lunes, 23 de junio de 2025

«Actos humanos», Han Kang

 Actos humanos

[2024]

Han Kang

[Gwangju, Corea del Sur, 1970]

Premio Nobel de Literatura 2024


Una historia que estremece desde la primera página.
Contada con gran calidad literaria.
La voz de los supervivientes y de los que perduraron en otros planos.


Editorial Random House; 202 págs.
Traducción del coreano de Sunme Yoon


Conocí a la escritora Han Kang [Gwangju, Corea del Sur, 1970] el 30 de abril de 2013, en la 39º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, cuando presentaba La vegetariana y era una desconocida para nosotros.


Han Kang en la 39° Feria del Libro en Buenos Aires, 30-4-2013, 
presentación del libro La vegetariana
[foto personal]

Desde entonces sigo sus creaciones literarias y estoy atenta a lo que dice y a la publicación de sus novelas. Carrera que empezó al ganar el concurso literario de primavera del diario Seoul Shinmun en 1994.


Shinmun de Seúl, más de 120 años de historia

Es autora de La vegetariana [2007], Premio Booker Internacional 2016; La clase de griego [2011]; Actos humanos [2014], Premio Manhae de Literatura de Corea y Premio Malaparte en Italia en 2017; Blanco [2016], finalista del Premio Booker Internacional 2018 e Imposible decir adiós [2021], Premio Médicis Étranger 2023.


Han Kang

Galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024, ha recibido también el Premio Yi Sang, el Premio Artista joven del Año, el 25.º Premio de Novela Coreana, el premio de Literatura Hwang Sun-Won y el premio de Literatura Dong Ri. 
Hasta 2018 trabajó como profesora en el Departamento de Escritura Creativa del Instituto de las Artes de Seúl. Lo hizo durante doce años.
En la actualidad se dedica de lleno a la escritura. Su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas.

Mi reseña de Actos humanos,
una lectura minuciosa



Llego a esta novela después de Imposible decir adiós, cuando el consejo de algunos es leerla después de Actos humanos. No es una verdad universal. 
En mi caso, creo que la narrativa de Imposible... el impacto emocional que me produjo, me prepararon para enfrentar Actos... . Fue una buena puerta de entrada a temas tan fuertemente tratados como son rescatar momentos complejos de la memoria —lo árido de esa búsqueda—, la muerte y al trauma histórico. 
De todas formas, es la elección de cada lector, y siempre, uno u otro orden será, sin duda, un viaje personal.

En este caso, tengo que hacer una advertencia. Sabemos, a esta altura, que las historias que escribe Han Kang no son felices en el sentido convencional, incomodan, no dan tregua, van a fondo. 
Ya el título nos anticipa una psicología profunda de los personajes que conoceremos. Sus motivaciones y comportamientos tendrán mucho que ver con esos procesos que tan bien trabaja la autora. Las decisiones de cada acto tienen sus antecedentes y consecuencias. 
En cuanto a la forma de discurso y lenguaje, el monólogo y la poética están siempre presentes —logrando una voz poderosa y una exploración subjetiva y profunda.


Soldado surcoreano aporrea a un joven durante las manifestaciones
antigubernamentales en Gwangiu [20-5-1980]


Esta es una novela donde los acontecimientos que ocurrieron en la realidad forman parte y sostén de la historia. Se trata del Levantamiento de Gwangju —ciudad natal de la autora— en Corea del Sur. 
La brutal represión estatal por parte del ejército del dictador Chun Doo-hwan, en Gwangju, en mayo de 1980, que sufrieron miles de civiles, la mayoría jóvenes estudiantes que exigían democracia, dejó una marca profunda en la población. Nunca olvidarán las escenas donde militares surcoreanos disparaban indiscriminadamente contra una multitud, asesinando a miles de civiles.
Este es el contexto histórico.

Las heridas colectivas, causadas por la represión y la violencia física despiadada, son temas tratados con profundidad y sin tapujos ni falsos pudores, repito. Es mi segunda advertencia.
Claro que se combina con una narrativa poética, de gran calidad literaria y tan emotiva que me llena de admiración. Es un gran placer leer a Han Kang.




Dividida en seis capítulos y un epílogo escrito por la propia autora. En cada uno ellos, Han Kang nos acerca a la voz de un personaje diferente.
Si lo desean, pueden detener esta lectura, ya que voy a adentrarme en situaciones que les podría gustar descubrir por sí mismos. En este caso, la podrán retomar una vez finalizado el libro.

I

El primer capítulo es «Las avecillas», narrado en segunda persona y tiempo presente. Va a girar entorno a un joven estudiante de quince años llamado Dongho, que busca, bajo el peso de la culpa, a su amigo Jeongdae. 
Lo que todavía no sabe Dongho es, que su amigo ya es un alma que intenta aferrarse a su cuerpo y a sus recuerdos. 
Los padres de Dongho le alquilan una habitación de su casa a Jeongdae y a su hermana desde hace unos años. Dongho los admira por cómo se esfuerzan en la vida y por cómo se cuidan uno a otro. 
Los dos muchachos, Dongho y Jeongdae, de la misma edad, son muy amigos. Todo lo que se cuenta sobre esa relación se describe maravillosamente. Hay un énfasis porque es un vínculo de camaradería que tiene mucho significado. 
Son muy jóvenes los dos, adolescentes que viven vidas de adolescentes. Estudian, comparten juegos y se divierten. De ahí la magnitud del impacto primero, y la culpa después que sentirá Dongho cuando suceda lo que nunca se hubiera imaginado que podría suceder. 
El sentido de lealtad que veremos es un tema tratado con toda la fuerza del compromiso, que impacta principalmente por la edad de los protagonistas.




La imagen de los ginkgos movidos por el viento abre la escena, ubicados frente al edificio del Gobierno Provincial donde está ahora Dongho. A lo largo de la narración, nos vamos a encontrar con descripciones sensibles y una bella y fuerte narrativa poética. Este es uno de los momentos:

Parece que va a llover, observando los ginkgos, como si de pronto fuera a aparecer la silueta del viento entre las ramas que se agitan, como si las gotas de lluvia fueran a salir expelidas de los resquicios del aire para quedar flotando en la atmósfera como brillantes gemas cristalinas.

Tras la búsqueda de su amigo, en el edificio donde se apilan los cadáveres —ya había buscado, sin suerte, en los hospitales de la Universidad de Jeolla y de la Cruz Roja—, Dongho acepta ayudar, y le dan una actividad concreta. La asume con responsabilidad. 
Es el más joven del grupo de voluntarios, y se ve aun más joven por la manera concentrada con la que sigue las instrucciones precisas de Jinsu. 
Sin dudar: registra todo en un libro, los detalles de los cadáveres que llegan, nombres si están identificados, los etiqueta, detalla si tuvieron homenaje fúnebre —todos debían recibir el agradecimiento de la sociedad. Y como si eso fuera poco, también ayuda a los familiares en el reconocimiento de los cuerpos, superando imágenes muy dolorosas a pesar de su juventud. 


Teatro Nacional Stary de Cracovia, Polonia, 2019. 
Creación de los ataúdes de los manifestantes, 
colocados frente al edificio del Gobierno Provincial en Gwangju, 
tras el asesinato de los activistas por parte de las tropas gubernamentales.

Escena de El niño viene 
[Título original en coreano, que enfatiza el papel de Dongho, central en la historia. 
Actos humanoselegido para su traducción al inglés, 
queriendo dar un sentido más amplio


Jinsu, estudiante de la universidad de Seúl, es el joven que organiza todo en el edificio del Gobierno Provincial donde llegan los cadáveres. Es el que está al mando de los voluntarios. Entre otras cosas, hace los carteles con los datos de los cadáveres y los coloca en la puerta del edificio para facilitar la búsqueda de los familiares. También se ocupa de conseguir los lienzos, las velas, los ataúdes de madera, el papel, las banderas,... todo lo hace con el dinero recolectado durante las manifestaciones. De todas maneras, los comerciantes dejan lo que necesitan a bajo precio o, directamente, lo donan. 
Pero, los muertos son muchos y los ataúdes se terminan, no hay más en la ciudad. Entonces, se empiezan a fabricar en carpinterías básicas con madera aglomerada. 

Todos los días llegaban nuevos ataúdes al polideportivo donde habían levantado un altar fúnebre colectivo. 

Cuando Jinsu ve a Dongho, lo quiere mandar a su casa, ¡demasiado joven para hacer un trabajo tan duro!
En realidad, el trabajo más difícil lo hacen Seonju, que trabajaba en una sastrería pero se ha quedado sin trabajo, y Eunsuk, alumna del tercer curso del instituto de chicas Speer. Ambas se habían conocido en el Hospital de la Universidad Jeolla, donando sangre para los heridos. Allí se habían enterado que también necesitaban voluntarios en el Gobierno Provincial, donde la ciudadanía se había organizado por su propia iniciativa. 

Unos días antes, la hermana de Jeongdae, que tiene veinte años y trabaja en una fábrica textil, no había regresado a la casa. Entonces, y dado el clima de tensión y peligro que se vivía, los dos, Dongho y Jeongdae habían salido a buscarla
Ahora los dos hermanos están desaparecidos.


Singing of the Abode of the Wind.
[Canto de la morada del viento]
Kim Kyung-joo


Se escuchan gritos y aplausos que provienen del lado de la fuente —un lugar que va a ser un marco físico recurrente a lo largo de la historia. 
La voz de una mujer joven por el altavoz. Es el homenaje fúnebre: «¡Amigos, están llegando los cuerpos de nuestros conciudadanos que estaban en el Hospital de la Cruz Roja». Todos cantan el himno nacional. Dongho, no muy convencido, también lo tararea.

Su hermano mayor lo va a buscar y quiere llevarlo de vuelta a su casa. Insiste con vehemencia sin lograrlo. También su madre va a ir a buscarlo más de una vez, asustada por la amenaza de la entrada del ejército. 
Una lucha totalmente desigual se presagia.

Para entrar al polideportivo, edificio donde se acomodan los cadáveres, deben ponerse una mascarilla, ¡el hedor es insoportable. «Las velas no sirven de mucho», piensa Dongho. 

Todo está así organizado: lo ataúdes alineados, son los que han recibido homenaje, los cuerpos cubiertos con sábanas blancas son los que aun no han sido reclamados por ningún familiar. Todos ellos tienen velas sostenidas en botellas de gaseosas vacías —una manera de mitigar el mal olor. 
Cuando llegan los familiares, solo levantan una parte de las sábanas y les muestran los rostros —ya que los cuerpos están cruelmente destrozados—, apenas un instante, 
Hay uno, en particular, que ha impresionado a Dongho, por su estado terrible y juventud. Una mujer de una complexión pequeña. Le llama la atención lo rápido que los cuerpos se corrompen. Cuerpos heridos con bayonetas, que han recibido torturas inimaginables. 
Dongho, eficiente, les cambia las velas. 

Las velas junto a las cabeceras de los muertos lo observan como pupilas silenciosas.

Entonces se preguntará algo que tendrá mucho peso en el argumento: 

Adónde irán las almas cuando se mueren los cuerpos?
¿Cuánto tiempo se quedarán junto a él ?
Cuando una persona viva observa el cuerpo de un muerto,
¿estará también al lado el alma de este último observando su propio cuerpo?


Wild Fire, 1990, Kim Kyung-joo
[Fuego salvaje]


Ellos son gente joven que ayudan a acomodar los cuerpos tiroteados por el ejército en distintos enfrentamientos. Cumplen esa misión y lo hacen convencidos.
Aunque hay algo que a Dongho le cuesta entender en lo que presencia, y es que los deudos canten el himno nacional y que extiendan la bandera nacional sobre los féretros de las víctimas en las breves e íntimas ceremonias fúnebres. 
¿Por qué si fueron asesinados por los militares?, ¡cómo si no fuera la misma patria quien los ha matado!
 «Los militares se amotinaron para hacerse con el poder. Usaron sin piedad sus bayonetas contra la gente a plena luz. Como si no fuera suficiente, dispararon sus armas a mansalva a gente tirada por el piso, ya herida. ¿Cómo se puede considerar patria a quienes hicieron semejante cosa?», le responde Eunsuk.
Dongho, confuso, trata de comprender el significado de la palabra «patria», ante la discordancia entre estos dos sonidos que chocan: por un lado, los sollozos de los deudos, por el otro, el canto del himno nacional.

Mientras tanto, en los altavoces, el homenaje fúnebre continua, tratan a toda costa de animar a la multitud: «¡No se vayan! ¡No podemos entregar las armas y rendirnos incondicionalmente como nos ordenan!».
Ellos pretenden que el ejército devuelva a los apresados, muertos y vivos, y que den a conocer a la opinión pública lo que realmente ha sucedido. Que su imagen no quede manchada con mentiras y que todas las muertes no hayan sido en vano. 

La multitud que aclama por la democracia disminuye. Se quedan en sus casas. La gente tiene miedo. Corre el rumor de que los soldados volverán a entrar en la ciudad esa noche y matarán a las personas congregadas.

Candles and souls



Hablan de muerte, se ve la muerte, se presiente más muerte.
En este momento de la novela, se abre el tema del alma cuando la persona fallece. Ese algo que revolotea en el rostro, como la huida del alma en el último segundo, como un pájaro, y la posterior honra con una vela simbolizando el espíritu que perdurará.
Esta imagen se convierte en un motivo recurrente.

Dongho recuerda cuando falleció su abuela. Y su vida compartida con ella. Su carácter apacible. Recuerda el momento cuando exhaló su último suspiro. 

De pronto algo parecido a un pájaro se escapó de su rostro,
¿adónde se iba esa avecilla?

Dongho piensa en las almas de los muertos que están en el polideportivo. ¿También habrán salido de sus cuerpos como pájaros? 

¿Adónde habrán ido esas avecillas asustadas?

Seguramente a ningún lugar exótico como el cielo o el infierno, como había escuchado en la escuela dominical. Tampoco vagando en la niebla con sus camisones blancos, como había visto en las viejas películas. 

Dongho, tan joven, con su vida tranquila de estudiante, tan alterada ahora. Ha visto, aterrorizado, soldados armados. Ha presenciado la violencia salvaje contra una pareja que, simplemente, iban a la iglesia. 

Volvamos al polideportivo. Eunsuk, con sus trenzas empapadas, vuelve del acto de homenaje con algo de alimento para Dongho, quien observa sus ojos hundidos y ojerosos:

La avecilla que se escapa del cuerpo cuando muere, 
¿dónde se encuentra cuando la persona está viva?
¿En el entrecejo?
¿Detrás de la cabeza, como un halo?
¿Quizá en un rincón del corazón?

Seonju le dice a Dongho que quizá los soldados ya enterraron al amigo que busca en algún sitio. Ella había estado en el lugar de la represión, y vio como los soldados habían cargado en los camiones a los que habían recibido los tiros. 
«¿Quién tiene razón?», se pregunta Dongho, «¿Seonju o su madre que cree que a Jeongdae lo están curando en algún hospital?»

La madre y el segundo de los hermanos mayores de Dongho intentan hacerlo desistir de tu búsqueda y hacerlo volver a la casa. No lo logran.
Tiene que encontrar a Jeongdae, su amigo.
Su resolución no impide que se pregunte: «¿De verdad morirán todos los que se queden esta noche?»
El estado de sitio está controlado por unidades de élite fuertemente armadas. Muy desigual a las milicias civiles.
Es como si no lo quisieran ver.

Blood and tears
a striking exhibition.
Sangre y lágrimas,
exhibición artística muy impactante de lo sucedido en
el Levantamiento de Gwngju.
Mayo sangriento, del Colectivo de Artistas Jeonnam de Gwangju.
Cortesía de la colección Sang-yun Kim 



El autoengaño es una manera de protegerse.
La última persona que había visto a Jeongdae en la muchedumbre, en esa manifestación reclamando por los hombre tiroteados, ahora lo confiesa, había sido el propio Dongho. 
Iban de la mano cuando escucharon los tiros. Todos corrían. En la confusión se soltaron. Había visto cómo su amigo recibía una bala. Lo había dejado tirado en el suelo y se había alejado corriendo, buscando refugio. Muchos caían heridos. Docenas de personas tiradas en el suelo en medio de la avenida. Otros, refugiándose donde podían, paralizados por el miedo. Nadie podía salvar a nadie. Los que lo intentaban eran asesinados como a perros. 
Dongho no había podido rescatar a Jeongdae. 
Se culpa de haber sentido pánico y de haberse preocupado únicamente de no ser descubierto por algún tirador, de haberse alejado de esa plaza tan aterrado. 


Artist Daniel Mitchell


Ese día, cuando Dongho vuelve a su casa, ve a  su padre que se preocupa por no saber dónde había estado su hijo, le pide, le ruega que ni se acerque a las manifestaciones políticas. 
Llega tarde.
Dongho piensa en Jeongdae, el que seguía sin pegar el estirón y parecía un niño de primaria, el que era feo, el que alquila, junto a su hermana, Jeongmi, una habitación de su casa. El que respeta y le hace mucho caso a su hermana, y es por eso que se prepara y estudia. El que trabajaba a escondidas repartiendo periódicos para ayudar con algo. El que juega con él al bádminton. Al que había ayudado a buscar a su hermana. 
¡Su hermana! Si en ese momento, Jeongmi entrara, Dongho hubiera dejado que ella le pegara todo lo que quisiera, y que le gritara a la cara:

—¿Cómo pudiste dejarlo allí? ¿Y te llamas su amigo? —Entonces, Dongho le habría pedido perdón de rodillas. 

El personaje de Jeongmi es muy conmovedor. La manera en que cuida a su hermano. Cómo vigila sus estudios y alimentación. No parece, pero tiene mucho carácter y determinación. 
Un día, le cuenta a Dongho acerca de su decisión de retomar los estudios. Eso sí, le pide que todavía no se lo cuente a Jeongdae, para que no se sienta culpable, que no pensara que fue por él que había abandonado el colegio. 

Volvemos al polideportivo. Llaga Jinsu en un camión con más ataúdes. Le dice a Dongho que a las seis se cierra el lugar. 
«Vete a casa», le dice a Dongho, «Esta noche va a entrar el ejército», «van a acribillar hasta a los heridos en los hospitales por haberse amotinado».
Dongho, con el libro de registro apretado contra su pecho como si fuera su tesoro, observa a los familiares que no piensan moverse de al lado de sus muertos, y piensa en lo que le falta registrar y etiquetar.
De pronto, su madre entra al edificio como un torbellino. Quiere sacar a su hijo de allí «¡Vamos!, ¡ahora mismo!, ¡dicen que va a ¡entrar el ejército».
«A las seis cerramos, mamá, cuando cerremos me iré a casa», miente.

Hay escenas que se conectan con algo que hemos leído previamente. Han Kang nos va contando la historia de manera que nosotros también la vayamos construyendo y atando esos hilos sin anudar.
Esta, como ejemplo, es una de ellas:

Llega un anciano, vestido con ropas rústicas. Camina con dificultad, apoyándose en un bastón de madera. 
«Busco a mi hijo y a mi nieta», le dice a Dongho. Le explica que llegó el día anterior desde Hwasun en un tractor, con el que no lo habían dejado entrar a la ciudad, así que había tenido que cruzar un monte a pie, evitando a los soldados. 
Dongho, viendo su precariedad, no puede imaginarse cómo el anciano había podido llegar hasta allí.
«Mi hijo menor es mudo», le cuenta a Dongho, «me contaron que unos soldados mataron a bastonazos a un muchacho mudo».
«Y mi nieta, que estudia en la Universidad Nacional de Chonnam ha desaparecido».

El anciano camina hacia los cadáveres cubiertos con sábanas, tapándose la nariz. Se acercan al cuerpo que había impresionado a Dongho por su estado terrible, el que pertenecía a una mujer joven de una complexión pequeña. Lo que hay debajo es espeluznante. Dongho levanta uno de los lienzos y vuelve a sus preguntas:

¿Cuánto tiempo se quedará el alma junto a su cuerpo?
¿Aleteará como si fuera un pájaro?
¿Agitará el borde de la vela?

Dongho mira al anciano cuyos ojos tiemblan como si hubiera presenciado lo más terrible de este mundo. «Nunca voy a perdonar esto», dice el abuelo mirando lo que queda de la joven, «Nunca voy a perdonar nada ni a nadie, ni siquiera a mí mismo».

II


The boy is coming, fotografía de Lee Seung-hui;
Centro de Artes Namsan


En el 2.º capítulo, «El hálito negro», escrito en primera persona, es la voz de Jeondae la que escuchamos. El amigo que busca Dongho.
Aunque Jeondae ha sido asesinado, es su alma la que nos cuenta: «Si pude ver todo fue porque yo aún seguía bien pegado a mi cuerpo», dice. 
Es un capítulo muy duro y emotivo. La manera en que le habla a su amigo y en que busca el alma de su hermana.

Claro, si tú y yo estuvimos juntos. Hasta que una especie de garrote frío se estrelló de repente contra mi costado. Hasta que me desplomé en el suelo como un muñeco de trapo. Hasta que levanté el brazo en alto en medio de las fuertes pisadas que parecían hacer estallar en mil pedazos el asfalto, en medio del estruendo de las balas que rompían los tímpanos. Hasta que sentí que la sangre que empezó a manar de mi costado se extendía caliente hacia mis hombros y mi nuca. Hasta ese momento tú estuviste a mi lado.

Tengo que repetir acá la amalgama que logra Han Kang entre lo terrorífico que sucede y la belleza de su narrativa. 

Jeondae tiene quince años. O ya no. Tampoco era ya el más bajo de la clase. Ni el que quería y temía a su hermana. Sí es el que ahora odia a su cuerpo destrozado. El que solo desea:

Si pudiera cerrar los ojos...
Si pudiera dejar de mirar el amasijo de nuestros cuerpos.
Si pudiera dormirme un rato.
Si pudiera precipitarme ahora mismo al oscuro fondo de la conciencia.
Si pudiera esconderme en los sueños.
O al menos en los recuerdos...

III


Performance Group Tuida, Human Fuga,
a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»


En el tercer capítulo, «Las siete bofetadas» en la voz de Kim Ensuk la que habla, la historia gira alrededor de ella. 
Ya la vimos en el primero. Era una de las jóvenes voluntarias, estudiante de colegio secundario. 
Han pasado unos años. Ahora tiene veintitrés, trabaja en una editorial y debe olvidar las siete bofetadas. Lo hará, una por semana. 
Fue en una interrogación que se las dieron. «¡Perra!, ¡no eres más que una rata!, ¿dónde está ese cabrón?»
El cabrón era un traductor con el que se había encontrado dos semanas atrás.
Ir a la Oficina de Censura donde colgaba un retrato del presidente, dictador Chun-Doo hwan, era una obligación de toda editorial, y era parte de su trabajo.
«¿Cómo es posible que un rostro pueda esconder lo que lleva dentro?», se pregunta Ensuk, «¿Cómo puede esconder la insensibilidad, la crueldad y el instinto asesino?».  
Sabremos, en esta parte del libro, acerca de su trabajo y de sus lágrimas, no ante las cachetadas que recibe, sino ante el libro tachado del dramaturgo Seo —los escritores bajo la vigilancia del Gobierno. 
La obra de teatro nos despertará la incertidumbre por el peligro, y la admiración del recurso: la ausencia del lenguaje para expresar de la manera que pueden, la violencia que sufrieron y su disentimiento.
A nivel personal, veremos cómo debe superar las dificultades familiares. El momento en que se llevan a su padre, entre otros.
Por otro lado, lee libros que le acercan sobre la valentía y el altruismo de la sociedad, la psicología de las masas que luchan. Ya no cree en nada de eso.
¡Ella no tiene confianza en el ser humano!

No confía en ninguna expresión del rostro, 
en ninguna verdad ni en ninguna oración bien redactada.
La única vida que puede tener estará regida por 
una tenaz desconfianza y una fría indagación. 

Iremos atrás en el tiempo y sabremos de su amiga Seonju y de esa tarde en que también conoció a Jinsu. De sus sorpresa cuando vio al que parecía un niño, con sus hombros estrechos, llevando un fusil al hombro que nunca disparó. Era Dongho.
Ese día cuando el ejército había decretado estado de sitio y planeaba entrar a la ciudad de Gwangju. 
Y ellos, que no querían abandonar el edificio. Resistían.

La escena de la obra de teatro es impactante, esa letra que no se recita y que Ensuk conoce y dice para sí:

No pude celebrar tus funerales cuando te fuiste y ahora mi vida es un funeral.
Desde que te cargaron en el camión de la basura envuelto en una manta impermeable,
desde que los imperdonables chorros de agua salieron fulgurantes de la fuente,
en todas partes arde la llama del templo.
En el interior de las flores primaverales, en los copos de nieve,
en las tardes que llegan indefectiblemente,
arden las velas que colocaste en las botellas de gaseosas vacías.




IV


                                          Performance Group Tuida, Human Fuga,
a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts»

El 4.º capítulo, «Hierro y sangre» comienza con el interrogatorio a uno de los hombres que está encarcelado por oponerse al régimen gobernante y haber participado en el levantamiento estudiantil de Gwangju ya mencionado. 
Es un narrador anónimo que cuenta sus experiencias de muchísimo sufrimiento físico y psicológico.
Algo que deja una marca profunda en él y de gran pesadumbre en mí, la lectora. 
Tratos brutales, inimaginables, torturas inhumanas que les hacen tanto al narrador como a los otros encarcelados, entre los que se encuentra Kim Jinsu. 
Con él comparte calabozo y con él van perdiendo todo vestigio de dignidad. 


Tropas surcoreanas armadas detienen y encarcelan a manifestantes.
Gwangju, 1980


Los humillaban hasta hacerlos sentir que eran solo cuerpos sucios y malolientes, masas de carne con llagas supurantes, alimañas hambrientas. 
¿Por qué algunos murieron y otros siguieron vivos? ¿Será que el umbral de dolor, la tolerancia al sufrimiento es distinta en uno y otros?
Jinsu, con su aspecto afeminado, había recibido las peores torturas. Él era, como vimos en el 1.er capítulo, uno de los voluntarios, encargado de supervisar todo lo relacionado con los cadáveres —víctimas asesinadas en el levantamiento. Y uno de los que no abandonó el Edificio del Gobierno Provincial, a pesar de que sabían de la entrada inminente del ejército a la ciudad, de que llegarían al lugar alrededor de las dos de la mañana. Sin embargo, sí quiso que se fuera Dongho. No tuvo éxito.
El objetivo del grupo era resistir. Ellos adentro y los ciudadanos afuera, alrededor de la fuente de la plaza.
Sabían que estaban en desventaja, pero una fuerza desconocida los envalentonaba —esa joya que es la conciencia. 

Recuerdo vívidamente esa sensación de no tenerle miedo a nada.
De estar dispuesto a dar la vida. 
La sangre de todos los que estábamos allí fluía en una única y gigantesca arteria.
Pude percibir el pulso de esa sangre, de ese corazón 
que era el más grande y sublime del mundo.

En ese lugar también está Yeongjae, el más joven de los prisioneros. A pesar de su juventud e inocencia es el que calma a los que se pelean por unos granos de arroz... «Va... vamos, no os peleéis más...», les dice. Y, en algunas ocasiones, hasta los lidera. Más adelante se sabrá cómo siguió su vida y cuál fue el resultado de los juicios militares a los que cada uno fue sometido. 
Sus vidas posteriores, en libertad.
No fue fácil. Se encontraban y eran como extraños.

Mientras nos preguntábamos el uno al otro cómo estábamos,
nuestras miradas se extendieron como tentáculos invisibles y
constataron las sombras detrás del rostro y las huellas del sufrimiento
que la charla y la risa forzada no podían ocultar. 

Alguien está escribiendo un artículo de investigación. Es a ese alguien que el narrador le cuenta y responde sus preguntas. Algunas, en realidad... «Nadie tiene derecho a pedirme que siga recordando», le dice a su interlocutor.

Es que recordar es doloroso... Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando. El mundo se va quedando en tinieblas al irse apagando una a una las bombillas de neón de colores. Sé bien que yo tampoco estoy a salvo. 

Hay párrafos que transcribo por la belleza y profundidad. Acá, Han Kang vuelve al alma, no como pájaros sino como fino cristal:

Entonces, ¿el alma es una especie de cristal?
El cristal es trasparente y se rompe con facilidad. Esa es su naturaleza. Es por eso por lo que tenemos que tratar con cuidado todo lo que está hecho de ese material, porque si algo hecho de cristal se agrieta o se rompe, ya no sirve y hay que tirarlo.
Antes teníamos dentro un cristal que no se rompía. No sabíamos si era cristal o qué, pero era algo auténtico, sólido y transparente. Haciéndonos trizas el cuerpo les demostramos que teníamos alma. Les demostramos que éramos seres humanos hechos de cristal de verdad. 

V

Sangre y lágrimas
Representaciones artísticas de la Lucha Democrática de Gwangju


El capítulo «La pupila de la noche», está narrado en segunda persona como el primero, como si el narrador se dirigiera a la misma persona que lo va a protagonizar. 
Todavía no sabemos su nombre. 

Sí sabemos que es una joven que temía a frases como la que da título a este capítulo.
Capítulo marcado por horas. La primera señalada es: 19.00 h, y así seguirá avanzando el cronómetro.

Ahora esa joven temerosa ha crecido, está sola en una habitación o en su lugar de trabajo, y tiene otros miedos. 
Trabaja en una organización ambientalista. Es transcriptora y activista en la lucha de sustancias radioactivas, «son todas labores trabajosas, que no lucen, tareas que debes realizar en soledad y te llevan mucho tiempo», dice ella, que se protege en ese mundo. 
Anteriormente había trabajado en una organización de derechos laborales. 

Yoon, un profesor que trabaja en reconstruir una historia oral del Levantamiento de Gwangju de 1980, se había comunicado con ella diez años atrás. Como sabía lo delicado de su pedido, lo había hecho de parte de Kim Seonghee, el activista laboral, cercano a Seonju.
Alrededor de ella gira este capítulo. Ya la conocimos en el primero, trabajando como voluntaria en el polideportivo donde se acomodan los cadáveres.

Yoon busca activamente a supervivientes del levantamiento para registrar sus testimonios, con el objetivo de documentar el acontecimiento y su impacto. Sabe que algunos sobrevivientes se resisten a revivir el trauma, o puede ser que desconfíen de su proyecto.

Este personaje, lo que él encarna, es muy importante para mí. Ya que expresa el poder de la memoria y el lenguaje como una forma de resistencia, tanto al trauma personal como al colectivo. Y, a partir de allí, buscar los modos, nada fáciles, de superarlos.
Le habían dado el nombre de autopsia psicológica. 

Como era de esperar, Seonju no accede a colaborar con el ensayo de Yoon. Tampoco lo lee. 
Diez años pasaron y Yoon vuelve a insistir con hacerle la entrevista. 
Siete, de los diez ex miembros de la milicia civil, habían aceptado una segunda entrevista para este nuevo libro. Dos se habían quitado la vida. Quedaban ocho. 
Le falta este octavo testimonio. El de ella.

Al no acceder, Yoon le envía cintas y una grabadora portátil. Quizá le resultara más fácil grabar su testimonio. 
Ella guarda todo y lee de un tirón el ensayo demorado diez años en un cajón.

A partir de acá, del momento en que pone la cinta en la grabadora, sin saber si apretará o no el botón REC, vamos a entrar en la memoria fragmentada de Seonju. Sueños y pesadillas de un testimonio que será anónimo. Lo que significó su amistad con Kim Seonghee, que si bien no es un personaje principal, es importante en cuanto a todo lo emocional y psicológico que rodea esta relación de amigas tan distintas. Los castigos tan crueles y las injusticias. Los jóvenes asesinados y los que siguen vivos sintiéndose culpables. Cómo aparece en su vida Jeongmi, la hermana de Jeongdae, la que vivía en casa de Dongho y soñaba con ser doctora. 

Le han pedido que recuerde, que mire de frente y de su testimonio... pero, ¿cómo podrá hacer eso?

Cuando miras el sol que entra por la ventana 
un mediodía especialmente tranquilo de fin de semana y,
de repente te acuerdas borrosamente de la cara de Dongho,
¿no será su alma la que se agita ante tus ojos?
Si te hubiera dicho que te fueras a tu casa, Dongho...
¿Es por eso por lo que vienes a mí?
¿Para preguntarme porqué sigo viva?

VI

«Donde se abren las flores», en la versión en inglés es «The Boy´s Mother», ya que es el capítulo que se centra en la madre de Dongho, su dolor y recuerdo aun después de tantos años. Su lucha por ese asesinato inadmisible durante el levantamiento de Gwangju. 

Y, esas cosas de madre..., ella no pierde la esperanza de volver a verlo, dónde y cómo sea:

Fui detrás de ese chico. 
Pero como él andaba rápido y yo estoy vieja, no hubo manera de alcanzarlo por más que me apuré.
Si él hubiera girado la cabeza... pero siguió andando y mirando solo hacia delante. 
¿Cómo no iba a reconocer esa cabecita como una bola de billar?
Eras tú, estoy segura. 
Eras tú, que venías a verme, que quisiste mostrarte aunque fuera pasando de largo.

Cada miembro de la familia de Dongho, además de su madre, su padre, su hermano mayor y el del medio, todos, profundamente afectados por la muerte del hijo y del hermano menor, reaccionan de diferente manera. 
La madre lleva a cuestas ese dolor, se conecta con otros padres en duelo y participa en las protestas a pesar del peligro. Es una mujer valiente.
Mientras tanto, los hermanos experimentan la culpa y se achacan uno a otro no haber hecho lo suficiente para salvarlo, para sacar a Dongho de su determinación de quedarse como voluntario en la Oficina Provincial.

Ella es simplemente una madre que recuerda a su hijo. Y se conecta con esos recuerdos. Con su benjamín, con el que tuvo a los treinta años. 
Lo ve, ya no como el adolescente empeñado en protestar y buscar a su amigo, lo ve de bebé, lo ve cumpliendo años, lo ve paseando con ella, tomado de su mano por el camino florecido de cosmos de todos colores. Lo ve como el niño que siempre buscaba el sol.




Aunque no hay nadie que pueda escucharme, te llamo despacito:
«Donghooo...»
Con lo pequeño que eras, poseías tanta fuerza... 
me arrastrabas hacia donde había sol, 
«¡mami, vamos allí, por donde hay sol!,
¡vayamos allí, mamá, donde se abren las flores!»

Epílogo

Esta última parte, llamada «La vela cubierta de nieve», en inglés se tituló «The Writer, 2013», la narradora es la propia autora. 


Han Kang, dibujo de Siegfried Woldhek

«Tenía nueve años cuando escuché la historia», así comienza. La narradora actúa como sustituta de Han Kang. Nos va a ir contando cómo llega la historia a sus oídos y de su  conexión con el Levantamiento de Gwangju. Su motivación para escribir la novela. 

En esas conversaciones de adultos que los niños escuchan por la mitad y elucubran situaciones, escucha hablar de ese niño. 
El padre de la autora, profesor de escuela secundaria, había conocido a Dongho. Había sido su alumno... «escribía muy buenas redacciones», dice.

Así sabremos que la casa donde vivía Dongho había sido propiedad de la familia de la narradora. 
A travéa de ellos y de su propia investigación, llegaron las fotografías que mostraban todo el espanto de esos días. 
Su intención fue la de revisar todos los materiales que documentaran las vivencias. Un trabajo muy duro que por momentos tuvo que dejar. Los sueños la invadían. Pesadillas con soldados, bayonetas atravesando su pecho, despertarse con la cara mojada por las lágrimas. 

Haber contactado al hermano de Dongho fue muy importante para ella. Después de todo, la historia que iba a escribir giraría alrededor del joven: 

¿Quiere que le de permiso?
Claro que se lo doy.
Eso sí, tiene que escribirla bien. 
Que sea una historia recta y cabal.
Escríbala de tal manera que nunca puedan profanar la memoria de mi hermano.

Conocer de primera mano, escuchar, leer tantos testimonios hizo que comprendiera. Se había equivocado en pensarlos como víctimas, a esos muchachos y chicas que no abandonaron el edificio del Gobierno, aun sabiendo que no había ninguna posibilidad de victoria.
No fueron víctimas. Se quedaron porque no quisieron serlo. 

Hacia el final, la narradora va a ver la tumba de Dongho que está cubierta de nieve. Pone las velas delante, como hacía Dongho honrando a los demás. Consolidando la conexión entre esa llama que parpadea y la presencia del alma persistente: 

Me quedé mirando en silencio los bordes de las llamas, 
que se agitaban como alas traslúcidas.
Espero que tu me guíes a partir de ahora.
Que me lleves a la claridad, adonde se abren las flores.

*

Voy a ir despidiéndome. Sé que escribí una reseña muy larga. No podía hacer menos. Es tan rica, deja tanto, además de la emoción profunda que me invadió al leerla. 
Un profundo aprendizaje... ¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? Porque ese es el tema. ¿Por qué se nos engaña con eso de la dignidad? ¿Por qué si en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?
Las marcas que dejan los sufrimientos extremos no cicatrizan nunca. 
Han Kang va a lo esencial del asunto, a la parte más dolorosa, y no teme lo que allí se revela, aunque sea tan crudo. No rehuye en ningún momento describir la brutalidad tal cual es.

Esta lectura va más allá de la evocación del Levantamiento de Gwangju, de la violencia que allí sufrieron las jóvenes víctimas. Demuestra que la determinación de mantener su recuerdo y de no apartar la mirada del dolor y la injusticia es también rescatar la resiliencia de los que pasan por un trauma semejante. Y así ir a temas más amplios e invitar a la reflexión.

Las distintas perspectivas que nos brinda la autora, tomando cada personaje como protagonista, nos hace conocer la multiplicidad de enfoques que tiene un mismo hecho y cómo impacta en cada uno de ellos.
En lugar de centrarse en el hecho histórico solamente, se enfoca en las personas, y sobre todo en el niño-adolescente que muere, donde queda plasmado el duro precio que se paga.

Hay que abordarla con valentía y disposición, ojalá lo hagan porque vale la pena.
Hasta la próxima lectura,

Cecilia Olguin Gianelli


Notas


- Human Fuga-by Performance Group Tuida. Teaser: A performance grout that created a stage adaptation of Han Kang´s novel, «Human Acts», titled «Human Fuga».
https://www.youtube.com/watch?v=DUwGX3GlDeQ

- Two Theatrical takes on Blooding Uprising: 
https://www.koreana.or.kr/koreana/na/ntt/selectNttInfo.do?mi=1546&nttSn=52364&bbsId=1113&langTy=KOR

- Blood and Tears
https://iexaminer.org/blood-and-tears-is-a-striking-exhibition-of-plight-protest/



                                 

martes, 17 de junio de 2025

«Si me puedes mirar», Olga Orozco, para mamá

 

 «Si me puedes mirar»

Olga Orozco

[1920-1999, Argentina]

Para mamá
hoy, 14 años 



Ya lo sabemos ...
Es normal tener miedo ante lo inexplicable de una pérdida, nos dicen. 
¿Adónde van las almas?, se pregunta uno de los protagonistas de Actos humanos, de Han Kang.
Atenúa la tristeza si uno lo comparte, si uno encuentra cordialidad y una voz afín del otro lado, si uno deja que el tiempo pase y las lecturas y la reflexión acompañen.

Ya lo sabemos ...
Estos sentimientos son intransferibles, no se razonan, entre yo y la vida hay un vidrio tenue*, dice Pessoa. Hay poetas que traducen tan profundo y único, simple, que nos apoderamos de sus palabras y las guardamos para siempre.

Olga Orozco es una de ellas. Ella mira el reverso de las cosas y las personas, explora territorios y señala lo imposible con su riqueza de imágenes y símbolos. Lo hace con mucha fuerza y nos invita a su contemplación dinámica. 
No hay que temerle a las palabras. Así como es inefable el gozo, también lo es la tristeza de una ausencia, que cede con los meses y años. Y se transforma.
El recuerdo de su madre fue una presencia constante y significativa en su vida y obra.

No es mi intención otra que el recuerdo de mi madre —que puede ser de el otras madres—, siempre entrelazado con el misterio de la memoria y la imposibilidad de aprehender el pasado por completo. Hacerlo con el lenguaje superior de la poesía, explorando los límites de la realidad y la subjetividad.

Cecilia Olguin Gianelli

Si me puedes mirar
Olga Orozco


Mi mamá Lidia Melara

Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un 
                                                                                            [telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en 
                     [medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y 
                                                                             [la mayor distancia,

y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda entre las                                                                                      [galerías de este mundo.

Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de 
                                                             [las pesadillas.

Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón, 
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir 
                                                      [ en lo más imposible de los sueños.

Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que descorre la tela de otros                  [años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues que graban en mi                   [alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte solo por no dolernos demasiado.

No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el momento mismo en que                   [roen tu rostro los enormes agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.

No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.

Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago dejar caer su sombra sobre todos los años de mi vida?

¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de donde vine, 
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.

¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las alucinaciones y a                 [la muerte.

Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta,
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar sepultado 
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías instantáneas
no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste a mis huesos.

Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos pobres jirones de                    [luto que alimenta.

Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón. 

Olga Orozco, 
Los juegos peligrosos [196],
Eclipses y Fulgores (1998)

*


Notas


-Olga Orozco: 



Nació en Toay, Pcia. de La Pampa, Argentina, el 17 de marzo de 1920 y falleció el 15 de agosto de 1999 en Buenos Aires.
Gran poeta, reconocida con importantes premios: Primer Premio Municipal de Poesía (1963), Premio de Honor de la Fundación Argentina (1971), Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (1980), Premio Nacional de Poesía (1988), Premio Konex, de Platino y de Honor (1994 y 2004), Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1998) y otros muchos.
La habrán visto en alguna entrevista o conocido personalmente. Recordarán sus hermosos ojos claros, su cara de fuertes rasgos, su voz profunda y sensual.

Su obra abarca un largo período de tiempo. Comienza con Desde lejos, en 1946, y termina con Con esta boca, en este mundo, de 1994.
Siendo muy joven perteneció al grupo surrealista Tercera Vanguardia, del que también formaba parte Oliverio Girondo.
Admiraba a Rimbaud, Baudelaire y Rilke.
De inteligencia sutil e imaginación pródiga en expresiones, se destacó por el uso frecuente y logrado que hace del oxímoron (dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión).
Pertenecía a la generación del 40, junto a César Fernández Moreno, León Benarós, Vicente Barbieri y unos cuantos ausentes más, como Julio Cortázar y Manuel Mujica Lainez.

Dijo el poeta y crítico catalán Pere Gimferrer: «Cualquier lector efectivo o potencial de poesía, en efecto, sabría en este caso lo que ante todo importa saber: que Olga Orozco es manifiestamente la mayor poeta y uno de los mayores poetas que escriben en estos momentos en español.... Atendamos esta voz, cuyo poderío resulta tan turbador que casi podría llamársele alarmante... Explora territorios en los que el lenguaje persigue no sólo decirse a sí mismo, y en tal sentido configurar una forma autónoma de conocimiento, sino además obtener de las palabras algo que en cierto modo no es en palabras decible: mas no algo impreciso o "vaporizado", para emplear una expresión de Baudelaire, sino, por el contrario, aquel desvelamiento de la naturaleza última de nuestra experiencia del mundo que otros piden a la filosofía, pues todo verdadero poeta es un poeta filosófico, aunque opere —como, por lo demás hacía Heráclito— antes mediante imágenes que mediante ideas enunciadas de modo explícito... La poesía de Olga Orozco apela a lo esencial: a lo esencial poético, a lo que sólo poesía es, sin duda; más también a lo esencial de nuestra condición. Sus imágenes no sólo nos conmueven o nos sobrecogen: nos dicen qué somos y en qué consiste el ser."

Prólogo (extracto) del libro Eclipses y Fulgores, 
Antología, Olga Orozco
1998, Editorial Lumen