saer en la literatura argentina», donde intento explicar cómo un autor que no hizo concesiones al mercado y que siempre fue fiel a una poética propia, mantiene, aún hoy, una cantidad significativa de lectores en la lengua castellana y en otras lenguas, y por qué es considerado el mejor escritor argentino de la segunda mitad del siglo XX. 

En el Anexo, incorporo información documental, desde el listado total de ediciones de sus libros en nuestra lengua hasta las innumerables traducciones de su obra a más de veinte idiomas. Además, examino la traducción como sistema de circulación literaria y otros materiales que contribuyen a comprender por qué sus libros siguen vigentes. 

Espero que estas breves reflexiones sobre la relación autor / editor resulten útiles para quienes se interesan por la edición literaria, para quienes la estudian, y para los lectores de Juan José Saer, un escritor central en el canon de nuestra literatura. 

BUENOS AIRES, 31 DE AGOSTO DE 2023

Primera parte 
¿Qué signifca ser un editor? 

Definir hoy en día qué implica ser un editor resulta una tarea ardua. La vocación del editor es tan auténtica como la del escritor, aunque hay que tener en cuenta que el contexto editorial ha experimentado notables cambios en estos últimos años. Nos enfrentamos a un período de perplejidad ante la irrupción de las nuevas tecnologías y las transformaciones que introducen en la comercialización, en particular en los nuevos soportes electrónicos que compiten con el tradicional y afectivo objeto «libro» al que estamos vinculados desde hace cinco siglos. Aunque soy optimista respecto de la supervivencia del autor y el editor, es evidente que debemos adaptarnos a esta nueva realidad. Dicho esto, considero necesario precisar la noción fundamental de «libro» antes de abordar las funciones actuales del editor. 

Siguiendo la perspectiva de Pierre Bourdieu en su texto «Una revolución conservadora en la edición»: «El libro es un objeto de doble faz, económica y simbólica; es a la vez mercancía y significación. El editor, por su parte, es también un personaje doble, que debe conciliar el arte y el dinero, el amor a la literatura y la búsqueda de beneficio». Aunque se busque equilibrar estas dos funciones, suele prevalecer una sobre la otra, delineando a los editores más orientados al polo comercial o al polo cultural. Hace más de setenta años el concepto de «industria cultural», atribuido a Adorno, era visto casi como un oxímoron. En el presente, el concepto de industria se ha naturalizado y termina por imponerse al de cultura. Esto conlleva una disminución de su influencia en la toma de decisiones de política editorial, en contraste con la creciente importancia de los directores financieros, los departamentos de marketing y los contadores. De cualquier manera, persiste una tensión constante que perdurará mientras el libro mantenga su forma actual. 

Bourdieu agrega que la industria editorial es un espacio «relativamente autónomo». No obstante, reconocemos que la teoría de la autonomía relativa de los campos tiene sus limitaciones, ya que no logra resolver, en términos teóricos, un problema que inevitablemente se debe abordar a través del estudio de casos concretos. En consecuencia, por razones específicas que requieren un análisis detallado, en determinados momentos la autonomía puede ser mayor o menor. 

Antes de continuar, quiero aclarar que me limitaré a discutir la función del editor en las ediciones de libros de ficción literaria, dejando de lado el impacto de las nuevas tecnologías en la edición editorial, ya que excede el alcance de este escrito. 

Dicho esto, profundizaré en algunas precisiones sobre la importancia del catálogo en la vida de un editor. El catálogo se erige como el alma y el activo simbólico más relevante de una editorial. Un catálogo efectivo debe mantener coherencia, y un buen editor debe asociarlo con una marca o sello editorial para ganar, en el futuro, la confianza de los lectores. Como afirmaba Borges sobre las antologías: las buenas se construyen con el tiempo, y las otras, Menéndez y Pelayo. 

Esta boutade de Borges destaca la función del tiempo en la creación y consolidación de un catálogo que resista el juicio del lector a largo plazo. La construcción de un catálogo reconocido y valorado por los lectores siempre está respaldada por la figura del editor. Aunque muchos editores inicien con buenas intenciones, a veces sus propuestas editoriales se van deshilachando por diversas razones. La duración y coherencia de los buenos catálogos mantiene las primeras intuiciones e intenciones del editor, mejorando con el tiempo como los buenos vinos. Si esto ocurre, el juicio de los lectores avalará el catálogo y las marcas editoriales que lo impulsan y que han trabajado durante décadas en su construcción. Un editor de raza vuelca en el catálogo su vida, sus sueños y su visión de la historia. Por tanto es un medio crucial para evaluar la trayectoria de un editor. 

Es oportuno, entonces, decir algo sobre esta figura un tanto inasible, cuya función resulta fundamental en la cadena del libro. El vocablo «editor» es un término polisémico que, en nuestra lengua, se refiere indistintamente a dos roles centrales de la industria editorial. 

Por un lado, designa al empresario editorial o director editorial, quien asume el riesgo financiero de la publicación o dirige la orientación general de una editorial o colección —en inglés tiene un nombre específico, publisher—. Por otro lado, el editor es el profesional que atiende al autor, cuida su obra y transforma su manuscrito en un libro. Un buen editor puede descubrir un autor, corregir sus libros, acompañarlo en el desarrollo de su obra, rescatar un autor olvidado o volver a poner en circulación libros arrumbados en el tiempo. Un editor tiene la facultad de diseñar una o varias colecciones y convertir una editorial en sinónimo de una oferta literaria de calidad. Aunque sea una labor muchas veces discreta, no deja de ser fundamental. 

La función del editor no solo representa la práctica de una profesión vocacional y prestigiosa, sino que también incide positivamente en su proceso de formación cultural, ya que le permite trabajar con las personas más creativas de su tiempo: autores e intelectuales que dejan una marca en la cultura de una sociedad y, obviamente, en su interlocutor principal. 

Cuando me inicié en este oficio siendo muy joven, tuve el privilegio de trabajar con Arnaldo Orfila Reynal, uno de los grandes editores en nuestra lengua. Orfila Reynal desempeñó el cargo de director durante casi dos décadas en la imprescindible editorial pública mexicana, el Fondo de Cultura Económica. Sin embargo, en 1965, durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, fue cesanteado por motivos políticos. 

Este suceso generó una contundente muestra de solidaridad con Arnaldo Orfila Reynal. Más de quinientos intelectuales mexicanos salieron en defensa de su figura y de la línea editorial que había implementado durante su gestión. Como respuesta a su cese, este amplio movimiento de intelectuales decidió convertirse en accionista de la nueva editorial propuesta por Orfila, lo que dio lugar a la fundación de Siglo XXI Editores Sociedad Anónima. 

Es interesante señalar que años antes, a solicitud del rector de la Universidad de Buenos Aires, Arnaldo Orfila Reynal fue contratado como asesor por tres meses. Durante este periodo, definió los lineamientos legales y editoriales, además de designar al director de la nueva editorial universitaria. Como resultado de esta gestión nació Eudeba, cuyo primer director fue el recordado Boris Spivacow. 

A principios de los años setenta, me uní a la recién constituida Siglo XXI Argentina Editores. En aquel momento, solo cumplía con el primer requisito para ser editor: era lector y amaba los libros. Así, comencé a aprender los pormenores del ofcio de la mano del mejor maestro de la época, Arnaldo Orfla Reynal, y el excepcional equipo de trabajo de Siglo Argentina. 

Enumerar todo lo que aprendí de Orfila sería extenso y quizás no relevante para el lector de estas líneas. No obstante, destaco lo que considero más importante de sus enseñanzas, algo que asumí tempranamente como su valioso legado: la coherencia entre la vida privada y profesional, así como su inquebrantable fe en que los buenos libros no solo enriquecen a los individuos, sino que también contribuyen a mejorar las sociedades y a combatir las injusticias. 

En conclusión y para finalizar este apartado, quisiera recordar que un editor debe aprender a ganarse la confianza de un autor en todas las etapas: antes de la publicación, durante el proceso de producción y después de que el libro se publica. Si no logramos inspirar confianza y fomentar la colaboración, nuestro oficio retrocederá varios siglos a la época en que los libreros también ejercían como editores, y la relación entre autor y editor no era armoniosa; más bien, en la mayoría de los casos, era un vínculo sumamente conflictivo. Más adelante, ampliaremos esta primera aproximación a la función del editor.

Querido maldito editor 

Comenzaré esta sección con la conocida cita de Johann W. Goethe referida a los editores de su tiempo: «Todos los editores son hijos del diablo. Para ellos tiene que haber un infierno especial». Esta opinión era compartida por el poeta y dramaturgo alemán Friedrich Hebbel, quien sostenía que «es más fácil caminar con Jesucristo sobre las aguas que con un editor por la vida». Louis Ferdinand Céline también expresaba su desconfianza al afirmar: «Todos los editores son unos rufianes», mientras que Ernest Hemingway aconsejaba: «Nunca te cases con las putas, nunca pagues a un chantajista, nunca vayas con la ley, nunca confíes en un editor, o dormirás sobre la paja». Por su parte, Osvaldo Soriano sostuvo, con un toque de humor, que «Napoleón fue un gran hombre solo por el hecho de mandar a fusilar a un editor». Estas citas, entre otras, revelan cómo grandes autores reaccionaron ante la problemática relación con sus editores. 

Es pertinente resaltar la incidencia que tuvo la nueva técnica inventada por Gutenberg en el desencuentro entre editores y autores. Esta innovación fue tempranamente adoptada por libreros e impresores en los principales países de Europa, y generó un aumento exponencial en la reproducción mecánica de textos. La imprenta no solo abarató los costos de producción, sino que también favoreció la circulación de los libros. 

Sin embargo, el crecimiento de la producción de libros no estuvo exento de problemas y abusos derivados de esta revolucionaria invención. Surgieron prácticas como la piratería, así como juicios legales de diversa índole entre las partes involucradas. La innovación introducida por la imprenta de tipos móviles en 1455 generó desafíos y tensiones en la industria del libro. 

La invención de la imprenta marcó el fin de los libros escritos a mano. El arduo trabajo de los copistas, generalmente monjes, que transcribían los escritos en pieles de res —limpia del vellón o del pelo, adobada y estirada hasta que la superficie fuera apta—, fue reemplazado por un proceso más rápido y económico. Estas pieles, conocidas como pergamino —literalmente «de Pérgamo», ciudad de donde provenían los mejores—, se preparaban minuciosamente para poder recibir la escritura. Este método costoso y lento permitía la reproducción de una sola copia del texto en dicho soporte. Incluso en la Edad Media, los monjes llegaron a reutilizar pieles con textos griegos científicos, y los borraban para transcribir oraciones cristianas u otros textos religiosos. 

Desde la introducción de la imprenta de tipos móviles, los libros dejaron de ser un producto exclusivo para unos pocos. Los costos, más accesibles, permitían imprimir la cantidad de ediciones de un mismo libro que el editor demandara, lo que democratizó el acceso a la lectura y al conocimiento, y posibilitó que amplios sectores de la población ingresaran al mundo de los libros.

Debemos el primer intento de «ordenar» y establecer ciertas reglas para poner fin a la incertidumbre generada por la invención de la imprenta al escritor, filósofo, editor y enciclopedista francés Denis Diderot (1713–1784). André– François le Breton, uno de los libreros–impresores más destacados de París, le encomendó a Diderot la dirección del proyecto editorial más importante del siglo XVIII: la Enciclopedia

Junto a su amigo Jean le Rond D’Alembert, Diderot transformó la propuesta inicial y convirtió el proyecto en una extensa meditación por artículos (un total de 71 818) sobre el conocimiento de la época y la organización sociopolítica de la humanidad desde una perspectiva racionalista y antidogmática. Esta monumental obra contó con más de veinticinco mil páginas en veintiocho volúmenes, siete suplementos y casi tres mil ilustraciones. La redacción de la Enciclopedia involucró a ciento cincuenta colaboradores, entre ellos destacados nombres como Voltaire y Montesquieu, quienes aportaron su conocimiento a este proyecto que ocupó a más de mil trabajadores durante veinticinco años. 

Diderot asumió el papel principal al coordinar los trabajos de los colaboradores, gestionar las relaciones con las imprentas, corregir pruebas y redactar personalmente alrededor de cinco mil entradas. Supervisó la creación de una de las obras culturales más importantes de la historia. En resumen, Diderot es recordado por su destacada obra intelectual, expresada en diversos géneros como la novela, la filosofía y el ensayo, así como por ser el alma mater de la célebre Enciclopedia, un hito fundamental en la formación de la conciencia ilustrada del Siglo de las Luces. 

Quisiéramos resaltar la faceta de Denis Diderot como profesional del proceso del libro centrándonos en la relevancia de su obra Carta sobre el comercio de libros, escrita en 1763 a petición de los libreros de París. El propósito de este libro era presentar ante las autoridades de la época una defensa del gremio contra los prejuicios y restricciones de su comercio. Sin embargo, Diderot excedió los limitados objetivos marcados por sus mandantes, y convirtió su texto en una aguda crítica de la censura y un alegato a favor de la propiedad intelectual, así como del derecho exclusivo de un autor o editor para explotar una obra literaria o artística durante un tiempo determinado, conocido como copyright. Justicia 25 retributiva, relaciones contractuales adecuadas, control sobre las tiradas y lucha contra la piratería conforman el núcleo central de este libro de Diderot. 

Es relevante recordar el argumento de Diderot en contra de la censura y sus desastrosos efectos utilizando el ejemplo de Las cartas persas, novela satírica de Montesquieu publicada en Ámsterdam en 1721. Aunque considerada en Francia como un libro contrario a la religión y las buenas costumbres de la época, Diderot demuestra irónicamente que las interdicciones son ineficaces, ya que no impiden la circulación de las obras prohibidas, sino que, por el contrario, favorecen su venta. En el caso de Las cartas persas, existían más de cien ediciones en la época, y los ejemplares se conseguían sin problemas en los puestos de venta en la ribera del Sena. Diderot concluye que las interdicciones son peligrosas para los libreros y autores franceses, ya que solo benefician a los editores extranjeros que imprimen los títulos prohibidos y los introducen clandestinamente en Francia. 

Carta sobre el comercio de libros es uno de los mejores textos escritos sobre la libertad de escritura y edición, una lectura crucial que invita a libreros, autores, lectores y editores a seguir luchando en defensa de los libros.

El autor y su editor 

El conflicto entre autor y editor ha experimentado mejoras evidentes y, en la actualidad, esta relación tiende a ser menos extrema que la que acabo de describir. A continuación, trataré de explicitar las características de esta relación y ampliar el concepto y las funciones del editor en la actualidad. 

El libro, como he mencionado, es una mercancía que posee un doble valor: valor de uso y valor de cambio. La característica principal que distingue al libro como mercancía es su valor de uso. Para complementar esta afirmación, considero relevante incorporar la función y contribución del editor en el desarrollo del valor de uso del libro. 

El oficio de editor no es una profesión liberal que se pueda adquirir únicamente en una universidad, aunque el estudio de la carrera de edición en las principales instituciones académicas del país aporta de modo significativo a la formación y profesionalización de nuestro oficio. De esta carrera universitaria surgen profesionales bien formados, lo cual es fundamental para el desempeño exitoso del futuro editor, especialmente en áreas técnicas como el cálculo económico, el conocimiento de las diversas formas de producción y una sólida formación cultural, aspectos esenciales para la conformación de un buen editor. 

Me permito una breve digresión sobre la importancia de los estudios universitarios: muchos destacados editores han pasado por la universidad en diversas disciplinas como abogacía, bioquímica, física y, en su mayoría, por las distintas carreras ofrecidas en las facultades de Filosofía y Letras. En mi caso, soy egresado de la carrera de historia y durante muchos años impartí clases en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, reitero que el oficio de editor no es una profesión liberal al estilo de medicina, abogacía o ingeniería, cuyos títulos universitarios habilitan directamente para el ejercicio de la profesión. En nuestro oficio, el título universitario es un complemento cultural destacable para un buen desempeño, pero no constituye una condición necesaria para formar excelentes editores o escritores. El trabajo de editor es un arte, un oficio y un negocio que se relaciona con la doble naturaleza del libro como objeto. Quizás la siguiente cita de René Julliard [1900-1962; editor francés, fundador de Éditions Julliard] aclare un poco lo que quiero decir: 

A simple vista, la edición es una industria sin alguna particularidad que la diferencie de cualquier otra actividad productiva. Tiene, en efecto, la finalidad de transformar una materia prima, el papel, en un objeto fabricado, el libro. No obstante, hay un principio esencial que distingue a la edición de todas las demás empresas. Este objeto fabricado, el libro, a pesar del cuidado que se ponga en la fabricación, de la calidad del papel y de la tipografía, no tiene por sí mismo el más pequeño valor comercial. El único precio de un libro es su calidad cultural. 

El legendario editor británico Stanley Unwin señaló en la década de 1920 los principales atributos del oficio editorial. Estos incluyen el conocimiento de la literatura del género al que se dedica el editor, criterio, sentido común (o, a falta de un mejor término, «olfato») para seleccionar los manuscritos a publicar y determinar el número de ejemplares a imprimir, conocimientos técnicos sobre papel, impresión y encuadernación, así como un sentido de «buen gusto». A estos cuatro conceptos fundamentales enunciados por Unwin, podría añadirse la importancia del conocimiento del mercado, de los lectores y de los mecanismos para llegar a ellos de la manera más eficaz. 

De manera esquemática, es posible distinguir tres funciones básicas asociadas con el libro desde el punto de vista de su utilización: como soporte de información, como medio de entretenimiento y como herramienta de conocimiento. Es importante señalar que esta taxonomía es imperfecta e imprecisa, ya que las funciones pueden ser más complejas o conceptualizarse de modo diverso. Por ejemplo, la función de entretenimiento puede incluir diferentes géneros literarios, incluso los no ficcionales. Por supuesto, aunque resulte obvio destacarlo, reitero que el primer requisito para ser editor es amar a los libros y ser un ávido lector. 

Con base en esta premisa, analizaré más detalladamente la compleja relación entre autor y editor, y me centraré en las consecuencias que surgen cuando se produce el contacto personal y laboral entre estos dos participantes esenciales en la gestión y creación de un libro. Mi enfoque abordará desde los malentendidos, miserias y desafectos hasta la cooperación mutua, sin dejar de reconocer las necesidades económicas y psicológicas de los autores, así como los compromisos de ciertas editoriales que deciden asumir riesgos no solo por un libro específico de un autor, sino también por una obra proyectada pero aún no escrita. Para analizar estos temas, glosaré los parámetros desarrollados en el mítico libro sobre la edición de Siegfried Unseld (1924–2002) titulado El autor y su editor

Unseld fue uno de los editores más relevantes y sensibles de la cultura alemana; se desempeñó como director de la prestigiosa editorial Suhrkamp. Esta editorial siempre se destacó por su compromiso con la excelencia literaria. Unseld realizó su labor dentro de parámetros éticos y profesionales poco frecuentes en la actualidad. Su conocimiento del medio se nutría de una práctica humanística y del fervor por editar; sin ignorar las contradicciones inherentes a la supervivencia editorial, mantenía criterios independientes y se esforzaba por evitar la bancarrota económica. 

[2\ Siegfried Unseld, El autor y su editor. Trabajar con Brecht, Hesse, Rilke, Walser. Madrid, Taurus, 2004. El autor y su editor fue publicado por primera vez en 1978 en Alemania, se tradujo al español en 1982. Fue reimpreso en 2004]


Para Unseld, las verdaderas difcultades entre autor y editor se explican «por la doble vertiente de la curiosa función de este último agente», que, como expresó Bertolt Brecht, «tiene que producir y vender la sagrada mercancía del libro, es decir, ha de conjugar el espíritu con el negocio». Según Unseld, esta enorme responsabilidad intelectual y material, junto con la innegable naturaleza mercantil del libro, solo podría modifcarse si cambian las estructuras económicas de la sociedad. 

Para los propósitos de nuestro texto, una de las secciones más importantes de este esclarecedor libro es la dedicada a la relación con el autor. Unseld parte del principio de que «una editorial literaria se define por su relación con el autor», y en el caso ideal se desarrolla entre ellos un juego de influencias recíprocas. La clave a la que se referirá frecuentemente Unseld en su libro es el requisito central para ser un editor. Establece de manera taxativa que no se puede ser editor si no se aman los libros y, en consecuencia, se debe desear darles la mejor vida posible. Esta pasión será una condición necesaria para que el editor pueda sobrellevar la compleja relación con el autor, a menudo rica pero no exenta de complicaciones. 

Para Unseld, esta primera condición debe ir acompañada por el respeto al autor y su obra, ya que difícilmente otro agente de la cadena editorial puede comprender la dificultad de tipo social y económico que tiene la vida de un escritor y la génesis de sus libros. Ese respeto debe reflejarse en la fidelidad del editor hacia sus autores. Para concluir con esta parte del libro, destaco los «Apuntes sobre la tarea del editor», en los cuales Unseld analiza los elementos que guían a los autores para decidirse por una editorial. Según él, los escritores eligen por este orden: 
• Por el catálogo de autores con el que cuenta la editorial. El prestigio de una editorial se fundamenta en la categoría y influencia de sus autores, y crece de acuerdo con la importancia social e intelectual de los mismos. 
• Por el formato y calidad de la edición de sus libros. Tanto en lo externo como en el contenido, es necesario lograr cierta unidad en la diversidad. Lo más importante es que la forma del libro se adecue a las características concretas del texto. 
• Por la capacidad de trabajo para sacar adelante el libro. Es decir, por el conjunto de los editores y personal de la editorial: lectores profesionales, de producción, especialistas en publicidad y prensa, expertos en derechos y equipo comercial, a quienes el autor confía la suerte de su libro. 
• Por la personalidad del editor. El primer interlocutor del escritor y, además, responsable de los tres puntos antes citados. «El editor es el primer socio del autor, su primer interlocutor en el enjuiciamiento del manuscrito y en un posible trabajo que le proporcione ese máximo de sustancia y claridad del que es capaz cada escritor. Es también el primero en enjuiciar las posibilidades materiales del libro». 

En esta sección de su libro, Unseld recopila y analiza con exhaustividad las relaciones con los editores de estos cuatro grandes autores ya clásicos: Hermann Hesse, Bertolt Brecht, Rainer Maria Rilke y Robert Walser. Con su reconocida autoridad, agudeza intelectual y erudición, construye una narración que inicialmente tomó la forma de conferencias y se lee con verdadera pasión e interés. Además, su texto posee un valor pedagógico significativo para nuestro oficio. 

El primer autor que se analiza en esta sección es Hermann Hesse, cuyas relaciones con los editores, a diferencia de otros casos, disfrutaron de un vínculo ejemplar y armónico. Contribuyó mucho a la fuidez de este trato el que Hesse conociera bien el mundo editorial, al que frecuentó desde su niñez. Tras sus primeras publicaciones, contactó en 1903 con Samuel Fischer (1859–1934), editor alemán nacido en Hungría, fundador de la editorial S. Fischer Verlag, quien aceptó ser su editor de inmediato. Se iniciaría así una de las relaciones más productivas entre escritor y editor que se hayan dado en ese tiempo. Fischer Verlag publicó en 1904 la primera novela de Hesse, Peter Camenzind, que difundió en toda Alemania con gran éxito. Incluso en los peores tiempos, Fischer supo mantener una «sociedad intelectual con el que otorgaba a sus obras realidad y signo social antes incluso de ser publicadas». 

Según Unseld, sin Fischer quizá no hubiera sido posible la imparable evolución de Hesse, quien ya siendo autor consagrado diría: «Ambos tenemos funciones bien distintas. Sin embargo comparto con él una cualidad: el tesón, el sentido del trabajo bien hecho (…). En estos veinticinco años de nuestra relación he aprendido a admirarle y estimarle». 

Mucho más complejo es el caso de Bertolt Brecht, de quien Unseld advierte que leerlo es un placer pero interpretarlo, en cambio, es difícil y «describir la teoría y la praxis de la edición de sus obras es todo un problema». Además de su carácter exigente y árido, el exilio de Brecht complicó aún más las cosas. Unseld nos presenta un recorrido pormenorizado por los avatares de la publicación de este autor: la labor del editor, Wieland Herzfelde, empeñado en hacer la primera edición de sus obras en cuatro tomos, su posterior relación con el mítico editor Peter Suhrkamp, maestro del propio Unseld, y la edición de las obras completas, tras la muerte de Brecht, a cargo de Elisabeth Hauptmann, su mejor colaboradora. El preciso y serio quehacer de esta editora nos permite conocer los métodos de trabajo del escritor, así como sus notas, imprescindibles para entender la enorme infuencia de Brecht en la cultura alemana y la difusión de sus obras en otras lenguas. 

El libro se completa con un texto sobre Rainer Maria Rilke y su relación ideal, casi imposible de conseguir, con su editor, una alianza que duró toda la vida. Y con otro extenso ensayo en torno a la figura, más marginal, del poeta Robert Walser, contemporáneo de Kafka, especialmente importante en la vida profesional de Unseld: su carácter solitario y angustiado, sus inicios en la poesía, su relación con los editores desde la primera obra publicada, hasta el logro de la primera edición de su Obra completa.

La extrema y complicada 
relación autor / editor 

Editorial Taurus; 288 págs.

[«Un libro apasionante no solo para los interesados en el mundo literario sino también para todo aquel que quiera conocer el camino que recorre una obra desde la mesa del escritor hasta la librería, desde la visión de uno de los editores más representativos del siglo XX.
Siegfried Unseld, director desde 1959 de Suhrkamp, una de las editoriales alemanas más importantes, es una de las voces más autorizadas para escribir acerca de las relaciones entre autor y editor. A partir de las relaciones de Hermann Hesse, Berolt Brecht, Rainer Maria Rilke y Robert Walser con sus editores, Siegfried Unseld recrea los apasionantes contactos personales que se establecen en torno al mundo del libro, así como el conflicto constante entre el éxito material de la empresa y el respeto hacia los ideales intelectuales de los autores.]

De las complejas relaciones que se establecen entre el autor y su editor, Unseld cuenta con una de las más intensas y conflictivas que se han producido: la que mantuvo con el extraordinario autor Thomas Bernhard. El escritor austriaco entró en contacto con Unseld a principios de la década del 60, y la tormentosa relación se mantuvo hasta el fallecimiento de Bernhard en febrero de 1989. 

El conflicto entre Thomas Bernhard y Siegfried Unseld, el editor, quedó plasmado en la correspondencia que mantuvieron durante casi treinta años, desde 1961 hasta 1988. La publicación de estas cartas en España ofreció un testimonio revelador de los difíciles vínculos entre ambos. En una de las últimas misivas que Unseld envió a Bernhard expresó su profundo desencanto y repudio, afirmando: 

Para mí no solo se ha alcanzado un límite doloroso sino que se ha traspasado, después de todo lo que, durante decenios y especialmente en los últimos años, hemos tenido en común. Me repudia, repudia a mis colaboradores que se han dedicado a usted y repudia la editorial. No puedo más. 

[1\ Thomas Bernhard – Siegfried Unseld. Correspondencia. Selección y traducción de Miguel Sáenz. Barcelona, Còmplices Editorial, 2012] 

La correspondencia, compuesta por más de quinientas cartas, ofrece un retrato del tormentoso vínculo entre un autor conflictivo pero genial y un editor paciente e inteligente que luchaba por retener a un gran autor. El último telegrama es de Unseld, noviembre de 1988, en el que confiesa «no puedo más». Un día después el autor le responde a su editor: «Si, como dice su telegrama, no puede más, bórreme de su editorial y de su memoria. Sin duda he sido uno de los autores menos complicados que ha tenido nunca». A pesar de las tensiones, Unseld dedicó sentidas palabras a Bernhard después de su muerte, reconociendo que «la vida de ese hombre encantador fue un caminar por la cuerda foja, aspiraba a lo total y perfecto, sabiendo que lo total y lo perfecto no pueden alcanzarse». 

Cabe preguntarse: ¿por qué Unseld soportó casi tres décadas de presión, desplantes y maltrato? Sin lugar a dudas, fue porque era un editor muy perspicaz que supo reconocer en Bernhard a un autor de gran envergadura. Estaba convencido de que Bernhard, a pesar de los dolores de cabeza que le causaba, figuraba entre los escritores más importantes de la lengua alemana del siglo XX. Sin Unseld, es posible que Bernhard nunca hubiera alcanzado la trascendencia literaria que logró. Unseld desempeñó el papel que todo buen editor debe asumir: acompañar, aconsejar, contener, sugerir, incluso ante los desplantes del autor por el que apostaba, siempre priorizando la calidad literaria sobre el potencial económico. Un editor inteligente está dispuesto a soportar casi todo cuando reconoce en un autor el genio que lo define. 

Siegfried Unseld definió su criterio editorial con una afirmación que se ha vuelto clásica: «Aquí no publicamos libros, sino autores». 

Un caso notorio de desencuentros e insultos entre un autor y su editor es el vínculo profesional que tuvo Gaston Gallimard, el mítico editor francés, con Louis–Ferdinand Céline, autor que, como se sabe, fue cómplice de los nazis. La complejidad de esta relación la relata Pierre Assouline en su monumental biografía del editor francés. 

[ Pierre Assouline, Gallimard: medio siglo de edición en Francia. Barcelona, Península, 2003.]

Céline y Gallimard se encuentran seis años después de terminar la guerra. El escritor, liberado de ataduras editoriales, acepta, después de una tensa negociación, publicar en la mejor editorial europea del momento. La correspondencia que sigue parece un calco de la que mantuvieron Bernhard y Unseld. 

Assouline relata: «Céline es muy duro con su editor: lo trata de desastroso tendero y de Shylock, le reprocha su tacañería y el mal funcionamiento de su editorial, tratándolo siempre como un patrón, un hombre de negocios profundamente pasado de moda. ¡Siempre será usted desesperadamente 1900! ¡Sonrisas! ¡Modestia!», le escribe en 1955. Chivo expiatorio ideal para un escritor que necesita este tipo de salidas, Gallimard está acostumbrado a soportar estos arrebatos bruscos en más de un autor. Desde André Gide hasta Georges Simenon, el editor acepta desempeñar ese papel en la mente e incluso en la obra de Céline, pues tiene la convicción de que estos ataques van dirigidos a su función, no a su persona. 

Antes de seguir, quiero dejar claro que admiro a Bernhard como autor de muchas obras maestras, tanto como por su coherencia ética y política. Debo separarlo de manera tajante del colaboracionista francés. Los menciono juntos aquí porque compartieron una relación conflictiva con sus respectivos editores, a pesar de que sus ideologías estaban a años luz de diferencia. Mientras Bernhard consideraba que todo el pueblo austriaco fue colaborador del nazismo, llevándolo a repudiar a Austria; el colaboracionista francés sigue siendo repudiado y odiado hoy en día por sus exabruptos políticos, su antisemitismo y su nazismo explícito, aunque se lo recuerda por su obra maestra de 1932 Viaje al final de la noche, su mayor legado y su obra maestra. No sorprende que tras sus muertes, todos los agravios, insultos y desencuentros de años de relación hayan sido dejados de lado, provocando la misma reacción de admiración ante el genio literario en ambos editores. Eran conscientes de que, como editores, trabajaban con una materia prima única. 

Para completar esta complicada y conflictiva relación entre autor / editor, compartiré la opinión de Juan José Saer expresada en una entrevista realizada por Jorge Conti y Paulo Ricci en septiembre de 2002: 

Siempre digo que hay que tener más de un editor, de modo de amenazar a uno con irse con el otro. Esto es una broma, mi editor es Alberto Díaz, y siempre me quedaré con él. Si él se fuera a la imprenta La Campeona seguiría estando con él. Eso no obsta para señalar que escritor y editor tienen intereses divergentes y, al mismo tiempo, intereses convergentes. Cuando están los intereses convergentes todo está bien, y cuando están los divergentes, que no son, ¡atención!, financieros solamente, hay que prestar atención (…) Un autor no puede sustituir al editor en la promoción y en la venta del libro. 

En Argentina, durante el siglo XX, se consolidó una extensa tradición de destacados editores, al igual que una amplia lista de editoriales importantes. Para enfocarme en el propósito de este trabajo, mencionaré algunos de los buenos editores en las últimas décadas: desde Santiago Rueda, Gonzalo Losada y Francisco Porrúa hasta Jorge Álvarez; de Boris Spicacow a Enrique Pezzoni; de Juan Forn a Luis Chitarroni, entre muchos otros cuyas contribuciones al mundo editorial sería extenso enumerar. 

A fines del siglo pasado, se registraron cambios fundamentales en la industria editorial, entre los que se destaca la sustitución de muchos editores de carrera por agentes de prensa o profesionales especializados en marketing y publicidad. Este fenómeno fue abordado con precisión por André Schifrin en su imprescindible libro La edición sin editores publicado en 19994. 
Cuando estaba a punto de enviar este manuscrito a la Editorial de la Universidad Nacional del Litoral, me enteré de la publicación del último libro del escritor chileno Alejandro Zambra, titulado Un cuento de Navidad. Esta obra ofrece un retrato ficcional y sensible de la relación que une al autor con su editor, Andrés Braithwaite. En el texto, Zambra describe con cariño y agradecimiento el vínculo que nace entre un autor y su editor: 

Ahora sé que un editor es una especie de hermano mayor, que nos educa, protege o reprime, o quizás, directamente, un segundo padre, al que nunca dejamos de querer, respetar y temer, aunque luego lo desafiamos, y tarde o temprano, para crecer, simplemente para sobrevivir, lo neguemos todas las veces que sea necesario. 

En el libro su editor a través de las notas dialoga con el autor. A continuación rescato una de estas notas: «Lo que importa de un libro sucede fundamentalmente en ese diálogo entre dos solitarios, el que escribe y el que edita».

Como conclusión de esta sección, quiero reiterar la importancia del libro de Unseld, El autor y su editor, ya que sigue siendo una lectura fundamental para comprender uno de los oficios más silenciosos e influyentes en la sociedad y, me atrevería a decir, más hermosos. A pesar de su carácter riguroso, el libro no impide una lectura estimulante y fluida, y es accesible para cualquier persona interesada en adentrarse en el mundo de la edición, que no es otro que el puente que conecta al escritor con los lectores. 

Segunda parte 
Un editor para Juan José Saer 

Por recomendación de Ricardo Piglia, leí a Saer por primera vez en el inicio de la década de 1970. La novela Responso

A partir de allí, me integré al estrecho círculo de lectores y admiradores de Saer. Durante mi exilio ya había leído los seis libros publicados hasta ese momento. En Bogotá, donde dirigía Siglo XXI Editores y formaba parte de la Comisión Colombo–Argentina de Solidaridad con el Pueblo Argentino, decidimos, junto a exiliados argentinos y el respaldo de partidos políticos colombianos, centrales sindicales, organismos de derechos humanos, exiliados chilenos y uruguayos, así como destacados intelectuales colombianos, repudiar el primer aniversario de la dictadura cívico–militar en nuestro país con diversas actividades planificadas para el 24 de marzo. 

El cierre de estas actividades —entre ellas una importante marcha en la Carrera Séptima— incluía la proyección de una película argentina en la Cineteca de Bogotá. Dado que conocía a la directora, me encargué de gestionar el permiso para utilizar la sala y elegir la película. Entre las escasas opciones disponibles, encontré una copia de Palo y hueso, dirigida por Nicolás Sarquís, con guion del propio Sarquís y de Saer. Esta película se exhibió a las 21 horas del 24 de marzo. 

En 1979, me trasladé con mi familia a México y continué mi trabajo en Siglo XXI. Durante una reunión con Orfila Reynal, me informó sobre un manuscrito enviado por un escritor argentino desde Francia y desconocido para él. La editora había realizado un informe de lectura negativo y, además, el autor solicitaba un anticipo de 1500 dólares. Al preguntarme si lo conocía, le dije que se trataba de un autor de culto en la Argentina y que era crucial publicarlo, especialmente si la editorial tenía planes de reabrir Siglo XXI con el retorno de la democracia. Le solicité el manuscrito para realizar mi propio informe de lectura, esta vez positivo, para Nadie nada nunca, novela que finalmente fue publicada en 1980. 

Sin embargo, unos meses antes de la publicación, me había desvinculado de Siglo XXI para asumir la dirección de Alianza Editorial Mexicana, filial de la editorial española. En octubre de 1983, regresé definitivamente a Argentina y establecí la filial de Alianza Editorial. Fue en Buenos Aires donde tuve la oportunidad de leer El entenado en la edición de Folios. 

Ya mencioné cómo llegué a la obra de Saer, y cómo ese conocimiento me permitió intervenir en dos eventos fortuitos, uno en Bogotá y otro en México. A lo largo de esos quince años, sin llegar a conocer personalmente a Saer, fui madurando un íntimo deseo de lograr convertirme en su editor. 

Finalmente, en 1985, tuve la oportunidad de conocerlo. Para entonces, ya había leído casi toda su obra, con excepción de La mayor y El arte de narrar. En ese momento, Saer contaba con veinticinco años de trabajo, durante los cuales había publicado once libros: seis novelas, cuatro libros de cuentos y un libro de poesía. Estas obras se publicaron en diez editoriales diferentes y en seis ciudades distintas: Santa Fe, Rosario, Buenos Aires, Caracas, Barcelona y México. De estos once libros, seis fueron escritos en Santa Fe. Cicatrices es su última novela escrita en Argentina. 

Es conocido que en 1968 Saer se estableció en Francia, donde, entre 1968 y 1983, publicó cinco libros en diversas editoriales: Nadie nada nunca, La ocasión (ganadora del Premio Nadal de Novela en 1986), El río sin orillas. Tratado imaginario, Lo imborrable y El entenado

En Alianza Editorial, en el período de mi gestión (1986– 1993), publiqué cuatro novedades de Saer: Glosa, La ocasión, Lo imborrable y El río sin orillas. También alcancé a reeditar El limonero real y El entenado. Esta última novela inició la concentración de varios títulos de Saer en una sola editorial. Estrategia que tuvo un impacto positivo en las ventas, dado que la presencia conjunta de varios libros del mismo autor en las librerías facilitó su acceso permanente. Durante este periodo, las ventas totales de estos seis libros superaron los 35 000 ejemplares. 

Como mencioné, conocí a Saer por primera vez en 1985. Lo vi salir de la Librería Gandhi, una filial de la exitosa librería mexicana que, en ese momento, se encontraba en la esquina de Marcelo T. de Alvear y Riobamba. Lo reconocí por las fotografías, me acerqué y me presenté. Tuvimos una charla en la vereda de la librería y acordamos encontrarnos al día siguiente en las oficinas de Alianza. 

Con el paso de los años, este encuentro fue recordado por Saer de manera diferente. Según él, fue Piglia quien nos presentó. Este desacuerdo en la forma en que ambos recordábamos nuestro encuentro evoca, por supuesto, la situación de Pichón Garay en Glosa: dieciocho años después, él está seguro de recordar que el Matemático estuvo presente en el cumpleaños de Washington Noriega. 

Al día siguiente de nuestro encuentro, nos reunimos en las oficinas de Alianza, y le ofrecí contrato para los dos primeros libros: el original de Glosa y El limonero real. Para celebrar la firma del contrato, almorzamos en el restaurante Edelweis. Este almuerzo se convirtió en una tradición que mantuvimos puntualmente durante los siguientes veinte años. A partir de este primer contacto, la relación tradicional entre autor y editor fue avanzando hacia una conexión más estrecha y cercana, basada principalmente en la amistad. 

Para la primera edición de Glosa en 1986, Saer quiso que su amigo Juan Pablo Renzi ilustrara la tapa del libro; En escena 3: champagne fue la obra que eligió. A partir de entonces, cada uno de sus nuevos libros que publiqué, con algunas excepciones como las ediciones impresas en Alianza, presentaron obras de Renzi. Las ediciones y reimpresiones realizadas en Seix Barral, desde La pesquisa hasta La grande y Trabajos, incluso estos dos últimos títulos publicados póstumamente, reprodujeron una obra de Renzi. Esta práctica se mantuvo con cada una de las reimpresiones de sus libros anteriores, lo que implica que tener una colección completa de los libros de Saer es, al mismo tiempo, contar con una galería de algunas de las obras más significativas de Juan Pablo Renzi. 


Seix Barral; 439 págs. Primera edición.
Ilustración de cubierta: Recuerdos de provincia, de Juan Pablo Renzi


Cuando Juan Pablo Renzi falleció en 1992, a los 52 años, Saer le dedicó la novela Lo imborrable, publicada pocos meses después de su partida. En la dedicatoria, Saer utilizó como despedida un verso de su admirado poeta Juan L. Ortiz: «Alma, inclínate sobre los cariños idos». Este fue un colofón impensado para una amistad extendida en el tiempo y un caso singular en la literatura argentina de complementación entre la imagen que ilustra las tapas de los libros que componen la obra de un autor y el contenido y sentido de los mismos. 

A pedido de Saer, Ricardo Piglia redactó el texto de la contratapa de Glosa. En la edición de El limonero real publicada en Alianza, el texto de la contratapa fue escrito también a solicitud de Saer por María Teresa Gramuglio, compañera de Juan Pablo Renzi. Con excepción de estos dos títulos, los textos de las contratapas de los siguientes libros que fui publicando hasta completar la totalidad de su obra fueron redactados por mí. Durante los veinte años en los que fui su editor, ya fueran novedades o reimpresiones de libros publicados antes de 1986, nunca recibí la menor observación sobre estos textos, excepto en el caso de La grande, a la cual haré referencia más adelante. 

Ahora es el momento de profundizar en cómo era trabajar con Saer, dejando de lado nuestra amistad y enfocándome estrictamente en la relación autor / editor. En cuanto a la pregunta sobre su método de escritura, lo primero que quiero resaltar es que Saer era un autor muy seguro en su proceso creativo. Cuando decidía escribir una nueva obra, la completaba bastante rápido, en un periodo de cinco o seis meses. 

La rutina que se repetía, tanto en la etapa de Alianza como en el período de Seix Barral, seguía un patrón: en diciembre, Saer me llamaba y me anunciaba que había iniciado la escritura de una nueva narración. Consultaba sobre la fecha límite para entregar el manuscrito, para que el libro pudiera publicarse en septiembre u octubre, meses en los que planeaba viajar a Buenos Aires. Ante su pregunta, le indicaba que el manuscrito debía entregarse a más tardar en mayo para garantizar la impresión del nuevo libro en la fecha de su viaje. 

El siguiente paso era establecer las condiciones del contrato y el monto del anticipo. Luego, yo proponía incorporar al contrato un par de reimpresiones de libros publicados en años anteriores. Nunca le preguntaba sobre el tema del libro que estaba contratando; lo único que le pedía era un título provisorio para formalizar el contrato. 

Por ejemplo, cuando Saer me anunció que empezaba a escribir una nueva novela, me dio el título de El horizonte. En este caso, se enteró de que Emecé ya había publicado una novela con ese título, así que lo cambió por Las nubes. Cuando me comunicó el nuevo título, en broma le dije que lo había copiado de una obra del pobre Aristófanes, quien no podía protestar. A raíz de esta broma, Saer se despachó con una serie de chistes sobre los griegos y cómo él los canibalizaba. A lo largo de todos esos años, tampoco le pregunté sobre el argumento o tema de su nuevo libro; solo le pedía que me adelantara el género. 

En realidad, siempre supe que en las obras de Saer el contenido era secundario, y lo realmente importante radicaba en cómo narraba. Aunque pueda parecer por lo que estoy contando que a Saer le llevaba unos pocos meses escribir un nuevo texto, a partir de la publicación de los Borradores inéditos sabemos que esas novelas o cuentos fueron concebidos, en muchos casos, a lo largo de diez años o más. Sus anotaciones y reflexiones revelan que una vez que tenía claro el inicio y el desarrollo de la obra, incluyendo el personaje o los personajes que serían el núcleo de la narración y resuelto el final, recién ahí comenzaba la escritura definitiva. 

En cuanto a su proceso de escritura, había una constante: Saer prefería escribir a mano en cuadernos destinados específicamente para cada obra. Sostenía que esta práctica le generaba una conexión más profunda con el texto. Luego, pasaba en limpio el manuscrito desarrollado en los cuadernos utilizando la máquina de escribir. Al cotejar la versión final escrita a máquina con la «versión original» escrita a mano, se constataba que había muy pocos cambios o correcciones. Un ejemplo conocido de este método es La ocasión; a pedido de la editorial Destino, Saer la presentó para el Premio Nadal de Novela. Entre la invitación y la aceptación, solo tuvo veinticinco días para entregar los originales que participarían en el premio. 

Durante esos días, prácticamente no durmió y entregó la novela en la fecha indicada. Gracias a la publicación de los Borradores inéditos, en el tomo Papeles de trabajo encontramos anotaciones, personajes y la línea de desarrollo de esta novela en la que Saer pensó y reflexionó durante varios años. 

La inició con el mismo título en 1960 con la escritura de unas cuarenta páginas; en 1977 retomó el proyecto y redactó otras cuarenta páginas. Once años más tarde, recuperó los textos escritos junto con las notas y apuntes relacionados. Con buena parte del material preparatorio para la escritura de esta novela ya listo pudo concluir La ocasión. En otras palabras, cuando decidía escribir un nuevo libro —y esto vale tanto para Glosa, Lo imborrable o cualquier otro—, las historias ya estaban maduras para su publicación, de ahí la rapidez en la redacción final. Desde el inicio, según su propia confesión, iba construyendo el texto hacia un final que se había propuesto. En varias ocasiones le escuché recordar la frase de Onetti: «Sé a dónde quiero llegar, no sé cómo». 

La otra rutina, una vez entregado el original, consistía en avisarme la fecha de su viaje y el número de vuelo. Siempre viajaba por Air France, ya que era un vuelo directo que llegaba a Ezeiza a las seis de la mañana. Venía con un bolso de mano con muy pocas cosas para una estadía de un mes. Después del abrazo de bienvenida, abría el bolso y me entregaba una botella de vino en ese mismo momento porque, me decía, esa botella pesaba mucho. Una vez en el auto, le entregaba un par de ejemplares impresos del nuevo libro y una hoja con las entrevistas pactadas por Nacho Iraola, responsable de prensa de la editorial. 

Las entrevistas no debían ser más de seis; cuando la demanda de la prensa superaba ese número, comenzaban las quejas por parte de Saer. Me tocaba convencerlo de aceptar las entrevistas adicionales que excedían el mágico número de seis. Su postura era clara: una vez que entregaba el libro para su publicación, la promoción, el envío de ejemplares a la prensa y demás acciones para impulsar su venta eran responsabilidad del editor. Reafirmaba su actitud al señalar que nunca había enviado ejemplares de sus libros a ningún periodista. En contraste con esta actitud de Saer, puedo atestiguar que la mayoría de escritores y escritoras que venían de España o de distintos países de América, en general desconocidos en Argentina, y algunos pocos conocidos en sus propios países, al repetir la rutina de entregarles el detalle con el plan de entrevistas —que en todos los casos triplicaba el número de notas que aceptaba Saer—, la reacción era, casi siempre, de queja por la escasa cantidad de entrevistas conseguidas. 

A partir de Glosa, un punto de condensación de la poética narrativa saeriana, Ricardo Piglia, dentro del canon posborgiano de las tres vanguardias que concebiría y repetiría en sus clases, conferencias y artículos, sitúa a Saer en el polo de la «negatividad». Simultáneamente, relaciona a Manuel Puig con la cultura popular y a Rodolfo Walsh con la no–ficción. Según la lectura de Piglia, estos autores conformarían los tres vértices de la vanguardia literaria argentina a partir de los años sesenta del siglo pasado. La posición de Saer se diferencia de la manera en que Borges definió su espacio narrativo y construyó la tradición de la literatura argentina desde el lugar que él escribía. 

[1\ Ricardo Piglia, Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh. Madrid, Eterna Cadencia Editora, 2019. Este volumen reúne las once clases del seminario que dictó Piglia en la Universidad de Buenos Aires en 1990]. 

En contraposición a esto, Saer responde con una poética de la negatividad, y establece su escritura como un espacio de resistencia que no debe interpretarse por sus diferencias en el contenido, sino por cómo fundamenta la problemática de la innovación en el relato y en su enfoque hacia las narraciones. 

Hasta la publicación de Glosa Saer no había establecido una relación duradera con ninguna de las editoriales que lo habían publicado. Glosa, en este sentido, marca el fin de esa modalidad errante y efímera, y da inicio a una relación más estable con la editorial a la que confía la publicación de su obra. Este período de profesionalización, desde el punto de vista editorial, se ve acompañado por un aumento tanto en las tiradas como en su presencia en los medios de prensa no estrictamente especializados. 

Su obra comienza a trascender los límites de una literatura de culto y se va haciendo conocida más allá de los círculos universitarios o vanguardistas. Sus libros se vuelven más accesibles tanto para el lector familiarizado con la obra de Saer como para los nuevos lectores que se van incorporando a su universo literario. 

Antes de continuar, me gustaría recordar algunas paradojas relacionadas con el lanzamiento de Glosa por parte de Alianza en 1986. Para muchos de sus lectores y críticos, incluido el mismo Saer y el autor de estas líneas, la novela es considerada una de las mejores. Antes de su publicación, logré que el suplemento cultural del periódico El Cronista, muy prestigioso en esos años, aceptara realizar una entrevista conjunta a Piglia y Saer. La reunión tuvo lugar en la casa de Nicolás Sarquís y la nota fue publicada a doble página en el suplemento cultural del periódico. 

Con la publicación del libro, organicé la presentación de la novela en el Hotel Bauen, a la que asistieron unas ciento cincuenta personas, entre escritores, periodistas, libreros y amigos. En esa ocasión, habló el poeta Edgar Bayley. Luego, un grupo de amigos fuimos a cenar a un restaurante en la zona de Congreso. Además de estas acciones, se envió una gacetilla a los libreros y medios, anunciando la salida del libro y destacando algunas de sus características. 

La única reseña que recuerdo que apareció en los medios y revistas literarias fue la severa y dura crítica, inolvidable por su torpeza argumentativa, de Jorge Masciángoli en La Nación. En ella, destaca que la novela se caracteriza por su aridez, rispidez, monotonía, artifciosidad, autismo y solipsismo y subraya «la muy restringida aptitud (del autor) para la creación literaria que aspire a ser algo más que el producto seriado de un laboratorio semiótico». Esta es la única crítica que recuerdo que haya aparecido en algún medio. El resto fue silencio. 

[2\ Piglia y Saer. Entrevista de Sylvia Hopenhayn, El Cronista Cultural, Buenos Aires, 5 de abril de 1993].

En 1993, me retiré de la editorial Alianza y comencé a trabajar en la tradicional editorial Espasa Calpe, adquirida ese año por el Grupo Planeta. Esta adquisición incorporó al catálogo de la centenaria editorial los sellos: Destino (que otorga desde 1947 el Premio Nadal de Novela), Ariel y Seix Barral. Por su importancia y prestigio, considero relevante dedicar unas pocas líneas a esta última editorial catalana fundada en 1911 y refundada en 1955 por Víctor Seix y Carlos Barral, ambos descendientes de los fundadores de Seix Barral. 

Al asumir la dirección editorial, Carlos Barral le imprimió una nueva dinámica a este sello y lo convirtió en una referencia ineludible en cuanto a la difusión de la mejor literatura en lengua castellana y extranjera. No solo creó el Premio Biblioteca Breve al mejor libro inédito escrito en lengua castellana, sino que también fue artífice del «boom» de la literatura latinoamericana. Con los principales editores europeos, Gallimard y Einaudi, entre otros, creó el Premio Formentor, que en 1961 fue otorgado conjuntamente a Borges y a Samuel Beckett. Este premio le valió a Borges el reconocimiento internacional. En 1969, Carlos Barral, conocido en el ambiente como «el Aristócrata», se retiró de Seix Barral tras quince años de una labor ejemplar, debido a diferencias con los herederos de Víctor Seix, quien había fallecido en 1967. 

En 1994, ya dirigiendo Espasa Calpe, contraté la nueva novela La pesquisa y Cicatrices en la serie Biblioteca Breve de Seix Barral. A partir de entonces, publiqué toda la obra de Saer: sus doce novelas, sus cinco libros de cuentos, así como los Cuentos completos donde se encuentra el «libro» inédito Esquina de febrero. También se incluyen su libro de poesía y sus cuatro libros de ensayos; se suma con este último género El río sin orillas. Tratado imaginario. 

En total, son veintitrés libros en distintas modalidades de edición: ediciones normales, de bolsillo, ediciones escolares e incluso una edición especial de Cicatrices que vendió 30 000 ejemplares en una colección de narrativa argentina contemporánea que se comercializó a través del periódico La Nación.  

Un párrafo aparte merece la publicación de la mayoría de los documentos inéditos dejados por Saer al momento de su muerte. Pocas veces en la literatura argentina se ha tenido acceso al espacio de una intimidad que no es personal ni exhibicionista, sino simplemente literaria. Los Borradores no reflejan aspectos de su vida personal, sino la de un escritor registrando sus dudas y certezas. Producto del esfuerzo de un equipo de investigadores dirigidos por Julio Premat en París durante cinco años, son los cuatro volúmenes de los Borradores inéditos

Publicamos el primer volumen, Papeles de trabajo I. Borradores inéditos, a mediados del año 2012. En el mes de febrero del año siguiente, salió Papeles de trabajo II. Borradores inéditos. El siguiente volumen, Poemas. Borradores inéditos 3, se publicó en el mes de febrero de 2014, y en septiembre de 2015 se completó la serie con la aparición de Ensayos. Borradores inéditos 4. Con la edición de estos cuatro libros, toda la obra de Saer está publicada en Seix Barral 3. 

En resumen, nuestra relación contribuyó a que la obra de Saer trascendiera los límites de una literatura de culto y se volviera conocida más allá de los círculos universitarios o vanguardistas. 

[3\ Los documentos inéditos dejados por Saer, que se encontraban en el armario–biblioteca de su departamento, durante cinco años fueron compilados y ordenados por Julio Premat, profesor en la Universidad de París 8, quien dirigió el equipo integrado por Sergio Delgado, Mariana Di Ció, Valentna Litvan, Diego Vecchio y Graciela Villanueva. Este conjunto de textos inéditos (que el equipo llama «el fondo Saer»), diseminados en unos sesenta cuadernos, veinte carpetas, hojas sueltas, contene una masa textual heterogénea que incluye ideas, aforismos, textos truncos, borradores de comienzos, comentarios de lecturas y manuscritos de la obra publicada. La totalidad de este material está depositado en la Princeton University Library. La selección de la mayoría de los documentos inéditos realizados por Julio Premat, y el de poesía a cargo de Sergio Delgado, conforman los cuatro volúmenes de Borradores inéditos publicados en Seix Barral].

El 9 de junio de 2005, al mediodía, recibí la última llamada de Juani. Me hablaba desde el sanatorio donde estaba internado. La llamada fue corta y estaba exultante. Había decidido que el último capítulo de La grande sería como una coda, no muy extensa, no más de veinte páginas, y que la novela terminaría con la frase «Moro vende». Del último capítulo, Saer escribió en el cuaderno el título «Lunes. Río abajo» y la primera frase «Con la lluvia, llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del vino». 

Al día siguiente, sábado 10 de junio, en la mañana, Jerónimo, el hijo de Saer, me llamó para comunicarme la dolorosa noticia de la muerte de su padre. Partí de inmediato a París y el jueves, con la familia y otros amigos, pude despedir en el Père Lachaise al entrañable amigo que fue Juani. Por la tarde, acompañé a sus hijos, Jerónimo y Clara, a retirar la urna con las cenizas de su padre; la llevamos al «Columbario» del cementerio y la depositamos en uno de sus subsuelos. Transcurridos 18 años de la llamada de Jerónimo, todavía me resulta doloroso hablar de su muerte, así que prefiero recordar la publicación de La grande y destacar que nuestra amistad de más de 20 años se selló el día que firmamos el contrato de Glosa y El limonero real.

La grande 
y el cierre de un ciclo novelístico 

La primera vez que Saer me comentó que comenzaría a escribir La grande fue a fines de 2003, fecha de su último viaje a la Argentina. Recuerdo que cuando le pregunté por el motivo de este título, me respondió que sería una novela extensa, con muchas páginas. Sin embargo, dada la importancia de la música para nuestro autor, es posible suponer que la referencia en los Borradores inéditos a la novena sinfonía de Schubert, conocida como «La grande», pudo haber inspirado este título. 

En páginas anteriores, destaqué que Saer, al comenzar la escritura de un nuevo libro, solía ser muy seguro y entregaba el manuscrito listo para publicar en pocos meses. La grande, en este sentido, representó un cambio, y nuestra comunicación fue más estrecha y diferente de las que tuvimos con sus otros libros. 

A los quince o veinte días de nuestra despedida en Buenos Aires, me llamó desde París y me comunicó que postergaba la escritura de La grande y que la reemplazaría por una nouvelle. Luego, me informó que reiniciaba la escritura de la novela y que iba a incluir la nouvelle en ella. Un par de semanas después, anunció que decidía escribir la novela según su plan original, su libro más extenso y ambicioso. Temía que si dejaba pasar el tiempo no tendría la fuerza ni la capacidad para terminarlo. Le preocupaba la complejidad de La grande, tanto por su extensión, el número de personajes y la abundancia de peripecias, como por la intrincada red de relaciones que establecía con su obra anterior. Por eso, sentía que debía estar en su plenitud física y mental, ya que él escribía con el cuerpo; terminaba con la afirmación de que este libro «lo iba a matar». 

Seguimos conversando por teléfono sobre la novela, hasta que un par de meses después me envía por correo electrónico un archivo con los dos primeros capítulos y me pide mi opinión sobre esos textos. Fue la primera vez que Saer me adelantaba algo de lo que estaba escribiendo. 

Me permito hacer una digresión: la novela estaba planeada para tener siete capítulos, cada uno correspondiente a un día de la semana; comenzaba con un día «Martes» y concluía el «Lunes» siguiente. Aunque no tengo las fechas exactas de las comunicaciones previas y las que siguieron, recuerdo que se iniciaron en enero de 2004 y siguieron hasta el 9 de junio de 2005. 

Continúo: Saer me envió los dos primeros capítulos de La grande, y solicitó mi opinión al respecto. Le brindé los comentarios de mi lectura expresándole que me parecieron excelentes y que celebraba la elección de Gutiérrez como narrador. También le señalé como acierto la incorporación del joven Nula en la nueva novela, personaje que ya figuraba en el cuento «Recepción en Baker Street» de Lugar

En agosto de 2004, durante sus vacaciones habituales en Cadaqués, Saer fue sorprendido por una enfermedad, inicialmente diagnosticada como agua en los pulmones. Recibió el tratamiento por esa pleuresía en Perpignan. Después de las primeras intervenciones en la ciudad francesa, se trasladó a París, donde especialistas le realizaron nuevos estudios que condujeron a una modifcación en el diagnóstico inicial; así fue como comenzó su tratamiento oncológico. 

Lamentablemente, la enfermedad no solo le impidió terminar La grande, sino que tampoco pudo participar en el III Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Rosario en noviembre de 2004. Estaba programado que participara en el acto de clausura del congreso pronunciando la lección final. Cuando recibió la invitación, se puso en contacto conmigo para compartir la alegría que le causaba este viaje a Rosario. En octubre del mismo año, ganó el premio otorgado por la Unión Latina de Literaturas Romanas, con lo que se convirtió en el primer argentino en recibir este prestigioso galardón. Sin embargo, su enfermedad le impidió viajar a Roma, donde se llevaría a cabo la entrega del premio. Estos reconocimientos internacionales a su obra muestran el lugar indiscutible que Saer ya ocupaba dentro de la narrativa en lengua castellana. 

En los primeros meses de 2005, Saer me envía un archivo por correo electrónico con los cinco primeros capítulos, correspondientes a los días de «Martes» a «Sábado», con la aclaración de que era la «versión definitiva». En el correo me pide que borre e ignore los dos capítulos que me había enviado anteriormente. Escribió la versión de estos cinco capítulos durante el tratamiento de su enfermedad. En esta etapa, como le aplicaban la quimioterapia los días martes, habíamos acordado que hablaríamos los días jueves, ya que los miércoles, como consecuencia de esta terapia, no estaba en condiciones para mantener una charla. Cuento esto como prueba del esfuerzo que tuvo que hacer para continuar con la escritura de La grande. 

En medio de esa escritura, en diciembre de 2004, me llamó preocupado para decirme que no podía avanzar con el texto correspondiente al día «Domingo». Intenté quitarle importancia al hecho y le aconsejé que tratara de descansar, ya que no había urgencia para el cierre del libro. Como mis comentarios no lo convencieron, le recordé, para aliviarlo de esta preocupación, que en el contrato que había firmado, también tenía que entregar un volumen que recogía varios trabajos ya escritos. Eran artículos, en su gran mayoría publicados en suplementos literarios de medios periodísticos masivos, como la Folha de Sao Paulo, El País de Madrid, La Nación de Buenos Aires y Le Monde de París. Esta apertura a la prensa masiva constituyó para Saer una experiencia nueva en su oficio de escritor, que asumió, afirma, «con innegable placer». El volumen incluiría textos como los dedicados a Onetti, que le fueron solicitados por instituciones académicas y por la Unesco, y otros ensayos que, como un homenaje personal, dedicara a una serie de sus autores más preciados, entre ellos Kafka, Robbe–Grillet, Roa Bastos, Genet, Sartre, Musil, Hugo Gola. A partir de esta charla se dedicó a fijar, ordenar los textos y redactar el prólogo del libro que se llamaría Trabajos. En enero me envió el texto completo de este libro, que publiqué a principios del año siguiente del lanzamiento de La grande

Como ya mencioné, llegué a París el domingo 11 de junio. El miércoles, un día antes de la despedida de Juani en el Père Lachaise, me encontré con Laurence, la viuda de Juani, en el departamento de la Rue du Commandant Mouchotte. Luego de conversar largamente, me hizo pasar al estudio donde trabajaba Saer y me mostró los diez cuadernos Papiyrus en los cuales Saer había escrito el manuscrito de La grande, y me quedé solo revisando estos materiales. De los diez cuadernos, el dedicado al día «Domingo» quedó vacío, ya que el capítulo fue concluido en la laptop que Saer utilizaba durante sus internaciones y que, luego, me fue enviado por Laurence. Al revisar este material rápidamente pude constatar su riqueza y heterogeneidad: abarcaba desde apuntes de proyectos truncos, relatos inéditos, sueños y borradores de poemas, hasta notas de lectura, tanteos en los títulos y comienzos de novelas publicadas, reflexiones sobre el juego, aforismos irónicos o agudezas polémicas, libretas de viaje, e incluso buena parte de los escritos preparatorios de la última novela de Saer, La grande. La fecha de inicio de su escritura se remonta al 20 de octubre de 2001, aunque ya en 1983 existen notas sobre una novela que se iba a llamar El intrigante, que narraría la historia del falso vanguardista Mario Brando. 

En el curso de esta rápida revisión de los escritos inéditos almacenados en un armario en el escritorio–biblioteca de Juani, me llamaron la atención dos cosas. En uno de los cuadernos de La grande encontré una fotografía, posiblemente tomada durante un asado en Colastiné Norte, donde Saer está rodeado de doce amigos santafesinos, todos jóvenes. 

[1\ Una foto está sacada en la casa de Raúl Beceyro y Marilyn Contardi, durante uno de los viajes de «regreso» de Saer, entre los últimos días de 1984 y primeros días de 1985.].

Esta foto estaba entre las hojas del cuaderno correspondiente al día domingo, que en la novela es el día en que Gutiérrez convoca a sus amigos para un asado, y estos amigos son los personajes que Saer convirtió en protagonistas de sus novelas, lo que él denominaba «el elenco estable»: Tomatis, Pichón Garay, Barco, Soldi, Escalante, entre otros. 

Esta fotografía me impactó profundamente, ya que creí reconocer el origen de los protagonistas de muchas de sus novelas y un rasgo distintivo del carácter y estilo de Saer: su lealtad a los primeros amigos de su juventud, la fidelidad a «la zona». Parecía que los personajes que desarrolló a lo largo de su obra ya estaban presentes in nuce en esta foto de juventud. 

En otro cuaderno de anotaciones encontré la descripción de una tormenta. Era una reseña no literaria, donde figuraban la hora, el día y el lugar en el que Saer estaba presenciando esa tormenta. La descripción era más o menos así: el cielo pasó de un color rosado a una oscuridad casi plena, los relámpagos al principio más espaciados se hacen más continuos e iluminan la parte derecha del cielo, comienza a gotear y el Paraná empieza a agitarse levemente, sigue una lluvia torrencial... 

Me impactó este relato porque, cuando estaba finalizando Las nubes, me llamó por teléfono y me dijo que estaba demorado en la entrega por problemas que tenía con el final. Me preguntó cuál era la última fecha que tenía para enviar el original para que pudiera salir en octubre, fecha en la que él iba a viajar a Buenos Aires para presentar la novela. En tono de broma, le dije que introdujera una tormenta y listo. Muy seriamente me contestó: «Alberto, cada tormenta que describo en mis libros es una tormenta real que yo presencié». En ese momento, no le di mucha importancia a lo que me dijo. Por eso, cuando vi la anotación en ese cuaderno sobre esa tormenta, comprendí cabalmente muchas cosas que, en las charlas, a veces no apreciamos en su real dimensión. Saer se definía como un escritor «realista», no en el sentido de esa corriente literaria, sino en el sentido estricto del significado de lo «real» y lo «material» de sus descripciones. Esa tormenta que leí en el cuaderno de anotaciones seguramente fue la base «real» de una tormenta que describió en alguna de sus novelas. 

Entre 1994 y 2022, solo en Argentina y en las ediciones de Seix Barral, Saer vendió casi un millón de ejemplares, en veintisiete ediciones y unas ciento veinte reimpresiones. Estas cifras son muy significativas, sobre todo para un autor que no escribe para el mercado. Saer aborda el tema del mercado desde la escritura: una cosa es escribir para el mercado y otra escribir de acuerdo con cierta estética o ética y fidelidad a la voz propia. En sus palabras: 

Lo central, en literatura, es la praxis incierta del escritor que no se concede nada, ni concede nada tampoco a sus lectores: ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiero seducir ni convencer (...) en el arte moderno ya no hay, justamente, centro, en la medida en que no existe un modelo único como en el arte clásico, sino una multitud de tradiciones y de búsquedas que coexisten en un espacio de libertad. 

Los temas que lo obsesionaban y los verdaderos protagonistas de sus obras eran la relación espacio–temporal y la poca fiabilidad de los instrumentos con que contamos para aprehenderla: la conciencia y la memoria. 

Para complementar lo mencionado en este capítulo destaco que Saer siempre mantuvo un sistema de escritura muy abierto, y los finales de sus obras principales prácticamente no alteran el sentido ni la intención central de esas narrativas. Todas las historias quedan «a medio borrar», es decir, a medio narrar. Puede presentar una historia y no llegar a cerrarla completamente; siempre hay desvíos. En este sentido, técnicamente, La grande es una novela inconclusa, pero al considerar el sistema de su escritura, podríamos concluir que esta última novela de Saer está completa. En efecto, al tener en cuenta el conjunto de su obra y su coherencia y fidelidad a la «zona», así como su matriz retórica, sintáctica y de vocabulario, o su propia definición en términos lingüísticos como escritor argentino, principios de los cuales Saer no se aparta en ningún momento, podemos concluir que posee una virtud extraordinaria: Saer siempre es fiel a sí mismo.

Juan José Saer 
antes de Glosa 

Cuando se publica Glosa en 1986, Saer ya tenía editado el núcleo central de su narrativa y era reconocido como el gran escritor de su generación. Además contaba con el reconocimiento y admiración incondicional de la crítica académica, las principales revistas de crítica literaria y las cátedras universitarias en Santa Fe, Rosario y Buenos Aires. Este influyente círculo contribuyó, desde la publicación de su primer libro, al prestigio, divulgación y jerarquización de su obra. En estos inicios, ya estaban presentes los temas obsesivos de Saer que continuaron siendo los verdaderos protagonistas de sus obras: las complejas relaciones espacio–temporales y la poca fiabilidad de los instrumentos para comprenderlas: la memoria y la conciencia, como lo anticipé. 

Durante este período, Saer también experimentó un reconocimiento internacional al ser traducidos al francés cinco de sus libros: Cicatrices, El limonero real, Nadie nada nunca, Unidad de lugar y Una literatura sin atributos. Estas traducciones fueron realizadas por destacadas editoriales francesas como Flammarion, Denoël y Arcane. Le Monde des lettres tituló «Un argentino desconcertante» el comentario que realizó con motivo de la aparición de su cuarto libro traducido al francés, Unité de lieu, donde consideran a Saer uno de los mejores escritores de su generación. 

Para completar este breve y rápido recorrido de su obra anterior a Glosa, enumero los títulos publicados en estos años (1960–1983) en los que no intervine como editor: En la zona, Responso, Palo y hueso, La vuelta completa, Unidad de lugar, Cicatrices, El limonero real, La mayor, El arte de narrar.

Los inicios en Santa Fe 

Juan José Saer fue periodista. A fines de 1956, a los diecinueve años, ingresó en la redacción del diario El Litoral como generalista en una época en la que no se firmaban las notas. A Saer no le interesaba ser periodista; era solo un empleo que le permitía desentenderse de las obligaciones que le exigía la carrera de Derecho que había iniciado el año anterior y, al mismo tiempo, liberarse de trabajar en la fábrica de ropa de su padre. 

A principios de 1959, motivado por la lectura de Contorno y Poesía Buenos Aires, Juan José Saer, junto con varios amigos, entre ellos Hugo Gola y José Luis Vittori, monta en el mismo diario una página cultural. En esta se publican reseñas, poemas y relatos de algunos de sus amigos, como Edgar Bayley, Raúl Gustavo Aguirre y Juan L. Ortiz, el poeta entrerriano que tendría tanta influencia en su vida y obra. Por supuesto, también incluía textos propios. Esta experiencia con intenciones vanguardistas, inserta en un diario conservador, subsiste por poco tiempo. 

En abril del mismo año, después de la publicación de «Solas», un cuento que al año siguiente formaría parte de En la zona, organizaciones eclesiásticas reclamaron ante la dirección del diario debido al componente homosexual de la trama o porque las protagonistas eran prostitutas, quizá por la sumatoria de ambos temas. El resultado fue que el director del diario levantó la publicación de la página cultural y Saer aprovechó la ocasión para presentar su renuncia. 

El alboroto que generó en Santa Fe el episodio de El Litoral facilita su decisión de abandonar la capital provincial y trasladarse a Rosario. Al poco tiempo de su llegada, es atraído por el ambiente bohemio y cosmopolita de la gran ciudad, por lo que se integra al grupo de intelectuales y artistas de vanguardia que orbitaba en torno de la Facultad de Filosofía y Letras. Entre los jóvenes profesores se destacaban figuras como David Viñas, Adolfo Prieto, León Rozitchner y Ramón Alcalde, quienes pertenecían al grupo Contorno. Además, establece vínculos con María Teresa Gramuglio, Josefna Ludmer y Norma Desinano, en ese momento, jóvenes estudiantes universitarias. Saer fue de inmediato sensible a esa agitación cultural generada en ámbitos universitarios y bohemios. 

Este movimiento cultural no solo ocurría en la universidad, sino también «en la zona de bares» de la Facultad que frecuentaban estos y otros profesores y estudiantes, así como algunos más que no lo eran. En este heterogéneo grupo de amigos se puede mencionar a Nicolás Rosa, Gladys Onega, Noemí Ulla, Jorge Conti, Rubén Sevlever, Hugo Padeletti, Juan Pablo Renzi, Bibí Castellaro, Aldo Oliva y muchos otros. 

Frente a ese conjunto, como conjunto o como individualidades sobresalientes, expresión de la movida cultural rosarina, Saer intentará demostrar el valor de su proyecto literario, quizá invisible para muchos, menos para él, que desde muy joven tenía claro que quería ser escritor. 

Sobre esta temprana determinación, recuerdo una anécdota que me relató el psicoanalista Guillermo Izaguirre. Él contó que en su preadolescencia en Santa Fe era amigo del joven Saer y que, estando ambos en casa de Guillermo, llega la madre de este último, una señora con pretensiones sociales que no veía con buenos ojos la amistad de su hijo con el «turquito» Saer. Al verlo en su casa, la señora lo echa y le dice que no quiere que se junte con su hijo. Juani, muy enojado, se retira, pero antes le dice que cuando él sea un gran escritor se va a arrepentir de haberlo rechazado. 

En Rosario conoció a Bibí Castellaro, con quien se casó en noviembre de 1962. Según recuerda María Teresa Gramuglio, el matrimonio fue la condición que impuso el padre del escritor, José Saer, para pagarles el alquiler de una casita en Colastiné Norte, donde vivieron hasta 1968. 

En ese año, Saer obtiene una beca y viaja a París. Según él mismo cuenta, «un poco por casualidad, obtuve una beca del gobierno francés y me vine a Francia por seis meses, ya me voy quedando veintiséis veces más, es decir trece años». Su plan inicial de una corta estadía se fue postergando por distintos motivos, pero vale indicar que al poco de llegar a París consiguió ser designado profesor de literatura en la Universidad de Rennes. Varios años después conoció a Laurence, quien fue su compañera y apoyo hasta su muerte en París el 11 de junio de 2005. 

Como señalamos, en 1962, Saer regresó a Santa Fe. Promovido por Hugo Gola, se unió como profesor de Crítica y Estética Cinematográfca, así como de Historia del Cine en el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral. Durante ese tiempo, forjó un sólido vínculo con sus estudiantes, entre los que sobresalen Marilyn Contardi, Patricio Coll, Nicolás Sarquís y Raúl Beceyro. A lo largo de muchos años, ocho en total, ni su nuevo rol laboral, ni los alumnos, ni sus nuevas amistades, entre las que destaca Roberto Maurer (a quien le dedicó Responso), ni siquiera su matrimonio, impidieron que Saer regresara repetidamente a Rosario. Es que esa ciudad y la Facultad de Filosofía y Letras, en particular, ejercían sobre él una gran fascinación. El pensamiento alemán, la sociología, el psicoanálisis, los griegos, le mandaban, desde Rosario, ráfagas intensas a mi imaginación. El de Santa Fe era un ambiente artístico; el de Rosario, filosófco. Desde luego que todo esto era imaginario, pero un escritor, como es sabido, vive a expensas de su imaginación. El resto ayuda a formalizar, pero lo que está en juego es lo imaginario. 

[Nací en Serodino, provincia de Santa Fe… (autobiografa inédita de 1981). En: Juan José Saer, Ensayos. Borradores inéditos 4. Prólogo, selección y notas de Julio Premat. Buenos Aires, Seix Barral, p. 133]. 

Rememorando sus años en Rosario en una carta dirigida a su amigo Rafael Ielpi firmada en París el 8 de abril de 1979, escribe: 

Un recuerdo me visita también a menudo; el día que nos conocimos, en un edificio burgués de Rosario, subíamos, con Rubén Sevlever, en el ascensor hacia el departamento de uno de sus tíos, y nos pusimos a hablar de Mosquitos de Faulkner, ¿te acordás? Esa primera temporada en Rosario, después que me rajaron de El Litoral, es el mejor período de mi vida. Todo el resto, en comparación, no es más que un sueño monótono. 

Modificando el tono y objeto de este capítulo, resulta imposible pasar por alto al Saer «polemista» y rememorar, aunque sea brevemente, su vehemente participación en el Congreso de Escritores de Paraná organizado por la Sociedad Argentina de Escritores en 1964. De su intervención en este evento, dos incidentes menores pero ruidosos perduran en la memoria. En primer lugar, descalifcó la novela Los burgueses de Silvina Bullrich, sosteniendo que no iba más allá de ser un bestseller. Asimismo, opinó que Bomarzo, la novela de Mujica Lainez, podría considerarse aceptable si estuviera ambientada en 1870.

[Juan José Saer, Ensayos. Borradores inéditos, ob. cit., p. 131. 
3\ Carta inédita de Saer a su amigo Rafael Ielpi del 8 de abril de 1979. En Martin Prieto, Saer en la literatura argentina. Santa Fe, Ediciones UNL, p. 67.] 

No obstante, lo más significativo de las intervenciones fue su conclusión de que las literaturas más trascendentes siempre han surgido al margen de los grandes centros culturales. Además de criticar los premios concedidos a obras de calidad cuestionable, a las que, según él, se glorificaba de manera abstracta, Saer arremetió contra la falta de idoneidad de los participantes del congreso. Su acción fue rápidamente interpretada por el establishment literario como una actitud individual destinada a darse a conocer y a encuadrar la crítica en la antigua antinomia entre las provincias y Buenos Aires. Ricardo Piglia descalificó ese juicio: «Saer habló por todos nosotros». 

La recepción de la obra de Saer en Rosario comenzó en la cátedra de literatura argentina de Adolfo Prieto. Cuando se publicó En la zona, Adolfo Prieto organizó en el Instituto de Letras de la Facultad una mesa redonda sobre el libro, a la que asistieron, entre otros, María Teresa Gramuglio, Noemí Ulla, Norma Desinano y Aldo Oliva. Este evento marcó el inicio de la extensa historia de la crítica hacia la obra de Saer. En estos primeros acercamientos de la crítica académica es relevante destacar también el seminario impartido en la misma Facultad, en 1965, por Gladys Onega, que incluía Responso entre las lecturas obligatorias. 

[4\ Ver el artculo de Saer donde expresa sus puntos de vista sobre su participación en el Congreso. En Juan José Saer, Papeles de trabajo I. Borradores inéditos. Prólogo, selección y notas de Julio Premat, Buenos Aires, Seix Barral, pp. 278–281]. 

En este contexto, la obra inaugural de Saer encontró respaldo y legitimación concreta proveniente de un grupo de amigos, críticos, académicos y, también, de una institución. Este apoyo se materializó con la inclusión de su nombre y obra en los dos libros que Adolfo Prieto publicó en 1968 (Literatura y subdesarrollo y el Diccionario básico de literatura argentina). Además, la reseña esencial de María Teresa Gramuglio sobre Cicatrices, publicada en la revista Los Libros al año siguiente, califcó la novela como «uno de los textos más densos y originales que ofrece la narrativa argentina contemporánea». 

Este respaldo marcó el inicio de la consolidación y el reconocimiento de la obra de Saer entre los círculos académicos y las revistas especializadas, colocándolo en el centro del canon literario. En el rico entramado de la vida literaria de esa ciudad y esa época, Saer encontró y validó los fundamentos de sus primeras aspiraciones creativas, que no lo abandonarían en las siguientes etapas del desarrollo de su obra. 

En Buenos Aires, el corpus crítico sobre la obra de Saer comenzó a reafirmarse con la aparición de varios artículos. Uno particularmente significativo fue «Narrar la percepción» de Beatriz Sarlo, publicado en el número 10 de la revista Punto de Vista. En este artículo, Sarlo detalla lo que distingue a Saer: la perfección de su escritura, la fidelidad a un núcleo de experiencias, percepciones y zonas básicas de su narrativa, así como una poética que, desde El limonero real y especialmente desde los relatos de La mayor, fortalece la valoración de su narrativa. Otros artículos destacados incluyen «La flosofía del relato» de María Teresa Gramuglio, también publicado en Punto de Vista en 1984, y «Meditaciones de lo real en El entenado», escrito por Daniel Link y publicado en la sección bibliográfca del número 3 de la revista Pie de Página en 1984. A raíz de estas notas, Fogwill sostuvo que Punto de Vista había generado lo que él llamaba «el valor Saer». 

Martín Prieto, en su libro Saer en la literatura argentina, destaca cómo la crítica fue articulando el territorio de la literatura nacional ante la irrupción de un autor como Saer. El crítico rosarino se refiere a esta articulación como «la operación Saer», llevada a cabo por Punto de Vista, el Centro Editor de América Latina y la cátedra de Literatura Argentina II en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde Saer encuentra una base sólida de sustentación. Esta «operación» logra rescatarlo de la condición de «insularidad» para posicionarlo como una figura principal y, por lo tanto, central de la literatura argentina. 

La afirmación de María Teresa Gramuglio refuerza aún más esta idea al sostener que «el canon de la literatura argentina post Borges está encabezado por Saer».

Marginalia 

El lector que haya llegado hasta aquí notará que, salvo en los casos de Glosa y La grande, donde realizo breves referencias a la narrativa o la estructura de dichas obras, trato el resto de los libros de Saer desde la perspectiva del editor y, en última instancia, como lector. No es el objetivo de este trabajo realizar un análisis crítico de sus libros. En el Anexo, he incluido bibliografía crítica con análisis dedicados a la obra de nuestro autor. 

En este apartado haré referencia a dos de sus libros: Lo imborrable y El río sin orillas. Lo imborrable lo incorporo como muestra del libro «oculto» que todo gran autor suele tener. 

Ilse Logie, en su extenso y documentado prólogo donde analiza profundamente cada uno de los libros de Saer, dedica el siguiente breve texto a la novela: 

Lo imborrable (1992), novela que ha recibido poca atención por parte de la crítica, narra la vuelta de Tomatis a una nueva vida tras su caída en la depresión. El terror, que en Nada nadie nunca todavía era solo una amenaza, se ha convertido en algo omnipresente en Lo imborrable (que se sitúa en 1980–1981). Es causa de la desintegración del protagonista, que coincidió con la del país entero. Pero Lo imborrable designa simultáneamente la cristalización de la negatividad del terror de la dictadura en algo positivo: un proceso de escritura. Además se plantean en ella cuestiones como el rechazo de la literatura como mercancía o la ironía contra los escritores «consagrados». 

[1\ Ilse Logie (coord.), Juan José Saer. La construcción de una obra. Sevilla, Universidad de Sevilla, 2013, p. 24.].

La novela es un alegato irónico e implacable contra la industria editorial, además de ser una crítica a los medios que promueven la lectura de un libro «insignifcante» adoptado por el gran público. Esta temática se ejemplifica a través de un escritor exitoso fallecido unos años antes, Walter Bueno, autor de la novela La brisa del trigo, el bestseller del momento que tiene lugar en una zona que no produce trigo. Este escritor puede ser considerado el denominador común de los personajes centrales: el editor Alfonso, su pareja Vilma Lupo y el general Negri, junto con sus secuaces, que representan las relaciones entre la dictadura y la literatura. 

Tomatis, por su parte, es autor de un famoso artículo publicado dos o tres años antes en el suplemento literario de La Región, en el cual expone que la idea que Walter Bueno se forja de la novela y el camino elegido por toda novela lograda son divergentes. En su artículo, Tomatis no solo critica la textura técnica de Walter Bueno, sino que también descalifica su pésima prosa. 

Lo imborrable representa un regreso a Santa Fe veinte años después de Glosa y retoma a Tomatis, quien sale de una profunda depresión en plena dictadura. Por primera vez, Tomatis se convierte en el personaje central y único en un texto de Saer. Esta novela está intrínsecamente conectada con Glosa, sobre todo en su final, donde ya se percibe lo que vendrá. En este caso, se hace muy evidente algo que fue una constante en la obra de Saer: todos sus libros están de alguna manera relacionados entre sí. Sus novelas no constituyen simplemente una saga, sino más bien un ciclo interconectado. 

Otro motivo importante para considerar esta novela es su evidente carácter autobiográfico. Parodiando a Flaubert, Tomatis podría afrmar «Saer soy yo». Como prueba de esto, se puede citar el propio testimonio de Saer, quien en los años sesenta en Rosario se dedicaba a vender libros a domicilio. En una entrevista, recordó: «Vendí libros de una editorial española. Eran libros por metro y a domicilio, mis primeros clientes fueron profesionales». La empresa para la que trabajaba se llamaba Distribuidora de Libros Atenas y su dueño era Néstor Fernández. Este aspecto autobiográfico añade capas de significado a la novela, realiza conexiones entre la vida del autor y la ficción que crea en su obra. 

Apenas iniciada la novela, Tomatis es interceptado en la calle por Alfonso, dueño de la Distribuidora de Libros Bizancio, quien intentará incorporar a Tomatis, reconocido por su trayectoria intelectual, a un proyecto literario en gestación: la dirección de una revista cultural. 

Esta novela era particularmente apreciada por Saer, aunque no alcanzó mucha repercusión, posiblemente porque está escrita en un estilo más directo, lo cual desconcertó a muchos de sus lectores más fieles, incluida su editora francesa. 

Para Saer Lo imborrable representa un ajuste de cuentas con su época. Aunque la política siempre está presente en su escritura, esta novela se diferencia del resto en que la política es contemporánea a los eventos que abarca la narración. El horror de la represión durante la dictadura en Argentina está expresado en un estilo más claro y directo que en sus textos anteriores. 

Las acciones transcurren en invierno, generalmente de noche, y el personaje está encerrado en sí mismo: ese era el clima emocional de la sociedad de la época. La narrativa se sitúa en un periodo en el que rige el toque de queda y la noche es el momento de las noticias en la radio o la televisión. Saer sostiene que no tiene un solo recuerdo de la dictadura en verano. En Glosa, el terror generado por la dictadura, el tema de los desaparecidos y la política se proyectan diecisiete años después de un modo diferente. Quizás estas diferencias expliquen por qué Lo imborrable no ha recibido la misma atención crítica y reconocimiento que sus otras novelas. 

En Lo imborrable el mundo de Saer está presente con su poética característica. El personaje central se posiciona como uno de los principales protagonistas del «elenco estable», y la narración se desenvuelve en la zona, el escenario recurrente en la obra de Saer. Como ya resaltamos, aunque sus novelas no conforman una saga en el sentido tradicional, pueden leerse de manera autónoma y, al mismo tiempo, constituyen parte de un ciclo interconectado. En este caso, Lo imborrable se percibe como una «prolongación» de Glosa. La política sigue siendo un tema central, como en el resto de sus narraciones, y la categoría fundamental de espacio– tiempo estructura el relato, como es común en sus obras. Además, al igual que en otros escritos suyos, aparecen elementos y hechos que ya han sido abordados anteriormente, pero se presentan y tratan de manera diferente, lo que otorga complejidad a su universo literario. 

En gran medida, los Borradores inéditos restituyen la importancia que tenía esta novela para Saer, dada la cantidad significativa de referencias a su escritura. Las primeras menciones se remontan al 28 de junio de 1988, donde se destacan cuatro extensos inicios de la novela y numerosas observaciones. Además, durante nuestras conversaciones a lo largo del proceso de escritura, a diferencia de otros textos, mantuvimos un mayor intercambio de información y aclaraciones sobre el desarrollo del manuscrito. En la opinión de Saer, la cual comparto, Lo imborrable se sitúa entre sus mejores libros. 

Por último, me gustaría recordar que cuando se publicó Lo imborrable y en los años posteriores, la obra de Saer contaba con una cantidad notable de traducciones. En este caso, solo registro dos: la primera al francés, lengua en la que prácticamente toda su obra está traducida —Flammarion la publicó en 1992— y la segunda al rumano en 2014. 

A El río sin orillas. Tratado imaginario (1991) lo incorporo en este capítulo por ser un texto inclasificable en el sistema saeriano. No se asemeja a ninguno de sus otros libros de ensayos ni a su literatura. Aunque recurre a procedimientos de varios géneros, no se deja enmarcar en ninguno, pero es innegable que es un libro de Saer. 

La publicación en 1986 por Garzanti Editore del magnífco y erudito libro de Claudio Magris, El Danubio, que se convierte rápidamente en un inesperado éxito de ventas y es traducido a las principales lenguas (en lengua castellana lo publica Anagrama en 1988), generó en el mundo editorial un verdadero alud de colecciones o libros sobre los ríos más importantes de Europa y del resto del mundo. Es en medio de este fervor editorial que Saer escribe su primer libro por encargo: 

Lo único que escribí por contrato fue El río sin orillas, pero como no se trataba de un libro de narraciones, sino de un ensayo, requería entonces de otro tipo de motivaciones, del uso de otro tipo de procedimientos, de otro tipo de trabajo. Vacilé en aceptarlo, y finalmente traté de hacerlo lo mejor posible. 

Me permito hacer un breve paréntesis para relatar una picardía de Saer. Cuando el editor francés que le contrató El río sin orillas le preguntó por el título posible para su nuevo libro; Saer, conocedor de la tradición cartesiana de la cultura francesa, le propuso como título provisorio El río inmóvil, lo cual fue celebrado por su editor como una elección muy acertada. Como es bien sabido, al menos desde Heráclito, no se entra dos veces en el mismo río, y lo que caracteriza a todos los ríos es su movilidad. Saer tomó el título de una novela de Eduardo Mallea, La ciudad junto al río inmóvil, publicada por Victoria Ocampo en su editorial Sur en 1936. Al igual que Borges, no consideraba a Mallea un gran escritor, pero reconocía que su mayor virtud era la elección de excelentes títulos para sus novelas y ensayos. 

Aunque Saer escribió por encargo de su editor francés tras el éxito de Claudio Magris con El Danubio, tomó la decisión deliberada de no leerlo para evitar cualquier tipo de condicionamiento en su escritura. Se dijo a sí mismo: 

Se puede hacer un libro sobre el Río de la Plata, pero no será como El Danubio, será diferente. Después leí el libro de Magris, que me gustó muchísimo, y lo considero mejor que el mío. Un amigo común le envío mi libro a Magris y él me mandó una carta muy linda diciendo que, al lado del Río de la Plata, el Danubio es un arroyo. Yo le respondí diciendo: Maestro, el principio lo creó usted. 

En El río sin orillas, la historia y la cultura, el pasado y el presente se entrelazan en la ajustada y vigorosa escritura de Saer, que organiza los hechos con un orden propio, lejos del reportaje, el tratado o la autobiografía. Su enfoque parece estar más cerca de sus afectos e inclinaciones artísticas, adopta un híbrido sin género definido, y sigue una rica tradición en la literatura argentina. 

[2\ Reportaje de Ana Inés Larre Borges a Saer. En Martn Prieto (comp.), Juan José Saer. Una forma más real que la del mundo. Conversaciones compiladas. Buenos Aires, Mansalva, 2016, p. 116].

Juan José Saer, durante su última visita a Buenos Aires,
junto a Alberto Díaz. Museo MALBA, 2004.
Fotógrafo: Alejandro Guyot.

El «personaje» central de la obra es el Río de la Plata y sus «provincias linderas», y cabe destacar que no hay un solo hecho ficticio en ella. Todo lo relatado, extraído de libros, referencias orales y experiencias personales, ha acontecido efectivamente, según las reglas de que disponemos para determinar la veracidad de un suceso. 

Este único libro que Saer escribe por encargo desafía los estereotipos de color local al elaborar un texto que se opone a las versiones tradicionales, y crea un mundo inédito a través de su enfoque y el tratamiento de la forma y la sintaxis. Aunque el centro de su crónica es la Pampa gringa, las migraciones y, por supuesto, el Río de la Plata, se enfoca en una sola de sus orillas. 

Una breve enumeración de los temas tratados en El río sin orillas abarca el paisaje del Río de la Plata, del Paraná y del río Uruguay, los primeros conquistadores españoles en la región, los indios, los gauchos, los caballos, la inmigración europea, el viaje de Darwin, las sudestadas, la revista Sur, la llanura, el peronismo, la violencia política de los setenta, los Montoneros, la dictadura cívico–militar de 1976, y la Guerra de Malvinas, todos analizados y tratados con la mirada única de Saer y actualizados, en los casos que correspondan, hasta 1990. Como ejemplo del tono con el que aborda muchos de los temas del libro, al hablar de Sebastián Gaboto, fundador del fuerte de Sancti Spiritu, señala con humor que el fuerte fue fundado en la esquina de su casa en Serodino. 

Si nos guiáramos por este breve listado temático, pareciera que el ensayista le ganó la partida al Saer narrador en este libro excéntrico en términos de género. Después de leerlo, no queda la menor duda de que es un escrito de Saer por su visión del mundo, su sintaxis y su fidelidad a la «zona». En algún reportaje, creo recordar que decía que un libro de estas características tiene que ser como es el lugar y que su densidad está en la evocación de las experiencias de la infancia. 

Como historiador y lector de Saer, debo decir que El río sin orillas desde mi primer acercamiento me deslumbró y que lo considero uno de sus mejores libros. 

Después de esta breve incursión en las características de este texto «inclasificable», vuelvo a mi papel de editor. 

En los años noventa, Saer dejó de ser un autor de culto, leído por un grupo de conocedores y difusores de sus libros en los medios académicos. Sobre la importancia del grupo original en la implantación y reconocimiento de Saer en la literatura argentina ya hablé en otro capítulo, así que en este, me referiré al fenómeno de ventas de sus libros a partir de mediados de 1980. 

En este punto, quiero aclarar que ningún libro de Saer fue, ni es, un bestseller. Los nuevos lectores que se inician en Saer lo leen como fue leído por el núcleo primario de Santa Fe, Rosario y finalmente de Buenos Aires: en su gran mayoría, leen la totalidad de su obra. Por supuesto que hay libros que se venden más que otros; El entenado se vende más que La mayor. Pero la obra en su conjunto tiene un grupo de lectores de literatura lo suficientemente amplio, lo que posibilita que sus libros estén presentes en casi todas las librerías del país. 

En este contexto, la recepción de El río sin orillas ha introducido a un nuevo tipo de lectores que no son necesariamente consumidores habituales de ficciones literarias. Muchos de ellos pueden haber leído exclusivamente esta «crónica», término que Saer prefería para referirse a su obra. Al día de hoy, continúa siendo uno de los libros de Saer con mayor difusión, a pesar de ser temáticamente local y de género indefinible. Las traducciones al francés y al italiano han sido ampliamente elogiadas tanto por la crítica especializada como por los propios lectores.

El lugar de Juan José Saer 
en la literatura argentina 

En los últimos años, se han evidenciado signos claros de un cambio en la recepción y valoración de la obra de Saer que superan las existentes en su primera etapa. En primer lugar, destaca el aumento significativo de nuevos títulos y reimpresiones, lo que ha resultado en una mayor disponibilidad de libros tanto para los recién llegados como para los lectores tradicionales que lo han seguido desde sus inicios. Este incremento ha permitido que un público más amplio tenga acceso a la diversidad de su obra. 

Además, y quizás más destacado, estos nuevos lectores y críticos han adoptado un enfoque diferente respecto de la obra de Saer, más alineado con sus propias experiencias y ajustado a los cambios generacionales y sociales. Este fenómeno ha dado lugar a la creación de condiciones de lectura únicas, marcadas por una interpretación más contemporánea y personalizada de la obra de nuestro autor. 

A la sombra de Borges y bajo la influencia del «boom» latinoamericano, Saer erigió una de las obras más originales en lengua castellana del siglo XX. Este contexto se presenta doblemente asfixiante: por un lado, la cercanía de Borges, cuya sombra resultaba difícil de eludir, y por otro, en el ámbito continental, la presencia de la literatura latinoamericana que empezaba a ganar terreno en el viejo continente. 

Desde el inicio de su carrera literaria en 1960 en Santa Fe, Saer adoptó una postura crítica hacia el regionalismo y el esencialismo. Su convicción radica en que la fidelidad material a un fragmento específico del universo, combinada con el dominio de los procedimientos literarios de vanguardia, establece una apuesta por la experimentación y la renovación constante. Esto le permite generar una obra con valores universales sin abandonar su rincón en el mundo. 

Saer rechaza el latinoamericanismo para europeos propuesto por autores como Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y otros representantes del «boom» latinoamericano. Aunque reconoce el valor literario en muchos de sus textos, cuestiona la rápida codificación de sus obras, las cuales, en su opinión, se convierten en recetas que resultan atractivas para el lector del viejo continente. Este fenómeno se debe, según Saer, a que estas obras se ajustan a la preconcebida idea que Europa tiene sobre la cultura y el mundo latinoamericano. Contrariamente, Saer aboga por una literatura que rescate la experiencia y el aura de la materialidad de las cosas. 

Dentro del ámbito literario y específicamente en la literatura argentina, es crucial resaltar lo que se conoce como la «operación Saer», que se refiere a la valoración temprana de su obra. Esta operación sirvió como la plataforma fundamental sobre la cual se construyó el reconocimiento y la importancia del lugar de Saer en la literatura argentina, fenómeno que se manifestó de manera notable a principios de los años ochenta. 

En una entrevista concedida en 2005, pocos meses antes de su fallecimiento, Saer expresaba su asombro ante Cervantes y se preguntaba por qué llegó a ser el escritor que fue: «Para mí sigue siendo un misterio total. ¿Por qué le tocó escribir el Quijote a él, a ese soldado viejo, miserable, manco, que había estado en la cárcel?».

La misma pregunta podemos hacernos sobre él: ¿cómo Juan José Saer, un hijo de inmigrantes sirios cuya lengua materna no era el castellano, se convirtió en el escritor que fue? Aunque es un enigma que no podemos resolver, existen juicios y hechos que indican una valoración que trascendió las fronteras locales, posicionándolo como uno de los escritores más importantes en nuestra lengua. Críticos literarios y escritores coinciden en sus opiniones, y le otorgan un lugar destacado en la literatura argentina. Beatriz Sarlo lo considera «el mejor escritor argentino de la segunda mitad del siglo XX», y lo ubica «en la cima del canon post Borges». Para Martín Kohan, Saer es «el escritor más relevante de Argentina, después de Borges». Ricardo Piglia siempre afirmó que «decir que Juan José Saer es el mejor escritor argentino actual es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores actuales en cualquier lengua». 

La poética de Carlos Gamerro difere de la de Saer, pero en su obra El hombre que hacía llover Gamerro ilustra el impacto que la narrativa de Saer tiene en él: 

Cada vez que llueve, siento que estoy en una novela de Saer. No puedo ver llover (si estoy dentro de un auto, sobre todo) sin ver, pensar, sentir con sus palabras, sin convertirme, en suma, en uno de sus personajes. Hacer llover, en las novelas de Saer, es también una manera de hacer pasar el tiempo, y esta es otra de las cosas que el autor, como su maestro Proust, nos enseña a sentir el tiempo.

 [1\ Martn Prieto, Saer en la literatura argentna, ob. cit., p. 223. 2\ Carlos Gamerro, en su nota necrológica del 19 de junio de 2005, El hombre que hacía llover, publicada en el suplemento literario Radar Libros. ]

Y si lo miramos desde su esfera íntima, Laurence Gueguen, quien fue su exalumna y pareja durante muchos años, expresó al final de su testimonio: 

Juani no se dedicó a la literatura: esta formaba parte de su persona hasta tal punto que me pregunto, con un poco de asombro, muchísima ternura y admiración, si incluso él mismo no se habrá dejado superar, de vez en cuando, por su escritura

[3\ Laurence Gueguen, Testmonios. Juani. En Entre ficción y reflexión: Juan José Saer y Ricardo Piglia, Edición de Rose Corral. México, El Colegio de México, 2007, p. 36].

SAER CON SU HIJA CLARA, . en la Autopista Rosario–Santa Fe, circa fines de 1991. Foto enviada por Saer a Alberto Díaz junto con una nota donde bromea sobre el apellido del editor y el nombre de su localidad de nacimiento. 

Es ampliamente reconocido y aceptado el lugar de Juan José Saer en la crítica literaria especializada, tanto en Argentina como en otros países y lenguas. Este reconocimiento se consolidó con la publicación del libro de María Teresa Gramuglio Juan José Saer por Juan José Saer, en 1986. En esta obra, Gramuglio resalta tempranamente la originalidad y los ejes centrales de la narrativa saeriana. Este libro se considera fundamental y fundacional, y fue seguido por numerosos estudios que son indispensables para el conocimiento e interpretación de la obra de Saer. 

Para aquellos lectores o estudiosos interesados en ella, es pertinente señalar que existe una gran cantidad de textos sobre su obra, que van más allá del alcance de este análisis. Estos incluyen entrevistas, monografías, artículos, así como capítulos de libros y ensayos. Para acceder a una recopilación exhaustiva de estos recursos se recomienda consultar el libro coordinado por la catedrática de la Universidad de Gante Ilse Logie. 

Es bien sabido que obras como las de Juan José Saer pueden tomar tiempo en incidir en un público amplio. Su penetración es gradual pero persistente, especialmente entre nuevos lectores, en su mayoría jóvenes entusiastas que leen sus libros con pasión y agudeza. Estos lectores se convertirán en agentes eficaces para la proyección y vigencia de sus obras a lo largo del tiempo. Para que esto ocurra es crucial que las editoriales —en el caso de Argentina Seix Barral— mantengan vivo y accesible su fondo editorial. 

Como ya mencioné, entre 1994 y 2022, solo en Argentina se vendieron casi un millón de ejemplares de la obra completa de Saer. Para un autor que no comprometió su estilo ni realizó ninguna concesión para ajustarse al mercado, esta notable cantidad de ventas no se puede explicar únicamente por la presencia y exhibición de sus libros en los puntos de venta, sino, esencialmente, por la calidad e interés inherentes a su narrativa. 

En los últimos años, se ha difundido la obra de Saer en ediciones locales en países como Colombia, México, Costa Rica y España. En España, en particular, la editorial Rayo Verde ha editado doce títulos de Saer con gran éxito durante la última década, y continúa con la publicación de su obra. 

Además de las ediciones locales, las traducciones han desempeñado un papel fundamental en la expansión de la obra de Saer. Desde que su primer libro fue traducido al francés en 1976, Saer ha logrado un éxito notorio en la traducción de sus obras a diversas lenguas. Francia fue uno de los primeros países en recibir sus traducciones, publicadas por editoriales destacadas como Denöel y Seuil. En la actualidad, su obra se encuentra traducida a veintitrés lenguas, incluido el chino mandarín. Esta circulación literaria internacional evidencia la universalidad y la calidad reconocida de la obra de Saer. 

Es importante señalar que este éxito de su obra en lenguas extranjeras no se debe solo a la circulación de sus textos, sino también a la influencia que Saer recibió de escritores de diversas lenguas y tradiciones literarias, como Kafka, Faulkner, Joyce, Dostoievski, Flaubert, Balzac, Pavese, Proust, Svevo, Tolstoi, Eluard y muchos otros que contribuyeron a su formación. Una conexión con la literatura mundial que ha enriquecido su propia escritura y contribuido a su impacto global. 

[5\ Ver en el Anexo, la lista completa de libros de Juan José Saer publicados en lengua castellana entre 1960–2022. 6\ Ver en el Anexo, la lista completa de los libros traducidos, con indicación de lengua, editorial, país y año de edición].

El aumento en la recepción de sus libros fuera de Argentina no se debe necesariamente a un deseo o una voluntad específica por parte de Saer de que su obra trascendiera en otras lenguas. Esto no implica que él subestimara la importancia de las traducciones. 

En varias ocasiones, en entrevistas y artículos, confesaba su deseo de ocupar un lugar, aunque fuera pequeño, en la literatura argentina. Para él, la literatura argentina era un punto central de referencia y legitimación. Añadía que esperaba que sus libros gustaran, perduraran en el tiempo y se mantuvieran relevantes. 

En algún punto de este escrito hice referencia a la amistad personal que mantuve a lo largo de todos estos años con Juani. No obstante, no deseo concluir este texto sin resaltar que la amistad en Saer no solo abarcaba el plano personal, que para él era vital, sino que además, la «amistad» está presente a lo largo de toda su obra como un trasfondo constante. 

Esto se observa, por ejemplo, en las descripciones de los asados, donde Saer transmite el placer de estar en una reunión de amigos que comparten la pasión por la conversación, el intercambio de ideas, la literatura y la política. Considero que este ambiente que impregna su escritura también llega a sus lectores, quienes se ven atraídos por el valor que Saer otorga a la amistad.

Anexo 
La grande 
Algunas precisiones sobre esta edición

Saer comenzó a planificar y hacer comentarios sobre una novela llamada La grande en 1999, y casi seguramente comenzó a escribirla a fines de ese año, luego de terminar los relatos de Lugar. La historia se desarrollaba en siete días, de martes a lunes, y cada jornada ocupaba un capítulo. En enero de 2005 ya me había enviado los cinco primeros capítulos. Si bien no podemos asegurar que Saer no habría hecho modificaciones en esos capítulos al recibir las pruebas, podemos inferir que ese texto era el definitivo. 

Saer escribía la novela a mano, cada capítulo en un cuaderno separado. Luego hacía pasar el manuscrito a máquina o lo dictaba y lo revisaba sin hacer más que algunas correcciones. De hecho trabajaba como un poeta, es decir, componía mentalmente, y la primera versión de sus textos no necesitaba en general cambios ni modificaciones sustanciales. 

[1\ Este texto, lo publiqué al final de La grande, Buenos Aires, Seix Barral, 2005. En estas precisiones traté de explicitar las vicisitudes por las que pasó la escritura de esta novela en cada uno de sus capítulos, sobre todo el último que Saer había pensado como una coda de no más de veinte páginas. Este mismo texto es reproducido en la edición de La grande, Barcelona, RBA Libros SA., 2008, en la edición francesa publicada por Seuil bajo el título de Grande fugue, París, 2007, y en la edición de Rayo Verde Editorial, Barcelona, 2017.] 

El capítulo 6 («El colibrí») empezó a escribirlo a mano, pero luego de las primeras cinco páginas y de cinco pequeñas hojas sueltas redactadas en el hospital y añadidas, pasó a hacerlo directamente en la computadora. No hay diferencias estilísticas entre el comienzo de esa jornada en el manuscrito y la continuación escrita a máquina, pero debemos señalar que Saer no revisó este capítulo ni lo imprimió para leerlo. 

Del último capítulo, Saer escribió en el cuaderno el título y la primera frase. Se sabe que lo había pensado como una coda, no muy extensa (no más de veinte páginas), y que había decidido terminar la novela con la frase Moro vende. El lector puede inferir a partir de esa frase el posible final de la novela (quizás Gutiérrez ha decidido vender la casa), pero no existen indicaciones ni apuntes que permitan asegurar cuál habría sido ese final. 

Habitualmente Saer llevaba un cuaderno de notas mientras escribía sus novelas. En el caso de La grande, el cuaderno que acompañaba la redacción contiene apuntes, descripciones, frases, una lista de personajes e indicaciones varias, pero no incluye síntesis de los capítulos ni resumen del argumento. 

Con los herederos decidimos publicar la novela tal cual la dejó Saer. Solo hemos corregido las erratas obvias, como en cualquier original. 

Con Saer habíamos acordado publicar la novela en octubre de 2005. Pensaba viajar a Buenos Aires para esa fecha, y anunció que a fines de junio la novela estaría terminada. Podemos suponer que en el momento de su muerte estaba trabajando en el último capítulo.

Los libros de 
Juan José Saer publicados 
en lengua castellana 

La fecha que se presenta a continuación de cada libro corresponde al año de la primera edición. Es importante destacar que todas las editoriales, a excepción de los libros publicados por Alianza Editorial y Seix Barral, que cuentan con múltiples reimpresiones, al igual que algunas ediciones de Rayo Verde de Barcelona, solo registran una primera edición. Este mismo principio se aplica a los cuatro Borradores inéditos y las Antologías en edición de bolsillo. 

EN LA ZONA           Castellví, Santa Fe, 1960
cuentos          / Seix Barral, Buenos Aires, 2003

RESPONSO           Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1964/
novela          /Seix Barral, Buenos Aires, 1998 (+ edición escolar) Planeta, Buenos Aires, 2000

PALO Y HUESO           Camarda Junior, Buenos Aires, 1965
cuentos          / Seix Barral, Buenos Aires, 2001 

LA VUELTA COMPLETA        Editorial Biblioteca Constancio C. Vigil, Rosario, 1966
novela             / Seix Barral, Buenos Aires, 2001 

UNIDAD DE LUGAR          Galerna, Buenos Aires, 1967
cuentos            / Seix Barral, Buenos Aires, 1996 

CICATRICES      Sudamericana, Buenos Aires, 1969
novela         / Centro Editor de América Latna, Buenos Aires, 1983 Seix Barral, Buenos Aires, 1994 Edición especial diario La Nación, Seix Barral, Buenos Aires, 2001 Laguna Libros, Colombia, 2018 Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2022

LIMONERO REAL         Planeta, Buenos Aires, 1974/
novela           /Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981 Alianza Editorial, Buenos Aires, 1987 Seix Barral, Buenos Aires, 2002 Elefanta del Sur, México, 2016 Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2018 

LA MAYOR         Planeta, Barcelona, 1974
cuentos       /Centro Editor de América Latna, Buenos Aires, 1982 Seix Barral, Buenos Aires, 1998

EL ARTE DE NARRAR        Fundarte, Caracas, 1977
poemas 1960–1975      / Ediciones ampliadas: Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1988 Seix Barral, Buenos Aires, 2000 Visor Libros, Madrid, 2015 

NADIE NADA NUNCA     Siglo XXI Editores, México, 1980
novela     /Seix Barral, Buenos Aires, 1995 Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2014

EL ENTENADO       Folios, Buenos Aires, 1983
novela          / Destno, Barcelona, 1988 Alianza Editorial, Buenos Aires, 1992 Seix Barral, Buenos Aires, 2000 (+ ediciones de bolsillo) El Aleph Editores, Barcelona, 2003 Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2013 Rayo Verde Editorial, Edición tapa dura, Barcelona, 2018 Elefanta del Sur, México, 2016 Ediciones Lanzallamas, Costa Rica, 2017 Laguna Libros, Colombia, 2020

NARRACIONES       Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983
antología en volúmenes         /Narraciones/1: Unidad de lugar y Responso 
                                               /Narraciones/2: Palo y hueso y En la zona

GLOSA       Alianza Editorial, Buenos Aires, 1986
novela           /Destino, Barcelona, 1988 
                      /Seix Barral, Buenos Aires, 1995 
                      /Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2015 

LA OCASIÓN        Destino (Premio Nadal mejor novela), Barcelona, 1988
novela        /Círculo de Lectores, 1989 
                   /Alianza Editorial, Buenos Aires, 1988 
                   /Seix Barral, Buenos Aires, 1998 
                   /Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2019 

EL RÍO SIN ORILLAS: TRATADO IMAGINARIO      Alianza Editorial, Buenos Aires, 1991
ensayo      / Seix Barral, Buenos Aires, 2003 
                 /Días Contados, España, 2020

LO IMBORRABLE          Alianza Editorial, Buenos Aires, 1993
novela        /Seix Barral, Buenos Aires, 2003 

LA PESQUISA       Seix Barral, Buenos Aires, 1994
novela        /(+ ediciones de bolsillo) Planeta, México, 1998 
                  /RBA Editores / Grupo Editorial Planeta, Barcelona, 1995 
                  /El Aleph Editores, Barcelona, 2002 
                   /Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2012 
      /Epílogo–conversación con Ricardo Piglia, Ediciones Lanzallamas, Costa Rica, 2018 

LAS NUBES       Seix Barral, Buenos Aires, 1997
novela       /(+ ediciones de bolsillo) 
                 /Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2021 

EL CONCEPTO DE FICCIÓN       Ariel, Buenos Aires, 1997/
ensayos        /Seix Barral, Buenos Aires, 2004 
                    /Rayo Verde Editorial, Barcelona 2016 

LA NARRACIÓN – OBJETO          /Seix Barral, Buenos Aires, 2004 
ensayo 

LUGAR       Seix Barral, Buenos Aires, 2000
cuentos 

CUENTOS COMPLETOS         Seix Barral, Buenos Aires, 2001
1957–2000 
incluye cuatro inéditos        /Nueva edición, con prólogo de Fabián Casas, Seix Barral, 
                                             Buenos Aires, 2017 
                                  De la primera edición de los Cuentos Completos 1957–2000, 
                                 Seix Barral, Buenos Aires, 2017 edición no venal en dos tomos, 
                                 la Asociación Trabajadores del Estado de la provincia de Santa Fe                                               adquirió 25 000 ejemplares de cada tomo para entregar 
                                 a sus afiliados. 

LA GRANDE      / Seix Barral, Buenos Aires, 2005
novela              // RBA Libros, Barcelona, 2008 
                          /Rayo Verde Editorial, colección Rayos globulares, Barcelona, 2017

TRABAJOS      /Seix Barral, Buenos Aires, 2006
ensayos

GLOSA – EL ENTENADO  /Julio Premat editor. Colección Archivos 61. Poitiers–Córdoba      edición crítca                                                     (Argentina): CRLA Archivos Alción, 2010

RESPONSO          El Aleph Editores, Barcelona, 2012
/ LA VUELTA       (con prólogo de Ricardo Piglia)  
COMPLETA
// CICATRICES 
novelas

BORRADORES         Seix Barral, Buenos Aires, 2012 
INÉDITOS / 1              Edición, prólogo, selección y notas de Julio Premat 
papeles de trabajo    

BORRADORES         Seix Barral, Buenos Aires, 2013
INÉDITOS / 2             Edición, prólogo, selección y notas de Julio Premat
papeles de trabajo                   

 BORRADORES         Seix Barral, Buenos Aires, 2014
INÉDITOS / 3              Edición, prólogo, selección y notas de Sergio Delgado
poemas

BORRADORES         Seix Barral, Buenos Aires, 2015
INÉDITOS / 4             Edición, prólogo, selección y notas de Julio Premat 
poemas

A MEDIO         Edición de bolsillo con guía de lectura. Seix Barral
BORRAR       Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe
antología        Buenos Aires, 2017, edición no venal
                           Antología y prólogo: Martn Prieto
                         Guía de lectura y actvidades: Carlos Ferreyra 
                         Glosario: Analía Capdevila
                         Se distribuyeron 20 000 ejemplares entre todos los estudiantes
                         del 5º año de los colegios secundarios de la provincia de Santa Fe. 

A MEDIO         Seix Barral, Buenos Aires, 2018
BORRAR          Selección: Paulo Ricci y Martín Prieto, con prólogo de Martín
antología          Prieto. Esta edición incorpora dos narraciones no incluidas 
                         en la edición no venal de 2017: «Me llamo Pichón Garay» y «Verde
                          y negro».

CUENTOS        Planeta Lector, Buenos Aires, 2021
antología           Antología y notas: Fernando Núñez

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