La última persona que había visto a Jeongdae en la muchedumbre, en esa manifestación reclamando por los hombre tiroteados, ahora lo confiesa, había sido el propio Dongho.
Iban de la mano cuando escucharon los tiros. Todos corrían. En la confusión se soltaron. Había visto cómo su amigo recibía una bala. Lo había dejado tirado en el suelo y se había alejado corriendo, buscando refugio. Muchos caían heridos. Docenas de personas tiradas en el suelo en medio de la avenida. Otros, refugiándose donde podían, paralizados por el miedo. Nadie podía salvar a nadie. Los que lo intentaban eran asesinados como a perros.
Dongho no había podido rescatar a Jeongdae.
Se culpa de haber sentido pánico y de haberse preocupado únicamente de no ser descubierto por algún tirador, de haberse alejado de esa plaza tan aterrado.
Artist Daniel Mitchell
Ese día, cuando Dongho vuelve a su casa, ve a su padre que se preocupa por no saber dónde había estado su hijo, le pide, le ruega que ni se acerque a las manifestaciones políticas.
Llega tarde.
Dongho piensa en Jeongdae, el que seguía sin pegar el estirón y parecía un niño de primaria, el que era feo, el que alquila, junto a su hermana, Jeongmi, una habitación de su casa. El que respeta y le hace mucho caso a su hermana, y es por eso que se prepara y estudia. El que trabajaba a escondidas repartiendo periódicos para ayudar con algo. El que juega con él al bádminton. Al que había ayudado a buscar a su hermana.
¡Su hermana! Si en ese momento, Jeongmi entrara, Dongho hubiera dejado que ella le pegara todo lo que quisiera, y que le gritara a la cara:
—¿Cómo pudiste dejarlo allí? ¿Y te llamas su amigo? —Entonces, Dongho le habría pedido perdón de rodillas.
El personaje de Jeongmi es muy conmovedor. La manera en que cuida a su hermano. Cómo vigila sus estudios y alimentación. No parece, pero tiene mucho carácter y determinación.
Un día, le cuenta a Dongho acerca de su decisión de retomar los estudios. Eso sí, le pide que todavía no se lo cuente a Jeongdae, para que no se sienta culpable, que no pensara que fue por él que había abandonado el colegio.
Volvemos al polideportivo. Llaga Jinsu en un camión con más ataúdes. Le dice a Dongho que a las seis se cierra el lugar.
«Vete a casa», le dice a Dongho, «Esta noche va a entrar el ejército», «van a acribillar hasta a los heridos en los hospitales por haberse amotinado».
Dongho, con el libro de registro apretado contra su pecho como si fuera su tesoro, observa a los familiares que no piensan moverse de al lado de sus muertos, y piensa en lo que le falta registrar y etiquetar.
De pronto, su madre entra al edificio como un torbellino. Quiere sacar a su hijo de allí «¡Vamos!, ¡ahora mismo!, ¡dicen que va a ¡entrar el ejército».
«A las seis cerramos, mamá, cuando cerremos me iré a casa», miente.
Hay escenas que se conectan con algo que hemos leído previamente. Han Kang nos va contando la historia de manera que nosotros también la vayamos construyendo y atando esos hilos sin anudar.
Esta, como ejemplo, es una de ellas:
Llega un anciano, vestido con ropas rústicas. Camina con dificultad, apoyándose en un bastón de madera.
«Busco a mi hijo y a mi nieta», le dice a Dongho. Le explica que llegó el día anterior desde Hwasun en un tractor, con el que no lo habían dejado entrar a la ciudad, así que había tenido que cruzar un monte a pie, evitando a los soldados.
Dongho, viendo su precariedad, no puede imaginarse cómo el anciano había podido llegar hasta allí.
«Mi hijo menor es mudo», le cuenta a Dongho, «me contaron que unos soldados mataron a bastonazos a un muchacho mudo».
«Y mi nieta, que estudia en la Universidad Nacional de Chonnam ha desaparecido».
El anciano camina hacia los cadáveres cubiertos con sábanas, tapándose la nariz. Se acercan al cuerpo que había impresionado a Dongho por su estado terrible, el que pertenecía a una mujer joven de una complexión pequeña. Lo que hay debajo es espeluznante. Dongho levanta uno de los lienzos y vuelve a sus preguntas:
¿Cuánto tiempo se quedará el alma junto a su cuerpo?
¿Aleteará como si fuera un pájaro?
¿Agitará el borde de la vela?
Dongho mira al anciano cuyos ojos tiemblan como si hubiera presenciado lo más terrible de este mundo. «Nunca voy a perdonar esto», dice el abuelo mirando lo que queda de la joven, «Nunca voy a perdonar nada ni a nadie, ni siquiera a mí mismo».
II
The boy is coming, fotografía de Lee Seung-hui;
Centro de Artes Namsan
En el 2.º capítulo, «El hálito negro», escrito en primera persona, es la voz de Jeondae la que escuchamos. El amigo que busca Dongho.
Aunque Jeondae ha sido asesinado, es su alma la que nos cuenta: «Si pude ver todo fue porque yo aún seguía bien pegado a mi cuerpo», dice.
Es un capítulo muy duro y emotivo. La manera en que le habla a su amigo y en que busca el alma de su hermana.
Claro, si tú y yo estuvimos juntos. Hasta que una especie de garrote frío se estrelló de repente contra mi costado. Hasta que me desplomé en el suelo como un muñeco de trapo. Hasta que levanté el brazo en alto en medio de las fuertes pisadas que parecían hacer estallar en mil pedazos el asfalto, en medio del estruendo de las balas que rompían los tímpanos. Hasta que sentí que la sangre que empezó a manar de mi costado se extendía caliente hacia mis hombros y mi nuca. Hasta ese momento tú estuviste a mi lado.
Tengo que repetir acá la amalgama que logra Han Kang entre lo terrorífico que sucede y la belleza de su narrativa.
Jeondae tiene quince años. O ya no. Tampoco era ya el más bajo de la clase. Ni el que quería y temía a su hermana. Sí es el que ahora odia a su cuerpo destrozado. El que solo desea:
Si pudiera cerrar los ojos...
Si pudiera dejar de mirar el amasijo de nuestros cuerpos.
Si pudiera dormirme un rato.
Si pudiera precipitarme ahora mismo al oscuro fondo de la conciencia.
Si pudiera esconderme en los sueños.
O al menos en los recuerdos...
III
Performance Group Tuida, Human Fuga,
a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»
En el tercer capítulo, «Las siete bofetadas» en la voz de Kim Ensuk la que habla, la historia gira alrededor de ella.
Ya la vimos en el primero. Era una de las jóvenes voluntarias, estudiante de colegio secundario.
Han pasado unos años. Ahora tiene veintitrés, trabaja en una editorial y debe olvidar las siete bofetadas. Lo hará, una por semana.
Fue en una interrogación que se las dieron. «¡Perra!, ¡no eres más que una rata!, ¿dónde está ese cabrón?»
El cabrón era un traductor con el que se había encontrado dos semanas atrás.
Ir a la Oficina de Censura donde colgaba un retrato del presidente, dictador Chun-Doo hwan, era una obligación de toda editorial, y era parte de su trabajo.
«¿Cómo es posible que un rostro pueda esconder lo que lleva dentro?», se pregunta Ensuk, «¿Cómo puede esconder la insensibilidad, la crueldad y el instinto asesino?».
Sabremos, en esta parte del libro, acerca de su trabajo y de sus lágrimas, no ante las cachetadas que recibe, sino ante el libro tachado del dramaturgo Seo —los escritores bajo la vigilancia del Gobierno.
La obra de teatro nos despertará la incertidumbre por el peligro, y la admiración del recurso: la ausencia del lenguaje para expresar de la manera que pueden, la violencia que sufrieron y su disentimiento.
A nivel personal, veremos cómo debe superar las dificultades familiares. El momento en que se llevan a su padre, entre otros.
Por otro lado, lee libros que le acercan sobre la valentía y el altruismo de la sociedad, la psicología de las masas que luchan. Ya no cree en nada de eso.
¡Ella no tiene confianza en el ser humano!
No confía en ninguna expresión del rostro,
en ninguna verdad ni en ninguna oración bien redactada.
La única vida que puede tener estará regida por
una tenaz desconfianza y una fría indagación.
Iremos atrás en el tiempo y sabremos de su amiga Seonju y de esa tarde en que también conoció a Jinsu. De sus sorpresa cuando vio al que parecía un niño, con sus hombros estrechos, llevando un fusil al hombro que nunca disparó. Era Dongho.
Ese día cuando el ejército había decretado estado de sitio y planeaba entrar a la ciudad de Gwangju.
Y ellos, que no querían abandonar el edificio. Resistían.
La escena de la obra de teatro es impactante, esa letra que no se recita y que Ensuk conoce y dice para sí:
No pude celebrar tus funerales cuando te fuiste y ahora mi vida es un funeral.
Desde que te cargaron en el camión de la basura envuelto en una manta impermeable,
desde que los imperdonables chorros de agua salieron fulgurantes de la fuente,
en todas partes arde la llama del templo.
En el interior de las flores primaverales, en los copos de nieve,
en las tardes que llegan indefectiblemente,
arden las velas que colocaste en las botellas de gaseosas vacías.
IV
Performance Group Tuida, Human Fuga,a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»
El 4.º capítulo, «Hierro y sangre» comienza con el interrogatorio a uno de los hombres que está encarcelado por oponerse al régimen gobernante y haber participado en el levantamiento estudiantil de Gwangju ya mencionado.
Es un narrador anónimo que cuenta sus experiencias de muchísimo sufrimiento físico y psicológico.
Algo que deja una marca profunda en él y de gran pesadumbre en mí, la lectora.
Tratos brutales, inimaginables, torturas inhumanas que les hacen tanto al narrador como a los otros encarcelados, entre los que se encuentra Kim Jinsu.
Con él comparte calabozo y con él van perdiendo todo vestigio de dignidad.
Tropas surcoreanas armadas detienen y encarcelan a manifestantes.
Gwangju, 1980
Los humillaban hasta hacerlos sentir que eran solo cuerpos sucios y malolientes, masas de carne con llagas supurantes, alimañas hambrientas.
¿Por qué algunos murieron y otros siguieron vivos? ¿Será que el umbral de dolor, la tolerancia al sufrimiento es distinta en uno y otros?
Jinsu, con su aspecto afeminado, había recibido las peores torturas. Él era, como vimos en el 1.er capítulo, uno de los voluntarios, encargado de supervisar todo lo relacionado con los cadáveres —víctimas asesinadas en el levantamiento. Y uno de los que no abandonó el Edificio del Gobierno Provincial, a pesar de que sabían de la entrada inminente del ejército a la ciudad, de que llegarían al lugar alrededor de las dos de la mañana. Sin embargo, sí quiso que se fuera Dongho. No tuvo éxito.
El objetivo del grupo era resistir. Ellos adentro y los ciudadanos afuera, alrededor de la fuente de la plaza.
Sabían que estaban en desventaja, pero una fuerza desconocida los envalentonaba —esa joya que es la conciencia.
Recuerdo vívidamente esa sensación de no tenerle miedo a nada.
De estar dispuesto a dar la vida.
La sangre de todos los que estábamos allí fluía en una única y gigantesca arteria.
Pude percibir el pulso de esa sangre, de ese corazón
que era el más grande y sublime del mundo.
En ese lugar también está Yeongjae, el más joven de los prisioneros. A pesar de su juventud e inocencia es el que calma a los que se pelean por unos granos de arroz... «Va... vamos, no os peleéis más...», les dice. Y, en algunas ocasiones, hasta los lidera. Más adelante se sabrá cómo siguió su vida y cuál fue el resultado de los juicios militares a los que cada uno fue sometido.
Sus vidas posteriores, en libertad.
No fue fácil. Se encontraban y eran como extraños.
Mientras nos preguntábamos el uno al otro cómo estábamos,
nuestras miradas se extendieron como tentáculos invisibles y
constataron las sombras detrás del rostro y las huellas del sufrimiento
que la charla y la risa forzada no podían ocultar.
Alguien está escribiendo un artículo de investigación. Es a ese alguien que el narrador le cuenta y responde sus preguntas. Algunas, en realidad... «Nadie tiene derecho a pedirme que siga recordando», le dice a su interlocutor.
Es que recordar es doloroso... Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando. El mundo se va quedando en tinieblas al irse apagando una a una las bombillas de neón de colores. Sé bien que yo tampoco estoy a salvo.
Hay párrafos que transcribo por la belleza y profundidad. Acá, Han Kang vuelve al alma, no como pájaros sino como fino cristal:
Entonces, ¿el alma es una especie de cristal?
El cristal es trasparente y se rompe con facilidad. Esa es su naturaleza. Es por eso por lo que tenemos que tratar con cuidado todo lo que está hecho de ese material, porque si algo hecho de cristal se agrieta o se rompe, ya no sirve y hay que tirarlo.
Antes teníamos dentro un cristal que no se rompía. No sabíamos si era cristal o qué, pero era algo auténtico, sólido y transparente. Haciéndonos trizas el cuerpo les demostramos que teníamos alma. Les demostramos que éramos seres humanos hechos de cristal de verdad.
V
Sangre y lágrimas,
Representaciones artísticas de la Lucha Democrática de Gwangju
El capítulo «La pupila de la noche», está narrado en segunda persona como el primero, como si el narrador se dirigiera a la misma persona que lo va a protagonizar.
Todavía no sabemos su nombre.
Sí sabemos que es una joven que temía a frases como la que da título a este capítulo.
Capítulo marcado por horas. La primera señalada es: 19.00 h, y así seguirá avanzando el cronómetro.
Ahora esa joven temerosa ha crecido, está sola en una habitación o en su lugar de trabajo, y tiene otros miedos.
Trabaja en una organización ambientalista. Es transcriptora y activista en la lucha de sustancias radioactivas, «son todas labores trabajosas, que no lucen, tareas que debes realizar en soledad y te llevan mucho tiempo», dice ella, que se protege en ese mundo.
Anteriormente había trabajado en una organización de derechos laborales.
Yoon, un profesor que trabaja en reconstruir una historia oral del Levantamiento de Gwangju de 1980, se había comunicado con ella diez años atrás. Como sabía lo delicado de su pedido, lo había hecho de parte de Kim Seonghee, el activista laboral, cercano a Seonju.
Alrededor de ella gira este capítulo. Ya la conocimos en el primero, trabajando como voluntaria en el polideportivo donde se acomodan los cadáveres.
Yoon busca activamente a supervivientes del levantamiento para registrar sus testimonios, con el objetivo de documentar el acontecimiento y su impacto. Sabe que algunos sobrevivientes se resisten a revivir el trauma, o puede ser que desconfíen de su proyecto.
Este personaje, lo que él encarna, es muy importante para mí. Ya que expresa el poder de la memoria y el lenguaje como una forma de resistencia, tanto al trauma personal como al colectivo. Y, a partir de allí, buscar los modos, nada fáciles, de superarlos.
Le habían dado el nombre de autopsia psicológica.
Como era de esperar, Seonju no accede a colaborar con el ensayo de Yoon. Tampoco lo lee.
Diez años pasaron y Yoon vuelve a insistir con hacerle la entrevista.
Siete, de los diez ex miembros de la milicia civil, habían aceptado una segunda entrevista para este nuevo libro. Dos se habían quitado la vida. Quedaban ocho.
Le falta este octavo testimonio. El de ella.
Al no acceder, Yoon le envía cintas y una grabadora portátil. Quizá le resultara más fácil grabar su testimonio.
Ella guarda todo y lee de un tirón el ensayo demorado diez años en un cajón.
A partir de acá, del momento en que pone la cinta en la grabadora, sin saber si apretará o no el botón REC, vamos a entrar en la memoria fragmentada de Seonju. Sueños y pesadillas de un testimonio que será anónimo. Lo que significó su amistad con Kim Seonghee, que si bien no es un personaje principal, es importante en cuanto a todo lo emocional y psicológico que rodea esta relación de amigas tan distintas. Los castigos tan crueles y las injusticias. Los jóvenes asesinados y los que siguen vivos sintiéndose culpables. Cómo aparece en su vida Jeongmi, la hermana de Jeongdae, la que vivía en casa de Dongho y soñaba con ser doctora.
Le han pedido que recuerde, que mire de frente y de su testimonio... pero, ¿cómo podrá hacer eso?
Cuando miras el sol que entra por la ventana
un mediodía especialmente tranquilo de fin de semana y,
de repente te acuerdas borrosamente de la cara de Dongho,
¿no será su alma la que se agita ante tus ojos?
Si te hubiera dicho que te fueras a tu casa, Dongho...
¿Es por eso por lo que vienes a mí?
¿Para preguntarme porqué sigo viva?
VI
«Donde se abren las flores», en la versión en inglés es «The Boy´s Mother», ya que es el capítulo que se centra en la madre de Dongho, su dolor y recuerdo aun después de tantos años. Su lucha por ese asesinato inadmisible durante el levantamiento de Gwangju.
Y, esas cosas de madre..., ella no pierde la esperanza de volver a verlo, dónde y cómo sea:
Fui detrás de ese chico.
Pero como él andaba rápido y yo estoy vieja, no hubo manera de alcanzarlo por más que me apuré.
Si él hubiera girado la cabeza... pero siguió andando y mirando solo hacia delante.
¿Cómo no iba a reconocer esa cabecita como una bola de billar?
Eras tú, estoy segura.
Eras tú, que venías a verme, que quisiste mostrarte aunque fuera pasando de largo.
Cada miembro de la familia de Dongho, además de su madre, su padre, su hermano mayor y el del medio, todos, profundamente afectados por la muerte del hijo y del hermano menor, reaccionan de diferente manera.
La madre lleva a cuestas ese dolor, se conecta con otros padres en duelo y participa en las protestas a pesar del peligro. Es una mujer valiente.
Mientras tanto, los hermanos experimentan la culpa y se achacan uno a otro no haber hecho lo suficiente para salvarlo, para sacar a Dongho de su determinación de quedarse como voluntario en la Oficina Provincial.
Ella es simplemente una madre que recuerda a su hijo. Y se conecta con esos recuerdos. Con su benjamín, con el que tuvo a los treinta años.
Lo ve, ya no como el adolescente empeñado en protestar y buscar a su amigo, lo ve de bebé, lo ve cumpliendo años, lo ve paseando con ella, tomado de su mano por el camino florecido de cosmos de todos colores. Lo ve como el niño que siempre buscaba el sol.
Aunque no hay nadie que pueda escucharme, te llamo despacito:
«Donghooo...»
Con lo pequeño que eras, poseías tanta fuerza...
me arrastrabas hacia donde había sol,
«¡mami, vamos allí, por donde hay sol!,
¡vayamos allí, mamá, donde se abren las flores!»
Epílogo
Esta última parte, llamada «La vela cubierta de nieve», en inglés se tituló «The Writer, 2013», la narradora es la propia autora.
Han Kang, dibujo de Siegfried Woldhek
«Tenía nueve años cuando escuché la historia», así comienza. La narradora actúa como sustituta de Han Kang. Nos va a ir contando cómo llega la historia a sus oídos y de su conexión con el Levantamiento de Gwangju. Su motivación para escribir la novela.
En esas conversaciones de adultos que los niños escuchan por la mitad y elucubran situaciones, escucha hablar de ese niño.
El padre de la autora, profesor de escuela secundaria, había conocido a Dongho. Había sido su alumno... «escribía muy buenas redacciones», dice.
Así sabremos que la casa donde vivía Dongho había sido propiedad de la familia de la narradora.
A travéa de ellos y de su propia investigación, llegaron las fotografías que mostraban todo el espanto de esos días.
Su intención fue la de revisar todos los materiales que documentaran las vivencias. Un trabajo muy duro que por momentos tuvo que dejar. Los sueños la invadían. Pesadillas con soldados, bayonetas atravesando su pecho, despertarse con la cara mojada por las lágrimas.
Haber contactado al hermano de Dongho fue muy importante para ella. Después de todo, la historia que iba a escribir giraría alrededor del joven:
¿Quiere que le de permiso?
Claro que se lo doy.
Eso sí, tiene que escribirla bien.
Que sea una historia recta y cabal.
Escríbala de tal manera que nunca puedan profanar la memoria de mi hermano.
Conocer de primera mano, escuchar, leer tantos testimonios hizo que comprendiera. Se había equivocado en pensarlos como víctimas, a esos muchachos y chicas que no abandonaron el edificio del Gobierno, aun sabiendo que no había ninguna posibilidad de victoria.
No fueron víctimas. Se quedaron porque no quisieron serlo.
Hacia el final, la narradora va a ver la tumba de Dongho que está cubierta de nieve. Pone las velas delante, como hacía Dongho honrando a los demás. Consolidando la conexión entre esa llama que parpadea y la presencia del alma persistente:
Me quedé mirando en silencio los bordes de las llamas,
que se agitaban como alas traslúcidas.
Espero que tu me guíes a partir de ahora.
Que me lleves a la claridad, adonde se abren las flores.
*
Voy a ir despidiéndome. Sé que escribí una reseña muy larga. No podía hacer menos. Es tan rica, deja tanto, además de la emoción profunda que me invadió al leerla.
Un profundo aprendizaje... ¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? Porque ese es el tema. ¿Por qué se nos engaña con eso de la dignidad? ¿Por qué si en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?
Las marcas que dejan los sufrimientos extremos no cicatrizan nunca.
Han Kang va a lo esencial del asunto, a la parte más dolorosa, y no teme lo que allí se revela, aunque sea tan crudo. No rehuye en ningún momento describir la brutalidad tal cual es.
Esta lectura va más allá de la evocación del Levantamiento de Gwangju, de la violencia que allí sufrieron las jóvenes víctimas. Demuestra que la determinación de mantener su recuerdo y de no apartar la mirada del dolor y la injusticia es también rescatar la resiliencia de los que pasan por un trauma semejante. Y así ir a temas más amplios e invitar a la reflexión.
Las distintas perspectivas que nos brinda la autora, tomando cada personaje como protagonista, nos hace conocer la multiplicidad de enfoques que tiene un mismo hecho y cómo impacta en cada uno de ellos.
En lugar de centrarse en el hecho histórico solamente, se enfoca en las personas, y sobre todo en el niño-adolescente que muere, donde queda plasmado el duro precio que se paga.
Hay que abordarla con valentía y disposición, ojalá lo hagan porque vale la pena.
Hasta la próxima lectura,
Cecilia Olguin Gianelli
Notas
- Human Fuga-by Performance Group Tuida. Teaser: A performance grout that created a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts», titled «Human Fuga».